33. Cuando me lastimás

Para salir
No hay que golpear
Si nunca fui
Bien recibido
No sé qué hago acá

Cero a la izquierda - No te va a gustar

Darío y Alexis estaban acostados en la cama del primero, mirando al techo en silencio con las manos entrelazadas. Apenas murmuraban de vez en cuando alguna palabra de aliento, pero en realidad se sentía como si fueran a ser ejecutados por un crimen en unas pocas horas. No querían alargarlo más, incluso cuando Julieta insistió en si no estaban del todo preparados para hablar con Héctor, que podían esperar unos días.

Pero ninguno tenía ganas de hacerlo más largo. Si debían enfrentar esa realidad, tenían que hacerlo en ese momento, antes que la confianza se perdiera.

—Yo me encargo, mijo, dejámelo a mí —dijo entonces Alexis, después de un largo silencio—. Si tiene que enojarse con alguien, que sea conmigo, no con vos.

Darío no respondió, pero su primo tomó aquello como un sí. Era consciente que él no tenía el valor para enfrentarse a su padre, por ende, como el estorbo de la casa, él se haría cargo del desastre, sea cual fuera las consecuencias.

Héctor salía a las ocho de la noche. Era ya las siete y media cuando Julieta se apareció en la puerta de los muchachos.

—Ahora entiendo por qué ustedes vivían encerrados como bichos en este cuarto.

Darío se sentó despacio. Alexis hizo lo mismo, con la expresión adormilada. Quizá por eso había dejado de hablarle hacía ya más de media hora.

—Vamos, ayúdenme con la cena —instó la mujer.

Pusieron la mesa para que estuviera pronta cuando llegara Héctor. Julieta había preparado unas hamburguesas, las favoritas tanto de su esposo como de Alexis. El tiempo pareció arrastrarse mientras él llegaba del trabajo, agotado, y se daba una ducha.

Darío se quedó callado toda la cena. Tenía el rostro pálido y apenas comió su porción. Alexis propuso mirar una serie en el living cuando terminaron, pero su tío rechazó la oferta. Sí aceptó la idea de su esposa de tomar unas cervezas antes de dormir, ya que al día siguiente sería su día libre. Se quedaron en la mesa, con Héctor contando alguna anécdota del trabajo, pero apenas Julieta le respondía.

—¿Qué les pasa hoy? Están callados.

Alexis se enderezó, sentado frente a él. Darío se levantó, excusándose que iba a ayudar a su madre con los trastos.

—Tío, hay algo que te quiero contar. Me hubiera gustado decírselo a mi viejo, ¿sabés? Pero ahora me quedás vos como referencia paterna.

Héctor hizo una mueca condescendiente. Dejó la cerveza sobre la mesa, se limpió la boca con los dedos y se acomodó en su asiento.

—A ver, no soy tu padre, no sé qué diría mi hermano, pero te escucho.

Alexis se estrujó los dedos, apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia adelante. Se sentía juzgado incluso sin haber abierto la boca, así que lo soltó como se le vino a la cabeza.

—Soy bisexual. O sea, me gustan las minas, los tipos, da igual.

Héctor contrajo la cara. Parecía contener una mueca asqueada que Alexis agradeció que no la reflejara del todo. El hombre volvió a agarrar la cerveza y dio un largo trago, evitando los ojos de su sobrino.

—Ajá. No sé por qué le das tanta importancia —murmuró. Parecía no gustarle del todo, pero no lo rechazó, al menos por el momento. Alexis tragó grueso, apretándose los dedos para que no se notara que temblaba—. Yo no tengo nada que ver con quién te querés acostar o no. ¿Por qué me lo decís ahora?

Julieta se encargó de fregar, por lo que Darío no tuvo otra opción que volver a la mesa. Se quedó parado, apoyado en el marco de la puerta que daba a la cocina, con los brazos cruzados y la mirada en la alacena para evitar la conversación. Tenía el estómago echo un manojo de nervios. Si su padre estaba evitando hablar sobre el tema con Alexis, ¿cómo reaccionaría cuando le tocara a él?

—Porque estoy saliendo con alguien y...

—¿Querés traerlo a casa?

—Ese es el tema... Ya está acá. —Hizo un gesto con la cabeza para señalar a su primo.

Darío hizo un ruido con la boca y se tapó la cara con las manos mientras lanzaba una patada a la silla de Alexis, que apenas hizo un chirrido por el golpe. Héctor se quedó inmóvil, con el ceño fruncido y la botella en el aire, como si estuviera procesando la información.

—¿Cómo?

—Ayudame, bó, que también sos el interesado en esto. —Alexis se giró hacia Darío, buscando apoyo emocional. Sentía que su tío, cuando terminara de entender, iba a explotar.

Héctor golpeó la mesa con la botella, pestañeando. Miró a su hijo como si buscara una explicación o alguna risa que le indicara que todo aquello era una broma. Darío se sintió cohibido ante aquel intenso análisis y se movió al fin, sintiendo el cuerpo como de plomo. Tomó la silla libre al lado de Alexis, se sentó de golpe y empujó los lentes por el puente de la nariz. Estaba sudando de los nervios.

Julieta se acercó con rapidez y se sentó al lado de su esposo. Parecía tener las intenciones de contenerlo por si toda aquella situación explotaba de forma negativa, pero Darío no se sintió mejor con aquello, todo lo contrario, era como si supiera que no iba a terminar bien. Tomó aire para hacer la revelación, esa que le venía carcomiendo por dentro desde hacía mucho, más de lo que creyó, y que su padre ignorara el asunto le dolía de una forma que no podía explicar.

—Pa. —Se mojó los labios. Héctor seguía observándolo con un brillo en los ojos que él quiso evitar mirando hacia la botella casi vacía—. Con esto, ¿te das cuenta que yo...?

—¿Que sos maricón? —soltó, y aquello sonó como una bofetada.

Darío se echó hacia atrás, dolorido y el estómago hecho una piedra. Si bien la situación se asemejaba a cuando habló con su madre, la reacción fue opuesta por completo. A su lado, la pierna de Alexis subía y bajaba como en la tarde, quizá tan rápido como los latidos de su corazón. Se mordía los labios, seguramente conteniéndose de decir algo.

—¡Héctor! —reprochó Julieta, dándole un codazo y se estiró para tomarle la mano a Darío y él se la apretó, sintiendo que la sangre se le iba de la cara y el alma a los pies.

Héctor entonces miró a su esposa sintiéndose traicionado.

—¿Vos lo sabías? —exclamó, alterado. Tenía los ojos desorbitados y los dedos crispados—. ¿Vos sabías que estos dos...?

Volvió a mirar a su hijo y a su sobrino. Los dos estaban sentados lado a lado, con los cuerpos inclinados ligeramente hacia otro como si quisieran protegerse. Alexis se estrujaba los dedos con ahínco y Darío se mordía el labio inferior y tenía los hombros encogidos. Quizá esperaba que alguno le negara las conclusiones a las que estaba llegando, pero con solo mirarlos era evidente la verdad.

Se levantó de golpe, paseando por el comedor con nervios y enojo. Julieta lo llamó, con la voz cuidada y con cariño para intentar tranquilizarlo, pero él la ignoró. Entonces se detuvo, del otro lado de la mesa, frente a los muchachos. Sacudió la cabeza, negando, y apoyó las manos en el respaldo de la silla donde había estado sentado.

—No, no, no. No voy a aceptar a dos putos cogiendo bajo mi techo, y menos si es mi hijo y el muchacho que mi hermano adoptó. ¡Deberías tener un poco más de respeto, maricón! ¡Te dimos casa, te dimos comida, y vas y te coges a mi hijo, a tu primo! —gritó, señalando a Alexis.

El muchacho, con el corazón golpeteándole con fuerza, se puso de pie, a la defensiva. Abrió la boca, con intenciones de gritar, pero no tenía derecho de hacerlo. En parte, sentía que su tío tenía toda la razón del mundo. Le había dado todo y le traicionó la confianza.

Sintiéndose rechazado en todo sentido, tomó aire antes de hablar.

—Está bien, pa —declaró, mucho más tranquilo de lo que parecía estar. Cerró los ojos y soltó el aire por la nariz—. Tío —se corrigió.

Se giró y salió del comedor presionado por el silencio que se había instalado. Cerró de un portazo al entrar al dormitorio, agarró su olvidada mochila del rincón donde tenía la guitarra y comenzó a meter algo de ropa con enojo y frustración.

Geralt dio vueltas en su cama mientras lo observaba juntar las cosas. Parecía angustiado, como si presintiera que algo malo estaba ocurriendo. Alexis no lo miró, con un dolor en el pecho, pensando que también lo abandonaría a él como un padre descuidado.

La puerta se abrió de golpe y Darío se acercó preocupado, tocándole el brazo.

—Ale, ¿estás bien?

Él asintió, pero con lágrimas en los ojos. Darío le sacó la ropa y la mochila de las manos y lo abrazó, haciendo que su primo terminara de quebrarse y llorara con el rostro metido en el hueco de su cuello.

—Fue como... —soltó hipando, son poder terminar la frase, mientras se aferraba a Darío con fuerza.

—Lo sé —respondió, pasándole la mano por la espalda para tranquilizarlo, aunque él también estaba temblando como una hoja en un temporal.

No era necesario decirlo. Era como si su padre, Hugo, lo hubiera rechazado. Darío lo entendía bien porque él sentía lo mismo.

Alexis se soltó despacio y se quedó parado frente a él, con los hombros caídos y la expresión vacía. Sentía que no tenía más nada que hacer allí, que sobraba. Darío no iba a permitir que volviera a caer, así que comenzó a trazar planes tan veloz como calculaba derivadas.

—Vámonos a alquilar —planteó, hablando rápido—. Podemos encontrar algo chico y vivir juntos.

Alexis rio en un bufido incrédulo. Se tapó la cara con una mano y se dejó caer sentado en la cama.

—La puta madre, Darío. Con lo que gano no podemos mantener una casa, mijo. No.

—Pero qué decís, si trabajamos los dos, eh.

—No voy a dejar que dejes el CERP, te mataste todo el año para pasar sin llevarte ninguna. No voy a ser tan hijo de puta como para hacer que dejés todo.

Darío se sentó a su lado, nervioso. Sentía que Alexis iba a hacer algo estúpido y él no tenía forma de detenerlo.

—Puedo pedir medio horario por estudio, sabés que eso se puede hacer —insistió, poniéndole una mano en la rodilla e inclinándose hacia él.

—No, mijo, no. Me voy a sentir como el ojete si después tenés que dejar porque te va mal.

Darío dudó. Apretó los labios y se rascó la cabeza. Por un momento, las ecuaciones iban perdiendo ante los acordes de Alexis. Si tenía que dejar profesorado para estar con él, sentía que era capaz de hacerlo.

—No importa.

Alexis se levantó de la cama de un salto, chasqueando la lengua, y volvió a meter sus cosas en la mochila frenéticamente. Darío se levantó como un resorte, con el ceño fruncido sin entender qué quería hacer él. Pareció terminar cuando tomó la guitarra por el asa de la funda y le dio una última mirada a su primo, quien se quedó parado entre él y la puerta.

Geralt maulló, llamándoles la atención, pero los dos lo ignoraron.

—¿A dónde te vas, eh?

—A la mierda, ¿dónde más? No voy a dejar que te hundas conmigo, mijo.

Darío se mordió el labio, conteniendo las lágrimas. Tenía muchas cosas en la cabeza, un vacío en el estómago y un miedo irracional a perderlo. Sentía que no le estaba dando lugar a elegir, sino que estaba actuando por egoísmo. Al fin y al cabo, Alexis siempre quiso irse de esa casa, lo había dejado en claro la primera vez que se vieron.

—Pero yo... —Hizo un gesto con la mano, dando vueltas con la muñeca. Alexis soltó una risa triste al recordar que fue el mismo gesto que usó en aquella parada de ómnibus el día en que se le declaró—. Te quiero, Ale.

—Yo también, mijo. Por eso me voy.

Le dio a vuelta y salió al pasillo dando un portazo detrás de sí. Lo último que vio de él fue la funda de su guitarra y el moño desarreglado que solía llevar. 

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