Capítulo 54

Atención:

1- Este capítulo tiene 7K palabras, lo cual es bastante menos de lo que veníamos teniendo anteriormente, peeeeero... hay una razón (?)

Durante el primer tercio de este gran arco que es la "Batalla Final", los capítulos oscilarán entre esa cantidad o hasta incluso un poco menos, ya que quiero dar dinamismo a lo que está ocurriendo y que se sienta la tensión de guerra ;u; así que porfis no me linchen si se siente corto, porque es intencional TuT

Bakugo había soñado con entrar a la batalla un sinfín de veces.

Sobrevolar los cielos, testigo de una marea de cadáveres ensangrentados que dejaba bajo su paso. Escuchar la canción silenciosa de la muerte mientras terminaba de llevarse a sus dominios a todas las víctimas de la reciente masacre.

Él había crecido soñando con sangre, muerte y guerras. Desde que sus padres fueron quemados vivos, Bakugo no podía pensar en otra cosa que no fuese atravesar el cuerpo de sus enemigos con el sable y volver cenizas sus cadáveres.

Pero ahora, a puertas de la verdadera batalla, la más grande de sus vidas...

Bakugo nunca lo diría en voz alta, pero estaba casi seguro que lo que sentía era miedo.

Se aferró más fuerte de las escamas de Kirishima. En cuanto los agónicos gritos comenzaron, Bakugo abandonó la estúpida reunión con los imbéciles Firewalkers. Él tenía cosas más importantes qué atender. Kirishima se transformó inmediatamente. Sin siquiera proponérselo, ambos levantaron vuelo por encima del bosque, en medio de la repentina noche que se engulló a toda la Ciudad Imperial.

Y la vista no fue ninguna cosa agradable.

—Por la mismísima mierda —Bakugo exclamó tras ahogar un jadeo—. Esto es...

Las palabras se murieron en el final de su garganta. Bakugo observó, silencioso y anonadado, al desastre que aconteció a aquella ciudad plagada de niños, ancianos e inocentes.

Era una masacre.

De criaturas sombrías, meras siluetas aterradoras que se movían a la velocidad de la luz entre los humanos para comer, desgarrar, asesinar sin ningún tipo de piedad o compasión.

En medio de la oscuridad de la noche, Katsuki solo podía distinguir dos cosas: una eran las siluetas demoníacas con diferentes formas —todas salidas de pesadillas: demonios con cuernos, alas, colmillos y garras; algunos como humanos y otros, como animales; o eso parecían sus sombras— que se fundían entre la oscuridad para cazar a sus víctimas en el momento más inoportuno, hasta que ya lo único que podían hacer era gritar.

Lo otro que distinguía era la sangre.Un río de sangre que bajaba por los recovecos de la ciudad. Chorros y litros del líquido carmín que desprendían los cuerpos desmembrados, a medida que sus carnes eran rasgadas o masticadas por esas criaturas del infierno.

—Malditos bastardos —siseó Bakugo entre dientes—. ¡Pues a ver si disfrutaron, porque ahora los pienso hacer pulpa con mi propia espada!

Kirishima le rugió en respuesta. Fue tan fuerte que incluso los árboles temblaron, y Bakugo no tuvo más opción que agarrarse con fuerza de su cuello o se caería en picada hasta el vacío.

Aquello le despertó recuerdos con Mitsuki, cuando su ala fue dañada y Bakugo casi se estrelló contra el Templo del Oráculo de no haber sido porque Kirishima se transformó a último momento.

Apretó los dientes tan fuerte que casi podía sentir que le temblaban. No era tiempo de ponerse melodramático y recordar cosas. No era tiempo de sentir la estúpida tristeza u otros sentimientos para débiles.

Él tenía unos demonios que liquidar.

Sonrió para sí mismo. Incluso reptó a través del cuello de Eijiro, quedándose de pie a duras penas sobre su piel escamosa mientras se sujetaba de uno de los cuernos.

—Vengan a mí, estúpidas bestias feas —exclamó Bakugo al viento de la noche con el sable en lo alto—. ¡Apuesto a que no pueden vencerm-...!

Una corriente pasó tan rápido por al lado de sí que Bakugo casi trastabilló. Kirishima rugió en amenaza, mientras Bakugo rodaba por su cuerpo, pero conseguía sujetarse de una de las alas antes de caer al vacío.

Esa mierda era vergonzosa.

Pero luego solo pudo sentir furia. Ni siquiera supo qué acababa de golpearle, pero la ventisca oscura y veloz volvió a pasar por su lado, buscando que soltara el agarre que lo sostenía de las alas de Kirishima.

Bakugo chilló con indignación.

No podía ser otra cosa que un demonio apestoso. Y que tenía aires de superioridad, ciertamente, si es que pensaba que tenía alguna oportunidad con Bakugo.

—¡Será divertido mostrarte quién manda! —Bakugo exhaló una risa grave—. ¡Justo que me desperté con ganas de asesinar escoria demoníaca!

Escuchó un rugido, entre metálico y agudo, en medio del aire. Sus pupilas zumbaron en medio de la densa oscuridad, buscando a la fuente de ese sonido tan insoportable y que precedía a los gritos de todos los humanos sobre la tierra.

La sombra volvió a cargar contra él. Bakugo la esquivó justo a tiempo —venía por su derecha, el lado opuesto al cuerpo de Kirishima—, trepando por el otro lado del ala mientras el demonio impactaba de lleno contra el dragón.

Kirishima rugió en respuesta, agitando sus alas con más fuerza y casi provocando que Bakugo se cayera una vez más.

—¡Quédate quieto, tonto...! —masculló Bakugo mientras evitaba la corriente provocada por su aleteo—. ¡Tengo un demonio que asesinar!

El demonio se volvió a materializar como una sombra de oscuridad demasiado cerca de su cara. Bakugo soltó un grito ronco. Blandía el sable hacia donde creyó ver la sombra, pero era casi como dar manotazos a ciegas en la noche.

El frío viento le cortaba toda la cara, y el hedor de la muerte y de la sangre se sentía cada vez con más intensidad. O Kirishima planeaba ahora más bajo, o los ataques a los civiles de la Ciudad Imperial solo se habían intensificado.No había tiempo de seguir jugando.

Bakugo necesitaba liquidarlos a todos... pero era malditamente imposible atacar a una sombra que se desvanecía entre aquí y allá, lanzando zarpazos demoníacos que a duras penas esquivaba.

No es imposible, se regañó a sí mismo. Si piensas que es imposible, entonces eres un inútil.

Bakugo Katsuki no era ningún inútil. No ese día.

Ni ningún otro, por supuesto.

Se llevó la hoja del sable a los labios, mordiendo el lado sin filo del metal lo más fuerte que pudo. De todas formas, consiguió dañarse las comisuras de la boca, pero ahora tenía sus dos manos libres para trepar a través de las alas membranosas de Kirishima.

Una vez que alcanzó otra vez estabilidad sobre su lomo, se quitó el sable de la boca y observó a la sombra que sobrevolaba más abajo del cuerpo de Kirishima.

Bakugo sonrió con autosuficiencia.

—¿Crees que puedes ganarme, bestia inútil? —Bakugo dejó escapar una risa mezclada con gruñido—. ¡Te daré como cena para Kirishima!

El dragón rugió como si no estuviera de acuerdo. Iba a decirle que no era momento de contradecirle, pero la distracción se la cobró demasiado caro cuando el demonio desapareció un segundo...

Solo para embestirle desde arriba y comenzar a arañarlo con sus garras que olían a sulfuro.

Bakugo rugía mientras trataba de luchar. Su sable se le cayó de las manos y acabó enredado entre las escamas de Kirishima, pero alcanzarlo era imposible.

Supuso que no tenía más opción que usar sus puños.

El demonio era un ente hecho de sombras, pero al cual podías distinguirle garras y dientes afilados entre su silueta oscura. Era semi-tangible, también. Y esa era la única ayuda que Bakugo podía conseguir en su afán por detenerle.

Kirishima se removía desesperado, como si así quisiera sacarse de encima al demonio que atacaba a Bakugo. A duras penas conseguía retener sus dientes putrefactos hechos de sombras con el antebrazo encima de su cara.

Katsuki no quería perder su cara.

Mucho menos quería permitir que un demonio de pacotilla le comiera su cara.

—¡Maldito idiota, me vas a tirar a mí también! —Bakugo consiguió farfullar—. ¡Me están agotando la nula paciencia que me queda!

El demonio no parecía entenderle, o tal vez sí —Bakugo le dio un puñetazo a la altura en que su cuello se conectaba con lo que parecía ser una cabeza. El cuerpo del demonio se deformó ante el golpe. Ciertamente, un humano se habría muerto rápidamente ante un irreparable a su tráquea y sistema respiratorio.

Aquel golpe le hizo sonreír mientras la bestia rugía, pero la sonrisa de Bakugo se esfumó en cuanto el cuello volvió a acomodarse de la forma en que estaba segundos atrás.

Katsuki lo miró todo con horror; anonadado y pasmado, incapaz de moverse, por primera vez en toda su maldita vida.

El olor a sulfuro se hizo más fuerte. Sintió el aroma putrefacto del demonio bordear todo su olfato, y también el calor que emanaban las asquerosas sombras que componían su tétrico cuerpo.

Le enseñó los dientes en un arco extraño. Casi parecía que estaba sonriendo. O burlándose de Bakugo, si lo pensaba bien.Y eso solo le hacía querer asesinar demonios con mucho más énfasis.

Bakugo buscó su sable curvo con la mirada, pero no tuvo mucho tiempo —el monstruo hundió los dientes en la carne de su antebrazo, sacándole un aullido de dolor que solo consiguió perderse en la noche, entre los demás gritos agónicos del resto de personas que perecían bajo la voracidad de los demonios.

Kirishima volvió a rugir al escuchar su grito.No es que él quisiera ser un niño llorón, pero maldita sea que dolía como el infierno.Y nunca había dicho algo tan literal.

—¡Ya pagarás por esto, bestia! —masculló—. ¡Te arrancaré yo mismo esos dientes con mi espada!

Bakugo intentó sacudirlo, pero el demonio ya había conseguido arrancar un trozo de su carne y de su piel; y observaba con horror la forma en que masticaba su propio cuerpo... como si fuese el banquete más apetitoso y que llevaba siglos esperando.

Con las fuerzas que le quedaban a su cuerpo, Bakugo tomó impulso con las piernas y le dio una patada al estómago del monstruo. Quizá no podía hacerle un daño real, pero la fuerza del envión consiguió hacerle trastabillar y salir volando por el oscuro cielo de la Ciudad Imperial, lejos del cuerpo de Kirishima.

Pero en lugar de enfocarse en la herida de su brazo, que le hacía sentir que pronto se desmayaría, Bakugo solo se dedicó a mirar las extrañas sombras que eran el cuerpo del demonio, y se retorcían en medio de la oscuridad...

Hasta que dejaron de ser sombras. De un segundo a otro.

El demonio comenzaba a cobrar forma, color, textura. Era de un morado desagradable y purulento, con al menos cuatro pares de ojos en la cara y garras tan largas como el brazo de un niño.

Ya no era una sombra ambigua; comenzaba a verse como un demonio real. Incluso si apenas podía avistarlo a la distancia, en los intentos de la criatura por mantenerse volando y no caer al vacío.

Y Bakugo podía ser que estuviera al borde de la inconsciencia del dolor en su brazo —aunque no lo admitiría nunca en voz alta—, pero solo necesitó un par de segundos para deducir lo que significaba toda esa mierda.

Los demonios necesitaban carne humana para materializarse y dejar de lucir como unas tétricas sombras.

Y tenían toda una ciudad llena de humanos indefensos bajo sus garras.

Katsuki permitió, a regañadientes, que Eijiro curase su brazo herido.

Las cosas no salieron del todo bien.

—¡Eres una bestia torpe! —chilló, tras sentir el ardor del desinfectante que cargaba entre los objetos de su alforja que colgaba del cinturón—. Deja, joder, que ya hago yo esta mierda...

Trató de luchar contra Kirishima para quitarle los retazos de tela de su ropa —la cual, gracias a los dioses, Bakugo consiguió recuperar antes de que Kirishima la destrozara con su transformación; no podía ir a la batalla con sus partes nobles colgándole como si nada— que usaría como venda, pero el muchacho no se lo permitió. De hecho, le dio una furibunda mirada y un manotazo al hombro para que Bakugo se volviese a recostar sobre el colchón de raíces en donde se escondían del clamor de la batalla.

Bakugo se sentía como un patético lisiado e incapacitado —él no quería ser curado. Deseaba pelear.

Y, más que nada, quería asesinar. Estaba en su naturaleza de Firewalker, aunque comenzaba a sospechar que esos deseos estaban muchísimo más concentrados en su interior.

—¡Pues te quedas ahí, quieras o no! —masculló Kirishima—. ¡Ya me tienes cansado con toda tu terquedad y orgullo, no te vas a morir por permitir que te ayuden!

Bakugo se quedó inmóvil tras su explosión. Kirishima aprovechó su confusión para empujarlo una vez más contra la tierra; y, si bien la desinfección siguió doliendo como el mismísimo infierno, Bakugo se la aguantó todo calladito en lo que Kirishima acababa de venderla el pedazo de antebrazo con un hueco en donde debía estar su carne.

—Ya —soltó Kirishima con la voz más ronca—. Al menos saber usar el sable con las dos manos... supongo que podrá aguantar hasta que toda la pelea acabe... si es que acaba...

Un rayo de angustia surcó el rostro del pelirrojo. Bakugo miró a su mueca compungida, de temor, de incertidumbre, pero no tuvo mejor idea que simplemente chasquear la lengua como si lo que dijera no fuese más que una insensatez.

—Patearé el culo de todos estos demonios de mierda —Bakugo trató de impulsarse con el brazo sano para sentarse otra vez—. Además, ¡¿en dónde están los inútiles?! ¡Espero que hagan bien su maldito trabajo!

Kirishima resopló. Debía estar rememorando, al igual que Bakugo, el momento en que todo el desastre con los demonios estalló.

Ni siquiera habían tenido tiempo de reagruparse. Ellos dos estaban demasiado lejos del campamento base de su grupo, y también ya lo suficientemente alejados de los estúpidos Firewalkers.

Bakugo solo podía verlos pelear desde las alturas y prender fuego a los demonios que atacaban en el aire, como sombras superfluas que daban volteretas imposibles —pero también, era casi imposible poder atacarlas y soñar con acabarlas de una forma tan fácil.

Muchos de los civiles ya no eran visibles a simple vista. Algunos no eran más que cadáveres desarmados y desgarrados por todo el suelo de la lujosa Ciudad Imperial, pero Bakugo pensaba que muchos de ellos, quizá, consiguieron huir.

No se suponía que le interesaran esas cosas.

¿Qué le importan a él un par de insulsos humanos mediocres?Pero te importa, dijo una voz en su interior. Verlos tan desamparados y al borde de la muerte, ¿no te hace querer salvarlos?Katsuki farfulló, mezclado con un gruñido de dolor que se le escapó tras intentar acomodarse otra vez con su brazo magullado. Kirishima le regañó de una forma inentendible entre dientes, pero ayudándolo a apoyarse contra el árbol al mismo tiempo.

Sin embargo, Bakugo no quería acomodarse contra el árbol.

Quería levantarse. Y pelear otra vez.

Cada maldito segundo que corría, era una vida en Yuuei que se perdía. Y que seguía expandiéndose como un virus incurable. Las sombras seguían saliendo desde la grieta que dividió el castillo a la mitad, y no parecían tener fin.

Él no iba a quedarse sentado como un bebé llorón.

Y Kirishima tampoco lo haría.

Por algo eran un jodido equipo, ¿no?

—¡Bakugo! —chilló Kirishima al verlo ponerse de pie a duras penas—. ¡Espera un momento!

Bakugo ya había desenfundado el sable con su mano sana —y la más torpe, pero eso no le hacía más débil—, y apuntó instintivamente hacia Kirishima.

Vio un pinchazo de sorpresa y temor en los ojos carmesí de Kirishima, pero no tenía tiempo para pensar en dolor en el pecho que le causaba esa mirada.

Tenía cosas de las cuales ocuparse. Como traseros que patear, por supuesto.

—No nos vamos a quedar sentados aquí como si fuésemos dos pelmazos, ¿me escuchas? —dijo Katsuki con voz ronca—. ¡El idiota de Deku y su novio el rey del culo ya deben estar en la batalla!

Todoroki, para entonces, tendría que haberse despertado de forma forzosa gracias a la magia de Uraraka. Ese fue el plan desde el principio. Sus heridas continuaban débiles, pero nada detendría a ese cabeza hueca de arriesgar su vida por el pueblo que no lo merecían.

Todoroki, pensaba con amargura. La promesa que le hizo a idiota estaba prácticamente rota —ahora que ya no era un príncipe—, y a Katsuki le amargaba no poder cumplir con su propia palabra.

Ellos dos no pudieron urdir un nuevo plan, ya que la princesita acabó desmayándose por sus heridas tras el enfrentamiento con su hermano mayor. Bakugo chasqueó la lengua de solo recordar de toda esa mierda innecesaria, y que solo culminó con la complicación de todos los benditos problemas que ya tenían.

Bakugo debía pensar un nuevo plan. Él era mejor que todos ellos —tendría que ser capaz de venir con una nueva forma de acabar con toda esa plaga y escoria que asediaba el Reino de Yuuei.

Kirishima suspiró. Le dio una corta pero triste sonrisa —aunque era alentadora y cómplice, también.

Como si no pudiese evitar entender a lo que Bakugo se refería.

Kirishima se acercó lentamente, hasta que estuvo a un rango suficiente como para alcanzar su puño que se cernía sobre la envergadura de la espada. No tenía miedo —ya no—, del filo tan cercano de su cuerpo y que podría haberlo asesinado en un segundo.

Bakugo chasqueó la lengua. Porque Kirishima tenía razón —nunca podría hacerle daño de ninguna manera posible.

Es solo que le molestaba ser tan transparente cuando se trataba de ese estúpido híbrido con cabello como el fuego.

—No iba a detenerte —La sonrisa de Kirishima se ensanchó—. Iba a decirte que busquemos a los demás...

Bajó poco a poco el brazo de Bakugo con la espada. Ni siquiera se había dado cuenta que hasta sus músculos se aflojaron por completo —y no sabía si era peor atribuirlo a su debilidad física por la pérdida de sangre, o por la cercanía de ese jodido hombre que todo lo volvía más complicado.

Bakugo a veces tenía miedo de haber encontrado su punto débil en Kirishima.

—Y que vayamos a salvar Yuuei —terminó el chico; adquirió entonces un tono más burlón—. Somos los héroes de la profecía, ¿no?

—Me importa un cuerno esa dichosa profecía —Katsuki gruñó—. ¡Yo solo quiero pisar cabezas de demonios y rebanarles el cuello!

Kirishima le miró con los ojos chispeando. No sabía qué significaba ese brillo lleno de admiración, pero no había una forma de ser observado que a Bakugo podría gustarle más que esa.

Aunque si era Kirishima quien lo miraba...

Cualquier cosa se sentía bien.

—Ah, eres tan dulce y romántico cuando te lo propo-...

Algo en los arbustos tembló. Bakugo dio un manotazo a Kirishima para que se pusiera tras su espalda mientras volvía a levantar el sable, pero el pelirrojo no lo permitió —no abandonó un solo segundo su costado.

Se miraron medio segundo de soslayo. Como si ambos se estuviesen diciendo tan solo con los ojos: «no pienso dejarte solo».

No necesitaban decirlo en voz alta para saber que nunca lo harían.

Muéstrate, escoria —ordenó Bakugo—, y quizá te dé una muerte rápida y sin tanto dolor.

Los dos se pusieron en guardia a medida que el temblor en los arbustos aumentaba. No sentía el olor putrefacto de los demonios, pero no podía confiarse —todavía podía ser alguno de esos chiflados que se alinearon junto al rey de los demonios y permitieron que todo aquello ocurriera.

Podía ser el hermano loco de Todoroki, o...

Kirishima dio un respingo y Bakugo gritó en cuanto unas sombras dieron un brinco desde el arbusto. Estuvo dispuesto a lanzarse a cortar cabezas en ese mismo momento, pero un chillido demasiado humano le hizo detenerse justo a tiempo...

Y también los brazos de Kirishima que le rodeaban por la cintura para detenerle.

—¡No me mates, hombre! —exclamó un muchacho estúpido que no estaba seguro de recordar del todo—. ¡Soy el mejor amigo de tu novio!

—Pero, ¿qué demonios...?

—¡Kaminari! —Kirishima masculló; lo sentía cerca de su oído—. ¡No te aparezcas de esa forma! ¡Bakugo no tendría reparos en matarte!

Ah, así que ese era el dichoso Kaminari.

Se veía flacucho. Y enclenque. Y muy estúpido, con su pelo amarillo como un rayo de sol.

¿Acaso ese tipo era consciente de todas las cosas que tuvieron que vivir por salvarlo?

Bueno... siempre podía hacerlo pagar más tarde por el tiempo perdido. O podía hacerlo pagar en ese momento.

Levantó otra vez el sable y lo agitó en el aire hacia el muchacho. Kaminari dio un par de pasos hacia atrás, hasta que descubrió que Bakugo no era capaz de avanzar gracias al agarre de acero de Kirishima.

—No tendré reparos en matarte —corrigió con voz chillona—. Debería cortarte en trocitos y darte de carnada a los malditos demonios... ¡por ser un jodido subnormal que se aparece de la nada!

—¡Bakugo...!

—¡Lo siento! —Kaminari tragó saliva; estaba agitado y todo su rostro se encontraba desencajado—. La pelea empezó, y todos nos hemos separado... llevo buscando a Kirishima todo este tiempo...

—¿Sabes a dónde terminaron los demás? —preguntó Kirishima, sin inmutarse ante los intentos fallidos de Bakugo por soltarse—. ¿Midoriya y todos...?

—¡No preguntes primero por Deku...!

—No pude ver mucho entre tanto desastre —Kaminari se frotó la cara—. Sé que ese caballero y la bruja se montaron a ese gecko gigante para acercarse a las puertas del Castillo a buscar a los caballeros, metiéndose en medio de todos esos monstruos... y esas muchachas aterradoras se fueron a pelear con otras chicas más aterradoras...

—Las Valquirias —asintió Kirishima—. Si todos se están aliando, es porque esto es peor de lo que pensábamos...

—Los demonios atacaron directo a dónde estábamos —Kaminari tragó saliva—. El medio elfo se quedó defendiendo al otro chico rubio, aunque un sinfín de sombras cayeron encima... y allí nos alejamos todos...

Bakugo había dejado de luchar por separarse. Kirishima le soltó, confiado de que estaría más tranquilo —pero la verdad es que ambos estaban demasiado conmocionados como para pensar con claridad.

—¿Y Midoriya y el príncipe...? —Kirishima carraspeó—. Digo... el rey...

—No es un rey de nada —Bakugo le dio un golpe—. ¡No le debes ningún respeto!

—Eso no podría saberlo —Kaminari negó varias veces con la cabeza—. El chico seguía inconsciente, y solo pude ver que lo cargaba sobre sus hombros y se adentraba en la oscuridad...

Bakugo notó entonces el rostro demacrado de Kaminari a causa del cautiverio con todos esos locos. Y también el terror que debía causarle a su persona el encontrarse en medio de una sangrienta batalla por la vida y la muerte; una que todos pensaban que llevaban las de perder.

Al menos, el inútil de Kaminari había conseguido hacerse dueño de una espada ropera —alargada y fina, como una aguja muy afilada.

Esperaba que no se picara su propio ojo con ella, al menos.

—Además...

Bakugo y Kirishima volvieron a mirarle. Ambos se habían quedado pensando al mismo tiempo, casi debatiendo consigo mismos por un plan que pudiera servir para frenar a todos esos demonios hasta que encontraran la clave para cerrar la maldita grieta.

Los estúpidos objetos no servirían, ¿cierto?La espada estaba destruida gracias a Deku. La máscara que Bakugo guardaba en el interior de su capa se sentía como un artefacto inútil. La daga de Kirishima tampoco lucía como un objeto más maravilloso que una aburrida y corriente daga.

Y el sacrificio...

Bakugo al menos intentó no nublar su mente con ideas que no agradarían a los demás. Pero, ¿a él que le importaba que lo otros pensaran?El sacrificio parecía ser la única salida en ese instante. Porque, aunque él se cargara al mismísimo rey de los demonios —lo cual por supuesto podía hacer—, de la grieta no dejarían de salir esas apestosas criaturas demoníacas.

Tenían que cerrar esa cosa del infierno.

—Además, no encuentro a esos dos chicos que conocí antes de que todo empezara —dijo Kaminari con preocupación—. Ojiro... y Shinsou...

—Pues por mí que se mueran los dos —declaró Bakugo como si nada.

No podía importarle menos el status de ese oráculo de poca monta y el aburrido Firewalker que servía como perrito faldero de Yuu.

—¡Bakugo! —Le regañó Kirishima con un golpe—. ¡Son nuestros amigos!

—Tuyos, dirás —gruñó—. ¡Yo no soy amigo de la basura inútil!

No iba a decirle que tal vez algo le preocupaba el paradero de Shinsou. Solo algo, maldita sea. No es que Bakugo fuese devoto de ese tonto, o algo por el estilo.

Kirishima comenzó a darle un sermón que Bakugo no estaba escuchando. Él solo quería alejarse de todo ese drama estúpido y lanzarse a acabar con algunos demonios en tierra, ya que era mucho más fácil para utilizar el sable con su mano más torpe y sin hacer equilibrio.

No podían estar muy lejos. Podía escuchar los sonidos desgarradores demasiado cerca.

—Y hay otra cosa... —Kaminari volvió a decir con inocencia y algo de culpa—. No se vayan a enojar...

—¿Y ahora qué? —masculló Bakugo.

Kaminari se mordió los labios. Jugueteó un instante con sus propios dedos, pasándote la envergadura de la espada entre uno y otro.

—Eh... me he encontrado con dos personas en el camino... insistieron en venir conmigo a buscarlos a ustedes...

—¿Me has visto cara de ser una jodida niñera, estúpido...?

Los arbustos volvieron a temblar. Bakugo y Kirishima se voltearon a las dos siluetas que saltaron de entre las sombras, a espaldas de Kaminari, y que al principio se hicieron bastante irreconocibles.

Bueno, al menos lo era para Bakugo. Él no tenía tiempo para recordar a todos los extras que se cruzaban en su camino.

Pero los colores del rostro de Kirishima desaparecieron por completo.

—¡Tú! —chilló una muchacha extraña de piel rosada y ojos negros—. ¡Nos robaste la máscara! ¡Y nos hiciste pagar por ti! ¡Legalmente, eres nuestro esclavo!

—¡Cuando la pelea termine, serás nuestro! —sonrió de forma tétrica el muchacho de cabello negro al lado de la loca—. ¡Nadie consigue estafarnos!

Kaminari se veía culpable. Kirishima se quedó inmóvil, entre anonadado y asustado por esos dos idiotas que hacían un alboroto en medio de un bosque infestado de demonios.

Bakugo solo les miraba con las cejas y la boca arqueada con desagrado, hasta que finalmente recordó de dónde se le hacían familiares esos bastardos.

Eran los mercaderes de la subasta en el Festival de las Estrellas. Los dos tontos a los que engañaron como bebés para robarles la máscara.

Justo el mismo día que él y Kirishima...

Sacudió la cabeza. ¿Cómo podía olvidar todo eso, acaso?

Bakugo alzó el sable en dirección a esos dos idiotas. El chico rodeó instintivamente con los brazos a su novia, o lo que fuese que ella era. Incluso Kaminari ahogó un gritito.

—Como alguno de ustedes ponga una de sus pulgosas manos arriba de Kirishima, las van a perder —amenazó Bakugo—. Ahora, ¿van a pelear con nosotros, o se esconderán como niñitos?

Sero y Ashido —como se presentaron más tarde, aunque Bakugo lo olvidaría a los pocos minutos—, le enseñaron un par de espadas, que cargaba él, y cuchillos arrojadizos embebidos de veneno natural, que eran el orgullo de ella.

Bakugo miró a su precario equipo de pelea. Casi tuvo lástima de sí mismo y su apestosa compañía.

Un ex cautivo demasiado raquítico y cuya espada parecía tener más peso que él.

Una pareja de estafadores que debían compartir una única neurona entre los dos.

Y... un medio dragón de sonrisa afilada, que se negaba a abandonar el lado de Bakugo y pelearía contra su espalda, pasara lo que pasara.

Aun así, resopló.

Si alguna entidad superior estaba formando esos dichosos equipos de pelea... Bakugo estaba seguro de que el suyo era el más inútil de todos. No les daba ni cinco minutos de vida a todos esos peleles.

Ya le tocaría ponerse todo el peso sobre sus hombros. Él podía controlar toda la situación por sí mismo, no importaba qué tan jodida esta se pusiera. Los demonios serían pan comido, y pronto volverían al agujero del que nunca debieron salir.

Esa era su promesa para convertirse en héroe.

Y no querían conocerlo cuando se enojaba. Aunque... él siempre estaba enojado.

Pero sonrió. No es como si tuviera problemas para cargarse a todos los demonios que osaran meterse en el camino de Bakugo Katsuki.

De acuerdo, puede que a Bakugo le gustara la sangre, pero todo aquello ya era pasarse.

Cuando saltó —junto a su improvisado equipo de inadaptados— a la batalla, Bakugo no esperó comenzar a cansarse de sentir a los demonios lanzársele encima para dar un bocado de su carne.

Kirishima y Kaminari habían conseguido dominar el cielo en sus formas de dragón. Se cubrían las espaldas, cada vez que un apestoso demonio pretendía atacar al otro en medio del vasto y oscuro firmamento. Ellos dos —y los Firewalkers con sus dragones que aún permanecían en pie— encendían la oscuridad con inmensas columnas de fuego y electricidad.

Bakugo no podía ver mucho ya que el fuego le encandilaba demasiado. Y, cuando no se trataba del fuego, las sombras dominaban cada rincón y los acorralaban, y no sabía que ellas atacaban hasta que escuchaba gritar a algún pobre civil indefenso.

—¡Auxilio! —escuchó que gritaban las mujeres, agazapadas contra sus hijos para protegerlos con sus cuerpos—. ¡Ayuda!

—Mi hijo —temblaban otra parte de las mismas—. ¡¿Alguien ha visto a mi hijo...?!

—¡Que el rey mande a sus tropas! —chillaban por otro lado; con la voz afónica y el terror brillando en el sudor de sus rostros.

—¡Tonto, el rey nos ha dejado solos! —masculló por otra parte—. ¡Somos su carne de cañón mientras él escapa!

—¡No digas eso! ¡Su Majestad se preocupa por su pueblo! ¡Él nos salvará!

—¡Ah!

Bakugo apretó los dientes y los párpados. No quería escucharlos. No le estaba ayudando a concentrarse para cortar cabezas como se debía.

Él no quería admitirlo, pero algo en su interior se desgarraba como las cuerdas de algún viejo instrumento que no podía soportar el fuerte rasguño de una mano ajena que las forzaba a ser tocadas. Él no quería que su interior fuese tocado de esa manera, pero lo hacía.

¿Por qué le importaban los gritos de las personas?¿Por qué sentía un deber moral para con ellos?Bakugo estaba allí para salvar su propio pescuezo, y para demostrarle a todos esos bastardos que él era digno. Que él podría ser el rey siquiera, y que no necesitaban a alguien como Shouto Todoroki.

No pienses en esa mierda, se dijo con resentimiento. Ya podrás desafiarlo a muerte más tarde.

Pero incluso todos esos pensamientos quedaban en el olvido y se sentían patéticos ante la amenaza del momento. Había cosas más importantes. Las madres que lloraban por hijos que yacían abiertos en canal sobre los adoquines. Los niños que corrían despavoridos, con piernitas tan pequeñas y rechonchas que no eran suficientes para escapar de los monstruos devoradores de carne humana. Los hombres y mujeres que buscaban un arma —la que fuera, incluso algún simple ladrillo—, y se lanzaban a sus propias muertes para comprar un par de minutos que sirvieran como escape a los demás.

Toda la Ciudad Imperial solo conseguía embarrarse más y más en la miseria. ¿Todo el resto del reino estaría de esa forma?¿Lo sentirían en todas partes? Pensó en la Ciudad de las Sombras, en Svartalf —el país de los elfos—, en cada pueblo que atravesaron ellos juntos durante su odisea.

Se imaginaba a ellos seis como una semilla enferma que se regaba por cada lugar que atravesaron. Después de todo, se suponía que eran héroes —pero no lo lucían en absoluto.

—Maldita sea —vociferó Bakugo en cuanto media docena de sombras se le acercaron al ataque—. ¡Maldita sea todo!

Por más de que usara su mano más débil, la hoja de su sable curvo era tan eficiente que conseguía cortar de ello en los demonios sombra antes de que probaran de su carne para adquirir una forma corpórea.

Liquidó a uno de ellos. Dos. Tres. Cinco. Diez. Treinta. Ya simplemente perdía la cuenta a medida que su sable se teñía de un líquido obscuro como el alquitrán, solo para hundirse otra vez en los mismos demonios que le atacaban por ser una verdadera amenaza.

No lo estaba disfrutando. Su mente vagó demasiado lejos de la batalla y su canción putrefacta.

Habían sido ellos seis —especialmente Deku y su estúpida llegada a sus tierras—, los que desataron el caos y el horror por todos lados.

Eso enfurecía a Bakugo.

¿Era él también el culpable?

¿Era Bakugo Katsuki el culpable de todo lo que estaba ocurriendo? Al menos uno de los culpables.

¿Estarían de esa forma si él jamás retaba al imbécil de Monoma por un huevo de dragón?Sus padres no hubiesen muerto. Hakamata, tampoco. El Katsuki de quince años jamás escaparía de las Montañas de los Espíritus del Fuego. Mitsuki nunca hubiese sido herida.

Mitsuki. Pensar otra vez en su antigua dragona, en la traición en sus ojos, en lo poco especial que se sintió para ella la última vez que se vieron...

Por mucho que quisiera culpar a Deku por abrir el portal —y sin que fuera consciente; eso era lo peor de todo—, Bakugo no podía evitar asumir su cuota de responsabilidad en el asunto de los seis héroes de Yuuei.

Porque no era uno solo de ellos, ellos eran seis. Y aunque uno tuviera la mayor parte de la culpa, también había otros cinco que cumplieron su parte para que el destino terminara de acomodarse de aquella forma macabra.

Pensar en el destino le enfurecía. Eso significaba que él no tenía control sobre sus actos.

¿Qué había dicho el estúpido de Shinsou luego de la muerte de Monoma?

«El destino no siempre sabe lo que es mejor».

Aunque le pesara, Bakugo no podía evitar coincidir en lo que decía ese tonto del oráculo. El destino era una mierda. Y, si existía algún destino, era el de grandeza y gloria que él mismo se decidió luego de escuchar las leyendas Firewalker sobre los Príncipes Dragón.

Bakugo no había nacido para ser un Príncipe Dragón —él simplemente elegía convertirse en uno, porque estaba seguro que luchó y vivió lo suficiente para abrazar la grandeza que le esperaba algún día.

¿Podría ser hoy ese día?

Kirishima rugió en el cielo. Podía reconocerlo en cualquier parte. Bakugo no tuvo más que medio segundo para mirarle —y sonreír, casi sin darse cuenta—, ya que estaba lo suficientemente ocupado en que los demonios no le arrancaran la cabeza.Al menos existía una persona en ese horrible mundo que no creía que estaba loco. Que había desafiado a la muerte y al destino —ese era Kirishima Eijiro.

Y era el mismo Kirishima quien eligió estar a su lado. Incluso si era el mismo destino el que les unió, él estaba seguro que fue la decisión de los dos de permanecer juntos. Luchando.

Hasta el final, si era necesario.

Pero no sería el final. No hasta que ellos lo eligieran. El destino no les arrebataría lo que construyeron con las migajas que les entregó.

Se sintió repentinamente renovado. La muchacha rosada y su novio cara plana se las ingeniaban contra unos demonios a su costado, pero Bakugo tenía deseos de acabar con toda bestia infernal que estuviera a menos de diez metros de distancia.

Ya no quedaban muchas sombras —excepto las que continuaban brotando de la humeante grieta en el castillo—, sino que los verdaderos demonios de piel viscosa y rugosa, con cuernos y zarpas negras, eran los que se acercaban para continuar con su festín de humanos.

Bakugo se relamió con emoción. Hizo girar el sable curvo entre sus dedos.

—Vamos, vengan a mí, bastardos —dijo con euforia—. ¡A ver quién de ustedes consigue probar un bocado!

Un demonio que le doblaba en altura y con la piel morada se lanzó hacia Bakugo con un gruñido gutural; golpeaba la tierra y la hacía temblar con su galope en cuatro extremidades hasta la posición del muchacho Firewalker.

Bakugo hizo tronar los huesos de cuello. Gritó también, mientras se acercaba con el sable en alto y daba una voltereta para decapitar al torpe demonio que no parecía tener más estrategia que hundir los dientes en carne humana.

Dejó que la sangre negra de cada demonio que se acercaba le bañara la piel. Se sintió poderoso, y como si pudiese echarse a pelear incluso con el mismo destino.

Nada podía contra Bakugo.

Pero entonces...

Alzó la vista hacia el alboroto en el cielo. Kaminari lanzaba rayos eléctricos por la boca —y que rodeaban todo su cuerpo como si fuese una tormenta comprimida en un cuerpo de dragón— hacia una manada de demonios sombra que —y otros no tan sombra, pero que tenían asquerosas alas de murciélago— le atacaban a él y Kirishima.

Kirishima hacía lo suyo para defenderse. Lanzaba llamaradas de fuego, pero sus imponentes rugidos ya no se hacían eco en el cielo junto al de los demás dragones. Bakugo podría haber sido devorado en ese mismo instante ya que no tenía más ojos que para la escena que se estaba desatando.

—¡No! —gritó desesperado y con la voz ronca—. ¡Kirishima! ¡Malditos, los mataré...!

Siguió gritando por tantos minutos que llamó la atención de varios de los presentes. Fue tan fuerte y desgarrador, que incluso en medio del horror, nadie podía evitar darle una mirada.

El dragón rojo volaba de forma irregular, dando dentelladas fallidas al aire para intentar cazar alguno de los demonios que se trepaban por su cuerpo y mordisqueaban, y rasgaban, y dañaban su piel escamosa.

Bakugo sintió como si la mano ajena de hacía un rato le atravesara otra vez el pecho. Gritaba impotente, buscando a cualquier Firewalker con la mirada con el propósito de robarse un dragón que le sirviera para prender fuego en vida a todos esos inmundos demonios.

Kaminari intentaba atacarlos, pero era imposible. Sus rayos afectarían directamente a Kirishima, noqueándolo por completo y provocando una caída en picada hacia el centro de la Ciudad Imperial desde el cielo...

El recuerdo de una imagen similar le provocó escalofríos.

Bakugo gritó. No supo a quién le gritaba, pero gritó. Gritó tan fuerte que, por un segundo, creía que sus gritos opacaban el resto de sonidos de la batalla.

No sabía dónde estaban los demás. Quería que aparecieran. Aunque en otros momentos se negaría a recibir cualquier clase de ayuda, aquella era una situación diferente.

Kirishima les necesitaba.

Gritó con todas las fuerzas que le quedaban, corriendo en dirección hacia cualquier lugar —aunque no sabía a qué lugar debía correr exactamente.

La piel roja de Kirishima apenas era visible entre la oscuridad de las sombras. Bakugo sintió terror de que ya no quedara nada, pero pronto el miedo se volvió todavía mayor e insoportable de manejar.

De entre las sombras, el dragón rojo desapareció; y el cuerpo inerte y pálido de un joven muchacho se materializó entre los oscuros cielos.

Para caer hacia el vacío. Bakugo no podía adivinar donde caería. Maldita sea, ni siquiera sería capaz de llegar a tiempo, a menos que le crecieran alas en la espalda y zumbase hasta el encuentro de Kirishima en el hueco de sus brazos.

Los ojos le picaban y la vista se le nublaba. Una horda de demonios se lanzaba hacia él para aprovechar su desconcierto. Pero no podía luchar contra ellos, porque Kirishima seguía cayendo a gran velocidad hasta los techos de las mansiones señoriales de la ciudad.

Y si Bakugo no luchaba contra los demonios, ellos le atraparían. Evitarían cualquier posibilidad de que pudiera salvarlo.

El destino parecía estar cobrándoselo y riendo en su cara. ¿Qué otra cosa le dijo también Shinsou...?

Que la muerte cobraba sus deudas, tarde o temprano.

Pero eso lo sabía. La muerte tocaba —y derribaba— las puertas de todos los seres vivos, pero Bakugo lucharía contra ella hasta que le robara el último aliento de sus pulmones.

«Si te mueres, te mato» le decía a Kirishima en su mente.

Ni la muerte ni el destino tenían el permiso de destruir eso que ellos mismo decidieron forjar. No mientras Bakugo estuviera vivo.

Vamos, vamos, vamos. Obligaba a sus propias piernas a correr a través del campo de batalla —incluso creyó ver el destello del cabello de Deku y su ropa bañada en sangre negra—, hacia el lugar donde creía que podría atrapar a Kirishima antes de la inminente caída y golpe final.

Quizá fuese inútil. Puede que no quedase mucho más por hacer.

Pero mientras Bakugo pudiese todavía elegir, él elegiría.

No se daría por vencido contra el destino.

Aunque se le quemaran los músculos y su brazo se moviera de forma automática con el sable. Aunque tuviera que quemar toda esa ciudad para alcanzarlo.

Bakugo continuaría eligiendo. Y siempre elegiría la grandeza y lo que se merecía —lo cual era Kirishima, porque no existía nada más grande en ninguno de los estúpidos mundos.

Kirishima —Bakugo masculló con la voz rasposa, los dientes apretados y los ojos salpicándose con una capa acuosa—. A donde sea que vayas, voy a elegir ir contigo.

Bakugo ya casi alcanzaba el punto. Kirishima no estaba a muchos metros de alcanzar el suelo. Pero su tiempo no era suficiente antes de que todo se hiciera añicos al estrellarse contra la calle...

Estiró una mano de forma casi inconsciente. Y, cuando Bakugo Katsuki pensó por un segundo —casi dejándose abatir por las posibilidades— que todo estaba perdido, su cuerpo entero —y la tierra— temblaron ante otro imponente rugido que llevaba tiempo ya sin escuchar.

Pensó que podría ser un sueño. O solo una manifestación del más allá, luego de que todos se murieran por culpa de los malditos demonios.

Pero Bakugo vio un par de alas desplegadas a sus espaldas, pero una de ellas estaba algo torcida y rota: eran color ocre y brillaban como el oro bajo la luz del fuego de los otros dragones.

—¡Por los malditos dioses y demonios...! —Bakugo musitó con sorpresa—. ¿Mitsuki?

La dragona le devolvió el rugido; tan fuerte que espantó a cualquier sombra o demonio que pensaba que acercarse hasta Bakugo sería una buena idea. Sin pensárselo demasiado, ella le obligó a rodar por encima de su cabeza hasta acomodarse sobre su cuello como en los viejos tiempos.

Bakugo no pudo evitar acariciar su piel con incredulidad. Casi había olvidado lo que se sentía montar a lomos de un dragón tan inmenso como lo era Kirishima.

Kirishima.

Iba a dar una orden a su dragona, pero ella parecía ya saberlo. Era casi como si estuviera conectada con sus propias emociones.

Mitsuki volvió a desplegar las alas, aunque era complicado con su herida casi irreparable. Bakugo todavía tenía el corazón en la garganta.

Pero ambos se lanzaron hasta donde Kirishima estaba a punto de caer.

No creo que algún día me canse de los cliffhangers... es como el angst (?) son totalmente adictivos e inevitables ;u;

Por supuesto, la batalla es todavía un caos xD no han conseguido organizarse, pero podremos ver a las Valquirias y los a los caballeros en acción con los próximos narradores! Se viene mucha batalla, mucha lucha, mucha sangre, mucha acción... y mucho estrés para mí, porque odio escribir acción c: También esperen muuuchas sorpresas y revelaciones cuando lleguemos al capítulo de Deku. Como mencioné más arriba, el primer tercio de la batalla es un poco confuso, pesadito de escribir y también un desorden: les han atacado cuando no lo esperaban, y es tarea de todo el grupo organizarse sobre la hora para poder hacer frente a las amenazas.

¿Quién creen que narre el próximo capítulo? ¿Quién será el primer caído? ¡No falta mucho, hagan la cuenta regresiva! O pueden dejar apuestas y teorías por acá --->

Y okay, sé que debo disculparme por tardar... nunca he tardado tanto con este fic, peeeeero como dije en mi tablero (y en los otros fics) fue una época caótica para mí TuT y estaba estresada, así que decidí relajarme al enfocar mi atención solo en las weeks, pero ahora puedo volver tranquila a mi rutina ;u;

Además, lo bueno de que no sean capítulos tan largos, si me da el atacazo, podríamos tener en cualquier instante el capítulo 55 :'D y les aseguro que traen muchísima más carga emocional y cositas interesantes que este! y lo digo por acá, así me comprometo y luego me obligan a cumplirlo xD

Estamos a 48K lecturas de alcanzar las 300K ;u; cuando estemos a más de 290K lecturas, les juro y perjuro que haré otro maratón. Dije que no lo haría, pero me di cuenta que me ayuda muchísimo a avanzar... además, sería una linda compensación por el cariño y la paciencia ♥️

Mañana hay actu de EAV, y ocuparé toda la semana en tratar de adelantar nuevos capítulos ^^ luego viene HPE. Y quizá me da la loca y suba alguno de los fics cortos nuevos que ando planeando, ah

Muchísimas gracias por todos sus votos, la paciencia, la confianza y los preciosos comentarios! ♥️♥️ Me han estado llegando bellos dibujitos, así que pronto volveré a actualizar la parte de los fanarts para compartirles las hermosas cosas que le regalan a esta historia ;u;

Nos vemos muy pronto! Besitos ♥️

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