8. Cuando tratás de disculparte

Darío cayó en un sueño profundo después de la ducha, el té y los analgésicos. Julieta le trajo una bandeja con unas galletas dulces y gelatina morada que Alexis supuso que era uva o mora, pero al ver que su hijo dormía la dejó sobre el escritorio, corriendo el teclado y el ratón para hacer lugar. Le pidió a su sobrino que lo obligara a comer si despertaba. Él dijo que sí, que se lo metería garganta abajo si era necesario, pensando que podía idear muchas formas de obligarlo a comer.

Se dio una ducha y, aburrido porque no podía molestarlo al estar enfermo, se limitó a tontear en las redes sociales. Tenía pendiente una notificación de instagram, que Darío le había dado me gusta a una de sus fotos, pero cuando entró a fijarse, había desaparecido. Esbozando una sonrisa al darse cuenta que su primo lo había stalkeado, quitó los ojos de la pantalla del celular para contemplarlo mientras respiraba ruidosamente a causa del resfrío. No tenía los lentes puestos y el cabello despeinado se le pegaba a la frente perlada en sudor.

Soltando un suspiro, se levantó para entreabrir una hoja de la ventana para que entrara el aire fresco de la noche, ventilando la habitación. Tomó su guitarra y los apuntes que guardaba en la funda. Había estado componiendo una canción antes del accidente de sus padres y no trabajó en ella desde entonces. Sentía que su inspiración se había esfumado de un momento a otro.

Tocó unos acordes, inmerso en sus pensamientos. Darío se revolvió en la cama, entreabriendo los ojos.

—Oh, disculpá —dijo Alexis, deteniéndose—. ¿Cómo te sentís?

Darío se pasó la lengua por los labios, sintiendo la boca pastosa. Tenía un leve dolor de cabeza, pero no se sentía tan mal como cuando había llegado en la tarde. Miró atolondrado de un lado a otro y después se fijó en su primo, quien estaba sentado sobre el colchón inflable con las piernas cruzadas y los pies descalzos. Llevaba el cabello suelto y húmedo y vestía una sudadera que le quedaba enorme. Dejó la guitarra a un lado y se irguió, con la expresión preocupada.

—Creo que bien —dijo y su voz salió ronca. Deseaba que se le pasara pronto porque sino su madre ya lo iba a medicar con antibióticos.

Alexis rio.

—No lo parece —acotó con obviedad.

Darío usó los codos para poder erguirse con un quejido y su primo se acercó de inmediato a ayudarlo.

—¡Estoy bien, estoy bien! —se quejó, atajando la mano de Alexis en el aire antes que lo tocara—. Es que te podés contagiar, eh —dijo para tratar de no sonar tan grosero.

Su primo se alejó con las manos levantadas indicándole que no le iba a hacer nada. Darío resopló, soltando el aire que había retenido, y se llevó una mano a la cabeza mientras observaba alrededor. Sin lentes, era como ver una película pirata grabada del cine, sin embargo pudo divisar la toalla mojada que Alexis había dejado colgada a los pies de su cama.

—¡Eh! ¿Qué te dije de la toalla mojada?

Alexis hizo una cara larga y soltó una exclamación exagerada.

—Ah, no me rompas las pelotas.

—¿Cómo quieres que me mejore si me estás humedeciendo los pies, eh? ¿Qué te cuesta colgarla afuera aunque sea?

El muchacho manoteó la toalla con un gesto brusco y le lanzó una mirada cortante a Darío, enfurruñado.

—Sos infumable, mijo.

Darío soltó un bufido, volviendo a acostarse. Le dolía la cabeza como para seguir discutiendo y Alexis se fue dando un portazo. Ignorando su comportamiento infantil, comió lo que su madre le había dejado y se puso a hacer unos ejercicios de matemáticas para distraerse mientras su primo no volvía. Su madre fue a verlo varias veces, preocupada por su estado, pero aliviada de encontrarlo bien y dispuesto, diciendo que llamaría al CERP para avisar que no asistiría al día siguiente aunque el insistió que quería ir.

Se quedó con el lápiz en la mano y el cuaderno sobre los muslos, observando distraído la tarea que había terminado. Por alguna razón le recordaba a Alexis. Él era como una función exponencial, haciendo crecer sus sentimientos sin tener un límite, siempre tendiendo a infinito. Era una variable imposible de calcular, una ecuación sin solución. Así que no tenía más opción que rendirse a dejarlo ser, un teorema inexplicable. Porque los sentimientos iban en sentido opuesto a la lógica y no existía nada para poder calcularlo.

Era irremediable. Tenía que frenarlo a tiempo sino iba a caer en picada y darse de bruces contra el suelo.

Alexis volvió dos horas después, cerca de las diez de la noche. Traía una bolsa de la farmacia y se detuvo en la puerta, dubitativo, sin mirar a Darío. Se mordió el labio mientras se decidía entrar y le lanzó el paquete, que aterrizó en la almohada al lado de su cabeza con un ruido de cajas. Frunciendo el ceño, Darío la abrió con curiosidad y se encontró con seis sobres de paracetamol y vitamina C para tomar con agua caliente, una caja de caramelos de miel y guaco, y en el fondo de la bolsa, una caja de preservativos. Soltó una maldición, rojo como un semáforo en alerta, y alejó todo el paquete de un manotazo.

—¿Qué pasa, mijo? —soltó Alexis molesto por el rechazo de su primo hacia su intento de disculpas. Frunció el entrecejo y se dejó caer sentado en el colchón.

—¿Compraste condones? —Había una nota aguda en el tono de Darío que casi delata sus miedos, dudas y sentimientos.

—¿Condones?

Se paró y tomó la bolsa con brusquedad. Al darse cuenta que no mentía, también se sonrojó, dejando el paquete a los pies de la cama con una exhalación.

—Esa hija de puta. La mina de la caja me cargó todo el rato y se ve que no encontró mejor forma de llamar la atención... —explicó mientras se soltaba el pelo y se pasaba los dedos por la cabeza.

Darío se mantuvo inmóvil, conteniendo la respiración con los ojos muy abiertos. Por un momento había pensado que había sido una indirecta por parte de su primo, cosa que lo había asustado tanto como alegrado a la vez. Evitó los ojos de Alexis mientras soltaba el aire despacio, dejándose caer en la cama con todo su peso. Se sentía demasiado pesado, con una carga que se le estaba haciendo insoportable de cargar cada día que pasaba. Cerró los ojos.

—¿Te habías ilusionado? —Oyó que decía Alexis en voz baja, y esas palabras hicieron que se le erizara todo el vello.

Tratando de mantener su dignidad, tomó su almohada y se la lanzó.

—Callate, eh.

Seguía sin mirarlo. Solo pudo oír su risa.

—Te tomás todo muy en serio, mijo.

Ojalá fuera en serio, se oyó decir en su cabeza y desechó ese pensamiento de inmediato. 

Les dejo un meme que me hicieron de este capítulo XD

Cortesía de @lecturas.prohibidas en IG


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