5. Cuando tocás con el corazón
Se había quedado dormido mientras tonteaba con el celular. Cuando despertó ya era noche y entraba frío por la ventana entreabierta. Se quitó la baba de la comisura de los labios de un manotazo y se frotó los ojos mientras se quitaba los lentes. Unos acordes se escuchaban en la lejanía, quitándolo de su sopor. No recordaba haber escuchado algo similar antes ya que nadie en el barrio solía tocar.
Era una canción que conocía pero que no lograba recordar. Se dejó guiar por la melodía y se encontró saliendo al patio trasero donde la luna iluminaba el jardín de sus padres. Tenían un parral que estaba deshojado por el invierno y un jardín de flores diversas de las que se encargaba Julieta. Al otro lado, hortensias rosas y azules se extendían por la pared hasta desembocar en un pequeña glorieta que su padre había armado en una esquina para que no ocupara espacio en el centro del patio. En la esquina opuesta estaba el galpón donde solían meter las cosas que no usaban.
Alexis estaba sentado en el banco de madera. Se había atado el pelo en una coleta y algunos mechones rebeldes se escapaban y le enmarcaban el rostro tranquilo. Se veía concentrado, moviendo los dedos hábilmente por las cuerdas de su guitarra que tocaba con la izquierda. Mientras las notas lo envolvían, Darío recordó la canción:
Toss a coin to your witcher.
Un acorde salió mal y Alexis se detuvo. Chasqueó la lengua y comenzó de nuevo, cantando en un murmullo. Darío se acercó, temiendo romper la magia del momento, de apagar los rayos de luna que le daban en el cabello, en la guitarra. Temiendo ser un intruso. Tenía una voz muy melodiosa que le acaparaba toda la atención, haciendo que se estremeciera cuando llegó a estribillo.
Entonces se detuvo y la magia con él.
—Con el tema del juego me hiciste acordar la canción de Jaskier —se excusó con una sonrisa avergonzada que robó el aliento de Darío.
Se acercó con cautela, con el corazón latiéndole a mil, y se sentó al lado de Alexis, en la esquina más alejada porque temía acercarse más.
—No sabía que también cantabas.
Alexis se encogió de hombros. Se veía vulnerable, como si la música lo dejara sensible.
—A mamá le gustaba oírme cantar —suspiró, con su voz se apagándose junto al brillo de sus ojos. Dejó el brazo apoyado en su guitarra y miró hacia las ramas secas de los rosales que trepaban por el techo de la glorieta.
Se oyó el chirrido de los grillos sobre el silencio de la noche. Habían retazos de nubes en el cielo, jugando a tapar la luna mientras se decidían si llovería o no. Había un vaho de tristeza en el aire, esa que Alexis tanto se empeñaba en ignorar y esconder bajo una coraza dura e impenetrable. Y le dolía, le dolía más de lo que quería admitir. Sintió que los ojos picaban y se llevó una mano a la cara.
—Mierda, que los extraño —soltó de repente, con las palabras escapándoles por los poros, por las grietas de su muro de contención que se desbordaba. Esbozó una sonrisa, tirando de los labios en una mueca triste—. Extraño hasta los rezongos de papá, la comida espantosa de mamá. Extraño... —Soltó una exhalación, dejando caer la mano. La mirada se quedó en el cielo, con las estrellas reflejándose en sus ojos húmedos— ...extraño la vida que tenía.
Su primo miró en la misma dirección, con un nudo en la garganta. No sabía qué decir para consolarlo. Se quedaron en silencio, con las narices congeladas y las mejillas encendidas de frío. Un escalofrío recorrió la columna de Alexis y dejó la guitarra a su lado, metiendo las manos en los bolsillos. Soltó un suspiro se movió hacia el muchacho a su lado, inclinándose hasta que su cabeza quedó apoyada en su hombro. Darío se quedó inmóvil ante tal contacto inesperado, pero no se apartó.
—Gracias por bancarme —agregó, rompiendo el silencio.
Darío sentía el corazón latiéndole en los oídos. Tragó saliva y pasó la lengua por los labios resecos.
—Siempre que quieras hablar, aquí estaré, eh.
—Nah, solo necesito que me soportes —rio, irguiéndose y volviendo a tomar la guitarra. La guardó en su funda con lentitud y se levantó—. Disculpame por la escena.
Quería decirle que no le molestaba, que podía mostrarse tal cual era que nunca iba a juzgarlo, aunque no pudo abrir la boca. Alexis se dio media vuelta, dispuesto a volver a la casa, pero se detuvo a mitad de camino y lo miró por encima del hombro.
—Che, ¿tenés plata como para prestarme? Ya no me queda de lo que cobré por la renuncia.
Darío resopló, mas no pudo negarse a la media sonrisa de su primo.
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