7. Cuando agarrás una gripe
La alarma sonó, despertando a Darío para el comienzo de una nueva jornada de estudios y estrés. Estaba aún adormilado cuando leyó la única notificación que tenía: Alexis de León ha añadido una nueva foto después de mucho tiempo. Pestañeó, tratando de despegar los ojos y apretó el ícono para ver lo que él había subido sin tan siquiera pensarlo. La foto que su primo había sacado en la noche llenó su pantalla y casi suelta el celular del susto al verse en ella junto a él, con la expresión abochornada y las mejillas encendidas. Lo había etiquetado sin pudor, añadiendo la frase "las personas más importantes de tu vida las encontrás donde no lo esperás".
Sintió que se le encogía el estómago, llenándose de nervios que reptaron con rapidez por todo su cuerpo. Se irguió un poco para observar a Alexis, quien dormía boca abajo con una mano colgando del colchón inflable sobre el celular que estaba caído en el suelo. Estaba enroscado entre sus auriculares y las sábanas.
—Oh, mierda —exclamó en voz baja mientras se dejaba caer otra vez sobre la almohada con un brazo sobre la cara y el celular sobre el pecho.
No sabía cómo interpretarlo. No quería saber qué significaba. Temía meterse en un terreno equivocado y terminar dolido. Quizá Alexis agradecía todo el apoyo que le daba después de lo que había pasado con sus padres, haber perdido a los amigos y la vida que tenía. Pero su corazón pedía más, deseaba que fuera algo más.
Soltó un suspiro y se levantó. Le dolía un poco la cabeza y la garganta, pero lo ignoró. Recogió el celular de Alexis del suelo, le desenroscó los auriculares y los dejó sobre el escritorio. Acomodó las mantas y lo arropó mejor, ya que tenía los pies descalzos fuera en esa mañana gélida. Él se revolvió en sus sueños y se encogió mientras esbozaba una sonrisa. Darío se quedó inmóvil, grabándose en la memoria aquel pequeño gesto.
En uno de los descansos de las clases, volvió a entrar a Instagram y terminó sacando un screenshot para tener una copia de la foto, aunque hubiera sido más fácil pedírsela, pero eso significaría que él se daría cuenta de la importancia que le estaba dando a todo el asunto. Habían varios corazones en la foto de personas que no conocía, excepto su mamá, quien había comentado "mis muchachos hermosos", y una amiga que tenían en común, Luciana. Ella era prima de Alexis por parte de su madre y Darío la conocía porque habían concurrido al mismo liceo.
Entonces, como impulsado por una curiosidad involuntaria, se quedó husmeando el perfil de Alexis. Esa era la primer publicación desde la muerte de sus padres. La última había sido justo el día anterior al accidente. Él parecía estar en una plaza bebiendo con algunos amigos (sospechó que eran los que habían visto el día anterior) y levantaba la mano haciendo una V con los dedos. Siguió bajando en sus fotos hasta que encontró una en la que estaba en la playa sin camisa. Abochornado por verlo con tan poca ropa, intentó pasar de la foto, pero sus dedos traicioneros golpearon dos veces la pantalla y terminó dándole un corazón a la imagen por error.
—¡No, no! —exclamó en susurros, quitando el like pero la notificación vacía le iba a llegar igual. Gruñó, molesto consigo mismo y su torpeza y se tapó la cara con las manos mientras el timbre anunciaba el comienzo de una nueva clase.
En la tarde, cuando volvió a su casa, se dejó caer en la cama de su dormitorio vacío con un dolor de cabeza atroz. No quería decirle a su madre que se sentía afiebrado sino ella ya le iba a obligar a tomarse antibióticos "por las dudas". Era enfermera y solía tener una solución para cualquier mal, pero cuando se trataba de dolor de garganta o gripe, su santo remedio eran los antibióticos. Pero él los evitaba a toda costa porque sabía que la mayoría de las veces era un estado gripal, y aquellos medicamentos no eran efectivos contra los virus.
Alexis volvió del trabajo un par de horas después y lo encontró dormido, acostado con la ropa, los zapatos y los lentes puestos. El celular aun estaba en su mano y la mochila estaba tirada en el suelo junto a la cama. Sonrió, acercándose para quitarle las gafas para que no se le rompieran cuando notó que traspiraba. Frunció el ceño y le tocó la frente, sintiéndola caliente. Soltó un suspiro, fue hasta la cocina y encontró a su tía limpiando la alacena.
—Tía, creo que Darío tiene fiebre.
—¿Cómo que tiene fiebre? —exclamó ella dejando la esponja y secándose las manos en el repasador que tenía sobre el hombro-. ¡Y no me dijo nada! -rezongó mientras revisaba un cajón del armario del living.
Sacó un termómetro digital y se encaminó hacia el dormitorio de los muchachos. Seguía dormido en la mismo posición que Alexis lo había encontrado. Julieta se sentó junto a él en la cama.
—Dari, a ver, dejame tomarte la fiebre —le dijo con dulzura.
El recuerdo lejano de cuando tuvo varicela asaltó a Alexis, visualizando a su madre mientras ella le prometía un huevo Kínder cuando él se tomara el medicamento. Con una sonrisa triste en el rostro, se quedó parado junto al escritorio, contemplándolos en silencio con las manos en los bolsillos del uniforme de trabajo que aún no se había quitado.
Darío se movió, somnoliento, pero dejó que ella le pusiera el termómetro bajo el brazo y con torpeza se quitó los zapatos con los pies.
—Creo que me engripé —dijo el muchacho con la voz rasposa mientras el aparato sonaba y Julieta lo alzó para ver lo que marcaba.
—Tenés 38 y medio. —Su madre le palmeó la pierna mientras se erguía—. Quitate la ropa, date una ducha para bajar un poco la fiebre. Voy a buscar unos analgésicos y te haré un té de gengibre, miel y guaco. —Él hizo una mueca y resmungó con los ojos cerrados. Prefería los antibióticos a sus tés. Ella puso los brazos en jarras—. No quiero quejas, muchacho. Y, Ale —Se giró hacia él—, ayudalo, ¿ta?
Él asintió despacio y Julieta abandonó la habitación a buscar la medicación y a preparar el té. Darío se puso un brazo en la cara para que la luz no le diera en los ojos doloridos y evitó a Alexis. Ya era demasiado vergonzoso el hecho de haberle dado like a una foto en pelotas para que también lo viera allí, convaleciendo y vulnerable. Temía decir cosas sin sentido estando afiebrado.
—Vamos, man, te ayudo con la ducha.
Darío dio un respingo.
—Puedo solo, no estoy muriéndome aún.
Su primo soltó una carcajada y se acercó.
—A ver, mijo, vení.
Movió las manos con rapidez mientras se inclinaba sobre él y le bajó el cierre de la campera de un tirón. Darío retrocedió, aterrado ante la cercanía y lo miró a los ojos, perdiéndose en los azules de Alexis y temiendo que la fiebre subiera más y más si seguía así, estallando en nervios cuando él se acercaba. Se puso de pie y ocupó sus manos buscando una muda de ropa.
—Estoy bien, gracias —dijo mientras salía de la habitación.
Alexis esbozó una sonrisa a la puerta que se cerraba. Le encantaba dejarlo nervioso.
Aaaaah, que Alexis sabe y le gusta provocarlo jajaja
Gracias por leer y estar aquí compartiendo esta historia.
Cuéntenme, ¿de dónde son? ¿Cómo llegaron a esta historia? Me da curiosidad :3
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