Capítulo 49

Maratón 1/3

1- Primer día del maratón por las 200K lecturas ;u; el próximo capítulo será subido el día miércoles de esta misma semana.

2- Advertencias de todo tipo, como siempre. Tengo inmunidad legal (?)

3- Perdonen los dedazos. Acabo de terminar de escribir el capítulo y no quería fallar con subirlo hoy T3T

Cuando se separaron del grupo, Mirio y Tamaki apenas solo tuvieron unos minutos para respirar.

El gigantesco gecko que los acompañaba, una vez que se bajaron de su lomo, se recostó con las patas hacia arriba; estaba frotándose contra el césped como si la espalda le picara. Aquel lagarto debía verse a sí mismo como un animalito diminuto y no como una bestia de al menos cinco metros de largo.

Y hubiera sido una imagen adorable de apreciar, de no haber sido que...

Desde la colina del castillo, Tamaki solo era capaz de ver un centenar de cortinas de humo que se desprendían de las mansiones de la Ciudad Imperial. Todo el lujo y esplendor que vio tras su llegada a la capital del reino, se había evaporado por completo. La gente gritaba y gritaba, y nada del ajetreo rutinario de la ciudad podía ser escuchado en la cercanía.

Aquel vasto cielo que parecía hermoso y tranquilo, estaba infestado de dragones que escupían fuego a cualquier guardia que les amenazara lo suficiente para sentirse como un verdadero peligro.

Tamaki sintió una opresión en el pecho. Tanto caos era desolador —y la cosa apenas comenzaba. Si tenía que pensar cuando la guerra al fin se desatara...

Pero, esto es una guerra, ¿no?

Y sus pensamientos no se equivocaban del todo. Puede que los demonios todavía no consiguieran arrastrar su camino a la superficie, pero el latente aire de muerte y sangre era innegable.

Aquello era una guerra. Una guerra que había comenzado desde el ataque de su hermana...

Tamaki todavía sentía un hormigueo fantasma en la mano que empuñó la espada que acabó con la vida de Nejire. Habían pasado toda una vida juntos —incluso si ella nunca fue el ejemplo de hermana que se suponía debía ser.

Y le había arrebatado la vida. Apagó aquel brillo burlesco y juvenil que la gran reina de los elfos tenía.

Dio un respingo cuando sintió la gran mano de Mirio sujetando la suya. Tamaki había estado viéndosela —casi como si pudiera visualizársela cubierta de la sangre de su hermana—, y le impactó la diferencia de tamaño con la de Mirio.

Su mano era pequeña y delicada, mientras que la del Capitán era enorme y cubierta de cicatrices. Sin embargo, eso no significaba que fuese menos placentero que le sujetara la suya.

Era casi como estar en casa.

Tamaki nunca supo realmente lo que significaba estar en casa. Svartalf no era del todo una casa. ¿Cómo podía serlo? ¿Un lugar en el que siempre fue el forastero, el bicho raro, el que todos veían como un debilucho...?

—¿Ocurre algo? —preguntó Mirio con una sonrisa dulce—. Puedo patear el trasero de quién tú desees, Tamaki... aunque no me caben dudas de que tú podrías hacerlo mejor.

Tamaki se cubrió la cara con su largo flequillo. No quería que Mirio viese el repentino sonrojo que lo invadía.

—Solo... estaba pensando en mi hermana... —Tamaki carraspeó—. No he dejado de pensar en ella desde lo que ocurrió.

El rostro del Capitán Togata se ensombreció de repente.

—Ella ya no puede hacerte daño —dijo Mirio con seriedad—. Ya no está. Eres libre, Tamaki.

—Solo porque yo la maté. Por eso no está —Tamaki dio un largo suspiro sin mirarle; sentía que los ojos le picaban—. Maté a mi propia hermana...

—Ella nos hubiera matado a todos —Mirio soltó su mano para poder acariciar su mejilla—. Hiciste lo que había que hacer. Solo los héroes son capaces de hacer lo que tú lograste.

Tamaki se quedó sin poder decir ni una sola palabra.

¿Quién era aquel hombre y qué hacía de alguien tan insulso como Tamaki?

Mirio era un sol. Un gigantesco y enorme sol. No solo porque brillase con luz propia a todos los demás —sino porque era capaz de dar vida y alegría a todos los que orbitaran alrededor de él.

Y Tamaki no sabía si era digno, pero le gustaba pensar que era como su luna. No podía brillar por sí mismo, pero esperaba a los momentos de eclipse para nutrirse de su luz.

Quería decírselo, por muy cutre o estúpido que aquello se escuchara. Tamaki quería decírselo en voz alta; quería agradecer a Mirio, por ser quien era y nadie más.

Abrió la boca, pero ningún sonido salió de ella.

Mirio sonrió, como si tuviera toda la paciencia del universo para un medio elfo temeroso como lo era Tamaki.

Pero se le esfumó la sonrisa en cuanto observó por detrás del hombro de Tamaki.

Y él se tensó, también —no solo por la mueca de furia en la que acababa de transformarse el rostro de Mirio, sino por la sorpresa que le generó ver al gigantesco gecko dejar de patalear como si fuese una tortuga para erguirse sobre sus patas.

La criatura irguió su propio cuello, del cual salió un capuchón de piel rugosa que se elevaba tan alto como su cornamenta. Dejó escapar un amenazante siseo mezclado con rugido hacia el mismo lugar que Mirio observaba detrás de su hombro.

Tamaki se dio la vuelta, entre aterrado pero impaciente por saber qué significaba todo aquello.

—¡Tamaki! —gritó Mirio—. Apártate.

Mirio trató de darle un empujón hacia el costado, pero Tamaki se plantó firme. Él podía ser un inútil y un torpe —y sabía que Mirio buscaba protegerlo, pero también quería hacer valer aquello que le dijo.

El rubio desenfundó la espada de la Guardia Real. Era un gigantesco pedazo de acero que debía medir cerca de un metro y pesar poco menos de diez kilos.

Era igual de imponente que su portador.

Tamaki también sacó, con dedos temblorosos, el arco que colgaba de su hombro y con él, una flecha de punta de acero.

Le fue casi imposible apuntar cuando vio lo que tan alerta puso a Mirio y al gecko.

Todo un nuevo escuadrón de guardias y caballeros salía de la entrada del castillo que planeaban atacar. Los dedos de Tamaki titubearon al ver la cantidad de soldados armados hasta los dientes y con armaduras impenetrables, mientras que ellos eran solamente dos muchachos y... un gecko gigante.

Los Firewalkers estaban demasiado ocupados con el resto de los guardias esparcidos por toda la ciudad. Tamaki no podía saber cuántos dragones y jinetes habían caído, pero el número había decrecido bastante desde el día anterior.

—Mirio... —musitó Tamaki sin dejar de ver a los guardias—. ¿Qué vamos a...?

—Crearé una abertura —dijo el muchacho mientras se posicionaba para correr con la espada en lo más alto—. Tú trata de bajar a los del frente con las flechas, son los escuderos y los que más me impedirán entrar.

—Ni siquiera tengo tantas flechas...

Tamaki tragó saliva. Observó a Mirio, quien no parecía dispuesto a flaquear bajo ningún motivo.

El gecko, a su lado, seguía siseando furiosamente como un lagarto enfurecido; rasgando la tierra con las aterradoras garras de sus patas y los ojos como rendijas fijos en los guardias. Mirio sonrió un instante, mientras acariciaba detrás del capuchón de piel púrpura que había desplegado la criatura.

—Eres buen chico, eh... señor gecko —Mirio rió—. Recuérdame que te ponga un nombre cuando todo esto termine.

Le respondió con un pequeño rugido. Tamaki no podía creer que ese bicho gigantesco y amenazante fuese el mismo que la bestia inocente que cazaba mariposas el día anterior.

—A la de tres, Tamaki —dijo Mirio mientras acomodaba el mango de la espada—. Uno...

Tamaki levantó otra vez su carcaj. Acomodó a duras penas una flecha en dirección hacia uno de los guardias más gigantescos que lideraban la marcha alrededor de la estatua de Toshinori El Magnífico en los jardines de la entrada.

Cargaba un hacha tan afilada que podría haberlos partido en dos.

—Dos —Mirio continuó.

Tamaki entrecerró un ojo tras tensar su arco.

—¡Tres! —gritó Mirio—. ¡Tamaki, ahora!

Mirio comenzó a correr en dirección a los guardias, quienes ya se habían percatado de su presencia. El gecko también comenzó a moverse dando saltos, enseñando su lengua bífida y apuntándolos con su cornamenta triple como si fuera un toro.

Tamaki soltó su flecha.

Solo que... nunca fue capaz de descubrir en dónde aterrizó.

Y se sintió un inútil por un momento, pero luego descubrió lo que en realidad estaba ocurriendo: todo el perímetro estaba llenándose de humo.

No era humo de fuego —no olía como a quemado, pero sí como si algo demasiado apestoso estuviera haciendo ebullición. Los guardias comenzaron a gritar órdenes, desesperarse, pero no consiguieron evitar ser engullidos por aquella repentina capa de humo...

¿Rosado?

El gecko también se detuvo, siseando hacia el humo que amenazaba con tragarlos también. Mirio se quedó quieto, observando confundido cómo los guardias empezaron a chillar despavoridos mientras trataban de huir de la neblina rosada.

—Pero, ¿qué...? —empezó a musitar confundido.

La mayoría de ellos huían con su piel llena de ampollas. Tenía la piel en carne viva: se rascaban las costras, lo cual solo provocaba que las heridas explotaran, llenas de sangre y de pus.

Tamaki tuvo deseos de vomitar.

Creyó ver algo sobrevolando por encima de la niebla rosada. Era demasiado pequeño para ser un dragón, pero no tan pequeño para ser un ave común y silvestre.

Alguien vestido de negro montaba a sus espaldas. Tamaki abrió los ojos con sorpresa al descubrir que era quién arrojaba unas esferas que explotaban en el aire y provocaban todavía más neblina rosa.

—¡Mirio! —gritó Tamaki con horror—. ¡Aléjense de ahí!

El gecko ya había huido hacia los bosques, pero Mirio todavía se encontraba a escasos centímetros de la letal neblina rosa.

Tamaki sintió como si el corazón se le fuese a salir por la garganta. Intentó correr hacia Mirio, pero tropezó en el intento.

—¿Huh? —Mirio preguntó, confundido.

Intentó gritarle otra vez, pero su voz era opacada por los agónicos gritos de los guardias que se quemaban vivos; podía escuchar el ruido metálico de las armaduras intentando ser arrancadas.

—Mirio... —Tamaki musitó—. ¡Mirio!

Una sombra dando brincos se acercó hasta Mirio. Tamaki no podía distinguirla entre tanto caos, pero estaba casi seguro que llevaba vestido y el cabello largo.

—Tu novio tiene razón —exclamó una muchacha—. ¡Tokoyami los distraerá mientras encontramos otro fuerte para luchar!

—¿Quién eres? —preguntó Mirio bastante sorprendida.

—Soy amiga de Ochako Uraraka —contestó la muchacha—. Pero eso no es importante, ¡hay que correr!

Tamaki vio como la chica tironeaba de Mirio para correr otra vez en dirección al bosque, ella saltando y Mirio a los trompicones por detrás.

Se dio la vuelta para dar una mirada a Tamaki, todavía tendido sobre el césped.

—¡Tamaki! —gritó Mirio a todo pulmón.

Tal vez escuchar su nombre le dio las suficientes energías para levantarse otra vez. Y para salir trotando de allí, incluso torpemente, en dirección al bosque y lo suficientemente lejos de la niebla rosa.

Siguiendo a una extraña muchacha que saltaba de forma tal que a Tamaki le recordaba a una rana.

Tamaki no se equivocó en que aquella extraña muchacha le recordaba a una rana.

Su nombre era Tsuyu Asui y era una mujer rana. La muchacha los condujo hasta cerca de un arroyo, al cual ella misma se acercó dando saltitos para sacar un poco de agua ahuecando sus manos.

Se bañó la cara y los brazos, suspirando de alivio. Tamaki y Mirio la observaban algo estupefactos, compartiendo miraditas entre los dos. Ninguno se atrevía a decir nada.

Al fin —dijo la muchacha—. El viaje fue tan rápido y tan largo...

—Eh, disculpa... —Mirio se rascó la cabeza mientras reía—. ¡No es que quiera ser grosero, señorita! Es solo que...

Tsuyu Asui giró la cabeza y les observó con sus grandes ojos saltones. Si bien su apariencia era completamente humana, el brillo en su mirada albergaba algo todavía salvaje.

Y también la inocente curiosidad de las criaturas silvestres. Ella se llevó un dedo a los labios.

—¿Sí? —preguntó—. ¿Estarás preguntándote de dónde salimos, Mirio?

El Capitán dio un respingo al sentir su nombre de una forma tan casual de la boca de aquella extraña. No se habían presentado, por lo que Tsuyu debió haberse tomado libertades al escuchar a Tamaki musitar su nombre.

Mirio rió incómodamente. Observó a Tamaki en busca de apoyo, pero él estaba demasiado anonadado como para mover un solo músculo.

—Si no es mucha molestia... —Mirio carraspeó—. Queremos saber quiénes son nuestros salvadores...

Tsuyu siguió parpadeando, curiosa. Les sonrió con ternura, como si le conmoviera la ignorancia en la que se encontraban los dos.

En ese mismo momento, el batir de unas gigantescas alas emplumadas interrumpió. Tamaki vio como un majestuoso grifo —un animal con cuerpo de león, alas de águila y una aterradora cabeza de cuervo— aterrizaba no muy lejos de los tres.

Tamaki dio un saltito, chocando con el pecho de Mirio. El muchacho le apretó los brazos.

De él bajó un muchacho todavía más extraño. Tamaki había visto muchas cosas, pero...

El chico podría haber parecido un humano común y silvestre, de no demasiada altura y bastante normal... si tan solo le observabas del cuello hacia abajo.

Su cabeza era la de un cuervo, exactamente como la de su grifo.

Tamaki no quería ser grosero, por lo que se aguantó la mueca aterrada.

—¡Tokoyami! —exclamó Tsuyu tras ponerse de pie, los ojos iluminados por una sonrisa—. ¡Estás bien!

Era difícil decir que alguien con una cabeza de pájaro podía sonreír, pero Tamaki estaba casi seguro que el tal Tokoyami se veía complacido. Asintió hacia Tsuyu, mientras la muchacha saltaba hasta su lado y le rodeaba el cuello con los brazos.

Era un brazo extraño, pero también bonito. Como si una rana tuviese un cuervo por mejor amigo.

—Es gracias a ti —dijo el chico con voz de ultratumba—. Sigo luchando, gracias a tus cuidados.

—Eh... —musitó Mirio, sintiéndose incómodo por el íntimo momento—. No es que quiera ser grosero, otra vez, pero...

Tsuyu y Tokoyami dejaron de mirarse. El chico se veía avergonzado, pero para Tsuyu aquello lucía como si fuese demasiado divertido.

Luego de una incómoda presentación que Mirio dirigió, las cosas se quedaron silenciosas un momento —por suerte, la chica presente era algo charlatana y no tenía vergüenzas.

—Somos amigos de Ochako y su grupo —comentó Tsuyu—. ¡Ella envió a las ranas a buscarme!

—¿Las ranas...? —inquirió Tamaki. Algo hizo conexión en su cabeza—. ¡Espera! ¿Ustedes son...? ¿Esos dos amigos que cuidaban de unos niños?

—¡Oh! Hablan del pequeño Kota y la dulce Eri —dijo Tsuyu, sonriente—. Descuida. Los dejamos en un lugar seguro. Los tres queríamos venir a ayudar.

Tamaki se preguntó quiénes tres, pero el chillido del grifo le respondió su duda. Tsuyu acarició su emplumada cabeza, la cual el animal terminó frotando en la mejilla de la muchacha.

Puede que aquel bichajo fuese adorable, pero no dejaba de tener unas aterradoras garras y un pico capaz de destrozarte entero.

—Este es Dark Shadow —presentó Tsuyu—. Es un gran amigo.

—Y mi compañero —agregó Tokoyami, orgulloso—. Aunque a veces es un poco interesado...

Dark Shadow le respondió con otro chillido, casi como si comprendiera sus palabras. Tokoyami chasqueó la lengua, rebuscando en la aljaba de su cinturón una manzana para lanzarla en el aire.

El grifo la atrapó sin problemas y la engulló. Tamaki seguía aterrado.

—Así que... —Mirio empezó—. ¿Esas bombas de humo...? ¿Eran ustedes dos?

Tsuyu y Tokoyami compartieron una miradita cómplice. La muchacha suspiró, por alguna razón.

Tamaki tuvo mala espina de aquello.

—Técnicamente, era yo quien las arrojaba —dijo Tokoyami—. Pero...

—Son obra de alguien más —Tsuyu habló—. Alguien a quien encontramos en el camino.

Mirio debió haber estado por inquirir de quién se trataba, pero casi por arte de magia, un par de voces fueron escuchadas a la distancia junto con un rugido al que Tamaki ya se había acostumbrado.

Pertenecía al gecko. Al tonto y fiel gecko que los acompañaba.

¿Crees que podamos venderlo? —preguntó una voz masculina—. No sé si valdrá más como mascota, o matarlo y vender sus partes...

¡No seas idiota! —chilló una chica—. ¿Quién compraría un gecko gigante como mascota?

¿Yo que voy a saber? —farfulló el muchacho—. En este reino hay gente muy rara...

Bueno, pero nadie quiere comprar cosas en estos tiempos. ¡Caeremos en desgracia!

Eso es porque ese pelirrojo dragón nos ha robado nuestra máscara —gruñó el chico—. ¡Pero vinimos aquí para hacerle pagar!

¡Diez años de esclavitud! —dijo ella con emoción, aplaudiendo y riendo—. ¡Eso es!

Tamaki siguió a Mirio en lo que se acercaban a las curiosas voces que revoloteaban alrededor del gecko. Lo primero que Tamaki vio fue al lagarto gigantesco descansar sobre el césped, moviendo la cola como si se tratara de un cachorro.

Al lado de su colosal cuerpo, las dos figuras que charlaban animadamente acerca de venderlo como si fuese un saco de patatas parecían quedar opacadas. Tamaki tuvo que entrecerrar los ojos, pero no tardó mucho en identificarlos.

Él era alto, flacucho y llevaba cabello negro. Tenía una sonrisa casi plastificada en su rostro larguirucho.

Ella era más bajita y tanto su pelo como su piel... eran de color rosa. Era mucho más curvilínea, pero todo eso quedaba opacado con los extraños cuernos que brotaban de su cabeza.

—Pero, ¿y estos dos...? —inquirió Mirio—. ¿De dónde sacaron a estos engendros?

—Ah, esos son Sero Hanta y Ashido Mina —agregó Tsuyu, que apareció repentinamente a sus espaldas. Tamaki dio un salto—. Curiosamente, los escuchamos hablando en una taberna en la que nos detuvimos un instante esta mañana...

—Complotando una vil venganza contra un presunto ladrón —agregó Tokoyami al otro lado—. Son dos estafadores de mala muerte que cargaban un montón de trastes con ellos dos.

Y Tamaki no dudaba de ello. Ambos llevaban ropas sin combinar, posiblemente sin lavar, y que les hacía ver como par de viajeros vagabundos que recorrían el reino en busca de propina.

—Entre ellas, la bomba de humo —habló Tsuyu. A Tamaki le sorprendía la forma en que completaban las oraciones del otro—. Resultaron ser muy útiles, al menos.

—Una cosa buena... —Tokoyami se cruzó de brazos.

—Y, al parecer, odian a Kirishima por robarse una máscara —continuó Tsuyu—. Accedimos acercarlos hasta Kirishima, pero tenían que aliarse a nosotros durante la guerra.

—¿Kirishima...? —Tamaki preguntó sorprendido—. ¿Le harán daño?

Tamaki no había tenido tanto trato como el chico pelirrojo y medio dragón, pero siempre había sido muy dulce, ruidoso y divertido. No podía concebir que dos locos le lastimaran.

—Descuida, no le harán daño de verdad —Tsuyu rió—. Parecen tener solo una neurona entre los dos.

—La cual se turnan para usar —Tokoyami suspiró—. El poco tiempo que realmente la usan.

Tamaki no iba a replicar. Lo que Tokoyami decía parecía no estar muy lejos de la realidad.

Nadie que hablase acerca de hacer sopa de gecko parecía ser... muy inteligente.

Mina y Sero seguían discutiendo qué hacer con el gecko, ignorando totalmente la presencia de los cuatro recién llegados —y de Dark Shadow, además—, exclamando qué cosas comprarían con las ganancias.

El gecko era ajeno a la situación. Tamaki deseaba con todas sus fuerzas tener aquella paz en medio de la crisis.

¿Por qué no había podido nacer como gecko?

Sintió la pesada mano de Mirio sobre su hombro. Cuando se giró a verle, el rubio le sonreía. Su sonrisa siempre era demasiado adorable y difícil de soportar sin devolverla, según Tamaki.

Era como si un niño pequeño te sonriera con malicia y complicidad. Aunque Mirio fuese un guerrero experto y un capitán sin temores, conservaba la inocencia infantil en mundo que todos parecían haberla perdido.

—Supongo que hay que cubrir a los Firewalkers en la ciudad —dijo Mirio—. Ya somos seis, un grifo, y un gecko... y Shoji debe estar resistiendo en las calles...

—Qué alentador —Tamaki resopló—. Mirio...

Se calló al instante al sentir uno de sus dedos encima de los labios. Tamaki le observó curioso.

—No digas nada —Mirio sonrió—. Ya habrá tiempo de que hablemos después.

Tamaki sintió que le martilleaba el corazón. ¿Y si no había un después?

Pero Mirio lucía tan confiado que era imposible pensar que no saldrían victoriosos mientras resistían por los muchachos en el castillo. Eran la última esperanza.

Y Tamaki prometió a Midoriya que les cubrirían las espaldas. Solo tenían que esperar a que el Rey Endeavor no se pusiera muy exquisito y escuchara realmente las palabras de su hijo.

—Es nuestro trabajo —Tsuyu se puso de pie, sujetando la mano de Tokoyami—. Yuuei nos necesita...

Hizo una pequeña pausa en la que Mirio y Tamaki también se ponían firmes. Él mismo se sorprendió cuando sus manos de igual forma se entrelazaron, pero no precisamente por la iniciativa del capitán.

Había sido su iniciativa.

Quizá Mirio no quería hablar antes de la guerra. Tamaki creyó que lo único que le quedaba en ese momento era comunicarle lo que sentía a través del resto de los sentidos.

—Nos necesita a todos —terminó Tsuyu—. Así que vamos a luchar.

—¡A luchar! —Mirio exclamó, alzando la espada que cargaba en su otra mano—. ¡Por Yuuei!

Tamaki sonrió, tembloroso.

Quizá por fin podría encontrar un sentido a su minúscula existencia.

Quizá podría hacer algo que le hiciera sentir que vivir y luchar... valían realmente la pena.

Observó a Mirio de costado. Su sonrisa confiada, sus pequeños ojos azules, sus amplios hombros y su mortífera espada.

Tamaki estaba casi seguro que valía la pena luchar y vivir por todo eso.

Luego de una pequeña reunión entre todos, acabaron decidiendo la forma en que atacarían la ciudad. Lo primordial era deshacerse de todos los que lucharan a distancia y que pudieran significar una amenaza para los Firewalkers.

Debían preservar a los dragones. Si lucharían pronto contra una horda de demonios, los dragones eran realmente la única cosa que haría la diferencia entre vivir o morir.

Tokoyami y Dark Shadow atacarían desde los cielos. Tsuyu surcaría los techos, saltando entre los tejados y sorprendiendo a los guardias con armas arrojadizas embebidas en veneno natural.

Sero y Ashido no parecían ser muy útiles en una guerra, pero tenían muchos artilugios trampa. Acordaron que irían a lomos del gecko —y Tamaki sintió desconfianza al verlos sonreír maquiavélicamente— causando desconcierto con sus trampas de humo o intoxicándolos con otras cosas que cargaran.

Shoji, el carcelero, también apareció en cuanto se adentraron a la ciudad, con su máscara cubriéndole la mitad del rostro y tan silencioso como siempre. El chico estaba empapado en sangre, pero no tenía ninguna herida grave a la vista. Era incluso más alto que Mirio —no le sorprendía que pudiera sobrevivir de una manera impresionante.

—Yo tomaré el frente, Tamaki —dijo Mirio con decisión—. Seré la carnada de los guardias. Vendrán a atacarme al instante, al menos por el honor... a todos ustedes podrían confundirlos con civiles y negarse a atacar.

—Mirio —espetó Tamaki—. No lo hagas...

Tamaki sentía que la voz no le salía del todo. Quería decirle muchas cosas a Mirio, pero respetaría sus deseos de quedarse callado hasta que pasaran lo peor.

Quizá decirlo antes de la guerra le haría sentir como si eso fuese el final. Como una despedida.

Pensar en despedidas le cerraba la garganta.

Cuando los demás ya huyeron a sus propias posiciones, Mirio aprovechó para acunar el rostro de Tamaki entre sus manos. Le sonrió.

—Cuando esto termine, nos iremos al campo con mi maestro —dijo Mirio—. No mentía cuando te lo dije, ese día que peleamos con tu hermana...

Tamaki sintió el nudo todavía más duro. Le era casi imposible respirar.

—Pensar en tener paz se siente como un sueño —balbuceó Tamaki—. Pero si tú me lo prometes...

—Es una promesa —Mirio rió a carcajadas—. ¿No confías en tu capi, Tamaki?

Mirio se acomodó la armadura. Tamaki rió débilmente, pero sintió un cosquilleo cuando Mirio agarró su capucha y le obligó a calzársela sobre la cabeza.

—No eres mi capitán, Mirio —espetó Tamaki con seriedad—. Eres mi compañero en armas, ¿recuerdas?

Mirio le miró con sorpresa, pero luego sonrió de forma todavía más amplia. Nunca le había visto tan orgulloso.

—Tú solo finges ser una cosita adorable y nerviosa, yo lo sé —Mirio agitó el índice en su dirección—. ¡Y estoy seguro que eres un héroe debajo de todo eso!

Tamaki le dio una media sonrisa mientras acomodaba su arco debajo del brazo. Intentó verse misterioso, firme, y letal —pero estaba tan nervioso que casi se le cayó el arco al suelo.

Si Mirio tuvo deseos de reírse y burlarse de él, no los mostró.

Y aquello era algo que Tamaki apreciaba.

—Supongo que lo sabremos muy pronto —Tamaki tragó saliva—. Vuelve a mí, Mirio.

Tamaki quiso rebanarse su propia lengua luego de soltar aquella parrafada melodramática, pero Mirio se llevó los dedos a la frente como si estuviera dándole un saludo militar a un colega.

Pero su dulce sonrisa no congeniaba con ese gesto. Era una mezcla de compañerismo y un cariño infinito; una mezcla reservada solo para Tamaki.

—Siempre, Tamaki.

Mirio se perdió entonces en el campo de batalla.

Se dio la vuelta una última vez para sonreír a Tamaki. Su sonrisa brillando con el sol y el fuego de los dragones en el cielo.

Y Tamaki también le sonrió una última vez.

Todo ocurrió en un suspiro desde la última sonrisa. Así fue como, tristemente, lo sintió.

Tamaki perdió la noción del tiempo mientras luchaba. Olvidó completamente a cuántos guardias hirió para inmovilizar, o cuántas flechas siquiera quedaban en su carcaj.

Ya no supo quién iba ganando. O si sus aliados habían caído. Si ya no quedaba nadie más en el mundo excepto él; o si sus enemigos le tenían rodeado para abatirle.

Si habían transcurrido segundos, minutos, horas, días o semanas.

O incluso una eternidad completa.

Todo perdió el sentido en un fogonazo que cruzó delante de sus ojos cubiertos por los largos mechones de cabello oscuro; sudado, lleno de sangre que se resecaba y también algunas lágrimas.

Fue rápido. Fue letal. Fue inminente.

Tamaki solo tuvo una milésima de segundo para desear no haber visto su cabello rubio en la distancia.

O la forma en que su brazo de la espada se torcía en un ángulo que no debía ser normal. Obligándole a pelear con un brazo al que no estaba realmente acostumbrado, siendo totalmente incapaz de utilizar un escudo que le protegiera allí dónde la armadura no podía.

Ya no brillaba junto al sol o el fuego de los dragones. No estaba seguro de que hubiese dragones encima de sus cabezas en ese momento.

Todo ocurrió demasiado deprisa.

Tamaki tembló. Sus ojos se abrieron de forma desmesurada. Él estaba demasiado ocupado intentando desarmar otro guardia. ¿Habrían sido compañeros? ¿Tal vez amigos?

Quiso advertirle, pero la voz no le salía.

Y solo pudo divisar al segundo guardia que se acercaba por su espalda. Uno del que se percató demasiado tarde.

Porque cuando se giró a enfrentarle, Mirio ya no tenía demasiadas posibilidades.

Tamaki vio el exacto momento en que la espada del segundo guardia lanzaba un tajo al rostro de Mirio y se lo mutilaba por completo.

Tamaki solo pudo escuchar su propio grito, seguido del metal cortando los tejidos humanos en una desgarradora cacofonía de muerte

Después, casi sin darse cuenta, dos flechas zumbaron desde su carcaj hasta su arco, y de ahí a las gargantas de los dos guardias que hirieron a Mirio.

La sangre brotó al instante. Oyó un último grito suplicante de aquellos que hirieron a Mirio; y, aunque estuviera realmente sorprendido, no le importó aquello.

No le importó asesinar a sangre fría.

Tamaki entonces tiró su arco al suelo. No se quedó a observar las consecuencias de sus acciones —los guardias gorjeando entre la sangre que salía de sus bocas por las heridas internas—, sino que optó por correr a donde Mirio seguía tambaleándose, cubriéndose la mitad de la cara. Su otro brazo permanecía inerte —también brotaba una gran cantidad de sangre de la daga que le habían clavado en el centro de las venas.

Pero incluso aunque Mirio se cubriera, Tamaki podía ver el líquido carmesí escurriéndose de entre sus dedos. Se detuvo ante él, impávido, sin saber cómo obrar exactamente.

¿A qué estaba esperando? ¡Tenía que sacar a Mirio del campo de batalla!

—Ta-... Tama-... —Mirio balbuceó pero no pudo terminarlo porque la sangre le tapaba la boca.

Se desplomó sobre sus rodillas. Tamaki fue lo suficientemente rápido para atraparlo entre sus delgaduchos; pero el peso de Mirio era demasiado, y eso provocó que ambos se desplomaran contra los húmedos adoquines de la ciudad.

Tamaki cayó sobre los huesos de sus rodillas y sintió un agudo dolor. Se mordió la lengua, porque en ese momento no había nada más importante que proteger a Mirio. No había lugar para lloriqueos infantiles.

La ciudad seguía siendo un caos. Los Firewalkers seguían defendiendo el cielo. Su escaso ejército continuaba resistiendo en las calles.

Y Tamaki debería haber seguido luchando con ellos, pero la simple idea de perder a Mirio hizo temblar todos sus cimientos.

El sueño fantasioso de escapar al campo, a la casa del maestro de Mirio, solo los dos, a lomos del estúpido gecko de ojos saltones...

Se sentía como si se evaporara poco a poco de sus manos.

—Mirio. Mirio. Mirio —Tamaki dijo con la voz rota—. No pasa nada, no hirieron nada vital... vas a estar bien... volviste a mí, Mirio. Todo estará bien...

Aunque eso no le quitaba la gravedad al asunto. Tamaki solo quería mentirse a sí mismo. Convencerse de que todo estaba bien. Bien. Bien. Bien.

Tamaki sintió un escalofrío cuando Mirio retiró su mano empapada en sangre.

Tenía un profundo corte que comenzaba detrás de su oreja, completamente rebanada y se inclinaba en línea recta hacia arriba, atravesando su ojo y llegando al puente de la nariz.

La sangre manaba a chorros. Tamaki ni siquiera podía decir que Mirio conservaría su ojo, ya que la espada atravesó tan fuerte que incluso dejó colgando la carne de sus párpados.

También estaba seguro que podía ver un poco del hueso de sus pómulos. Habían cortado tan profundo que la sangre brotaba a raudales de cada rincón de la herida.

Se le revolvió el estómago. Ni siquiera por el asco —sino por la furia.

Aquellos tipos que seguían retorciéndose en un charco de sangre, con las flechas de Tamaki clavadas en la garganta... llevaban armaduras de la Guardia Real.

Habían jurado lealtad a Mirio. Y así es como pagaban su honor.

Recordó el odio del muchacho que fue asesinado en la entrada de la mansión de los Iida. Sus ojos envenenados con la traición.

¿Acaso no podían ver que Mirio Togata solo quería lo mejor para todos?

¿Que deseaba un mundo en el que no debieran servir a un tirano como el Rey Endeavor?

Mirio abrió la boca para decirle algo, pero de ella solo salían balbuceos ahogados por la sangre. Se había empezado a poner más pálido.

Tamaki se arrancó la capa y trató de presionar sobre la herida de Mirio. Era demasiado grande como para evitar la pérdida de sangre.

—Te protegeré —Tamaki le sonrió; incluso si temblaba por el miedo de perderlo—. Nadie más te hará daño.

Mirio otra vez trató de hablarle, pero fue todo en vano. No conseguía decir nada.

Tamaki sintió que le temblaban los labios. Empezaba a tener incluso la visión borrosa, pero se aguantaba las lágrimas como podía.

La única que podía curar a Mirio era Uraraka; y ella estaba luchando adentro del castillo. O tal vez estuviera ya muerta.

Todos podrían estar muertos.

Y Mirio podría seguirles.

Tamaki podía ser el único que quedaría en pie.

Y todo... ¿para qué? ¿Y si de verdad era el príncipe mestizo de la profecía?

¿De qué había servido que tantos se sacrificaran por protegerle —Mirio, Midoriya...— si al final el destino de Tamaki era entregar su vida a cambio del bienestar de todo el reino?

Sintió la mano temblorosa y pálida de Mirio dirigirse hasta su mejilla, manchándole la piel y las puntas del cabello con su sangre. Tamaki creyó que querría acariciarlo, pero en realidad utilizó uno de sus dedos para secarle una traicionera lágrima.

Aquello le hizo estallar en llanto.

Todo en su interior explotó.

—Mirio, aguanta —susurró Tamaki—. Por favor, resiste por mí...

—Ta-...

La voz de Mirio salió demasiado ahogada. Apenas podía hablar, pero se las ingeniaba para sonreír con dulzura a ese medio elfo con el que habían vivido tantas aventuras y horrores.

Recordó la sensación de verlo caer por la grieta que abrió Nejire en el bosque. Tamaki apenas comenzaba a entender lo que sentía, pero le fue inevitable sentir como si su corazón no cayera junto con Mirio al abismal y oscuro vacío.

No podía morir de una forma tan estúpida. Un guerrero como Mirio no podía morir así.

Mirio debería morir siendo un anciano, rodeado de hijos, nietos, amigos... de la persona que amaba.

En la comodidad de su hogar, en su habitación llena de todas sus pertenencias y recuerdos.

Mirio tenía que morir pensando en todas las hazañas cometidas: sintiéndose orgulloso de haber vivido tanto para poder partir con una sonrisa, sabiendo que alguna vez fue un gran héroe.

No arañando a la vida, a una edad tan joven. No a manos de aquellos que fueron sus compañeros.

Tamaki sollozó. Se sintió como un niño sensible, pero toda la situación era demasiado para él. Otra vez creyó verse a sí mismo en los confines del palacio de su hermana en Svartalf; siendo el mocoso violentado y discriminado por su sangre que alguna vez fue.

—Creíste en mí —Tamaki se sacudió inconscientemente por los espasmos—. Lo dejaste todo, porque no pudiste matarme...

Mirio solo le miraba con sus pequeños ojos azules. Bueno... con su ojo sano, por supuesto. Tamaki nunca se los había visto con tanta atención; solía desviar la mirada, ya fuese por vergüenza o porque no creía ser lo suficientemente digno.

Se odió por no haber aprovechado más de la vista. El azul de sus ojos era más hermoso que los cielos de Svartalf.

—Mirio... te quiero —Tamaki dijo con voz trémula—. Te quiero, y no quiero que te vayas.

Mirio no le respondió. Seguía mirándole fijamente, con su cuerpo casi inmóvil por el shock que le provocaba perder tanta sangre.

Casi creyó que estaba sonriéndole. Llorando.

Pero todo podía ser producto de su desesperada mente que deseaba una respuesta que le confirmara que estaba todavía con él.

Apenas se movía. Tamaki lo sujetó más fuerte contra su pecho.

—Te buscaría en cualquier vida, Mirio —Tamaki musitó una última vez contra su oído—. Tú me encontraste en esta, y yo te buscaré en todas las demás.

Tamaki no se atrevía a dejarlo ir.

Sabía que Tsuyu, Tokoyami y los demás andaban revoloteando cerca de él. Ninguno se acercó lo suficiente; no tenía sentido.

Incluso si Tsuyu pudiera curarlo, no lo conseguiría en medio de un campo de batalla.

Tamaki debía parecer un loco aferrado al cuerpo moribundo de Mirio, llorando como si la vida entera se le fuera en ello.

Tal vez lo hacía. Tamaki no podía concebir un mundo donde no existiera la sonrisa inquebrantable de Mirio.

No era algo natural.

Quizá él debía morirse, también. Ser el príncipe del sacrificio... acabar con todo aquello de una vez...

Tal vez así, Midoriya y Todoroki podrían honrar sus memorias. Uraraka y Sir Tenya. Bakugo y Kirishima, la Comandante Yaoyorozu y Jirou... todo Yuuei...

El mundo tenía esperanzas.

Tamaki solo debía dar un paso al frente...

—¡Tamaki! —Escuchó el grito de Tsuyu—. ¡Aléjate de ahí!

—¡Los arqueros! —gritó Tokoyami que sobrevolaba sobre sus cabezas a lomos de Dark Shadow—. ¡Te matarán!

—Corre, Tamaki —exclamó Tsuyu, trepada a los techos de una casa—. ¡Ya no hay nada que hacer!

—Yo... no...

Tamaki supo entonces a lo que Tsuyu y Tokoyami se referían.

Vio marchar todo un regimiento de arqueros a una distancia demasiado cercana.

No había hacia dónde correr con Mirio a cuestas. Detrás de sí, todo era escombros. Adelante, los arqueros marchaban con sus letales flechas.

Pero si lo dejaba...

Dejar a Mirio atrás...

Tamaki observó una última vez su rostro, ahora con los ojos cerrados. Si no fuese porque respiraba débilmente y su pulso golpeaba bajo su dedo, cualquiera podría haber dicho que Mirio estaba muerto.

Seguramente pronto lo estaría.

—¡Tamaki! —Tsuyu gritó otra vez desesperada—. ¡Ya no hay tiempo!

Dark Shadow chilló en los cielos. Volaba demasiado cerca de Tamaki, incluso si Tokoyami trataba de controlarlo.

Los dragones rugían en la distancia. Qué bien le hubiese venido que Kirishima acudiera al rescate...

Pero nadie acudiría.

Tamaki estaba solo. Solo con una decisión.

Dejar a Mirio atrás. Huir. Intentar luchar y hacer que la vida del muchacho valiera la pena.

Su brazo de la espada estaba destrozado. Su cara, mutilada. No podría decir con exactitud cuántos litros de sangre acababa de perder. Y aún así...

—No puedo dejarte —Tamaki sollozó entre dientes, apretando su mano sana con una de las suyas—. Mirio, no voy a dejarte.

—¡Tokoyami! —escuchó otra vez a Tsuyu—. ¡Sujeta a Tamaki!

—¡No puedo controlar a Dark Shadow! —espetó Tokoyami—. ¡Actúa por su propia cuenta!

Dark Shadow se retorcía en el aire; Tokoyami luchaba por mantenerlo en el aire. Tsuyu exclamaba algo desesperada, saltando de techo en techo para llegar justo a tiempo para alejar a Tamaki de la zona del fuego.

—¡Arqueros! —dijo el líder de la tropa—. ¡Apunten!

La sinfonía de medio centenar de arcos que se tensaban erizó los vellos de la nuca de Tamaki.

Mirio todavía respiraba débil entre sus brazos. Su rostro, si quitaba toda la sangre, mugre y las heridas... casi podría haber dicho que se veía en paz.

Tamaki se lo acarició con los nudillos.

—No me iré de tu lado —sonrió Tamaki entre las lágrimas—. Cuando nos escapamos dijiste que no dejarías que me maten, ¿lo recuerdas?

Tamaki sonrió entre las lágrimas, las cuales murieron sobre el sereno rostro de Mirio.

—Pues yo tampoco dejaré que te maten, Mirio.

Su voz era casi un débil suspiro.

—Porque voy a morir contigo.

Escuchó a Tsuyu gritar una última vez. Dark Shadow y los dragones chillaron en el aire. Sintió que el aire se ponía extremadamente tenso de repente.

Algo impactó contra el suelo hecho escombros detrás de ellos. Pero Tamaki ya no le daba importancia a nada de lo que ocurriera a su alrededor.

Había prometido a Midoriya que resistirían. Nada le dolía más que faltar a su palabra, pero confiaba en que Tsuyu y los demás lo harían por ellos dos.

Removió el cabello rubio de Mirio de su cara. Quería verlo una última vez.

Tamaki sonrió. Era una sonrisa triste, pero también una feliz.

Porque nada podría haberlo hecho más feliz que poder pasar sus últimas horas al lado de Mirio. No existía una mejor forma de morirse que a su lado.

—Gracias —dijo ya sin llorar—. Gracias por confiar en mí.

—¡Fuego! —chilló el líder de los arqueros.

Tamaki abrazó el cuerpo de Mirio. Lo envolvió con sus largos y delgados brazos, incluso si no era capaz de cubrirlo por completo.

No le importaba ya. Con quedarse a su lado en los momentos finales era suficiente. Lo demás no tenía relevancia.

Tal vez se encontrarían en la otra vida. Tal vez vería a su madre y conocería a su padre humano. Podrían ser una familia. Podría tener una infancia feliz.

Tal vez vería a Nejire. Y ella sonreiría como siempre lo hacía, y él se disculparía por asesinarla.

Era un pensamiento estúpido. Pero la gente no pensaba muchas cosas coherentes estando al borde de la muerte.

El cielo se bañó de flechas. Tamaki ya no era capaz de ver los dragones volando el cielo celeste de media mañana.

Pero había visto los ojos de Mirio. Con eso alcanzaba para toda la eternidad. Lo que sea que esa eternidad durase a su lado; incluso si tan solo eran los últimos segundos de vida que les quedaban en la tierra.

Cerró sus propios ojos. Esperó el inminente fin. Con suerte, una flecha le daría lo suficientemente rápido en el corazón.

Todo pasó demasiado rápido.

El mundo entero se convirtió en una cacofonía de sonidos. Un grito. Un rugido. Las flechas impactando contra la carne todavía viva...

Un chillido lastimero.

Tamaki había pensado que todo ocurriría demasiado rápido, y así lo hizo.

Pero no se suponía que él siguiera consciente para contar la historia.

—¡No! —Alguien gritó a sus espaldas—. ¡No...!

Tamaki tenía miedo de abrir los ojos. Quizá sí estaba muerto.

Quizá sólo era un espíritu vagando alrededor de su propio cadáver, todavía aferrado a Mirio.

Pero un espíritu no podría sentir todavía la calidez que Mirio desprendía...

Y tampoco sentiría el horror de aquella persona gritando a sus espaldas, suplicando a pesar de que no sería escuchado.

Tamaki abrió los ojos.

Comprendió entonces lo que estaba ocurriendo.

Y quizá fue toda la situación del momento lo que le hizo encajar algunas piezas en su cabeza, que seguía maquinando.

El grito a sus espaldas era de Tokoyami.

Y alguien, adelante de sus propios ojos, dejaba escapar un último suspiro adolorido tras haber recibido la lluvia de flechas que debieron asesinar a Mirio y a Tamaki.

La boca de Tamaki tembló, contemplando el horror de lo que acababa de ocurrir.

Lo que había ocurrido por su culpa.

Tokoyami seguía gritando. Nadie más estaba junto con ellos.

Tamaki no podía dejar de observar a quien se había sacrificado por ellos dos. Quien, en un intento desesperado, saltó y enfrentó el ataque de las flechas que debían acabar por su vida.

—No... —musitó Tamaki—. No, no...

Vio sus ojos antes de que perdieran el último brillo de la vida. No podía hablarle.

E incluso si hubiera podido hacerlo, no había mucho más que decir.

—¡Dark Shadow! —gritó Tokoyami—. No... mi compañero... mi amigo...

El grifo dejó de mirar a Tamaki para observar a su amo, una última vez. Había en sus ojos animales una especie de magia que los humanos no eran capaces de definir; porque no alcanzaban el nivel de bondad que tenía un animal.

Dark Shadow desplegó sus alas. No pudo hacerlo del todo: las flechas le habían destrozado su costado derecho.

Pero, aún así, al borde de la muerte, soltó su último grito hacia el cielo.

Tamaki sintió unas manos encima de su hombro. Tsuyu acababa de aterrizar, agitada por toda la carrera, y tiroteaba de Tamaki para levantarse.

—Vamos —dijo ella con seriedad. Tenía el ojo morado—. Van a atacar otra vez...

—¡Pero, Dark Shadow...! —Tamaki exclamó—. Él...

—Se sacrificó por ustedes —Tsuyu suspiró—. Los grifos son criaturas dispuestas a morir por los humanos. Se ha ido, Tamaki...

Tamaki sacudió la cabeza. Observó a Dark Shadow, el majestuoso grifo, intentando mantenerse de pie mientras Tokoyami corría a duras penas para alcanzarle.

Tokoyami era aquello que cayó a sus espaldas contra sus adoquines. Dark Shadow le arrojó, para así saltar por ellos dos...

El chico llegó junto a la criatura. Le acarició las plumas de la cabeza, con Dark Shadow frotándose contra el hueco de su cuello mientras le susurraba una última cosa que nadie más podía escuchar.

El cuerpo del animal se desplomó entonces sobre los escombros. Tamaki vio la infinidad de flechas incrustadas por todo su hermoso plumaje.

Los dragones rugieron en la distancia, todavía más fuerte que las otras veces. Tamaki pensó que sería increíble que pudieran sentirlo; que le hicieran una especie de homenaje a otra bestia fiel como ellos.

Tokoyami se cayó junto al cuerpo de su compañero. Ya no lloraba, pero acariciaba sus plumas ensangrentadas como si todavía estuviera vivo.

Tamaki sintió que se le rompía el corazón. Todo aquello era su culpa.

Pero no tuvo tiempo de auto compadecerse, porque Mirio se removió entre sus brazos. Confirmándole otra vez, que existía vida incluso en medio de la muerte. Que había una última oportunidad para hacer las cosas bien. Para vivir. Para salvar a todos.

Los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas. No pensó que le seguirían quedando reservas. Pero allí estaba, con Mirio todavía vivo; respirando y moviéndose en el hueco que sus brazos le habían hecho.

—Mirio —musitó Tamaki—. Mirio...

Tamaki estuvo a punto de sonreír —aunque no era el momento más adecuado.

Sus planes se vieron rotos en ese mismo instante.

Vio los ojos saltones del gecko aparecer de entre las callejuelas, con Sero y Ashido montando a sus espaldas. Shoji venía detrás, cubriendo la retaguardia. Los tres estaban cubiertos de sangre, pero al menos Tamaki no tenía que sentir que cargaba con el peso de sus muertes sobre la espalda.

Tsuyu seguía tirando de él para que corrieran antes del segundo ataque de las flechas.

Pero Tamaki no les miraba. Sus ojos estaban clavados en la distancia, justo en la colina donde yacía el Castillo de Yuuei.

Una extraña calma invadió el campo de batalla. Los pájaros volaron en dirección opuesta a la colina. Toda la naturaleza pareció ponerse en pausa durante unos interminables segundos.

Y Tamaki sintió una especie de extraña perturbación en su calma...

Como si ya hubiese vivido aquello otra vez.

Como si ya conociera lo que significaba la aterradora calma antes de la tormenta.

—¿Tamaki? —inquirió Tsuyu—. Por favor, necesito que huyamos de aquí... es demasiado para nosotros...

Tamaki no le respondió.

Lo supo al instante —pero ya era demasiado tarde.

Una grieta se abrió en la colina del castillo: naciendo de sus mismísimas entrañas y destruyendo todos los cimientos en los que el castillo se sostenía.

El suelo entero se partió. La gente comenzó a gritar y correr despavorida: tanto los guardias como los civiles que se habían estado protegiendo por la zona.

Gran parte de ellos, los menos afortunados, fueron engullidos por la grieta que se abrió en medio de la colina. Era como una cicatriz inmensa que rasgaba la tierra en zigzag, tragándose absolutamente todo a su paso.

Incluso la colosal estatua de Toshinori El Magnífico se desprendió de su pedestal. Tamaki observó con sorpresa y horror, como la misma caía sobre la tierra y se despedazaba por completo.

Como si aquello fuera un símbolo.

Un símbolo de que la larga paz en Yuuei había terminado.

Y, así, una era de terror comenzaba.

Ya nadie tenía a dónde escapar.  Tamaki abrazó más fuerte a Mirio. Sus compañeros se amotinaron todos a su lado. Las tropas comenzaron a retirarse. Los dragones enloquecieron por el inminente peligro.

La ciudad entera comenzó a temblar.

Me van a matar, lo sé, me van a matar... ¡pero les juro que con este maratón se revela gran parte de lo que está ocurriendo!

Bueno, en realidad ya sé que van a querer matarme por lo otro así que... AHHHHHH *huye homosexualmente mientras agita su inmunidad legal* yo les advertí del sad........ YO LES ADVERTIIIIIII >:'v9 y está vivo... ESTÁ VIVOOOO!!!!!

Por ahora.

En fin, todos sabemos que el sad MiriTama era necesario. Habían sido los que más felices andaban por la vida (?) estaba haciendo falta un poquito de sad, pero con ¿final feliz? De momento ;;;;;; bueno, se que no tan feliz pero fjdbdjdjds y se que el capítulo técnicamente no es esencial para la trama, pero para mi era necesario mostrar a estos dos bebes que se aman mucho ;o;

Y descansa en paz, Dark Shadow u.u aunque crean que soy un monstruo, si me ha dolido hacer eso ;;;;

Ahora si, solo nos queda ver al ULTIMO grupo de este arco, descubrir el por qué del terremoto y leer al narrador sorpresa... quien tiene teorías? ;) ——>

El capítulo 50 será subido el miércoles. El 51 es súper largo, así que será subido entre el viernes y el sábado ;u;

Ahora si... se que hemos pasado ya las 200K lecturas, pero no quiero dejar de darles las gracias por todo el amor que le dan a esta historia. Los votos, comentarios, fanarts, ¡todo! Incluso cuando la recomiendan, que a veces me entero TuT DHYL sigue creciendo cada día gracias a ustedes. Y es increíble que después de casi un año y medio, 49 capítulos y mucho drama... seguimos aquí. El final esta muy cerca (estimo que terminaría en junio) y me haría muy feliz que me acompañen hasta que leamos el final de esta historia. Que les prometo será una mezcla de todo, como la vida (?) gracias, en serio gracias ♥️

Ahora recen por mí para que llegue a tiempo con todo x'D el próximo capítulo no es tan largo, ya que en realidad al último grupito lo veremos en dos capítulos (más el narrador sorpresa) #PrayForBlues (?)

No vemos el miércoles! Besitos ♥️

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