Gratos Rencuentros -XVIII-

            Caída la noche en casa de lord Thereon, continuaba su curso una acogedora tertulia que se había gestado ya desde la tarde. Tanto Lidias como Fausto, compartían de buena gana una amable conversación con sus anfitriones los elfos del Este, como se hacían llamar los habitantes de Asherdion.

Había música, música feliz y armónica, dulce: como el beso de una madre. Parecía como si cada nota flotara en el aire pintando alegres colores. Por momentos Lidias olvidaba todo aquello que la había traído hasta allí, lo mismo que Fausto; quien reía y parloteaba de buena gana, celoso y maravillado a partes iguales de aquel lugar de ensueño.

Cada estancia del hogar se hallaba iluminada con delicia sin igual, sutiles lucecillas titilaban en blanco y dorado en rededor. A Fausto le había parecido cual, si hubiesen cogido las estrellas del firmamento para guindarlas sobre los tejados y pilares del Asherdion nocturno. Inspiró con profusión el aroma de la hierba de afuera, mientras se dejaba envolver por la melodía circundante del harpa y la flauta, de los músicos de dentro.

«Por favor tomen lo que necesiten, son invitados de honor en mi hogar», Quedó en el aire la voz de lord Thereon, dirigiéndose a sus invitados y dicho aquello cruzó el arco que separaba el salón en el que celebraban la tertulia y desapareció a lo largo del pasillo.

—Son en verdad muy amables de acogernos aquí, les estaré por siempre agradecida —se dirigió Lidias a la compañía de elfos—. Farthias no ha sido todo lo gentiles con ustedes, como han sido hasta ahora todos ustedes, espero de verdad algún día poder afianzar estos lazos entre mi pueblo y el suyo.

—Esperamos en tus buenos deseos. —respondió Leonel, con una sonrisa amable—. Nosotros estamos honrados de servirte hija del norte. No hay rencor alguno ni en el corazón de nuestro señor, el mío o alguno de mis hermanos aquí presentes.

—Otra vez no me queda más que agradecer vuestra hospitalidad y nobleza.

La reunión prosiguió por alrededor de una hora más, hasta que Leonel y el grupo de músicos se retiraron dejando a la princesa y su escudero en aquella iluminada sala.

Se habían quedado a sola ya, dispuestos a marcharse a sus respectivas alcobas cuando de pronto el cazador se puso de pie y en lugar de ir a su habitación, avanzó hasta uno de los ventanales que daban a la terraza. Afuera se oían los grillos y se respiraba el aroma del césped húmedo, también algunas luciérnagas habían comenzado a aparecer y danzaban por sobre el fresno. Un azulado manto de claro de luna, alumbraba la glorieta blanquecina rodeada de flores.

—No termino de convencerme que fuera ella la traidora —dijo Fausto, volteándose hacia Lidias, que permanecía sentada— ¿Quién lo hubiera augura'o, detrás de esa sonrisa tan..., agraciada?

—¡Fausto! ¿impresión mía o... —Lidias hizo una pausa y bebió un sorbo de la copa que retozaba en su mano, luego señalándolo con el dedo continuó—: ...te gustaba Anetth?, Fausto Dellaver. Date la vuelta y dime que no es cierto.

—No, claro que no —respondió frunciendo el ceño y desentendiéndose—. No era mi tipo ¿Por quién me tomas?

—Por un pícaro que se dejó embelesar por una embustera profesional —Lidias sonrió al mirarlo a la cara— Admite que lo hizo, Fausto. No puedo creérmelo.

—No fui el único que le creyó, si así no fuera nada de esto hubiera pasado —respondió con una seriedad anormal en él.

—Olvídalo, llevas razón: ella nos engañó a ambos. —Se puso en pie y terminó de beber despacio—. Pero Anetth solo es un juguete, un peón de la partida. Condrid es el verdadero autor de esta crueldad, la siniestra mano detrás de los hilos. Hay que abatirlo antes de que sea tarde.

—No sólo a nosotros..., ¿qué hay de tu mentor?

Lidias bajó el semblante esquivando a Fausto, entonces dio un suspiro profundo, bebió otro sorbo de la copa y la apoyó sobre una mesita que tenía a su derecha.

—Hay mucho que pensar sobre todo lo que pasó. —dijo al fin—. Pero estoy cansada, sólo por esta noche quisiera creer que todo está bien. Mira este lugar, es fascinante, no quisiera tener que marcharme de aquí jamás.

Pero Fausto parecía ansioso, volvió a mirar por la ventana y a pasearse de aquí para allá ceñudo e inquieto.

—¿Qué tienes? —preguntó Lidias.

—Es que me gustaría saber algunas cosas.

—¿Ya?

—No, lo digo de cierto. Hay algunas cosas que no entendí y si pudieras explicármelo, estaría bien —sonrió al mirarla.

—Veamos, ¿Qué quieres saber? —Lidias arrugó la frente, curiosa y sorprendida.

—Para empezar, acerca de ese libro, ¿por qué es tan importante ese famoso libro? —indagó apoyándose con la espalda en el alfeizar—. Digo, hace un rato se habló de guerras, disputas de territorio, que si la corona aquí, que si allá. Y al final que jodi'o mono pinta el librito ese ¿por qué tanto alboroto por un viejo libro?

Lidias terminó de ingerir su bebida y dejando la copa en la mesita de mármol, volvió la mirada a Fausto y dejó escapar un resoplido, sobó con ambas manos las sienes y se volvió a sentar con desgana.

—Está bien, te contaré lo que ocurre —dijo al fin frotándose el regazo y mirando al intrigado escudero—. La historia se remonta desde épocas pasadas, más de quinientos años atrás para ser exactos en el año 107, según el Tomo de la Luz y del Tiempo . La situación política era muy distinta a lo que es ahora. El sur de Thyera estaba habitado por las razas bárbaras que hoy viven al noreste, los reinos humanos eran nueve y ejercían soberanía más al norte en lo que hoy sigue siendo Farthias y las provincias septentrionales del Imperio de Sarbia.

» Por aquellos tiempos los Guardianes o hijos de la Pluma, llamados así por su origen divino, bien has de saber que la emperatriz de Sarbia y su corte de grecos, no están emparentados de ninguna manera con nosotros los hombres y son descendencia directa de Hukuno, la diosa creadora. Hasta ahí ¿me sigues?

—...te sigo, sí —manifestó el escudero—. Que los Guardianes y la actual emperatriz de Sarbia llevan más tiempo en éste mundo del que toda tu dinastía.

—Si, me sigues. —asintió Lidias—: Estos guardianes habían descendido de los cielos para advertir a Thyera sobre una terrible amenaza. Venidos del lejano oriente una horda de reptiles alados llegaría para azolar el continente, convocados por la vorágine de oscuridad que por aquellos días comenzaba a caer en los territorios del sur. Esa tormenta oscura de gran poder cobró forma y se convirtió en Wrym, el gran Dragón. Y desde ese día todo el continente fue azolado y destruido por los dragones. Hombres, elfos e incluso algunos bárbaros resistieron e hicieron frente a la terrible devastación. Siempre con la ayuda de los Guardianes se logró sobrevivir, no obstante, derrotar a los dragones no fue posible, sino hasta dos décadas después.

Durante este periodo, nació una niña de padres humanos en el arruinado reino de Farthias. Manifestó lo que hoy se conoce como el Don, que es la capacidad de conectarse con las vibraciones provenientes del poder de Hukuno y entregado a los hombres mediante el primer padre Semptus, y que permiten transmutar el entorno: Conexión, para los estudiosos de la materia.

—Quieres decir que era como Anetth y los hechiceros de la torre, ¿no? —interrumpió el escudero gesticulando con las manos.

—Sí, exactamente como ellos. La niña nacida con el Don, se llamó Liliaht y fue la primera hija de hombres de la que se tiene registro en ser capaz de manipular la Conexión. Hasta ese entonces, los únicos en presentar esa característica anomalía del hipotálamo, eran los elfos y los ya nacidos grecos, hijos de los Guardianes que por alguna razón no heredaban las alas de las que ostentaban sus progenitores. A Liliaht la educaron los Guardianes y fue adoptada por la primera gobernante de aquel entonces entre ellos.

—Espera...,¿ hipo, qué? —interrumpió, Fausto.

Lidias dio un resoplido exasperado, se tomó la cabeza y se la apuntó con el índice mientras miraba complaciente a Fausto.

—Aquí en los sesos, justo al centro —explicó—. Los eruditos señalan en distintos libros, que todos tenemos un hipotálamo, pero sólo han hallado un desarrollo distintivo en aquellas que poseen el Don. Hablo de los hechiceros, como Anetth, como Nawey y la gente de la Torre Blanca ¿sí?.

—Ya.

—¿Me he explicado entonces?

—Sí, el hipolomo...

—Tálamo.. —corrigió.

—Cómo sea, entiendo que tus sesos y los míos se parecen, pero el de los elfos y el de Anetth son diferentes. —concluyó, Fausto.

—Correcto, lo interesante hasta aquí es que en ese entonces nadie había nacido con el Don en ningún reino de los hombres, o por lo menos no había sido documentado hasta entonces. El asunto es que mi antepasado: Liliaht, poseía el Don y fue la primera mujer en Thyera con esa condición.

»Una cosa importante que ocurría era que hasta ese entonces los trucos que podían lograrse manipulando la Conexión, no afectaban a los dragones. Sin embargo, sí lograban ocultar a los pueblos de su azote, y es por eso que cualquier nacido con la habilidad era entrenado de inmediato.

»Con Liliaht no fue distinto. Desde temprana edad fue entrenada para aprender a controlar la Conexión, aunque por más que se entrenó e instruyó jamás logró reproducir las técnicas que se le enseñaba y en su lugar lograba proezas nunca antes intentadas que, sin embargo, una vez efectuadas no conseguía volver a repetir.

—Qué decepcionante...

—Sí, pero hay más —agregó, Lidias y bajó un poco la voz— Un buen día una elfo de la corte de los Dríhada: Maríl Dríhada. Quien fuera esposa de lord Therion y madre de Nawey, le regaló un libro especial, cuyas páginas se encontraban en blanco y más aun no se podían rayar.
—Pero, han pasado 500 años. Estamos hablando de la esposa de lord Therion, ¿lord Therion? —Fausto apuntó al umbral, por el que el señor de la casa se había marchado hacía un rato—. ¿Cuánto vive un elfo?

—No lo sé, mucho, muchísimo más que los hombres eso está claro, pero no tengo precisamente el dato de su longevidad. —Se acomodó el cabello detrás de la oreja y continuó—. Bien le obsequió este libro, que tenía una capacidad particular: el libro conseguía capturar en runas cada proeza que Liliaht lograba usando la Conexión. Así cada vez que resultaba alguna hazaña increíble, de las que aquella prodigio lograba; entonces quedaba un registro en el libro.

»Tras años de ensayo y error, Liliaht logró un hechizo capaz de dañar a los dragones. Sin embargo, la runa que se transcribió resultó ser muy abstracta y no podía volver a reproducirla ella sola. Tardó otro tiempo en encontrar una solución adecuada y fue cuando se le ocurrió un método para adquirir más conocimiento del que podía asimilar para perfeccionarse.

»Liliaht llegó a la conclusión de que su mente no daría abasto para la inmensa cantidad de conocimiento y complicadas runas que debía reproducir para lograr su hechizo final para acabar con los dragones. Entonces imbuyó al libro de vida.

—¿Cómo así? —inquirió, Fausto apretando el entrecejo.

—Así como oyes. —insistió, Lidias—. Lo imbuyó de vida: Liliaht logró lo que ningún mortal había logrado usando la Conexión. Ella dotó a un objeto sin vida, de existencia propia. Aunque más tarde se daría cuenta de que la energía que utilizaba para lograrlo la estaba consumiendo.

»Bueno, el caso es que Liliaht utilizando al libro como una entidad procuradora, logró materializar su hechizo para acabar con los dragones. Y así se forjó N'gnu, la espada del Guardián, con la que Eleissandri, el legendario Guardián, hirió al Wrym en el corazón y logró sellarlo. No, no pudo matarlo, porque la espada imbuida con el hechizo de vida de Liliaht terminó por consumirlo a él y a los seis guerreros que le acompañaban en aquella campaña; que dicho sea de paso fue librada por la que llaman la Hermandad de la Pluma. Tal vez lo hayas oído de alguna historia o canción. Los siete se convirtieron en piedras esféricas del tamaño de tu cabeza y bastó con el poder de estos siete guardianes para sellar la succión de vida en la espada y también el corazón de Wrym.

—Si, por supuesto que he oído de Eleissandri y la Hermandad de la Pluma. Se canta mucho en las tabernas de Sud.

—Eso es por la influencia del Imperio —sentenció, Lidias — Entonces librados del yugo de Wrym, la fama de Liliaht estaba en su apogeo, una heroína de tomo y lomo. Pero por alguna razón la historia no terminó tan bien como podrías esperar.

»Sucedió luego de la reconstrucción de los reinos y después que esta gran hechicera se casara y transformara en la primera reina de Farthias, que como todo mortal comenzó a envejecer. Se dice que Liliaht era dueña de una belleza sin igual, mas su lozanía y frescura cómo en todo mortal se fue marchitando con el paso de los años. El problema era que ella se negaba a aceptarlo y fue cuando recurrió nuevamente al libro para ayudarse. I¿Intentó luchar contra la inevitable vejez y la muerte que la venía asechando. Y lo logró, ideó el modo de convertirse en inmortal, pero a un precio muy oscuro: robando la vida de otros seres.

»En un principio comenzó alimentándose de la energía vital de pequeños animales, luego siguieron rebaños, bestias de monta y finalmente personas. Allí fue cuando enloqueció y por fortuna fue ella quien en un arranque de cordura decidió dejar este mundo, ordenó a que ocultasen el libro bajo sellos que no pudiese abrir y luego se marchó. Por ahí hay documentos que dictan que caminó y caminó hasta perderse en el norte blanco: no quería morir y que su cuerpo se corrompiera, así que intentó que los glaciares eternos del extremo septentrional preservaran su belleza para siempre.

Lidias chasqueó los labios, poniendo punto final a la historia que estaba contando. Arqueó una ceja mirando a Fausto e hizo ademán de levantarse del asiento.

—Vaya, que gran historia. No creí que fueras tan buena relatando —se sorprendió, Fausto y sonrió—. Entonces ese libro permite ser inmortal ¿verdad?. Eso es fabuloso, quiero decir, quien no querría desafiar a la muerte y burlarse de Celadora para siempre.

—Sí que lo entendiste, Fausto. —Lidias se puso de pie y le posó una mano en el hombro—. Te vuelves inmortal, pero a cambio debes matar a otros. Y lo peor, es que nadie puede controlar el poder de ese libro, porque tiene vida propia y al final termina por consumirte también. Otros ya lo intentaron en el pasado, pero esa es otra historia. El punto es que quien dispuesto a celar la vida de otros en su beneficio, y pueda usar el Libro, tendrá acceso ilimitado al poder acumulado por Liliaht y sus secretos, ¿quién sabe con qué fin podría alguien tan egoísta, querer hacerse con aquel poder?

—Ya, y tú ¿crees que lord Condrid quiera utilizarlo?

—Sinceramente lo dudo, o lo dudé en su momento. De hecho, espero que termine por consumirlo y eso nos ahorraría un montón de problemas. Es que no tiene sentido, sin embargo, la situación es más crítica de lo que creí. —Miró al escudero que la escuchaba con atención—. Se supone que Condrid no posee el Don. Pero ahora que lo he conversado con Nawey y lord Thereon, coincido en las razones que tienen para estar preocupados: Si Condrid conoce bien la historia y las capacidades del libro, no puede ser tan estúpido de abrirlo sin ser un manipulador de la Conexión. Por lo demás, ya sabemos que Anetth lo está ayudando.

***

Era muy entrada la noche, el sendero apenas iluminado por la luz de la luna, se ocultaba bajo la sombra de interminables pinares. Bordeaban la ladera de un precipicio de más de treinta varas de caída libre, mientras que a la vera del camino lo devoraba un frondoso bosque. Train horas viajando bajo la luz de una plateada luna, hacia el borde de la ladera el cielo estaba despejado y no había copas que cubrieran el cielo estrellado. El olor de los añosos pinos a lomos de la fresca brisa, se colaba en la nariz de la pelirroja, quien observaba con asombro cuanto detalle lograban captar sus ojos, ajena a las preocupaciones en las que cavilaba Ledthrin, detrás de ella.

—Mira eso Ledt, la luna se ve enorme desde aquí. ¿Como se llama este sector? — Hiddigh miró hacia atrás buscando el rostro de Ledt, perlado a la luz del satélite.

—Estamos en los linderos de Asherdion, no muy lejos de nuestro destino —anunció el guerrero apretando los estribos y aligerando el paso.

—¿No vamos demasiado rápido? Quizá los equinos necesiten descansar. —La pelirroja de igual modo se vio apurando la montura.

—Lo siento Hidd ¿estás cansada? —preguntó poniéndose a su vera—. Si es así podemos detenernos un momento, no falta demasiado para llegar.

—No, tranquilo yo estoy bien —se aprontó en decir y sonrió. Luego juntando el entrecejo preguntó—: ¿Pasa algo? Desde que nos topamos con esos salvajes te noto algo extraño.

Horas antes, cuando los últimos rayos del sol irradiaban la montaña, Ledt e Hiddigh vieron en la lejanía un campamento Bárbaro. Estaba mucho más allá del gran río que separaba Ismerlik del territorio de los Uldk-Rag. Sin embargo, Ledthrin le hizo una mención a la pelirroja sobre ellos « Estos no son de la tribu Uldk-Rag, son Rah-Dah: Bárbaros de las montañas de Escaniev», había dicho él. Luego tomaron rumbo entre los árboles, alejándose de aquella avanzada.

—Pusiste tanto énfasis en que no eran Uldrag, Uld..., bueno lo que sea que no eran. Ja,ja,ja— rio nerviosa.

—Uldk-Rag. Son bárbaros, pero de tribus diferentes. Los Rah-Dah llevan el cabello largo y oscuro. En cambio la tribu Uldk-Rag afeita sus sienes y se dejan una cresta de cabello con tinte azul muy característica. Habitan de este lado del territorio y son rivales con las demás tribus que comanda el Khul —explicó Ledt indicando con la mano que debían tomar el camino a la izquierda, cuando se toparon con una bifurcación del sendero—. Que aquel campamento haya pertenecido a las tribus del Khul, es muy curioso o cuanto menos extraño.

—¿Por qué? Noto por tu tono que tampoco es muy bueno.

—No, no lo es: las tropas Rah-Dah son hostiles al Imperio y desde hace mucho no se acercaban tanto a los linderos —explicó cavilando en sus propias palabras. Era un pensamiento que lo tenía inquieto hacía rato—. Al menos no era un destacamento lo suficientemente grande como para creer que intentasen un asedio. De todos modos, es algo que deberé informar al gobernador al regresar.

—Había escuchado que había rencillas de este lado del territorio, quizá ya esté al tanto. —Encogió los hombros.

—No mencionó nada semejante. —insistió Ledt.

—Es común que las tropas del Tribuno custodien los linderos —Hidigh vio que Tolkan se detenía.

«!So!». Ledt detuvo la montura, lo mismo que la muchacha. Miró en derredor, lo que la plateada luz le permitió. El ulular de un búho a la distancia, el sonido de los grillos bajo la hojarasca, el arrullo de las aves en sus nidos; quebrantaban el silencio que se hizo de pronto entre la pareja.

—¿Por qué nos detenemos? —La voz de Hiddigh se tornó algo nerviosa, al ver que Ledt ponía atención a los sonidos y parecía examinar con la mirada algo en particular.

—Creo que estamos en el lugar correcto. —Se apeó y la hojarasca crujió al pisar—. Tolkan, ven aquí. Debemos ser cuidadosos.

—¿Qué hay aquí? —Hiddigh se inquietó, el extraño silencio del bosque la perturbaba.

—Shhtt!. Aguarda, si mal no recuerdo no es muy amable con la gente y menos con los extraños. —Ledt se acercó despacio en dirección a un sitio más tupido, en donde la luz poco penetraba. A su espalda tenía la imponente montaña y la negrura del bosque a oscuras.

—¿De quién estás hablando? ¿de los elfos? —indagó Hiddigh con un ligero susurro.

—¡Abul! —gritó—. Vamos, Abul sé que estás por aquí.

Hiddigh se encogió en la montura, dubitativa, tenía los nervios naturales de quien se haya en lugar ajeno y desconocido. Acarició el cuello del animal intentando calmar en ello su ansiedad, de pronto un ruido subterráneo y el crujir de muchas ramas se oyó estruendosamente.

La pelirroja dio un grito y enseguida el caballo se encabritó. Ledt corrió inmediatamente hacia Hiddigh, sostuvo la rienda y sosegó al animal evitando que ella cayera. Bajo sus pies, las añosas raíces del roble parlante se movieron como serpientes: tuvo que dar un ligero salto para evitar que una de ellas lo derribara. Abul abrió los ojos que brillaban azulosos y desperezando las ramas se sacudió con estrépito, haciendo que las aves volaran e hicieran mucho ruido.

—¡Himea! —gritó Hiddigh y se lazó a los brazos de Ledt—. ¿Qué es eso?

—Tranquila, tranquila es un Erghtrent. Y es amigo, solo deja que lo calme. —El guerrero la apretó contra su pecho y llamando a Tolkan increpó al viejo roble—: Vamos ¿es que no me recuerdas? Soy Ledthrin. Sé que no me has olvidado.

El Erghtrent azotó una de sus ramas en el suelo, mostrándose encolerizado. Luego una de sus raíces se enredó en el tobillo de la muchacha y la jaló. El guerrero logró sujetarla para que no cayera, pero pronto el roble levantó del suelo la raíz y con ella a Hiddigh, a quien Ledt no tuvo más remedio que soltar para no causarle daño al forcejear. El lobo comenzó a aullar y cargar en contra del árbol, pero éste ni siquiera se inmutó, ni tampoco intentó lastimarlo.

—Déjala Abul, ella viene conmigo, es una muchacha no representa peligro alguno. —Ledthrin se encaramó a la gruesa corteza y le tendió la mano a la pelirroja que gritaba muy asustada.

—¡Ledthrin, ah! —se oyó una voz ronca y sobrenatural—. ¿Cómo es que has vuelto de entre los muertos?

—Es porque estoy vivo y he regresado, solo deja ir a mi amiga y te lo contaré.

—¡No! —vociferó— Son demasiados humanos en muy poco tiempo.

—¿De qué hablas? Déjala ya, no estoy para bromas. —el tono de Ledt sonó más autoritario.

—¡Bah!, como quieras. Sólo me estaba divirtiendo un poco. —El Erghtrent la soltó en el aire, demasiado lejos como para que Ledt lograra alcanzarla con el brazo. Irremediablemente la muchacha cayó desde una importante altura.

Justo en el momento en que el cuerpo casi inconsciente de Hiddigh estaba a punto de tocar el suelo, una serie de zarcillos brotaron de la tierra para atraparla y frenar la brusca caída. Ledthrin todavía conteniendo la respiración miró entre la oscuridad, encontrándose con un rostro que enseguida se le hizo familiar.

«No podía creer lo que mis ojos estaban viendo», se oyó una voz sin dirección y de genero incierto.

—¿Hiddigh, estás bien? —gritó el guerrero, mientras corría al encuentro de la muchacha.

—Veo que traes compañía, joven busca aventuras. ¿Acaso olvidaste que Abul no es muy afable con los extraños? —esta vez la voz se escuchó más cercana, también se oyó el ruido de las pisadas de un caballo que se acercaba—. La chica está bien, suerte que logré atraparla antes que cayera, seguro se habría hecho bastante daño.

Hiddigh se había desmayado y Ledt la recogió en brazos. Levantó la cabeza y se topó con una hermosa cabellera plateada y ojos ambarinos refulgiendo a la luz de la luna. Venía montada en un magnífico corcel blanco, detrás de su capa sobresalía un preciso arco tallado y un carcaj lleno de flechas.

—Me alegra volver a verte, Lenanshra Dríhada —dijo al fin y reverenció con la cabeza.

—Estás hecho todo un noble hijo de Sarbia. No sabes el regocijo que hay en mi alma con saberte vivo —le dijo ella.

—He venido a veros y a vuestro padre.

—Estará encantado de recibirte, Ledthrin I'lerion. Todos estarán felices de saber que estás de regreso —La elfo sonrió y dio media vuelta a la montura—. ¡Abre la puerta Abul!.

El enorme roble se encorvó y dejó ver la oscura cueva hiriendo la montaña, desde la cual poco a poco comenzaron a destellar centenares de luces. En ese momento Hiddigh comenzó a reaccionar.

—Bienvenida otra vez Hidd, me asustaste como nunca —confesó el guerrero, que aún la sostenía entre los brazos.

—¿Qué?! Oh, por Himea! —cerró los ojos y se los tapó con las manos—. Creí que esa cosa iba a matarnos, ¿qué pasó?

—Te soltó y ahora vamos a visitar a los elfos —Señaló la cueva, y llevó a Hiddigh hasta la cabalgadura—. ¿Puedes montar? —Ella aseveró con la cabeza.

—Seguro tienes una gran historia para contarnos, no es así Ledthrin. —Lenanshra se acercó nuevamente al guerrero y percatándose de que Hidd había despertado, la saludó—: Shur ar'he ethanie.

Hiddigh, anonadada con la vista de aquella sublime hembra, solo se limitó a sonreír y musitar algo que al final se entendió como un saludo.

—¿Shur ar-je asani? Es ella una elfo, ¿verdad? —preguntó en voz baja.

—He dicho, que eres bienvenida muchacha —se apuró en responder Lenanshra, en la lengua unificada y bosquejando una sutil sonrisa—. Tu debes ser, Hiddigh Thlen ¿Estoy en lo cierto?

Even. —respondió un gracias con un llano élfico y asintió con la cabeza—. ¿Usted me conoce?

—Algo así, claro que sí. Aunque no me hizo falta leerlo de su mente— y lo dijo mirando a Ledt—. Este muchacho no paraba de hablar de ti, cuando estuvo entre nosotros.

Hiddigh se sonrojó y apartó la mirada. Cuando lo hizo se dio cuenta de que en derredor un sequito de cabelleras igual de doradas, orejas puntiagudas y tersas pieles los acompañaba.

—Vamos, vengan antes de que Abul cambie de opinión y nos cierre el paso. No sería la primera vez que lo hace. —La elfo se sonrió y llamó a su grupo dentro de la cueva.

***

La mañana despertó con el inconfundible sonido del cuerno, que señalaba que alguien había llegado a Asherdion. Lidias se desperezó enseguida y se arrimó a la ventanita que en su habitación daba hacia la entrada. Se asomó para ver de qué se trataba y grande fue su sorpresa al ver entre el grupo de la hija mayor de Thereon, a un rostro conocido pero que, sin embargo, notaba de algún modo distinto—¡por supuesto! , es Ledthrin que se ha cortado el cabello—. Se levantó de la cama y se vistió con rapidez. Afuera ya la esperaba Fausto, con una expresión de alegría.

—No sabes quien está allá afuera —le dijo con entusiasmo.

—Es el Sarbiano, ya lo he visto —Lidias se apresuró por el pasillo y salió a la terraza, seguida por Fausto.

Afuera lord Thereon saludaba a su hija y la compañía, luego con gran afecto se acercó a Ledthrin y poniéndole las manos sobre los hombros, le dio un fraternal abrazo.

Shur ar'he fihor'ehe. Eldu'ah —dijo el patriarca elfo en su lengua y sabía que Ledt podía entenderlo.

—Fehe'ehe' even —respondió Ledthrin, agradecido por ser recibido como un hijo—. Es bueno volver.

Entonces se acercó Nawey que esperaba con impaciencia su turno para allegarse al guerrero y saludarlo. Cuando estuvo frente a él, no se contuvo y lo amarró en un fuerte abrazo. Algo un poco extraño para los elfos, que se mostraban generalmente menos efusivos.

—Por fin te veo y se hace real lo que me habían contado, que estabas vivo y habías regresado. —Nawey se separó del guerrero y volviéndose hacia Hiddigh, se agachó y la saludó extendiendo su mano—. Se bienvenida a nuestro hogar, Hiddigh Thlen.

—Gracias —dijo ella aún nerviosa.

—Es un alivió verte aquí Nawey —indicó Ledt y volviéndose ésta para mirarlo agregó—: Tan pronto me enteré lo de la Torre Blanca, vine enseguida.

—Oh, eso fue una tragedia horrible. Todavía estamos consternados con la noticia.

—Sí, un suceso lamentable en verdad —el guerrero carraspeó y agregó—: Bueno, hay algo más que quizá tú puedas saber. Y es que supe que todos quienes estaban allí habían muerto, conocí a la princesa de Farthias hace unas semanas, ella estaba en la torre junto a su escudero. No sabes si...

—¡Ledt...!— se oyó un grito desde atrás—. ¿No me lo creo? Sí que eres tú campeón...

El guerrero reconoció la voz de inmediato y se volteó para buscar entre las rubias cabezas, la negra cabellera crespa de Fausto. El cazador se aproximaba dando raudos trancos y saltando los peldaños de la escalinata que lo llevaban a la terraza, en donde se hallaba la comitiva de Lenanshra y Ledt.

—¿Quién es éste? —preguntó Lenanshra a Nawey, frunciendo el ceño en señal de reprobación, su hermana se limitó a encogerse de hombros y apretar los dientes.

Cuando el cazador logró llegar hasta Ledthrin, lo saludó con un afectuoso abrazo. Y enseguida alzó la mirada, encontrándose más atrás con la figura de Lidias apostada en uno de los pilares.

—Que gusto me da volver a verlos. Y tan pronto, es totalmente inesperado. —Sonrió—. ¿Todo bien? ¿Qué pasó? Ustedes estaban en la torre ¿No?

—Bueno. —Fausto levantó los hombros—. Es una larga historia y a Lidias no creo le guste seguir recordando.

—Entiendo, pero que bueno es saber que están bien—. Le palmoteó la espalda.

—Ella es...

—Oh, discúlpame. Hiddigh él es Fausto, de quien te hablé en el camino—. La chica le ofreció una sonrisa y estiró la mano. Fausto complacido la tomó y le besó el dorso, a la usanza de Farthias de saludar a la nobleza femenina.

—Un gusto conocerla al fin —dijo Fausto. Miró de soslayo a Ledt y sonrió con complicidad.

En todo eso, la princesa se acercó despacio y esperó a que la comitiva fuera convidada ingresar, para acercarse a Ledt y saludarlo con gran agrado. Lo mismo hizo con Hiddigh, también Nawey se encargó de presentar a Lenanshra, su hermana y guardabosques de Asherdion. Fausto que con la emoción de saludar al guerrero y a Hiddigh, poco se había percatado del acompañamiento de los elfos, ya más acostumbrado a ver tantos esbeltos, altos y rubios personajes no había reparado en Lenanshra, sino hasta ese momento. Entonces no pudo quitarse del pensamiento: las delicadas facciones, lo oblongo de su silueta y la perfección de su rostro; el escudero se prendó de la guardabosque aquel mismo momento.

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