De camino a Freidham -XX-
«La oscuridad bañaba todo, no oía sonidos, no distinguía olores. El sabor de la sangre en su boca era la única certeza de que aún seguía con vida. La sensación de pesar a su espalda, le advertía que había alguien o algo tras de ella.
¿Está ocurriendo de nuevo? La pregunta en su mente apuntaba a un recuerdo de noches anteriores. Había soñado una y otra vez con la misma escena, sin embargo, cada nueva pesadilla tenía un tinte distinto que se acercaba más a una revelación. Iba a morir, eso estaba claro. No le temía a la muerte, pero exigía una explicación, un motivo que le otorgara algún sentido.
El rugir de una bestia abombó sus oídos, evidencia de que todavía podía oír. Pero el ruido no era real, estaba en su mente, no estaba despierta. Se vio a sí misma entre la espesa negrura, estaba de pie y sola avanzando hacia la nada. —Igratëh-Rugëh Deroveth. —Dijo una voz de fondo, pero no había nadie más allí.
Pronto la oscuridad se volvió anaranjada, y luego la negrura no era tal sino fuego, fuego aciago y antinatural. —El fuego del Dragón.».
Despertó con sobresalto, aun así el abrir de sus parpados no develó la luz. Entonces lo recordó, todavía estaba en aquella cueva, maniatada y malherida —¿Cuánto tiempo habría pasado? ¿Cuatro días? ¿Seis?¿Una semana?—. Ella lo ignoraba del todo. Deroveth había pasado ocho noches en el encierro y absoluta oscuridad.
El dolor de su maltrecho cuerpo era inenarrable, no obstante, lo soportaba mejor que el sufrimiento de su quebrantado espíritu. Había caído en una trampa. Desde un principio fue su orgullo el que la llevó a marchar con un reducido ejercito hacia una emboscada poco preparada. ¿Qué había sido de su padre? A estas alturas si aún vivía, una milicia ya habría caído en su ayuda, lo obvio era que había abdicado; aunque cabía la posibilidad de que la estuviesen usando como rehén. «¿Cómo rehén?» Meneó la cabeza negando. «La Igratëh-Rugëh, como una indefensa oveja».
—¿Por qué aun me mantienen con vida? —se preguntó a viva voz, y se hizo un eco en la rocosa bóveda.
—Porque aún no es el momento. —La voz de Agneth resonó burlona entre la oscuridad.
—¿Agneth? ¿Eres tú, infame bruja? —Los labios resecos de Deroveth temblaban de frío y le castañeteaban los dientes— ¿Has venido a burlarte de mí?
—Sí, y también no —concluyó con una carcajada.
—¿Qué hizo ese malparido a mi padre? —vociferó, recuperando el calor desde su visceral ira.
La hechicera reparó un momento antes de responder. Luego acercándose unos pasos más hasta Deroveth, dijo con voz algo más queda—: Acabó con él, como estaba predicho.
Deroveth guardó un doloroso silencio. Luego de un suspiro de entrega, cedió paso a Agneth para continuar hablando.
—Fue un duelo justo, confieso que en algún momento llegué a dudar si Dragh sería el vencedor. —La hechicera guio otro paso hasta quedar frente a la prisionera.
La exhalación entrecortada de Deroveth, recaía cálida sobre el rostro de Agneth. Ninguna de las dos podía ver a la otra en aquella oscuridad, aun así, a esa distancia podían percibirse perfectamente. Tanto que la hechicera podía sentir a quema ropa el odio creciente en el corazón de la guerrera.
—Llevas más de una semana herida y sin apenas probar un trago —indicó Agneth llevando sus dedos a la piel de la brava hembra—. Admiro tu fortaleza Igratëh-Rugëh...
—Deroveth, ahora solo soy Deroveth —interrumpió.
—Cierto. —Emitió una risa—, de todas maneras, me sigue asombrando tu fuerza e inquebrantable voluntad.
Agneth comenzó a recorrer con la yema de sus dedos la pierna de Deroveth, tanteó la firmeza de sus vigorosos muslos y se sonrió. De pronto subió hasta su cuello, estrangulándola con rudeza moderada, no la suficiente como para llegar a asfixiarla. Agneth, parecía disfrutarlo, estaba jugando con ella. Una vez la soltó, siguió paseándose al lado de la silueta ensombrecida de la bárbaro, maniatada de pies y manos sobre la roca.
Deroveth guardó silencio y se estremeció intentando ocultar que sentía tanto frio que creía que sus huesos la iban a matar.
—Oí que todavía luchas para evitar ser ultrajada. —Los dedos de Agneth, se pasearon por su rostro—. Guerreros que una vez estuvieron sometidos bajo tu nombre, ¿no es así? Que ironías de la vida, ha de ser un vejamen difícil de aguantar.
—¿Por qué no cierras la boca..., o me dices de una vez a lo que has venido? —El castañeteo de sus dientes se intensificó, la caverna se había puesto tremendamente gélida.
—Solo vine a visitarte, como amiga. —Agneth giró sobre sí misma y le dio la espalda. De pronto de entre sus manos hizo brillar una luz—. Porque siempre fuimos amigas ¿no?
—Si alguna vez eso fue así, jamás dejaré de maldecir aquel día —gritó, pero más pareció un aullido.
—Me odias porque Dragh te rechazó. —Agneth volvió para encararla y ver su masacrado rostro—. Pero no terminas de entenderlo Deroveth .Él no te rechazó a ti, fue tu lealtad al Khul. Por esa razón me eligió, porque encajo a la perfección con su plan.
—Déjame Agneth Eluveth —gruñó, frunciendo todavía los ojos porque la luz los incomodaba—. Vete de aquí, o mátame de una buena vez. Si hay algo que quiero hacer ahora mismo, es arrancarte el corazón con mis manos.
—¡Eso! —gritó, Agneth—. Arráncame el pecho, Deroveth.
—Sabes que así lo haría —farfulló.
—Entonces inténtalo Deroveth —se impuso la hechicera—. Inténtalo y no falles..., o nada, ni nadie podrá detenerme entonces.
Avanzó hasta ella, golpeando la frente contra la suya. En sus ojos ardía un fuego intenso, reflejo de la luz que manaba de sus manos.
—¿Qué espíritu gobierna en ti Eluveth? —Se retorció en sus ataduras— ¿Qué hicieron de ti los hombres tras la montaña?
—Sembrar tanto odio hacia ellos, como amor para con mi pueblo. —La miró a los ojos y comenzó a agacharse lentamente hasta quedar a sus pies descalzos.
—¿Qué haces? —La bárbaro se estremeció.
—Silencio —levantó la mirada y se puso un dedo en los labios—. Voy a sacarte de aquí.
—¿Qué?
La luz blanquecina que brotaba de las manos de Agneth, comenzó a envolver desde los pies y subir por los muslos de Deroveth hasta rodearle el cuerpo entero. Poco a poco el frío mortal que calaba sus huesos empezó a menguar para hacerse más cálido. El dolor amainó con el paso de un halo tras otro de aquella radiante luz, de esa calidez sana y reconfortante. La guerrera podía sentir la pureza, la tibieza del abraso y la entrega de calor; Agneth la estaba sanando, lo estaba haciendo y aunque no podía oponerse, no hizo otra cosa que ceder al fervor de aquella "caricia" luminosa, de esa energía vital que la bañaba.
—¿Qué maldición hechas sobre mí ahora? —murmuró envuelta en el halo de energía. Se sentía muy a gusto, pero su orgullo no quería aceptarlo.
—Créeme que curar es más complicado que herir o matar —dijo Agneth sin dejar de imponer sus manos sobre las rodillas partidas de la guerrera.
—Curar mis heridas solo te dará menos ventaja sobre mí —señaló cerrando los ojos y entregándose al calor de la sanación—. Si recupero mi condición nada impedirá que me lance sobre ti para matarte.
—Y te ofreceré un arma si eso te hace falta.
—No me provoques Agneth, sabes que hablo en serio. —Forcejeó contra las ataduras—. ¿Qué has hecho con la hueste que me custodia?
—Aún están ahí fuera, pero no van a oírnos, ni vernos salir de aquí—. Se levantó con parsimonia y se llevó las manos a la barriga. La luz se apagó de súbito y con ello la energía que cubría las heridas de Deroveth, también.
—¿Qué ocurrió?
—Está hecho, tus piernas han sanado. —Dio un paso atrás y volvió a encender una luz para hacer visibles ambos cuerpos en la caverna—. Puedes irte o intentar matarme, de todos modos Dragh es ahora el Khul y custodio terrenal del Fegha-enkka. Si cierras mis ojos espero coger la mano de mi padre y cruzar juntos la puerta.
Hubo un silencio entre las dos, Deroveth parecía confundida. Ya no se sentía entumecida, había recuperado salud y vigor, aunque todavía parecía no darse cuenta del todo.
—¿Qué le ocurrió al vidente? —preguntó indiscreta.
—Dragh, también lo acabó. —Hizo una mueca frunciendo los labios—. Estamos igual las dos, ambas perdimos a manos de él.
—Ya veo, ¿es por eso que me ayudas?
—No te ayudo —negó con la cabeza.
—¿Entonces...
—Me ayudo a mí misma al librarte. ¿Qué no lo ves? —explicó con seriedad.
—¿Por qué no me acabaste cuando pudiste?
—No podría matarte atada y malherida, no hay honor en ello.
—¡Tonterías! Tu sola existencia es una deshonra —bufó.
—Hice algo semejante hace poco..., digamos que siento remordimiento. Maté a una joven, una bella joven..., y lo hice de modo muy cobarde.
—No me interesa oír tu sensibilidad barata. Te falta porte, eres enclenque, débil y poco apta: de no haberte ido de Escaniev no habrías sobrevivido. Sin tu brujería no eres nadie, menos que nadie, eres nada Eluveth. Si de verdad quienes darme batalla, entonces desátame —gritó, sintiendo recuperada su fiereza—. Te enseñaré lo que es tener las agallas, ramera del hombre.
Agneth sonrió, se detuvo frente a la Cäzadora sin responder a sus provocaciones, entonces abrió la palma de su mano y las cuerdas que la ataban comenzaron a crujir. Deroveth se dio cuenta de que por fin la soltaría, dio un fuerte jalón y fue ella misma quien terminó de cortarlas, desatando así sus brazos. El lazo que maniataba sus piernas estalló cuando la hechicera volvió a cerrar la mano.
Deroveth se acuclilló apenas se libró de las ataduras. Bosquejó una risa burlona y sin previo aviso saltó sobre la hechicera, propinándole una fuerte patada a la altura del pecho. Agneth perdió el equilibrio y cayó de espaldas, la Cäzadora se abalanzó encima de ella y comenzó a golpearla en la cara con brutalidad.
Bastó un instante para que de pronto Deroveth, saliera expulsada con furia hacia atrás, como repelida por una fuerza sobrenatural. Agneth se levantó con dificultad y se limpió la sangre de los labios con el antebrazo.
—Voy a acabar contigo, aunque pongas todos tus demonios en mi contra, bruja —gritó furiosa y se puso en pie una vez más, cobró velocidad y volvió a cargar contra la hechicera.
—No volveré a usar mi poder, lo prometo. —Abrió las manos y se puso en guardia.
La guerrera comenzó un embate sin piedad, al que Agneth con dificultad lograba resistir y con algo de suerte evadir. Uno tras otro los puñetazos de la brava hembra acertaban el cuerpo delgado de la hechicera y en varias ocasiones lograron sacudirla al punto de tumbarla. Con agilidad la guerrera enganchó con la suya la pierna de la bruja, y la jaló hacia un lado desestabilizándola por completo.
—No eres una guerra Agneth, olvidaste como vivir de este lado del mundo —le dijo la Cäzadora.
—Es cierto —aceptó la hechicera—. Soy muy inferior a ti en el combate. Jamás fui la mitad de buena que tú, empero, sabes que podría matarte si así lo quisiera.
En el duro y rocoso suelo de la caverna, ambas combatientes rodaron batiéndose a fieros puñetazos. Agneth intentó cegar a Deroveth con el halo de luz con el que iluminaba la bóveda. Deroveth pisó su antebrazo: impidiéndole toda movilidad. Apretó una vez más el puño y la golpeó con ferocidad. La cabeza de Agneth dio un tumbo contra la roca y perdió la conciencia.
La entrada del capataz de Dragh a la caverna, impidió que Deroveth acabase su cometido. Estaba por dar su golpe final, cuando la proximidad del bárbaro la detuvo.
—Dijiste que no nos oirían, ni nos verían. —masculló Deroveth.
Agneth, recobró la conciencia un momento y antes de que un nuevo puñetazo le rompiera el cráneo, bosquejó una sonrisa.
—Vete —logró a balbucear.
—No sin antes acabarte...
Un halo de luz muy fuerte cegó al bárbaro que ingresaba en ese momento y Deroveth salió despedida por el aire sobre este.
El cuerpo felino de la guerrera dio tres volteretas por sobre la cabeza del capataz, antes de caer de pie al otro lado. La luz se apagó y solo quedó visible un rayo de sol que se colaba desde la lejanía. La Cäzadora lo pensó un momento, antes de lanzarse contra el fornido capataz que se recuperaba del encandilamiento.
Golpeó con una fuerte patada la pantorrilla del guerrero y con el mismo movimiento saltó para golpearle la nuca con la rodilla cuando se arqueaba hacia atrás. La brusquedad del impacto fue tal, que bastó para reducirlo. Se volteó hacia el caído, recogió su hacha y se encaminó rauda hacia la salida.
***
Antes de despuntar el alba, Lidias despertó con sobresalto de entre las cobijas. Abrió los ojos y de inmediato se puso alerta, se escuchaban murmullos a los lejos. Miró a su lado y halló a Fausto plácidamente dormido en el saco, pero antes de intentar voltearse a mirar si tras ella estaba Jen, Lenanshra saltó sobre el saco y la obligó a guardar silencio, cubriéndole la boca con el dorso de su mano.
—Es una avanzada de Capas Verde, traen dos destacamentos —indicó la elfo, de forma mental—. Los avisté en el camino hace un par de horas, pero se han internado en la foresta hace un rato.
La princesa asintió con la cabeza y miró a la posición de su escudero. Lenanshra con sigilo llegó a su lado y comenzó a despertarlo, la princesa hizo lo propio con Jen.
—Despierta, partiremos en silencio tenemos compañía —Fausto abrió los ojos y de inmediato echó mano al arco.
—Tranquilo, no hace falta que te sobresaltes tanto —le dijo la elfo.
—Recojan sus cosas y procuren no olvidar nada —fue la orden de la princesa—. Lenanshra dice que son hombres de Thirminlgon, no sé qué podrían estar haciendo tan lejos.
Tomaron todo lo que habían dispuesto en el suelo y se montaron en los rocines enseguida. El bosque de abetos se cerraba más adelante con una verdadera empalizada de árboles.
—Rodearemos por la derecha, no nos arriesgaremos a ir por el sendero —dijo la elfo—. Más adelante hay otro destacamento de soldados.
—¿Capas verde? —preguntó Jen.
—Así es, son al menos una treintena. —Lenanshra apuró el paso.
Cruzaron el bosque en medio de la oscuridad de la madrugada, hasta que la alborada les alcanzó con su azul despertar. Aunque Fausto miró un par de veces a su espalda, no pudo distinguir nada entre los árboles y la espesa niebla que se había levantado.
—Descuida cazador, ya los hemos dejado atrás —Lenanshra cabalgaba más adelante, pero de alguna forma se había percatado de sus movimientos—. Pon atención al frente o podrías golpearte con las ramas.
—¿Estás siempre tan atenta a todo? —Fausto ya se había desperezado con el rocío en el rostro.
—¿Y tú siempre eres tan locuaz? —respondió, en un tono neutral.
—Solo trato de hacer el viaje más ameno. —Se replegó en la montura—. Venimos demasiado serios desde hace días.
—Es porque, no es precisamente un viaje de placer —intervino Jen—. Con lo que dijo la elfo, ver un sequito venido de Thirminlgon no es nada alentador.
El grupo guardó silencio un buen rato hasta que regresaron a la vera del camino, cuando ya los rayos del menguante sol de otoño les caía directo sobre la mollera.
—¡Alto! —anunció la elfo—. Mirad, hay soldados en el sendero.
—Nos hemos desviado demasiado, ya nos han alcanzado otra vez —murmuró Lidias.
—Es el destacamento que venía más adelante —explicó la elfo—. Están tomando el cruce de caminos hacia el Este.
—¿Crees que tenga algo que ver con lo que me dijiste en Asherdion? —La princesa acercó su rocín al de ella.
—Los árboles conocen muchos secretos, pero solo saben de aquellos que les cuenta el viento. —Lenanshra miró a Lidias y agregó—: Si quieres saber que trama aquel grupo de hombres, puedo acercarme lo suficiente para ahondar en la mente de su capitán.
—¿Qué? —la interrogante de Fausto hizo voltear a la elfo—. ¿Sabías que podía hacer eso, todo este tiempo?
—Si puedes hacerlo sin que corras algún peligro, adelante —dijo Lidias, mirando a Lenanshra —. Es importante saber qué está ocurriendo dentro Farthias en estos momentos.
—Voy a tomar eso como una afirmación —continuó alegando el escudero—. Claro, es por eso que tu hermana conocía mi nombre, y lo que hacía en el bosque.
—Fausto por favor, ¿puedes callarte? —le increpó Lidias.
—Pero..., ¿sabías que ella puede saber lo que estamos pensando?
—Sí, claro que sí. —respondió Lidias.
—Bien nos ha estado leyendo la mente todo el camino.
—¿Por qué haría algo así? —Lenanshra miró a Fausto con expresión neutra, se apeó y partió corriendo entre la foresta.
El grupo se quedó mirándola un rato y luego siguieron alerta de la comitiva que avanzaba unas varas más allá por el sendero. Lidias volteó a mirar a Fausto todavía molesto por lo que acababa de enterarse.
—Los elfos que leen en la mente de las personas tienen prohibido hacerlo sin una autorización, por lo menos hasta donde tengo entendido. —explicó.
—¿Y eso cómo? ¿Quién le prohíbe cosas a los elfos?
—El Magisterio —contentó, dando a entender lo obvio del comentario.
—¿Magisterio?
—Si, el Magisterio. La institución que legisla y vigila a los grupos dotados del control de la Conexión, sean estos grecos, elfos, hombres o cualquier etnia integrada al imperio. —explicó con rapidez—. Tienen la venia de la emperatriz y respaldo del senado.
—¿No te preocupa que se adentre en tus secretos? —preguntó a Lidias.
—Fausto, de verdad no tengo tiempo para tus tonterías. —La princesa puso los ojos en el camino cercado por el bosque.
—Y qué tal si nos ha leído la mente sin nuestro permiso más de una vez —Frunció el ceño.
—¿Acaso ocultas muchas cosas en esa pequeña nuez? —La princesa lo miró inquisidora—. ¡Oh!, es cierto. He visto como la miras desde que llegó a Asherdion.
—¡Oh! No, nada de eso —se excusó mientras se sonrojaba.
—Hace calor aquí, ¿no? —sonrió.
—Está bien, tú ganas. Me callaré hasta que lleguemos a Freidham— cruzó los brazos.
—Por fin algo sensato —dejó escapar Jen.
—¿Es que acaso a ti tampoco te incomoda? —ahora se volvió hacia Jen.
—Si no le importa a la señorita Lidias..., a mi tampoco.
— Bah, ya te conozco compañero, los elfos no te entran en gracia. No me vengas ahora con que no te importa.
—Ya te digo Fausto, no se ha escabullido en mi cabeza, fuera de otro modo ya me habría expulsado de esta comitiva hacía buen rato.
La elfo regresó pasado un momento. Se movía por el bosque como un ciervo: veloz, liviana y sin hacer un ruido. Se acercó al grupo y después de montarse otra vez a su rocín habló:
—Se dirigen a Reodem —su voz era pausada—. Los mueve la venganza.
—¿La venganza? —Lidias la miró acuciosa.
—Viajan junto al señor de Thirminlgon. Quiere hacer pagar a toda la Orden de Semptus por lo que pasó en la Torre Blanca. —La elfo habló más bajo—. Allí dieron muerte a la hija del duque.
—Conocí a la pequeña...—Lidias cerró los ojos y su rostro se angustió—. Por desgracia la vi morir aquella noche, mientras estaba encerrada en la torre. ¿Pretenden asediar las minas de los Sagrada Orden? ¡Es una locura!
—Como lo veo no lo parece tanto —intervino Jen—. Los Sagrada Orden, han abdicado por voluntad lord Condrid. Sin el poder que tenían, ahora son solo una institución sin respaldo.
—¿Qué? —La princesa giró el cuello para ver al escudero—. ¿Cuándo pensabas contarme eso?
—Me tuvo preso durante días en la casa de los orejones. ¿En qué momento iba yo a hacerlo? —respondió Jen con algo de desazón.
—¡Hey, Compañero! —saltó Fausto—. Me temo que yo también sabía de eso, tampoco dije na'. No creí que fuera relevante.
—¡Ya basta! Está bien, esta bien —exclamó Lidias hastiada—. Sigamos nuestro camino. No sé si son buenas o malas noticias. Una batalla en Reodem, dioses mi reino se viene abajo.
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