Capítulo 51.2
Atención:
1- ¡Segunda parte del capítulo flashback de la narración de Dabi! Es necesario leer la primera parte para entender mejor todo ;u;
2- Les juro que el capítulo no es tan largo como el anterior, así que no tengan miedo de que sea kilométrico como ese haha pero presten atención, ya que las dos escenas finales son las MÁS importantes e involucran a otros que ya conocemos! Es vital para comprender el gran misterio
3- La escena en donde se reúnen Dabi junto con Endeavor, Todoroki y los demás se retomará en la siguiente actualización: el capítulo 52.
4- Perdón por dedazos y demás! Abajo explico mejor, pero tuve que terminar esto desde el celular </3
Dabi no pensó que alguna vez vería el Reino de Akutou con sus ojos. Pero, cuando lo hizo, sintió que Yuuei solo era un charco de fango comparado al lado de un prado lleno de flores silvestres.
Todos los paisajes de aquel reino eran de una belleza inexplicable. Casi etérea, inalterable. No tenía tantas montañas como Yuuei, pero las pocas que había estaban pintadas de un vibrante verde cargado de vegetación. Cada carretera estaba bordeada de inmensas llanuras con campos de girasoles y, más atrás, trigo por montones que crecía de forma salvaje.
Incluso las ciudades eran dolorosamente hermosas. Casi todo estaba construido en brillante mármol blanco; y seguía siendo blanco pese a los años —en Yuuei, todo aquello ya habría sido consumido por el moho y el poco mantenimiento.
Todo era demasiado blanco, demasiado pulcro. Como de un cuento de hadas, narrado por la dulce voz de una madre antes de dormir.
No parecía la tierra salvaje de la que su padre y la mayoría de lores hablaban cuando mencionaban Akutou. Ni tampoco los peligros parecían asediar en cada rincón; como en esos viejos chistes callejeros que Hawks solía narrarle para asustarlo.
Akutou parecía un lugar casi apacible para vivir. A Dabi no le molestó que aquel lugar fuese a ser su nueva residencia.
—Es increíble, ¿no? —dijo Shigaraki con orgullo, asomando la cabeza por la lona que los cubría en la carreta de mercaderes que se habían colado—. El maestro dijo que aquí era hermoso. Que aquí estaríamos bien. El maestro sabe...
La carreta no era el mejor lugar para viajar, pero no tenían muchas opciones. Dos huérfanos fugitivos y asesinos no serían bienvenidos en la frontera legal entre Yuuei y Akutou.
Aquel espacio que habitaban era demasiado pequeño, y olía demasiado a leche en mal estado y excremento de animales. Dabi estaba tentado de echarse a vomitar; siempre había detestado los viajes en carroza. O los viajes en general.
Pero aquello era muchísimo peor. Si Shigaraki seguía hablando y martilleando en su cabeza, acabaría por lanzarlo de una patada fuera de la lona.
—Da igual —bufó Dabi—. Igual, cualquier tierra que acumule humanos en su interior es pura basura, y nada más.
Y no mentía cuando lo decía. Por más de que la belleza en Akutou fuese digna de quitarte la respiración, Dabi sabía muy bien que todo eso no podía ser más que una triste fachada.
Una máscara ocultar el horror de los humanos.
¿Cómo serían los hombres y mujeres de Akutou? ¿Codiciosos, como en Yuuei? ¿Violentos, tal vez? ¿Venenosos y podridos, arruinando toda la belleza con sus mugrosas intenciones mundanas?
Dabi se apretó más bajo las túnicas que lo cubrían. La tela le rozaba sobre la piel ya cicatrizada, y aunque no dolía, el recuerdo de las llagas del fuego estallando por todo su cuerpo era algo que no le dejaba en paz ni en las noches.
Su cuerpo se había vuelto de un inexplicable morado. Las cicatrices habían cicatrizado de aquella forma; estaba seguro que tenía que ver con los químicos utilizados para la rápida cremación de los cuerpos allá en el castillo.
El castillo que alguna vez fue su hogar. Pero ya no lo era.
Sintió la garganta más seca. Él estaba bien cuando no pensaba en su vida pasada —la cual dejó atrás hacía más de un año.
Él y Shigaraki se escondieron en los bosques; vivieron en una cabaña que usurparon de un viejo matrimonio. No fue difícil quitárselas; solo eran un par de ancianos mortales, sin la bendición del rey de los demonios sobre ellos.
Dabi los quemó vivos. Shigaraki se dedicó a destruir toda la evidencia con su letal poder otorgado por el maestro.
Vivir con el esperpento de Shigaraki Tomura no es como Dabi hubiese esperado su futuro. Sobre todo porque era el muchacho quien salía al mundo a conseguir sustentos —no podían arreglarse a que alguien en el pueblo pudiera reconocerlo.
Incluso cuando su piel estaba de un púrpura mortecino y los colgajos los sujetaba con ganchos de metal oxidado. Incluso cuando su pelo ya no era rojo, sino de un negro azabache como la noche.
E incluso si sus ojos ya no brillaban con el porte de un príncipe, por muy rebelde que alguna vez fuese. No. Los ojos de Dabi eran diferentes. Lo sabía cada vez que se miraba en el espejo roto de la cabaña robada.
Cada vez que la criatura en la que se convirtió, le devolvía la mirada. Algunas veces, incluso, se sobresaltaba un poco. Quizá es que su mente no terminaba de acostumbrarse, pero Dabi luego se obligaba a sí mismo por la fuerza a convencerse que ese era él.
No era un príncipe tonto, rebelde y travieso.
Había sed de venganza en sus ojos. De liberación. Él quería construir un nuevo mundo; pero para ello, tenía que extirpar toda la mala hierba que lo enfermaba desde sus raíces.
Empezando por su padre, el Rey Endeavor de Yuuei.
Su padre lo arruinó todo —y pagaría con creces aquello.
—El maestro dice que tiene adeptos aquí —continuó Shigaraki—. Podremos organizamos. Podremos comenzar a trazar nuestro plan...
—No necesitamos a otros inútiles —Dabi contestó con voz ronca—. Solo nos retrasarían.
Si bien estaban en completa oscuridad allí debajo de la lona, húmeda todavía por la lluvia de la noche anterior, Dabi sabía muy bien que Shigaraki estaría dándole una mueca de desagrado. Sonrió sin darse cuenta —le encantaba hacerlo cabrear.
Era demasiado fácil.
—Tú me retrasaste un año, y aquí estamos —contestó Shigaraki, finalmente.
Un año. Shigaraki no se equivocaba, para su pesar.
Un año en que ambos debieron perfeccionar su nueva magia, antes de embarcarse en busca de todos esos adeptos de los que el maestro hablaba a Shigaraki —ya nunca se comunicaba con Dabi; y eso le molestaba en el fondo, si debía ser sincero.
Dabi iba a replicar algo, pero la carreta dio un brinco tras pasar por un terreno rocoso. Shigaraki dio un leve quejido luego de que su cabeza se encontrara con uno de los jarrones llenos de leche y yogurt que transportaban hasta Akutou.
Él ahogó una risilla tras escuchar al otro niño mascullar. Por supuesto, Dabi encontró el lugar más cómodo entre sacos de harina; la cual servía como una cama más o menos confortable.
—¡No te rías! —masculló Shigaraki—. ¡Te mataré, saco de huesos!
—Calla, monstruo —soltó Dabi—. No sé a quién le dices saco de huesos; tú cada día estás más feo que los topos.
—¡Eso es mentira! —Shigaraki chilló indignado dando un golpe a uno de los jarrones—. ¡Te odio!
Dabi estuvo riendo histéricamente, pero Shigaraki continuó golpeando el jarrón mientras hacía un ridículo berrinche para un chico de su edad. Al final, ocurrió aquello que Dabi esperaba que sucediera.
El jarrón comenzó a desintegrarse poco a poco bajo el toque de Shigaraki.
Pero como retiró la mano justo a tiempo, no logró desaparecer por completo; pero sus piezas de barro sí que cedieron ante el inmenso hueco que dejó el golpe de su mano.
Todo el líquido se desparramó sobre Shigaraki. El niño comenzó a chillar mientras intentaba limpiarse el yogurt de sus ropas andrajosas. El olor se volvió insoportable rápidamente allí en el hueco de la carreta, pero eso no le importó.
Dabi solo podía estallar en carcajadas.
—Te haré perder hasta la mano, maldito bastardo —Shigaraki siseó mientras se intentaba quitar todo el yogurt de encima—. ¡Eres un imbécil! ¡Te quitaría hasta las ganas de vivir!
La sonrisa socarrona de Dabi se esfumó hasta transformarse en una ligeramente falsa. No quería que Shigaraki comprendiera el peso de las cosas que le decía.
No porque no quisiera que viese el lado vulnerable que Dabi ocultaba —sino porque, se suponía, todas esas mierdas no deberían haber tenido ya importancia alguna.
No tiene importancia, se repitió Dabi varias veces. No la tiene.
Se lo dijo como un mantra; todo el camino que les quedó, hasta que los cocheros de la carreta comenzaron a ralentizar el paso a medida que se adentraban en el bullicio de alguna ciudad en el Reino de Akutou.
Por supuesto que no tenía importancia. Dabi ya no vivía para sí mismo.
Era por un bien mayor.
Todo había sido por un bien mayor.
Incluso el pobre e inocente Natsuo, que tuvo que dar su vida por algo que iba más allá de todos ellos como simples mortales viviendo en una peligrosa y vasta tierra.
Y todo aquello sería por el pequeño Shouto, y también por Fuyumi. Por cada persona en el palacio, y cada aldeano inocente.
Lo sería por Hawks.
Apenas se dio cuenta que la húmeda y apestosa lona tenía una pequeña rasgadura por la cual Dabi pudo ver el profundo y celeste firmamento en la mañana.
El cielo era demasiado brillante.
Se enfocó en ello mientras seguía repitiéndose sus nombres.
Dabi se dejó llevar por la belleza etérea de Akutou. Se permitió a sí mismo fundirse en medio de su gente y de sus costumbres; como si siempre hubiese pertenecido allí.
Quizá porque aquel reino era igual que él. Bello e inocente por fuera —lo que alguna vez fue—, pero retorcido e igual de podrido que Yuuei en su interior.
Akutou era una tierra de criminales. Un reino que, pese a tener un rey sentado en un trono y una hermosa princesita que alguna vez heredaría un reino, era tierra de nadie.
El rey era demasiado incompetente como para frenar las altas tasas de criminalidad. Demasiado perezoso como para preocuparse por su gente que moría a manos de criminales despiadados que solo querían poder comer —algo que la corona no se ocupaba en dar a sus habitantes.
Fue allí que Dabi comprendió, luego de más de un año, por qué su maestro les envió a él y a Shigaraki hasta un lugar tan confinado como lo era Akutou.
Y algo en el interior de Dabi se exaltó con emoción. Poco a poco, ellos dos consiguieron unir a sus filas a un grupo de bandidos despiadados que simplemente estaban cansados de aquel sistema.
Un sistema donde los pobres tenían que matarse entre sí para vivir, mientras algunos reyes se la pasaban durmiendo en sus sábanas de oro —como allí en Akutou—, o pensando maneras de seguir sumando tierras a sus conquistas —como lo hacía su padre en Yuuei—; y para Dabi, esas cosas debían terminar.
El mundo estaba demasiado roto.
Él no lo había dejado todo atrás como para rendirse antes de alcanzar su meta. Tenía que conseguirlo, y hacerle ver a todos lo equivocados que estuvieron al condenar a Dabi como el malo de todo aquel teatro.
¿Qué significaba la vida del pobre Natsuo, al lado de las miles de vidas que podrían cambiar si tenían éxito?
El maestro sabía de lo que hablaba. Tenía que saberlo —por eso tanta gente le seguía. Y porque era generoso. Fue capaz de entregar un don a cada persona que le entregase su lealtad y una porción de su alma para entrar.
A Dabi no le interesaban los nombres de todos ellos. No estaban allí para ser amigos. Era más fácil cuando la mayoría de ellos decidía ponerse un personaje encima. Como aquel tipo loco que decidió llamarse Twice; o aquel chico deforme que acabó convirtiéndose en lagarto luego de que le otorgasen su don, al cual llamaron Spinner.
También estaban Magne, Compress y un hombre demasiado lúgubre y hecho de sombras llamado Kurogiri. Aunque fuese irónico, era el único que parecía ser centrado entre toda esa pandilla de inadaptados.
—Yo soy Himiko Toga —Le saludó una chiquilla de pelo rubio y dientes afilados; sonrió a Dabi como si esperase que él le devolviera el gesto—. ¡Nunca había estado enfrente de un príncipe! ¡Esto es fascinante...!
Escuchó que Shigaraki bufaba a la distancia, en un rincón del pequeño cuartel del que se habían adueñado en alguna callejuela perdida en medio de la capital de Akutou. Kurogiri estaba a su lado, intentando que bebiera de un caldo que preparó para todos en un intento de sobrevivir al crudo invierno que se avecinaba.
El techo se caía a pedazos por la humedad, olía a polvo y apenas entraban todos. La mayoría de objetos en esa vieja casa estaban rotos o tan sucios que no podrías tocarlos sin contraer una enfermedad.
Pero era lo único que tenían.
—Yo no soy un príncipe —Dabi interrumpió, con la voz lo suficientemente alta para que todos dejasen de hacer en lo que se enfocaban.
Se había puesto de pie, apretando más la capucha que utilizaba para que no vieran su piel de quemaduras morada y los colgajos que apenas conseguía sujetar con unos ganchos.
Caminó con lentitud, mirándolos uno a uno: de la pequeña y aterradora Toga hasta Spinner, de Magne a Compress, de Twice a Kurogiri, y finalmente al pobre feo de Shigaraki Tomura.
Dabi hizo una media sonrisa. Porque aunque se vieran como un grupo desorganizado de inútiles, había sido la voluntad del maestro que estuvieran allí todos juntos.
Todos juntos para el maestro.
Todos, todo para una sola entidad.
El Rey de los Demonios, aquel que les había dado a ellos todo lo que tenían... y ahora iban a devolvérselo con creces.
—Porque para ser un príncipe debería ser hijo de un rey... —continuó Dabi—. Y mi verdadero padre no es digno de portar tal título.
Los demás corearon a tono con su declaración, apoyando en su inminente decisión de ayudar a acabar con el gran Rey de Yuuei.
Luego, le seguiría el resto del mundo.
Y así, el verdadero rey podría finalmente dominar aquello que le pertenecía... y convertirlo en un lugar mejor.
No pasó demasiado tiempo hasta que todo se puso en marcha. Y para ello, Dabi se unió al círculo de monjes de la religión oficial de Akutou.
En Yuuei, nunca había prestado demasiada atención a los dioses. Su padre tampoco había intentado imponérselo, así que la religión solo era otro aspecto más de la corte a la cual no le tenía demasiada estima. Solo sabía que existían unos cuantos dioses mayores, un creador, una tierra prometida y un infierno para las almas...
Pero en Akutou era diferente. Dabi no tardó en sentirse atraído por la historia de aquel reino; quizá porque los dioses en Akutou estaban todos muertos.
La gente de aquel lugar veneraba, en cambio, a los espíritus. Los espíritus habían sido humanos como ellos que, luego de fallecidos, ascendieron a un plano diferente para proteger a los que seguían vivos.
Aquellos espíritus no habían sido solo humanos corrientes —exactamente como él. Fueron personas que obtuvieron el don de un ente sobrenatural que habitaba en los confines debajo de la tierra, junto a su ejército de demoníacos esbirros.
La historia resonó demasiado en su cabeza.
Así, el espíritu protector del día, era capaz de iluminarlo todo con tan solo levantar la palma de la mano. Y el espíritu de la noche podría haber apagado la luz solar con solo apretar el puño.
Dabi se preguntó si existiría un espíritu del fuego. Tal vez podría reclamar ese lugar cuando, algún día, ya no estuviera entre los inmundos mortales.
Sacudió la cabeza, dándose golpeas en la frente con el libro que el monje mayor del círculo le entregó. Tenía que enfocarse en la maldita mierda que debía.
Pero él no podía morirse. No todavía. Sacudió su cabeza por tan solo fantasear algo que no podía concebir; como era el hecho de su propia mortalidad. Que él también perecería, igual que en Natsu desagrándose en el trono de su padre.
El brillo que se apagó en los ojos de su hermano todavía le perseguía por las noches. Dabi quería atribuirlo a que era algo normal y que simplemente pasaría, pero nunca pasaba —sus noches estaban llenas de llantos de bebés pequeños y ojos grises entregándose a la muerte.
Por eso rara vez dormía. Por eso, Dabi siempre elegía fugarse de la casita en la callejuela y treparse a los techos que le daban una vista panorámica del mercado de la capital; y también de las noches estrelladas.
Al menos, las estrellas le recordaban a Hawks. Y cuando pensaba en Hawks, el llanto y la muerte ya no le atormentaban demasiado.
Eran las preguntas sobre qué sería de la vida de Hawks las que lo acechaban, en cambio.
—Sobreviviste al fuego —Se dijo así mismo mientras chaqueaba los dedos y veía la llama azulada danzar entre ellos en medio de la oscura noche—. Nadie puede acabar contigo.
Nadie lo haría jamás. Dabi tenía cosas que hacer todavía. Asuntos que arreglar, promesas que cumplir. Tenía que volverse lo suficientemente fuerte, para que el maestro los considerase dignos de traerlo de regreso del mundo de las sombras para reclamar Yuuei en nombre de todos.
Por eso Dabi estaba allí.
Por eso estaba esperando, para el día que todos sus objetivos y propósitos de vida finalmente se cumplieran.
Los años corrieron, y Dabi continuó creciendo en su enfermiza obsesión. Había ocurrido casi una década desde la escapada de su hogar, pero para él, los días corrían como un suspiro.
Apenas se daba cuenta que ya era un adulto. Un adulto que había pasado más tiempo siendo un monje que un príncipe mimado; uno cuyas cicatrices ya las sentía demasiado propias.
Los días junto al círculo de monjes eran solitarios; mucho más de lo que había pensado. No había mucho que hacer más que rezar o leer libros, y como Dabi aborrecía ambas actividades, a lo único que se dedicaba era a divagar o visitar los distintos rincones de la ciudad.
Rara vez pasaba tiempo con Shigaraki y los demás, por lo que tenía una vaga idea acerca de cómo evolucionaban los otros con los dones que el maestro les otorgó. Sabía que Toga ya podía transformarse en la viva imagen de la persona que sus enemigos amaban, y que Twice podía crear más de media docena de clones suyos o de otro. Kurogiri cada día evolucionaba más con sus portales hechos de sombras.
Incluso Shigaraki parecía haberse vuelto más poderoso. Su magia del deterioro había sido capaz de derruir una casa hasta sus cimientos con el solo toque de su mano.
Dabi no tenía mucho que avanzar. No es como si tuviera en dónde practicar sin provocar todo un incendio de fuego azul que nadie sabría explicar —y que les pondría en la mira de personas peligrosas.
A veces se preguntaba los motivos de su maestro para darle aquella magia. No estaba seguro de si la habría escogido de tener la opción, pero era agradecido de ella.
Y que, hablando del maestro, Dabi no se habría quejido si se le manifestaba. Un par de palabras, al menos —cualquier cosa que le confirmara que seguía allí, a su lado.
Le hacía pensar en cosas extrañas. Tan extrañas como que estaba solo, que lo habían abandonado. Y la desolación era mucho peor cuando nunca recibía una respuesta como eco desde adentro de su cabeza: significaba que el maestro ni siquiera estaba allí para escuchar sus desvaríos.
—Ya te dije que el maestro no nos ha dejado —masculló Shigaraki con la voz ronca—. Todo sigue igual que como lo planeamos... de hecho, ya casi daremos el primer paso.
Dabi no le dijo nada. Se dedicaba únicamente a jugar con el bordado dorado de su túnica como monje. Era una pieza de indumentaria preciosa y muy fina, pero a él estaba muy lejos de importarle todo eso.
—Qué fácil es decirlo, maldito adefesio —Dabi chasqueó entonces la lengua—. Te crees muy especial por ser el elegido del maestro, ¿eh?
Shigaraki apretó los labios como si quisiera hacer un berrinche. A Dabi le sorprendía verlo convertido en todo un adulto.
Si bien su fealdad seguía siendo una constante, los rasgos de la cara se le habían acomodado bastante con los años. Ya no parecía un niño deforme, sino un joven adulto medianamente feo.
Había cambios sutiles, como el cabello que le llegaba abajo del mentón —el cual cada día llevaba más sucio y enredado—, así como la piel estaba tan reseca que se le podría haber resquebrajado al más mínimo viento congelado que les azotara.
Dabi no había cambiado mucho, tampoco. Solo era más alto y delgado. Su rostro era tal vez más anguloso, pero era difícil decirlo con todos los colgajos de piel quemada que le que cubrían los diferentes rincones de su cuerpo.
Los monjes habían rezado demasiados años por él, para que el espíritu de la sanación en Akutou tuviera piedad del pobre chico con la cara quemada. A él no podría importarle menos.
Su piel era el recordatorio de su renacimiento. De que era como un ave fénix que resurgió de las cenizas con un único propósito en aquel mundo.
Porque Dabi había estado destinado a morir, pero allí estaba. Más vivo que nunca. Inmune al fuego. Y con un poder destructor que podría derrumbar todo lo que los humanos conocían.
Debía ser especial, ¿verdad? Era por eso que el maestro le escogió a él y nadie más.
Podría haber sido Natsuo. O Fuyumi. O el pequeño Shouto...
Pensó en su hermanito, como lo hacía desde bastantes años atrás. Ya no sería un bebé —especialmente y considerando que era el nuevo heredero de la corona de Yuuei.
¿Cómo sería Shouto? ¿Charlatán, igual que Natsuo? ¿Centrado, como Fuyumi?
¿O tal vez un rebelde sin causa, tal como lo fue el mismo Dabi?
Pronto lo sabría, supuso. Según Shigaraki, no faltaba demasiado tiempo para que se infiltraran en Yuuei para cumplir con el último paso para despertar al maestro.
—Pronto, el velo de los mundos va a rasgarse —continuó Shigaraki, sonriendo sádicamente—. Muy pronto, podremos hacer el sacrificio y dejar que el maestro y todos sus secuaces caminen sobre estas tierras...
—¿Y qué hay de la profecía? —inquirió Dabi como si le restara importancia—. ¿El príncipe mestizo?
Tomura bufó como si todo aquello no fuera más que palabrarerío sin sentido. Le observó rascarse el cuello ansiosamente, llenándose con las marcas de sus propias uñas.
—Para eso necesitan antes las reliquias de Yuuei —sonrió Shigaraki—. Y el maestro dice que no las conseguirán todas... la máscara, el escudo... la piedra, el libro... la daga, la espada... nunca, nunca, nunca...
Shigaraki empezó a reír entre histérico y eufórico, como si la guerra ya estuviese decantándose por ellos desde antes de empezar.
Dabi permaneció estoico. No porque él fuese una persona demasiado seria desde hacía años, sino porque las cosas en las que pensaba no harían feliz a Shigaraki.
Todos tenían sus secretos. Y si el maestro no pensaba que fuese lo suficientemente importante como para husmear en su mente y luego presionar a Dabi que se lo contara a Shigaraki y los demás, entonces no debía tener importancia.
—Si tú dices —Dabi se volteó para dejar de mirarlo—. Será entonces que es verdad...
—¡No seas condescendiente conmigo, maldito viejo asqueroso!
—Le dijo el muerto al degollado —Dabi completó, sonriendo.
Shigaraki apoyó la mano sobre la mesa de la pequeña casa que compartían todos, furioso. Y si bien su magia se volvía más fuerte con los días y los años, seguía siendo el mismo niño temperamental que no acababa de acostumbrarse al inmenso poder que poseía.
La mesa se desbarató poco a poco en cenizas. Dabi observó como Shigaraki caía sobre las mismas con un ruido seco, tras haber estado apoyado sobre ella.
Ni siquiera necesitó reírse a carcajadas para molestarle. Una única sonrisa, mientras lo miraba erguido y con los brazos cruzados sobre su túnica, fue suficiente para que Shigaraki diera un grito de indignación.
—¡Tú lo sabías! —berreó mientras se sacudía las cenizas—. Eres un sucio bastardo...
—Creo que otro de nosotros es quien está sucio, Shigaraki...
Dabi le permitió que le lanzara toda una retahíla de insultos mientras el muchacho se levantaba de la mesa destrozada —de la cual solo quedaban cenizas y madera astillada—; dio un suspiro mezclado con un gruñido, antes de posicionarse en frente de Dabi para exigir su atención.
—En vez de reírte de otros como si tú fueses la gran cosa, deberías estar preparado —habló—. Pronto, podrás enviarle un mensajito a tu querido papi...
—¿Qué mensaje podría darle yo a ese anciano decrépito? —Dabi le cortó.
Tomura le observó durante un momento con las cejas fruncidas, pero al final, se dio la vuelta para ponerse a recoger —sin tocar los objetos con su meñique— todo aquello que salió disparado tras la destrucción de la mesa.
—Tu padre ha enviado un grupo de soldados a Akutou —Shigaraki contó—. Giran, nuestro infiltrado en el castillo, de va a asegurar de que nuestro preciado rey crea que son espías de Yuuei... y así ejecutarlos.
Dabi rodó los ojos ante tan estúpido plan. Si consultarán con él las formas de hacer enojar a su padre, quizá las cosas se agilizarían un poco más.
Y no tardarían más de diez malditos años en tomar forma.
—¿Crees que a mi padre le interesan un grupo de soldados...? —bufó—. No le interesa ni su propia familia...
—Ah, pero le interesará cuando los nobles comiencen a preguntar qué ocurrió con sus valientes hijos e hijas que fueron enviados a una misión suicida en Akutou —Shigaraki dio una media sonrisa—. Tu padre querrá lavarse las manos, y encontrará un culpable en el rey de estos lares...
—¿Y eso qué?
Shigaraki se vio bastante molesto por su falta de interés. Apoyó violentamente la tetera de metal que tenía entre las manos sobre una de las sillas.
Dabi no apartó la mirada. No se dejaría intimidar.
—Pues que podría ocasionar una guerra, por asesinar inocentes sin el derecho a juicio —dijo finalmente—. Esa es la fase uno de nuestro plan.
—¿Y la fase dos? —Dabi arqueó una ceja.
—Tiene que ver con la dulce princesa Camie —habló Shigaraki—. Y con tu pequeño hermanito, allá en Yuuei. Giran se encargará de los consejos y las negociaciones.
Dabi tragó saliva con dureza, pero intentó disimular la pequeña turbación que sintió al escuchar la mención de Shouto en medio de todo aquel caótico plan.
¿Acaso el pequeño Shouto sufriría el mismo destino que Natsuo? ¿Tendría que ser un sacrificio por el bien mayor?
—¿Y cuál es mi papel en la dichosa fase uno, me dirás...?
—Tienes que quemar los cuerpos de los soldados —Se apresuró en decir Shigaraki—. Antes de que los cuerpos sean repatriados a Yuuei, tú vas a quemarlos para que tu padre se enfurezca por la violencia en que sus súbditos fueron tratados.
—Y tú crees que le va a importar...
—¡Silencio! —bramó Shigaraki. Alzó un dedo de forma amenazante—. Tú lo harás. Después de todo, está el viejo Capitán de la Guardia Real entre los visitantes...
Dabi apretó la boca, mientras daba un manotazo a la muñeca de Shigaraki para que apartase su horripilante dedo de su cara.
—A mí no me señales, monstruo —Dabi masculló—. Y... ¿el Capitán? ¿De quién hablas, exactamente?
Shigaraki hizo otra de sus sonrisas espeluznantes. Si cualquier otra persona lo veía, hubiese dicho que Shigaraki sólo era un niño tonto en el cuerpo de un adulto joven.
Pero aunque fuese un berrinchudo y caprichoso, también demasiado temperamental y mayormente un inútil, Shigaraki sabía exactamente cómo meter el dedo en la llaga y removerlo hasta que reaccionaras.
Solo necesitó decir un nombre para que los recuerdos de Dabi se dispararan como un fuego en un bosque seco y en medio de la noche.
Un único nombre que le llevó de regreso a aquel día que lo arrastraron de su cuarto, en medio de golpes, insultos y risas, para ser arrojado a una caldera de cremación mientras todavía estaba vivo.
Un nombre, que le hizo saber que todo aquel equipo que se encargó de seguir las órdenes de Endeavor aquella noche para asesinarle... estaba en ese momento en Akutou.
«Tensei Iida».
Sir Tensei Iida y todo su equipo estarían en Akutou por órdenes del rey.
Pero no por mucho tiempo.
Dabi sonrió. Al fin tenía trabajo serio en el cual enfocar su tiempo.
Dabi no tuvo que esperar demasiado para la siguiente fase.
Fue demasiado fácil hacer aquello que Shigaraki le encomendó. Y le sorprendió también el hecho de que ni siquiera pestañeó cuando tuvo que calcinar todos aquellos cuerpos de sus ex compatriotas de Yuuei en la mitad de la noche.
Los observó arder y prenderse fuego, carbonizando la carne ya muerta hasta que ya no era más que una masa negra e imposible de reconocer.
Se preguntó qué se sentiría prenderles fuego con vida. Intento imaginárselo todo, mientras observaba a un buen palmo de distancia —y con la túnica blanca rozando el barro— como el fuego azul se tragaba todo a su paso.
Intentó poner un sonido en su cabeza al estremecedor grito humano que solía preceder a la muerte.
No es como si no lo conociera. Lo había escuchado bastantes veces, en los callejones oscuros de la capital de Akutou, cuando era enviado para encargarse de algún trabajo del que nadie más se atrevía a ensuciarse las manos.
Después de todo, era Dabi quien podría extirpar sus existencias sin poner un solo dedo encima de todos ellos. Ese era su poder —la voraz intensidad destructora del fuego.
Y Shigaraki había tenido razón: fue la fuerza de su fuego y el mensaje que habían provocado en Endeavor, lo que provocó una sucesión en cadena de los hechos que, todos juntos, provocarían el desenlace de su acto final.
—La princesa Camie ha sido comprometida con el príncipe Shouto —Les contó Kurogiri—. Está planeado que dentro de una semana sea enviada a Yuuei junto a una comitiva de confianza, preparada por su mismo padre.
—Parece que tendrás una nueva cuñada —Magne le dio un codazo, riendo divertida—. Dile a tu hermanito que nos invite a la boda.
—Ah, amo las bodas —Toga suspiró mientras daba volteretas sobre sí misma—. ¡Podría conseguir un vestido! ¡Tal vez conozca a un príncipe...!
—Primero tendrías que ser una princesa —agregó Spinner—. ¡Y solo eres una asesina!
—¡No le hables así a Toga! —intervino Twice, dando un golpe a Spinner por atrás.
Shigaraki les permitió pelear durante sólo unos momentos, antes de estallar por completo como era usual en él:
—¡Cállense, inadaptados! —exclamó Shigaraki—. Tenemos demasiado que hacer...
Todos los demás permanecieron en silencio. Nunca le habían escuchado gritar de esa forma —incluso si Shigaraki tan solo se la pasaba gritándole a cuenta cosa se le pusiera en frente.
El muchacho les miró a los ojos, uno a uno. Para cuando llegó hasta Dabi, fue el único que decidió que no le daría con el gusto de sentirse el líder de todos ellos.
Todo había comenzado con Dabi. Él lo sabía. Era también quien cometió el sacrificio mayor por toda aquella causa, y no se doblegaría ante ningún muchacho u otra persona que quisiera imponerle órdenes.
Dabi era demasiado poderoso como para que lo hicieran. Solo apenas comenzaba a darse cuenta que no era el eslabón más débil de todo el equipo.
Dabi era el más fuerte.
Y, una vez más, dependían de él para que las cosas funcionaran correctamente.
Habían necesitado de su fuego para quemar aquellos cuerpos —y ahora lo necesitaban para la emboscada a la comitiva de la princesa Camie.
Él sería la trampa interna. Como un caballo de madera entregado en son de paz, pero lleno de soldados hambrientos de guerra en su interior.
—Te verás hermosa el día de tu boda, Camie —Escuchó decir a Inasa Yoarashi, el guardaespaldas de la princesa, una vez la comitiva comenzó a alejarse de la capital—. Serás la reina de dos grandes imperios. ¡Nadie podrá con toda tu pasión como reina!
Aunque a Dabi poco le importasen esas cosas, no podía evitar notar que no mentía. El cabello dorado de la princesa brillaba con la luz de la luna. El vestido blanco de seda que cargaba sobre su esbelta figura la hacía ver como una ninfa del bosque que pertenecía a algún viejo cuento.
Quizá a Shouto le gustaría. No podría saberlo. Llevaba años lejos de su hermano.
Algo en su garganta se sintió demasiado pesado. Quiso pensar que serían los nervios de lo que ocurriría muy pronto.
—No digas eso —rio Camie, apoyándose sobre su hombro en la carroza—. Si estoy aquí, es porque tú me proteges...
El consejero de la muchacha, un tipo de mala cara llamado Seiji Shishikura, rodó los ojos. Lucía tan prepotente que Dabi hubiese querido prenderlo fuego allí mismo.Ya se encargaría más tarde de él.
—Espero te pueda proteger de esos salvajes Todoroki —dijo el chico mientras acomodaba su chaqueta—. Hicieron que muriera la pobre Lady Rei, cuando la obligaron a desposarse con Su Majestad Endeavor...
Dabi sintió que todo se detenía por un instante.
Y que todo comenzaba a suceder demasiado rápido, después.
Como si aquella única frase pudiese cambiar todo el curso de las cosas mientras le atravesaba el corazón como una flecha embebida en veneno.
Como si pudiera fingir consigo mismo que aquella verdad sobre su madre no era la causante de todo —pero tal vez lo era.
Era demasiado consciente de que la noche ya caía en la frontera. Atravesando un frondoso bosque de pinos, que olía demasiado fresco y húmedo, a bayas silvestres y a flores de jazmín que comenzaban a florecer. Las lechuzas ululaban, los zorros cazaban ratones, y las serpientes salían de sus nidos en busca de huevos que robar.
Todas la personas de la comitiva charlaban animadamente. Los guardias bromeaban entre sí, los monjes rezaban, la princesa reía en el interior de su carroza —protegida por aquel hombre grandote que se veía dispuesto a dar toda su vida por ella.
La noche era demasiado vívida.
Pero algo faltaba, o eso sentía Dabi.
Esa fue la excusa que necesitó para prenderlo fuego todo, de un momento a otro. Mientras todas aquellas personas reían, y suspiraban, y vivían.
Dabi encendió la noche oscura de un azul eléctrico que transformó las risas en los agudos gritos que precedían a la muerte.
El bosque ya no olió a madreselva, sino a naturaleza quemada. A carne chamuscada, y a muerte, demasiada muerte.
Era un olor bastante desagradable, incluso si Dabi encontraba todo el concepto muy fascinante. Pero eso no quitaba que la muerte fuese un último acto de humillación para las personas —que lloraban, hacían sus deshechos, suplicaban a los cielos por tan sólo un minuto más.
Pero ya no habría más minutos. No mientras las cosas no dieran el giro que estaban necesitando para que el maestro pudiera salir a la superficie y cambiarlo todo.
Los humanos estaban demasiado rotos por dentro.
Un par de risas mundanas no podían tapar el caos y destrucción que ellos mismos provocaban.
Dabi pensó en todas esas cosas mientras los guardias, las doncellas que acompañaban a la princesa, los cocheros y los otros monjes eran atacados por todos sus compañeros, que les siguieron los pasos desde las sombras con la magia de Kurogiri.
Dabi se quedó a un lado mientras lo observaba todo. La forma en que Shigaraki desbarataba las carrozas con sólo sus manos, o cómo Toga arrancaba a la princesa de los brazos de su guardia para despojarla de todas sus pertenencias.
El mundo se volvió solo tierra, suciedad, sangre y cenizas.
Y gritos, y horror, y finales.
Pero también eran comienzos. Aquel era el comienzo del fin.
Y estaba marcado por las inmensas llamas de fuego azul, que se tragaron todos aquellos cuerpos y restos de carruajes: como si fuese una enorme pira funeraria de aquellos que eran sacrificados por un bien mayor.
Pero incluso en medio de todos sus delirios sobre un mundo mejor, y ser el elegido para ser quien lo trajera, Dabi sabía que algo le faltaba.
No importaba cuántas personas quemase vivas o degollara por el bien común. No importaba cuánto se repitiera que aquello era por el bien de sus hermanos y toda la humanidad.
Tampoco importaba el ardiente deseo de venganza hacia su padre, que quemaba y bullía bajo su piel como una caldera al borde de la explosión.
Todo aquel plan era superior a ellos y sus deseos personales. No podía desviarse, tal como lo hacían los otros tontos de su equipo. Dabi tenía muy en claro la vitalidad de su papel en todo aquello... pero no quitaba que sintiera una insípida y amarga victoria en su interior.
Porque Dabi sentía que nada de eso era suficiente.
Incluso si demostraba ser el más fuerte, y quien lo consiguiera todo al final.
Incluso si el maestro le prometía el mundo entero.
Incluso si triunfaban y Dabi obtenía ese mundo prometido, sin más horror de los humanos...
¿De qué le servía?
¿De qué le había servido, si no tenía a su lado a quién pudiera apreciarlo todo de la misma forma que él lo hacía?
Cuando puso su pie en el Reino de Yuuei, por primera en diez años, Dabi lo supo. En el fondo de su alma —en un minúsculo pedacito que quedaba sin agrietar.
Uno que conservaba desde sus más tiernos días en su viejo hogar. Un pedazo que no creyó que siguiera existiendo, hasta que se le apareció sin estarlo buscando.
Pero había incluso algo más que Dabi tenía que encontrar.
Dabi se escabulló por la puerta de aquella casita amarilla que tanto le costó encontrar, luego de las averiguaciones suficientes en las zonas más bajas. Casi no recordaba acerca de la Ciudad Imperial —y no es como si la hubiese explorado demasiado, porque su padre tampoco lo permitía.
Todo lo que había conocido era a través de un par de ojos dorados y una pequeña boca, siempre dispuesta a narrar nuevas y locas historias sobre la calles de la alocada Ciudad Imperial de Yuuei.
Sus paredes eran demasiado alegres y curiosas, incluso en una callejuela donde todos los hogares parecían tan llenos de vida. No le cabían dudas de por qué aquel lugar era tan especial.
Adentro olía a inciensos. Le pareció bastante extraño; el pequeño que conocía hubiera clamado que aquello era solo cosa de viejos, que prefería que su hogar oliese a dulces o a pollo asado para cenar.
Tenía todo un caos —y no le sorprendió en absoluto. Casi hizo una media sonrisa de satisfacción al sentir que, en medio de todo el caos, podía sentir su presencia. Como una huella que había dejado marcada y sería imposible de borrar.
Eso lugar estaba tapado de libros, todos con diferentes pastas y colores algo añejados; él no recordaba que Hawks supiera leer, pero no le parecía descabellado que un alma tan curiosa acabase encontrando la forma de hacerse con el poder de las palabras. Había un sinfín de recuerdos de todo Yuuei; vasijas y viejas espadas sin afilar, igual que diferentes abrigos o joyería con las piedras más finas que, según sabía él, venían de las minas del sur.
En la pared apenas podías distinguir las máscaras de los distintos espíritus traviesos de la noche: un gato, un zorro, un conejo, un demonio. Quiso imaginar a Hawks utilizando una para algún festival que ellos no conocían, pero que disfrutaría como si fuese un niño pequeño.
En medio del sofá tapado de ropa, Dabi divisó una vieja bolsa de cuero de toro. Se acercó parsimoniosamente, en medio de la oscuridad, preparado para meter los dedos entre las cartas que parecían ser escupidas hacia el exterior en una cantidad infinita.
Acarició el suave papel. Observó el matasellos, que era color escarlata y enseñaba el escudo de armas de alguna de las viejas familias nobles de Yuuei.
—Para Su Majestad... —Leyó Dabi en un suspiro—. Una carta para Su Majestad...
La voz le salió de forma casi burlesca.
Los rumores que habían llegado hasta él no fueron demasiado locos, al parecer. La prueba de que Hawks se había convertido en un trotamundos estaba ahí, impregnada por toda la sala de la casita; Dabi había escuchado que Hawks se convirtió en el mensajero oficial del Rey Endeavor.
Dabi había estado gran enfrascado en aquella pequeña carta, que no se dio cuenta que una presencia de acercaba sigilosamente a sus espaldas; una que trastabilló casi a último momento y revelando así su paradero. Para cuando quiso darse vuelta, Dabi ya tenía un cuchillo de pan cerca de la garganta.
Aunque eso era un decir. El cuchillo buscaba a ciegas algún punto adentro de la oscuridad que cubría su capucha.
El silencio fue tortuosamente tenso. No se podía escuchar más que sus respiraciones y la calma de aquella casa, al igual que la silenciosa callejuela a medianoche en aquel punto de la Ciudad Imperial.
Apenas podía ver una silueta de cabellos despeinados en medio de tanta espesura, pero fue el timbre de su voz lo que hizo que algo vibrara adentro de su pecho.
—No sé quién eres, no sé qué buscas en mi casa... —masculló el recién llegado—. Pero te advierto... soy un excelente espadachín...
Dabi hizo una media sonrisa debajo de su capucha. El otro no podía verlo, pero le hubiese gustado que lo hiciera.
—¿Con un cuchillo para pan? —bufó—. No es que me sorprenda de ti, Hawks.
Dabi levantó la mirada para observar el momento en que todas sus defensas se desestabilizaban tras haber escuchado su nombre.
La mano que sostenía el cuchillo tembló. Dabi aprovechó para hacer volar su palma hasta la muñeca del muchacho, atrapándola lo suficientemente fuerte para alejarla de su cuello; y para sacarle un jadeo de sorpresa, también, al sentir su piel haciendo contacto con la suya.
Hawks no se veía diferente en absoluto. Puede que tuviera barba y rasgos más adultos, pero sus cabellos color arena seguían sin ser peinados en absoluto. Sus ojos seguían teniendo el brillo juvenil y pícaro, solo que ahora los llevaba delineados con kohl desde el lagrimal hasta la terminación.
Era una técnica muy poco común para los hombres en Yuuei. Le hacía preguntarse a Dabi qué tanto es que Hawks había conseguido ver el mundo.
Un mundo sin él.
Sin darse cuenta, Dabi apretó tan fuerte su muñeca que Hawks acabó soltando el cuchillo y lo escuchó repiquetear contra el suelo.
Y aunque su físico no hubiese casi cambiado, Dabi no podía evitar sentir que quien tenía al frente ya no era el pequeño Hawks de antes. Era un hombre, uno hecho y derecho.
Lo cual... no estaba mal, del todo. Dabi tampoco era ya el príncipe de Yuuei; era otra cosa.
Y casi esperó que sus diferencias pudiesen unirlos otra vez; como lo habían hecho ya tantos años atrás.
—¿Quién te envía? —Hawks preguntó, intentando no mostrarse nervioso—. Si tu plan es llegar hasta Su Majestad... vienes con la persona equivocada...
Dabi hizo una irónica sonrisa. No, no estaba con la persona equivocada.
Incluso si admitirlo le hirviera la sangre, la prueba de que no se equivocaba estaba por toda aquella casa. Era la prueba de alguien que fue mimado y consentido por un rey —alguien que debía significar algo para ese mismo rey.
Nunca lo esperó de Hawks, pero sí que se lo esperó por parte de su padre.
—No me interesa Su Majestad —Dabi rodó los ojos; su voz fue demasiado sarcástica—. Al menos no de momento.
Hawks intentó separarse de su amarre. En aquel intento, también buscó golpear en su cara con la otra mano libre; pero seguía usando los guantes y grandes capas de ropa, por lo que sus movimientos eran más bien torpes. A Dabi no le costó inmovilizarlo otra vez.
Era bastante más alto que Hawks. Casi le daba cierta risa y satisfacción observarlo desde arriba, cuando antes habían estado siempre lado a lado.
Por algún motivo , esa simple realización le caló hondo hasta los huesos.
Él se había vuelto más fuerte. Y Hawks se había vuelto diferente —de alguna manera.
Ya no eran los dos niños que alguna vez complotaron con tocar el cielo.
Eran dos hombres, ambos parados en los extremos más opuestos. Como el sol y los curiosos hombres, o la ávida muerte y las ganas de vivir.
La respiración de Hawks se hizo más entrecortada. Dabi no podía saber en qué estaba pensando, pero su rostro estaba transformado entre el horror y la sorpresa de la infinita posibilidad de aquello que estaba ocurriendo en ese instante.
—¿Quién eres? —Hawks inquirió con la voz entrecortada—. ¿Qué quieres?
A ti, quiso decirle Dabi.
Todo lo que siempre había querido, era solamente él. Las noches bajo las estrellas a su lado; los sueños susurrados entre sonrisas, encima de un suave césped con roció; las tardes zampando galletas de miel, que siempre sabían mejor cuando eran robadas.
Dabi solo había querido a Hawks; y allí estaba, pero no lo tenía. No todavía.
Lentamente soltó su muñeca. Hawks dejó escapar un jadeo, pero no se alejó cuando Dabi comenzó a acercar sus dedos cubiertos con parches de piel quemada hasta su rostro.
El otro chico estaba estático. Hawks estaba quieto, casi esperando a que lo acariciara, para así sentir tal vez el chispazo que ambos creían que se produciría.
Pero Dabi estaba lejos de ser una persona tierna o dulce; simplemente enroscó entre sus dedos uno de sus cabellos dorados, y lo tironeó con algo de fuerza hacia abajo.
—¡Auch! —Se quejó Hawks. Le dio un manotazo para alejarlo—. ¿A ti que demonios te pas-...?
—Tu cabello es más suave que antes —pensó Dabi—. ¿Será que ahora lo lavas con más frecuencia, Hawks?
Dabi sintió que le daban un empujón en el pecho. Hawks se alejó lo suficiente como para mantener una prudente y segura distancia entre ese loco encapuchado con las manos quemadas.
—¡Empieza a hablar sobre quién eres, o te juro que irás preso por allanamiento de morada...! —masculló Hawks—. No estoy para ningún juego psicológico de algún desquiciado...
—Esto no es ningún juego, Hawks. Al menos no como los de antes —Dabi suspiró—. Si tú me insistes...
Dabi tanteó sus dedos a través de la túnica, buscando el borde con ribetes de oro de la capucha. Su túnica de monje estaba bastante sucia desde la redada a la comitiva de la princesa Camie, por lo que aquello tendría que dar una imagen bastante andrajosa al pobre Hawks.
Era curioso, pensaba Dabi. La primera vez que se vieron, Hawks era un niño vagabundo que fue salvado por un príncipe.
Ahora Dabi era un muchacho deformado por el fuego, que iba en busca de la salvación a los pies del mensajero real de Yuuei.
Hawks no apartó la mirada ni un solo segundo mientras Dabi removía lentamente la capucha en medio de la oscuridad.
El mundo se desaceleró lo suficiente como para que los corazones de los dos sintieran como si fueran a detenerse para siempre. Hawks estaba de piedra, con la boca entreabierta y todos sus músculos impidiendo dar un solo paso en falso.
¿Qué estaría pensando? Dabi quería saberlo. Necesitaba saberlo.
Quería saber que pensaba de su piel llena de parches. De la fealdad y el horror que ahora lo caracterizaban —porque por mucho que él molestase a Shigaraki llamándole feo, estaba más que claro quién de los dos era el verdadero monstruo.
Dabi le miró a los ojos dorados, pero sus ojos estaban zumbando de aquí para allá. Desde sus largos dedos hasta el escote de su pecho que dejaba la túnica —donde ni un solo fragmento de piel estaba sana.
Terminó de remover la capucha que cubría todos sus secretos. Sus dedos no vacilaron ni un solo momento. Quizá porque a Dabi nunca le había gustado tener secretos con Hawks.
Y se quedaron allí, observándose. Dabi, con sus ojos turquesa que esperaban ver alguna reacción en Hawks. Hawks, con sus ojos dorados que esperaban no haber visto ninguna reacción en Dabi.
—¿Qué eres? —Hawks dijo finalmente, con un hilillo de voz.
—Creo que lo sabes perfectamente, Hawks —contestó Dabi—. ¿Tanto tiempo con tu rey ha hecho que dejes de reconocer a tu príncipe?
Hawks dio un paso hacia atrás. Al final, toda la sorpresa pareció caerle encima como un balde lleno de agua congelada. Estaba temblando involuntariamente.
Dabi dio un paso hacia adelante, pero Hawks dio otro más hacia atrás para alejarse. Intentó que aquel gesto no le perforara en el pecho.
—Dabi ha muerto —habló Hawks tras carraspear—. Fue sentenciado a muerte por su crimen...
Dabi miró hacia el techo, fingiendo que estaba pensando demasiado alguna cosa. Apretó los labios en una sonrisa.
—Pero aquí estoy, y no estoy muerto —dijo—. A menos que quieras pensar que soy un fantasma...
—¡Basta! ¡Ya basta! —estalló Hawks sujetándose los cabellos—. Eres producto de mi mente... nada más que eso... dioses, maldita sea...
Dabi comenzó a dar vueltas a través de la habitación, mientras Hawks seguía farfullando para sí mismo que todo aquello tenía que ser una vil y gran mentira. Sus pies crujían bajo la madera que se hinchaba por las noches.
Se detuvo junto a una pila de libros sobre flora y fauna. Uno de ellos le llamó la atención —la cubierta era de cuero rojo, y en su interior estaba lleno de ilustraciones de aves. Aves de rapaz, mitológicas, aves pequeñas... desde un pequeño ruiseñor hasta la colosal águila de guerra.
Dabi pasó los dedos sobre la hoja amarillenta, justo donde las alas escarlata del ave estaban dibujadas.
—Debes pensar que soy producto de la borrachera que te acabas de agarrar con mi padre —dijo Dabi de repente, sin mirarlo—. ¿Se han divertido, Hawks? ¿Él se ha divertido?
Hawks no dijo nada. Estaba demasiado afectado como para responderle; y Dabi se aprovechaba de aquello, posiblemente para saciar su alma rota de solo pensar en la idea de que Hawks pasaba las noches junto a su padre.
—No tienes derecho a hablar de Su Majestad —espetó Hawks mientras alzaba un dedo. Trastabilló sobre sus propios pies—. Joder, estoy soñando...
—Entiendo que lo defiendas —Dabi suspiró—. Te lo ha dado todo, por lo que veo. Te ha vuelto su mensajero. Te ha permitido ver el mundo. Te invita por las noches a sus aposentos...
Las palabras se cortaron a medio camino en su garganta. Nunca hubiera imaginado que averiguar aquel secreto en el corazón de la Ciudad Imperial —mientras escuchaba a los caballeros de la Guardia Real emborracharse hasta el hartazgo— podría haberle afectado tanto.
El maestro no estaría orgulloso de su debilidad. Pero el maestro tampoco estaba allí, ¿cierto?
Llevaba tiempo sin estar allí. No podía culpar a Dabi por a veces perder el camino.
—No dices nada... —Dabi rio amargamente—. Entiendo... dicen que quien calla, otorga...
Hawks continuó tambaleándose sobre su lugar. Dabi no podía saber si en serio estaba borracho, o si sólo intentaba mantener una apariencia junto a su viejo amigo de la infancia, que parecía haber regresado de la muerte y lo acosaba de acostarse con su padre.
Podría haber sido una buena y dramática obra de teatro.
—No todo —Hawks soltó abruptamente.
—¿Disculpa?
Se volteó entonces a mirarle. Hawks tosió. Miró a Dabi a los ojos un instante, antes de inflar el pecho mientras intentaba juntar todo el aire que podía, y decir con solemnidad:
—Tu padre no me lo ha dado todo —contestó—. No podría hacerlo, ni incluso si lo intentara...
Fue el turno de Dabi de quedarse de piedra por la sorpresa. Tragó saliva, mientras esperaba que Hawks dijera algo más; pero el chico permaneció tan callado como una tumba, solo mirándole de arriba abajo una vez más.
Era como si sus ojos no pudieran apartarse de las cicatrices de Dabi. Como si quisiera preguntar por todas y cada una de ellas, pero no se atreviera a hacerlo.
Dabi quería que lo hiciera. Quería escuchar su voz de adulto preguntándoselo, y ansiaba más que nada el poder sentir sus callosos dedos trazar una línea sobre toda la piel muerta de su cuerpo, pero que deseaba sentirse viva otra vez.
Se acercó lo suficiente, con el libro de las aves todavía bajo su brazo. Hawks se removió incómodo, pero no se alejó aquella vez. Solo se quedó allí, esperando a que Dabi se acercara tanto hasta su cuerpo que podrían haber sido una sola persona.
Hawks le miró a los labios —Dabi acarició los suyos con la punta de su dedo, uno de los que todavía estaban sanos. Su nudillo rozó la áspera barba de su mandíbula.
Hawks ya no se sentía tan suave como un niño, pero cuando habían sido dos pequeños nunca pudo causar una reacción tan fuerte en todo su cuerpo con el toque de un único dedo.
—¿Y si yo te lo doy? —preguntó Dabi casi en un susurro—. ¿Y si pudiera dártelo todo?
Hawks le dio una sonrisa ladina, casi irónica pero con un deje de tristeza en el fondo. Le recordaba al niño bromista que alguna vez fue.
—Nadie puede —respondió Hawks, divertido—. Siempre te diste más crédito del que te mereces.
Dabi también le sonrió. Y lo hizo todavía más cuando la mano de Hawks se enroscó alrededor de su muñeca, justo mientras no se daba cuenta por estar enfocado en su boca.
—O quizá no te he mostrado todo mi potencial —Dabi habló—. Puedo enseñarte que tengo razón.
—¿Razón sobre qué?
—Sobre mi padre —susurró Dabi—. Y sobre su forma de gobernar...
—Su Majestad puede no ser lo que merecemos, pero es lo mejor que podríamos obtener —Hawks interrumpió—. Y si no es tu padre, vendrá alguien igual. Ese es el ciclo de todo...
—¿Y si te digo que podría ser diferente? —Dabi se acercó un poco más hasta que estuvieron casi pegados—. ¿Y si te digo que conozco la clave para terminar con la tiranía?
Hawks le miró con desconfianza. Dabi entonces sintió que estaba viéndole como lo que verdaderamente era.
Un asesino. Un loco de atar. Un monstruo.
Pero Hawks no se alejó. Ni siquiera cuando fue consciente de que estaba junto a un chico que debía estar muerto por haber asesinado a su hermano.
Dabi se inclinó solo un poco para estar cerca de su boca. Olía a yerbabuena y también un poco al costoso vino que a su padre le encantaba. Le sorprendió aquel olor en Hawks.
Pero también olía a viento, tierra húmeda y libertad. Las cadenas que su padre pusiera en Hawks nunca serían lo suficientemente fuertes como para anclarlo al suelo.
Dabi no conocía toda la historia. No sabía por qué Hawks acudía siempre con su padre en las noches, pero entendía que podría tener que ver con el deseo de cumplir todos sus sueños.
Quizá para poder ver el mundo, Hawks debía sacrificar una parte de su libertad.
—Siempre te creíste muy listo —bufó Hawks con algo de sorna.
Si hubiera hecho otro movimiento, su boca se habría rozado con la suya. La mano que tenía libre la llevó hasta los ahora oscuros cabellos de Dabi. Tironeó suavemente de ellos, hasta que un suspiro escapó de la boca del ex príncipe. Aquel suspiro hizo que Hawks temblara sin darse cuenta; y aquel mínimo movimiento provocó que sus bocas se rozaran de la forma más hermosa y tortuosa.
Era agónico. Y era maravilloso. Dabi sintió que ni siquiera ser lanzado vivo al fuego era tan intenso como se único momento.
—Te elegí a ti de entre todos los niños vagabundos —habló Dabi, con su media sonrisa perezosa—. Así que sí: estoy seguro que soy alguien muy listo.
Hawks dejó salir una carcajada, bajando un poco la cabeza para que Dabi no lo viera tener un ataque por la risa. Pero él le obligó a levantar otra vez la cabeza. Apretaba su áspero mentón con la punta de los dedos.
—Y puedo conseguirte eso que deseas —dijo Dabi mientras le miraba a los ojos—. Lo que más deseas en esta vida.
La mirada de Hawks se abrió como dos platos. La sonrisa se le esfumó al instante, y apartó los dedos de Dabi rápidamente como si quisiera cortar con aquella ilusión.
Su boca se sintió demasiado fría cuando Hawks se alejó de él.
—No puedes dármelo —Hawks rodó los ojos—. Es solo una estupidez de niños...
—Puedo hacerlo. Y así, los dos, crearemos un mundo mejor...
—Pruébalo —Hawks le desafió, apretando los ojos—. Prueba que no eres solo un loco más del montón... que no solo eres un chiflado que quiere desterrar a su padre...
Dabi se quedó quieto un momento. Observó la firmeza de Hawks, sus brazos cruzados y su mirada retadora. No le creía lo suficiente.
Porque lo de Dabi se escuchaban solo como meras fantasías. Incluso si él era su amigo y amor de la infancia, era Endeavor el que podía ofrecer cosas sólidas no solo a Hawks, sino a todo su pueblo.
Sus palabras eran vacías al lado de los actos del rey.
Pero Dabi sonrió. Su visita no estaba del todo perdida.
Levantó entonces su brazo. Hawks tragó saliva cuando la túnica se deslizó sobre su piel, revelando más y más colgajos de piel muerta que era sostenida con ganchos. Pero su plan no era que Hawks sintiera lástima.
Hawks quería una prueba. Una prueba de que no estaba loco —y que tenía las armas suficientes para llevar a cabo su plan de reconstruir el mundo.
Porque sí las tenía.
Levantó tres dedos de la mano izquierda. Sus dedos estaban todavía sanos —la piel todavía era clara y como porcelana nueva.
Hawks descruzó los brazos. Estaba un poco más curioso, entonces. Quizá por la forma en que Dabi sonreía y le miraba a los ojos.
Puede que Endeavor tuviera cosas concretas. Pero no tenía el poder que Dabi se había ganado.
Chasqueó entonces sus dedos. Y una llamarada de fuego azul brotó de su mano de la forma más natural.
Como si siempre hubiese estado allí. Como si le perteneciera a Dabi, y a nadie más.
Y fue allí que algo en la mirada de Hawks se transformó de repente.
Dabi supo que, tal vez, su alma ya no sentiría como si le estuviera faltando algo que tenía que encontrar.
Terminar este capítulo fue la más grande odisea de mi vida x'D
En síntesis... se jodio mi ordenador ;n; se rompió el cable flex, por ende la pantalla no muestra nada (bueno, muestra un poco porque anda titilando), y fue así súper repentino ;;;; y tenía mil pendientes y encima terminar este capítulo... y no se como, pero logré hacer todo HAHAHA pero estoy Calva del estrés (?
Yo pretendía que fuera más corto, pero aquí estamos con 10K palabras, ah ;;;; perdonen bbs (? Y eso que siento que me contuve muchísimo... pero ya no quería aburrirlos
¡Tiempo de teorías! En el próximo capítulo retomamos la línea que quedó al final del capítulo 50 (cuando todos se encuentran), y se resolverán muchas dudas que no conté en este capítulo, porque quiero que las vean junto con los personajes ;u; pero pueden teorizar por aquí ——>
Y si, hay un triángulo amoroso raro entre el DabiHawksEnde (?) ustedes saben que yo soy del DabiHawks, pero se que a varios les gusta el EndeHawks, así que... mejor dos en vez de uno (???)
No se cuando me devuelvan mi ordenador, pero me van a prestar uno para trabajar ;u; y pues también estaré escribiendo, así que no creo que esto afecte a mis actus (de momento). Por ahora saben que la fic ShinKami siempre tendrá actu (mañana hay! ♥️) y también estoy trabajando en un two shot TodoDeku que me emociona mucho
Muchísimas gracias por todos sus votos (ya son 30K!!!) y comentarios! Saben que los amo ;;;; y perdonen por demorar a veces, pero ya saben que ando loca por la vida... pero yo siempre vuelvo ♥️
Nos vemos muy pronto con el capítulo 52! Besitos ♥️
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