56
Estoy aterrada. Siento que el corazón va a escaparse fuera de mí debido a la violencia con la que golpea contra mi caja torácica.
Soy un manojo de nervios ahora mismo y no entiendo muy bien por qué.
Supongo que, antes, la posibilidad de la libertad era tan lejana, que estaba más resignada que otra cosa. Sin embargo, ahora las cosas han cambiado.
Bruno Ranieri ha tomado y caso, y no solo eso, sino que se ha encargado de llenarme de esperanzas y expectativas. De planes a futuro y posibilidades infinitas.
De eso han estado hechos los últimos meses de mi vida. De esperanza. De estabilidad y de un hombre impresionante haciendo su trabajo de una manera asombrosa.
En cuestión de apenas unos meses, Bruno ha conseguido cambiar por completo mi panorama legal.
Para empezar, descubrió que el Corporativo Mendoza estaba pagándole al licenciado Guzmán para perder mi caso a propósito. Estaba tan furiosa cuando me lo dijo, que Bruno tuvo que detenerme de llamarle al viejo ese para gritarle hasta de lo que se iba a morir.
Me pidió hacer las cosas a su modo y, ahora, ha iniciado un proceso en su contra. De ganar —Bruno dice que no hay posibilidad alguna de que perdamos ese juicio—, perderá su licencia para ejercer e irá a la cárcel. La cantidad de tiempo que pase ahí, dependerá de un juez, pero mi novio no está dispuesto a dejar que salga muy bien librado de esto, así que hará todo lo que esté en sus manos por arruinarlo, justo como él estaba intentando arruinarme a mí.
La verdad es que no sé cómo me siento respecto a eso. Una parte de mí desea pedirle a Bruno que se detenga. Que el licenciado Guzmán ha aprendido la lección; pero otra, esa que aún recuerda todo lo que pasé durante esas dos semanas de mi estadía en la prisión, me susurra que él no iba a tener esa misma misericordia por mí. Que estaba dispuesto a dejarme en la cárcel, pese a que no hice nada de lo que se me acusó.
Debe pagar por lo que hizo y no porque me lo deba a mí o a alguien en específico, sino porque es lo correcto. Cada acción tiene una consecuencia y ese hombre debe afrontar las consecuencias de las decisiones que ha tomado.
En cuanto a lo que mi caso respecta, Bruno tiene la certeza de que puede librarme de todos los cargos.
Luego de haberme hecho explicarle todos los protocolos que se realizaban a la hora de entregar las declaraciones fiscales en el Corporativo Mendoza, revisó —junto con un contador— todas y cada una de las pruebas presentadas por la empresa.
El vacío que Bruno encontró, fue que ninguna de esas declaraciones fraudulentas —esas que contenían facturación de empresas fantasma— no estaban firmadas por mí. Era requisito indispensable que así se hiciera. De lo contrario, era motivo de sanción grave —en primera instancia— y despido inmediato de ser algo recurrente —como en todas las declaraciones sin firmas que presentó el Corporativo como pruebas.
A eso, se le ha sumado el hecho del soborno de mi abogado y eso le da armas a Bruno de, no solo absolverme de todos los cargos, sino también conseguirme una indemnización por todos los daños causados durante todo el tiempo que duró mi proceso legal.
A mi lado, Bruno se encuentra sentado, enfundado en un impresionante traje azul marino y expresión glacial en el rostro. La única imperfección en su gesto marmoleo es la sombra del morado que tuvo en el ojo durante un poco más de un par de semanas.
No sé muy bien qué fue lo qué pasó. Simplemente, un día llegó a casa con el ojo inflamado y los labios reventados diciendo que había solucionado el asunto con Rebeca.
No quiso entrar en detalles sobre eso. Solo dijo que había hecho lo correcto y había hablado con el esposo de la mujer. Al parecer, todo lo que dijo sobre su separación era mentira y, cuando Bruno fue a reunirse con el hombre, se lo dijo todo.
No me dijo cómo acabó todo, pero, por los golpes con los que llegó, puedo imaginar que no fue algo que Bruno quiera recordar.
Con todo y eso, desde entonces no hemos vuelto a tocar el tema de Rebeca. Bruno confía en que nunca más volverá a buscarnos. A saber, si habló con ella también, además de con su marido.
El hombre a mi lado mira su reloj una vez más, serio y estoico.
Todavía no me acostumbro a verlo así, en su faceta de abogado, pero debo admitir que me parece fascinante.
Hay algo maravilloso y sexy en Bruno Ranieri, soberbio y arrogante como el infierno. Con ese ceño ligeramente fruncido y esos labios mullidos sellados en un gesto inexpresivo y altivo al mismo tiempo.
—Tranquila —dice, en voz baja, y lo encaro justo a tiempo para verlo perder la pose inalcanzable durante unos instantes. Cuando lo hace, me guiña un ojo—. Lo tengo todo bajo control.
Sonrío de regreso, reconfortada por su seguridad.
A diferencia del licenciado Guzmán, a Bruno sí le creo.
—Lo sé —respondo, porque sé que es así. Que ha hecho hasta lo imposible para que esto se solucione de la mejor manera. Tanto así, que su padre le ha llamado para intentar negociar un acuerdo con nosotros. Por supuesto, Bruno se negó a aceptar nada que no fuera igual o mejor de lo que me iba a conseguir el mismo en la corte.
Así que ahora estamos aquí, como en un déjà vu, a la espera de que nos llamen para que me den la sentencia definitiva.
Pronuncian mi nombre y un zumbido me invade la audición mientras me pongo de pie. El corazón me ruge contra las costillas y el aliento me falta.
Los dedos cálidos de Bruno se envuelven en los míos en un gesto cálido y reconfortante y trato de dejar ir el aire que no sabía que contenía sin mucho éxito.
Cierro los ojos un segundo mientras me pongo de pie.
A mi lado, Bruno hace lo propio y guía nuestro camino hasta el lugar indicado.
Apenas puedo registrar qué es lo que está pasando. Estoy tan abrumada, que no soy capaz de hilar nada. De pronto, cuando parpadeo, Bruno está hablando y suena tan calculador y frío, que no puedo reconocer el sonido de su voz con la imagen del hombre que tan solo esta mañana, me preparaba el desayuno mientras me duchaba.
Tengo los ojos llenos de lágrimas todo el tiempo, pero no derramo ninguna durante ningún instante y, de pronto, cuando me doy cuenta ya nos han pedido que nos pongamos de pie una vez más.
Me preguntan cosas, pero no recuerdo qué respondo. Seguramente la verdad. Aquí nunca he dicho una sola mentira respecto a lo que recuerdo de mi tiempo laboral en el Corporativo Mendoza.
No sé cuánto tiempo pasamos ahí dentro. Es una eternidad... O quizás, apenas unos minutos; pero, cuando nos ponemos de pie de nuevo, es para recibir la sentencia del juez.
No me importa buscar el tacto de de Bruno antes de intentar escuchar lo que el hombre que tiene mi destino en sus manos tiene qué decir.
Él encuentra mis dedos de manera discreta y me aprieta tan fuerte como necesito que lo haga.
No escucho una mierda.
Bruno me gira para obligarme a mirarlo y pronuncia algo que no escucho.
Parpadeo un par de veces.
—¿Qué? —inquiero, sin aliento.
—Se acabó. —Bruno sonríe, al ver mi estupefacción.
—¿Terminó?
—Te besaría ahora mismo si pudiera —dice, sin dejar de sonreír.
—¿Y g-ganamos?
Esta vez, es una carcajada larga la que lo abandona.
—¿Lo dudabas?
Estoy a punto de colgármele al cuello en un abrazo, sin importarme que todo el mundo nos esté mirando, cuando el cuerpo de Ana me abraza con fuerza y me saca todo el aire de los pulmones.
Estoy temblando, pero le correspondo al gesto. Sergio, en la lejanía —a una distancia prudente que, seguro, Ana no pudo respetar debido a la emoción— me sonríe y me aferro a la mujer que me abraza con fuerza mientras un par de lágrimas aliviadas me abandonan.
—Ahora regreso. —Bruno dice, cuando me aparto de mi amiga—. Debo recoger los documentos necesarios.
Asiento.
—No tardes demasiado —pido y él sonríe.
—No sabes lo feliz que estoy por ti, amor —dice, en voz baja, para que solo yo pueda escucharlo y el pecho se me calienta con una emoción cálida y dulce.
—Nada de esto habría pasado de no ser por ti —pronuncio, porque es cierto—. Gracias, Bruno.
No dice nada, solo sonríe y se encamina en dirección a donde el juez se encuentra.
***
Son casi las diez cuando todos se marchan.
Y no es que hayamos sido muchos celebrando el veredicto de mi sentencia. Solo estuvimos Sergio, Ana, Karla, Bruno y yo. Más tarde, Tania, la hermana de Bruno, fue a comer con nosotros al pent-house junto con su familia —su marido y su pequeño de casi un año, quien parecía fascinado conmigo y no dejaba de pedirme que lo tomara en brazos.
Era la primera vez que convivía con la familia de Bruno —o, al menos, con una parte de ella—, y estaba muy nerviosa, pero creo que todo salió bastante bien.
Tania es una mujer encantadora y su marido es un hombre muy amable y servicial.
Ahora, luego de limpiar un poco, hemos tomado una ducha y ahora nos encontramos aquí, acurrucados el uno junto al otro, en la oscuridad de la habitación.
Hemos hablado del juicio todo el día y ahora no me quedan ganas de hablar más al respecto, pero, de todos modos, le agradezco una vez más todo lo que hizo por mí.
Él no dice nada. Se queda callado un largo momento.
—Andrea, te amo —dice, cuando creo que se ha quedado dormido y la declaración hace que todo dentro de mí se estruje con violencia—. Ya me cansé de guardármelo. Jamás había sentido nada así. Te amo. Y porque te amo haría cualquier cosa por ti. Así que no tienes nada qué agradecer.
Esto aturdida, el corazón me golpea con violencia contra las costillas porque es la primera vez que me lo dice.
No es un secreto para nadie que tenemos una relación. Que, desde hace unos meses, compartimos algo más que la intimidad de la cama. Algo diferente —que involucra sentimientos y planes a futuro—. Pero nunca me había dicho que me amaba.
Quiero gritar de la emoción, quiero estrujarlo contra mi cuerpo; pero, en su lugar, levanto la cabeza y recargo la barbilla sobre su pecho desnudo para mirarlo a la cara.
—Te amo, Bruno —digo, porque no hay otra cosa que quiera decirle—. Y jamás voy a dejar de agradecer todo lo que haces por mí. Absolutamente todo.
Me aparta un mechón rebelde lejos del rostro.
—Mejor agradece a la vida que todo terminó y que estamos aquí, después de tanto.
Sonrío y me acurruco sobre su pecho una vez más.
—Me encantas.
—Y yo te amo, Liendre.
***
El edificio está en una zona bastante agradable. No es una zona cercana al centro de la ciudad, pero tampoco está alejada; lo cual lo hace en una ubicación bastante conveniente. Detesto que así sea. ¿Por qué no puede estar muy lejos y quedarle terrible a Bruno para ir al trabajo?
Cierro los ojos con fuerza cuando bajo del Uber que mi flamante novio pidió para mí hace veinte minutos.
Cuando me adentro en la recepción, soy capaz de tener un vistazo de él, vistiendo un pantalón negro y una camisa gris doblada hasta los antebrazos, con los botones deshechos en la parte superior y una sonrisa fácil dibujada en los labios.
La semana pasada le entregaron su departamento.
Por fin, luego de meses y meses de arreglos y remodelaciones, Bruno podrá habitar ese espacio que es suyo y que, de no haber sufrido un montón de desperfectos debido a la humedad, habría impedido que nos conociéramos...
... Y no es que aborrezca la idea de él, por fin deshaciéndose de un pendiente que venía arrastrando desde hacía casi un año; es solo que, el que tenga su departamento listo quiere decir que va a mudarse del pent-house. Que vamos a dejar de compartir un espacio que, si bien no nos pertenece, hemos hecho nuestro con el paso del tiempo.
Sonrío cuando se acerca para besarme y murmurar un saludo. Yo correspondo la caricia suave antes de dejarme encaminar por él hasta el ascensor.
Es un lugar espacioso, pese a que no es igual de inmenso que el pent-house. De cualquier modo, es un lugar que podría disfrutar yo misma. Suspiro, cuando paseo la vista por los sillones de piel oscura que reviste la sala y me pregunto cuándo podré tener un lugar así para mí misma.
Pese a que hace cuatro meses encontré un empleo bueno, ejerciendo mi profesión, todavía tengo muchas deudas que liquidar antes de poder pensar en la posibilidad de independizarme por completo y dejar de depender de la caridad de Génesis y Dante —que aún nos permiten habitar en su casa.
En cuanto a mi relación con Bruno se refiere, dentro de una semana cumpliremos siete meses juntos. Siete meses que se han pasado como agua entre los dedos, de tan ligeros y amenos que se sienten. Con Bruno puedo ser yo misma y la vida se te escurre entre risas y momentos increíbles cuando encuentras a alguien que es capaz de hacerte sentir bien en tu propia piel. Que, en lugar de llenarte de inseguridades absurdas, te muestra todo eso por lo que brillas.
—Este es el único lugar que pude conseguir que Tania dejara tal cual estaba —Bruno comenta, cuando nota mi escrutinio a su bonita y espaciosa sala, y guía nuestro camino a la cocina, donde explica que todos los muebles en madera oscura son nuevos; así como la isla que se encuentra al centro de la estancia.
El departamento tiene dos habitaciones. Una de ellas —la de invitados— está decorada como oficina y tiene un escritorio y una silla muy cómodos.
Cuando nos abrimos paso hasta la habitación principal, lo primero que me llama la atención, es el librero de anaqueles vacíos que se encuentra al fondo de la estancia y el sillón cómodo que se encuentra junto a él.
Luce como el espacio perfecto para sentarte —o recostarte— a leer.
—Esta es la habitación principal —Bruno puntualiza lo obvio—. Tiene su propio baño ahí. —Señala en dirección a la puerta cerrada—. Y un armario muy espacioso. —Señala la puerta junto a él—. Quizás no es un pent-house, pero...
—Es increíble. —Lo corto, al tiempo que me giro para encararlo—. Todo el lugar.
Él suspira, como si le provocara alivio el hecho de que su departamento me guste.
Miro más allá de él, hacia la espaciosa cama al centro de la habitación, revestida con colores oscuros.
—Si quieres podemos probarla. —Bruno comenta, mirando el lugar que observo y, pese a que siento el calor subiéndome por la cara, sonrío.
—¿Esa es una propuesta, Bruno Ranieri?
—Completamente, señorita Roldán —dice, acortando la distancia que nos separa para besarme. Cuando nos apartamos, une se frente a la mía y susurra—. ¿Te gusta el sillón?
—¿Ese de ahí? —Hago un gesto en dirección al mueble a mis espaldas y él asiente—. Es muy bonito.
—Si quieres, puedes cambiarlo. Es tuyo.
Me aparto, para verlo a los ojos.
—Y el librero también. Para que pongas todos esos libros que tienes en cajas —dice, al tiempo que me deja ir para acercarse a la puerta del armario y abrirla—. Aquí perfectamente caben nuestras cosas, pero si crees que necesitas más espacio, puedes hacer uso del estudio. No tengo problemas de nada. —Se gira para mirarme, ansioso—. Siéntete en libertad de hacer con este lugar lo que te plazca.
Sacudo la cabeza en una negativa.
—No entiendo...
—Andrea, sé que no es la casa de Dante y Génesis... —Me interrumpe—. Pero nada me haría más feliz si aceptaras vivir conmigo aquí. En mi departamento.
Los ojos se me llenan de lágrimas, el corazón me late con fuerza y quiero gritar porque es un hombre maravilloso. Porque no puedo creer que haya pasado tanto tiempo sin él en mi vida.
—¿Qué dices, Andrea?
—Digo que nuestras cosas caben perfectamente en ese armario, amor —pronuncio, con un hilo de voz y él se acerca una vez más para besarme.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top