Capítulo 53
Atención:
1- Capítulo larguito ;u; tiene 11K palabras!
2- La primera mitad puede sentirse lenta, pero en la segunda mitad exploro una forma de narrar algo distinta pero que creo les gustará... espero que así sea ♥️
3- La canción es de la última temporada de Game of Thrones. Para quienes vieron el episodio dos, es el que me inspiró a escribir esto (?) no es necesario escucharla, pero si lo desean... justamente va para la segunda mitad. Y no se preocupen!! No puse la escena, solo la canción; no hay spoilers.
Reagruparse no fue la parte más difícil de la situación.
Y Shinsou Hitoshi, el nuevo Oráculo de Yuuei, no estaba hablando solamente de su grupo.
Él podía verlo todo. Podía sentirlo, olerlo, casi tocarlo; al menos de lo real que se sentía en su cabeza. Como si una parte de su espíritu pudiera transportarse hacia las distintas capas del tiempo, pero nunca era más que un mero espectador que observaba lo inevitable.
Era como si todo se agolpara en un millón de líneas fragmentadas que buscaban reproducirse en sus pensamientos. Una por encima de la otra, luchando para presentarse como el futuro que sería victorioso sobre los demás.
Desde que él tenía memoria, había sido entrenado para esto: ser un oráculo. Un ente omnisciente que podía verlo todo. El pasado, el presente, el futuro. Podía saber lo que ocurrió, lo que estaba ocurriendo, y todo lo que ocurriría como resultado de la suma de los otros dos.
Pero las cosas se habían torcido desde que Shinsou asumió su poder. Las líneas temporales estaban más feroces y enloquecidas que nunca —y ya ninguna de ellas sabía cuál sería la real.
El resultado de la guerra estaba en manos de los dioses, habría dicho Aizawa. Pero Shinsou no creía en dioses perezosos que jugaban con los humanos como si fuesen simples marionetas.
Si los dioses existieran, no existiría la crueldad y el horror en Yuuei —ni en ninguna parte del mundo. Si los dioses existieran, una persona tan buena y valiosa como Aizawa nunca se hubiera ido de aquella vida, dejando a Shinsou solo y con la tarea de velar por el universo...
Depositando su fe ciega en un grupo de seis inadaptados.
Aizawa había confiado en que Shinsou sería uno de esos seis. Incluso él había visto todo —y no podría decir que el final de la guerra hubiese sido tan malo si ocupaba el lugar que le correspondía.
Pero como Shinsou no creía en dioses y sus macabros planes sobre el destino, se rehusaba a creer que Kirishima debía morir para que él ocupase su lugar.
Y ese fue su primer error.
Él no se arrepentía de haber salvado a un buen hombre de la muerte. Más se hubiese arrepentido de sacrificarlo por la paz de todo el reino.
—Shinsou, ¡presta atención! —Sintió que Uraraka lo abofeteaba—. ¡Tenemos que huir antes de que todo se derrumbe! Puedo llevarnos con magia, pero hay que recuperar a Midoriya...
Shinsou se frotó la mejilla herida. El golpe le regresó a la cruda realidad —aquello le pasaba a menudo; la infinita cantidad de líneas temporales le hacía perder su mente en otro tiempo y espacio—; y la cruda realidad era la misma que la bruja Uraraka le gritaba a la cara.
El castillo se estaba cayendo a pedazos. Los libros salían despedidos de sus estantes a medida que el temblor se intensificaba. El techo abovedado comenzaba a agrietarse poco a poco; no tardaría mucho en partirse en dos y aplastarles las cabezas a todos.
Shinsou se llevó una mano a la frente, buscando entre el desastre la figura de Midoriya. En cuanto todo comenzó a temblar, la extraña persona que se transformaba en sus seres queridos —todavía tenía escalofríos tras haber escuchado otra vez la voz de Aizawa— aprovechó para desaparecer entre sádicas carcajadas femeninas.
Y no estaba sorprendido, si era honesto. Shinsou podía ver lo que estaba ocurriendo en el castillo. Durante todo el rato había estado con el corazón en la boca —pero se negaba demostrar una sola emoción a los demás; no podía permitir que cundiera el pánico— sobre la forma en que resultarían los hechos.
Lo habían hecho de la forma que más temía: con el asesinato del Rey Endeavor a manos de su hijo mayor.
La grieta al inframundo se había abierto, al fin. Y en pocas horas, todo Yuuei estaría infestado de demonios sedientos de sangre y venganza por llevar encerrados más de un siglo.
Tenían que huir de la zona de la catástrofe lo antes posible. El castillo era el peor lugar para encontrarse. Encontró que Midoriya continuaba conmocionado, y herido, por el encuentro con la muchacha cambiaformas. Y Shinsou no necesitaba de sus poderes para saber que pronto acabarían aplastados bajo el techo que se desmoronaba, o devorados por algún demonio.
Él mismo estaba asustado. Desde el cambio del curso del destino, Shinsou había sentido como los diferentes hilos del futuro se enredaban —ya no sabía cuál camino llevaba a tal final.
Se encontraba casi tan en blanco como los demás de sus compañeros.
Y, para alguien como él, que creía tener la certeza de todo...
Era aterrador.
Ver mil posibles escenarios en su cabeza era una cosa. Que todos fuesen horribles, era otra.
Pero ver todos esos escenarios y no saber exactamente cuál sería el ganador... le ponía la carne de gallina por todo su cuerpo.
—¡Eh, tú! —Shinsou exclamó antes de abalanzarse sobre Midoriya.
—¡Tengo que encontrarla...! ¡Y detenerla...! —Midoriya forcejeó luego de que Shinsou le atrapara la espalda contra su pecho—. ¡Les hará daño a los otros! ¡Le harán daño a To-...!
—En este momento, tu única preocupación debería ser que un pedazo de techo no te parta la cabeza —Shinsou masculló cerca de su oído; aunque su voz era opacada por el rugido del castillo cayendo a pedazos—. ¡Uraraka!
—¡Sí! —contestó ella de forma casi automática—. ¡Shinsou, no dejes ir a Midoriya!
La bruja sacudió la cabeza para salir de su ensimismamiento. Desde que la enemiga tomó la forma del caballero Sir Tenya Iida, Uraraka no dejó de temblar como una hoja; pero el deber llamaba, y la muchacha estaba lista para salvarlos a todos.
Los sentimientos podían esperar. Aunque con Midoriya era más complicado...
Uraraka consiguió crear una especie de esfera alrededor los tres como un campo de fuerzas color rosa claro y vibrante —Shinsou ahogó un jadeo cuando vio los estantes caer sobre sus cabezas, solo para estrellarse con las paredes de las esferas que los protegían.
Midoriya gritó mientras la habitación caía encima. Miles de libros, estatuas, pinturas, e historia de todo Yuuei se despedazaron con el temblor que anunciaba el posible fin de los tiempos.
—Tenemos que huir de aquí —exclamó la chica—. La protección no servirá de nada si igual quedamos enterrados bajo una pila de escombros.
—¡Lo estoy intentando! —Shinsou siseó entre dientes—. ¡Pero intenta controlar tú a esta sabandija!
Midoriya no era un hueso fácil de roer. Blandía su espada, mascullando por la chica que les había atacado —tanto física como emocionalmente—, jurando que no la dejaría dañar a nadie más.
Puede que el pequeño héroe de Yuuei no dimensionara que no importaba el peligro de los demás en ese instante: importaba que él se encontraba en riesgo. Y si no hacían algo para salvarse, ya no podría asegurarse de proteger a nadie más.
Más tarde podría golpearlo para que reaccionara.
—Midoriya, necesitamos correr los tres al mismo tiempo hasta los pasillos —dijo Uraraka—; con la fuerza que provoquemos con la esfera, nos abriremos un camino hasta la ventana que esté más cerca.
Aquello pareció avispar, al fin, a Midoriya. Como si se saliera del trance colérico en el que le dejó ver todos aquellos recuerdos. Enfundó rápidamente su espada.
—¡¿La... ventana?! —chilló el chico con un hilillo de voz—. Oh, dioses... hagámoslo de una vez.
Shinsou tragó saliva. Su estado físico, a comparación del resto, no era digno de ser halagado.No quería ser un estorbo, ni tampoco una carga para dos de los héroes de la profecía.
Especialmente, y considerando, que debían huir lo más rápido posible para adentrarse en el bosque. Había alguien que necesitaba la ayuda de todos ellos.
—Tenemos que encontrar a Tamaki y todos los demás en el bosque —confesó Shinsou a Uraraka—. Te necesitan.
Decidió no agregar más detalles de la situación para que nadie se alterase —para su sorpresa, tanto Midoriya como Uraraka se tomaron el asunto con profesionalidad y la cabeza lo suficientemente fría. Supuso que estar al borde de la muerte volvía más serias y maduras a las personas.
Aunque, por supuesto, eso no eliminaba el hecho de que más de la mitad de sus amigos —y seres queridos—, estaban todavía atrapados entre los muros del castillo.
—Ellos saldrán —agregó rápidamente Shinsou—. Si regresamos ahora, ustedes podrían perecer bajo el derrumbe.
—¿Lo has visto en tus visiones? —Uraraka preguntó, intentando ocultar el miedo.
—No —Shinsou carraspeó, respirando hondo antes de que se lanzaran a correr—. Es solo mi sentido de supervivencia el que me dices que acabaremos aplastados en veinte segundos si no huimos de aquí.
Nadie rechistó a sus palabras. Porque no había mucho para contradecir, la verdad.
—Okay, a la de tres —Midoriya también se preparó. Otra estantería rebotó sobre su protección—. Uno.
—Dos... —Shinsou susurró, sin perder de vista el diminuto hueco que tenían para huir entre los escombros.
—¡Tres! —gritó Uraraka—. ¡Ahora!
Los tres cargaron con todas sus fuerzas a través de la biblioteca. Las antorchas habían sido apagadas en gran parte con los pedruscos que se desprendían de la bóveda del techo —la otra parte había prendido fuego los libros.
Como si no hubiesen tenido los suficientes problemas... el fuego podría atraparlos también en cualquier instante.
Midoriya era el que corría más rápido de todos; Shinsou hacía lo que podía para seguirles el paso con sus piernas flacas y larguiruchas, incluso si sus músculos se quejaban ante el repentino esfuerzo físico al que no estaba acostumbrado.
Uraraka sudaba más que los demás. No por ser una chica, sino porque su magia de protección estaba consumiendo más rápido todas sus energías.
Y en los posibles escenarios que aparecían en la cabeza de Shinsou...Cabía la posibilidad de que no pudiera soportarlo lo suficiente. En cuanto su magia se terminase, el techo les aplastaría la cabeza en un solo instante.
Afuera solo escuchaba rugido de dragones, y sus aleteos intensos que solo provocaban más inestabilidad a los ya débiles cimientos del castillo. Esperaba no equivocarse y que alguno de ellos fuera Kirishima.
Aunque Shinsou no estaba seguro de quiénes saldrían con vida de ese castillo.
—¡Allí! —gritó Midoriya con la voz ronca—. ¡Una ventana!
Shinsou casi no la había visto. El pasillo se conservaba ligeramente más intacto al no tener peligrosos estantes que se venían abajo, pero no estaría seguro por mucho tiempo.
—Cuando la atravesemos, sacaré la protección —exclamó Uraraka—. Confíen en mí.
Midoriya hizo una mueca de horror.
—¡¿Confiar...?!
—¡Ya!
Uraraka fue la que más impulso tomó para atravesar el cristal de aquel inmenso ventanal del pasillo. Midoriya chilló, e incluso Shinsou se encontró a sí mismo dejando escapar un grito cuando el vidrio entero se resquebrajó luego de atravesarlo con la esfera rosada de magia.
De repente, el día había desaparecido.
Shinsou no se encontró sorprendido, aunque sí desencajado un instante —era como si las tinieblas se hubiesen engullido al sol de pronto. Y sin una luna o estrellas para iluminar la Ciudad Imperial.
Obra del rey de los demonios, por supuesto.
Pero ese era el menor de sus problemas.
En cuanto el frío de la oscuridad le resquebrajó las mejillas y la noche fue lo único que era capaz de ver, Shinsou supo que ya no traían encima la esfera de protección de Uraraka.
Habían atravesado una ventana para huir del derrumbe —pero ahora se encontraban en el aire, a unos varios pisos de distancia por encima del suelo.
Y, en esos milisegundos que le tomaron para comprender lo que ocurría, comenzaron a descender en caída libre.
Midoriya no dejó de gritar mientras el aire les estiraba la piel, y la velocidad amenazaba con hacerlos estrellarse como costales de harina contra la fosa del castillo.
Llena de agua, que a distancia, se sentiría como golpearse contra concreto puro.
Sin embargo, una vez más se lo debían a Uraraka.
Porque antes de que Shinsou pudiese ver en retrospectiva toda su vida —y las vidas que había presenciado con sus poderes— por delante de sus ojos, el tiempo y la velocidad se volvieron más lentos.
Una vez más... se encontraban desafiando a la inminente muerte.
Solo que, ¿cuánto tiempo más serían capaces de ello? ¿Sería rápido? ¿Doloroso? ¿Inevitable?
Hubiese querido tener una respuesta exacta para sus dudas, y las del resto.
Pero Shinsou no la tenía.
El hechizo de ralentización del tiempo les dejó flotando a escasos centímetros de la fosa durante segundos que se sintieron como una eternidad. Uraraka les hizo flotar hasta que sus extremidades alcanzaron el agua, y aunque hacía un frío que calaba hasta los huesos, nadie se quejó al momento de nadar luego de que quitasen el hechizo.
Al menos no había cocodrilos. Demasiados problemas estaban teniendo para escapar, hasta entonces.
Necesitaban un maldito respiro. O unas vacaciones muy lejos de la isla del Reino de Yuuei.
Los tres huyeron en la oscuridad; empapados, tiritando de frío y del miedo, tomándose de las manos y con los ojos zumbando hacia cada esquina de la cual provenía un aterrador chillido.
La ciudad parecía estar en caos. Los dragones ya no se veían en el cielo —se habrían escondido en los confines del bosque—, pero los gritos de los humanos aterrados eran capaces de paralizarte las venas por lo desgarrador en sus timbres.
Shinsou llevaba la delantera. No porque fue la mejor protección, pero sabía hacia dónde dirigirse. Sabía exactamente en dónde les estarían esperando dos personas que lograron rozar el limbo entre la vida y la muerte por los pelos.
—No se detengan —chistó Uraraka—. No tenemos idea de en dónde estén los demonios.
—Uraraka... —Midoriya musitó; era el que cerraba la fila—. Shinsou... miren.
—¿Huh?
Antes de adentrarse en la oscuridad de los árboles, Shinsou y Uraraka giraron sobre sí mismos —dejando que el viento les resecara la piel—, para observar lo que Midoriya les señalaba despavorido.
El temblor se detuvo varios minutos atrás, pero el horror no terminaba.
El castillo se había partido en dos partes. Todo el centro se vino abajo hacia una colosal grieta que dividía la ciudad en un profundo abismo de negrura —rodeado de sombras más oscuras que la misma noche en que se había sumido el día.
El corazón de Shinsou se aceleró. Él había visto la grieta en sus visiones del futuro, pero verla con sus propios ojos era desolador y devastador.
Todas las torres del castillo se encontraban derrumbadas —y su mismo peso hacía que siguieran desmoronándose unas sobre otras hacia la profundidad del abismo que despedazo sus bellos muros y chapiteles dorados.
La estatua de Toshinori tampoco estaba en pie. Sus restos ni siquiera eran distinguibles, por lo que era muy probable que se hundiera al fondo...
Junto con toda la marea de gente que intentó huir. Shinsou no había dado crédito a los gritos que se escuchaban de fondo como una cacofonía, pero ahora podía verlo: decenas, cientos, miles de personas se agrupaban y chillaban a viva voz al fondo del abismo. Otros tantos intentaban sujetarse para no caer, esforzándose por sostener una vez más la mano de sus seres queridos.
Se le cerró la garganta al ver toda aquella escena. ¿Aizawa habría visto todo eso, también?
¿Qué habría sentido su viejo maestro al fallecer luego de más de un siglo de vida, en cama y en paz, sujetando la mano del último ser querido que le quedaba?
Quizá Shinsou tampoco tendría tanta suerte. Ser Oráculo no le daba inmunidad de nada.Y actuar como si supiera el futuro para dar paz a los demás, no le traía tranquilidad a sí mismo.
—Vamos —Uraraka dio un gesto con la cabeza—. No podemos hacer nada por ellos.
—Pero... —empezó Midoriya con la voz temblorosa; sus ojos brillaban al ver a todos los habitantes de la Ciudad Imperial luchar por sus vidas—. Pero los demonios...
—Si bajamos ahí, así como estamos, moriremos —Le cortó la bruja—. Y Yuuei ya no tendría ninguna oportunidad.
Shinsou decidió no opinar. Él sabía que Midoriya acabaría aceptando, incluso si le dolía demasiado.
El muchacho asintió. Volvió a sujetar sus dedos con los de Uraraka, y la bruja le tendió su mano a Shinsou. Él siguió con el camino que le indicaban sus memorias. Y era curioso que le llamara memorias —para Shinsou, todo lo que ocurría no eran más que recuerdos del pasado; cosas que ya había visto, pero que no ocurrieron todavía. O quizá nunca ocurrirían.
Ser Oráculo es un fiasco, pensó. Acabo preocupándome por cosas que seguramente no van a suceder.
Pero sacudió la cabeza para no pensar en todas esas cosas. No durante las vísperas de la guerra, la última batalla que les quedaba por conquistar.Uraraka apretaba fuerte su mano —si era por el miedo, la incertidumbre, o simplemente como un intento de darle apoyo... Shinsou no lo sabía. Pero lo apreciaba. Y había conseguido encariñarse con la bruja, igual que con Midoriya.
Antes de comenzar con todo ese loco viaje, Shinsou nunca habría interferido con el destino.
Habría dejado que Kirishima muriese. Podría haber dejado olvidado a Midoriya en la biblioteca que se derrumbaba sobre todos ellos. Tantas cosas que hacer diferente, que le hubieran conducido, quizá, a un final que todos deseaban.
Pero en ese momento no se arrepentía de sus decisiones. Las tomaba, y las apreciaba.Shinsou sabía que haría otra vez aquello que hizo por Kirishima. Por cualquiera de todos ellos.
Eran el futuro de Yuuei, después de todo.
Él no era ningún dios como para decidirlo —pero tenía el suficiente ego como para confiar en sus humildes decisiones.
—¡Ochako! —Les recibió una voz femenina, que casi se abalanzó sobre ellos al instante en que se detuvieron en algún punto del bosque—. ¡Estás bien!
—¡Tsuyu! —exclamó la bruja al reconocer a la chica—. ¡Sí regresaste!
La mujer rana prácticamente saltó sobre su vieja amiga para envolverla en un abrazo que les hizo saltar las lágrimas a las dos. Uraraka era mucho más sensiblona, por lo que Tsuyu se encargaba de limpiar sus ojos humedecidos con aquellos dedos larguiruchos que poseían los de su especie.
Midoriya sonrió al verlas. Pero sus ojos se abrieron de par en par al reconocer la silueta que descansaba contra un viejo tronco de sauce, casi perdido en medio de la oscuridad.
—¿Tokoyami...? —sonrió Midoriya—. ¡Me da tanto gusto verte bien!
El chico corrió al encuentro de aquel extraño hombre con cabeza de pájaro. Tokoyami —por lo que Shinsou sabía—, era de por sí un hombre austero, callado, sombrío. No abrazó a Midoriya de la forma que hizo Tsuyu con Uraraka, pero en sus ojos hubo un cierto alivio de ver a aquel charlatán acercarse con vida otra vez.
Tristemente, Midoriya no podía saber la tragedia que azotó a Tokoyami no muchos minutos atrás.
Deambulando por allí también había más humanos —Shoji, el carcelero que les acompañaba. Así como Mina Ashido y Hanta Sero, que chismorreaban alguna cosa entre los dos mientras él curaba las heridas de su novia.
Y Shinsou no podía olvidarse de eso, por supuesto...
—¡Ahhh! ¡Auxilio! —Midoriya chilló cuando sintió un lengüetazo en la cabeza—. ¡Ah, solo eres tú! ¿Quién es un gecko precioso...?
Shinsou dio una media sonrisa a la tonta escena del gigantesco gecko color lavanda que lameteaba la cabellera de Midoriya. Tenía algunas heridas y flechas clavadas en su dura piel, pero no parecía molestarle en absoluto aquel dolor.
Midoriya reía con aquel bicho. Tsuyu y Uraraka continuaban abrazándose, e incluso Tokoyami se sentía más aliviado de encontrar más vida luego de tanta muerte.
Pero...
El sollozo a espaldas de Shinsou le recordó por qué estaban allí. Y llamó la atención de la mayoría de los recién llegados.
Especialmente Midoriya, que se levantó de un salto hacia la fuente del lamento. Su mueca estaba transformada en miedo y terror; el cual solo se acrecentó al encontrarse lo suficientemente cerca para reconocer unas orejas puntiagudas y su rostro lloroso, sufriendo encima de un cuerpo lleno de sangre y vendajes improvisados.
—¿Tamaki? —preguntó Midoriya—. ¿Qué ha pasa-...?
El elfo levantó la mirada, pero ni siquiera era capaz de sonreír de alivio al descubrir que algunos regresaron con vida. La angustia se dibujaba en cada esquina de sus finos rasgos élficos. La voz de Midoriya se murió al identificar al Capitán Mirio Togata, y su labio tembló cuando se dio cuenta que solo era un bulto casi deformado entre los brazos del muchacho que le amaba.
Mirio no estaba muerto. No todavía. Pero podría estarlo en cualquier momento.
Uraraka se separó de Tsuyu y trotó hacia ellos, empujando a un anonadado Midoriya en el proceso. Sus dedos temblaron al comprobar la temperatura corporal de Mirio.
—Está ardiendo en fiebre... —musitó la chica—. Esto se ve mal...
—¿Lo puedes salvar? —preguntó Tamaki, con un mínimo de esperanza en sus palabras—. Haré lo que sea que necesites...
—Por ahora, necesito que te apartes de él —dijo ella con solemnidad—. La magia es peligrosa, y no quiero que absorba tu energía para curar a Mirio.
Tamaki negó varias veces con la cabeza, sujetándose más fuerte todavía del capitán. Shinsou observó que su capa estaba hecha jirones, manchada de grandes gotas de sangre seca y las uñas de sus manos se encontraban todas rotas.
—Te daré toda mi energía...
—Tamaki —Midoriya se apresuró hasta las espaldas del elfo, sujetándole por los hombros—. Haz lo que ella te dice, si quieres salvar a Mirio.
El elfo hiperventiló. Sus ojos zumbaban desde Midoriya hasta Uraraka, pasando varias veces por el rostro deformado de Mirio Togata.
Pese a que le cubrieran vendajes manchados de sangre —que Shinsou no tenía dudas que estuviesen hechos con la capa de Tamaki—, se podían ver partes del gran corte que desfiguraba su bonachón rostro juvenil.
Los ojos de Tamaki se aguaron otra vez, pero aflojó su agarre en el chico. Midoriya le ayudó a ponerse de pie, alejándolo un poco a rastras del cuerpo de Mirio. Uraraka rebuscaba en su bolsita por alguna piedra que encender y poder curar al joven.
—Estará bien —Midoriya intentó consolarle con una sonrisa, sujetando la mejilla del elfo—. Uraraka sabe lo que hace.
Tamaki negó varias veces. No sollozaba ruidosamente, pero sus hipidos silenciosos se veían mucho más dolorosos y agónicos.
—Ha perdido mucha sangre —contestó Tamaki—. Además, la grieta... los demonios...
—Cálmate —intervino Shinsou, que se les había acercado—. Con esa negatividad no harás mucho.
Tamaki dio un respingo al escucharle. Shinsou sabía lo duro que estaba siendo, pero no podía permitir que perdiera los estribos y que todo se desmoronase en el grupo.
El elfo asintió tras tragar saliva con dificultad. Por suerte, Tsuyu se acercó casi entre brincos con una cantimplora para obligarlo a dar un gran sorbo de agua fresca, que se resbaló de los resquebrajados labios del chico. Luego, se apresuró a correr con Uraraka para preparar algunos nuevos vendajes para Mirio.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Tamaki, respirando fuertemente—. ¿Quién ha...?
Midoriya compartió una rápida mirada con Shinsou.
—No sabemos —Se apresuró en responder el chico—. Escapamos a duras penas.
—¿Y los demás? —preguntó el elfo, con los ojos abiertos de par en par.
El labio de Midoriya tembló. Shinsou vio cómo se desestabilizaba su mano que sujetaba los dedos pálidos y llenos de suciedad del elfo.
Midoriya solo podía estar pensando en una única persona.
—Solo nosotros hemos salido —contestó—. Nadie más ha...
Una vez más, la voz de Midoriya se cortó por culpa de una interrupción repentina. Incluso el gecko se puso alerta al escuchar el crujir de las hojas y ramas en algún punto del follaje, alzando su cabeza para enseñar la cornamenta rugosa y llena de bifurcaciones.
Midoriya no dudó en sacar la espada. Incluso Tokoyami se levantó de un salto para ponerse en guardia —en el peor de los casos.
Tamaki ahogó un chillido. Shinsou no tuvo mucha necesidad de sentirse amenazado.Ni mucho menos sorprendido.
—¡Aparten, bastardos! —masculló alguien conocido—. ¡No se metan en mi camino o les arranco la cabeza!
Dicho y hecho, los arbustos salieron despedidos luego de que un sable curvo los cortara de un limpio tajo. La acción sacó un gritito de sorpresa en varios de los presentes.
Y Katsuki Bakugo apareció como un conquistador en medio de la oscuridad del bosque. Iba cubierto de sangre, polvillo y cenizas; pero nada de eso era capaz de ocultar su usual mal humor y deseos asesinos.
Pero no venía solo.
Momo Yaoyorozu apareció a espaldas del Firewalker. Ella iba encorvada, igual de sucia y herida que su compañero; pero ellos estaban relativamente bien.
Al menos podían caminar.No como el peso muerto que Yaoyorozu trasladaba a sus espaldas. El cuerpo que depositó suavemente sobre la hierba, antes de ella misma dejarse caer por el cansancio.
Y Shinsou pudo ver el exacto momento en que Midoriya soltaba su propia espada, para salir corriendo hasta allí...
En donde yacía el inconsciente cuerpo del príncipe Shouto Todoroki.
¿O debería haber dicho rey?
Los minutos y horas que les siguieron al reencuentro fueron un completo y feroz caos.
Uraraka apenas daba abasto con su magia. Como Mirio era el sujeto con heridas de mayor urgencia, la bruja utilizaba todo su poder para cerrar las punzantes heridas que tenía por todo el rostro y el cuerpo.
Tsuyu se encargaba de Todoroki. Midoriya había decidido tomar un lugar a su lado, ayudándole o trayendo cada cosa que ella considerase necesario. El muchacho despertó en cuanto la mujer rana le agarró por la muñeca.
Incluso Shinsou, que lo había visto todo, sintió un escalofrío al ver su hueso atravesando toda la piel.
—Esto va a dolerle, Alteza —dijo Tsuyu—. Es mejor si muerde una tela...
Midoriya no dudó en arrancar un pedazo de su propia ropa, anudarla y depositarla sobre la boca del príncipe. Traía la cara cubierta de sangre, lágrimas, hollín y sudor.
—Shinsou, necesito que sujetes sus piernas —dijo la chica—. Midoriya, sujeta sus brazos.
Vio el terror en los ojos del chico. Shinsou se apresuró en amarrar con sus propios brazos las piernas de Todoroki, Midoriya le sujetó por debajo de las axilas para enroscar todo su cuerpo, apoyando también la cabeza contra su regazo.
Le sonreía desde arriba, lleno de ternura. Pero se veía tan, o más asustado que Todoroki —aunque eso no quitaba el júbilo en todo su cuerpo por haberle encontrado con vida.
—¿Está listo, Alteza? —preguntó Tsuyu—. Uno... dos...
Todoroki negó varias veces. Musitó algo inentendible entre la tela hacia Midoriya; parecía estarle suplicando. Shinsou no quería ver lo que estaba por venir.
—Tres.
Primero escuchó el crack de sus huesos acomodándose otra vez debajo de sus músculos y piel. No tuvo más remedio que apretar con más fuerza las piernas de Todoroki, que se retorció violentamente y comenzó a chillar en el momento que escuchó el crujido.
Midoriya trató de calmarle acariciando su cabello, pero no duró demasiado —el dolor de sus huesos acomodándose otra vez le desmayó. Todoroki quedó inmóvil en los brazos del otro chico, que aun si estaba inconsciente no dejaba de besarle en la frente y limpiar el sudor y suciedad de su cara con el puño de la ropa.
Tsuyu se apresuró en masajear la muñeca con un ungüento verdoso y que olía bastante mal; pero nada podría haber superado al dolor de sentir tu muñeca fracturada y que tu hueso te desgarrara la piel.
Le vendó entonces. Ella indicó a Midoriya que lo recostara suavemente sobre una pequeña cama de hojas que improvisaron. El príncipe se veía demasiado pacífico, respirando rítmicamente luego de que todas las venas de su rostro resaltaran tras morder la tela con todas sus fuerzas.
Tsuyu se dejó caer sobre la tierra, suspirando agotada.
—No sé si va a poder pelear... —dijo la chica—. Estamos acabados, hemos tenido tantas bajas...
—Lamento lo de Dark Shadow —habló Midoriya con tristeza; ya lo había descubierto—. ¡Pero, oye! Nadie más ha muerto...
—Todavía —agregó Shinsou.
A veces, no podía evitar ser un horrendo ser humano. Pero tampoco quería que se hicieran falsas expectativas. Los quería preparados para lo peor.
Porque vendría lo peor.Midoriya miró cabizbajo hacia el príncipe. De repente, Shinsou se sintió en verdad culpable por ser tan cínico algunas veces.
Debía recordar que el dolor emocional no era una forma de preparar a las personas. Tendría que haber tenido tacto, luego de tantos horrores pasar frente a sus ojos —pero la mayor parte del tiempo, temía que eso mismo le convirtiera en alguien insensible.
—¿Kyoka no ha regresado? —preguntó Yaoyorozu a Tamaki—. Pensé que su grupo...
La Comandante se veía destrozada. Shinsou había visto fogonazos de todo lo que ellos pasaron en el Concilio de Guerras, y tan solo eso le servía para saber que ellos vivieron lo peor.
Demasiada muerte en tan solo unos minutos. Demasiadas verdades dolorosas.
—¡Quítate de mi camino! —rugió Bakugo a la Valquiria—. ¡Yo quiero saber por qué Kirishima no ha regresado!
—Pero yo no sé... —Tamaki agitó las manos, aterrorizado—. N-no tengo idea...
Bakugo chasqueó la lengua. Estaba tan encolerizado y cegado por la rabia —rabia que le provocaba el sentirse asustado hasta la mierda—, que no vaciló en sujetar al pobre elfo por el cuello de su ropa.
—¡Bakugo! —gritó Yaoyorozu—. ¡Suéltalo! ¿Cómo podría él saber algo?
Tamaki también se veía asustado —y por diversos motivos—, pero a Bakugo no parecía importarle en absoluto estar aterrorizando a alguien inocente si eso significaba descargar el torrente de emociones que le provocaba la ausencia de su amado.
—Te repetiré... una vez más... —musitó cerca del rostro del elfo, sus dientes rechinando—. ¿En dónde...?
—Bakugo —Shinsou le habló tras ponerse de pie—. ¿No crees que aquí tendrías que estar zarandeando por respuestas es a mí?
El cuerpo de Tamaki golpeándose contra el suelo fue lo único que se escuchó durante los siguientes segundos. Yaoyorozu permanecía boquiabierta ante la firmeza de Shinsou para enfrentarse a una bestia enrarecida como lo era ese Firewalker.
—Aunque, ya sabes... no iba a decirte en dónde está Kirishima. O si es que está vivo —Hitoshi encogió los hombros—. No querrás alterar el destino, ¿no? Tú ya sabes lo que pasa cuando uno hace eso.
Bakugo estaba que comenzaría a echar chispas en cualquier momento. Sabía que lo estaban provocando, pero siempre picaba como pez en una red llena de carnada. Quizá no le importaba picar siempre porque era una piraña que amaba enseñarte los dientes.
—Tú —masculló—. Tú, maldito insensible, inútil, bueno para nada, bastardo asqueroso, cerdo...
—Me alegra saber que volviste exactamente como te fuiste —Shinsou sonrió de costado—. Temía que los demonios te convirtieran en una dulce princesa.
Él estaba tentando a su suerte. Lo sabía —pero, al menos, compró el tiempo que Tamaki necesitaba para arrastrarse lo suficientemente lejos del monstruo que era Bakugo.
Tal vez la visión de Shinsou con ambos ojos morados se volvería cierta, después de todo.
Casi pudo ver a Bakugo aproximarse dando zancadas, con los ardiendo como dos volcanes en erupción y echando más humo que una pira funeraria luego de la guerra.
Yaoyorozu trató de detenerlo más de una vez, pero incluso la chica recibió un manotazo tan fuerte que le hizo sangrar la nariz. Bakugo no tenía ningún problema en dañar a los estorbos que se interpusieran entre sus presas, o todos aquellos que consideraba una amenaza.
Shinsou dio un paso hacia atrás casi por instinto. Y Bakugo no tenía el puño elevado, sino que desenvainó el sable curvo —no tenía ninguna duda de que lo usaría para agujerearle todo el cuerpo solo porque estaba cabreado.Muy bien, tal vez Shinsou sí que se había pasado de la raya.Solo esperaba no haber calculado mal su tiempo... Suspiró para sus adentros. Las cosas que hacía para proteger a los demás...
Cuando Bakugo estuvo lo suficientemente cerca para llenarle la cara con tajos, los árboles temblaron —la mayoría se asustó, creyendo que los demonios al fin atacarían Yuuei, pero era en realidad un trueno que parecía querer partir la tierra con más fuerza que los demonios.
—¿Va a llover? —preguntó Momo—. Pero, ¿esta oscuridad no es magia de demonios...?
Shinsou dio otra sonrisa de costado. Y no solo porque se había salvado de morir a manos de Bakugo, que tenía la boca entreabierta por la sorpresa.
—No es lluvia —contestó Shinsou, satisfecho.
Obtuvo como respuesta el rugido característico de los dragones, que casi les hizo suspirar de alivio.
No, no de los dragones. De un solo dragón en particular.
O eso pensaban todos. Pero Shinsou sabía lo que en realidad estaba ocurrido.
Un par de garras rojizas arrancaron de cuajo algunos árboles que les cubrían del resto del mundo. Puede que todo estuviese oscuro, y ya no hubiese sol para iluminar, pero nadie necesitaba luz para reconocer las alas membranosas de Kirishima aleteando sobre sus cabezas.
Los ojos de Yaoyorozu se llenaron de lágrimas.
—Kyoka —exclamó ella, sonriendo—. ¡Sir Tenya!
—¿Es esa la princesa Camie? —inquirió Tamaki, sorprendido, tras distinguir una larga y desordenada cabellera rubia—. ¿Y...?
El muchacho frunció las cejas al ver una mancha amarilla a espaldas del inmenso cuerpo carmesí de Kirishima. Cuando pudo observar bien en medio de la oscuridad, Tamaki chilló por el miedo y la estupefacción que le causó lo que había.
Incluso Yaoyorozu estaba boquiabierta. Y Midoriya y Tsuyu —para ser completados en segundos por Tokoyami, Shoji, incluso Ashido y Sero— se habían acercado hasta todos ellos, evitando la ventisca que amenazaba con echarlos a volar, provocada por el batir de las alas de los dragones.
Porque no había un solo dragón. Kirishima no estaba solo.Un par de alas amarillas como sol, llenas de escamas manchadas de negro que se extendían casi tan a lo largo como Kirishima. Sus garras eran igual de feroces pese a ser más pequeño que su brutal compañero. Y tenía un solo cuerno, ya que el otro parecía haber sido serruchado hasta dejar solo una protuberancia amarilla.
—¡¿De dónde salió otro dragón?! —preguntó Midoriya, entre extasiado, aterrado y emocionado—. ¿Son de los Firewalkers...?
—No digas nuestro nombre, maldito y sucio Deku —escupió Bakugo. No dejaba de mirar con ojos brillantes de Kirishima—. ¡Ese dragón es el amigo que el cabello de mierda ha estado buscando todo este tiempo!
El dragón amarillo soltó un rugido. Parecía que estuviera dándole razón. Y si bien su rugir era más agudo y menos feroz que el de Kirishima era tan, o más aterrador que él.
Porque cada vez que lo hacía, el dragón amarillo se rodeaba de truenos y electricidad —que llenaba de estática el bosque— que cubrían todo su cuerpo hasta iluminarlo con la fuerza de un verdadero sol.
Por un segundo, la oscura noche en Yuuei se volvió casi tan iluminada como un día.Y de la electricidad que desprendía aquel dragón amarillo, se transformó un joven muchacho que aterrizó poco a poco junto a todos ellos. Kirishima hizo lo mismo, pero permitió que las personas que viajaban en su lomo se bajasen antes de regresar a ser el muchacho de siempre.
Sir Tenya ayudó a la ensangrentada princesa Camie y a Jirou Kyoka. Por lo lúgubre de sus miradas, ya todos deberían haber sospechado lo que ocurrió en su pequeña misión a recuperar al amigo de Kirishima.
Pero eso no importaba. Solo importaba que estaban de regreso, y volvían con vida para correr a los brazos de sus personas queridas. Al menos, una vez más.
Y aunque todo fuese muy emotivo, Shinsou no podía evitar observar hacia Kirishima y el extraño muchacho rubio recién que caminaba a su lado. Sin embargo, nada tenía que ver con el hecho de que se apareciesen de repente tras una entrada espectacular...
Sino en el hecho de que ambos iban desnudos.
Los ánimos consiguieron elevarse por tan solo un instante. Los demonios seguían en silencio. Luego de que todos contaran sus historias —algunas más tristes, como el hecho de que Inasa falleciera luego de atacar a Sir Tenya, poseedor de la piedra, solo para recuperar a su princesa—, la mayoría se permitió fingir por un momento que no estaban en medio de una guerra.
Los demonios y el rey podrían atacarles en cualquier momento. Podría colarse en medio de las risas y lágrimas de alegría, para despedazarlos poco a poco. Para absorber su energía vital, tragarse sus cuerpos mientras quienes les amaban observaban todo con horror.
Pero, ¿qué importaba?
Cuando la muerte respira sobre tu cuello el tiempo suficiente, comienzas a acostumbrarte a ella. La aceptas. Comprendes que, tarde o temprano, te rajará la garganta por mucho que intentes patalear o salvarte.
Y las guerras no tenían nada que ver. Cada ser humano caminaba con la muerte sobre su espalda. Shinsou lo sabía, y todos lo hacían.
Pero cuando comprendes que la muerte puede ser inevitable, valoras mucho más los momentos de alegría. Y no subestimas a los de tristeza.
Nadie se acercó a Shinsou para preguntar qué ocurriría esa noche. Nadie curioseó sobre cuándo atacarían los demonios. ¿De qué servía? Podría haberles dicho que lo harían dentro de un minuto, o quizá dentro de cien años. Nada iba a cambiar. Lo importante era el presente.
Prepararse. Vivirlo.
Shinsou aprovechó el momento para sentarse contra un tronco, solo. Habían hecho una fogata, y él era el único lo suficientemente cerca como para calentarse un poco en esa fría noche.
A él no le molestaba la soledad. Estaba más que acostumbrado. Nunca tuvo amigos. Nunca comprendió lo que era el amor.
Un Oráculo no podía atarse a amores terrenales. Porque si Shinsou conseguía sobrevivir, él continuaría con su vida el tiempo suficiente hasta que encontrara un digno heredero de la magia del Oráculo.
¿Aizawa se habría sentido tan solo? Supuso que para su maestro fue mucho peor.
Él había amado. Aizawa pudo conocer el amor, la amistad, la compañía. Había renunciado a todas esas cosas, luego de que sus amigos muriesen o desaparecieran. Se quedó solo durante décadas, hasta que encontró un bebé al cual vio un futuro lo suficientemente grande como para confiarle su poder.
Shinsou le había fallado. No era uno de los seis héroes de Yuuei. Durante un corto tiempo, se permitió soñar que lo era.
Que sería recordado. Que sería una leyenda.
Pero, ¿de qué sirve ser una leyenda, si tú mismo sabes que no hiciste nada como para ganártelo?Puede que Shinsou se quedaría siempre en las sombras. Ya no importaba. Él solo podía sonreír al ver a los demás —¿a sus amigos?—, disfrutar de la posible última noche entre los vivos.
Y aunque sabía que no tenía que chismear en sus vidas —ya demasiado tuvo cuando vio a Bakugo y Kirishima con... bueno, eso—, no pudo evitar desear dar un vistazo.
Quizá él se encontrase solo esa noche. Y todas las noches que le seguirían a la guerra —si es que salía con vida.Pero echar un vistazo a sus sonrisas era suficiente. Tan solo durante un par de segundos.
Le hacía sentir que sus decisiones no eran erradas.
Que sus sacrificios habían valido la pena.
Y que ser un héroe desde las sombras era muchísimo mejor que convertirse en una leyenda.
Yaoyorozu encontró a Jirou mientras calentaba su cuchillo para cauterizar algunas heridas sangrantes que tenía a lo largo de ambas piernas. La muchacha se acercó con sigilo, pero Jirou sonrió mucho antes de que ella dijese una sola palabra.
—Yaomomo —declaró Jirou, sin mirarle, a modo de saludo.
La nombrada se detuvo. Tenía un suave rubor sobre sus pómulos, aunque podría ser solo el calor de la hoguera o la suciedad todavía en su cara.
—¿Soy tan obvia? —inquirió ella, entre risitas.
—O tal vez es que yo te conozco demasiado —Jirou continuó.
—Bueno... ciertamente no puedo escaparme de ti, al parecer.
Kyoka volteó hacia Yaoyorozu. El cuchillo caliente se cayó de entre sus dedos luego de que Momo se debatiera solo un momento antes de arrodillarse a la misma altura que su compañera.
Seguía sacándole varios centímetros. Jirou se veía muy pequeña a su lado, pero la antigua Valquiria no dejaba de ser feroz. Yaoyorozu era más alta y aterradora, pero en el fondo tenía un punto débil y más suave por la muchacha que nunca abandonó su lado.
Habían pasado demasiados años juntas; como amigas, como compañeras en armas, como hermanas. Pero ya no eran Valquirias. Tampoco eran dos niñas que soñaban con salvar al reino, que prestaban juramento que ni siquiera eran capaces de comprender a un rey demasiado sádico, pero que por suerte ya no estaba entre ellos.
—Podría ser nuestra última noche —Jirou musitó, con la nariz de Yaoyorozu rozando su mejilla—. Tú, o yo, podríamos caer en esta guerra.
Yaoyorozu la miró a los ojos un momento. La luz rojiza del fuego era la única fuente lumínica durante la noche —o día, ya nadie sabía qué diablos ocurría—, por lo que sus pieles poseían un suave tono anaranjado que le recordaba a un hogar.
—Si caes, caigo a tu lado —Yaoyorozu la sostuvo por el mentón—. Te lo he jurado a ti cuando asumí como Comandante de las Valquirias.
—Se lo has jurado a todas nuestras hermanas, Momo...
Y aunque Jirou quisiera restarles importancia a las palabras, la verdad es que solo era una fachada. Una máscara que ella sola se calzaba para ocultar lo que bullía en su interior, cada vez que Yaoyorozu estaba cerca.
Aunque nunca tan cerca como en esa última noche.
Yaoyorozu le acarició el cabello, acercándose una vez más hasta la piel cerca de sus labios. Jirou tembló fuertemente ante el contacto. Pero no tenía intenciones de alejarse. En absoluto parecía querer separarse de su eterna compañera.
Pensar en que podrían separarse para siempre les aterraba, pero a la vez no. Las dos sabían los riesgos. Las dos conocían más de una cara del peligro; también las facetas que la muerte ofrecía.
Comprendían los riesgos de luchar por un bien mayor. Aunque les costara a ellas mismas lo que más amaban.
—Pero solo a ti te he dicho siempre la verdad —susurró ella con voz trémula—. Solo por ti, caería a lo más profundo...
Se alejó de la escena en cuanto la boca de Momo rozó la de Kyoka. Era un momento demasiado íntimo como para perturbarlo con sus ojos chismosos.
Demasiado puro. Demasiado agridulce. Demasiado único.
Muy único, tal vez.
Bakugo se había alejado lo suficiente con Kirishima, pero no por los motivos que ellos tal vez hubieran elegido. El campamento base que armaron los Firewalkers se encontraba a casi un kilómetro de ellos, y era tan sofocante por el hacinamiento de cientos de personas y los dragones merodeando por el espacio.
En un pequeño concilio armado por Yuu —la líder del clan—, Bakugo, Kirishima, Taishiro, Mirio, e incluso Ojiro —que no es que tuviera mucho derecho a opinar—; las cosas se estaban poniendo algo feas.
De hecho, las cosas sólo consiguieron apaciguarse durante un instante solo cuando una muchacha de dientes afilados —llamada Ryukyu—, se acercó para anunciar que los dragones tenían hambre y el bosque carecía de animales para alimentarlos.
Luego de la pequeña interrupción, Yuu se alteró todavía más por los nervios al caer en cuenta de la gravedad de la situación.
—Treinta —espetó la mujer rubia—. Hemos perdido a treinta del clan. Y a un dragón. ¿Cuántos más...?
Kirishima echaba miraditas desesperadas a Bakugo. El muchacho se mantenía estoico como podía, pero no debía ser fácil al sentir encima la gélida mirada de su líder.
—No sé qué pretendes que te diga —contestó Bakugo—. Tú sabías de los riesgos de esto. No me puedes culpar a mí, bruja.
Yuu alzó el mentón. Ella podía verse dulce y muy hermosa, pero una guerrera sanguinaria yacía debajo de toda su belleza natural.
—No, ciertamente. No puedo decir que seas el culpable de las treinta muertes de esta tarde.
—¿Qué tratas de decirme...? —Bakugo estrechó la mirada, furioso.
—Pero, ¿y Monoma? —Yuu inquirió con sutileza, pero cargada de veneno—. Es curioso que nadie le ha visto desde la fogata anterior a partir...
El silencio se hizo demasiado horrible e incómodo.
Yuu y Bakugo entraron en un juego de miradas acusadoras. La mujer no lucía tan amigable, pero era prácticamente imposible que el muchacho diese su brazo a torcer.
Kirishima desvió la mirada, sujetando las manos entre sus muslos para ocultar el temblor. Taishiro y Miruko intercambiaron una de soslayo. Ojiro, ante la incomodidad de la situación, logró escabullirse del concilio para adentrarse en el bosque.
—Tú conoces el castigo por la muerte, Bakugo —Yuu dio la vuelta cerca del fuego; las llamas hicieron un macabro juego de sombras que la hizo verse más alta y más mortífera—. Y conoces el castigo por traición.
—¿Te crees que no lo sé? —Bakugo siseó, entre dientes—. O se lo podrías preguntar a Monoma. Él sabe más que nadie lo que provoca acusar a alguien por traición.
Nadie más dijo nada. Cómo Bakugo no quitaba la mano del mango de su sable, Miruko también permanecía alerta ante cualquier movimiento peligroso.
Era Taishiro el que no quitaba los ojos de encima de Kirishima —que no dejaba de sudar e hiperventilar, pero mentir que se trataba de los hechos ocurridos unas horas atrás, también podía ser una opción.
—Decidí perdonar tus primeros pecados porque estaba de tu lado, Bakugo —declaró Yuu—. Escuché tus palabras, porque no quería meterme en tus asuntos con Monoma. Era solo... un ajuste de cuentas.
Bakugo soltó un bufido mezclado con risotada.
—¿Ajuste de cuentas, dices? —exclamó—. No eres mucho mejor que yo, entonces...
—Cuida tus palabras, mocoso —Miruko recalcó—. Ten respeto por nuestra líder.
—Respeto mis bo-...
Yuu no le dejó terminar. Se dio la vuelta, más decidida y firme que nunca. El fuego de los Firewalkers ardía en su mirada.
Quizá era cosa de su clan. Ella tampoco se había dispuesta a dar el brazo a torcer. Era muy posible que les enseñasen la terquedad desde muy jóvenes.
Al menos todos los que conocía, eran unos malditos tercos.
—Supongo que no tienes nada que perder si te llevamos a las Montañas de los Espíritus del Fuego cuando volvamos —dijo Yuu—. Para investigar qué ha ocurrido. Si estoy equivocada, entonces me disculparé a ti en frente de todos.
—Como si creyeras que voy a volver a ese pozo de alimañas...
—Bakugo —Kirishima le agarró la mano desde abajo, para apretársela—. Ya basta.
Quizá fuese solo porque Kirishima se lo decía que se cayó. O puede que comenzase a tener miedo de verdad.
—Volverás —dijo Yuu—. O te daremos por culpable, y ya sabes lo que ocurre con los culpables...
Pasaron cuatro segundos de silencio. Pero el silencio dolía como una eternidad. Como el de una mirada decepcionada, como el hecho de sentirte que eras un fracaso.
Yuu miraba a Bakugo de todas esas maneras al mismo tiempo.
Y aunque Bakugo quisiera fingir que pasaba de ella, él sabía que había miedo en sus ojos.
Miedo, porque allí donde nunca hubo nada más que perder, quedaba algo.
Y le tomaba de la mano. Enseñándole al mundo que era su única vulnerabilidad.
Yuu esbozó entonces una sonrisa casi malvada, antes de decir a Bakugo sin dejar de ver directo a sus ojos:
—Los hacemos arder en la pira.
—Y necesitamos formar una apertura con la caballería —indicó Iida en el mapa improvisado de la Ciudad Imperial que dibujó con una rama sobre la tierra—. Pero necesito organizar a los caballeros, ahora que el Capitán Togata está incapacitado, y también debo reclutar a los civiles que tengan un mínimo de formación militar... no, tacha eso. ¡Necesito la buena voluntad de todos los civiles o estaremos condenados!
El caballero miró desquiciado a sus dos espectadoras, esperando que alguna respondiera cualquier cosa. O que le diera la razón.
Tsuyu Asui ladeó la cabeza y con un dedo sobre los labios.
—Sir Tenya, no sé por qué me dice estas cosas —La muchacha parpadeó confundida—. Solo vine a preguntarle si podía darme un pedazo de su armadura para crear un cabestrillo para Su Alteza.
Iida resopló. Se veía abatido, igual que todos los demás. Pero también estaba increíblemente inquieto, y no dejaba de vociferar acerca de posibles formaciones militares que les servirían para la batalla contra los demonios... cuando sea que se dignasen a atacar y aparecer.
Tsuyu se rindió, y se fue sin lo que necesitaba, musitando que utilizaría algún trozo de madera seca. Uraraka vio a su amiga regresar junto a Todoroki; pero su atención fue captada más rápido por la vocecita de Sir Tenya que no conseguía callarse ni un solo segundo.
—Quizá si los Firewalkers y sus dragones pueden mermar la mayor cantidad de demonios... ¿los demonios son inmunes al fuego? —Iida gruñó—. ¡No tengo ni idea a lo que nos estamos enfrentando!
—Tenya —Ochako le llamó.
—Pero los Firewalkers están más seguros atacando desde el cielo, eso salvaría muchas vidas humanas mientras evacuamos a los más débiles... a menos que los demonios también vuelen...
—Tenya.
Iida sacudió la cabeza. Se quitó sus gafas; los cristales estaban hechos pedazos, y la montura se encontraba torcida en un ángulo espantoso. No debía ser capaz de ver mucho con ese pedazo de basura, así que Ochako dedujo que solo era la mera costumbre el hecho de que los llevara.
Ella se deslizó hasta su lado. Él se frotaba la cara, cansado; lo que ella en un principio que se trataba de lodo o suciedad, acabó por descubrir que era sangre seca que le manchaba la frente, el pelo y las mejillas.
Le escuchó dar un largo suspiro. Ochako vaciló un momento antes de posar su mano entre sus omóplatos —llevaba el torso sin la armadura—, trazando círculos como si quisiera dar algo de confort.
—Él se murió por mi culpa —musitó Sir Tenya, finalmente. No la miraba—. Yo llevaba la piedra. E Inasa solo quería proteger a su princesa...
Uraraka no pudo decir nada. Había escuchado a Jirou y Kirishima contar la historia a escondidas —la princesa Camie había sido curada por Tsuyu, pero se relegó en algún escondrijo entre los árboles, donde nadie pudiera verla sollozar en silencio.
También sabía lo que ocurrió con Iida e Inasa. Y su compañero no se equivocaba —el guardaespaldas de Camie hubiese hecho lo que fuera por salvarla.
Matar a quien tuviera que hacerlo. ¿Qué vida valía más, a sus ojos, que la de su princesa?
—Creo que muchos hubiésemos actuado igual —optó por decir Uraraka—. Todos tenemos personas que amamos y deseamos proteger.
—Ellos solo son víctimas, Ochako —Iida dijo—. Ni siquiera pertenecen a Yuuei. Han sido emboscados, asesinaron a toda su comitiva, luego Shishikura... ahora Inasa...
Sintió un nudo en el estómago al pensar en la hermosa princesa Camie: tenía una belleza y sonrisa que iluminaban toda la habitación en cuanto ella ponía un pie adentro.
Ahora, solo se veía como un cascarón vacío. Deshecho. Roto. Nunca volvería a ser lo que alguna vez fue.
¿Quién le garantizaba a Camie que siquiera quedaría algo de su vida al regresar a Akutou?
—Quise decirle a Inasa que no me atacara, pero no pude —continuó Iida—. Presentía que algo demoníaco había en esta cosa...
—No me importa que sea demoníaco —Le interrumpió Uraraka; ella también desvió la mirada—. Y no me importa escucharme tan egoísta como Inasa, pero me alegra que salvara tu vida.
El caballero buscó su mirada. Ochako estaba tan avergonzada que no deseaba que viera sus mejillas tornándose de un rojo tan chillón como las alas de Kirishima. Tomó su mano, en cambio. La apretó entre sus dedos pequeños y regordetes; sus dos manos apenas podían envolver una sola de Iida.
Puede que no fuese el momento de pensarlo, pero ella no dejaba de dar cuerda a las palabras de Shinsou antes de que se desatara el desastre.
«Quizá me he equivocado y ese beso que vi del reencuentro era todo mentira».
¿Deseaba ella que fuese una mentira? En parte, sí. Porque la Ochako de un día normal no besaría a Sir Tenya, así como así.
El hecho de que otra parte de sí misma anhelase ese beso le hacía sentir todo el peso de lo que estaban viviendo: era una guerra. Podían morir.
Lo más probable es que sí fuesen a morir.
Y odiaba tener que desearlo en circunstancias así. Sir Tenya Iida le irritó durante todas las semanas que aquel viaje duró. Casi todo el tiempo. Había deseado golpearle o sellar su boca con algún hechizo —tal vez así dejase de hablar de una vez.
Trató de convencerse que Shinsou mentía. El chico se la había pasado jugando con sus cabezas, implantando pensamientos raros con sus mensajes tan crípticos.
Pero, ¿servía de algo repetírselo como tonta, incluso si solo conseguía desearlo más a cada instante?
Iida sonrió al sentir sus manos envolver la suya. Depositó su otra enorme mano sobre las de ella, formando un nudo donde ya no sabías que parte de piel pertenecía a quién. Estaba cálido entre los dos. No se sentía mal, ni irritante.
Casi podría haberse decepcionado que Shinsou le mintiera solo para hacerla rabiar...
Pero luego pensó...
¿Quién decía que Shinsou y sus visiones tenían la última palabra?
Ochako no tenía por qué quedarse sentada esperando a que el destino hiciera de las suyas. Todavía estaba viva, y libre, y consciente.
Aún era dueña de sus decisiones.
—Que le den al destino —bufó Ochako—. Que le den por el culo.
—Ochako, ¡¿qué es ese lengua-...?!
Por primera vez en el día, Uraraka tuvo inmensos deseos de callar a Iida y su irritante tono moralista.
Y por suerte —o gracias a su valentía—, tenía la manera perfecta para hacerlo.
No necesitaba de la magia para sellarle los labios. Tan solo su propia boca para depositarla suavemente sobre sus labios resecos pero que nunca se habían visto tan tentadores.
Shinsou tenía, y no, razón.
Era posible que el destino decidiera que Ochako Uraraka y Sir Tenya Iida acabasen besándose en la última noche de sus vidas.
Pero definitivamente era ella la que permitió que sí sucediera.
Midoriya solo tenía ojos para la princesa que sollozaba y tarareaba en susurros hacia la oscuridad.
Si aquello hubiese sido alguna vieja leyenda contada por generación, Camie le habría cantado a la luna en memoria de su viejo amor; pero ni siquiera tenían una luna entre la densa oscuridad provocada por demonios.
Lo cual solo conseguía que el paisaje solo fuese más desolador. En la distancia solo se escuchaban aullidos de dolor y terror; risitas crueles, y canturreos en lenguas extrañas antes de darse un festín con los despavoridos humanos que no conseguían esconderse.
Observar a la princesa Camie era como una forma de catalizar todo su dolor y soledad. Podía verse reflejado en ella. Si no estaban equivocados, Camie había amado a Inasa. De una u otra forma; era todo lo que le quedaba de su reino en medio de esa tierra extraña y peligrosa.
Midoriya nunca había tenido nada de su mundo, pero sí que tenía un cable a tierra. Y ese cable descansaba sobre una improvisada cama de hojas, recuperándose poco a poco de la infinidad de heridas que no dejaron de azotarle.
Uraraka hizo lo posible por curarle luego de terminar con Mirio, pero estaba demasiado agotada. Aun así, Midoriya apreciaba sus esfuerzos. Sobre todo porque la piel de Shouto ya no estaba tan pálida ni sucia.
Él se había encargado de limpiarlo con un trapo mojado y con el ungüento apestoso de Tsuyu. Le dijo que relajaría sus adoloridos músculos.
En ese momento, descansaba lado a lado con Mirio Togata; inconsciente también. Él seguía luciendo bastante mal, pero eran solo secuelas de todas sus heridas. Según Uraraka, debería despertar en cualquier instante.
Tamaki velaba por su bienestar, arrodillado a su lado. El chico le acariciaba la frente con el dorso de sus larguiruchos dedos.
—Una parte de mí desea que se despierte cuando todo haya acabado —dijo Tamaki, sacando a Midoriya del ensimismamiento.
Izuku solo pudo asentir, arrastrándose hasta quedar justo al lado del cuerpo de Todoroki. De esa forma, era capaz de observar a Tamaki frente a frente.
La mirada perdida y entristecida del elfo le provocó un remolino de sensaciones horribles. Tuvo que abrazar sus propias rodillas, pero hizo lo posible por dar una suave sonrisa a su amigo.
—Ambos sabemos que querrá pelear en cuanto lo haga —dijo Midoriya—. Y puede que esté fuera de peligro, pero seguirá débil...
—No es eso —Tamaki le cortó con un largo suspiro—. No quiero que me vea hacer el sacrificio.
Midoriya sintió su estómago revuelto. No quería pensar en esas cosas —tenían qué, pero no lo deseaba.Pensar en Tamaki, el príncipe elfo asustadizo y que les suplicó escapar con ellos, sacrificándose y muriendo para salvarles...
Era casi tan doloroso como pensar en Shouto haciéndole.Midoriya no era capaz de imaginar a ninguno de ellos arrojándose a una muerte directa. Prefería mil veces poder hacerlo él.
—No vas a morir —Izuku rio nervioso; la sonrisa se le borró—. No tienes que morir, Tamaki... pensaremos en una alternativa...
—Mi hermana destruyó la espada. No tenemos las seis reliquias —dijo el elfo—. Y ahora Su Alteza es Su Majestad... es el rey de todo Yuuei. No es un príncipe.
—Técnicamente, tú tampoco eres un príncipe.
—Svartalf solo tiene reinas, Midoriya...
—Pero tú desciendes de la corona —espetó Izuku—. Tú tienes sangre real.
—Soy un bastardo. Un medio elfo. Tengo todas las cualidades que mi pueblo detesta —Tamaki dijo a medida que levantaba un dedo a la vez—. Nadie va a extrañarme si lo hago, de todas formas...
—Yo te extrañaría —soltó Izuku—. Mirio te extrañaría.
Se sintió bastante culpable por el chantaje emocional, pero estaba dispuesto a lo que fuera si eso significaba que evitaría una muerte innecesaria. No quería ver a Tamaki muerto.
No solo porque podría ser que Midoriya tuviese razón y no funcionara —que Tamaki ya no fuese un príncipe—, sino porque era una persona. Era parte del equipo.
Todos le querían. Puede que Tamaki comenzara como un animalillo asustado toda la travesía, pero logró evolucionar y convertirse en un hombre —y elfo— tan valiente que daría su vida por los demás.
Le vio sonreír de una forma casi imperceptible. Estaba mirando el rostro adormilado de Mirio —el rostro que solo dejaba ver la mitad de su cara, porque las vendas manchadas de sangre y ungüentos naturales le cubrían el resto.
—¿Qué habríamos hecho sin ti, Midoriya? —preguntó Tamaki—. Gracias a ti es que podemos pelear. Podemos darles sentido a nuestras vidas. Podemos hacer algo más...
Midoriya no pudo responderle. Sabía que el elfo lo decía con las mejores intenciones del mundo, pero sus palabras tenían otro significado para él.
De no ser por mí, todos estarían vivos.Nadie tendría peligro de muerte.
Todos aquellos que perecieron en el viaje... las heridas... los sacrificios... las lágrimas...
Nada de aquello existiría si Midoriya no hubiese pisado Yuuei.
¿Qué estarían haciendo todos?
Quizá Shouto sería atrapado por Yaoyorozu, siendo entregado a su futura esposa, la princesa Camie. Juntos se hundirían en un matrimonio sin amor, anhelando algo que no podían tener. El Rey Endeavor disfrutaría de aprovecharse de las tierras de Akutou, en lugar de estar pudriéndose en el abismo de la grieta.
Uraraka seguiría atrapada en la vieja biblioteca de su maestro. Sir Tenya no hubiese descubierto la verdad sobre su hermano.
Shinsou permanecería al lado de Aizawa, que no habría muerto para dejar el lugar a su aprendiz. Tsuyu en su cabaña, Tokoyami y Dark Shadow todavía sirviendo al Rey Chisaki, que abusaría de la pequeña Eri. Kota continuaría siendo un rehén en la Iglesia de la Noche.
Y Tamaki...
Probablemente estaría atado al servicio de su tiránica hermana mayor. Anhelando una libertad que nunca podría tocar; porque nadie se atrevería a sacarle de Svartalf, desafiando las órdenes de la Reina Nejire.
Midoriya quería pensar que no todo era en vano. Que tal vez se enfrentaban a la última batalla de sus vidas. Que quizá en unas horas solo serían cuerpos sin vida en un campo de guerra, mientras los demonios tomaban dominio de todo Yuuei.
Pero habían vivido.
Habían conseguido ser felices. Vivir una fantasía sin ataduras por tan solo unos segundos. Conocer algo de eso que otros llamaban felicidad.
¿Era mejor vivir cien años en cadenas o solo un par de días respirando la libertad?
Midoriya lo descubriría muy pronto.
Shinsou decidió que era suficiente. No tenía derecho a continuar husmeando en sus vidas, solo para sentirse menos miserable y solitario.
Obtuvo lo que quería. Consiguió ver un par de sonrisas; al menos por una milésima de segundo. Ciertamente, no necesitaba más.
No es que pudiera dar consuelo a los demás. Él no servía para eso, y sus palabras tan solo serían en vano. Antes que una mentira bonita o una verdad dolorosa, el incierto silencio era a veces la mejor respuesta.
—¡Shinsou! —exclamó alguien que recordaba muy bien—. ¡Ah, no sabía que estabas aquí!
—Yo sí —contestó Shinsou sin inmutarse; como estaba de espaldas, se dio el lujo de sonreír—. No puedes sorprenderme.
Ojiro soltó una risotada. El joven Firewalker se había escapado de la reunión con sus superiores; y Shinsou supo que el muchacho no tenía un mejor lugar en el que estar.
Casi se sintió halagado. Eran dos fracasados solitarios.
—¡Wow, debes ser duro de roer! —El muchacho se sentó a su lado—. Apuesto a que eres el alma de las fiestas.
—Odio las fiestas.
—¡Ah, ahora soy yo el que sabía que dirías eso!
Ojiro no paraba de sonreír. El muchacho era algo torpe, pero debía ser del tipo que las muchachas jovencitas encontraban adorable. Pero no Shinsou. Shinsou rara vez consideraba algo como adorable. Lo más cercano a lucir tierno era el gecko con las patas hacia arriba y despanzado sobre la tierra, la lengua afuera y dormitando por un momento.
—¿Tienes hambre? —preguntó Ojiro mientras rebuscaba en su bolsa—. Me robé algo de pan y carne seca... Yuu va a matarme...
—No, te aseguro que está preocupada en asesinar a alguien más...
—¿Hola? —inquirió una tercera persona—. ¿Es molestia si me siento aquí con ustedes? Es que no conozco a nadie... y todos están, eh... haciendo algo más...
Genial, pensó Hitoshi.
Ahora podrían ser tres fracasados solitarios.
Ojiro parpadeó, confuso, pero luego le dedicó una sonrisa cálida al extraño. El recién llegado lo tomó como una invitación a sentarse al lado de Shinsou... la cual, por supuesto, no lo había sido.
Era tan rubio como Ojiro, pero su rostro era diferente. Menos redondo y adorable, sino con más líneas puntiagudas y picardía.
Shinsou se echó contra el tronco haciendo una mueca de desagrado. El chico acababa de extender todo su brazo —invadiendo el espacio personal del Oráculo— para ofrecer su mano a Ojiro.
—Me llamo Denki Kaminari —se presentó, sonriente—. ¡Ah, es casi un gusto ver humanos normales otra vez!
El Firewalker no dudó en estrechar su brazo casi raquítico. Shinsou no necesitó estar durante la historia de Jirou y Kirishima —había visto de primera mano las torturas impartidas por aquel llamado Shigaraki Tomura al pobre diablo que tenía a su lado.
Le sorprendía que sonriera tan cálidamente luego de aquella experiencia. Y más todavía considerando que sus captores consiguieron huir durante el derrumbe. Shinsou —o cualquier ser humano normal— se cargaría de rencor y rabia, pero no el dichoso Kaminari.
—Yo soy Mashirao Ojiro —dijo el chico—. Y este de aquí es...
—A ninguno de ustedes les incumbe quién soy —masculló Hitoshi—. Pueden seguir con su fiesta. Y si me disculpan, yo tengo que...
—Ah, es Shinsou, ¿no? —Kaminari dedujo—. ¡Kirishima me lo ha contado! ¡Me dijo que son amigos!
Shinsou frunció las cejas. ¿Qué otras cosas andaba contando aquel dragón tan charlatán? Los secretos no existían con ese niño.
—Sí, soy Shinsou —soltó—. Y no, no soy su ami-...
—Kaminari, ¿tienes hambre? —inquirió Ojiro, enseñando la hogaza de pan y las tiras de carne seca que sacó de su bolsa de tela—. ¡Llegas justo a tiempo!
Los ojos de Kaminari brillaron mientras posaba su mano a la altura del corazón. Debía estar famélico por su tiempo en cautiverio, y no es como si ellos tuvieran comida ni para sí mismos.
—¡Hombre, eres un santo!
Shinsou se cubrió la cara, preguntándole a Aizawa y sus dioses inexistentes qué había hecho para merecerse ser la niñera de dos locos demasiado sonrientes.
¿Acaso el destino le odiaba?
Era más fácil cuando era un Oráculo solitario cuando husmeaba en la vida de los demás...
Pero al instante se arrepintió de sus palabras.
Llegó demasiado de pronto. Sin un solo aviso. Ni una visión para advertirles. Los ánimos por todo el campamento habían estado enfocados en cualquier otra cosa que no fuera la guerra, hasta que ocurrió.
Primero un grito. Y luego otro. Y otro, y otro, y otro más.
Fueron un eco, al principio. Un eco que se sentía demasiado lejano como para ser su problema... pero siempre era su problema.
El ambiente se puso pesado. El aire comenzó a oler a putrefacción, sangre y también a muerte.
Los civiles de la Ciudad Imperial chillaron en un unísono, mientras la canción salvaje de los hambrientos demonios inundaba las ondas de sonido: garras rompiendo la piel, dientes hundiéndose en la carne, rugidos o sonidos guturales que no pertenecían a aquel mundo...
Y podrían haber estremecido a cualquiera que todavía poseyera un corazón palpitante.
Finalmente había comenzado. Tras un siglo de espera, meses, semanas, y agónicos minutos.
Allí, en medio de la oscura noche sin luna ni esperanza, la invasión de los demonios empezó. La muerte venía a cobrar lo que era suyo.
Y la Segunda Gran Guerra de Yuuei derribó todas las puertas.
Este capítulo fue 100% no planeado en mi boceto original de la historia... pero eso no dice mucho, ya que el boceto original solo tenía 27 capítulos (?
Verán, es que al principio... no había muchos narradores secundarios. Pero estaba yo preguntándome: "Blues, ¿cómo puedes seguir torturando psicológicamente a tus lectores?"... y se me ocurrió que un par de despedidas serían perfectas.
Además, me ayudó a atar cabos sueltos y dejar varias pistas para el desarrollo de la guerra. De hecho, narrativamente hablando, hay una pista muuuy grande, pero no se si la vayan a encontrar ;u;
Y ya sé que dije que Shinsou tampoco narraría, pero la idea vino a mí como una iluminación (? no podía hacer 278462 capítulos con despedidas, y estoy muy satisfecha con la forma en que quedó este capítulo ;u;
Tampoco se equivocan (?) hay un extraño ShinKamiOji muy self indulgent... Pero DHYL era originalmente ShinOji muy sutil, y luego Kami me dio pena, pero Ojiro también... así que por ahora queda en esta escena. No digo cómo va a terminar o siquiera quedará alguno de los tres vivos, ah
¡Más teorías, como siempre! Siempre las leo, pero si tienen nuevas, pueden dejarlas por acá --->
Sé que me tardé mucho, y varios ya lo saben por mis otros fics, pero no he tenido unas semanas muy buenas :C pero creo que podré ir normalizándome poco a poco; no me gusta sentirme en parón o demorar, pero tampoco quiero hacer algo a medio pelo.
¡Pero hay buenas noticias! Mañana tenemos capítulos de EAV, y el viernes y sábado el capítulo doble de HPE :D o en su defecto, subiré ambos el sábado (? depende lo que decida haha
También ando escribiendo la ShinKami y TodoDeku Week. La primera la tengo casi terminada! La segunda la empezaré apenas acabe con esta ;u; quizá las actus me sean más lentas hasta que las termine, pero les juro que vengo renovada
Muchísimas gracias por sus votos y comentarios ♥️ Pero también por la paciencia! Ahora sí transitamos la recta final de DHYL, y me duele mucho, pero lo que más quiero es que la disfruten ;u;
Nos vemos muy prontito! Ya sea en la próxima actu, o en alguno de los capítulos que subiré en lo que queda de la semana
Besitos ♥️
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