El Libro de Liliaht -XIII-
Se despertó en medio de la madrugada empapado de frío sudor. La luna asomaba por el ventanal a través de las finas cortinas apenas entrecerradas. Era muy maniático, se aseguraba cada noche él mismo de dejarlas así, y no podía dormirse si quedaban fuera de lugar, mucho menos cuando la luz de la alborada se colaba entremedio y lo desvelaba en las mañanas. Respiró agitado y reparó en las sombras de la habitación, como cerciorándose de que todo estuviese en perfecto orden. Y lo estaba.
Un miedo insólito le viciaba el intelecto y lo estaba volviendo susceptible a visiones paranoicas y susurros al aire «Todo está bien». Cogió un jarro con agua del velador y llenó un vaso de cristal con ella «Solo ha sido un sueño, un estúpido sueño», se tranquilizó a sí mismo secándose las gotas de sudor de la frente con las mangas de la camisola, luego terminó de beber el agua.
Había pasado un día completo encerrado en la alcoba, examinando el libro. Lo observaba, pasaba sus dedos por la gruesa envoltura de la portada, sin conseguir nada. No podía abrirlo. El refulgente sello dorado en el anverso parecía burlarse de él, cada vez que lo contemplaba intentando descifrar alguna artimaña, un símbolo pasado por alto la vez anterior. Pero era en vano. Lo venía observando tantas veces que ya no recordaba cuantas, se sabía de memoria los relieves, las divisas y ribetes que le adornaban (y no eran pocos), exactamente doscientas cuarenta figuras distintas conformaban la imagen en forma de moneda, que ocupaba casi la totalidad de las dimensiones de la portada. Era un ejemplar singular, tenía una tira de cuero desde la cual guindaba una hebilla metálica dorada, no tenía ningún tipo de ojal, ni mecanismo que pretendiera hacer de cerradura en la cual encajar alguna llave, sin embargo, estaba sellado e imposible de abrir.
Buscó varias maneras de abrirlo usando la fuerza, ejerciendo presión y haciendo palanca. Pero el broche no cedía, una fuerza invisible a sus ojos lo mantenía cerrado. Bien le había dicho Anetth: "El libro no se abrirá, a menos que alguien afloje el complicado nudo que los altos hechiceros han puesto en él". «Maldita prodigio, si estuviera aquí la habría obligado a ayudarme», pensó entonces.
Condrid había nacido con el Don, su anómala pituitaria le otorgaba este sexto sentido, pero lo había aprendido a ocultar y es por eso que jamás asistió a la Torre Blanca para perfeccionarse. Sin embargo, de un modo totalmente autodidacta había logrado proezas interesantes usando la Conexión.
«Anetth tiene razón, tengo que aprender a abrirlo usando la Conexión. Tengo que desmarañar esos nudos, después de todo el poder que reside en él, no podré dominarlo si ni siquiera soy capaz de abrir un sello aplicado por hechiceros de segunda», desde entonces se concentró en madurar sus habilidades.
Los sueños con Lidias se estaban volviendo repetitivos. ¿Será posible que continúe con vida? Una parte muy dentro de la mente de Condrid sostenía aquella idea, la abarajaba y volvía a refutar. Sin embargo, cada vez que aquel pensamiento emergía, una sensación ajena y extrañamente placentera impregnaba su ser: algo similar a la esperanza. Por supuesto que dicha impresión solo duraba lo que un pestañeo, para luego ser remplazada por la ira y el rencor.
Sí, sentía un profundo rencor por Lidias, alimentado por el despecho hacia Vian y un desmesurado odio a Theodem. «¿Por qué lo elegiste a él, antes que a mí? ¿Por qué? Si eras mía, lo dijiste tantas veces» Se levantó de la cama y contempló la fría noche desde la ventana. «Pudiste hacerme tu rey, habríamos gobernado juntos y todavía vivirías junto a mí. Mira lo que me has hecho, en lo que me has convertido. Ya te he asesinado dos veces, e incontables veces más en sueños. Sí, nuestra hija bastarda Lidias, idéntica a ti, me apuñalaba el corazón cada vez que la tenía enfrente y te veía en sus malditos bellos ojos.» La mirada de Condrid se irritó, se llevó una mano hasta la frente y comenzó a llorar. Al principio solo un par de lágrimas resbalaron por su nariz, luego un torrente acompañado de angustiosos gimoteos le empapó el rostro.
—Lo siento Vian, jamás me perdonaré lo que te hice. —Enjuagó el llanto con el puño de la camisola—. Jamás voy a lograr olvidarte, maldita sea. Y ahora ¿cómo hago para enmendar el daño que he causado?
»Asesiné a nuestra hija !Los dioses me maldigan!, pero así lo he hecho y así lo planeé. Soy un monstruo Vian y no puedo ni quiero hacer nada para corregirlo, solo el poder y la gloria me hará sentir mejor. Sí, nadie me negará el sitio que me pertenece. Nadie sobre mí, seré un dios en este mundo y tu desde la casa de Celadora podrás verme y te arrepentirás, te lamentarás por no haberme escogido en vez de a Theodem ¿Quién es él ahora? Un montón de carne para alimentar gusanos, pero yo en cambio: seré el dios de toda Thyera.
«Era el ciclo segundo del primer mes de otoño, una noche de cuarto menguante, oscura y tibia. El cielo sin estrellas pregonaba lluvia por la madrugada, el agua del cielo lavaría las huellas de su impúdico cometido.
Sus manos todavía apretaban la garganta de Vian, ejercían una presión ya innecesaria, hacía largo rato había dejado ya de luchar. Tenia ambos antebrazos arañados, y su sangre goteaba empapando las mejillas ya sin color de su amada.
Lloró con amargura sobre el cuerpo sin vida de Vian, tendido sobre la hierba, el cabello esparramado sus labios entreabiertos invitaban un último beso. Se arrodilló junto a ella levantó, colocó su cabeza sobre el regazo enrolló un extremo de soga alrededor de su cuello. Limpió la sangre en su rostro, con el agua de sus lágrimas y luego volvió a dejarla allí tendida.
Un trueno lo hizo crisparse, se avecinaba la tormenta, apuró la soga sobre la gruesa rama de un olmo que había sido testigo mudo de sus infidelidades, aquella noche de su crimen. Jaló una y otra vez, levantando el cuerpo de su amada hasta que sus pies se hallaron a dos palmos del suelo.
—Tu destino era conmigo, Vian. El suicidio era el único camino ante la desesperanza. —dijo Condrid en voz alta, contemplando su propia obra.»
Lord Condrid, se quedó mirando la luna largo rato. Las nubes la ocultaban a momentos, pero su platinado brillo se negaba a opacarse con éstas. Y así pasaron horas hasta que lentamente la esfera blanquecina se perdió en occidente.
Lejos del palacio, la misma luna acariciaba con su luz a una particular caravana. A los seis elfos que escoltaban a la dama de Asherdion se le sumaba Fausto, Jen y Lidias. Atravesaban el bosque al galope, les apremiaba llegar pronto a los dominios de lord Thereon y regresar a la seguridad de las tierras de los elfos: el relato de la princesa, había turbado al grupo y ahora viajaban envueltos en una sensación de inquietud.
Jen montado sobre su rocín iba atado de ambas manos y guiado por Fausto. La princesa había dicho—: "Lo siento Jen, pero no puedo dejarte regresar con Roman, ni quiero que te sigas involucrando en mis asuntos —Ella lo pensó un momento y agregó—: Viajarás a Asherdion con nosotros, pero lo harás como nuestro prisionero. Tan pronto estemos allí, tendré que pedirle a lord Thereon que te encarcele, al menos hasta que todo se resuelva y sea seguro que vuelvas. Lo siento mucho, créeme. Agradezco que me hayas cuidado cuando estaba herida, pero es importante que nadie se entere que sigo con vida por ahora".
A Fausto le hacía gracia la situación del siervo de Roman, sin embargo, como sabía que no era un mal tipo intentaba que la situación fuera lo más cómoda posible para ambos. Seguían conversando como lo habrían hecho durante todo el viaje hasta allí, pues al cazador no le paraba la lengua.
Más delante, iban Nawey y Lidias al centro del grupo de elfos.
—Antes del amanecer estaremos en Asherdion —dijo Nawey que cabalgaba muy a la vera de Lidias, que tenía el semblante agitado.
—No quiero sonar áspera Nawey, ni dudo de la sabiduría de lord Thereon. —La miró de soslayo para no perder su concentración en el camino, entre ramas y el boscaje. —, Pero no estoy segura si puedo confiar en la protección de tu padre para con mi pueblo.
—¿Por qué lo dices? —preguntó algo sorprendida.
—No lo sé, después de todo son extranjeros. ¿Sería sensato dejar en manos ajenas una decisión que podría tener repercusiones que ahora mismo no sé dimensionar? —respondió dubitativa.
—Dama de Farthias, os aseguro que padre velará por vuestra seguridad y la de vuestro reino.
—Así lo espero. Ahora mismo siento que debería estar marchando en la dirección opuesta y encarar a Condrid en vez salir corriendo al amparo del Imperio y encima..., —prefirió abstenerse de continuar la frase.
—No, está bien. Puedes decirlo. —Nawey le quitó los ojos al camino para mirar a Lidias.
—Yo, iba a decir con los elfos —indicó y el semblante se le ruborizó.
—Con el pueblo al que te enseñaron a odiar. —Volvió la mirada al claro del bosque iluminado por la luna—. Lo entiendo princesa, sé lo que los hombres piensan de nosotros. Y tú naciste entre cuatro paredes de una corte en la que todos detestan a los primogénitos de Himea, es comprensible que te sientas así.
—Lo siento Nawey. En serio, sabes que no es lo que pienso. —Lidias se sentía avergonzada de sus palabras—. Es que ahora mismo mi corazón es un mar de sentimientos encontrados.
Miró hacia atrás, Fausto se hallaba a por lo menos veinte varas de distancia entre ellas, adelante Leonel y Torel les rebasaban en una distancia semejante. Los escoltas que no viajaban montados avanzaban dispersos formando un círculo de protección con radio de quince varas entre la foresta. Se aseguró de que no podrían oírla y se pronunció:
—No sé el porqué, pero desde siempre he confiado en tu pueblo y sobre todo en ti como el referente más cercano. Ya sabes, desde pequeña te vi en la Torre y me enseñaste alguna que otra disciplina. —La princesa estaba nerviosa, por primera vez alguien escucharía lo que guardaba en su interior, o al menos un pequeño resquicio—. Bien, me ha pasado solo con dos personas que sin conocerlas lo suficiente, siento que puedo confiarles. Primero contigo, luego fue Fausto y ahora el pobre está hasta la nariz en este lío.
—Puedes estar segura de que soy digna de tu confianza, aunque no por ello deje de sorprenderme y honrarme tu confidencia. —Sonrió Nawey.
—Quiero asesinar a Condrid. —El tono y semblante de la princesa se oscureció tan pronto pronunció la frase—. Ahora que sé estuvo detrás de la muerte de mi padre, es mi deber castigarlo. Lo mismo que a esa bruja de Anetth y todas sus mentiras.
—Es un sentimiento bastante oscuro, princesa. —La elfo meditó un momento—. Es muy extraño lo que ocurrió con Anetth, quiero decir, lo que me parece inverosímil es el hecho de que sea portadora de un engarce que sólo pudo ser forjado en Escaniev.
—En el instante en que me enteré, no podía asimilarlo —confesó con pesar—. Ella no sólo me traicionó a mí, traicionó a su hermandad, al maestre, a su rey. Es tan duro creer que siempre fue ella, la tuve a mi lado durante una semana y no lo sabía. Pude acabar con ella y mi venganza habría estado casi completa.
—Si me permites, no me gusta oírte hablar de ese modo. —Nawey la miró de nuevo y negó con la cabeza—. No es propio de lo que se espera de ti.
—¿Y que es todo eso que esperan de mí? —preguntó con desenfado y agregó—: es más, ¿quién o quiénes son los que esperan ese algo? Ya estoy harta, Nawey.
—Tranquila Hija del Norte —apaciguó la elfo—. No es quién o quiénes, es el destino. No naciste para vengar a tu padre, hay un propósito mucho más noble en ti.
—Empiezas a hablar como el maestre Orgmôn —señaló bajando el tono de su voz— ¿Por qué pueden estar tan seguros que mi propósito en la vida es distinto al que intento trazar?
—¿Qué harás cuando obtengas tu venganza? —preguntó con sequedad.
—Pues... —titubeó—. No lo sé en realidad.
—Ves, el rencor te está cegando. No puedes permitírtelo, no tú. —Puso atención a las riendas y luego se volvió hacia Lidias—. Eres la princesa de Farthias y tienes una responsabilidad enorme con tu gente.
—Siento que no pueda estar a la altura.
—¿Lo crees?
—Lo creo, no tengo lo necesario.
—Hay más en ti de lo que tu misma conoces. Llegado el momento aflorará y sabremos el porqué la mañana de ayer estuve allí para salvar tu vida.
—Azar.
—Una serie de eventos afortunados.
—Murió gente Nawey, fui apuñalada por orden de un hombre que dice ser mi padre...
—Y aquí estamos, hablando entre las dos.
—Tengo que desenmascarar a Condrid.
—Me resulta sensato.
La caravana menguo el avance tan pronto se hallaron a los pies de una enorme montaña que se alzaba sobre el bosque que la trepaba. A pocas varas de seguir, el grupo se detuvo en seco frente a un descomunal roble, que se empotraba al pie de un desfiladero. Tanto Lidias y quizá cuánto más Fausto y Jen quedaron perplejos, al ver como aquel roble empezaba a sacudirse y desprender del suelo las gigantescas raíces, levantando la tierra bajo sus pies. Un grave sonido precedido por un crujidero de ramas, y el resquebrar de la corteza que generó lo que en evidencia se trataba de dos ojos y un agujero oscuro que bien podía asemejárselo con una boca.
—Han traído a tres extraños —dijo la voz que parecía provenir de aquel "árbol" —¡Humanos!, si mis viejos ojos no me engañan.
—Tranquilo Abul, son nuestros invitados —le dijo Nawey alzando la mirada, y señalando con el brazo a los extranjeros.
—Humm. ¡Bah! —gruñó— No sé si eso sea una buena excusa, para no pisotearlos como quisiera.
—Vamos, Abul, sé que no hablas en serio. —Miró a Lidias y a los otros dos humanos—. No se preocupen, quizá jamás antes hallan visto a un Erghtrent, o Árbol Parlante en lengua común. No hay nada que temer, son criaturas honestas y sensibles, aunque quizá no muy amables. Abul es huraño con los extraños, pero es mi Althama, no va hacerles daño.
—Creo que voy a necesitar una muda de pantalones —dijo Fausto, reculando sobre la montura.
—Vaya si eres valiente algunas veces y cobarde para otras —inquirió Nawey y miró a Lidias—. ¿Puedes creer que pensaba enfrentarse a nosotros? Creyó que éramos unos bandidos y pensaba enfrentarnos para protegerte cuando estabas herida en la cabaña.
—Es un fanfarrón, si no me lo cuentas ahora ya me lo estaría echando en cara más adelante. —La princesa sonrió.
—Iremos a ver a mi padre —le aseguró Nawey al Erghtrent—. Déjanos pasar.
Enseguida el roble se dobló, lo suficiente, como para dejar a la vista un agujero profundo que hería la roca de la montaña tras él. Una tupida vegetación y musgo verde adornaban la entrada.
—Bienvenidos a las puertas de nuestro hogar. —les dijo la elfo a los invitados—. Leonel, por favor adelántate y avisa a mi padre de nuestra llegada. —El elfo obedeció y se perdió al galope en la oscuridad de la cueva. El resto del grupo se adentró al paso, el último en entrar fue Torel que vigilaba desde su montura que todo estuviese en perfecto orden.
La cueva que parecía tan oscura desde afuera, tan pronto iban avanzando en su interior cientos de pequeñas lucecillas azules se encendían en el piso, generando ribetes que se expandían por las paredes hasta perderse en la inmensidad del pasillo, tal como las ondas superficiales del agua. Sin embargo, el suelo no era liquido en absoluto, era roca firme al igual que los muros. Los destellos celeste y azul iluminaban el avance de la caravana generando hermosas combinaciones, que evocaban a la luna rielando sobre el mar nocturno.
—Esto es más de lo que podría haber imaginado —aseguró Fausto, mientras observaba anonadado los destellos y avanzaba acercándose a Lidias y Nawey—. Parece que estuviera soñando.
—Ojalá y esto fuera solo un mal sueño Fausto —habló de pronto Jen—. Lo que ha ocurrido es horrible.
—Tienes razón, vimos cosas terribles esa noche que en verdad quisiera olvidar. —El cazador sacudió la cabeza y luego gritó para que la elfo le oyera—: No tendrán en su hogar, un buen vino ¿No sé si suene descortés? Pero en verdad lo necesito.
—¡Ay! Fasto ¿Por qué no cierras la boca? —le reprendió Lidias.
—Ev'nuel, es la mejor cosecha que tenemos. —Sonrió Nawey—. Cuando lo pruebes, quizá el vino de Anduil te sepa a barbarie.
—Allí lo tienes, los elfos como siempre los mejores en todo —se le escapó a Jen entre dientes. Nawey aunque escuchó el comentario hiso mero caso y siguió con el avance.
—Así que tú eres una de las hijas del señor elfo ¿No? —El cazador volvió a iniciar conversa y se adelantó a su vera. —Entonces, conoces a Ledthrin ¿Verdad?
—¿Ledthrin? —Nawey hizo un espasmo involuntario de sorpresa— ¿De dónde conoces ese nombre?
—Sí, Ledt el guerrero, viajó con nosotros unos días. Iba hacia Ismerlik...
—Espera Fausto —interrumpió la elfo—. No estaba enterada de esto, estás hablando de..., ¡Enh'even!
—¿Qué? ¿Fue algo que dije? —Nawey no podía contener la expresión de alegría en el rostro, que Fausto notó al instante.
—¡Está vivo! —Sonrió— El muchacho regresó y ahora es un guerrero.
—Volvió a su pueblo hace ocho días, ya debe estar con los suyos —le dijo Lidias. —Fue un verdadero regalo del destino hallárnoslo en el lugar y en el momento preciso.
—¡Enh'even! —repitió la elfo— Gracias a la diosa, que escuchó mis plegarias.
Lidias y Fausto intercambiaron miradas, mas el asunto quedó en el aire. Frente a ellos la luz del otro lado del pasaje encandilaba sus ojos. Cuando hubieron cruzado el túnel y la blanca luz en el exterior ya no cegaba sus ojos, enseguida el sonido inconfundible de un cuerno resonó en sus oídos.
—¡Shur ar'he erghten iho eh'ni! —Gritó la melódica voz de Leonel, que les salió al encuentro montado aun en el hermoso corcel plateado. — Bienvenidos a la tierra de los elfos del Este.
—Leonel'even —respondió Nawey y llamó—: Edunha ar'eh iholor.
—Shur ar'he fher'ehe anh'ire —Con una solemne sonrisa, un elfo alto: de mirada amable y profunda, bajó las escalinatas de piedra con elegante parsimonia, hasta encontrarse con la caravana recién llegada. —El sol de la mañana ha vuelto a Asherdion, con tu llegada.
—Me temo que no por la buena fortuna, padre —indicó la elfo.
—Ya me contarás los detalles. —Y mirando al grupo de humanos agregó—: La casa de Asherdion es la casa de la princesa del Norte. Para Farthias mis buenas intenciones.
—Gracias, lord Thereon —respondió Lidias e inclinando la cabeza agregó—: Farthias le saluda, desde las cuatro casas del viento.
La princesa bajó de la montura, lo mismo hizo Fausto quien, fue a ayudar a Jen para que también lo hiciera. El señor elfo, los instó a entrar a la maravillosa edificación que tenían delante. Las construcciones perfectas y simétricas, se descolgaban de columnas labradas en roca. Miraron al cielo y se dieron cuenta, de que estaban en el corazón del cordón montañoso al este de Sarbia. La ciudad estaba rodeada de la pared salvaje y rocosa de picudas montañas que protegían Asherdion rodeándole por completo y cuya única entrada y salida era aquel túnel que habían atravesado.
***
La mañana había amanecido algo nublada en Farthias, y el sol solo parecía haberse presentado para abochornar aquel día, lo cual tenía de muy mal humor a Condrid, que poco había conseguido dormir la noche anterior. Muy temprano había recibido un mensaje del embajador de Sarbia, lord Adbadul. Requería de una reunión con carácter urgente. «Malditos indeseables, pronto dejaré de tener que lidiar con ustedes» pensó mientras se levantaba y vestía para recibirlo en el salón del trono.
Hasta la estancia real, llegó lord Adbadul con un semblante muy serio y pidió a su guardia personal que lo esperasen fuera del salón. El asunto debía ser complicado o bien, requerir mucha discreción para que tomara una actitud semejante, Condrid ocultó su nerviosismo ofreciéndole algo de beber antes de empezar.
—Sabe bien que no bebo, lord Protector —lo rechazó aquel varón de mediana edad y cabellos canos.
Adbadul era un hijo de Sarbia, lo que en todo Thyera llaman "Greco", o falso-Guardián (Filliato'Ghrdan). Una raza menos emparentada con los hombres que los elfos, pero que, sin embargo, no presentan mayores diferencias morfológicas a excepción de sus ojos carentes de iris al igual que sus ancestros, los auto llamados Guardianes.
—Prefiero ir directo al punto, sin detenerme en otras cuestiones —comenzó el Greco— ¿Qué pasó con el Libro?
—El.. ¿libro? —preguntó Condrid, haciéndose el desentendido.
—En la alta Torre Blanca, se hallaba custodiado el Libro —explicó y pronunció lentamente la palabra «Libro»—. Ahora que la lamentable desgracia ocurrió, es relevante conocer, cuál fue su paradero.
—No estoy entendiendo, embajador —se excusó y tragó saliva—. Creo que no estoy al tanto de lo que me habla.
—lord Condrid, Protector del Reino. Usted sabe perfectamente de lo que estoy hablando —El tono de aquel varón se tornó muy duro—. Es un secreto para muchos, pero no para el gobernante y su canciller. Yo, no estoy seguro de si conozcan o no la magnitud de la importancia de dicha pieza, o solo está vedada para los miembros del conclave de los Capa Púrpura...
—Embajador, los Capa Purpura ya no existen —interrumpió.
—Estoy al tanto de eso, lord Protector —El Greco comenzaba a exasperarse—. No quiero llevar esta conversación a otros puertos.
»La torre de Thirminlgon era un lugar importante, no solo por ser la mayor academia de hechicería en todo el continente, incluso me atrevo a decir que era mejor que cualquiera de las de Sarbia. Sin embargo, usted bien sabe que en su biblioteca se guardaban registros y documentos muy importantes para la historia de toda Thyera, más aun lo que podría ser uno de los más importantes y peligrosos: el Libro de Liliaht.
—Vaya, usted si que conoce bien el terreno donde pisa ¿no es así embajador?
—No por nada soy diplomático de la emperatriz —respondió altanero—. ¿Qué ocurrió con el Libro?
—No está —fue la seca respuesta de Condrid.
—¿No está? —Frunció el entrecejo— ¿Eso es todo?
—No, no tenemos idea de quién lo haya hurtado. Pero manejamos dos hipótesis. —expuso mirándole a los blanquecinos ojos.
—Lo escucho, lord Protector. —Cruzó los brazos.
—Es muy posible que los culpables de la tragedia sean los Capa Púrpura, de ser así bien creemos que alguno de sus altos mando esté detrás y se haya llevado el Libro. —explicó con desgana y luego agregó con voz inquisidora—. Pero otra suposición, apunta al hembra elfo que impartía clases allí y que según los registros: no se encontraba el día de la desgracia.
—Espere... —intervino el embajador—. Apunta a que Nawey Dríhada la hija del señor elfo, se robó el Libro de Liliaht. —lanzó una carcajada—. Debe ser una broma. Sugiere que una elfo del Este se esté ensuciando las manos con el robo de un artilugio que bien podría matarla. Es totalmente improbable.
—Pues mi ignorancia con respecto al asunto, al parecer le hace mucha gracia lord Adbadul. Quizá podría empezar por instruirme algo en la materia para serle de mayor ayuda —propuso con gesto inocente.
—Como lo veo, la situación es dramática lord Protector— explicó el embajador, muy serio—. Usted, no está dimensionando el asunto. Aquí en Freidham, está a punto de iniciarse una guerra civil entre su gobierno y los destituidos Sagrada Orden, a lo cual usted parece no atender. Sin embargo, puedo decirle que, si el Libro está en manos de alguno de ellos, con la habilidad de manipular la "Conexión", entonces no solo le aseguro que usted está perdido, y no solo porque con el poder de ese maldito libro los Capas Púrpura podrían destruirlo, sino que el mismo imperio se vendrá contra Farthias, sin que le quepa una duda: hay que evitar a toda costa que nadie vuelva a abrir ese manuscrito.
—Es una amenaza ¿Embajador? —Las pobladas cejas de Condrid se juntaron a más no poder, endureciéndole la mirada.
—Tómelo como advertencia. Tiene una semana para recuperar el Libro, o me veré en la obligación de informar al imperio. —Reverenció con solemnidad y se dispuso a salir del salón.
—No voy a tolerar amenazas de parte del imperio otra vez. Recuperaré el maldito manuscrito y luego cerraré las fronteras para Sarbia —Condrid se levantó del trono y gritó a viva voz—: No me importan sus malditas advertencias, ya estoy harto de ustedes, de la emperatriz y todas sus reglas. ¿Quieren a Farthias fuera de la Unión de Thyera? Pues Farthias está fuera de la Unión ¿Qué van a hacer? ¿Asediarnos? La emperatriz sabe, que algo así va directamente en contra de todos los tratados con los pueblos han firmado la Unión, si va a iniciar una guerra, más le vale que sus motivos estén bien claros y retractarse del tratado, no es razón suficiente.
—Una semana, lord Protector —Volvió a reverenciar—. O no seré yo quien decida el curso que tomarán las cosas, solo informaré a la emperatriz de que el Libro se ha extraviado.
El embajador salió del salón y Condrid quedó solo, rojo de furia. Sus planes estaban viéndose afectados, si bien todo se estaba dando según lo pensó, una misiva con la noticia al imperio, podría afectar de mala manera las relaciones con la emperatriz. Lo cual no le convenía en absoluto por ahora. Sin embargo, la idea de cerrar las fronteras y expulsar a la embajada era necesario. Sabía que tenía que apurar las cosas, ahora solo tenía una semana para lograr abrir el Libro, antes de tener que hallar a alguien para culpar.
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