Capítulo 44

Todoroki sintió como si acabase de despertar de un eterno sueño. Un eterno y muy doloroso sueño.

Su cuerpo entero dolía. Cada fibra, cada músculo, cada hueso parecía arder en llamas con la simple acción de respirar. Todoroki ni siquiera movió más que sus pestañas para acostumbrarse a la iluminada habitación en la que encontraba.

No pudo evitar gruñir como un suspiro.

—¡Todoroki!

Shouto no consiguió reconocer la voz al principio. Seguía demasiado enfocado en su cuerpo entero que dolía —especialmente su brazo y una pierna—, pero que parecía encontrar envuelto en suaves vendas que olían a desinfectante. Se removió sobre la almohada antes de que sus ojos se ajustasen finalmente a la luz.

—¡Despertaste! —volvió a exclamar la persona, entre alegre y aliviada—. Has estado inconsciente durante dos días... ¿necesitas algo? ¿Quieres más mentas? ¿Un té? ¿Algo frío para la cabeza?

—Dos... días... —musitó Todoroki. Dio una honda bocanada de aire—. ¿Momo?

La muchacha le sonrió. Todoroki no podía distinguir mucho de la habitación ya que tenía los párpados entrecerrados para no sentir que le estallaba la cabeza. Tan solo pudo distinguir el dulce rostro de Yaoyorozu, justo delante de la brillante ventana que permitía la entrada de la luz solar.

Las sábanas eran suaves y el colchón en el que descansaba, de primera calidad. No tenía idea en dónde se encontraba —pero no era una choza ni tampoco una cabaña maloliente. Casi le recordaba a su cuarto...

Shouto trató de incorporarse con horror. Su cuarto.

¿Era aquello el castillo? Su corazón se desbocó ante la posibilidad. Momo les había atrapado. Todo estaba terminado para ellos...

—¡Todoroki! ¡No puedes moverte!

Momo trató de empujarlo otra vez a la cama por los hombros, pero solo sirvió para que Todoroki se retorciera del dolor. Su vieja amiga se alejó, horrorizada y apenada, seguramente por estarle provocando malestar a Todoroki.

Su cuerpo entero hormigueaba. Si Momo no mentía, había pasado dos días en cama. Dos días con los huesos rotos. Dos días desde...

Se le hundió el alma a los pies.

¿En dónde estaba Midoriya...?

—¿Dónde...? —preguntó Todoroki con la voz pastosa y jadeante—. ¿Dónde estamos...?

—Estamos en la mansión de los Iida, Todoroki —respondió Momo—. Togata e Inasa te han cargado hasta aquí desde el bosque...

—¿Inasa? —inquirió Todoroki—. ¿Y ese quién es?

—Eh... ya lo conocerás —Momo carraspeó incómoda. Se obligó a sonreír hacia él—. ¡Lo bueno es que has despertado! ¡La magia de Uraraka funcionó!

—¿Uraraka?

Cayó en cuenta de lo que Momo decía. Estaban en la mansión de la familia Iida —y Uraraka, al parecer le había curado. Eso significaba que sus dos amigos estaban allí mismo, en ese exacto momento.

Pero, ¿y Midoriya...?

Todoroki no tenía más que flashes de dolor desde antes de caer inconsciente. Recordaba llega a la Ciudad Imperial con el muchacho, y también haber ido a buscar la espada en la estatua de Toshinori. Recordaba la lluvia, recordaba haberlo sostenido entre sus brazos...

Luego, ya no estaba. Después de eso todo era un borrón de negrura y recuerdos que le hacían punzar la cabeza.

La mención de Togata le hizo tener un breve recuerdo del capitán. También del medio elfo, Tamaki Amajiki. Nunca pensó que volvería a verlo desde el Festival de las Estrellas donde se separaron.

Pero nada tenía sentido. ¿Por qué estaban todos de repente en la mansión de los Iida?

Momo había estado buscándolo. Cazándolo. Y ahora ella estaba allí; tranquila y con su maternal sonrisa de doncella, pero firmeza de guerrera. Si sus huesos no hubiesen pedido piedad con cada movimiento, ya se hubiese puesto en guardia.

—Calma, Todoroki —suplicó Yaoyorozu—. Hay... muchas cosas que explicar...

—Deberías explicarlas ahora —ordenó Todoroki—. Aprovecha que estoy sentado y no me puedo caer.

Su amiga se aguantó una risita. Aunque no parecía del todo sincera. Momo se veía igual de cansada y ojerosa. También, su piel se había cobrado un tono casi enfermizo.

Mucho menos dejó pasar las recientes cicatrices de garras que se escapaban por el cuello de su vestido. No recordaba haberla visto tan informal desde que eran niños.

Ella suspiró. Tomó asiento al lado de Todoroki, buscó su mano sana y la sujetó con la suficiente fuerza como para que no le doliera. Le miró con ojos brillantes, abatidos y cansados.

Todoroki tragó saliva.

—¿Has venido a escoltarme hacia mi padre? —preguntó con hilo de voz.

—No, Todoroki.

—¿Está mi padre aquí? —siguió—. ¿Crees que si me entregas a él...? ¿Te perdonará?

Ella parpadeó sorprendida de que supiera tal información. Pero Shouto había visto los carteles. Quizá Momo no tuviera idea de lo que ocurría adentro de la Ciudad Imperial.

—Yo ya no le sirvo a tu padre, Todoroki —respondió Momo—. Ni Kyoka. Ni Togata. Supongo que le agradaría más vernos muertos que vivos.

—Mi padre es un anciano desquiciado —Shouto rodó los ojos—. No tiene idea...

—Tu padre no soporta las traiciones —suspiró—. Pero menos soporta los fracasos. Muchas cosas han cambiado desde que te fuiste.

Su última frase se sintió como una punta de flecha congelada clavándose en su pecho. No es como si a Momo le gustase ser odiosa solo por serlo; pero, ¿quién podía culparla si es que una parte seguía molesta con él?

—Dímelo a mí —contestó con amargura—. Y díselo a Dabi; aunque ni siquiera hay una tumba para ir a decírselo.

Yaoyorozu se tensó ante su última frase. Todoroki no dejó pasar aquello, pero ella se obligó a sonreírle otra vez antes de hablar:

—Están todos bien; solo hubo daños materiales —Le dijo con la voz temblorosa—. Nadie ha muerto ni fue herido de gravedad en el ataque al bosque. Bueno, excepto... la Reina Nejire...

—¿La reina? —Todoroki repitió sorprendido—. ¿La reina ha...?

Todoroki empezó a comprender poco a poco.

La imagen diabólica de la sonrisa de Nejire le había perseguido en sus pesadillas durante esos dos días. Pesadillas de las que no era capaz de levantarse. No había sabido que era Nejire, pero ahora que lo tenía presente, las piezas comenzaban a encajar.

Más flashes de esa noche le llegaron. Midoriya atrapado. Nejire emboscando a Todoroki, obligándolo a decidir si moriría por Midoriya.

Sus huesos rompiéndose en cientos de pedazos ante cada azote de sus hiedras.

No había reparado en su cuerpo, pero cuando Momo le tomó de la mano... observó las cicatrices como culebrillas rojas que serpenteaban por su pálida piel. Como si fuesen parte de ella.

Todo en su cuerpo volvió a doler.

Momo le soltó la mano al verlo lidiar con el dolor: ojos apretados y boca fruncida. Ella se apresuró en acomodarse la almohada; también sirvió agua de una fina jarra sobre un vaso que luego acercó a su boca.

Sintió el agua caer por su garganta en carne viva. Era placentero y doloroso. Se resbaló un poco del refrescante líquido por su barbilla. Cuando le hizo una seña de que ya no quería más, Momo volvió a acomodarle sobre la media docena de almohada que había en la cama.

—Tamaki Amajiki acabó con ella —contó Momo sin mirarle—. Mató a su hermana.

—Tamaki... —Shouto dijo sin creérselo del todo—. ¿Está aquí?

Momo asintió varias veces. Pero no es que a Shouto le interesase mucho.

Se debatió entonces si debía preguntarle específicamente por Midoriya. No importaba lo que hubiese ocurrido entre los dos.

No en ese momento.

Pero su vieja mejor amiga casi parecía leer su mente. O su rostro. O su alma. Porque esbozó una nostálgica sonrisa de costado, y sin mirarle, volvió a decirle:

—Midoriya también está aquí —carraspeó—. Es un chico muy agradable. Se ha quedado contigo hasta esta mañana, desde que volvimos del bosque. Tuve que obligarlo a darse una ducha, comer, y meterse a la cama...

Algo pinchó en el corazón de Todoroki. Literalmente hablando. Si no fuese porque uno de sus brazos tenía un cabestrillo y el otro lleno de vendas, se habría llevado una mano al lugar en el pecho que sintió un pequeño calor.

—Es increíble lo preocupado que estaba por ti —continuó Momo. Esbozó entonces una sonrisa más sincera—. Casi me recuerda a Kyoka...

—Kyoka no se preocupa por mí —dijo Todoroki un poco más confundido.

¿En qué mundo Jirou Kyoka salvaría a Todoroki? Estaba seguro que la chica hubiese preferido lanzarlo a una fosa con serpientes.

Momo dejó escapar una dulce risita. Se cubrió la boca para que no estallase en carcajadas.

—No me refería a eso, Todoroki... ah, ya no importa —Momo entonces le miró—. Lo bueno es que estás bien. Debes descansar. Luego, hablaremos con más calma... tú y yo tenemos unos cuantos asuntos pendientes.

—No quiero descansar —Todoroki se apresuró—. No quiero estar aquí, postrado en una cama.

—Todoroki, es por tu bi-...

—No quiero sentirme inútil —interrumpió—. Por favor, Momo...

Pero Momo le miraba con el gesto que una madre —o una hermana mayor— pondría en una situación así. Por mucho que le suplicases, si tú bienestar estaba en juego...

No iban a darte con el gusto.

La valquiria se apresuró en cerrar las cortinas del cuarto para dejarlo a oscuras. Prendió entonces una lámpara de aceite y depositó lo más cerca de Todoroki una campanilla de latón.

—Por si necesitas algo. Alguien vendrá corriendo si la haces sonar. No dudo que sea Sir Tenya... ¡ah, digo! —Ella sacudió la cabeza—. No dudo que Iida vendrá al rescate.

—Me aseguraré de no tocar la campana.

Momo volvió a reír con más ganas. Todoroki no entendía mucho cuál era el chiste de todo eso.

No quería quedarse solo. Pero tampoco quería suplicar a Momo por su compañía. Le aterraba mirar a los ojos de la amiga que había abandonado a merced de su padre, el Rey Endeavor.

Momo se acercó hasta su rostro. Le quitó algunos cabellos pegoteados contra la frente con sudor. Era el único espacio de su cara que no se sentía tan adolorido. Depositó un largo y suave beso sobre su piel hervida. Tal vez tendría un poco de fiebre.

—Momo —musitó Todoroki, sintiendo otra vez sus ojos pesados—. Perdóname... perdóname por irme. Por dejarte. Por no haber confiado en ti. He sido un fracaso como amigo. Te había jurado nunca abandonarte a merced de mi padre...

Ni siquiera fue capaz de continuar sin sentirse el peor de los hipócritas.

Sintió una cálida lágrima encima de su piel. Momo respiraba pesadamente para mantener la firmeza que había demostrado hasta entonces. Esperó unos segundos antes de responderle —y, de todas formas, no hizo caso de lo que Shouto le dijo.

—Me alegra estar otra vez contigo, Todoroki —Ella susurró contra su piel—. Eres una de las pocas personas que me queda. Por ahora, al menos.

Shouto no tuvo fuerzas ni palabras para responderle. No supo ver si Momo estaba dolida por su silencio. La chica se dio rápidamente la vuelta, repiqueteando con sus botas sobre el suelo de mármol de la habitación en dirección a la puerta.

Se quedó solo otra vez. En medio de la oscuridad, los dolores y las pesadillas.

El problema no eran los dolores en su cuerpo ni sus huesos.

Era el dolor que no se esfumaba cada vez que pensaba en Midoriya. Y la forma en que Momo se había dado cuenta antes de que dijera nada.

En algún momento, Shouto volvió a dormirse.

Y las pesadillas entonces azotaron.

Sabía, por alguna razón, que todo lo que veía no era más que una horrenda pesadilla. Todoroki lo sabía.

Incluso si la risa de Nejire le perforaba en el cráneo. Y si sus huesos parecían sanos otra vez solo para volver a romperse.

Pero lo peor de todo eran las sombras. Todoroki estaba solo en el sueño, a excepción de la diabólica presencia de la reina de los elfos. Si Momo no mentía, ella estaba muerta.

Ni siquiera muerta podía sacarla de su cabeza.

Ninguno de sus amigos y aliados estaban a la vista. Solo eran sombras. Sombras que no se acercaban a ayudarlo cuando Todoroki les suplicaba con la garganta en carne viva por ayuda.

Despierta, se obligó a sí mismo.

El dolor de su cuerpo y el terror en su alma debió haber sido suficiente para mandarle de regreso al mundo de los vivos.

Despierta.

Todoroki se retorció entre la cama de hiedras. No podía liberarse. No era capaz de quitarse de encima la vegetación que amenazaba con asfixiarlo.

Casi podía sentir que le faltaba el aire.

—Todoroki —susurró una voz en el aire—. Todoroki.

Shouto se retorció ante la voz que le llamaba. Le suplicó por ayuda. Le pidió a aquel ente de voz suave que le liberase de la tortura. Que lo matase, de una vez.

Que alguien como él debería haber muerto cuando incitaron a su madre a ahogarlo.

Que alguien como él no debería haber sobrevivido al intento de ahogamiento por parte de su loca madre.

Todo hubiese sido más fácil si no estaba vivo. Tal vez esa era la solución que tanto buscaba.

Todoroki.

No...

Siguió retorciéndose sobre sí mismo. La carcajada de Nejire era cada vez más fuerte. Ni siquiera podía ver el cielo nocturno —los inmensos y diabólicos ojos de la reina eran lo único que era capaz de atisbar...

—¡Todoroki!

Una sacudida le hizo dar vueltas el mundo.

Todoroki ahogó un jadeo al sentir que otra vez podía respirar. No había ninguna hiedra ahogándolo. Sus huesos seguían un poco adoloridos en su lugar —pero nadie estaba tratando de dañarle.

El corazón le martilleaba en el pecho. Su cabeza estaba ardiendo pero sentía el cuerpo congelado. Sus pulmones se exigían demasiado para respirar; su corazón no lograba calmar los latidos desde que despertó de la pesadilla, y eso no le dejaba concentrarse demasiado.

Los ojos le pesaban, pero un trueno en el exterior le hizo despabilarse. El sonido tan atronador le recordó a la noche de lluvia en la estatua frente al castillo cuando recuperaron la espada.

La habitación seguía con la luz de la tenue lámpara de aceite que iluminaba en la oscura del lugar y de la noche lluviosa que se asomaba por la ventana. Aquella luz iluminaba a un cuerpo casi encima suyo, que le sujetaba de los hombros con cuidado para sacarlo del mundo de horrores en el que estaba sumido.

—Todoroki —dijo la etérea voz de su sueño—. Solo fue una pesadilla, tranquilo...

—Era una pesadilla muy real —jadeó Shouto.

Dejó exhalar el aire mientras lo recostaban otra vez sobre las almohadas. Sintió una mano demasiado fría sobre su sudorosa frente caliente. Se retorció al instante.

—Estás volando en fiebre —susurró el otro—. Uraraka dijo que la magia extirpará todo el dolor a través de la fiebre y el cansancio. Pero, diablos, es demasiado caliente...

—¿Midoriya? —musitó Todoroki. Esbozó una minúscula sonrisa—. ¿Eres tú?

Un relámpago iluminó todo el cuarto por un segundo. Todoroki creyó ver el infantil rostro de Izuku Midoriya, entre triste y abatido, a un lado de su cama.

Se le escapó otra amarga risa al no obtener respuesta.

—No —negó despacio—. No podrías ser Midoriya. Él no me quiere. Él se va a ir...

—Todoroki —susurró con cansancio la otra voz—. No es el momento...

—Si ves a Midoriya, dile que yo lo amo —soltó Todoroki sin pensarlo. Su cabeza era una masa sin forma llena de pensamientos locos—. Dile que yo solo quería que se escapara conmigo.

—Estás delirando por la fiebre, Todoroki —espetó el otro—. ¡No te esfuerces en hablar!

—Quiero... ver a Midoriya —exigió Shouto. Pero su voz era débil y se escuchaba poco amenazante—. Quiero que me lo explique...

La otra se aguantó un sollozo. Todoroki no sabía quién era ese extraño que lucía como Midoriya. Porque ese no podía ser Midoriya —no se suponía que estuviera haciéndole compañía después de revelarle la verdad.

Pero, entonces, ¿por qué había corrido a buscarle luego de que Nejire lo secuestrara? ¿Era solo por la espada?

¿Por qué Momo había dicho que Midoriya no abandonó su lado en los últimos dos días?

Todo debía ser mentira. Una vil y gigantesca mentira. Una conspiración que tenían los demás para seguir rompiendo su corazón hasta convertirlo en un envase negro; lleno de rencor y de odio.

Pero todo ese odio adentro suyo se apaciguó al sentir una caricia sobre su afiebrado rostro. Un suspiro murió entre sus labios ante tal suave toque sobre su piel.

—Mañana estarás como nuevo —Siguió hablando el otro con la voz de Izuku—. Resiste, Todoroki...

—Midoriya —Volvió a susurrar—. Midoriya, no me dejes. ¿Me vas a dejar...?

Su fría mano fue envuelta por el agarre libre de su acompañante. Le depositó un suave beso sobre los magullados nudillos.

—Estoy aquí, Todoroki —respondió—. Me quedaré toda la noche si es necesario.

—No... no hablo de eso —Todoroki masculló—. No quiero que te quedes solo por esta noche...

—Son... son solo delirios —musitó Midoriya con la voz rota—. En la mañana te olvidarás de todo esto. Ya no sufrirás.

Sufriré cuando te vayas, pensó.

Pero no se lo dijo.

No se dio cuenta que empezó a llorar hasta que el pulgar de Midoriya sobre su rostro le enjugó las lágrimas. Todoroki se retorcía con dolor. Todo su cuerpo se sentía estúpido —nada estaba bien. Quería arrancarse con sus propias uñas la piel, los huesos, cada órgano y cada músculo.

Especialmente quería sacarse el corazón mientras todavía palpitaba.

Probablemente sí fuese la fiebre. Su mente era un revoltijo más fuerte que un huracán. No tenía idea de qué era real, y qué no lo era.

¿Acaso ese Midoriya que le sacaba las lágrimas estaba realmente con él? ¿O era un producto de su tristeza y sus delirios para apaciguar un poco el apabullante dolor?

Pero, el tema era... todo dolía más al verle. Sus ojos. Sus pecas. Su pelo alborotado. Sus manos con cicatrices y heridas recientes. Su alma.

Si ese Midoriya era una especie de consuelo para su mente, ¿por qué es que no se sentía consolado en absoluto?

Quería que se fuera. Quería que se quedara. La agonía era infinita de ambas formas.

—Me salvaste —musitó Izuku. Seguía apretándole la mejilla—. Corriste a buscarme; incluso si dejaste en claro que ya no querías saber nada conmigo.

—Quiero saberlo todo contigo... —gimoteó Shouto—. Por eso todo es más horrible en mi interior.

Todoroki no podía recordar cuántas veces había llorado a lo largo de toda su existencia.

Ni siquiera fue capaz de hacerlo para el funeral de Natsuo. Y mucho menos por la falta de uno para Dabi.

No lloró cuando su madre se desangró a sus pies. Ni cuando ella quiso matarlo por la espalda —ni cuando lo intentó por primera vez y lo metió en una tina de agua hirviendo para ahogarle. No lo recordaba, pero su padre siempre decía que Shouto no derramó ni media lágrima.

Tampoco lloró cuando Midoriya le confesó que era un viajero.

Todas esas veces había decidido apagar sus emociones. Fingir que el vacío era la mejor opción.

Pero en medio de la fiebre, Todoroki veía el panorama con más claridad —por muy irónico que fuese—; y ese panorama le mostraba lo mucho que le hería seguir fingiendo que su tristeza no existía.

No era capaz de detener las lágrimas. O de extirpar los recuerdos dolorosos en su cabeza.

Solo quería caer otra vez en la inconsciencia —pero la inconsciencia traía pesadillas.

¿Qué era mejor? ¿Una espeluznante pesadilla ficticia o una dolorosa realidad?

—¿Quieres que llame a Uraraka? —preguntó Midoriya bastante alarmado—. Ella tal vez pueda hacer que vuelvas a dormirte...

Shouto se soltó del agarre de Midoriya. Giró sobre sí mismo hasta darle la espalda.

—No —Le cortó—. ¿De qué sirve? Seguirá doliendo en la mañana.

Midoriya no le respondió. Podía sentir el calor de su mano a escasos centímetros de la piel expuesta de su hombro —el único fragmento no cubierto por las vendas.

Una parte de él deseaba que lo tocase. Pero la otra parte sabía que solo serviría para seguir destruyéndolo.

El calor fantasma de esa mano se alejó.

—Sabes que es lo mejor, Todoroki —Midoriya suspiró—. Sabes que así, cuando llegue la hora... dolerá un poco menos... podrás seguir con tu vida.

Todoroki alejó las lágrimas con un parpadeo. No estaba mirando a Midoriya directamente. Le veía en el reflejo de la ventana; en la misma donde las gotas de lluvia golpeaban furiosas.

—No tengo idea de si voy a salir con vida —habló entre dientes—. No me quedan muchas ganas de seguir en este mundo...

—¡Todoroki! —Midoriya exclamó con horror y enojo—. ¡No te atrevas a decir eso!

Le miró de costado. La mueca de Midoriya seguía pasmada por su declaración. Pero no se arrepentía de hacerla.

—¿Y qué es lo que me queda? —espetó Shouto—. He lastimado irreparablemente a mi mejor amiga. Mi madre y mis hermanos están muertos. Mi padre quiere que me case con una desconocida. Mi hermana seguro será enviada lejos con su futuro marido. Nuestros amigos seguirán con su vida. La única persona a la que quiero, se irá para siempre. Y yo seré el rey de un reino que no deseo...

Se giró por completo para sostener la mirada de Midoriya. El chico descansaba sobre el borde del colchón. Llevaba puesta ropa de dormir, y su cabellera nunca había estado tan alborotada.

Y él estaba tan avergonzado que no era capaz de sostener la mirada del príncipe.

—¿Qué me queda, Midoriya? —preguntó con la voz al borde del quiebre—. ¿Qué es lo que tengo yo? Tal vez soy el príncipe de la profecía. Porque no me queda nada que perder...

—Tienes una vida por delante —dijo Midoriya a medida que elevaba el tono de voz—. Tienes una vida que es tuya, y ya te lo dije en la Ciudad de las Sombras. ¡Tu vida no depende de los demás!

—No lo entiendes —Shouto escupió—. He estado solo toda mi vida. Y ahora que he encontrado algo por lo cual luchar... volver a estar solo se siente como una pesadilla.

El labio de Midoriya tembló. Sus ojos se aguaron. Se frotó la cara con la palma de la mano pero eso no fue impedimento para las lágrimas.

Todoroki no podía verlo. No quería lastimarlo —incluso si él lo lastimaba más con sus verdades. Pero tampoco podía evitar que esos sentimientos amargos se escaparan de su boca.

Le quemaban por dentro. Amenazaban con abrirse camino por su pecho y aniquilar todos los espacios bonitos en su interior.

Estiró la mano hacia Midoriya. No alcanzaba su rostro. Pero el muchacho debía desear su toque tanto como Todoroki deseaba tocarlo, ya que se acercó hasta que la húmeda mejilla quedó acunada entre sus dedos llenos de cortes y moratones.

Midoriya sostuvo su mano con las suyas. Suspiró como si fuese lo que más deseaba en el mundo.

—No entiendes nada, Todoroki —musitó Midoriya—. Pero no puedo culparte por no entenderlo...

Todoroki contuvo la respiración mientras el chico se alejaba de él para ponerse de pie. Se le hundió el corazón al creer que se iba, pero solo estaba quitándose la manta que llevaba sobre los hombros y los zapatos de entrecasa.

Midoriya reptó hacia un hueco en la cama, justo al lado de su brazo en cabestrillo. Se puso de rodillas con cuidado para girar a Todoroki de modo que le diera la espalda; cuando lo hizo, se metió entre las mantas y pegó el pecho sobre su espalda con sumo cuidado para no golpear ninguna de sus mayores heridas o fracturas.

Sus dedos tantearon a través del estómago de Todoroki. Permanecía de piedra mientras Midoriya hizo todo el trabajo; hasta que sus cuerpos estuvieron tan juntos que se sintieron como uno solo.

Sentía la respiración del muchacho erizándole los vellos de la nuca. Su mano descansando sobre la piel desnuda. Sus labios rozando inconscientemente sobre su cuello; las lágrimas encontrando un camino encima del cuerpo de Todoroki.

Se quedaron en silencio. Solo escuchaban la lluvia, los casuales truenos y la errática respiración del otro.

—¿Qué es lo que no entiendo? —susurró Todoroki—. Quiero saberlo... Izuku.

Su nombre se le escapó de la boca como un poema. Como si su lengua llevase anidando por siglos la oportunidad para decirlo finalmente en voz alta.

El cuerpo de Midoriya se relajó contra el suyo. Sintió su corazón dar un salto contra su espalda. Y una última y solitaria lágrima le recorrió la piel hasta morir sobre las sábanas blancas.

—Que nunca vas a estar solo, Shouto —contestó Midoriya con voz trémula—. No importa lo que pase, no importa si nunca puedes volver a mis brazos... te voy a llevar conmigo por el resto de mi vida.

Besó su piel con la misma boca que pronunció su nombre de la forma más dulce que jamás escucharía. Y Todoroki tembló como un río en medio de una feroz tormenta.

—Hasta que dé mi último aliento y mi espíritu abandone todos los mundos en los que ambos hemos estado.

Estaba solo cuando despertó la mañana siguiente.

Fueron los rayos de sol de una ventana sin cerrar los que le obligaron a abrir los ojos. Todoroki hizo una mueca molesta, pero ni siquiera tapando su cabeza con la almohada era capaz de ahuyentar la molesta luz.

Ya no tenía fiebre. O al menos, no podía sentirla. Sus huesos dolían, pero no lo suficiente como para no estirarlos y descontracturar sus endurecidos músculos que llevaban tanto tiempo en cama.

Las sábanas a su lado estaban frías. Todoroki pasó una mano —ya no herida, sino con cicatrices casi curadas— por el hueco que Midoriya dejó a su paso.

Así que había sido verdad. Midoriya pasó la noche a su lado envolviéndolo en sueños.

—No ha sido un delirio...

Todoroki se quedó atontado con los dedos sobre las sábanas.

Se sentía demasiado renovado. No solo su cuerpo no dolía, sino que ni una sola pesadilla lo atormentó esa noche.

La risa de la reina Nejire y sus brutales torturas solo eran un eco al fondo de su mente. Aunque quisiera, nada podría quitar la paz que Todoroki sintió al caer dormido entre los brazos de Izuku Midoriya.

Algo en su pecho ardió. Su mente quería obligarse a que apagara esas llamas —todo había quedado claro la noche anterior.

No había una oportunidad para ellos dos. De ninguna manera.

Pero, ¿eso hacía que le quisiera menos?

Ojalá hubiese sido posible.

Todoroki sintió una leve molestia tras quitarse de encima las sábanas y erguir la espalda sobre el borde de la cama. Sus huesos se quejaron, pero eso no evitó que buscase el soporte de madera de la cama con doseles.

Las piernas casi le fallaron. Todoroki apretó los dientes y los dedos contra la madera. No quería hacer sonar la campanilla para que alguien corriera en su ayuda. Tomó una bata roja oscura de un perchero y se la calzó con cuidado encima de los hombros —el cabestrillo no le permitía pasarla por sus brazos.

Ya había sido demasiado una carga todos esos días. Demasiado tiempo perdido por un príncipe herido.

Tenía que demostrar que no era un hueso tan fácil de roer. Que era un digno héroe de Yuuei.

Dio pequeños pasos hacia la puerta. Siempre sosteniéndose de la pared o algún mueble, arrastrando sus pies descalzos y con ampollas por el impecable suelo.

Tocó la fría perilla entre sus dedos. Suspiró aliviado al girarla y salir finalmente al gigantesco pasillo de la mansión Iida; le impresionaron los inmensos lujos de aquel lugar. Pensó que los nobles tenían hogares un poco más austeros, pero parecía gustarles la decoración costosa tanto como a los reyes.

Columnas de mármol, lienzos de más de dos metros en donde plasmaban a los ancestros de la noble familia Iida, al igual que bustos de mármol que parecían decorar cada hueco en la pared decorado con oro en sus bordes.

Todoroki miró a ambos lados del pasillo. No había un solo criado a la vista. Ni tampoco ajetreo o sonidos —debían estar todos en la planta baja.

—Que me ayuden los dioses... —suspiró Shouto.

Se echó a andar por el pasillo alfombrado, la cual hacía picarle entre los dedos de sus pies. Se detenía cada tanto a recuperar aire porque, aunque comenzase a sanarse, recordaba las palabras de Midoriya.

La magia de Uraraka usaría sus defensas y energías para curarlo. Por eso le azotó la fiebre en la noche; y por ello durmió tanto y apenas era capaz de moverse.

Cuando llegó al rellano de la inmensa escalera, Todoroki se sostuvo del pasamanos de metal. La cantidad de escalones hacia abajo le dieron náuseas.

—¿Necesita ayuda, Alteza?

La voz le hizo dar casi un brinco del susto. La otra persona también se asustó por su sobresalto, pero era demasiado rápida como para permitirle caer. Le sostuvo fuertemente del brazo, pero a Todoroki seguía doliéndole.

Dejó escapar un siseo de dolor.

—Jirou —respondió Todoroki—. Qué... agradable sorpresa.

La muchacha le hizo una sonrisa solo con los labios. Se sentía un poco falsa, pero no podía estar seguro del todo.

Vestía ropa holgada típica de criados, constando de una camisa blanca, unos pantalones marrones hasta el tobillo y un chaleco azul con tiras. Era extraño verla sin su armadura.

Supuso que Jirou se habría negado a usar uno de los vestidos de Lady Iida.

—Lo mismo digo, Alteza —Ella hizo una reverencia—. Al menos ahora nos encontramos en mejores circunstancias.

—¿Te refieres a que ahora no tienes que llevarle mi trasero a mi padre?

Jirou Kyoka hizo una mueca con los labios y una de sus cejas. No parecía divertida, pero tampoco le soltó alguno de sus típicos comentarios venenosos cada vez que Todoroki se ponía demasiado frontal.

Nunca se llevaron bien entre los dos. Pero, en ese instante, estaban poniendo un poco de sus partes para no dejarlo entrever.

Jirou le ofreció el codo para que Todoroki se lo rodeara con sus brazos.

—Será mejor que nos apuremos, ¿no? —sonrió un poco más tranquila—. Inasa se acabará todo el desayuno. Ah, y ahora hay que sumar a Togata...

—¿Se puede saber quién es ese tal Inasa? —Todoroki frunció las cejas.

Siseó otra vez al bajar el primer escalón. Su rodilla fue la que más crujió —Jirou no hizo ninguna mueca cada vez que Todoroki necesitaba detenerse a descansar.

—Es... bueno, ya lo verás —suspiró ella—. Solo le sugiero estar preparado, Alteza. Para... las revelaciones.

—¿Revelaciones?

—Usted espere y lo verá.

Jirou fue lo suficientemente enigmática mientras continuaron bajando los escalones. Todoroki tampoco se lo preguntó; ella parecía agradecida de no tener que hablar más de la cuenta.

La muchacha se movía como pez en el agua entre los rincones de aquella casa. Todoroki se preguntó cuánto tiempo llevarían ellos allí.

¿Cómo es que todos terminaron en esa situación? Sabía que Sir Tenya y Uraraka debían dejar a los niños en aquella casa, pero no había ni un solo rastro de Kota o de Eri, o cualquier infante en absoluto.

Luego estaba el asunto del tal Inasa que no dejaban de mencionar. ¿Acaso habían adoptado a otro inadaptado en el camino...?

Jirou iba demasiado firme cuando abrieron las puertas del gran salón donde los demás debían estar desayunando. Shouto podía oler el té, la mantequilla, las frutas frescas, los quesos y el pan todavía caliente.

Al menos una docena de personas se voltearon a mirarles cuando los dos atravesaron las puertas. Las mejillas de Jirou se tiñeron de rojo por la atención, pero no flaqueó ni una sola vez mientras conducía a Todoroki al interior.

Todoroki notó que seguía luciendo su bata mal puesta y sus vendajes ya sucios.

Lady Iida estaba siendo atendida por dos criados jovencitos. Ella lucía agazapada con una taza de té que ya no humeaba —Lord Iida, su esposo, no estaba por ninguna parte.

Uraraka había estado dormitando sobre su plato de avena pero se despertó por el jaleo que Sir Tenya armó cuando apareció Todoroki.

—¡Alteza...! —casi lloró el caballero—. ¡Oh, está vivo...! ¡Los dioses han escuchado mis plegarias!

Uraraka le dio la mirada más furibunda que debía tener en su repertorio.

—Ya podrías agradecerme a .

Todoroki se dio la vuelta para no escucharlos discutir. Midoriya estaba al otro lado de la mesa, charlando con... ¿el viejo carcelero del castillo? ¿El chico llamado Shoji?

Los dos giraron a Shouto. Shoji era como una tumba; rara vez sus expresiones cambiaban —quizá porque se tapaba la mitad de la cara— y nunca hablaba mucho. Midoriya —que era el que parloteaba—, se quedó con la boca entreabierta al ver a Todoroki.

Shouto resistió el impulso de su corazón de correr hasta él.

También estaban el Capitán Mirio Togata y Tamaki Amajiki. El medio elfo descansaba la cabeza contra el hombro del capitán, mirándolo con ojos ensoñadores mientras el otro engullía su desayuno y le contaba alguna hazaña heroica con emoción.

Pero había otras tres personas en esa sala...

—Actúe normal, Alteza —susurró Jirou entre dientes—. No enloquezca antes de tiempo...

—¿De qué cosas hablas...?

Alguien carraspeó a espaldas de Todoroki. Los dos giraron para encontrar a Momo, que lucía un bonito vestido informal con un corsé de doncella.

Ella sonrió hacia Jirou, y la otra se lo devolvió. No fue la sonrisa maternal que le dedicó a Todoroki mientras se le acercaba.

—Todoroki —dijo Momo en voz alta—. Hay alguien a quien debo presentarte.

Se acercó entonces lo suficiente hasta que pegó los labios a su oído. A Todoroki le dio un escalofrío.

—Y por favor... sígueme la corriente —terminó Momo—. Luego te lo explicaré.

Todoroki no entendía nada hasta que Momo lo condujo hasta las tres personas que no había sido capaz de reconocer. Pasaron justo al lado de Midoriya, que ya no charlaba animado sino que se agazapó contra sí mismo como si quisiera permanecer pegado a la silla.

Uno de ellos tenía la cara amargada y parecía solo un viejo estirado en un cuerpo joven. Bufó al verle. Jirou le lanzó una mirada amenazante que le hizo echarse atrás.

—Todoroki, este es Lord Seiji Shishikura de Akutou —presentó Momo.

El otro era tan grande como una montaña. Tenía la cabeza rapada y sus manos parecían tener la fuerza de arrancar un árbol solo con sus dedos.

—¿Qué hay, principito? —preguntó divertido—. ¡Es un gusto conocerle al fin!

—Este es... Yoarashi Inasa —continuó Momo—. Es quien nos ayudó tan altruistamente el otro día.

Así que este es el tal Inasa, pensó.

Había algo en su rostro tan alegre que le inquietaba.

Fue entonces que Todoroki se dio cuenta que quedaba una última persona en la mesa. Era una muchacha de labios carnosos y ojos grandes. Su pelo dorado iba envuelto en un moño perfectamente peinado. Su vestido aguamarina, si bien le quedaba algo grande, la hacía ver como una muchacha de la alta sociedad.

Su porte le hacía pensar que no era una chica cualquiera.

Ella sonrió a Todoroki. Él nunca se había sentido tan incómodo.

Y los demás también parecían estarlo —ni una mosca zumbó durante tres segundos en la sala.

—Y esta es... la princesa Camie —suspiró Momo—. Tu verdadera prometida.

Todoroki escuchó todo como si fuese en eco. Como si él estuviera en otra dimensión mientras los demás hablaban —o como si su alma ya no estaba en su cuerpo.

Podía entender a lo que Momo se refería con eso de seguirle la corriente. La Valquiria narró toda una historia prefabricada para la princesa Camie y su comitiva: una donde contaba cómo es que Shouto había sido capturado desde el Castillo por la Reina Nejire y tomado a uno de sus sirvientes con él.

A Midoriya no le gustó ser llamado sirviente. Y, para ser sincero, a Todoroki tampoco le agradaba la idea.

No tenía idea de en qué términos estaban ellos dos. La conversación entre ambos no estaba terminada, ni siquiera empezada. Necesitaba tomar asiento junto a Midoriya y hacerle saber todos los sentimientos que rebalsaban su corazón.

Pero en ese momento, las prioridades eran otras. Notó que Momo hacía lo posible por ser ella quien acaparaba toda la atención del momento: no quería que nadie más tomase la palabra, a menos que fuese Jirou para confirmar alguna de las mentiras que decías.

¿Por qué era tan importante mentirle a la gente de Akutou?

Eso, sin mencionar que Todoroki seguía en shock de haberse tenido que cruzar a la princesa en esas condiciones. Su sorpresa no pasó desapercibida para la hermosa Camie, que le acechaba con sus grandes ojos como si quisiera descubrir algún secreto de quién se suponía era su prometido.

Pero Todoroki no tenía muchos secretos. No era bueno con ellos. Cuando una emoción le golpeaba lo suficientemente fuerte como para hacer temblar el vacío —el cual funcionaba de maravillas la mayor parte del tiempo— que construía alrededor, le era inevitable ocultarlo.

Sintió un golpe en el estómago de parte de Jirou Kyoka. Todoroki siseó, y se giró para desafiar a la muchacha por darle justo en donde le dolía, pero descubrió que todos le miraban como si esperase que dijera algo.

Ni siquiera había estado escuchando los últimos minutos de la conversación.

Sintió la mirada fulminante de Shishikura sobre su costado. Pero Camie tenía un poco más de cortesía que ese consejero amargado. Ella le sonrió con sus labios prominentes, y habló hacia Todoroki con una voz aterciopelada.

—Es un placer conocerlo, Alteza —dijo ella—. Ojalá podamos conocernos en mejores condiciones. Esperar que usted conozca a la verdadera yo...

Las dos valquirias presentes intercambiaron una mirada cómplice. Uraraka y Sir Tenya hacían una mueca; Midoriya jugueteaba con la comida en su plato.

Todoroki sabía sin saber qué diablos ocurría.

—Sí... —musitó sin cuidado. Sacudió un poco la cabeza—. Digo; por supuesto, Alteza. Sería un honor poder conocerla cuando todo esto termine...

Cuando todo termine, no tengo ninguna intención de seguir aquí.

Y mucho menos si ganaban la guerra. Todoroki no quería el estúpido trono de su padre.

Ni conocer a la princesa Camie.

Escuchó un carraspeo a sus espaldas; descubrió que venía del Capitán Togata, que ya había terminado su desayuno y ya no tenía a Amajiki contra su hombro. El elfo se veía tan absorto en sus pensamientos al igual que Midoriya... solo que mucho más nervioso.

—Creo que hay que poner a Su Alteza al día... —dijo Mirio.

—¡Togata! —Jirou exclamó entre dientes—. Ya cállate.

—¡No pueden seguir mintiéndole!

Jirou parecía querer rebanarlo en más trozos que el pan tostado. Los ánimos enteros se habían alterado en aquel momento en la sala. Shouto se descubrió que Lady Iida se había ido escoltada por una de sus criadas; solo quedaban aquellos que servían lo último que quedaba del desayuno.
Todoroki buscó en la mirada de todos sus aliados, pero nadie se atrevía a alzar la cabeza y devolvérsela.

Momo estaba frotándose la cara con ambas manos.

—¡No decides por los demás, Togata! —siguió exclamando Jirou—. Y Su Alteza sigue estando débil para tener que soportar emociones tan fuertes...

Mirio golpeó la mesa con su puño. Rara vez aquel muchacho se veía tan molesto —pero sus ojos azules chispeaban de forma muy poco amigable.

—¡Él debe saberlo! ¡Tamaki no será el único que cargue con el peso de las consecuencias!

El corazón de Shouto dio un vuelco. El mismo Tamaki dio un brinco en su lugar.

—Mirio... —susurró el elfo—. Calma...

—No voy a calmarme si tu destino está en peligro —dijo Mirio con dulzura hacia él—. No permitiré que nada te pase...

—¿Por qué te inquieta? —soltó Jirou—. La reina ha muerto, ¿no? Eso vuelve a Amajiki en un rey. Ahora es el rey de Svartalf...

—No es tan así —intervino Tamaki con la voz baja—. Solo las reinas gobiernan... no puedo ostentar con un cargo así...

—Pero tu hermana no tenía descendientes, ¿no? —intervino Uraraka—. A menos que tengas alguna prima que pueda reclamar el trono, no importan las reglas: eres el elfo con vida que posee más sangre real en este momento.

—Ella tiene razón —agregó la princesa Camie—. No sé sobre la sucesión del trono en su raza, pero la sangre real es la misma para hombres y mujeres...

—Nadie permitiría que un medio elfo gobierne —suspiró Tamaki con pesar—. Preferirían cortarse sus propias orejas.

—¡Y es por eso mismo que Su Alteza debe saber! —insistió Mirio—. ¡Sea Tamaki un rey, o no, solo sabemos que hay un único príncipe mestizo que no podemos negar!

—¡Objeción, Capitán Togata! —chilló Sir Tenya casi volteando su silla al ponerse en pie—. ¡Sé por dónde va usted, y le ordeno que retracte sus palabras sobre el destino de mi príncipe!

—Ya siéntate —Uraraka tironeó de la ropa del caballero para obligarlo a sentarse—. Igual, él tiene razón...

—¡No le hacen ningún bien al ocultarle la verdad!

—¡Tú solo quieres salvar a tu elfo! ¡Qué rápido se van esas lealtades que tanto juraste, Togata...!

—Dímelo ...

Todoroki estaba acostumbrado a las reuniones políticas que acababan en desastre. Más de una vez se había fugado al concilio de guerras de su padre cuando se reunía con gente importante de otros lugares; los lores, capitanes y guerreros solían lanzarse a por los ojos del otro cuando de guerra se trataba.

El salón estaba dividido en dos: aquellos que apoyaban a Togata —Uraraka, el tal Inasa, Tamaki en forma más pasiva— y los que coincidían con el primer ataque de Jirou —Momo y Sir Tenya— que parecían saltar como aceite hervido ante la posibilidad de revelar...

¿Qué cosa, exactamente?

Todoroki estaba casi segura que un cuchillo de mantequilla voló en la sala.

En medio de aquel grupo de salvajes incontrolables, Midoriya seguía con sus rodillas contra el pecho. Todoroki jamás había deseado tanto poder volver el tiempo atrás.

Deseaba que ese hueco en su corazón jamás hubiese sido hecho.

—¡Hay que decirle! —exclamó Mirio tras esquivar un tenedor.

—¡No le vamos a decir...! —chilló Iida—. ¡Capitán Togata, haga caso a sus superiores!

—¿Decirme qué?

La voz de Todoroki fue firme y clara. No había perdido el toque —ni siquiera cuando llevaba vendas y una bata mal puesta. La casi docena de presentes se voltearon a enfrentarlo.

Debería haberse sentido intimidado, pero no lo hacía.

Momo suspiró cansada. Dio unos pasos hacia Shouto, pero él se alejó.

—Todoroki...

—Momo, no —espetó—. No quiero mentiras. Ya no soy un niño mimado.

La valquiria apretó la boca. Casi creyó verla desmoronarse en su interior.

—Dime la verdad —exigió Shouto.

El silencio absoluto le hizo enfurecer. Quería obligar a todos a que abrieran la boca. Por primera vez, Todoroki deseaba hacer uso de sus privilegios de príncipe y obligarlos a confesar lo que sea que ocultaban por su protección.

Por la forma en que su corazón se aceleraba con nerviosismo, algo pensaba en el fondo de su cabeza.

¿Tal vez se había revelado otra parte de la profecía...? ¿Tal vez Nejire les dijo algo?

Solo una persona tuvo el valor suficiente para levantarse y hacerle frente.

Midoriya, con los hombros erguidos, levantó la barbilla y le miró a los ojos. Sus dedos temblaban. Sus ojos estaban vacíos. Pero no flaqueó —tal vez esa era su manera de hacer sentir válido a Todoroki— mientras le dijo:

—No tenemos la espada —habló—. Nejire la destruyó. La perdimos para siempre.

El mundo entero pareció detenerse.

De repente, todas las miradas de los demás que no se sentían lo suficientemente intimidades empezaron a molestarle.

Tenía que ser mentira. Una cruel broma.

Quería que fuese una broma. Todoroki odiaba las bromas, pero nunca había deseado tanto que algo fuese una y poder reír a carcajadas como nunca en su vida lo hizo.

—Perdón, Todoroki —dijo Momo a sus espaldas con la voz rota—. Nadie llegó a tiempo...

—Se suponía que la espada nunca debió estar en la estatua —agregó Jirou—. Pero está claro que, tras nuestra fuga, las Valquirias hicieron caso omiso de la orden de Momo y eligieron darnos caza.

—Tiene sentido —suspiró Momo—. Tú y yo somos unas traidoras a ojos de ellas... Ibara Shiozaki debe estar al mando... y debe estar odiándome...

—¿Ven por qué había que ser honestos? —Mirio dijo solemne—. Su Alteza merece saber que el sacrificio no podrá ser evitado ahora.

Cállate, Togata —rugió Jirou.

Todoroki sintió que el mundo entero daba vueltas otra vez. Demasiado rápido. Demasiado brusco. Todo parecía estar cayéndose a pedazos en menos de un instante.

La espada ya no estaba.

Sin espada, los seis héroes de Yuuei no podían hacer frente al ejército de demonios.

Sin los héroes, todo estaría perdido. A menos...

A menos que el príncipe mestizo diera un paso al frente y se sacrificara.

¿Cuál diablos era el bendito sacrificio? Después de tanto dolor, Todoroki no pensaba que tendría que seguir poniendo de su parte para un reino que le quitaba todo. La incertidumbre de no poder imaginar cuál sería su destino acabaría antes con él.

Minutos atrás había estado contemplando el hecho de ya no existir. Desaparecer para siempre; nadie iba a extrañarlo. Pero la mente era curiosa, y cuando se trataba de perder la vida de forma inevitable...

El espíritu se aferraba a cualquier mínima oportunidad para seguir viviendo.

Buscó a Midoriya con los ojos, pero el chico se había sentado otra vez y cubría su rostro con ambas manos. Estaba abatido. Arrepentido. Cansado.

Se veía culpable.

Se lo merece, pensó una parte de sí. Él ha originado todo este desastre.

Midoriya y su llegada rasgaron el velo.

Era el simple muchacho de otro mundo el verdadero culpable —no había otra manera de verlo.

Sin embargo... otra parte de él...

Todoroki se sintió demasiado débil otra vez. Se tambaleó tan fuerte que Momo dejó de discutir con Togata para sostenerlo por la cintura.

Un mareo inoportuno le golpeó.

—Yo... necesito sentarme... —susurró Todoroki. Apretaba su sien con los dedos—. Es... es... es el shock...

—Temblor —escuchó que dijo Uraraka de repente.

Tenía la vista clavada en sus manos apoyadas al lado de la cubertería. Sus pupilas zumbaban de la una a la otra.

—No, no —Todoroki negó—. Es que no logro asimilar-...

—No —Uraraka sacudió la cabeza—. ¡Todo está temblando!

Nadie dio crédito de lo que dijo la bruja hasta que el tintineo se hizo más y más fuerte, hasta que todo en el salón empezó a vibrar como si un gigante estuviese sacudiendo la casa.

—¡Que no cunda el pánico! —exclamó Jirou—. Con calma, podremos sali-...

—¡Temblor! —chilló Iida—. ¡TEMBLOR! ¡Hay que huir ahora mismo!

Aquello no era un temblor... parecía un jodido terremoto que partiría la tierra.

La princesa Camie gritó —al igual que su consejero, Shishikura—, justo cuando Inasa usaba su gigantesco cuerpo para esconderla bajo suyo a modo de protección. A los criados se les cayó la vajilla de las manos. El cristal explotó; al igual que todo aquello que se encontraba cerca del borde de la mesa. Las jarras se derramaron. Los floreros se hicieron añicos.

Las ventanas no tardaron en reventar también por culpa de la vibración que solo aumentaba.

Momo, Mirio y Jirou comenzaron a ladrar ordenar para salir con cuidado. Por la forma en que todo se veía, la mansión podría venirse abajo encima de todos ellos.

Midoriya trastabilló tras ponerse de pie y se dio de bruces contra el suelo lleno de cristales. Todoroki no pudo correr hacia él, pero al menos Shoji lo levantó sin pensárselo dos veces con sus fornidos brazos.

Mirio y Tamaki no se despegaban el uno del otro.

Sir Tenya chillaba. Uraraka intentaba calmarlo, pero de nada servía. Los dos se abrazaron a los gritos cuando otra ventana explotó al lado de los dos.

Jirou se alejó de todos para asomarse al hueco de la ventana sin cristales. Ella inspeccionó a su alrededor —tal vez para medir si la calle era más peligrosa que la mansión—; pero no fue hasta que alzó la vista al cielo que su serio rostro se transformó.

Estaba estupefacta.

—¡No... no es un temblor! —Su voz tembló por primera vez desde que Shouto la conocía—. ¿Esos son...?

—¡Son dragones!

Aquel que habló con júbilo fue Inasa, que también asomó la cabeza para husmear sin soltar a la aterrada princesa.

Midoriya casi sollozó de la felicidad. Tenía un leve corte sangrente en su frente; pero sus ojos estaban aguados por la emoción.

Todoroki le pidió a Momo que se acercaran a la ventana. Todos los hicieron.

Y Jirou no se había equivocado en absoluto...

Al menos cincuenta dragones sobrevolaban los cielos de la Ciudad Imperial.

Todoroki casi sintió desmayarse al ver tantas criaturas aladas —de todos los colores— y escupefuegos sobre sus cabezas. Cada uno era más aterrador que el anterior. Ni siquiera podían ver el sol con claridad —los dragones se habían adueñado del cielo y lo habían hecho suyo.

Uraraka ahogó un jadeo. Se sostuvo de la ventana rota ya que todo seguía temblando.

—¿Ese de ahí es...? ¿Es...?

—¡Es Kirishima! —terminó Midoriya tras soltar una carcajada.

Un inmenso dragón de escamas rojas y alas membranosas dirigía la marcha. Sus cuernos y garras parecían sacadas de la leyenda más aterradora que Yuuei podría tener en su haber. Todoroki estaba seguro que era su simple rugido el que hizo temblar toda la ciudad.

Pero él sabía la verdad.

Él sabía que ese aterrador dragón rojo no era otro que Kirishima Eijirou. El dulce, simpático y amable Kirishima al que todos en su grupo querían.

—Kirishima —soltó Todoroki casi con una risa—. Sí... es Kirishima...

Uraraka abrazó a Midoriya. Sir Tenya se ajustaba las gafas como si no se estuviese creyendo lo que veía, achinando los ojos en dirección al cielo infestado de inmensos dragones.

Inmensos dragones que llevaban jinetes humanos sobre sus lomos.

Momo, a su lado, no estaba entendiendo nada.

Pero Todoroki no tenía intenciones de explicárselo —y no porque siguiese dolido porque todos en ese salón decidieron ocultarle la verdad sobre la espada. Más tarde pensaría en ello.

En ese momento, Todoroki solo podía pensar en una cosa.

Si aquel dragón que lideraba a todo el ejército era Kirishima... solo existía una persona que podría estar comandando a los humanos que montaban a los dragones.

Una única persona que, cuando aparecía, siempre dejaba una estela de sangre tras sus pasos.

Una persona que llegaba siempre en el momento más oportuno a armar desastres en todos lados; en la Ciudad Imperial, en ese momento. Su padre ya tendría que estar ordenando a las tropas para que saliesen a defender la ciudad de todos esos salvajes Firewalkers que venían con sed de sangre.

¿Qué hacían todos ellos ahí?

Pero Shouto solo podía pensar en lo que pensaría esa persona cuando él descubriese la verdad sobre la espada. Cuando supiera que la misión entera había fracasado por culpa de una reina loca y la incompetencia de todos los demás.

Si era honesto... Todoroki le tenía más miedo al feroz Bakugo Katsuki que a su padre, más que cualquier demonio o incluso al sacrificio ancestral.

Sé que este capítulo puede sentirse del tipo "aburrido" por la falta de acción ;;; pero créanme, son cositas necesarias

¡Empieza el desmadre en la Ciudad Imperial! Y esto es solo el comienzo... ahora que todo el grupo está todo junto en el mismo espacio de tierra (más los aliados), solo imaginen los potenciales desastres que vendrán. Además, las charlas de Todoroki y Momo así como la de Todoroki y Deku no están del todo terminadas! Veremos más cositas

Que creen qué pase? Y sobre todo... que hará Endeavor ahora que tiene enemigos en la puerta de su ciudad? Pueden dejar aquí sus teorías ——>

No me pronunciaré sobre la escena TodoDeku porque se que me van a linchar (?) pero es NECESARIO! Los bebés lo sobrellevan como pueden unu si, están pendejos... pero el dolor no les deja pensar con mucha claridad

Ahhhh al fin pude actualizar ;u; algunos sabrán que estuve enfocada la semana pasada en terminar mi otro longfic ;;;; todavía estoy algo nostálgica por eso TuT así que téngame paciencia si me pongo toda emo... ahhhh! Y también subí el nuevo fic que mencioné en el cap anterior ♥️ Lo abreviaremos HPE (?) y creo que este viernes subiré el cap 1, ya tiene un prólogo ;u; me emociona este proyecto

Muchísimas gracias por todos sus comentarios y votos ♥️ y recuerden! Preparen sus pañuelos y sus ansioliticos porque estamos muuuy cerca de todo el desmadre aquí en DHYL, ¡pero tranquilos! Hay muchas cositas que ver y entender, así que todavía no acaba ;;;

Nos vemos la semana que viene con el próximo capítulo (y tal vez con algún OS por San Valentín)! Besitos ♥️

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top