13. Cuando te ponés celoso
El aroma a asado llenaba el patio del fondo mientras Julieta daba vueltas por la mesa sirviendo la ensalada, las bebidas y el arroz. Golpeó a Alexis con un repasador mientras él se robaba un trozo de chorizo de la parrilla mientras Héctor conversaba con un amigo que había ido a verlo. Se quemó los dedos y la lengua pero se apartó riendo mientras su tía le decía que fuera paciente sino se le iba a agujerear el estómago.
Parecía de buen humor, cosa que dejó contento a Darío después de verlo tantos días bajoneado. Incluyó también a Alexis en su regalo de cumpleaños, dejando a su primo agradecido y diciéndole que tenía una deuda con él. Le había comprado una matera que tanta falta le hacía para llevar al trabajo el termo y el mate.
Cuando repartieron el asado y Alexis se hizo con una porción, se sentó en el banquito bajo la glorieta con el plato apoyado en los muslos. No había empezado a comer cuando su tío se sentó a su lado, con su porción de carne y chorizos, solo acompañándolo con arroz. El muchacho pensó que si su tía Julieta lo viera, lo perseguiría para obligarlo a servirse ensalada rusa o tomates y lechuga.
El hombre comió dos porciones antes de hablar:
—Ya no recuerdo en qué momento tu padre y yo dejamos de festejar juntos. Debería estar acostumbrado, pero saber que no está es diferente.
Alexis bajó sus cubiertos al plato, sin poder contestar.
—Sé que también lo extrañas, a los dos. Y que te sientes incómodo viviendo aquí. Pero queremos que sepas que siempre eres bienvenido y que no nos molestas. Al contrario... —añadió—. Eres mi sobrino, te guste o no —rio, para aliviar la tensión de la conversación.
—Gracias, tío. —Soltó el aire despacio, sin poder devolverle la mirada—. En serio, cuando pueda, te devolveré la plata que has gastado conmigo.
Héctor volvió a sonreír.
—Dejate de joder. No me debes nada.
Julieta se acercó. Traía el bowl con la ensalada. Miró a su marido con aire crítico y él se levantó para acompañarla a la mesa y rendirse a comer las verduras. Alexis lo siguió con la mirada, con el corazón apretujado y añorando a sus padres. El año anterior había ignorado a Héctor en su cumpleaños para irse de parranda con sus amigos. Había terminado al día siguiente con resaca y en el sofá de Nacho, su amigo de fiestas. Si supiera que esa sería la última oportunidad de compartir un aniversario con él, se hubiera quedado en su casa.
Después de compartir la torta, ambos muchachos comenzaron a prepararse. Alexis fue el primero en ducharse. Cuando Darío terminó después de él y volvió al dormitorio ya bañado, encontró a su primo revisando su placard buscando algo para ponerse.
—Che, ¿no tenés ropa vos? —le reprochó Darío mientras evitaba mirarle la espalda desnuda. Seguía solo con la toalla envuelta en la cintura y el pelo suelto y mojado dejándole gotas sobre los hombros y cuello.
—¿Quién es Ramiro? —preguntó en cambio Alexis, sacando una camisa y midiéndosela.
—Un compa del CERP, ¿por?
Darío frunció el ceño mientras pensaba si su primo se estaba esforzando por sonar casual o en realidad estaba concentrado en la prenda que estaba tomando sin permiso, pero le pareció que tenía los hombros tensos. Alexis se colocó la camisa e hizo un gesto de aprobación, luego hizo un gesto con la cabeza hacia el celular que estaba sobre el escritorio de la computadora. Darío tanteó la pantalla para que encendiera y vio parte de la notificación que había llegado en WhatsApp que decía: "Vas a salir hoy? Con los gurises...".
Abrió la aplicación para terminar de leer:
Ramiro: Con los gurises vamos a dar una vuelta por Punta ya que la Gime me dejó plantado. Querés venir? 22:45 p.m.✔✔
Darío: Ya quedé con mi primo 22:58 p.m.✔✔
Ramiro: Y traelo 22:58 p.m.✔✔
—Van a dar una vuelta también, eh. Pregunta si queremos ir con ellos.
Alexis lo ignoró mientras se quitaba la toalla. Darío se quedó estático y mudo con el celular en las manos mientras lo observaba colocarse los boxers con las mejillas ardiendo.
—¿Perdiste algo? —le dijo su primo llamándole la atención. Una sonrisa lobuna enmarcaba su expresión desvergonzada.
—¡Terminá de vestite, por favor! —exclamó, olvidando que él también estaba a medio vestir.
Sacó distraído una muda de ropa y se fue al baño a cambiarse. Por fortuna, cuando volvió su primo ya se estaba calzando.
—¿Van a haber más amigues? —preguntó Alexis con las cejas arqueadas—. Si nos vamos a juntar con gente, que sea al menos con chances de meterla.
Se levantó de golpe y comenzó a revisar el cajón de la mesa de luz de su primo. Cuando encontró lo que buscaba, lo guardó en el bolsillo de su pantalón de jeans gastados. Darío sintió la tensión en la frente al fruncir las cejas con profundidad.
—¿Amigues? ¿Vos también con esa tontería, eh? —dijo molesto, sin emitir ningún comentario por los condones que iba a llevar.
—Necesito meterla en algún lado, no puedo vivir a pajas con xvideos...
Salió al pasillo para mirarse en el espejo de cuerpo entero que estaba al final, y se arregló el cabello que se escapaba de su moño. Le sonrió a su reflejo y le hizo señas a su primo para irse. Darío soltó un ruidoso suspiro, sin querer saber esos detalles. A Alexis parecía no importarle decir en voz alta que estaba necesitado, pero a él le daba vergüenza ajena.
—Dale, vamo', man. No me quiero perder la previa.
Salieron bajo la advertencia de Julieta que tuvieran cuidado y no bebieran demasiado. Darío le hizo una mueca como diciendo que sabía que él no tomaba, pero ella le hizo un gesto con la cabeza hacia Alexis a lo que él respondió con un rodeo de ojos.
Cuando Alexis le propuso ir en moto, Darío pensó que debía pedirle conducir, pero su primo se adelantó. Se subió como piloto y le silbó para que subiera atrás. Temiendo que él no fuera muy estricto con las normas de tránsito, se echó el casco sobre la cabeza y se sujetó de la parrilla tras él para no tener que sostenerse de Alexis.
—Agarrate, mijo, mirá que no muerdo —sonrió mordaz, pero Darío lo ignoró.
Había mucho movimiento tanto en Maldonado como en Punta del Este, así como Inspectores de tránsito controlando que todo estuviera en orden. Alexis esquivó con habilidad las zonas más transitadas y en quince minutos ya habían estacionado cerca del puerto.
Habían muchos jóvenes caminando por la rambla. Los más adultos y la gente mayor prefería los autos para evitar el frío y quizá para no mezclarse con ellos. Caminaron hasta la avenida principal de Punta del Este y allí Darío se hizo con una botellita de Pepsi para él y una lata de cerveza para Alexis. Se quejó del precio elevado por la zona turística y su primo le palmeó el hombro en un mudo consuelo.
La península era pequeña, por lo que llegaron a la plaza con pasos perezosos en pocos minutos. Algunos de los puestos de artesanías estaban abiertos, exhibiendo sus productos trabajados en lana, cuero, piedras semipreciosas y demás artículos trabajados a mano. Encontraron los compañeros de Darío sentados en uno de los muritos del jardín que estaba detrás de la estatua de Artigas.
Un par de ellos estaba cazando pokémons y Alexis se rio para sí al ver que seguían con esa moda todavía. Al parecer, los amigos de su primo no eran más que frikis como él. Quizá había esperado demasiado, pero no se sintió mal por ello. Parecían buena onda, muy distinta a la de sus antiguos amigos. Saludó con la mano y una sonrisa, presentándose, y los demás le devolvieron el gesto, medios metidos en sus cosas, medios dubitativos.
Ramiro era más simpático. Debería tener más o menos la misma edad que ellos, pero ya tenía muchas canas entre su cabello oscuro. Usaba lentes de pasta, de marco más grueso que Darío, y tenía una voz profunda y grave. Se quejó varias veces que su novia lo había dejado plantado, pero entendía que ella quería terminar unas tareas pendientes del liceo. Alexis apenas asentía, sin prestarle demasiada atención, concentrado en su primo. Con sus amigos, se mostraba más relajado y desenvuelto, no con esa postura tensa y los nervios con los que siempre cargaba cuando estaban solos.
—Che, salen unas partididas en el FIFA por plata en la casa del Nico, ¿vamo'? —dijo el otro muchacho que estaba con los que jugaban al Pokémon Go.
Ramiro miró la hora y palmeó el hombro de Darío con confianza, pasando el brazo por su espalda para abrazarlo.
—¿Ustedes van? —preguntó con una sonrisa sincera, mirando también a Alexis.
—No, gracias —respondió demasiado rápido, mirando a Darío con el ceño fruncido—. Tenemos otras vueltas que dar.
Su primo lo miró confundido, pero no replicó.
—Qué lastima, amigo. Quedará para la próxima.
Se despidieron con parsimonia y se alejaron a pasos largos y apurados. Cuando ya se habían alejado más de una cuadra, Darío codeó a Alexis con fuerza.
—¿Qué te pasa, eh? Te pusiste ortiva.
El muchacho dio los hombros, frunciendo la boca. No dijeron nada más del tema y después de otras vueltas sin sentido por la avenida Gorlero y por la rambla, terminaron en un banquito de madera, de cara a la playa con el viento gélido sacudiéndoles el cabello. Se quedaron en silencio mientras oían en oleaje y las conversaciones lejanas de la gente que pasaba.
Había algo allí que Darío no quería ahondar. De un momento a otro su primo se había puesto frío y distante, creando una coraza como en los primeros tiempos en su casa. Le echó una veloz ojeada y pudo verlo con la mandíbula tensa, la mirada perdida y los dedos nerviosos jugueteando con uno de sus anillos.
—¿Qué onda con el Ramiro ese? —soltó entonces rompiendo el silencio.
—¿Qué querés decir con "qué onda", eh?
Alexis volvió a encogerse de hombros. Soltó un suspiro y se estiró, levantando los brazos con las manos en puños y arqueando la espalda. Darío se quedó esperando que respondiera pero al parecer su primo no tenía intenciones de hacerlo, así que bufó y se echó hacia atrás, cruzando los brazos.
—No, en serio. Me tenés las pelotas llenas con tus medias tintas, eh —soltó, haciendo que Alexis se girara hacia él sorprendido con su hosquedad.
—¿Qué medias tintas? ¿De qué mierda me estás hablando?
—Vos, siempre dejando todo a medias.
—Ah, pará, mijo, no sé de qué estás hablando.
Darío volvió a bufar, sintiendo las manos trémulas. Se las pasó por la cara y luego se levantó, diciendo en un murmullo que quería irse. Alexis, molesto y con los cachetes inflados en una actitud muy infantil, apenas se limitó a lanzarle las llaves de la moto.
—Andate nomás, yo me quedo.
—¿Te vas a quedar haciendo qué, eh?
—¿Y a vos qué te importa?
Volvieron a intercambiar miradas furibundas, hasta que Darío le lanzó de vuelta las llaves y se giró para irse caminando. Esperaba que Alexis lo retuviera, pero no lo hizo. Así que, molesto consigo mismo por pensar que le importaba, se dedicó a volver a pie a su casa. Luego que caminó varias cuadras solo y en silencio, se dio cuenta que se había portado como un imbécil. Le había exigido explicaciones a alguien que no le debía nada, todo con la esperanza que confesara que estaba celoso.
Se sintió un tonto por ponerle mucha importancia a un sentimiento imposible. Caminó más despacio, dejando que el frío le despejara la cabeza, hasta que la bocina de la moto de su padre le llamó la atención. Alexis lo había alcanzado al fin pero decidió ignorarlo, sin embargo el ruido insistente hizo que se detuviera.
—Dale, vení. No vas a llegar a casa antes que amanezca —le dijo su primo alzando la voz para hacerse oír encima de los bocinazos.
Darío se detuvo. Alexis también paró junto a la vereda y le ofreció el casco sin decir nada. Se miraron un momento hasta que cedió y se subió a la moto detrás de su primo. Volvieron a la casa con el mismo mutismo y Alexis fue el primero en meterse en la cama. Darío, sin entender qué había sido todo aquello, demoró más en dormirse.
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