Cita con el destino, parte 2 -XXXVI-



Las imponentes murallas del fuerte se alzaban lo mismo que montañas, ante los ojos de los noventa mil guerreros bárbaros, que se formaban en columnas que la flanqueaban. Los hombres apostados sobre los torreones avistaban con desconcierto la peligrosa escena, que significaba tener frente a sus murallas a una fuerza tan terrible de guerreros salvajes.

Los enormes cuernos soplados por la legión de bárbaros en las afueras, resonaba con tesón exigiendo ser atendidos. Más los minutos pasaban y la enorme puerta que se elevaba sobre la fosa, no parecía dar luces de abrirse.

—¡Inggrok erhggla anhutthak! —se empezaron a oír los gritos de la muchedumbre bárbara.

Un grupo de hombres se acercó hasta Eneon y los dos paladines que le acompañaban y miraron cierto recelo al comandante Gerarth maniatado y reducido ante ellos.

—Señores, necesitamos una orden —dijo uno de los soldados a los paladines—. Ellos quieren que se les abra las puertas. Tenemos que atenderles, o podrían considerarlo traición.

—No vamos a dejarles pasar —aseveró Eneon, con notable nerviosismo—. Que se preparen los hombres para repelerlos si es necesario.

La decisión de controlar la fortaleza, no había sido parte del plan que Verón había trazado. Sin embargo, el paladín tenía que improvisar. Con el comandante sometido y encargado de arresto, la responsabilidad de impartir justicia abarcaba también el inesperado encuentro con el frente Bárbaro al que Condrid pretendía permitir acceso a Freidham.

—¿Viste la envergadura de ese ejercito? —conjeturó entre un susurro Therenas, el otro paladín que lo acompañaba.

—Sea lo que sea, no podemos permitir que estos monstruos crucen —repuso Eneon—. En primer lugar hemos venido a arrestar a lord Condrid para evitar que lleve a cabo este plan.

—¡Idiotas! —alegó Gerarth—. Harán que nos maten a todos, el plan de lord Condrid es usar a estas sabandijas para aplastar Sarbia, está seguro de que podrá dominarlos. Si persisten en entorpecer el pacto, no tengo idea cómo reaccionarán los salvajes.

***

Una vez Agneth agarró a Condrid, le sacó del gran salón y juntos emprendieron una frenética huida a través del pasillo. No sin antes la Bárbaro bloquear la salida. Derribando gran parte del encielado, usando el poderoso impacto de una esfera de energía contra la rustica piedra.

—Alto allí lord —Oyó pero no pudo ver a la guardia que lo rodeaba—. Tenemos ordenes de reducirlo, si es necesario.

Condrid todavía estaba ciego producto del fuerte destello que Agneth había provocado para que escapasen. Levantó ambas manos en seña de creíble sumisión, no obstante, la hechicera que lo acompañaba extendió los brazos a ambos lados de su cuerpo y una serie de invisible hilos agarraron a la docena de soldados que les rodeaban en ambos flancos, y jalando con fuerza hizo que todos se tumbaran. Dio un salto y luego de empujar a Condrid hacia el frente, giró sobre la punta de sus pies, en una danza mortal que en cada giro expulsaba verdaderas llamaradas que incineraron a sus captores.

—Disfrutas esto ¿verdad? ¿Por qué no mataste también a la elfo y a los dos hechiceros? —alegó Condrid, recuperando la visión mientras descendía con rapidez por las escalinatas hacia los niveles inferiores del torreón.

—No hay tiempo que perder, los paladines han ordenado tu arresto. —Agneth miró un momento al lord—. ¿Ibas a utilizar el libro para defenderte?

—Maldita sea, creí que la elfo te había liquidado —se excusó el lord—-. No, no iba a usarlo. Sabes de sobra que lo único que quiero es acabar con esto ya.

—Entonces hay que darse prisa, volver a tomar el control de este lugar por la buenas ya se escapó de nuestras manos.

—¿De dónde han salido estos estorbos? —bramó mientras continuaba el descenso a toda carrera.

—Y yo que sé. —Chasqueó Agneth—. Han venido en seis grifos, los vi cuando sobrevolaba la torre- Capturaron a Gerarth, presentaron cargos contra ti y no fuiste capaz de prevenirlo.

La rabia le corrompió por dentro. Condrid terminó de bajar el último escalón salió hacia el pasillo que llevaba hasta la barbacana, y entonces Agneth lo detuvo.

—Tendremos que dejar que te atrapen. —Lo miró a los ojos—. No habrá otra manera, ¿Estás listo para hacerlo?

—La pregunta es ¿estás lista tú?

—Conozco a mi esposo mejor que nadie —respondió mordiéndose el labio inferior—. Mientras logres abrir el libro y puedas hacerme lucir como él, todo estará hecho.

—Quiero a la emperatriz postrada a mis pies —dijo con fuerza, pero sin alzar demasiado la voz—. Y luego serás libre, como tanto lo deseas.

—Así será. —Agneth volvió a tomar la forma de una lechuza y voló escaleras arriba hasta salir por una de las pequeñas ventanas.

Lord Condrid abrió la puerta hacia el exterior del pasillo y se encontró de inmediato con un gran grupo de soldados que de inmediato le rodearon. Entre ellos un paladín del reino que enseguida le apuntó y ordenó su captura.

***

—¡Fausto! —vociferó Lidias y dio un ligero codazo hacia atrás—. Por todos los dioses, ¿Puedes por un momento concentrarte en el camino?

—Yo. —Una vez más intentó articular una palabra, pero solo consiguió que las ganas de vomitar regresaran con mayor fuerza.

—¿Tenías que haber bebido tanto? —resopló con hastío—. Si tienes que expulsarlo, por favor intenta que sea hacia atrás o se devolverá y me repugna solo imaginarlo.

—¿Bromeas? Apenas puedo mirar hacia abajo. Y no es por la resaca, las alturas me marean —logró defenderse Fausto, sin embargo, cubrió con rapidez su boca y deglutió con esfuerzo.

—Bien, por lo menos así te has mantenido callado todo el camino —acotó Lidias—. Sólo sujétate bien y de vez en cuando indícame si nos estamos desviando demasiado.

El grifo viró con ligereza evitando el sol que venía dándoles en plena cara. Al momento Fausto tambaleándose se aferró con fuerza a la menuda cintura de Lidias para no caer al vacío. Mas las suaves plumas en el lomo del alado animal, le ofrecieron poca resistencia. Con el brusco movimiento de aferrarse, perdió el equilibrio tanto él como Lidias por efecto colteral.

—¡Himea! —gritó Lidias—. Fausto ¿Qué haces? Suéltame nos caemos.

—¡Toda piedad! No tengo de dónde más sostenerme —chilló Fausto sintiendo como la adrenalina colmarle las venas y ver por cosa de segundos hacia abajo.

Los picos rocosos de las montañas de Ninei atravesaban las algodonadas nubes, y bajo éstas apenas podía distinguirse la accidentada geografía de los faldeos montañosos y la convergencia de caudales de agua cristalina que los surcaban. Estaban volando a más de quince estadios de altura. Y la fatiga no solo estaba afectando al intoxicado cuerpo de Fausto y su eventual problema de vértigo, Lidias también sentía su corazón latir sobre exigido y tenía los oídos abombados. Entonces de súbito dejó de sentir la presión que hacían los brazos de Fausto amarrados a su cintura en el afán de no caer.

—¿Fausto? —giró el cuello y miró hacia atrás—. ¡Fausto Dellaver, Despierta!

El cuerpo lánguido del cazador se dejó caer hacia un costado, y aun cuando Lidias reaccionó aventándole su brazo para sujetarlo, no pudo evitar que resbalara. El cazador iba directo a una caída libre, sin embargo, al pasar por entre las patas del grifo, éste abrió una de sus garras y lo cogió en el último instante. Lidias miró hacia abajo en todas direcciones, y cuando se cercioró de que Fausto pendía bajo las patas de la bestia, respiró aliviada «Bendita criatura». Abrió su mano en palma y le acarició el tungo con gentileza, al tiempo que el grifo respondió con un fuerte chillido.

Descendió en el primer pico cuya cumbre le ofrecía una superficie suficiente para atender Fausto, mas en lontananza lo que sus ojos vieron fueron las altas torres y la muralla de la fortaleza de Theramar. Bajó del grifo dando un salto, cuando por fin la roca no se distanciaba a más de una vara.

—¿Estoy vivo? —Fausto abrió los ojos y encontrándose de lleno con el rostro de Lidias—. Dioses, ¿qué fue lo que pasó?

—Creo que te desmayaste, y elegiste el momento equivocado para hacerlo. —Aun cuando estaba molesta, esta vez Lidias le ofreció una sonrisa nerviosa—. No vuelvas a hacerme una cosa como esta otra vez. Me asustaste de veras.

Fausto se puso de pié, pero enseguida volvió a sentarse con rapidez, mientras meneaba la cabeza de un lado a otro observando en derredor. Todo lo que veían sus ojos era el infinito azul, del cielo del medio día y bajo él lo que parecía ser una pequeña saliente rocosa que emergía por sobre las nubes.

—¿Dónde estamos? —preguntó, más asustado que curioso.

—Ni idea —respondió mordisqueándose el labio inferior—. Pero creo por allá está nuestro destino y no déjame decirte que esta vez no me fuiste muy útil como guía.

—Jamás vi murallas más extensas —resopló al mirar hacia el norte—. Sí, creo que llegamos a los torreones de Theramar, como querías.

—¿Subes? —Lidias ya se empinaba para montar otra vez la bestia alada—. ¿O prefieres quedarte?

—¿Exactamente qué vamos a hacer a allá? —preguntó con verdadera intriga, de pronto se sentía mucho mejor de los mareos y la resaca—.

—Roman ha enviado al grupo de Verón a arrestar a Condrid, quien según lo que dijo el paladín caído, venía Theramar —explicó mientras ayudaba a que Fausto trepara sobre el grifo—. Y dejó que Lenansrha viniese también. Ella cree que el demente de Condrid planea despertar a los dragones de su sueño eterno.

—¿Los dragones? —Fausto se montó y el grifo volvió a alzar el vuelo.

—Sí, parece no tener sentido —aclaró—, Pero es una posibilidad que hace juego con las experiencias del pueblo elfo, Lenansrha tiene razones poderosas para creer que esas sean las intenciones de ese desquiciado.

—¿Y cuáles serían esas razones? No estoy entendiendo nada. —De pronto Fausto estaba muy interesado en las revelaciones que hacia la princesa.

—La historia cuenta que los dragones fueron sellados usando un poderoso hechizo, que Liliaht puso en la espada de los Guardianes. Ese hechizo está escrito en el libro, y nadie jamás lo ha tocado ni lo conoce, así como muchos otros poderosos secretos que de seguro alberga. Supongo que para un hechicero aquel volumen, ha de ser la mayor reliquia que existe —relató y miró por la rabadilla del ojo, a ver si Fausto la seguía atento—. Yo creo que Condrid la quiere por esa razón, pero por mucho poder que alcanzara obtener con todo ese conocimiento infinito que podría otorgarle el libro, dudo que sea el necesario para enfrentarse a una nación, menos para alzarse en contra del poderoso Imperio.

—¿Entonces?

—Entonces necesitaría un ejército, un ejército grande y realmente poderoso. —Mientras Lidias relataba, parecía que continuaba meditando en sus propias conjeturas—. Algo como la alianza que pretende formar con la barbarie, pero intuyo que ni toda la fuerza que hay detrás de estas montañas, podría doblegar las fronteras de Sarbia. Y eso Condrid debería saberlo, es por ello que Lenansrha cree que usará para ese fin, al enemigo más temible para la emperatriz: Wrym.

—¿Wrym? ¿Es ese el gran Dragón, verdad? —recordó Fausto.

—Pero se equivoca —aseveró y se volvió para mirar a su escudero—. Lenansrha le teme a que algo así ocurra, y no podría culparla por ello. Porque vivió en carne propia la época de Oscuridad y Fuego, algo que nosotros solo podemos imaginarlo, mas ella es una sobreviviente de aquellos terribles días. Pero ese temor la ciega, no es Condrid quien quiere despertar a Wrym, es más, hasta dudo que en realidad sepa que con el libro podría hacer tal cosa.

»Condrid fue burlado igual que yo, igual que tú e igual que todos, por esa bruja de Anetth. Recuerdo que las palabras de ese infeliz aquella noche hablaban de un pacto, me dijo que no planeo matar mi padre pero el pueblo bárbaro así se lo exigió. Cuando Anetth me apuñaló, supe que siempre fue la portadora del engarce, pero al dejarme allí me mostró un tatuaje en su nuca, y aunque era similar al del puñal, no era el mismo. Y por supuesto que no era el mismo, porque Anetth es una hechicera y no necesita de ningún otro medio para ser unida a un objeto engarzado.

—Jamás entendí bien de que van esas brujerías. —Ahora Fausto se sentía y veía muy confundido.

—Es simple, Ledthrin tenía las anillas en sus antebrazos y estas respondían al engarce en el pesado espadón que usa —explicó más contactada con sus propias ideas que en instruir a su escudero—. Pero Anetth no necesita anillas ni nada, ella estaba unida al puñal de un modo distinto, pero ella a su vez estaba marcada con una runa de engarce estoy segura. Y por el modo en que Condrid le hablaba, Anetth parecía estar a su servicio más que parecer una aliada a su causa.

—Y ¿Crees que ella está falseando? —preguntó en un tono más parecido a una afirmación.

—O es ella o el bárbaro con quien a pactado Condrid —confirmó Lidias—. Y quieren el Libro, y por sobre todo lo que hace siglos buscan: recuperar las tierras que les fueron arrebatadas.

—¿Cuáles tierras?

—¡Fausto, por Himea! No sé si eres demasiado escéptico o un insalvable ignorante —resopló—-. Las historia no fue escrita solo para entretener a los críos con cuentos de heroicas batallas y grandes héroes. Está allí para aprender de ella y dar respuesta a los acontecimientos actuales. Las tierras al sur de Thirminglon hacia el Imperio fueron el hogar de la barbarie mucho antes de que llegaran los Guardianes e incluso antes de que nuestros ancestros edificaran sus ciudades aquí en Freidham y las tierras al sur de Anduil. En otras palabras, todo el territorio al sur de aquí fue de ellos y desde el fin de la época de oscuridad y fuego, que intentan recuperarlo.



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