Capítulo 6
Las opciones no se veían favorables para Bakugo pero eso jamás había sido un impedimento para ponerse a actuar.
Si las cartas no estaban a su favor, entonces él las forzaría a que lo estuvieran. Así funcionaban las cosas en su vida desde que tenía memoria.
El sable curvo se sentía como una pluma en su mano. Con un simple movimiento de muñeca podría deshacerse de ese molesto caballero; quitarse de encima al ladrón ya era otro tema.
No le gustaba admitirlo, pero aquel demonio pelirrojo tenía trucos bajo la manga. Y Katsuki odiaba los trucos, a menos que fuese él quien los cometiese.
Apretó los dientes, dispuesto a atacar rápidamente al caballero. Si tan solo no tuviese que cruzarse con todos esos ineptos...
Pero su mano jamás se alzó para el ataque. Un tercer desconocido estaba apretando un punto en su muñeca que le imposibilitaba moverse. Podía ver el temblor de su mano ante aquel agarre de acero.
—¿Qué mierda...? —empezó a farfullar.
Y luego sintió un puñetazo en la mandíbula que lo hizo trastabillar. Nunca ningún inepto del clan le había pegado con tanta fuerza, y ahora venía un extraño a golpearlo solo porque sí.
Su sangre también bañaría su espada. Y serviría de alimento para Mitsuki.
—¡Alteza...! —escuchó que el caballero chillaba desesperado.
Conque Alteza, ¿eh?
Katsuki no dejaría que ningún ricachón le ganase. Después del shock inicial pudo ver con claridad a su atacante; el cabello y los ojos de colores, una pulsante cicatriz de quemadura a la mitad del rostro...
No sería difícil quebrar todos esos huesos bonitos.
—¡Muere, maldito!
Se lanzó hacia el muchacho que, aunque no le gustaba admitirlo, tenía buenos reflejos. Mientras tanto tenía al caballero hostigando con su espada en su costado, berreando hacia su Alteza.
—¡Eh! —exclamó la voz del ladrón— ¡Abajo!
Katsuki vaciló medio segundo, antes de ver como una de las dagas del ladrón pasaba zumbando hacia el chico de cabello bicolor. Él pudo verla venir, pero eso no evitó que el filo le cortase a lo largo del pómulo derecho.
Se quedó mirando todo sin palabras por una fracción de tiempo hacia el ladrón que acababa de brindarle su ayuda. Rápidamente sacudió esos pensamientos. Ese demonio quería secuestrarlo y usarlo. Por supuesto que intentaría darle una mano, y le ofendía que pensase que Bakugo no era lo suficientemente digno para luchar solo.
—¡En cuanto acabe con estos dos idiotas me voy a encargar de ti! —le gritó al demonio rojo—. ¡No te creas que somos aliados!
Sintió la espalda del muchacho entrechocar con la suya. Sus músculos estaban tensos y a la defensiva, más no precisamente con Bakugo. Lo escuchó reír con malicia.
—Pero parece que por ahora soy tu única opción, ¿no? —otra vez le dio aquella sonrisa afilada.
Bakugo chasqueó la lengua.
—No te necesito. Ayudarme no hará que mueras de una manera más rápida y menos dolorosa.
—Tomaré el riesgo de todas formas.
Si así lo quería él...
Bakugo soltó un bramido de guerra y cargó contra el bicolor, que luchaba solo con los puños. Esa pelea parecía enloquecerlo más ya que no le gustaba para nada ser leído con tanta felicidad. Ni que un inútil de la realeza pudiese golpearlo tantas veces en la cara.
El ladrón luchaba con el caballero y la cosa no iba nada bien para el segundo. Ya había recuperado su daga y las movía de una manera hipnótica, atajando las estocadas de la espada de caballeriza.
Pero estaba cansándose de esa pelea sin sentido. En un golpe de suerte, encontró un punto débil en el bicolor para así darle con su espada de manera mortal.
Sonrió con satisfacción. Nadie puede ganarme a mí, el Príncipe Dragón.
—¡Muere!
Katsuki no tenía idea de lo que estaba pasando un segundo después. Primero había estado decidido a empalar al otro chico sin ningún remordimiento y después estaba como piedra, con el brazo endurecido cargando su espada en el aire.
Ni siquiera podía mover un músculo de su cara.
El gesto de sorpresa estaba grabado en el rostro del bicolor, que también estaba quieto en su lugar como si alguien lo hubiese tallado en piedra. No podía escuchar el sonido de la otra pelea. El único sonido de fondo era el de la bulliciosa Hosu y el de su enfurecido corazón.
—¡Uraraka-san! —vociferó un muchacho a sus espaldas, totalmente sorprendido—. ¿Qué has hecho?
—He ralentizado el tiempo —respondió una voz femenina con satisfacción—. Está yendo tan lento para ellos que ni siquiera pueden sentir el movimiento.
—¡Eso es...! ¡Oh Dios...! ¡Es tan asombroso! ¿Cómo lo hiciste? ¡Debo anotar todo esto y...! ¡Ahhh!
—Oye, tranquilo —rió la muchacha—. Ayúdame a atar a los otros dos para que pueda quitar el hechizo. Es algo agotador.
NO.
Él no dejaría que dos enanos abusasen de él mientras se encontraba en ese estado. Luchó con todas sus fuerzas para salir de aquel hechizo del tiempo pero la magia de la bruja parecía ser demasiado fuerte incluso para él.
Los mataré a todos. Uno por uno.
Su orgullo no le permitía tener la cabeza presente en la realidad mientras los dos chicos le quitaban su espada como si de un juguete se tratase y lo maniataban fuertemente con magia. Quiso gritarles, escupirles, morderlos, asesinos y mil cosas más mientras lo ponían lado a lado con el demonio de pelo como el fuego —también apresado.
Sus ojos eran lo único que podían moverse, zumbando de lado a lado en busca de aquellos dos que tanto deseaban morir. Solo pudo ver una chica de cara redonda y un báculo que brillaba con luz azul, al lado de un niño pecoso y con ropa demasiado grande para él.
Sería más que sencillo barrerlos del camino.
En cuanto el hechizo del tiempo se acabó, usó todas sus fuerzas para lanzar toda una sarta de improperios ante esos dos desconocidos, no sin retorcerse como bestia rabiosa para soltarse de las cuerdas mágicas.
—¡Más te vale que me sueltes, maldita bruja malnacida! ¡Vas a traer una ola de desgracias contra tu especie para cuando esté liberado...! ¡Te pienso hacer morir de mil maneras diferentes!
—Oye, las personas solo pueden morir una vez —dijo el ladrón con algo de sorna. No parecía tan molesto de estar atrapado.
—¡Y tú...! ¡Ni siquiera me hagas empezar por todo lo que pienso hacerte, estúpido campesino!
—No te tengo miedo.
—Deberías.
El demonio rio. Katsuki decidió ignorarlo ya que terminaría partiendo sus dientes de tanto rechinarlos. Debía buscar una manera de liberarse, de matar a todos los presentes y regresar con Mitsuki antes de que se comiese a los aldeanos. No que a él le importase, pero no quería que descubrieran a su hambrienta dragona.
El bicolor, el caballero, la bruja y el niño cuchichearon entre sí algo alejados de ellos dos. No podía escuchar lo que decía pero fantaseaba el momento en el que pudiese escucharlos chillar de dolor por su venganza.
Pronto. Pronto llegaría.
Poco después se separaron, y fue el caballero quien se acercó hacia los dos capturados. Katsuki le escupió a los pies de su reluciente armadura. El rostro del chico —porque no era más que un crío jugando a la guerra— se puso rojo de la furia pero era bastante bueno embotellando sus verdaderas emociones.
—Identifíquense —ordenó—. O podrían ser arrestados en este mismo momento en nombre del Rey Endeavor.
—El Rey Endeavor —bufó Katsuki—. ¿Y dónde está su pomposo trasero?
—¡No permitiré que se hable así de la familia real! —el caballero llevó su mano hacia el mango de la espada—. Bastantes normas han cumplido al lastimar al heredero del Rey.
—Sir Tenya...
La voz que parecía advertirle al caballero le hizo caer en cuenta a Katsuki de algo: el niño bicolor era el hijo de Endeavor.
Podía verlo en su mortificado rostro luego de que el caballero dijese su nombre.
Sonrió para sus adentros, analizando cada aspecto de aquel príncipe. Quizás puedas servirme más vivo que muerto.
—Me llamo Kirishima —respondió el ladrón como si nada—. Kirishima Eijirou.
—¡Eres un pésimo ladrón! —vociferó Katsuki, saliendo de su fantasía.
—No soy un ladrón —Kirishima frunció las cejas pero luego su gesto cambió a uno similar al de un niño que fingía inocencia—. Bueno, solo robo para sobrevivir.
—Eso te convierte en un ladrón, alimaña descerebrada.
—¿Y en qué cambia que sepan mi nombre? Igual soy un don nadie.
—Yo sé tu nombre y ahora me será más fácil acabar contigo.
Le regaló otra de sus sonrisas, solo que ahora podía verla de costado. La cercanía de su rostro con el suyo estaba incomodándole.
—¡Ya dejen eso! —intervino el caballero, ahora apuntando hacia Katsuki—. Tú. Dime tu nombre o haré que te arresten ahora.
—¡Oye, tú fuiste el que quiso meterse en una pelea que no le concernía! ¿Para qué diablos ibas a liberarme si luego me querrías meter preso, cabeza hueca?
—¡Porque eres una amenaza!
—¡Pues sí, te enseñaré lo que es una amenaza...!
—¡SILENCIO!
La voz de la bruja resonó con tal fuerza que consiguió que todos se callasen, aun sin el uso de la magia. La chica era decidida, y lucía cansada de quién sabe qué, por lo que aceptaría más berrinches de parte de los hombres presentes.
La muchacha dio un paso hacia el centro, enfocando sus ojos en hacer contacto visual con cada uno de los presentes.
—En lugar de pelear por información irrelevante, tendríamos que decidir qué hacer con ellos —se cruzó de brazos—. Es obvio que no podemos soltarlos así como así. El Firewalker nos matará.
—Tienes toda la razón del mundo —coincidió Bakugo—. Y cada minuto que pasa y que yo no soy libre es un minuto que se suma a sus torturas.
Un bufido a su lado lo sacó de sus casillas. Le siguió una sonora carcajada de parte del demonio.
—Vaya que eres divertido —Kirishima siguió riendo—. ¡Qué carácter!
—¡CÁLLATE!
De repente sintió su boca seca y dura, incapaz de mover los labios como le había pasado minutos atrás. Enloquecido por aquello, se dio cuenta que era obra de otro truco de magia de esa bruja loca. La furia le hizo retorcerse un poco más en su lugar, mirando con ojos llameantes hacia los otros.
Se preguntó si podría llamar a Mitsuki a esa distancia para que prendiese fuego todo. Lamentaba no haber hecho el ritual de sangre para tener un vínculo aún más estrecho, que le permitía llamarla en donde sea que ella estuviese.
El muchacho que era el príncipe alzó una mano para tomar la palabra:
—Uraraka, ¿puedes dejarlos inconscientes? Luego los liberaremos lejos de aquí.
La chica asintió rápidamente, pero Katsuki sabía que no estaba del todo convencida. Quizás esa era la grieta que necesitaba para ir un paso delante de todos esos mugrosos que osaban tenerlo apresado.
Katsuki dejó de moverse furiosamente en cuanto sintió la magia de la chica fluir por su sangre hasta dormirlo profundamente. Aunque le pesase, no tenía más que esperar su momento para atacar y vencer.
Y vencer era algo en lo que él era muy bueno.
Se despertó por el intenso calor del sol matutino y la sensación de que algo no andaba bien.
Katsuki se levantó de un salto, tratando de acomodar los hechos de las últimas horas. O no, no últimas horas. Del último día. Porque ya era de mañana otra vez y él había pasado inconsciente todas esas horas en medio de una especie de desierto, lleno de rocas y vegetación seca.
Hosu se veía bastante en la lejanía.
Sentía todavía la magia corriendo por su cuerpo, inhabilitándolo a usar todo su potencial. Inconscientemente desenvainó la espada, amenazando al aire para así descargar toda su furia.
—¡Los mataré! ¡A TODOS! —chillaba al blandir de su espada.
Un pequeño crujido se escuchó a sus espaldas seguido de un bostezo. Bakugo giró sobre sí mismo, listo para clavar su espada en algún corazón o rebanar alguna cabeza para saciar su sed de venganza.
Terminó sorprendiéndose de ver al demonio ladrón —Kirishima, ese era su nombre— apoyado sobre una saliente de rocas como si fuese lo más cómodo del mundo. Cuando Katsuki hizo contacto visual con él, este hizo una sonrisa ladina.
—Debo decir que admiro tu energía —dijo Kirishima—. Es un rasgo muy masculino y digno de admirar.
Bakugo estaba que echaba chispas de solo mirar su tonta cara y actitud despreocupada.
¿No le tenía miedo? ¿A él, el futuro Príncipe Dragón?
Iba a abalanzarse para decapitar a Kirishima pero recordó con una punzada en el pecho: Mitsuki.
Comenzó a desesperarse de imaginar a su dragona vagando sola por los campos en la noche, a merced de todos los cazadores de bestias legendarias e indomables; ¿qué no darían por ella? Era un ejemplar joven y brutal, la mejor de su estirpe.
No por nada era suya y de nadie más. El indigno de Monoma Neito hubiera sido un bocadillo para Mitsuki al primer día.
Debía asesinar a Kirishima y huir en busca de su dragona pero el susodicho no se veía con ánimos de mover su perezoso trasero de la roca.
—¡Bájate de ahí ahora mismo y lucha conmigo! ¡Ya que eres tan valiente, maldito! —chilló— ¡Baja y muere con dignidad!
—Wow —exclamó Kirishima con fingida sorpresa—. Nunca me habían retado a morir con dignidad. Es un honor.
—¡Te destrozaré en tantas partes...!
—Sí, sí. Ya lo he oído —Kirishima rió, volviéndose a acostar sobre la roca de manera que su rostro daba al sol—. Dame unos minutos.
Bakugo dio un pisotón con furia sobre la tierra. No estaba para juegos, no cuando la vida de Mitsuki —y su dignidad— estaban en juego.
Si Kirishima no bajaba, entonces iría por él.
Trató de escalar entre las rocas pero estaban cubiertas de musgo y él nunca había sido bueno trepando. Su frustración incrementaba al escuchar las carcajadas del ladrón, que daba saltos con gran destreza entre las rocas hasta que finalmente quedó abajo y miraba a Bakugo a medio subir.
—En serio que estás muerto —dijo Katsuki, sosteniéndose como podía de las mohosas rocas.
—Ya me lo dijiste.
—¡Pues para que no se te olvide tu lugar, campesino inmundo!
—No soy un campesino —dijo Kirishima con la boca fruncida.
—¡Nada de eso importará cuando seas cadáver! ¡Ahora quédate quieto hasta que baje y acabe contigo!
—Si quieres... —soltó una risita—. Aquí te espero.
Bakugo bajó refunfuñando, fijándose en dónde debía pisar para no resbalarse y caer vergonzosamente en frente de su futura víctima. Él no iba a hacer un papel lamentable.
Pero su pie se deslizó entre el moho a último minuto, cayendo en medio de la tierra seca y golpeando su espalda con un sonoro crujido.
Kirishima estalló en carcajadas.
—¡Vaya que eres divertido...! —fingió secarse una lágrima—. ¿Cómo es que te llamabas?
Bakugo seguía en el suelo, fulminando con odio al muchacho. Tenía la mano en su espada, lista para atacar.
—Asesino de imbéciles.
—¡Uf! ¡Qué suerte que no hay ninguno cerca!
Observó al muchacho mientras daba vueltas a su alrededor. Su cabello se veía como el mismo fuego, peinado de manera que saliera en picos hacia diferentes direcciones. Estaba lleno de cicatrices pero la más notoria era una arriba de la ceja, enmarcando dos enormes ojos que le recordaban a algún animalillo.
Y su sonrisa era lo más inquietante. Bakugo no se equivocaba al llamarlo demonio, no luego de ver una hilera de dientes afilados que podrían desgarrar la piel de una sola mordida.
¿Qué cosa era ese muchacho?
—Bueno, ahora que somos aliados creo que no necesito secuestrarte para que me ayudes —dijo finalmente, con las manos sobre las caderas. Podía ver los cuchillos reluciendo con la luz solar.
—¿Aliados? —escupió Bakugo—. ¿En qué mundo sería yo tu aliado?
Pero no podía mentir que algo le picaba la curiosidad acerca de ese muchacho. Era enigmático, aun bajo esa sonrisa de diablo que cargaba. Y sus motivos para atreverse a secuestrar a un Firewalker no podían ser estúpidos, al menos si ese chico valoraba su cabeza.
—Porque te necesito y porque tú me necesitas. Es la ley de la vida intercambiar favores.
—Todo lo que yo necesito de ti es tu cuerpo desangrándose bajo mi espada.
—¡Pero qué carismático! ¡Oye, en serio que me agradas! —carcajeó—. Pero no, estoy seguro que me necesitas en otra cosa antes que eso.
—Ilumíname —soltó Bakugo—. Me gusta jugar con las víctimas antes de liquidarlas.
Kirishima hizo una sonrisa ladina. Dio unos cuantos pasos hacia Katsuki, que yacía en el suelo y con la espada en la mano, extendiéndole la suya propia para que se levantase.
No temblaba ni parecía temerle luego de todas aquellas amenazas. Era un muchacho muy decidido e idiota.
Bakugo no la tomó, sino que se levantó por sus propios métodos. Su sable curvo apuntaba a cierta distancia hacia el lugar donde el pulso del cuello del muchacho estaba.
—Me estás agotando la paciencia.
Kirishima suspiró.
—Tú quieres encontrarlos y vengarte, ¿no? —preguntó como si fuese obvio—. A la bruja, el príncipe y el caballero.
—Sí, y también al bufón que los acompañaba —agregó Bakugo—. ¿Y cuál es el punto de eso?
No mencionó que quería al principito para otros motivos. Kirishima no necesitaba saber eso.
—Sé cómo rastrearlos.
—Sí, seguro —bufó—. Y yo soy una damisela en aprietos.
—Bueno, allí en el suelo parecías una...
Bakugo acercó un poco más la espada a su cuello. Kirishima no dejaba de sonreír.
—Soy algo así como un rastreador —siguió diciendo—. Puedo encontrar al príncipe y los demás. Si me aceptas como aliado y me ayudas con lo mío, te daré la ubicación de todos ellos.
—O podría sacarte la información a golpes —dijo Bakugo, ahora con una sonrisa espeluznante—. No tendré ningún remordimiento.
—Podrías intentar, pero no voy a dejar que me rompas.
Ambos se sostuvieron la mirada por segundos, minutos, una eternidad tal vez. Tenía algo en esos enormes ojos rojos que le decían que ocultaba muchas cosas pero que de todas maneras seguía siendo un bastardo digno de confianza.
Terminó siendo Bakugo quien rompió el contacto visual.
—¿Y si tú eres tan buen rastreador por qué no buscas por tu cuenta a quien sea que perdiste? —preguntó con sorna. Esperaba atraparlo con sus propias palabras.
—Porque necesito a un Firewalker para saber dónde empezar —respondió Kirishima—. Ustedes los Firewalkers pueden sentir la presencia del otro, ¿no? Mi amigo tiene sangre Firewalker.
—Eso es una estupidez.
Pero, ¿lo era? No podía evitar dudarlo ahora que Kirishima se lo decía. Llevaba bastante tiempo lejos del clan pero siempre había existido una especie de conexión mística entre todos los nacidos en las Montañas de los Espíritus del Fuego.
—Además, ahora tengo otro motivo —continuó el pelirrojo—. Creo tener una sospecha de en dónde puede estar mi amigo, pero es solo eso. Una sospecha.
Katsuki esperó a que continuase hablando.
—Y tú quieres vengarte de aquel príncipe que vimos, y creo que podría ser nuestra moneda de cambio.
No necesitaba más para comprender lo que Kirishima quería decir entre palabras: que su amigo debía estar entre los confines del palacio de Yuuei.
Bakugo apretó los ojos ante aquella confesión. Porque, ¿qué propósito tenía el rey para llevarse a otro ladronzuelo como rehén?
Allí había más cuento del que le estaban narrando.
—Necesitas a alguien para llevar a cabo lo que quieres, ¿no? Yo podría ser ese alguien.
Se preguntó qué diría Hakamata de que hiciese un pacto con un vil ladrón, mentiroso y de cabello horrible. Su maestro le diría que no confiase ni depositase sus objetivos en manos ajenas.
Así que no lo haría. Pero podría usar a ese demonio mientras le sirviera. Parecía ser un idiota confiado, lo suficientemente desesperado —aunque no lo mostraba— para cometer una locura en nombre de la persona que había perdido. Una vez que tuviesen al príncipe podría deshacerse de él.
Sería el inicio de la caída de Yuuei.
Bakugo dio dos pasos hacia Kirishima, sin guardar su espada pero dejándola en guardia a su costado.
—Yo, Bakugo Katsuki del Clan Firewalker, acepto tu propuesta de alianza para cumplir con nuestros objetivos.
Por ahora, dijo para sí mismo.
Luego, le extendió la mano en señal de alianza. Y Kirishima se la estrechó con una sonrisa satisfecha.
—Ahora, demonio —dijo Katsuki—. ¿Cómo rastrearás al príncipe y su séquito?
Kirishima hizo una mueca de autosuficiencia mientras tomaba uno de sus cuchillos y lo extendía hacia Bakugo.
Primero no notó nada, hasta que el sol dejó de hacer reflejo sobre la afilada hoja y Katsuki supo lo que le estaban enseñando.
Allí donde debía verse color plata comenzaba a teñirse de un tono amarronado, que olía a cobre y se sentía seco hacia el tacto.
Era sangre. La sangre que aquella hoja había extraído del corte en la mejilla del príncipe.
Bakugo sonrió sin darse cuenta. Tal vez su demonio personal sí que podía ser de ayuda.
Tardaron casi un día en encontrar a Mitsuki, que andaba lamentándose y vagando alrededor de un rebaño de indefensas ovejas. La atraparon en el momento en que la dragona rostizaba al menos a tres de ellas y se las zampaba de un bocado. Bakugo pensó que eso espantaría a Kirishima —y quería que lo hiciera, para que supiera lo que le esperaba si intentaba traicionarlo— pero el muchacho ni siquiera pestañeó de sorpresa al ver la masacre.
Por el contrario, sus ojos brillaban ante la colosal figura de su dragona dorada. Extendió la mano, como si ingenuamente pudiese acariciarla igual que a un cachorro pero Mitsuki enloqueció ante aquel extraño, batiendo las alas y rugiendo en defensa.
—¡Eh! —exclamó Bakugo, corriendo hacia ella—. ¡Estoy aquí, boba! Te puedes calmar.
Mitsuki bajó la guardia, olfateando el aire lentamente mientras dirigía su caliente hocico hacia Bakugo. De sus fosas nasales salía vapor hervido y sus escamas eran duras pero la caricia de su dragona era el único amor que Katsuki tenía en la vida.
Pero la alejó al instante. No quería que Kirishima supiese que, si tenía una debilidad, esa era Mitsuki. Se enfrentaría con su espada antes de ponerle un dedo encima.
—Es maravillosa —dijo el pelirrojo anonadado—. Ya no se ven de estos ejemplares. Una purasangre.
Katsuki torció el gesto ante aquella información.
—¿Y tú cómo sabes eso, si eres un cabeza hueca?
—Eh... —Kirishima se rascó la sien—. Mi familia estudió mucho todo lo referido a los dragones. He visto algunos pequeños purasangre en mi vida, pero es porque estaban en cautiverio.
Se debatía entre preguntarle qué significaba ser un purasangre. Hasta donde él sabía, todos los dragones de los Firewalker eran como Mitsuki, solo variando entre color y tamaño.
Sin embargo, no quería entablar conversación con Kirishima Eijirou. Era un ladrón, un loco suicida y además era su boleto al Castillo de Yuuei. Solo podría secuestrar al príncipe con su ayuda.
Trepó a horcajadas sobre el lomo dorado de Mitsuki, a lo cual ella respondió con una especie de ronroneo; como si Bakugo perteneciese con ella y nadie más. No estuvo muy feliz cuando Kirishima trepó. Si su amo no hubiese estado también, lo más probable es que lo hubiese hecho volar hasta el reino vecino.
—Muy bien —empezó a decir Katsuki, evitando tensarse antes los brazos de Kirishima alrededor de su cuerpo—. ¿A dónde es que tus sentidos te dicen que fue ese grupo de vándalos?
—Hacia el sur. Al Valle del Oráculo, que es lo que menos lejos está en esa dirección —respondió Eijirou—. De allí viene el olor de su sangre.
—Sí sabes que eres un fenómeno, ¿verdad?
—Es un talento que tengo de rastreador —Kirishima se encogió de hombros—. Algunas personas nacemos con habilidades extraordinarias.
—Oler la sangre no es un talento —gruñó Bakugo—. ¿Cómo sé que no estás mintiéndome, maldito bastardo?
—Puedes hacer que Mitsuki huela el cuchillo y que ella nos guíe.
—Entonces así no me servirías para nada —Apretó las cejas—. ¡Ya agárrate bien de una vez!
Kirishima apretó sus fornidos brazos sobre la piel desnuda de Bakugo. Detestaba el contacto íntimo, y en cualquier momento haría una rabieta para que lo soltase. El otro chico también llevaba el torso semi desnudo, por lo que agradecía que su capa separase el toque de sus pieles.
Le ordenó a Mitsuki que volase hacia el sur. Solo para concentrarse en dirigir el camino de su dragona y no en lo que ocurría adentro de su cabeza.
El paisaje de Yuuei era magnífico. Todo verde y azul allí donde estaban los lagos. Pero según las palabras de Kirishima, todo era un simple engaño: la tierra apenas podía producir alimentos, el agua estaba contaminada en su mayoría. Tal vez no murieses envenenado pero las enfermedades te comerían con el paso de los años.
—Y Endeavor aun así toma el diezmo de los habitantes —repitió Bakugo, luego de que Kirishima le contase la historia.
—¡Y hay rumores! —gritó Kirishima. Su voz apenas se oía por la presión del viento mientras volaban—. ¡Dicen que las delegaciones de Akutou han venido a Yuuei!
—¿El reino loco? —bufó Katsuki—. ¡Una vez quisieron invadir al clan y los echamos a patadas!
—No vinieron a pelear —contó Eijirou—. He escuchado por ahí que planean hacer otro tipo de unión.
Katsuki rodó los ojos.
—Luego dicen que nosotros somos los salvajes... ¡Y ustedes son los que obligan a la gente a unirse por conveniencia! —chilló, sintiéndose molesto de repente. No sabía por qué ya que a él nunca le habían interesado las uniones amorosas.
—Oye, no me pongas en la misma bolsa —rio Kirishima—. Yo no tengo nada que ver con todos ellos.
Aquellas palabras le quedaron resonando en lo que duró el viaje por algún motivo. Algo tenían que ver con eso que Kirishima ocultaba.
Luego lo descubriría. Primero, estaba el Valle del Oráculo.
Katsuki comenzó a ver las laderas que bordeaban el camino que entraba al Valle del Oráculo. A pesar de que la vegetación era verde y exuberante, allí estaba lleno de nieblas y nubarrones; a diferencia del radiante sol que habían tenido en Hosu. La magia parecía pulsar en el mismo aire, inquietando a Mitsuki mientras planeaban más y más cerca del suelo.
El valle estaba lleno de templos o estatuas, cubiertos de musgo y enredaderas. Había incluso un diminuto templo a Kagutsuchi, el dios del fuego y las montañas que su clan veneraba. Creyó que sentiría nostalgia al ver la imponente figura del dios tallada con lava endurecida pero la verdad era que no extrañaba su antiguo hogar.
Quizás porque no lo había sido desde que sus padres estaban muertos.
—¡Eh, mira! ¡Es Toshinori El Magnífico! —exclamó Kirishima con una sonrisa infantil.
El muchacho correteó entre las figuras de piedra, deteniéndose a observar la que pertenecía a aquel héroe legendario que había echado a los invasores de Akutou. Incluso él se sabía la historia. Era espeluznante, con todos esos músculos y la sonrisa plasmada en cada una de las figuras que creaban de él.
Nadie recordaba del todo cómo es que lucía. Luego de la batalla, Toshinori desapareció de la faz de la tierra. Y con los años, su grupo también lo hizo.
—Y aquí está la diosa de las tribus élficas que viven al norte —narró Kirishima, como si a Bakugo le interesase—. ¡Oh! ¡Y ahí está Tsukuyomi, el dios de la luna...!
—¡Ya cállate! —espetó Katsuki, exasperado—. La verdad es que no me interesa. Hay que encontrar a esos inútiles y marcharnos. No hay tiempo que perder.
Kirishima asintió, algo desganado. Bakugo no quería admitirle que ese valle le ponía los pelos de punta. La magia siempre le había parecido antinatural; una especie de atajo que le daba una ventaja a los hechiceros por sobre aquellos que luchaban con la fuerza de sus cuerpos.
Se pusieron en marcha a través del pedregoso camino, tratando de esquivar la hiedra venenosa que crecía entre las rocas. Bakugo debía vigilar los pasos de Kirishima que estaba demasiado concentrado en olfatear el ambiente y su cuchillo, intercalándolos cada tanto. Parecía un perro más que un aliado.
—Creo que es por allá —dijo.
—Eso vienes parloteando desde hace media hora —Bakugo rechinó los dientes—. ¡La única razón de que no sea un trozo de carne entre los dientes de Mitsuki es porque dijiste que podías encontrarlos!
—Calma, calma. No está lejos. Es que este lugar te confunde un poco... puedo sentir el paso de todas las personas que alguna vez estuvieron aquí.
—Eso es perturbador, incluso para ti.
—¿Acaso tú no puedes? —Kirishima tembló ligeramente—. Es como el eco de las almas desesperadas que vinieron en busca del Oráculo.
—No digas idioteces —Bakugo le pegó un puñetazo en el hombro, encima de un intrincado tatuaje que llevaba—. Ya muévete.
Kirishima se sobó el hombro, pero de todas formas siguió conduciéndolo por el camino pedregoso que se hacía más y más angosto. Las estatuas y templos también comenzaban a cesar, ya que la vegetación se hacía cada vez más y más alta, como si quisieran...
Ocultar algo. Bakugo supo que habían llegado al lugar correcto luego de que atravesaran la maleza y se dieran con un inmenso templo con columnas que tenían talladas diferentes figuras heroicas de tiempos pasados. La piedra debió ser blanca en algún momento, pero el paso del tiempo la había vuelto grisácea y tapada de enredaderas.
Pero la inscripción en el arco de entrada podía verse con claridad: RESPICE, ADSPICE, PROSPICE.
—Examina el pasado, el presente y el futuro —tradujo Kirishima. Su labio temblaba con una sonrisa nerviosa—. ¡Y mira! ¡Caballos!
Bakugo siguió con la mirada hacia donde señalaba su acompañante. En efecto, una yegua blanca y un semental negro pastaban tranquilos a las afueras del templo. Decidieron acercarse a observarlos con sigilo, y sintió que podía cantar victoria en cuanto Kirishima le dijo que las monturas que llevaban eran las típicas que usaban los caballeros del rey.
—Entonces los emboscamos cuando salgan —pensó el pelirrojo.
—Oh, claro que no —Bakugo sonrió, enseñando los colmillos—. Entraremos. Se sentirán más atrapados.
—Pero el Oráculo...
—¡No me da miedo un Oráculo polvoriento! Si esperamos a que salgan, corremos el riesgo de que alguno escape y luego manden una patrulla a buscarnos. No. Hay que atraparlos adentro y que no tengan posibilidad de salir.
Kirishima no quiso discutirle, sino que lo siguió como si de un esclavo se tratase. Dejaron a Mitsuki algo alejada de la entrada ya que la magia estaba comenzando a molestarla. Tanto él como Kirishima se prepararon con sus armas —el sable curvo y los cuchillos— y se encaminaron en la creciente oscuridad del templo.
Allí adentro olía a humedad y apestaba a resquicios de magia.
—Muévete —le ordenó a Eijirou—. Hay que seguir.
—Oye, ¡ya deja de darme órdenes!
—No lo haré. Esclavo. Muévete.
Kirishima gruñó levemente, pero sintió que su pegajosa mano se cerraba alrededor su muñeca libre. Katsuki trató de protestar pero, según el otro, era para que no se separasen allí adentro.
No estaba gustándole nada como se sentía allí adentro.
A lo lejos vieron una especie de sala con antorchas. Kirishima y Bakugo corrieron hacia ella, siguiendo los susurros que venían de diferentes tipos de voces. Sintió que el corazón se le aceleraba de la emoción. Estaban tan cerca. Incluso si el olor se volvía insoportable.
Unos pasos más y ya estaban dentro. Katsuki podía ver la forma de cuatro figuras, pese a que no llevaban las mismas ropas de la última vez que se vieron él podía reconocerlos a lo lejos.
Y sintió aquella sanguinaria satisfacción que vivió la noche en que asesinó a los Monoma.
El primero en descubrirlo fue el caballero, que ya estaba desenvainando la espada para ponerse a luchar. El príncipe tenía una espada en su posesión ahora, y ambos cubrían con sus cuerpos a la bruja y al otro muchachito. Después de todo, no se podía usar magia en la casa del Oráculo según las palabras de Kirishima.
Nada iba a detenerlo ahora.
—¡En el nombre de Su Majestad el Rey...! —empezó a recitar el caballero, pero se calló en cuanto uno de los cuchillos de Kirishima voló como un boomerang hacia su mano y le hirió el dorso, obligándolo a aflojar el agarre de la espada.
—Hoy serás tú el que se calle. Ahora, si me permites...
Pero Bakugo tampoco pudo continuar, ya que se encendieron todas las antorchas de aquella sala, iluminando un inmenso cuerpo de agua turbia que los separaba de la otra orilla que conectaba al siguiente pasillo.
Arrugó la nariz. No, no era agua turbia. Era sangre.
Kirishima parecía enfermo ante el olor. Los demás no lucían sorprendidos, pero eso no quitaba que estuvieran igual de horrorizados ante el olor cobrizo de aquella piscina de sangre.
—Bienvenidos, viajeros —dijo una potente y grave voz en eco.
Todos buscaron la fuente de aquella voz, inspeccionando en la lúgubre sala y sus esquinas.
—¡Al otro lado! —exclamó el niño pecoso.
Bakugo y los demás enfocaron la vista en la persona en la otra orilla, que vestía una especie de túnica blanca que se manchaba en las puntas con sangre de la piscina. Su cabello se veía de un púrpura irreal, ondeando a pesar de que no corría una ráfaga de viento.
Sintió que el pecho se le apretaba ante la figura: ¿era el oráculo?
—Por la voluntad de sus espíritus han decidido atravesar las puertas del Valle Sagrado en busca de respuestas —siguió diciendo con su voz de ultratumba—. Pero la verdad tiene un precio tan alto que no todos están dispuestos a pagar.
Dio un paso más, pisando la sangre desbordada de la piscina. Kirishima se apretó a su brazo.
A pesar de que Katsuki estaba enfurecido por aquel circo patético, no podía evitar sentir una pizca de miedo ante la incertidumbre de lo que significaban esas palabras. Él ya había pagado demasiadas cosas en su vida, y no estaba tan dispuesto a seguir haciéndolo.
El muchacho de la túnica les extendió la mano, sonriendo crípticamente mientras recitaba:
—Son invitados a ofrecersus pagos ahora. Complazcan al Oráculo o mueran por su insolencia.
¡Al fin soy puntual! TvT
Este cap me quedo algo largo (?) y discúlpenme si tiene errores de tipeo o alguna cosita así porque la verdad lo estoy subiendo rápido ya que luego tal vez no tenga wifi y no quiero hacerlas esperar. Espero igual les guste ;v; ♥️
Más de Bakugo y Kirishima, estoy inspirada por todos los fanarts hermosos que salieron. Pueden hacer teorías por aquí ;) —->
Muchísimas gracias por todos los votitos y comentarios, me hacen feliz c: amo escribir esta historia
¡Nos vemos pronto! Besitos
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