Cita con el destino, parte I -XXXIV-
Era una suerte que el claro de la luna se alzara por sobre los dispersos nubarrones, esos que amenazaban con cerrar el cielo nocturno otra vez. Todavía tenía tiempo a favor aun contemplando la ventaja que su objetivo le llevaba, bien sabía que valiéndose de su pericia y habilidad para jinetear a uno de los mejores grifos del Nidal: lo alcanzaría.
Lereas sobrevoló los extensos bosques de pinares, siguiendo a la distancia a Condrid que le rebasaba en dirección al Este. «Pagará lo que ha hecho, no logrará salirse con la suya lord protector» pensaba al tiempo que se aferraba a la rienda y el quilín de la bestia se enredaba entre los guantes de su mano. El grifo batió sus enormes alas y surcó el aire raudo como el viento, hasta que por fin alcanzaron a Condrid.
Lord protector avanzaba a lomos del grifo que había robado, sin mirar atrás y parecía solo tener en mente su incierto destino. El jinete se acercó lo suficiente como para agarrarlo y obligarlo a rendirse, sin embargo, Condrid se percató de su presencia y antes que el buen paladín pudiese evitarlo, de sus manos surgió una esfera de energía roja que terminó por impactar en el costado del grifo de Lareas. La bestia alada se apartó chillando de dolor, mientras su vuelo se tornaba inestable.
—¿Por qué hace hacer esto? —gritó el paladín desenvainando su espada.
—Apártate paladín —vociferó, a tiempo que volvía a cargar un nuevo ataque entre sus dedos.
—Si mi acero cortara vuestra carne, solo los dioses serán mi testigo —auguró el varón de dorada armadura—. Entréguese lord y tendrá oportunidad de un juicio justo...
Una nueva esfera de energía flanqueó al paladín, que apenas pudo esquivarla sin perder el equilibrio. Se aferró con firmeza a la montura y se lanzó al ataque contra Condrid...
Lidias miró en los profundos ojos de Lenanshra. Aquellas dos perlas rasgadas y de brillo esmeralda, le mostraron por primera vez desde que la conocía, un dejo de temor. La elfo no habló enseguida, mas parecía recuperarse del trance que hacía poco la mantuvo conectada a la mente del paladín caído.
—¿Qué fue lo que ocurrió? —preguntó Lidias en voz baja.
La madrugada estaba helando, así que uno de los monjes de la abadía le alcanzó un sobretodo marrón, con el que la princesa se atavió de manera autómata. A su lado Roman apretaba el puño al ver a su compañero sobre el lecho, en el que ya habían dispuesto su cuerpo inerte. Esperaron a que el monje reverenciara y se retirara, mas la elfo todavía parecía meditar lo que iba a decir.
—"Cayó desde lo alto" —se oía entre los murmullos de testigos más allá, el resto era una bulla incomprensible.
—El traía algo más que un mensaje —dijo por fin Lenansrha, apartándose de entre todos y centrándose en Lidias y Roman—. Lord protector de algún modo se enteró que ayudasteis a escapar al anciano Grenîon y sus hombres. Ya ha mandado matar a la hermandad de paladines que se quedaron en Frehidam. Este hombre venía a avisarles que un gran ejército marcha hasta aquí para ajusticiarlos, tienen orden de arrasar la ciudad.
—La potestad de lord Condrid será discutible una vez se sepa de un legítimo rey. —Lidias señaló con la mirada a Roman a su vera—. Lord Condrid ha llegado demasiado lejos, la guardia no tiene porqué seguir acatando sus órdenes.
—Eso no es todo —aseguró la elfo y su mirada se ensombreció—. Lord protector ya no está en Farthias, ha montado un grifo en dirección a Theramar: lleva consigo el Libro.
—Entonces planea él en persona dar la señal a los hombres —conjeturó el paladín—. Pretende abrir los portones y dejar libre paso a las huestes salvajes. Lo sé, porque fue lo que me habló la noche antes de que me decidiera por ayudar a Grenîon y Verón... Y encontrarte a ti Lidias. —Le brindó una punzante mirada—. Mi padre quiere iniciar una guerra contra el Imperio, y usará como aliados a los bárbaros.
—Hay algo más en esos planes que me preocupa a mí y a mi pueblo. —Lenansrha meditó un momento antes de continuar—: Me temo que no solo porta el Libro y tiene las facultades para usarlo, además pretende con él desatar un caos que no cabría en su control, y dudo que lo sepa.
—¿Qué es exactamente eso que crees? —indagó la princesa, tocada por aquella revelación.
—No sabemos si lord Condrid se ha entrenado secretamente para controlar el poder del libro. Si no muere en el acto cuando lo abra, estoy segura de que tiene planeado usarlo en su beneficio —atestó y cerrando los ojos agregó—: He visto como este hombre intentó detenerlo antes de ser abatido, pero lord Condrid usó algo que el paladín jamás se hubo esperado: el acero no siempre resulta ser efectivo contra el uso bélico de la Conexión y su fuerza. Si no lo detenemos a tiempo, no habrá arma que pueda oponérsele.
—¿Quieres decir que mi padre tiene el Don? —interrumpió el legítimo rey.
—Es lo que he visto —explicó la elfo—. Y ahora mismo son oscuras las ideas que se agolpan en mi mente, intento obviar el hecho de que el libro vaya a estar tan cerca de una de las piedras del sello.
—¿Hablas de...? ¿Por qué querría? No tiene suficiente sentido —especuló Lidias y miró de soslayo a su esposo—. Es absurdo que quiera despertar al dragón.
—No sé lo que pase por su cabeza, pero todo comienza a cobrar sentido al menos para mí —enfatizó Lenansrha.
—No estás siendo del todo clara —alegó Lidias en un tono grave—. Intuyo que me estás ocultando información ¿Puedes explicarte?
«Lamento haber omitido ciertas cuestiones Lidias». El mensaje de la elfo resonó en la cabeza de la princesa tan fuerte y claro como si le hablara. Se quedó quieta y la miró a tiempo que ella buscaba a Roman con la mirada y se disponía a hablarle. Lidias no lograba prestar atención a lo que Lenanshra y su esposo parecían discutir, mas la voz de la elfo siguió sonando dentro de su cabeza. «Mi hermana y mi padre te prometieron discreción, sin embargo, el extravío del Libro de Lilihat es un asunto demasiado delicado como para omitírselo al Imperio. Descuida dama de Farthias, si estoy aquí es porque decidimos mantener nuestra promesa y no entrometer a la emperatriz y sus ejércitos en esto, no obstante, mucho me temo que las condiciones de dicho pacto tendrán que cambiar, por no decir que han de ser quebrantadas... »
—¡No! —gritó de pronto Lidias—- ¿Por qué? —terminó, apagando el tono de su voz.
Roman y Lenanshra se voltearon encarándola, el primero con gesto de sorpresa, mientras que la elfo con su ya común rostro inexpresivo.
—Calma Lidias —le apaciguo Roman—. Lenanshra tiene razón, el asunto es delicado y no podemos arriesgar perder más tiempo. Estoy de acuerdo en enviar un grupo a detener a mi padre, yo mismo le encabezaré.
—¿Qué? —preguntó, sintiéndose perdida—. Yo no me refería a eso...
«El día que regresé a Asherdion, lo hice siendo portadora de las noticias que se rumoreaban al Este de aquí: Farthias pretendía dar paso a las tropas bárbaras. Mas lo que en realidad me preocupada era la actividad repentina que estaba teniendo el Crisol, el lugar donde fue sellado Wrym hace ya quinientos años. Cuando supe que el libro de Lilihat estaba en manos del mismo soberano que pretendía tal traición contra el Imperio, la idea de que su plan era despertar el poder de Wrym surcó mi mente enseguida y esa idea no he podido refutarla desde entonces.
Si decidí acompañarte Lidias, fue porque lo dictó mi padre. Mi misión contigo es ayudarte a recuperar el Libro y protegerte en medida de lo posible en la tarea. No traicionaré la promesa que te hicieron en Asherdion, pero debes saber que si estoy en lo cierto y fallamos, no solo el futuro de tu reino dependerá de ello, sino también el de todo cuanto existe bajo la fas de este mundo». Lidias dejó de oír las palabras de Lenanshra en su mente, y volvió a concentrarse en lo que oían sus oídos.
—Como veo las cosas, si ese ejercito llega aquí con la orden de matar a los traidores del reino, todos quienes se queden correrán peligro —Lenanshra estaba siendo cautelosa, sobre todo al ver que Roman actuaba de manera más impulsiva de lo que hubiera esperado—, mas creo que no será buena idea que el legítimo rey abandone este sitio. Tiene que resultar más beneficiosa vuestra presencia aquí.
—Lenanshra tiene razón —terció Lidias, volviendo al diálogo con cierta cortedad; seguro producto del confuso evento que acababa de vivir—. Creo que entiendo bien su punto y mi postura es la misma. En este momento tenemos que permanecer aquí a la espera del ejercito de la guardia, y procurar convencerlos de que ahora eres tu quien debe reclamar el trono: haberme desposado te da el derecho.
Roman inhaló y la fulminó con una expresión de resentimiento, luego se dio media vuelta y llamó a sus hombres.
—¡Eneon!, ¡Therenas! —gritó con voz potente.
Los aludidos al llamado, se disponían a enjugar y perfumar la cabeza de Lareas, en preparación del rito fúnebre; sin embargo, dejaron todo y atendieron a su líder Roman, acercándose enseguida.
—Que preparen los grifos, partiremos al encuentro de la guardia —ordenó con confianza.
—¡Roman! —le increpó Lidias—. ¿Qué pretendes?
—Tomar el lugar que me corresponde en esto —sentenció, luego volviéndose a ella y encorvándose un poco hasta quedar a su altura agregó—: Perdona, pero es que no me hago a la idea y no me acostumbro. En realidad intento cautivarte con mi arrojo y voluntad. —Le enseñó una cáustica sonrisa— ¿Confías en la elfo? Dejaré que parta, para que junto a Verón y lo que queda de sus mejores hombres detengan a padre.
Lidias miró a Lenanshra con reticencia y se acercó al oído de Roman para preguntarle:
—¿Acaso ella te lo pidió? —Hundió sus dos turquesas en los ojos del paladín— ¿Por eso quieres que acompañe a Verón?
—¿Es que no escuchabas? —Roman la miró arrugando el entrecejo—. Padre es un hombre peligroso y si sabe cómo manejar la Conexión, entonces es un verdadero reto. Con el incidente en la Torre, solo contamos con las habilidades de los Interventores; la ayuda de la elfo no viene nada mal. Por supuesto que ella se ofreció.
Se volteó comprobando a Lenanshra con la vista fija en ambos, luego asintió con la cabeza. Lenanshra se retiró dando una breve reverencia y se perdió entre la aglomeración de soldados que atiborraban el jardín.
Cuando Lenanshra corrió junto a los Interventores y Verón a montarse en los grifos que les llevarían Theramar, pasó por el lado del adormilado cuerpo de Fausto.
Faltaba poco para la alborada, sin embargo, los rincones del patio de armas y el campo de tiro, donde las antorchas no alcanzaban a iluminar; se encontraban tan oscuros como las fauces cerradas de un lobo. Tambaleándose y dando trompicones, Fausto encontró que la penumbra era buen refugio para esconder su evidente borrachera de las juiciosas reprimendas, que seguro le habría dado Lidias de encontrarlo. Así que apenas la conmoción del accidente del paladín se cobró la atención de todos, y como enseguida corrieron avisar a los recién casados; al cazador le pareció oportuno perderse y echarse en la sombra mientras el descanso le permitiese recobrar la lucidez.
La elfo lo miró al pasar, mas Fausto dormía como un lirón. Ella menguó un momento su avance y advirtió entre la penumbra del campo de tiro, percatándose de los banderines violeta. Vio entonces en cada uno de los blancos la flecha que ella había disparado, clavada en pleno centro. Meneó la cabeza y en dirección hacia donde estaba el cazador susurró:
—eu erghu deitêni. —Miró fijo al inerte Fausto que resoplaba entre ronquidos. Luego sonrió y agregó todavía más bajo—. Nos volveremos a ver cazador, quizá la próxima vez te enseñe como usar de verdad un arco.
Las flechas de Fausto, estaban justo un palmo al lado de cada una de las de la elfo, incluso su último y de apariencia infructuoso tiro.
Lenansrha montó tras Eneon, quien sería su jinete y así mismo lo hicieron Garamon, Tragoh y Verón en los demás grifos. Al momento los jinetes espolearon, y las bestias aladas emprendieron el vuelo.
«Esta debió se mi misión Lenansrha», Lidias observó al grupo de jinetes alejarse mientras cobraban altura, y se perdían entre la niebla que comenzaba a elevarse «Ve con la bendición de Himea, elfo de los bosques». Luego se volteó buscando a Roman, quien se retiraba en ese momento. Entonces recibió el primer rayo de luz solar venida del oriente; el sutil calor que acarició sus pómulos, llegó para recordarle que la grata sensación de recibirlo no hacía otra cosa que contrastar con el crudo frío que estaba sintiendo. Se estremeció y envolvió el cuerpo con los brazos al tiempo que miró en derredor y capturó en su retina la escena del grupo de paladines que no se habían marchado. Y que con Roman improvisaban el rito fúnebre a su hermano de orden.
La princesa se acercó a la pira y comprobó entonces en su entumecida piel, el calor de las antorchas que se aprestaban a encenderla. En total silencio caminó entre los monjes, los soldados y paladines que rodeaban la pequeña tarima, hasta pararse en la segunda fila entre los asistentes. No lo notó de inmediato, pero de a poco se abrió un espacio entre todos, dejándole el paso libre al tiempo que la concurrencia agachaba las miradas a su alrededor..
Roman extendió su diestra a un lado y enseguida una antorcha le fue otorgada. Levantó la llama sobre su cabeza y recitó en la antigua lengua de los hombres:
Egnis eed keelum
Egnis purgo or kuorpus
Retama or luminare
Luminare infeneta
Lidias conocía muy bien aquel pasaje, pertenecía al poema de la creación que desde niña grabó en su mente el día del funeral de su madre. Lo que querían decir era que el fuego regalado por Semptus, purgue el cuerpo de la criatura y recobre así su estado luminoso, para regresar a la luz infinita de las estrellas.
—Celadora abra sus ojos para ti hermano —sentenciaron al unísono los paladines que rodeaban la pira.
Enseguida el legítimo rey arrojó la antorcha sobre el montículo de madera, encendiéndose una llama que fue alimentada por el resto de antorchas encendidas que lanzaron los demás.
«Has caído en cumplimiento del deber, un funeral digno es lo menos que podemos ofrecerte hermano». Roman se sobrecogió en sus pensamientos y a Lidias solo le bastó ver como su mano se apretaba en un puño, para comprender que más que aquella escena, a su esposo le pesaba el hecho de que el culpable detrás de todo seguía siendo su propio padre. Se acercó a él, rodeó la mano empuñada con la suya y se quedó en silencio contemplando las llamas.
Guardando respeto y mutismo, todos quienes cercaban la pira esperaron hasta que el fuego abrazara el cuerpo inerte de Lareas, para recién entonar las canciones pertinentes. No fue hasta entonces que Roman se volteó y se dispuso a abandonar a la congregación que Lidias lo siguió sin decir nada.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó acercándose a su oído— ¿Cómo esperas comprobarles que eres el legítimo rey? Ten en cuenta que es un ejército, ellos vienen marchando con la única intención de ejecutar a tus hombres, de... —titubeó antes de terminar la frase—. Matarte.
—De eso me encargaré yo, solo procura que mantengan vivo a padre hasta mi regreso. —Ser Roman echó un ojo a Erdeghar y el grupo de capas verde que se acercaba con él—. Tendrá un juicio, solo esperen mi llegada.
Lidias clavó su mirada en el paladín y no agregó nada, por el contrario se limitó a asentir. En ese momento lord Erdeghar llegó junto a la pareja con dos de sus hombres a la espalda.
—Fui enterado de lo que se viene —manifestó con su característica voz áspera— ¿Cuáles serán las medidas a tomar?
—Ahora partiré a interceptarlos —declaró Roman y tocando el hombro del lord continuó—: Supongo que también te dijeron lo de mi padre.
—Solo lo que oyeron de labios de tu caído paladín —explicó, con la clara intención de indagar en el asunto.
—Es todo lo que manejo —aclaró el Roman y se apartó de su interlocutor—. Descanso en tu lealtad Erdeghar.
—Puede estar seguro de ello —ratificó el lord y reverenció a los conyugues—. Quedo al servicio de su alteza. —Miró a Lidias.
El lord no esperó respuesta de la joven y reculó tras sus pasos, dejando espacio al paladín que procedía a retirarse. Éste echó un potente chiflido al cielo, antes de dejarla atrás y partir. Se volteó y posando ambas manos sobre los hombros de la princesa la miró un momento y asintió con la cabeza sin decir palabra alguna. Luego miró a los cielos y advirtió en la bestia alada que dando un par de vueltas, terminó posándose en tierra firme. Apretó los labios y corrió a montarse sobre el grifo que ya lo esperaba hincando una de sus patas delanteras.
—Los dioses estén también contigo Roman —dijo más para sí que al paladín que se perdía en lo alto.
«Es cierto, solo quedan Garamon y Tragoh. Los únicos con la capacidad de manejar la Conexión... Los últimos hechiceros del reino». La princesa echó un vistazo en derredor y pretendió buscar a alguien, no obstante, pareció dar al instante por frustrada su búsqueda. Así que miró hacia la abadía y caminó con diligencia hacia sus dependencias.
Se sentía agotada, pero por sobre todo ansiosa. Algo en su interior la tenía intranquila y era obvio; los sucesos que ocurrían no eran para menos, sin embargo, pasaba de ello. «Quizá sea que de pronto Lenanshra me ha resultado extrañamente sospechosa, mas sé que si me ocultó la verdad no era en afán de traicionarme», mientras meditaba se quitaba el vestido y alcanzaba en un ir y venir por la habitación, prendas más abrigadoras y algo más casuales; que aunque no pidió, Roman se encargó de que el servicio las dispusiera para ella.
Descolgó su pelo de la trenza en la que lo traía ordenado, y luego desabotonó el broche que sujetaba en su lugar el vestido y enseguida resbaló por su piel desnuda. Se sentó en la orilla del tálamo y procedió a vestirse con la saya que había tendido encima. Entonces advirtió en el espejo frente ella y se contempló a sí misma semidesnuda.
Solo se fijó en su propio rostro, algo demacrado y mucho más pálido de lo que siempre había sido. Antes de calzarse la saya siguió buscando en el azul de su mirada, que resaltaba todavía más a contraste con las marcadas ojeras y el delineador, que había usado la noche anterior para la boda. Meneó la cabeza y desaprobó en ese mismo instante su vanidad, cogió la saya y se dispuso a vestirla, no obstante, observando una última vez su reflejo, advirtió en la pequeña cicatriz a un costado de su ombligo. Se la palpó con los dedos, mientras su mente parecía entrar en un letargo, que la mantuvo al menos un minuto repitiendo la acción de sobrar la herida con los ojos cerrados.
Recordó a Anetth, o debería decir, Agneth como habían descubierto que era su verdadero nombre. Enseguida lo traicionada y humillada que se sintió aquella noche en que prisionera de su hechizo, no fue capaz de evitar que el puñal desgarrara sus entrañas a pedido de Condrid. «!Bruja embustera! ¿Cómo pude ser tan ciega?», abrió los ojos y volvió a ver su reflejo «Estuviste tan cerca de mí, por tanto tiempo», persistió en acariciarse la cicatriz y entonces de pronto una idea cruzó por su mente.
Debió ser algo en esencia relevante, y que de seguro no tuvo un cariz claro en un principio —Lidias repetía una y otra vez: "no puede ser"—, que seguro comenzó a cobrar matices y transformarse en una imagen turbadora, o por cuanto menos, algo que no había pensado antes y que vendría a encajar o desencajar muchas conjeturas antes hechas «De ser así, entonces Lenanshra podría estar equivocada... Dioses, creo están en un peligro todavía mayor».
Se vistió tan rápido como pudo, pero esta vez descartó los vestidos y en su lugar buscó los ropajes que había traído de Asherdion, así como también se hizo con su espada corta. Abrió la puerta y salió corriendo por el pasillo, entonces se topó de bruces con Lord Erdeghar.
—¿Mi señora? —Erdeghar frunció el ceño al verla, sin embargo, no alcanzó a agregar una palabra más antes de que Lidias procediera a interrumpirlo.
—Lord, voy a partir a Theramar —anunció con tal convencimiento que el noble apenas pretendió intervenirla preguntando. Luego agregó—. No se lo diré a nadie más, porque intentarán persuadirme de que me quede y usted no dirá nada hasta que me haya marchado.
—¿Está segura de esto? —averiguó todavía con notable confusión—. Quiero decir, no fue lo que ser Roman dejó estipulado.
—He dicho que partiré. —Lidias clavó sus ojos en la cancina mirada del lord.
Erdeghar asintió con la cabeza y le dejó el camino libre. Enseguida Lidias cruzó delante de él sin mirar atrás, sin embargo, escuchó una vez más la voz del lord ahora a su espalda:
—¿Qué se supone tenga que decirle a los hombres y a ser Roman cuando regrese? —Preguntó acucioso.
—Nada. —El avance de Lidias amenazó con detenerse, sin embargo, solo amainó para responder—: Solo dile lo que sabes, si no he regresado para entonces con lord Condrid sometido. Entonces será que les habré fallado.
—¿Desconfía que Verón logre su cometido? —Lidias lo oyó cuando estaba a punto de abandonar el pasillo.
Entonces se volteó, negó con la cabeza y dejó salir un suspiro.
—Llámelo una corazonada, pero es posible que hayan cosas que estamos pasando por alto. Voy a decírselas antes de que pueda ser muy tarde aun cuando solo sea por descartarlas. —Giró sobre sus talones y partió corriendo al exterior.
Evitando al resto de la gente, se escabulló por el camino detrás de la armería hasta los establos donde sabía que habían guardado a los grifos. Al doblar la esquina frente al campo de tiro, encontró unas piernas que salían hacía el camino, la primera impresión le asustó un poco imaginando el peor de los casos, sin embargo, los estruendosos ronquidos la hicieron desechar su primera suposición e incluso le sacó una sonrisa. Gesto que cambió al instante al avanzar y echar un vistazo.
—¡Fausto! —gritó autoritaria.
El aludido no movió ni un músculo y siguió con sus ronquidos. Aun cuando el sol a esas alturas, ya estaba sobre su rostro. Lidias se acercó y agachó a su lado, intentó despertarlo sacudiéndolo, mas Fausto ni se inmutaba. Seguía durmiendo como si nada.
—¡Dioses! —suspiró y se puso en pié— Ya no es gracioso Fausto, levántate o lo lamentarás.
Lidias puso sus los brazos en jarra y resopló. Volvió a agacharse y procedió a quitarle una de las botas a su escudero. Luego corrió a los establos con ella en la mano, encontró el abrevadero y sumergió en él el calzado.
—¡Fausto! —gritó una vez más. Esta vez antes de esperar una respuesta le aventó a la cara el agua que traía en la bota.
—¡Eh! —se oyó una especie de bufido—. ¿Quién?
El cazador hurgó por instinto en su cinto y apuñó la espada que traía enfundada, luego se paró de un salto y la desenfundó, echando mil maldiciones.
—Ah, estabas vivo —espetó Lidias con los ojos hechos dos llamas—. Eh sido yo, tranquilo ya esta bien.
—¡Princesa! —Se enjuagó el rostro con la manga—. ¿Qué..?¿Qué ocurre? ¡Toda piedad! ¿Esa es mi bota?
—Princesa —remarcó ella y resopló. Luego le aventó la bota y meneando la cabeza dijo—: Ya despierta tontuelo. Parece que seguiremos moviéndonos.
—Ufff —resopló, e intentó calzarse la húmeda prenda— ¿Y dónde vamos ahora?
—Te enteraste de lo que ha pasado en la madrugada ¿no? —Se puso en marcha hacia los establos, mientras él la seguía con el rostro confundido.
—Si. —Se tocó la cabeza. Al dar pasos su pie rechinaba y echaba agua por los costados—. Si, más o menos.
—¿Cómo que más o menos? —bramó Lidias y volteó a mirarlo—. ¿Dónde estabas?
—¿Yo? Buscándola —respondió tomando aliento y echando una rauda en derredor—. Quiero decir, buscándola y buscándote y... ¡pija de Semptus! Que estaba buscándolas a las dos ¿Dónde está la elfo?
Lidias suspiró y pareció no prestarle atención por un momento. Siguió con su raudo avance por las pesebreras, y debes en cuando se paraba de a puntillas o se agachaba para examinar bajo las portezuelas de madera, si encontraba a alguno de los grifos. Mientras que Fausto seguía lidiando con su pié mojado, quitándose debes en cuando la bota para estilarla.
—¿Qué buscamos? —indagó el cazador más por hacer un comentario que por curiosidad. En realidad la cabeza le estaba matando y seguía echando maldiciones por su bota mojada.
La princesa siguiendo con su tarea y pretendió no oírlo, se dio la media vuelta y comenzó a andar en otra dirección por entre los pasillos alfombrados de heno y restos de barro.
—¡Ey! ¿Qué no vas a explicarme nada? —alegó el cazador. Esta vez en realidad intrigado—. ¡Maldición! A mi siempre me toca la peor parte. ¿Tenías que usar mi bota para mojarme?
—Fausto ¿Estás borracho? —interpeló llevándose una mano a la nariz, para evitar el halito alcohólico de su compañero al encararlo.
—No, ya estoy mejor —anunció con una fruncida mueca de seriedad— ¿Soy presto en algo?
Lidias dio un pequeño salto sobre una pila de paja y descubrió al interior de uno de los cubículos uno de los grifos que tanto buscaba. Se bajó de otro salto y pretendió quitar la tranca a la portezuela.
—¿Sabes cómo llegar a Theramar? —indagó con la voz algo forzada, luego de zafar la pesada tranca.
—Jamás, he ido tan al este, pero sí, creo que conozco el camino —respondió entre un carraspeo y un eructo ahogado, mientras se adelantaba a ayudarla con el madero.
Una vez la puerta estuvo abierta, la enorme ave dio un par de chillidos al verlos. Lidias entró al cubículo y con delicadeza posó la mano sobre su temible pico. Luego se acercó un poco más y comenzó a acariciarle desde la cabeza, el dorso del cuello, hasta el lomo.
—Vamos —dijo al fin—. Sé mi guía una vez más. —Esta vez pareció pedírselo como un favor.
—¿Sobre estas cosa? —Apretó la mandíbula mostrando los dientes.
—Hasta allá ha ido Lenanshra —le confesó arqueando las cejas—. Y Fausto. Enjuaga tu cara o haz algo, te necesito lucido.
El animal no traía puesta su montura, más no la halló por ningún lado cerca. Así que luego de pensarlo poco tiempo, miró una vez más a Fausto y pidiéndole que la aventara, se montó al lomo de aquella bestia.
—¿Vienes? —Lidias sobó al grifo a la altura de las orejas y este dio un par de pasos adelante.
—¿Vas a decirme que sabes cómo volar un grifo? —Se cruzó de brazos.
—Ser la prometida de un experimentado paladín, tienes sus ventajas —fingió una pequeña tos—. Vamos sube.
Fausto saltó sobre la pila de heno a la salida de la pesebrera y dio un gran salto para montarse el también.
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