6. Cuando perdés unos amigos
Las clases comenzaron con su jaleo habitual y pronto Darío se encontró enfrascado una vez más en sus clases de matemáticas y demás materias relacionadas con la educación. Esa mañana se encontraba frente al pizarrón lleno de funciones aritméticas. Trató de copiarlas más rápido de lo que avanzaba el borrador de Martínez, pero él se empeñaba en desaparecer lo que había escrito, explicando en pocos segundos y seguir borrando, para añadir más a la velocidad máxima permitida por un ser humano. Sin embargo el vibrador de las notificaciones de su celular lo estaba distrayendo demasiado.
En una pausa en la que el profesor se puso a divagar y contar una anécdota en la que había ido a comprar caramelos en un kiosko y presenció un robo a mano armada, se animó a fijarse.
Su primo lo había llamado un par de veces y le había escrito al WhatsApp:
Alexis: Mijooo 10:13 a.m.✔✔
Alexis: Estás? 10:13 a.m.✔✔
Alexis: Conseguí laburo 10:13 a.m.✔✔
Alexis: Me llamaron del súper 10:14 a.m.✔✔
Alexis: Ese que está a la vuelta 10:14 a.m.✔✔
Alexis: Para reponedor 10:14 a.m.✔✔
Darío: Genial! 11:28 a.m.✔✔
Darío: Me alegro por ti 11:28 a.m.✔✔
Alexis: Gracias! Contaré los días hasta hacerme millonario 11:31 a.m.✔✔
Darío, que no quería desilusionarlo, solo se limitó a decirle "ojalá" y volvió a mirar el pizarrón, pero ya no con toda la atención volcada en la clase. Tenía esos nervios en el estómago que no le gustaban nada ya que auguraba algo muy, pero muy malo. Era un cosquilleo que reptaba por las entrañas, le llenaba las neuronas y ocupaba su cabeza con preocupaciones vanas que siempre tenían que ver con su primo.
—Ay, mijita, no me digas que estás re-re enamorada de ese tipo.
—¡Ay, no, boluda!
Dio un brinco y miró hacia atrás, donde un par de compañeras cuchicheaban en voz audible. Ellas le devolvieron una sonrisa a modo de disculpas y se inclinaron más una hacia la otra y bajaron la voz.
No, él no se estaba enamorando. No podía, no debía. Se lo había repetido una infinidad de veces mientras las clases y las horas pasaban con pereza. Pero al parecer su corazón además de ciego era sordo y lo pudo confirmar cuando llegó a la casa y se encontró con la habitación vacía. Alexis ya no pasaría tanto tiempo juntando hongos mientras él fingía estudiar y eso le dolió porque no lo vería tan seguido.
Sin embargo, se dispuso a ignorar todos esos sentimientos. Le dijo a su madre que daría una vuelta y fue hasta el súper con intenciones de comprar unas patatas fritas. Se fue directo a la góndola de snacks y se quedó indeciso entre la que tenía más aire envasada o la que parecía tener menos pero más aceite.
Entonces sintió un pellizcón en el torso, justo en el costado que lo hizo saltar y soltar el aire de golpe en un susto de muerte. Una risa conocida llenó el pasillo y la expresión divertida de Alexis apareció en su campo de visión. Había olvidado por completo que justamente era ese súper el que lo había contratado.
—Bo, ¿qué hacés acá?
Darío señaló dubitativo la estantería de patatas y snacks.
—Eeh... iba a dar una vuelta por la rambla y necesitaba provisiones para el viaje.
Su primo hizo una mueca con los labios y sacó su celular del bolsillo para ver la hora.
—Si me aguantás unos diez minutos yo ya estoy por salir.
Su idea era despejar la cabeza y no pensar en Alexis, pero su boca trabajó más rápido que su sentido común.
—Ta, dale. ¿Necesitás que compre algo más?
Alexis esbozó una sonrisa lobuna y se restregó las manos
—Uy, sí. Una cervecita.
—Solo si es una común, no una cara, eh. Y que sea una lata, no botella, que vos seguro no me la vas a pagar.
—Claro, man. —Le dio una palmada en el omóplato—. Nos vemos en casa —añadió, guiñándole un ojo y desapareciendo por el pasillo.
Darío agarró dos paquetes de papas, la cerveza de Alexis y una Pepsi para él y se dispuso a pagar. Llegó a la casa con las compras en las manos, con la lata de cerveza quemándole el brazo ya que no había pedido bolsa para que no se la cobraran y dejó todo sobre la mesa con un suspiro. Su madre, quien estaba preparando la cena, se detuvo al verlo.
—¿Vas a salir?
—Sí, voy con Alexis a dar unas vueltas por la rambla.
—Ay, justo le estaba preparando unas hamburguesas que le gustan... Se las guardo para cuando vuelvan.
Julieta le sonrió, contenta porque ambos muchachos se llevaban bien y guardó lo que estaba preparando en un tupper. Darío pensó que quizá sus padres lo estaban consintiendo demasiado, sin embargo también los entendía. Su padre y su tío habían estado tiempo sin hablarse por falta de tiempo y esas excusas, y el accidente había agarrado a Héctor de sorpresa, lamentándose todo el tiempo perdido. De cierta forma, quería recompensárselo cuidando de su hijo hasta que tomara un rumbo en su vida.
Cuando llegó, Alexis sonreía. Estiró la mano para saludarlo con un choque de puños y se dirigió a la ducha para prolijearse y pronto estaban en la rambla de punta del este. Ya se habían terminado una bolsa de papas mientras despotricaban sobre el final de Game of Thrones, y sin casi darse cuenta estaban caminando por la vacía avenida Gorlero. En verano, aquella zona solía llenarse de turistas argentinos y brasileños, tanto que era imposible transitar en aquella pequeña península que no estaba diseñada para tanta afluencia de gente.
Por fortuna en invierno no andaba nadie, apenas algunas personas que vivían todo el año, algún que otro turista que prefería el frío o gente como ellos, que paseaban para matar el tiempo. Entonces, cuando la conversación se desvió a los videojuegos, llegaron hasta la rambla. Había un grupo de muchachos que bebían y fumaban, sentados sobre un banquito de madera mientras reían a mandíbula suelta. El aroma a marihuana les llegó como una bofetada. Darío percibió entonces el cambio en la expresión de Alexis, quien los contempló con una expresión de reconocimiento pero desde ambas partes parecieron ignorarse.
—Váyanse a cagar —murmuró apenas moviendo la boca y dio media vuelta para caminar en sentido opuesto. Darío apretó los labios, manteniéndose a su lado.
—¿Qué pasó? —se atrevió preguntar, frunciendo el ceño mientras empujaba los lentes con el índice.
Alexis chasqueó la lengua. Se bebió de un trago lo que quedaba de la cerveza y desechó la lata en el basurero, lanzándola como una pelota de básquetbol al aro.
—Se suponía que eran mis amigos, pero cuando mis viejos... —Se calló, oteando el horizonte contemplando el mar que se extendía junto a ellos. Las luces de Maldonado se veían por toda la costa y la Isla Gorriti, a pocos kilómetros de donde estaban, era como una mancha negra contra la noche—. Cuando me quedé sin tiempo libre y empecé a laburar, de repente solo hubieron excusas para no reunirnos. Como si yo les jodiera la vida...
—No eran tus amigos posta entonces, eh —le dijo, aunque sabía que era una verdad un tanto dolorosa. Él dio los hombros intentando no darle importancia al asunto, aunque sí le molestaba más de lo que intentaba aparentar.
—Me di cuenta.
Se quedaron en silencio un momento. Pasaron por el puerto, contemplando los barcos solitarios que se mecían con el viento y luego llegaron hasta la glorieta que estaba a unos metros metidas hacia el mar. Era una construcción octagonal de madera con algunos banquitos para admirar el mar. Se dirigieron hasta allí en un acuerdo tácito y se sentaron lado a lado con la mirada perdida en la oscuridad del horizonte.
Darío se arrebujó en su abrigo, buscando quitarse el frío que llegaba con la brisa marina.
—¿Vos fumás? —preguntó de la nada, señalando con la cabeza en dirección donde habían dejado atrás los antiguos amigos de Alexis.
Él lo miró de lleno, con las cejas levantadas en una expresión de incomprensión.
—¿Tengo cara de falopero yo? —rió con incomodad. Darío se sintió avergonzado, pero el otro le dio un pequeño empujón amistoso con el hombro—. No, mijo. No fumo nada, mi vieja me mataría. —Esbozó una sonrisa triste al recordarla. Soltó un suspiro y se sacudió, como para sacarse la tristeza de encima.
—Perdoná. —Darío se encogió de hombros—. Te juzgué por tus amistades.
Alexis hizo una mueca con la boca.
—Suele pasar. No era la mejor junta, además. Pero... Siempre es bueno ver cuando hay alguien que realmente vale la pena conocer —le soltó con una expresión enigmática, mirándolo de lleno. Rio al ver la cara desencajada de su primo—. A ver, vení.
Tomando a su primo por sorpresa, Alexis pasó una mano por sus hombros acercándolo y con la otra levantó el teléfono para una selfie inesperada en la penumbra de la glorieta. Las mejillas de Darío se tiñeron inmediatamente mientras el otro esbozaba una mueca alegre a la cámara. Al notar su bochorno, lo soltó sin dejar se sonreír y se levantó.
—Vámonos a casa, que estás rojo de frío —rió Alexis, pero por su tono de voz evidenció que era consciente del verdadero motivo de su sonrojo.
Darío no dijo nada, tratando de mantener su dignidad y sus sentimientos ocultos.
Me encanta cómo estos dos se van haciendo cada vez más cercanos <3
Cuéntenme, ¿también tuvieron esos amigos que cuando se necesitó de ellos los ignoraron? :(
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