A las puertas de la fortaleza del este -XXXV-

El gran salón, no era tan monumental como el de la torre del homenaje en Freidham, ni de cerca. Aquella construcción era rústica en sus terminaciones, la piedra desnuda y fría revestía su interior; nada de cal, ni de mármol o decoraciones ostentosas.

Lord Condrid echó una inquieta mirada por la aspillera y se volteó cuando sintió ingresar al hombre que llevaba esperando hacía un rato. Cruzó entonces la puerta un orondo varón de mediano porte, ataviado con una armadura opaca de amplias hombreras. El tabardo blasonado con la insignia del fuerte y la capa de piel parda que pendía a su espalda, eran señales claras de que se trataba del comandante del mismo.

—No esperábamos tan pronta su llegada lord —dijo apenas ver al protector del reino.

—He decidido apurar los planes —expuso Condrid. Y enseguida volvió a examinar las afueras desde la enjuta aspillera.

—¿Apurarlos? —El comandante hizo una mueca de extrañeza— La última misiva nos dejaba dos meses ¿Cuánto tiempo?

—Hoy —reveló el mandatario—. Llegarán a las puertas en cualquier momento.

—¡Por Semptus! —El comandante tragó saliva y agregó—. Todavía no estamos preparados mi lord.

—No hay más tiempo Gerarth. Hay un caudillo Bárbaro, que ya está distrayendo la frontera Este del Imperio —sentenció Condrid—. Es necesario darles el paso ahora, el invierno ha comenzado y será una ventaja para nuestra alianza.

—Todavía tengo mis reparos con respecto a esto mi lord —confesó el comandante, rascándose el poblado mentón con notable nerviosismo.

—Confía Gerarth —Sonrió lord protector—. Estoy muy seguro de lo que hago ¿Es que acaso no puedes verte a ti mismo en el futuro?

—Si soy sincero lord, lo hago cada maldito día desde que vino aquí con la propuesta —Los verdes ojos de Gerarth, parecieron brillar con luz propia por un momento—. No puedo esperar por sacar mi trasero de estas frías tierras.

—Y lo hará comandante —Condrid le palmoteó el hombro—. Saldrá de este ocurro y frío rincón olvidado, para morar una finca en las tierras primaverales del sur, con el título de marqués. Pero para ello, tendremos que soportar la compañía momentánea de las huestes salvajes.

—Es justo eso lo que aún no me termina de convencer...

—No tienes que convencerte de nada Gerarth. Limítate a obedecer mis órdenes y todo lo que te he augurado será una realidad. —El lord volvió a mirar hacia las montañas—. Vamos a usar la fuerza bruta de la barbarie para aplastar al Imperio y luego verás que me desharé de ellos sin necesidad de derramar una sola gota de sangre de nuestros hombres.

—¿Cómo piensa lograr algo semejante?

—Ya te lo he dicho Gerarth —Dejó escapar una perfidia sonrisa—. Confía.

***

El vuelo rasante por sobre el caudal frío y cristalino del Dos Causes, desperezó tanto a los jinetes como a sus salvajes monturas. Con la humedad del cauce enjuagando el aire de aquella desvelada mañana, se consiguió hacer a los urgentes viajeros volver a cruzar palabras, como así también, puntualizar en su fuero interno el hecho de que se hallaban a poco camino de su objetivo. Dejaban atrás el paramo, para internarse de lleno sobre las tierras más elevadas y las picudas cumbres rocosas.

—Y entonces ¿Cuál será el plan a seguir? —la interrogante de Tragoh, surcó el aire vana y sin contestación.

—¿Y es que acaso tenemos un plan? —se preguntó a su vez Eneon, sin dar crédito a que Lenanshra aferrada a su espalda, advirtiera el sarcasmo.

—Que no te lo hayan explicado aun, no significa que no exista —aseveró entonces la elfo.

—¡Ah! Es cierto estabas aquí, olvidaba quien venía conmigo —prorrumpió el paladín y volteó con ligereza para hacer contacto visual con Lenanshra.

—Llevas horas bloqueando tu mente, imagino que vas por allí haciéndolo por mero gusto de desperdiciar tu energía. —Lenanshra no movió un solo musculo facial, mas Eneon la imaginó con una sonrisa triunfante en la cara.

—¿Y es que has querido indagar en ella? —preguntó con tono cabreado, pero no oyó la respuesta. En lugar de eso se escuchó la voz de Verón que volaba más adelante.

—Atravesar los muros de Theramar desde el poniente no debería ser complicado —anunció el maestre con voz potente—. Es de esperar que la guardia se concentre en el lado de la frontera y no hacia el territorio, más podría haber unos cuantos vigías.

»Mientras no sepamos que ordenes han sido dadas a los hombres del fuerte, tendremos que seguir considerándonos en territorio hostil. Pienso que en esto vuestra merced podría ser de gran ayuda—. Miró a Lenansrha en el último comentario.

—Ha ayudaros he venido, maestre —contestó con voz firme—. Si soy presta, cuenten conmigo.

Eneon intentó mirar por detrás de su hombro la expresión de la elfo, mas la altura de sus hombreras y el disimulo con que pretendió hacerlo, se lo impidió.

—Así que —comenzó el paladín—. Haz venido desinteresadamente a ayudarnos ¿eh? Dejaste los verdes montes y el bosque lluvioso para hacer caridad con los hombres del norte.

—No tengo ningún apego hacia tu pueblo Eneon, sé que mi gente no les agrada y para serte franca a mí tampoco me agradan los humanos —respondió Lenansrha—-. Mas no vine aquí por ustedes. Ya que de dónde vengo una promesa vale más que cualquier cosa, y la paz es más sagrada que sus dioses.

—¿Enserio no te agrada ningún hombre? —arremetió el paladín.

—El afecto es una emoción, que de no ser reciproca no es debida manifestar —argumentó enseguida—. La lealtad es una cuestión diferente. El rey y la reina de Farthias podrán contar con ella hasta el ocaso de sus días.

—No hablaba precisamente del rey y la reina. —Jaló la rienda, provocando que el grifo diera un súbito brío.

—Eres bastante predecible, paladín —reveló jactanciosa Lenanshra, sujetándose con fuerza a la armadura de Eneon.

—¿Es el cazador verdad? —tanteó con cierto tono fisgón—. No suelo equivocarme.

—¿En verdad intentas cortejarme? —rió Lenanshra.

—¿Te parece eso divertido? —preguntó algo molesto.

—Curioso —contestó ella—. Sin ofender, claro.

Una vez dejaron atrás las altas cumbres de Ninei, la temperatura descendió con brusquedad y el aire cada vez menos denso, apenas colmaba sus pulmones al respirar. No pasó entonces mucho rato, hasta que sobre los picos más altos se dejaran ver las almenaras. Y luego rosando el firmamento con las nubes como colchón, las imponentes murallas del fuerte de Theramar, se hicieron presentes perdiéndose hacia el infinito del horizonte, cercando así la frontera de Farthias del dominio de la barbarie.

—Hemos llegado —anunció el maestre Verón—. Que desciendan a ras de los faldeos, no deben avistarnos.

Los jinetes guiaron a los grifos para que descendieran casi en picada a las raíces de las altas cumbres. Sombríos cañones rocosos, regados por claros y ruidosos cursos de agua, que descendían por estos hacia las tierras más verdes del interior. En la lejanía un rebaño de cabras salvajes atravesaba la imposible cordillera, mientras que el sol luchaba por atravesar los densos nubarrones para abrazar con su calidez aquel laberinto lóbrego y calcáreo.

***

El comandante salió del salón a presurosos trancos. La niebla de afuera se colaba por entre las almenas húmedas y frías sobre el muro, limitando la visibilidad al interior del adarve. Cosa que a Gerarth no parecía inmutarlo en absoluto, llevaba tantos años recorriendo entre la oscuridad, niebla, lluvia y nieve aquellos pasillos, que conocía cada camino de memoria. Fuera entonces por la cotidianidad de la situación que menguada su alerta, que sin sospecharlo siquiera se vio presa de una mano enguantada que le cubrió la boca, mientras una filosa espada amenazaba en su rolliza garganta.

—No intente nada estúpido comandante. —Escuchó que le decía la voz de su captor.

Imposibilitado de balbucear palabra alguna, el orondo varón resopló maldiciones que se ahogaron al instante en su boca, tapiada por la presión de aquel firme brazo. Con sus hombres a menos de medio estadio de distancia, le resultaba irónica y exasperante aquella situación. No oía más que a aquel hombre que le tenía bien sujeto, sin embargo, sabía que estaba a su merced; lo habían cogido por sorpresa y librarse no era una expectativa viable de momento. Luego sus esperanzas se desplomaron a cabalidad, cuando por fin miró hacia arriba sobre los muros y encontró la silueta de una elfo que se empeñaba en apuntarlo a menos de cuatro varas de distancia. Intentó balbucear algo más —seguro exigiendo una explicación—, mas su opresor se negaba a ofrecérselas.

—"Vas a cooperar Gerarth Pradogres". —Sintió la sublime vibración de una voz en su cabeza, luego todo se volvió nebuloso y perdió el conocimiento.

Lenansrha saltó desde la altura en que se hallaba y cayó de pié al lado de Verón, le hizo una seña con la cabeza y entonces el maestre soltó al inconsciente comandante.

—Despertará en un par de minutos, con un mareo horrible —anunció la elfo, a tiempo que le imponía una mano sobre la nuca—. Nos dará tiempo para atrapar al lord protector. Está justo detrás de estas murallas. —apuntó el muro de roca que conformaba la torre—. No se mencionado nada sobre los paladines...

—Todo despejado —anunció la voz de Tragoh, que en ese momento viraba desde el adarve del lado poniente.

—Dad aviso entonces —ordenó Verón—. Que tengan listos los grifos, Lenansrha dice que Condrid está dentro de la torre.

—¿Qué harán con este? —preguntó la elfo, apuntando al comandante.

—Dejemos que los paladines le enteren de los pormenores, una vez se haya despertado. —Verón miró al orondo hombre en el suelo y se volvió hacia el oeste esperando ver sobre las almenas a las aves y sus jinetes.

—No está limpio —objetó Lenanshra—. Este varón sabía de ante mano el plan de Condrid, cuando aún era el canciller. Sabía que el rey sería asesinado y que en su lugar tomaría el poder.

—¿Está segura de eso? —La expresión de Verón se ensombreció.

—No abriría mi boca de no tener certeza de lo que he visto.

Verón clavó la mirada en los brillantes ojos de Lenansrha, y mientras esperaba a que los paladines y sus dos hombres Tragoh y Garamon llegaran hasta donde estaban, buscó en el rostro de ella con actitud desafiante.

—¿Hay algo más que haya visto? —preguntó en un tono ladino.

—Vamos, no perdamos más tiempo. En este momento lord Condrid debería estar sólo en el salón —se apuró en decir Lenanshra, mas no respondió la inquietud del maestre—. Será apenas un reto si le sorprendemos, aun si ya ha abierto el libro.

Los paladines se apearon sobre el adarve y se acercaron junto a los hombres de Verón.

—Dice Lenansrha que es seguro para ustedes hablar con la guardia —explicó Verón, tan pronto los jinetes se aproximaron—. Iremos por Condrid ahora, que rodeen las salidas hasta entonces.

El maestre terminó de explicar el plan a seguir y partió raudo junto a los dos interventores y la elfo. No había más de medio estadio de distancia hasta la puerta de acceso a la torre, sin embargo, los pasillos del ala oriente podían hallarse custodiados por alguna que otra patrulla de soldados. El grueso de los hombres se hallaba en el torreón que defendía la frontera.

Avanzando con cautela y arrimándose de vez en vez a las paredes, consiguieron alcanzar la puerta de la torre en ese nivel. Sólo les bastaba cruzarla para hallar al canciller detrás de un pequeño pasillo antes del salón. Verón miró a sus hombres y con un gesto ordenó a Tragoh que abriera la puerta, mas antes de que éste alcanzara la manilla, el sordo sonido de campanadas le detuvo de su acción por un instante.

—¡Es la alarma! —espetó Garamon—. Nos han visto.

—No —negó Verón y se volteó con rapidez para acercarse al borde del muro y mirar por entre las almenas—. Es una alerta de amenaza hostil.

El maestre restregó sus ojos sin poder dar crédito a lo que veía, reculó un paso y entonces miró a la elfo y a sus dos hombres.

—Están aquí —soltó entre un carraspeo y una expresión de horror involuntaria—. Los bárbaros vienen hacia acá.

—¿Qué? —Tragoh se agolpó junto a Verón y también miró por sobre el muro—. ¡Semptus! Son una legión.

—Cuentan con más de noventa mil guerreros —intervino Lenansrha—. Vienen a cumplir con el pacto que ha hecho Condrid. Les ofreció acceso para aplastar al Imperio.

—Sabía que ya venían —le reprochó Verón—. Lo vio en los recuerdos del comandante y no dijo nada.

—Lo vi —admitió ella y se volvió a la puerta—. No olvidemos la misión, la alarma pudo alertar a lord protector en este momento. —Guío la mano a la manija e hizo un gesto a Garamon.

—Los planes cambian con este infortunio —alegó Verón—. ¿Y si los hombres ya han sido advertidos de esto? No podemos permitir que los salvajes traspasen el portón. No son criaturas confiables, por lo demás una acción como está podría acarrear una guerra contra el imperio.

—No es nuestra principal preocupación ahora. —Lenansrha accionó la manilla y empujó la puerta.

Sin dar pié a que ninguno agregará algún comentario, de inmediato tomaron una actitud de guardia e ingresaron a aquel oscuro pasillo. Primero lo hizo Garamon junto a la elfo y les guardaban la espalda: Tragoh y Verón.

Con el índice Lenansrha indicó el siguiente acceso que daba al salón. Luces de candiles bailaban proyectadas en las paredes, y entre aquella anaranjada luz que escapaba por la puerta entre abierta, podía distinguirse una silueta: de seguro allí estaba Condrid.

—¡Ya vienen! —anunció el ex Canciller, se había percatado de la presencia al otro lado del pasillo y supuso se trataba de Gerarth—. Aquí están, tal como te lo dije Gerarth.

—«!Son miles!» —meditó para sí Condrid—.«Así es como se ven noventa mil guerreros bajo mis pies. Parecen diminutas hormigas desde aquí, sin embargo, allí está el grueso del ejercito de toda una nación.

Ojalá pudieras ver esto Theodem, ojalá y vivieras para verme hacer. Hoy has de revolcarte en la tumba, al ver como dejaré entrar a los salvajes contra los que tu vida entera luchaste. Y aplastaré con ellos a Sarbia, para que por fin Farthias deje de ser un reino a la sombra del imperio. Algo que jamás en tu admiración por esa decadente civilización, habría cabido». Lord protector sonrió nervioso, se sentía excitado y ansioso. No obstante, en su fuero más interno sentía un terrible miedo, un pavor que sabía tendría que controlar para no arruinar su plan. Y es que era justo lo que temía: el fracaso.

«Si este día logro mi cometido: nada, ni nadie podrá detenerme. Nada, ni nadie estará por sobre mi poder». La idea lo deleitaba, mojó sus labios con la lengua; pensando en el éxtasis que la sola idea le producía. Y entonces volvió a tocar la portada dorada del Libro, que yacía seguro en el interior el morral de cuero. Luego miró hacia el encielado del salón y entonces su mente voló hacia Agneth. «El día y el momento ha llegado putita. No me falles ahora, solo falta el puntapié inicial para lograr mi propósito ¿Dónde estás?»

En el pasillo contiguo al salón, Lenansrha siguió avanzando, sin que apenas sus pasos hicieran ruido al contacto con la graba del piso. Mas en el último momento, Verón la agarró por los hombros deteniéndola, tomó entonces su lugar y atravesó la puerta entreabierta espada en mano.

—¡Lord Condrid! —espetó al verlo de frente, mientras éste con afán volvía a contemplar por la aspillera—. Por fin lo encuentro.

El aludido personaje se sorprendió de ver al maestre, más ocultando a su espalda las manos le saludó con una reverencia.

—Deberías estar muerto Verón, ¿qué hace un cadáver entre los vivos? —comentó Condrid, aparentando una insidiosa calma.

—No me apena que vuestros planes no se hayan dado como quiso. Más por aquello que tristemente ejecutó, deberá pagar. —Verón se acercó parsimonioso y sin quitarle los ojos de encima—. Sus manos están muy manchadas de sangre, lord.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Asesinarme? —inquirió con una burlona sonrisa—. Aun si lo lograras, solo conseguirías condenarte. ¿Olvidas quién soy? En estos momentos tengo el poder absoluto de Farthias, por si no te has enterado.

—No estaría tan seguro de ello —persistió el maestre, y continuó acercándose.

—¿A no? —Rió—. Ah, es que tú no estuviste allí para presenciarlo, fue hermoso. Mientras el traidor de mi hijo te ayudaba a escapar, decidí que su traición y la de su orden fuera pagada con la muerte. No sólo derroqué a tu molesta ordenanza de fanáticos, sino que también me encargué de eliminar a los paladines del reino. Hoy Farthias y toda su fuerza armada es leal a su único y legítimo gobernante: yo.

—Ha perdido el juicio lord protector. Es una verdadera lástima —expuso Verón, dando otro paso al frente—. Pero lo que dice no es totalmente correcto.

—Está rodeado Condrid —Se oyó la voz de Tragoh al otro lado del umbral.

Lenanshra aprovechando la corta distancia en que se hallaba de Condrid, intentó hurgar en su mente. Sin embargo, se sorprendió al percatarse de que el lord protegía su mente, al igual como lo hacía Eneon el paladín «Tomas precauciones muy peculiares Condrid Tres Abetos. Me pregunto el propósito real de tus intenciones ¿Por qué trajiste el libro a Theramar?»

—¡Gusanos! —espetó con explosiva furia. Y enseguida llevó ambas manos adelante, proyectando justo frente a la puerta una pantalla de fuego que la bloqueó por completo, impidiendo de forma momentánea el paso a los aliados del maestre.

En aquel instante Verón con la rapidez de un felino, se lanzó hacia los pies del ex canciller con la determinación de derribarlo. Y enredando sus fuertes manos en los tobillos de Condrid, empujó con fuerza y lo tumbó de bruces. Condrid se retorció como un reptil, mientras Verón con habilidad le sometía imposibilitándole movimientos.

—No vas a lograr nada con esto Terraduna —-alegaba a los gritos Condrid, mientras se batía en el suelo luchando por zafarse de la llave que Verón le propinaba—. Será peor para ti, un hombre con inteligencia escaparía ahora mientras puede.

—Puede amenazarme cuanto quiera lord Condrid. —Verón le sostenía ambas manos a la espalda, mientras hurgaba con desesperación en busca del Libro, que bien había quedado prisionero bajo el vientre del ex canciller—. No es ante mí a quien ha de comparecer.

—No amenazo jamás en vano. —En un descuido del maestre, Condrid aprovechó para cargar suficiente energía entre sus manos y descargarla en el momento en que Verón se ponía encima para oprimirlo.

El maestre salió despedido un par de varas más atrás hasta chocar contra una estantería de armas, la cual destrozó con su cuerpo y varios de los pesados armamentos cayeron sobre su cuerpo, dejándolo en un estado de inconciencia momentánea. Condrid aprovechó para ponerse de pié y volver a cargar energía entre sus manos.

Envueltos en una ráfaga de aire frío: Tragoh, Garamon y Lenanshra; atravesaron la cortina de fuego que bloqueaba el acceso. Rodearon enseguida a Condrid, quien se disponía en ese momento a ultimar Verón.

—¿Desde cuándo mal usa los dones de Semptus? —le interpeló Garamon.

—Desde que me encargué de ser el único en todo el reino capaz de manejarlos —Sé mofó Condrid—. ¿Acaso les es permitido usar sus habilidades en combate?

Lenansrha no esperó la reacción de ninguno de los dos interventores y sin meditarlo un segundo más, echó mano a al carcaj, tensó y disparó su arco con la velocidad del rayo. El objetivo era reducir a Condrid, sin embargo, aunque la flecha no perdió su certera trayectoria, jamás dio en el blanco. Y en su lugar, se partió en dos a medio centímetro de atravesar la pierna derecha del ex canciller.

Condrid no perdió tiempo y repelió el ataque contra la elfo, quien sin dificultad esquivó el relámpago que le lanzaba. Terminó por explosar contra la pared, haciendo un ruido estridente. Y fue en el instante preciso en que Lenansrha esquivaba, que se percató de la presencia que había a su espalda y la indudable causante de que su flecha fallara.

—¿No fui invitada a esta fiesta? —Rió con gracia aquella figura femenina, apostada bajo el dintel de la puerta quemada.

Lenanshra dio una voltereta antes de caer al piso e irguiéndose otra vez, disparó contra Agneth con impresionante velocidad. La saeta entró por la frente de la bárbaro y salió en línea recta por la nuca, hasta perderse en las sombras del pasillo contiguo, mientras el cuerpo seguía de pié.

Condrid cobró una expresión de pánico y enseguida hurgó en el morral en el que escondía el libro. Mas Garamon cargó energías entre sus dedos, y las liberó en forma de un luminoso proyectil, que con rapidez pretendió alcanzar al ex canciller. Aunque Condrid ni siquiera hubiera alcanzado a esquivar aquella letal descarga, una fuerza venida de algún lugar dentro de la sala, impidió otra vez que el lord fuera abatido.

Una carcajada hizo eco en el abovedado salón. La piel de la bárbaro recién herida, comenzó a desquebrajarse hasta convertirse en no otra cosa que ceniza blanca, que se volatilizó en el aire.

—No lo creo —Se oyó desde lo alto una risa de buena gana—. No creí que un truco tan soso lograra engañarte elfo.

Lenansrha miró hacia arriba y entonces encontró a la verdadera Agneth, sentada con las piernas colgando desde una de las gruesas vigas del techo. Y aun con todo lo rápida que la elfo solía ser, no logró apuntarla antes de que la hechicera saltara hacia otro de las durmientes del encielado, soltando bajo ella un destello tan luminoso que incluso Lenanshra tuvo que cerrar los ojos y dejarse enceguecer.


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