La doncella y el mala
"¿En qué piensas, Aioria?" pregunto, pero no me oyes. Nunca lo haces, nunca me miras. Juego con la estúpida taza esquivando aquel nuevo rechazo. Tu cabeza viaja lejos y comunicarme contigo es una misión emocional que aborrezco tanto como tú pareces aborrecerme a mí.
Hablar hablas, claro; pero no conmigo. Tu mutismo selectivo se limita a ser cortés y yo, como siempre, admirando tus interacciones con otros desde una sombra cruel, aunque tus palabras no me tocan. Me gusta escucharte reír, desde la distancia, como un testigo de tu felicidad que jamás me corresponde.
Intento un último esfuerzo por volver a hablar, pero mi boca no coopera. No voy a obligarte y no estoy seguro de poder lidiar con otro silencio.
¿En qué pensarás?
¿En aquella chica, con la que hablas durante tus entrenamientos? ¿En alguno de nuestros compañeros?
No encuentro respuestas y las que encuentro son barridas agónicamente por un corazón que no soporta la idea de que me detestes como creo que lo haces.
Bueno, quizás...
Quizás es que no me conoces lo suficiente... quizás...
...Si supieras que no soy tan lejano y arisco como todos creen, quizás, solo quizás, te gustaría compartir un té algún día. Quiero que lo veas, Aioria quiero que me veas... pero cuando hablo pareces huir dentro de tu cabeza y contestarme por cortesía. No quiero tu rechazo pero tampoco tu pena. Vuelvo a jugar con la taza y el silencio.
Espío escondido tras mis párpados; te ves absorto. Tus ojos verdes emiten tantos relámpagos como tú y me pregunto de quién será la sonrisa que se dibujó en tu boca. Mi cuerpo se desarma levemente y suspiro. Sigues sin hablar, como si mi presencia te fastidiara. Tu mirada perdida aterriza en el café.
–¿Aioria? Te estoy hablando. ¿En qué piensas? –insisto, con la fuerza que logro acumular.
–Nada, tonterías. –respondes, algo avergonzado antes de invadirlo todo nuevamente de silencio. Eso es todo lo que dices y por un momento, me gustaría ser alguien más, alguien con quien quieras compartir algo más que estas pocas palabras. Asiento. Tu boca me exige atención, pero no puedo dársela porque tus ojos me descubrirían y estos párpados no me alcanzan para evitarte.
–Ya veo. Tonterías. –asiento, como un estúpido que no logra articular nada inteligente. Frente a ti, mi capacidad intelectual se reduce a ser un idiota murmurador de incoherencias monotónicas y monosilábicas. Habito por un minuto horrendo la dicotomía horrible de desear que alguien venga a rescatarnos de tanta torpeza e incomodidad y a la vez, que nos dejen solos una vida entera para poder acompañarte, aunque solo sea para admirarte en silencio.
Me miras, por un momento. Creo que buscas algo que decir, sin demasiado éxito. Estás intentando ser cordial y lo agradezco pero...
–¿Has invitado a los demás? –preguntas curioso, quizás quieres algo de compañía para no aburrirte y lo comprendo. Asiento despreocupado. Jamás me ha gustado festejar mi cumpleaños; pero la excusa de que visites mi templo era demasiado tentadora para simplemente dejarla pasar. Deseaba que vinieras, aunque eso implicara esperarte otros 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos. ¿Es patético? Quizás.
–Sí. –intento contestar tan sutilmente como puedo. Quizás no logres descubrir cuán patético y ridículo me siento ahora mismo, pero al menos, lo disimularé. –No confirmaron pero... supongo que llegarán sus saludos. Es un día normal, nada importante realmente.
Me sonríes, cálido, como si hubieras creado un universo en dos pliegues de tu boca para mí. Mi respiración me traiciona.
–Es tu cumpleaños, Shaka, claro que es importante. Por cierto... aquí está tu regalo. –dices, aunque no distingo si es la pena que sientes por mi ridiculez descubierta o tu corazón generoso. Buscas algo en tus bolsillos, pero no distingo qué.
–No debías molestarte, Aioria. –murmuro. La idea de pensarte pensando por un instante en mí detiene mi mundo. Sonrío. Esta vez diviso unas cuentas pequeñas. Vuelvo a sonreír. Sé lo que es y me pregunto si tú también lo sabes o si alguien te ayudó a elegir. –¿Un mala?
Asientes dejándolo sobre mis manos. Por un instante eterno el contacto con tu piel me devuelve el recuerdo de algún sueño.
–Sé que tienes uno pero no tiene el mismo fin, ¿No? –preguntas, como un eco.
–Yo... gracias, Aioria. –mascullo con dificultad. El collar huele ligeramente a sándalo. –¿Puedo preguntar desde cuándo estás familiarizado con los malas budistas?
Ríes. No era una broma y temo haberte ofendido. Me miras fijamente.
–Desde que eres mi vecino. Cuando eras niño tenías uno... lo rompí jugando con Milo y ocultamos el cadáver en la basura. Nos preguntaste si lo habíamos visto y te mentimos, lo siento. Guardé una cuenta porque me prometí a mi mismo que te compraría uno igual cuando pudiera. Aquí está, años después.
Sonrío levemente. Sabía que habías sido tú. Tienes una forma tan clara y torpe de mentir que no creo siquiera que la hayas cambiado con el tiempo.
–Sabía que tenías algo que ver con su desaparición. Lo sabía porque no sabes mentir, eres... un pésimo mentiroso. Gracias. Significa mucho para mí.
Quizás si la estúpida sonrisa de mi rostro no temblara podría evitar el acelere de mi corazón, pero el esfuerzo por acallar aquel gesto fue en vano. Vuelves al silencio. No sé en qué piensas.
–¿Aioria? –pregunto, dubitativo. La seguridad que me caracteriza se evapora en tu presencia como si fueras Prometeo el portador del fuego y yo, las lágrimas saladas de algún hombre rechazado. –Sabes que eres bienvenido en mi casa cuando así lo desees, ¿verdad?
Vuelves a mirarme. Deseo amanecer otro 19 de septiembre y que vuelvas a visitarme, para regalarme otra sonrisa.
–Es bueno saberlo. También eres bienvenido en Leo cuando quieras una taza de café... pero... –haces una pausa y los peros anticipan desgracias. Me tenso. –Creo que no te agrado demasiado, ¿no?
Desearía que no preguntes cosas que no puedo responder sin fingir que no deseo tu compañía con avidez. Cuando era niño deseaba ser tu amigo y ahora en la adultez deseo... Niego con la cabeza.
–Claro que sí. Puede que no sea muy expresivo, quizás, pero me agradas, Aioria... y honestamente me alegraría que me visites. Creí que yo no te agradaba a ti... porque... eres diferente conmigo al Aioria que eres con los demás. Si vamos a ser honestos... ¿podrías decirme por qué?
Tu rostro se horroriza y el mío, a coro, también. Por un instante oscuro temo que mi estúpida pregunta haya arruinado el momento. Vuelves a mirarme, intentando rehacer tu gesto y calmarlo.
–No quieres saberlo, Shaka. –murmuras.
Sí, sí quiero.
Sí quiero saberlo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top