Capítulo 41
Maratón 3/3
1- Mil perdones por no traer esto ayer, pero en la nota de autor explico mejor ;u; así que porfis, perdonen dedazos porque lo terminé bien rápido para no demorar más ;;
2- Ya saben niños, tengan a mano sus pañuelos. Y alejen esos cuchillos y demandas!
—Soy el viajero, Todoroki —dijo Midoriya—. Soy el viajero que rasgó el velo... y el que nos puso a todos en este aprieto.
Todoroki sintió que su mente y corazón descendían hasta el abismo.
En aquel abismo todo estaba vacío y era gris. Era la nada misma, porque así es como se sintió durante la eternidad que duraron los segundos que le siguieron a la confesión de Midoriya.
La confesión, y su vago intento por calzar todas las piezas adentro de su cabeza; de buscarle desesperadamente el disparate a lo que decía. Para reírse de ello, incluso si su risa siempre era tonta e incómoda.
Porque Todoroki estaba suplicando que todo aquello fuese una broma.
Había vivido increíbles momentos de shock en su vida: cuando su madre trató de ahogarlo y estaba seguro que casi vio a la muerte a los ojos, cuando Natsuo murió y Dabi fue condenado por asesinato, cuando su padre le dijo que debía casarse con una princesa desconocida, cuando Bakugo rajó la garganta de Rei solo segundos antes de que ella le clavase la daga en el corazón...
Ninguna de aquellas cosas le tomó tan desprevenido como lo que escuchó de la boca de Midoriya.
Porque Todoroki sabía que la gente le iba a decepcionar. Todo el tiempo. Sabía que su madre estaba loca y que su padre era un monstruo; y sabía que Dabi estaba descendiendo en la demencia causada por la envidia de no ser el heredero. Así como sabía que Bakugo no tenía reparos en asesinar a sangre fría si la situación lo ameritaba.
Pero no de Izuku Midoriya. No del Midoriya que veía la bondad en todos y que creía que cada vida merecía ser salvada; desde un Firewalker asesino a un elfo bastardo, incluyendo a un príncipe fugitivo bueno para nada como él.
Tampoco del Midoriya que le miró a los ojos cuando le juró que su vida solo le pertenecía a él y no a su padre. Y ciertamente, no del Midoriya que lo había admirado como si fuese una maravilla sacada de los cielos. Mucho menos de aquel que reía tan dulce como un ángel y que lo apreciaba por muchas más cosas que por ser el heredero de todo un reino.
Y no del Midoriya que le desafiaba a ser una mejor versión de sí mismo. Que le enseñaba, sin darse, que cualquiera podía ser un héroe y hacer un bien por los demás; incluso si eso te costaba la vida entera. Porque la vida no valía nada si no eras capaz de salvar al menos a otra persona.
Midoriya le había salvado. En cientos, y miles, y millones de sentidos.
Todoroki nunca hubiese esperado que fuese él quien dijese esas únicas tres palabras. Tres palabras que le atravesaron el corazón como una flecha envenenada que comenzaba a adormeserle todas las funciones de su ya débil cuerpo y su frágil mente.
«Soy el viajero».
Tres palabras que le robaron el aliento y le hicieron sentir como si su madre hubiese tratado de matarle otra vez.
—¿De qué hablas? —preguntó Todoroki en un susurro sin que la voz le temblase.
Pero él lo sabía. Sabía malditamente bien de lo que Midoriya estaba hablando.
Los ojos de Midoriya no dejaban de derramar lágrimas debajo de su mano. Ni siquiera había notado que seguía acunando su rostro con los dedos. La sorpresa le había paralizado por completo: el cuerpo, el cerebro y, más que nada, el corazón.
El muchacho ni siquiera quería verlo a los ojos luego de confesarse. Los tenía cerrados mientras negaba con la cabeza, mordiéndose el labio inferior hasta resecárselo por completo.
Porque ni siquiera se trataba del engaño y la mentira. Todoroki ya no le tenía miedo a aquellas dos cosas.
Se trataba del significado de esas simples palabras. La mera esencia de lo que Midoriya estaba implicando al ser el viajero.
Porque el viajero era alguien que originaba los desastres con su llegada, pero que eventualmente debía arreglarlos con su partida.
Midoriya no pertenecía a su mundo y a la misma realidad que Todoroki y todos los demás.
Midoriya tendría que irse.
Midoriya lo dejaría atrás y le daría la espalda.
Todoroki tendría que verlo partir.
Todoroki volvería a estar solo.
Después de que se quitó el corazón del pecho con todo su esfuerzo y se lo ofreció con las más sinceras de las intenciones, esperando que Midoriya lo tomase y lo cuidara mejor de lo que podría hacer él mismo.
Y puede que una parte de sí mismo lo comprendiera, solo un poco —porque Midoriya no había sabido como decírselo, y porque también debió haberse sentido solo en un mundo desconocido.
Pero otra parte de Todoroki se llenó de ira.
Y le dio miedo —le dio miedo porque le recordó a Endeavor, su padre, que siempre dejaba que fuese la furia la que tomase el control de sus acciones. Pero no pudo evitar que una gran parte del dolor se convirtiera en ferviente rabia que bullía debajo de su piel. Rabia por ser traicionado una vez más, por dejarse ser tan tonto como para confiar en otra persona.
Si Todoroki no podía confiar en Midoriya, entonces significaba que ya no podía confiar en ningún ser humano.
—Todoroki —musitó Midoriya—. Por favor... dime algo... lo que sea... por favor, insúltame al menos.
—¿Insultarte serviría de algo? —preguntó Todoroki con la voz neutra—. ¿Insultarte me haría sentir mejor...?
Vio el quiebre en los ojos de Midoriya cuando retiró, despacio y con cuidado, la mano que le sujetaba el rostro. Al instante comenzó a picarle por sentir la suavidad de su pecosa piel otra vez, y eso solo conseguía que siguiese haciéndole doler.
Y su boca todavía podía sentir el fantasma de la boca de Midoriya. Pero lo que pareció ser el más bello de los sueños le devolvió a la realidad de un cachetazo tras convertirse en una inesperada pesadilla.
La imagen de Midoriya, desarmado en lágrimas y a escasos centímetros suyo, eran un cuadro de completa pesadilla.
—¿Ni siquiera quieres que me explique...? —Midoriya continuó en un intento desesperado—. Porque ni yo estoy seguro, pero necesito que entiendas lo que pasó...
—Yo lo entiendo —Todoroki lo cortó—. Entiendo que eres el viajero, y entiendo que te irás de aquí. Ni siquiera importa si ganamos la guerra, porque no vas a estar para ver el festejo por la victoria. Te vas a ir.
—¡No lo digas así! —Midoriya buscó el cuello de su pijama para sujetarlo—. ¡No es tan así como tú piensas! ¡No quiero que pienses que me voy a ir porque yo quiero!
Todoroki le sujetó por las cálidas muñecas. La parte de él mismo que le recordaba a su padre quería arrancarlas con brusquedad; la otra parte quería hacer caso omiso y olvidarse de las horribles verdades para sujetarlas con anhelo y esperanza otra vez.
—No importa si quieres o no —Todoroki espetó—. Importa que te irás. Que no eres, ni fuiste ni tampoco serás de este lugar...
Midoriya sollozó ante la dureza de su voz. Pero no es que Todoroki estuviese intentando ser firme o frío como un témpano.
Su cuerpo no sabía reaccionar de otra manera ante el dolor.
—Créeme que si pudiera... si yo pudiera hacer las cosas de manera distinta... —Midoriya hiperventiló—. He querido convencerme de que quiero regresar, pero mi alma sabe que no pertenece a mi mundo original, tampoco. Mi alma no pertenece a ninguna parte, pero lo más cercano que ha encontrado a un hogar a es tu lado. Al lado de todos ustedes.
Todoroki se estaba negando a mirarle. Solo podía enfocarse en sus manos sujetándolo por las muñecas que a su vez estaban tironeando de su pijama. Suficiente era con recordar los sollozos de Midoriya y su voz diciéndole la amarga verdad.
La imagen le hubiese espantado por siglos.
Todoroki siguió nadando en aquel abismo gris. Era su única manera de no sentir que la realidad estaba aplastándole todo lo que alguna vez consideró como seguro.
Escuchó a Midoriya suspirar con increíble tristeza.
—Si yo pudiera cambiar las cosas... —volvió a decir el chico—. Si yo pudiera hacerlo todo diferente...
Entonces, ¿qué harías?
Todoroki deseaba preguntarle. Porque tenía muchas preguntas y ninguna respuesta; tenía miles de reclamos y ninguna posibilidad de solucionarlo. Solo le quedaba la resignación y la tristeza.
Y allí es donde entraba una última parte de Todoroki. Una muy pequeña, y que se escondía detrás de la furia y el estoico dolor para comenzar a teñirlos sin que aquellas emociones lo notaran. Una parte tan pequeña de su alma que a veces no recordaba que estaba allí; pero siempre estaba, y era la que lo había protegido todos esos años desde el intento de asesinato de parte de su propia madre. Incluso si no lo recordaba del todo —porque no necesitaba recordarlo para saber que fue ese evento que marcó un antes y un después en su vida.
Era la nada misma.
La nada que neutralizaba la intensidad de todos los males que aquejaban en su corazón. La que buscaba cuidarlo de seguir rompiéndose ante los abandonos, las mentiras, los maltratos y también la soledad.
Era un vórtice lleno de nada que arrasaba con todas las otras emociones a su paso.
Y fue esa increíble y vacía nada la que le dio valor para arrancar las manos de Midoriya de su pijama. La misma que también le ordenó levantar la cabeza y mirarle directo en los brillantes ojos verdes —hinchados, sollozantes y con nada más que un tormento insoportable—, cuando le dijo:
—Pero no puedes hacerlo diferente.
Midoriya no dijo nada. No estaba esperando que lo hiciera, tampoco.
Todoroki se dio la vuelta en la cama y se levantó del cálido lecho que compartieron. El frío le azotó de repente. Ni siquiera le importó cuando tuvo que mover sus piernas para seguir con su camino hacia la puerta.
Midoriya tampoco se volteó a verlo. No quería que lo hiciera. Solo se agazapó sobre sí mismo debajo de las mantas, llorando en silencio y tragándose lo que sea que estuviera sintiendo.
Todoroki no podía verlo un segundo más si no quería que la nada misma que reinaba en su interior terminase rompiéndose debajo del dolor.
Porque aunque la nada fuese fuerte, el dolor de aquella noche era incomparable.
—No puedes cambiar nada —susurró ya para sí mismo después de atravesar la puerta del cuarto y cerrarla tras su paso.
Todoroki siguió su paso hasta la puerta de entrada, y se atrevió a pasar la noche en medio de la fría, solitaria y amenazante tempestad.
Así es como lo había hecho toda su vida, al menos desde que recordaba.
Aquello le daba menos miedo que atreverse a que le siguieran rompiendo el corazón.
Si es que le quedaba algún espacio sin romper.
Todoroki abrió los ojos con pesadez cuando los gallos comenzaron a cantar con la salida del sol. Se dio cuenta que acabó quedándose dormido contra un tronco, sintiendo toda su espalda y huesos entumecidos.
Incluso apenas podía respirar correctamente. Se había congelado afuera y ahora se sentía un poco enfermo, pero nada de eso importaba del todo en comparación con el profundo hueco que le quemaba en el pecho.
Regresó antes de que la ciudad despertase. La casita de los Midoriya seguía en silencio, por lo que al menos Todoroki podría ahorrarse el encontrar a Inko y tener una incómoda charla.
Si era sincero, Shouto no quería ver a nadie.
Mucho menos a la madre, o lo que fuese, de Izuku Midoriya.
Porque tenía muchas dudas. Y esas dudas lo torturaban —¿acaso ella sabía la verdad? ¿O también fue víctima de la mentira de Midoriya?
Ni siquiera sabía cómo seguir llamándole. Porque era Midoriya, pero claramente no era el verdadero Midoriya. Uno que Todoroki tampoco conocía.
Nada en su vida tenía sentido y comenzaba a preguntarse qué cosas eran reales y cuáles, no. Le hubiese encantado que la noche anterior fuese la no real, pero tristemente era la única certeza que tenía en ese momento.
Entró a la casa tras dar respirar hondo, aguantándose el aire mientras cerraba muy despacio la puerta con la espera de que las bisagras no chirriaran. Dejó de moverse el labio tras suspirar aliviado al conseguirlo.
—Buenos días.
Todoroki dio un respingo que le hizo golpearse con un perchero de la entrada. Hizo tal estruendo que seguro despertó hasta los vecinos. Con el corazón desbocado se dio la vuelta, aunque no necesitaba hacerlo porque podría haber reconocido su voz en cualquier parte.
Dio un incómodo asentimiento en dirección a Midoriya.
—Hola —dijo Shouto algo seco.
Midoriya le respondió con otro asentimiento y los labios apretados en un intento de sonrisa que no llegaba a sus ojos ni a ningún otro rasgo de la cara. Estaba sentado en una de las esquinas del sofá con una taza de té que ya no largaba humo, mirándola en lugar de a Todoroki.
Probablemente llevase horas en aquel lugar.
Podía decirlo por sus ojos cansados y sus gestos poco adormilados. No es que alguien pudiese dormir después de lo ocurrido, aunque Shouto terminó siendo presa del sueño para no seguir pensando.
Carraspeó para llamar la atención de Midoriya.
—Partiremos cuanto antes —anunció Todoroki—. Junta todas tus cosas.
—De acuerdo —respondió Midoriya con la voz sibilante.
—Esperaremos a que ella se despierte.
—De acuerdo.
—Por si quieres despedirte...
—De acuerdo.
Todoroki alzó ambas palmas dándole a entender que ya no seguiría. Midoriya se escuchaba irritado —y su gesto cansado se transformó en un entrecejo fruncido— y Todoroki no estaba en los ánimos de ponerse a pelear.
Prefería ignorarlo y dejar que la nada misma siguiese tomando las riendas.
Se preguntó si sería muy desubicado de su parte prepararse un té en una casa ajena, pero estaba necesitando desesperadamente algo que le calmara los nervios. No iba a despertar a Inko por un simple té, y mucho menos le podía pedir a Midoriya.
Las cosas serían increíblemente tortuosas a partir de ese momento.
Pero, ¿qué opciones tenían? Todoroki no iba a arruinar el bien de la misión por sus tontos sentimientos. Y necesitaban la espada; una espada que, aunque no le gustase, pertenecería a Midoriya.
Vio el escudo descansando encima de la mesa. Su escudo —al menos según el viejo Gran Torino. El escudo que protegería a todos, pero que especialmente protegería a Midoriya.
Todoroki soltó la risa más amarga de todas. La vida era una jodida hija de perra, casi siempre.
—¿Qué? —inquirió Midoriya con su tono ligeramente molesto—. ¿Qué es tan gracioso?
Shouto se dio vuelta solo después de servir el agua hirviente sobre la taza, después de ver cómo se teñía de oscuro gracias a las hojas del té.
Se llevó la taza a los labios para comenzar a soplarla.
—Nada —Todoroki encogió los hombros—. ¿No puedo reírme...?
Midoriya se puso de pie de repente. Todoroki parpadeó sorprendido al verlo tan molesto. Era como si arrojase todo el peso que vino cargando él mismo solo porque ya estaba harto.
Alzó una mano hacia Todoroki.
—Mira, yo sé que he cometido un error. Y ni siquiera creo merecerme que me perdones —dijo con la voz más suave, pero de repente su tono se volvió mordaz—. Pero tú y yo tenemos una misión que completar. Esto no se trata de ti o de mí.
Shouto respiró profundamente y dio un sorbo de su té para no responderle de la forma más odiosa. Se quemó la lengua con el té pero intentó fingir que todo estaba bien. Depositó su taza sobre la encimera provocando que la cerámica repiqueteara.
—Bien —contestó Todoroki—. Iré a prepararme, entonces.
Midoriya se quedó bastante tieso cuando pasó por su lado. No pudo evitar mirarlo por el rabillo del ojo, solo para descubrir su expresión entre resignada, dolida y por demás cansada.
Shouto se apresuró en recoger las pocas pertenencias que tenía. Se quitó incluso la vieja pijama de Midoriya —no, no de ese Midoriya; le fastidiaba incluso lo acostumbrado que estaba a verlo de esa forma— y se calzó sus viejos pantalones, la camisa y la capa que le ayudaba a mezclarse entre los aldeanos.
Cuando salió del cuarto, Inko ya estaba en la puerta junto a Midoriya. Ambos cuchicheaban algo, y ella lucía como si quisiera llorar otra vez. Fue entonces que el chico le tomó las manos entre las suyas y le sonrió con calidez.
La mujer se debatió un momento antes de darle un incómodo abrazo y susurrarle algunas cosas en el oído. Midoriya también se dejó fundir en los brazos de la mujer.
Todoroki carraspeó porque se estaba irritando.
—¿Nos vamos? —preguntó sin mirarle—. Hay un largo camino.
—Sí —Midoriya asintió. Se dirigió otra vez a la mujer—. Suerte. Te prometo que todo saldrá como lo esperas.
Ella le sonrió al muchacho con los ojos cubiertos de lágrimas.
—Lo espero para todos, Izuku.
Midoriya le sonrió de regreso al escuchar su nombre. Todoroki ya no podía soportarlo —no podía, verdaderamente, escuchar su primer nombre en voz alta—, así que mejor se ocupó en tomar el escudo y calzarse las correas de modo que lo cargase a la espalda.
Se posicionó en la puerta justo al lado de Midoriya. Como dos compañeros de viajes. Pero sin mirarse. Justo como dos desconocidos al que el destino había unido por una razón demasiado morbosa.
Ninguno dijo palabra cuando abandonaron el hogar de Inko Midoriya. Ni cuando se lanzaron a la última aventura que les quedaba.
Juntos, pese a todo.
Juntos, porque aunque le lastimaría por siempre... así lo habían empezado, y así es como debía terminar.
Todoroki no tenía problemas con caminar. El hecho de que fuese un príncipe no significaba que tuviera poco entrenamiento físico —aunque todo fue realmente gracias a Momo con sus entrenamientos que le obligaban a arrastrarse fuera de su cómoda cama.
Al menos eso le permitió poder caminar parte del trayecto hacia la Ciudad Imperial sin cansarse; se negaba a compartir caballo con Midoriya, pero también se oponía totalmente a ser un capullo y obligarle a caminar como si fuese una especie de castigo por lo ocurrido.
Todoroki no era un príncipe caprichoso.
Cada cierta hora cambiaban sin hacer mucho escándalo. Midoriya se bajaba del caballo y le permitía subir a Todoroki; ambos en silencio y sin mirarse, compartiendo una demasiado horrorosa y asquerosamente tensa calma.
Agradecía que no dijese nada. Pero de todas formas el silencio estaba atormentándole más de lo que se merecía.
—Podemos cambiar para el último tramo —dijo Midoriya de repente, todavía con la vista hacia el horizonte—. A partir de ahora deberías tener más cuidado y cubrirte.
—No necesitamos cambiar —contestó Shouto—. Y sé lo que hago.
Midoriya se debatió otro instante en silencio. Todoroki le miró por el rabillo del ojo, aunque se arrepintió de ello: podía ver el desgaste emocional por cada rincón de su cara.
—De acuerdo —dijo Midoriya sin oponerse—. Como lo desee, Alteza.
Tuvo que sujetarse la tela de la camisa como si aquello sirviera contra la punzada en el pecho.
Tal vez fuese inmaduro de parte del chico, pero Todoroki también lo agradecía; si escuchaba su nombre dicho por los labios de Midoriya otra vez...
No estaba seguro de que podría soportarlo sin sentir que sus partes se desintegraban.
Piensa en la nada, se obligó. Recuerda la nada.
Solo la nada misma podía hacerlo sobrevivir a lo que quedaba del viaje.
Llevaban tantas horas de viaje que pronto comenzaría a anochecer. Solo se habían detenido en un minúsculo pueblo perdido en el bosque para conseguir un poco de alimento y hacer descansar al caballo.
Todoroki tenía los pies ardiendo en llamas y llenos de ampollas, seguramente. Sentía el cabello empapado en sudor y sentía el rubor en su cara por culpa del abrasante sol. Pero no estaba cansado. O de eso quería convencerse para no acceder a usar otra vez el caballo.
El silencio había sido tolerable al principio, pero se volvía cada vez más y más insoportable. O puede que fuesen los nervios de regresar a su hogar después de meses y semanas.
Todoroki tenía miedo de divisar las torres del Castillo otra vez. De escuchar el caos y el ajetreo de la Ciudad Imperial. De olfatear las frutas frescas y el pescado que traían del puerto más cercano. De mirar caras conocidas y que alguna vez desfilaron por la entrada de su hogar.
A Todoroki le aterraba mirar otra vez a Fuyumi, su hermana. O a Endeavor, el gran monarca de Yuuei.
Pero más que nada, a Todoroki le aterrorizaba la idea de encontrarse con Momo. Ellos dos también tenían una historia sin cerrar; una de persecuciones y promesas de captura, en la que uno de los dos tenía que salir victorioso.
Porque Todoroki se había mentalizado con que volvería a casa en algún momento —pero se había sentido victorioso de que no regresaría sintiéndose tan solo como partió.
Todoroki se había imaginado el trayecto al lado de Midoriya: creyó que podría ver la maravilla en sus curiosos ojos cuando viera la grandeza de la Ciudad Imperial y las tejas doradas del Castillo de Yuuei brillasen tanto como su sonrisa. Soñó con que respondería a todas sus dudas sobre la capital del reino, que tal vez podría comprarle uno de esos panes de azúcar que a él tanto le gustaban y hacerle probar un pedazo de su infancia.
Pero esas cosas no habían llegado. Ni llegarían. Porque en cuanto se acercaron a los límites de la Ciudad Imperial, los ojos de Midoriya se veían abatidos y opacos. Sin curiosidad ni ánimos de aprender cosas nuevas.
Una parte de Todoroki anheló la dulce ignorancia que le hubiese permitido volver del regreso; porque, con Midoriya, ningún regreso se sentiría como una tortura, ni siquiera si volvías a tu horrendo hogar lleno de malos recuerdos.
Ahora todos los buenos recuerdos que creyó haber ganado se convertían en malos.
Y quizá fuese inmaduro —no lo negaría. Pero, ¿quién podía quitarle de encima todo lo que estaba acongojándole? ¿Quién podía borrar la noche anterior y traer de regreso los días en los que sintió que ya no volvería a estar solo?
Siguieron con el camino hasta que el cielo se pintó de naranja con el atardecer. Todoroki dio un gran sorbo de agua que hizo que sus resecos labios se sintieran agradecidos. El calor había estado increíblemente pesado, y casi podía sentir la lluvia que llegaría en la medianoche para apaciguar las altas temperaturas.
Ya podía ver las puntas brillantes de cada torre del Castillo de Yuuei, fundiéndose como agujas que se clavaban en el cielo del atardecer. Parecía una inmensa fortaleza arriba de la colina, y a Shouto le sorprendió solo un poco lo imponente que se veía. Era curioso, sin embargo, que para él, el castillo siempre se hubiese visto como una simple casa más en sus interiores.
Poco a poco consiguieron que la Ciudad Imperial se hiciese visible. Todoroki bajó la cabeza a medida que consiguieron colarse con unas caravanas de mercaderes que abandonaban los muros del lugar. Primero, porque su mirada de dos colores, su cicatriz, y también su cabello era como ponerse a gritar frente a la multitud que el príncipe volvía a casa. Segundo...
Porque no le apetecía ver la Ciudad Imperial. Cada rincón —cada enorme mansión, el mercado flotante, las personas hacinadas como hormigas, las tabernas a explotar de guardias, el emblema de los Todoroki sobre cada baldosa, el castillo cada vez más cerca— le hacían pensar demasiado en el pasado.
Ni siquiera se dio cuenta que Midoriya se bajó del caballo, casi perdiendo la espada en el trayecto, y se posicionó justo a su lado tapado con la capucha.
—Deberíamos buscar a Sir Tenya y a Ochako —Midoriya dijo cerca de él—. Ya casi oscurecerá.
—No —Todoroki le cortó—. En la noche es el único momento que podremos acercarnos a la estatua. El perímetro del castillo está custodiado casi todo el día, excepto en la madrugada cuando hacen el cambio de guardia...
Todoroki se calló. Midoriya se dio vuelta para mirarlo con interrogación por su repentino silencio, y también con algo de alarma por todo el rostro, poniéndose de repente atento por posibles amenazas.
Pero Shouto estaba enfrascado en las tabernas completamente tapadas de carteles amarillentos y con los sellos oficiales de la Guardia Real y el de los Todoroki al final de la página. La tinta de las letras se veía corrida —como si el autor no hubiese esperado a que esta se secara— y yacían debajo de un boceto algo torpe del rostro de un hombre.
No es posible, pensó con un jadeo. No puede ser él.
Sus pies casi se movieron por inercia hacia el dibujo en el folleto.
—¡Eh! —Midoriya chistó entre dientes y visiblemente espantado—. ¡Vuelve...!
Todoroki ignoró los llamados de Midoriya y serpenteó entre los transeúntes, bajando la cabeza lo suficiente cada vez que alguien amenazaba con pasarle por al lado. Se detuvo justo al frente de una destilería de whiskey para arrancar con sus manos uno de los tantos folletos que empapelaban la vitrina del lugar.
Sus ojos zumbaron a medida que leía el infame epígrafe: «Su Majestad, el Rey Endeavor de la casa Todoroki, recompensará con mil monedas de oro a quien pueda ofrecer datos sobre el paradero del acusado...».
Todoroki quería creer que en realidad era una mentira o alguna clase de broma. Porque los bonachones ojos azules que le devolvían la mirada en el dibujo no podían ser buscados por la corona.
Capitán Mirio Togata
SE BUSCA
Vivo o Muerto
Causa de búsqueda:
ALTA TRAICIÓN
El dibujo del Capitán Togata era casi irreconocible. Todoroki lo recordaba como un joven hombre amable, servicial y siempre leal a la corona. Aquel boceto no le hacía justicia —su rostro infantil se veía más duro y sus ojos ya no le parecían tan bonachones como en la primera impresión que tuvo, opacada por el verdadero recuerdo de Mirio.
Se veía casi malvado. Y frío. Y ruin. Nadie que no conociese a Mirio Togata podría asociar al verdadero chico con ese dibujo.
Todoroki levantó la mirada con horror para descubrir las decenas de hileras de boletines oficiales emitidos por la Guardia Real y la Corona, que exigían la cabeza de Mirio para ser juzgada.
Pero no fue solo el sello de la Guardia Real el cual le llamó la atención; había otro que también reconocía. Y ese era el de un hacha de guerra y una espada entrecruzadas.
Las Valquirias también habían emitido su propio boletín de búsqueda desesperada.
Y Shouto sintió el corazón en la garganta cuando reconoció un cabello corto y oscuro entre los dibujos de la cabellera dorada de Togata. Pasó sus dedos por la imagen de la muchacha que conocía a la distancia, pero que jamás tuvo la suficiente relación como para preocuparse por ella.
Lugarteniente Kyoka Jirou
SE BUSCA
Viva o Muerta
Causa de búsqueda:
CÓMPLICE DE ASESINATO
Kyoka Jirou. La mano derecha de la comandante de las Valquirias. Una muchacha casi silenciosa, algo hosca pero increíblemente hábil en la batalla. Todoroki siempre había sentido un aura de hostilidad de la chica hacia él; y creía entender por qué, aunque no la culpaba del todo.
Un sudor frío le recorrió la espalda.
Lo peor de todo fue el otro dibujo al lado del de Jirou. La imagen de una hermosa y magistral joven mujer, con un cabello tan negro como la oscura noche y un porte tan magnífico como el de una diosa que con su firme mirada podría haber hecho retroceder a todo un ejército.
Comandante Momo Yaoyorozu
SE BUSCA
Preferentemente muerta
Causa de búsqueda:
ASESINATO
Todoroki casi sintió que colapsaría bajo el peso de la sorpresa. Sus ojos no dejaban de viajar de la imagen de Togata a Jirou, de Jirou a Momo, de Momo otra vez a Togata.
Su cabeza no podía encontrar ninguna ruta en la que aquello tuviera sentido.
Solo podía ser una trampa.
Sus juveniles y feroces rostros tapizaban toda la destilería. Un miedo incontrolable le invadió, y le obligó a arrancar cartel por cartel, sintiendo sus uñas raspar contra el vidrio y el pegamento hasta que casi creyó ver sangre.
Arrugaba los papeles y los tiraba en el piso. Como si fuese el único que los había visto. Como si aquellos carteles no llevasen seguramente días colgados para que hasta el último habitante de la Ciudad Imperial se grabara a fuego sus caras.
Como si cada pared de la calle no tuviera un sinfín de hileras con los mismos dibujos y la recompensa por las cabezas muertas de tres de las personas en las que Endeavor confiaba.
—¡Eh! —escuchó a sus espaldas y cerca de su oído—. ¡Todoroki!
Pero Shouto no hizo caso de la voz y siguió arrancando papeles, poniéndose en puntas de pie hasta que sentía la rugosidad del papel y tironeaba del mismo con sus sangrantes dedos, dejando solo un rastro del boletín oficial que no conseguía despegarse del vidrio.
—Todoroki —Volvió a escuchar con aquella suave pero intranquila voz—. Shouto, por favor...
Sintió unas firmes manos sujetarle los antebrazos a medio camino de arrancar otro cartel de Togata. Todoroki tembló bajo su toque. Ni siquiera intentó soltarse, pero los dedos de Midoriya no vacilaron un solo segundo.
El pecho del muchacho se pegó contra el escudo en su espalda, pero podía sentir la calidez de sus brazos pegados a los suyos y la respiración contra su oído, el mentón apoyado sobre su hombro ya que las alturas eran discordantes.
—Ya para, por favor —suplicó Midoriya otra vez—. No puedes quitarlos todos... seguro es una trampa de tu padre por si vuelves...
La campanilla de la destilería tintineó, revelando a un viejo hombre con un poblado bigote y el rostro tan rojo por la ira de lo que aquellos dos chicos estaban haciendo.
La adrenalina del cuerpo se le disparó ante la posibilidad de ser descubiertos.
Pero, por suerte, Midoriya pensaba mucho más veloz que él.
—¡Eh, vándalos de mierda! —Les gritó—. ¡Les juro que mandaré a llamar a un guardia como sigan arrancando papeles....! ¡Les van a poner una multa por entorpecer la búsqueda real!
Todoroki cayó en la oscuridad al sentir rápidamente la mano de Midoriya tironeando de su capucha para taparle hasta la frente. Con el otro brazo le rodeó por el cuello y lo trajo hacia abajo, contra su pecho y al lado de su desbocado corazón. Midoriya hizo presión para que Todoroki no levantase la cabeza, pareciendo como un tonto que buscaba liberarse del agarre del chico.
—¡Perdónelo, señor! —Midoriya rió—. ¡Se ha puesto tan borracho que se escapó de casa esta mañana y he venido siguiéndolo...! Su prometida le dejó hace un par de noches, y no he podido evitar notar que se parece a una de las señoritas de los carteles...
Shouto contuvo la respiración ante la falsa historia de Midoriya. Sintió un fuego furioso recorriendo por sus venas al notar la facilidad para salir con una historia cualquiera e inventada.
¿Así de fácil había sido engañarle a él...?
Pero se abofeteó mentalmente por dejar que la furia tratarse de volver a opacar al vacío, porque en ese instante lo necesitaba más que nunca.
A menos que estuviese intentando que los mataran a los dos.
El hombre volvió a gritar. Apenas podía ver por encima de la capucha que alzaba una botella de whiskey vacía en dirección hacia ellos de forma amenazante.
—¡Me importa un bledo la vida amorosa de tu estúpido hermano! —bramó el hombre—. ¡Llévatelo de aquí o haré que los guardias lo metan en una celda! Me meteré en un lío por culpa de ustedes dos...
Su voz salió bastante asustada casi al final. Todoroki sintió un nudo en la garganta al tener que darle la razón; a su padre no le gustaba la gente que se revelaba a sus órdenes.
Y, en ese momento, el pedido de captura de esos tres fugitivos era una orden.
—¡Lo siento, en serio! —exclamó Midoriya—. ¡Ya nos vamos!
Midoriya dio unas palmaditas a Shouto y fingió susurrarle palabras de aliento por su borrachera y su prometida infiel. Escuchó que el hombre farfullaba para sí mismo antes de volver a meterse en su destilería mientras Midoriya le obligaba a voltearse y lo arrastraba hacia el callejón más cercano.
Intentó patalear para liberarse como si eso sumase a su actuación. Pero la verdad es que la cercanía con Midoriya le estaba haciendo daño.
Todoroki no había estado listo para que lo acorralase contra uno de los muros de ladrillo humedecido y mohoso. Sintió una explosión de dolor en su cráneo por el golpe, pero Midoriya le apretó tan fuerte el brazo contra las clavículas que no tuvo más opción que mirarle.
Le devolvió la furiosa mirada que el muchacho le dio.
—¿Qué te pasa? —Midoriya exclamó entre molesto, asustado y horrorizado—. ¡No es momento para buscar que nos corten la cabeza...!
—Suéltame —dijo Todoroki entre dientes—. Aléjate de mí...
Midoriya apretó más fuerte contra él. Era la primera vez que lo veía tan furioso contra él.
Todoroki sintió la amargura quemándole el pecho. Se preguntó a dónde había ido el dulce Midoriya. O si alguna vez existió.
—Puede que mi vida te importe poco —siseó el chico—. Pero la vida del dueño de este cuerpo sí que lo vale. Y la de Ochako. Y la de Sir Tenya. Y la de Kirishima y la de Bakugo. No voy a dejar que ellos mueran porque no quieres controlar tus emociones...
—Midoriya, que te apartes —ordenó Shouto—. Ahora.
Todoroki no le dio la posibilidad de acatar su pedido ya que lo empujó con las manos en el pecho hasta que se alejó a dos metros de distancia. Midoriya se sobó allí donde le había tocado.
No supo cuál de los dos debía verse más amenazante en ese momento. Puños apretados y manos que buscaban el mango de sus espadas. Todoroki no quería dejar que la rabia tomara el control porque, ciertamente, no era el momento.
—Bien —casi escupió Midoriya—. Buscaremos la espada. Nos esconderemos hasta entonces...
Hizo un corto silencio que en nada se comparaba con los tranquilos momentos de paz que alguna vez compartieron. El baño en la cascada bajo la luz de la luna parecía a miles de mundos de distancia de aquel instante de chispeante enfrentamiento.
—Luego podremos reunirnos con todos y ya no tendrás que soportarme, Todoroki.
Se escondieron en el bosque que bordeaba la colina donde descansaba el Castillo de Yuuei.
Ni Todoroki ni Midoriya dijeron una sola palabra hacia el otro. Ni una amenaza, ni una tensa conversación obligatoria referida a la misión. Los dos actuaban como si el otro realmente no existiera.
A medida que la noche entró, una tormenta comenzó a formarse en los cielos. Las estrellas solían ser hermosas cuando parecían besar las torres del castillo, pero en aquel momento había grandes nubarrones grises que solo necesitaban de un simple soplido para desatar toda su furia sobre la Ciudad Imperial.
Los relámpagos y los truenos tampoco se hicieron esperar. El cielo primero se encendía de blanco como si se hiciese el día de repente, solo para ser precedido por el atronador sonido de los truenos partiendo la tierra.
Él y Midoriya estaban ambos agazapados bajo unos arbustos. El silencio dejó de ser molesto entre ambos solo porque los rayos hablaban tan fuerte como las emociones que tenían plasmadas en sus caras.
Los dos miraban hacia la lejanía, a un lugar en específico en donde el caminito hacia el castillo se cortaba de repente en una plazoleta de forma circular que se encontraba bordeada por unos arbustos perfectamente verdes y podados.
Allí en el centro, y hecha de bronce, se encontraba la estatua de Toshinori El Magnífico.
Debía tener al menos cuatro metros de altura sin mencionar la plataforma en que la misma se encontraba —lo cual debía sumarle al menos otro medio metro— y que llevaba su placa conmemorativa. Por culpa del paso de los años el bronce se había oxidado, tornándose de un tono verde grisáceo y añejo que le cambió su color natural.
Toshinori era un hombre fornido y de una inmensa sonrisa que le achinaba tanto los ojos que era casi imposible distinguirlos. Los músculos de su brazo debían tener el tamaño del cuerpo entero de Shouto. Uno de esos brazos lo tenía flexionado hacia la cadera, mientras que el otro estaba semi extendido hacia adelante, sujetando casi perezosamente una espada que por sí sola tenía también un metro.
La espada de Toshinori. La quinta reliquia de Yuuei.
Era increíble imaginar que en ese mismo punto donde una estatua de cinco metros se levantaba, todo había terminado. Toshinori desapareció en ese mismo lugar, dejando nada más que su bestial espada como la única prueba de que tan grande héroe alguna vez existió.
Toshinori fue un viajero que no pertenecía a Yuuei. Y Midoriya era exactamente igual que él.
Todoroki tenía su corazón tamborileando más fuerte que los truenos en el cielo. Midoriya tampoco podía dejar de observar a la colosal estatua del mayor héroe de todos los tiempos.
Algo brillaba en sus ojos. Y le hubiese encantado preguntárselo, pero tampoco podía hacerlo en esos momentos.
—Ya casi lloverá —anunció Midoriya. Fue lo primero que salió de sus labios sin escucharse tan mordaz—. Y será fuerte: nuestro mejor momento para robar la espada sin que nos vean.
Shouto dio un resoplido. Aunque le pesara, no tenían más opción que interactuar de aquella forma. Él hubiese preferido el silencio antes que eso; ya que lo en verdad prefería hablar con Midoriya no era realmente posible.
—¿Cómo la sacaremos de allí? —inquirió Todoroki—. Esa cosa debe pesar quién sabe cuántos kilos. Solo mira su tamaño y grosor...
Midoriya se llevó una mano al mentón. Se veía pensativo y calculador, pero no pasó ni un solo minuto cuando volvió a alzar la cabeza, decidido.
—Me treparé a la estatua —dijo como si nada—. Desengancharé la espada haciendo palanca con la mía. Tú solo asegúrate de que no te caiga en la cabeza.
Todoroki parpadeó un poco confundido hacia él. ¿Acaso estaba demente...?
La tormenta del siglo parecía arremolinarse en sus cabezas y Midoriya estaba pretendiendo treparse en una mohosa estatua de casi cinco metros que seguro sería mucho más débil que antaño, colgarse con un solo brazo y usar el otro para desenganchar una pesadísima espada.
Eso y querer arrojarse de la mazmorra más alta del castillo hacia el lago no tenían muchas diferencias.
Pero no pensaba decírselo. Solamente apretó los labios y musitó:
—Bien.
Midoriya asintió. Se veía agradecido de que no tratase de contradecir sus locos y suicidas planes. Pero aunque sí lo fuera —que lo era—, la verdad es que no tenían más opciones.
El molesto silencio les invadió otra vez entre los brillantes relámpagos y los chillones truenos. Pero llegó un momento en que Todoroki ya no pudo soportarlo más; intentó apretar los puños contra su ropa y chirriar los dientes para contenerse hasta que finalmente le soltó:
—¿Acaso lo planeaste? —preguntó Todoroki—. ¿Tú...?
Midoriya se volteó hacia él con los ojos repentinamente apenados y sin sorprenderse demasiado por su exabrupto. Todoroki tuvo que apartar la cara.
Las emociones volvían a tomar control de su cuerpo.
—¿Tú planeaste que esto entre nosotros sucediera...?
Entre nosotros. Aquello había sido lo único en lo que pudo pensar para referirse a lo vivido entre él y Midoriya; porque la verdad es que no tenía ninguna idea de qué diablos estaba pasando entre ellos hasta la noche anterior.
Midoriya elevó la mirada hacia el cielo. Solo se podía ver un pedacito de la luna en medio de las nubes.
Casi creyó ver el resplandor en sus ojos cuando veía la luna. Todoroki sintió un extraño dèjá vu por ello; porque estaba seguro que ya había visto ese brillo triste alguna vez en sus ojos.
Tal vez Midoriya llevaba triste demasiado tiempo, pero solo ahora podía entenderlo.
—Me gustaría ser el monstruo que quieres creer que soy, Todoroki...
Su voz salió firme y sin vacilar. Se escuchaba triste y melancólico, pero más que nada se escuchaba resignado.
—Tal vez así sería más fácil para nosotros dejarlo todo atrás...
Todoroki sintió la primera gota en su rostro.
Y luego fue otra y otra. La lluvia comenzó a azotar sin dar tregua. Un trueno explotó en la distancia pero ahora la lluvia era tan fuerte que sus furiosas gotas le hacían competencia.
Se quedó respirando pesadamente mientras la lluvia los bañó por completo. Los dos empezaron a temblar por el frío y sus ropas empapadas. En menos de diez minutos, la tormenta fue tan fuerte que apenas podía ver un palmo de distancia con solo un poco de claridad.
Sintió la mano de Midoriya palmeando en su hombro.
—¡Es la hora!
Todoroki se levantó con cuidado. Dejó que Midoriya le tomara por la espalda de la camisa para que pudieran caminar entre la hierba hasta encontrar el caminito hacia la estatua. Las suelas de las botas de Midoriya eran perfectas para no resbalarse pero él tenía que esforzarse con las suyas.
Llevaba también ambos brazos extendidos y los tanteaba en el aire para no correr el riesgo de golpearse contra algo. Una vez encontrado el sendero solo les quedaba caminar en línea recta por unos cuantos metros —y teniendo cuidado con la ligera subidilla— hasta que pudiesen sentir la fría plataforma de la estatua de Toshinori.
Le gritó a Midoriya cada vez que pisaba algún pozo en el camino para que tuviese cuidado al pasar. Ya estaban llenos de agua y unos zapatos mojados solo conseguirían darles una pulmonía fulminante.
¿Quién sabe cuándo pudiesen llegar a la mansión de los Iida? ¿O siquiera si lo lograrían...?
Todoroki sintió el frío bajo sus dedos. Deslizó la mano con una encontrada desesperación solo para asegurarse de que no estaba soñando.
El suave relieve de las letras en la placa de Toshinori bajo sus dedos le hizo sonreír como un loco. Todoroki siguió pasando sus dedos por cada letra del texto que conocía de memoria:
"Allí en donde todo termina, lo nuevo comienza"
Toshinori El Magnífico
En memoria a todos los héroes de la Gran Guerra de Yuuei. No caerá nunca aquel que levanta a los demás.
—¡Midoriya! —Todoroki gritó en medio de la lluvia—. ¡Es aquí!
—¡De acuerdo! —Midoriya respondió—. ¡Subiré ahora! ¡Recuerda alejarte de la plataforma a mi señal!
Todoroki le dijo que lo haría pero un trueno opacó su voz. Midoriya tanteó a través de su cuerpo hasta llegar a su brazo y seguir el camino hasta la plataforma. En algún momento, los dedos fríos del chico rozaron los suyos que seguían sobre la placa.
Podría haberlos removido, pero ninguno de los dos lo hizo.
Todoroki solo podía ver la silueta de Midoriya. Cuando el muchacho buscó la base de la plataforma con la punta de sus manos, y la encontró, se dispuso a treparla con algo de dificultad. Le detuvo al instante.
—Espera —dijo Shouto—. Te ayudaré.
Junto las palmas de sus manos y las depositó a cierta altura del suelo. Midoriya lo captó al instante, y suspiró con una sonrisa más tranquila por la ayuda. Apoyó uno de sus pies sobre las manos de Todoroki —las cuales elevó poco a poco con todas sus fuerzas— y lo usó para tomar impulso y quedar prácticamente arriba de la plataforma.
—¡Estoy arriba! —exclamó Midoriya—. ¡Necesito trepar por su cadera, mi espada no llega hasta la envergadura de la reliquia!
—¡Fíjate por dónde te agarras! —dijo Todoroki—. ¡Estará resbaloso por el moho mojado!
Midoriya extendió el dedo pulgar como respuesta. Le vio sacudirse la cabeza para quitarse de la cabeza los largos rizos, ahora lacios, que le tapaban los ojos. Todoroki intentó cubrirse las cejas con los dedos de manera que el agua no le entrase directamente a los ojos.
Pero todo estaba demasiado oscuro y la lluvia destrozó todas las lámparas de papel y las antorchas que cercaban el castillo. Apenas la luna les iluminaba cuando no estaba tapada por un nubarrón.
Shouto tenía el corazón en la garganta. Veía la silueta de Midoriya buscar un agarre entre los huecos de los brazos de Toshinori para comenzar a trepar. Era bastante dificultoso con una espada colgando del cinturón.
Eligió mejor observar la entrada del castillo. Estaba cerrada, pero no dudaba que desde las ventanas estarían apostados al menos tres guardias que debían vigilar el perímetro constantemente.
Aunque lloviese, esos mismos guardias salían cada tanto para echar un vistazo y asegurarse que todo seguía en orden. Puede que desde adentro no pudiesen verlos, pero seguramente serían divisibles si se les ocurría salir.
Y ya llevaban bastante rato sin que la puerta se abriese. No tardarían en dar la vuelta rutinaria en cualquier momento.
—¡Midoriya! —Le gritó—. ¡Apresúrate!
—¡Lo estoy intentando! —bramó el chico—. ¡Pero es resbaloso!
La lluvia comenzaba a amainar poco a poco. Si se detenía por completo, Todoroki estaba seguro que les verían todavía más fácilmente. Los nervios comenzaban a carcomerlo.
Al menos podía observar a Midoriya con más claridad: estaba sujetado del torso de Toshinori, ya con su nueva espada —el regalo de Mei Hatsume— elevada hacia el hueco entre la mano de la estatua y la punta de la envergadura.
Midoriya clavó el filo de su espada en ese hueco. Sin dejar de sujetarse de la espalda de Toshinori, estiró su brazo todo lo que pudo para empujar con la punta de la espada en un afán para separar lo que sea que uniese la espada de su dueño.
—¡No sale! —chilló Midoriya casi con un sollozo—. ¡Parecen estar solapadas!
—¡Sigue intentando!
Pero a Todoroki le desesperó la claridad con la que se escuchaban sus voces. Estaba claro que la lluvia se detendría en cualquier instante. Midoriya seguía intentando desesperadamente, clavando una y otra vez su propia espada.
Otro relámpago iluminó el cielo. Todoroki solo tuvo tiempo de protegerse delante de la plataforma para que no pudiesen verlo desde las ventanas del castillo.
—¡Ajá! —exclamó Midoriya—. ¡Todoroki, aléjate, ya la voy a tirar...!
—¡Midoriya! ¡Espera al trueno!
El chico no le respondió, pero Todoroki supo que le hizo caso cuando, segundos después, un vibrante trueno explotó otra vez justo cuando un chirrido metálico desprendió la inmensa espada.
Todoroki se apartó al instante que la espada osciló solo dos segundos sobre la plataforma antes de precipitarse contra el suelo. El ruido fue bastante fuerte a pesar de tener el trueno cubriéndolos.
Shouto se arrastró hasta la espada que ahora descansaba sobre el piso encharcado. No era de un verde grisáceo como el resto de la estatua: seguía siendo plateada y su mango estaba cubierto de piedras preciosas de color rojo, amarillo y azul oscuro.
Pasó su dedo sobre la hoja pero no sintió la suavidad que tenían las espadas de la actualidad. Estaba rugosa, cubierta de moho y su filo ya no existía; de hecho, en algunas partes el filo parecía haber sido comido por el paso del tiempo.
Frunció las cejas. ¿Aquella era la mítica espada que debían llevar a la guerra...?
—¡Wow! —escuchó la voz de Midoriya sobre la plataforma luego de que sus botas aterrizaran sobre la misma—. ¡Ah, mierda...!
Todoroki se giró justo a tiempo para ver el talón de su bota roja resbalando en la punta.
Ni siquiera se detuvo a pensarlo dos veces antes de dar un salto hacia el lugar en el que el cuerpo de Midoriya amenazaba con caer. Puede que una caída como esa no lo iba a matar, pero podría torcerle una pierna o fracturarle un brazo.
Shouto extendió sus propios brazos y usó sus dedos para atrapar la ropa de Midoriya de forma que pudiese direccionar su cuerpo hacia el suyo. Midoriya había extendido las piernas para desacelerar la caída en un intento de no aplastar a Todoroki.
—¡Uf!
Le rodeó la cintura con los brazos y lo atrapó contra su pecho. El muchacho le golpeó cerca del diafragma dejándolo sin aire por un instante y doblándose sobre sí mismo, pero ya con Midoriya en sus brazos.
El chico se había sujetado de sus hombros por el terror a la caída. Los dos tenían sus rostros demasiado cerca, pero los cabellos empapados tapándoles los ojos les salvaba de una brutal mirada a escasos centímetros.
Sentía su corazón latiendo desbocado contra el suyo.
—Gracias —tiritó Midoriya—. Eh... por no dejarme caer.
Todoroki asintió como respuesta y le soltó cuando Midoriya comenzó a removerse entre sus brazos. Los dos se alejaron lo más que pudieron negados a mirarse otra vez.
No sabía si se arrepentía, o no, de lo que acababa de hacer.
Midoriya se dirigió entonces a la espada y la sujetó por la envergadura. Vio el cambio en su expresión al descubrir el verdadero peso de la misma; ni siquiera podía manipularla correctamente con las dos manos.
La mantuvo elevada en el aire. La lluvia era cada vez más escasa, por lo que podía observar mejor todo el esplendor de la bendita espada.
Cuando estaba en la estatua, Todoroki siempre creyó que se veía letal y colosal, al igual que su portador. Era un símbolo del heroísmo allí en Yuuei. Pero ahora que podía verla de cerca...
Solo parecía un pedazo de chatarra.
La emoción por tener una de las reliquias se vio aplastada mucho antes de siquiera aparecer. Esa espada debía ser menos peligrosa que alguna de las espadas de madera que usaba como juguete en su infancia.
No tenía idea del libro o la piedra, pero el escudo, la daga y la máscara eran increíblemente hermosos al lado de esa cosa.
Inevitablemente, él y Midoriya intercambiaron una mirada de soslayo.
—Huh... —El chico apretó la boca—. ¿Esto es...?
Todoroki iba a responderle pero no pudo.
Todo ocurrió demasiado veloz como para poder procesarlo.
Midoriya ahogó un jadeo y alzó su tobillo cuando algo se le enredó en el mismo. Todoroki no llegó a ver lo que era hasta pasados unos segundos: era una hiedra salvaje y que serpenteaba por su propia cuenta como si tuviera vida.
—¡Midoriya!
El chico abrió la boca para gritar pero más hiedras aparecieron. En sus manos. En la cadera. En los labios.
Y alrededor de la espada.
Todoroki estiró su brazo para alcanzarlo pero se desvaneció antes de que pudiese siquiera tocarlo.
Vio con estupor como la misma hiedra serpenteante no solo cobraba vida sino que lo hacía con una increíble violencia para apresar al muchacho y arrastrar de él en dirección al bosque en el cual se escondieron horas atrás.
Los ojos de Midoriya se inundaron con horror. Todoroki quería decirle que lo salvaría, pero sus propios ojos debían estar tapados por el mismo horror causado por aquella bizarra escena.
La hiedra cubrió por completo a Midoriya a medida que lo arrastraba. Todoroki gritó por su nombre, y comenzó a correr y correr siguiendo el camino de la hiedra antes de que se metiera por el bosque.
—¡Midoriya! —volvió a gritar pese a que la lluvia no era tan fuerte para taparlo—. ¡Midoriya!
Todoroki siguió corriendo aunque el desastre de lodo y césped húmedo le hacía tropezar a cada rato. No le importaba estaba bañado en mugre, solo tenía que seguir el rastro del cuerpo de Midoriya sobre el lodo hundido antes de que la lluvia —por muy fina que fuese— comenzara a taparlo.
Se metió ente los frondosos árboles del bosque.
Podía escuchar el rumor lejano de hojas moviéndose sobre las crujientes ramas que debían romperse bajo el peso de Midoriya. Todoroki intentó escuchar pero su desesperado corazón no le permitía prestar la atención que deseaba.
Siguió persiguiendo el rastro de la hiedra. En algún momento se tropezó tan fuerte que terminó semi enterrado en una pila de tierra enlodada de la que solo pudo salir con algo de esfuerzo de sus manos. Sus uñas se habían roto y estaban cubiertas de sangre y barro.
También temblaba por el frío y por el miedo. Miedo, porque todo el día estuvo pensando en la posibilidad de que Midoriya desapareciera de su vista solo para amortiguar un poco el dolor de la revelación de ser el viajero.
Pero ahora que había desaparecido de verdad... Todoroki solo podía sentir terror.
Empujaba las ramas con sus brazos hasta que le rasgaron la tela de la ropa y también la piel. En algún punto se cansó de aquello y sacó su propia espada para dar profundos tajos a cada rama o planta que se interpusiese en su camino.
El rastro se hacía cada vez más difuso. La lluvia ya no alcanzaba en esa zona del bosque porque las copas de los árboles filtraban la mayoría de las gotas. La tierra estaba seca y solo podía seguir un ligero sendero formado entre las hojas apenas húmedas.
—Por favor —musitó para sí mismo. Sus dientes castañeaban—. Por favor. Por favor. Por favor...
Todoroki siguió destrozando la vegetación con cada torpe paso que daba. Sus rodillas amenazaban con doblarse y la ropa comenzaba a secársele y endurecerse a causa de todo el barro que tenía encima.
Pero al menos encontró la hiedra. A medida que se acercaba, más y más hojas de hiedra tapaban los árboles y se arrastraban por el suelo hasta que en algún punto cubrieron por completo. También notó que la mayoría de las raíces de aquellos árboles estaban demasiado elevadas del suelo; debía tener cuidado si no quería volver a tropezar. Cada hiedra y raíz estaban completamente secas como si las mismas hubiesen protegido todo el claro encapsulado de la tormentosa lluvia.
Todoroki podía estar loco, pero la hiedra parecía cubrir un espacio entre los árboles como una suerte de entrada. Pero...
¿Una entrada hacia dónde?
Lo descubrió casi al instante cuando sintió algo removerse a su costado. Dos bultos tapados casi por completo por hiedras y raíces de los árboles como una especie de mordaza.
Primero reconoció su cabello rubio. Y luego cada rasgo de su rostro le hizo dar un respingo por la sorpresa. Fue una suerte que no se cayó de trasero contra una de las raíces.
—¿Togata...?
Todoroki dio unos temblorosos pasos en dirección al cuerpo envuelto en hiedras y raíces. Tenía los ojos cerrados, pero no se veía pacífico como alguien que solo está durmiendo.
No... no puede estar muerto, pensaba para sí mismo.
Las rodillas le flaquearon antes de llegar hasta Togata. Quiso alcanzar la punta de su bota con las manos, pero un nuevo crujido le llamó la atención.
Alguien parecía intentar hablarle con sus labios tapados. Todoroki estaba increíblemente mareado, y fue por eso que le costó reconocer aquellas orejas puntiagudas y cabello tan oscuro como un cielo nocturno.
Pero cuando lo hizo, se preguntó si aquello no era más que una pesadilla.
¿Aquel era...?
¿Tamaki Amajiki? ¿El medio elfo?
El chico tenía los ojos abiertos como platos y con un profundo miedo al ver de repente a Todoroki. Se removía bajo su prisión de hiedra y parecía desesperado por decirle algo; solo soltaba sonido agudos que vibraban en su garganta.
—¿Qué...? —Todoroki musitó—. ¿Qué tratas de...?
Tamaki continuó removiéndose con violencia. No dejaba de inclinar la cabeza hacia su costado, una y otra vez, en intentos desesperados por hablarle.
Todoroki se arrastró hasta el muchacho y usó su espada para rajar —con algo de dificultad— el trozo de hiedra que le cubría la boca. Tamaki dio una intensa bocanada de aire antes de gritarle en un susurro.
—¡Vete de aquí! —dijo con la voz ronca—. ¡Mi hermana está loca y quiere que la profecía del sacrificio se cumpla! ¡Aléjate, porque ella va a...!
Todoroki se quedó de piedra ante la advertencia del medio elfo. No tuvo tiempo ni de cortar las otras amarras porque de pronto sintió como si la tierra temblara
—Vaya, vaya —Una tercera y dulce voz femenina habló a sus espaldas—. Tamaki, mi pequeño corazoncito de pulga... eres el típico irritante y soplón hermano menor... ¡contigo no se puede tener ninguna diversión!
Todoroki tragó saliva con dificultad. Tamaki ya no le miraba a él, sino que lo hacía por encima de su hombro a la imponente figura de la hermosa dama que parecía hecha con un pedazo de cielo en su sedoso pelo y con la madreselva del bosque en su cuerpo.
Se paralizó al ver la grandiosidad de la hermosa Reina Nejire de los elfos. Ella sonreía con una inquietante ternura, pero sus ojos centelleaban con algo mucho más oscuro.
La reina hizo una irónica reverencia en su dirección.
—Buenas noches, Su Alteza —dijo ella—. Le estaba esperando a mi pequeña fiesta. Lamento haber traído antes a su invitado, pero creí que sería la única manera de hacerlo venir hacia mí.
Todoroki observó entonces hacia donde la palma de ella estaba apuntando. Su corazón dio un vuelco al reconocer el tercer cuerpo envuelto entre las hiedras y con una mirada casi tan aterrorizada como la de Amajiki.
Midoriya le veía con inmensos y suplicantes ojos.
Del otro lado de la reina, también envuelta en hiedras por su envergadura, estaba la inmensa y mohosa espada de Toshinori.
Ella carraspeó para que Todoroki volviera la mirada. No parecía gustarle no ser el centro de atención.
—Eres un monstruo —Todoroki musitó con asco y horror—. ¿Qué diablos haces...?
Nejire se llevó un dedo a la boca como si fingiera pensar.
—Digamos que... solo defiendo mis intereses, mi dulce príncipe Shouto —dijo—. Exactamente igual que tú y tu precioso compañero. No puedes juzgarme por ello...
Todoroki se puso de pie como pudo. Se acercó hasta la imperturbable reina con pasos tambaleantes y un dedo acusador.
—Suelta a Midoriya —habló Shouto con cuidado—. Y a tu hermano. Y a Togata. Suéltalos ahora, o pagarás tus crímenes hacia la corona. ¡Sigo siendo el maldito príncipe de todo este reino!
Nejire apretó la boca en una sonrisa socarrona. Casi parecía tener ternura de su temblorosa amenaza sin sentido. No es como si una mujer que podía controlar la naturaleza a su antojo y leer las verdaderas emociones de las personas no fuese a saber que sus palabras estaban completamente infundidas.
Todoroki dio un paso hacia atrás cuando la reina se acercó hasta él con una gracia que parecía hacerla flotar entre la hiedra. Nunca había visto a una persona sintiéndose tan en sintonía con su entorno.
Ella se acercó lo suficiente para acariciarle la sucia mejilla con su suave mano. Él tembló al sentir la frialdad de sus ojos, su aliento y su toque.
Se inclinó hasta su oído. Podía escuchar la risa burlesca de la reina contra su piel, justo antes de susurrar. Lo último que Todoroki vio mientras ella le drenaba por completo las esperanzas fue la mirada de Midoriya haciendo un esfuerzo inhumano por no echarse a llorar.
—Hace unas semanas les pregunté quién estaba dispuesto a sacrificarse primero por el otro —canturreó la Reina Nejire contra su oído—. Así que, mi dulce príncipe... ahora te lo vuelvo a preguntar...
Todoroki sintió un escalofrío al sentir el gélido beso de la reina cerca de su mandíbula.
—¿Serás tú... o será él?
Ahora sí creo que van a matarme (?) solo que no sé por cuál de todas las razones ;;u;; así que mejor guarden sus espadas, cuchillos, antorchas, demandas y sobornos (?)
Primero que nada... ¡LO SIENTO POR NO SUBIR AYER! ;;-;; se suponía que podría terminar el cap en la noche del 1 de enero, pero me fue imposible porque me cortaron la luz todo el día. Y cuando me la devolvieron, tenía una pila de trabajo por hacer... LO SIENTO ToT sé que esperaban mucho este capítulo, pero espero haya valido la pena la espera ;;;;
Ahora, sobre lo ocurrido... ni siquiera sé cuál de todas las cosas comentar HAHA así que les dejo este espacio para que ustedes comenten lo que deseen (?)
Sobre Todoroki y Midoriya... no odien a ninguno de los dos por la forma en que reaccionaron. Es muy difícil sincerarse con algo tan serio y también es muy difícil aceptarlo. Ambos tienen sus razones. Y todavía queda bastante historia (?) o no... recuerden que cualquiera puede morir 7u7r
¿Quién narrará la siguiente parte de esta subtrama de la historia? ¿Y qué estará pasando con Bakugo, Kiri y Shinsou? ¡Estamos muuuy cerca del reencuentro entre los héroes! Pero... lo van a lograr todos? ;) no se olviden de dejar cualquier nueva teoría que me hacen felices con sus locuras ;;u;; ♥️
Ahhhh, ahora sí! Estoy en paz por terminar este maratón xD descansaré un par de días antes de enfrascarme en el final de Virgin Boy y también el de LFDA (¡ahora en enero sí que termina!) así que sean pacientes con las actus de este fic ;u; obviamente tendremos en enero, pero ya le di mucho amor a DHYL y le toca un poco a los otros... y a las nuevas ideas! así de paso quienes no pudieron leer el maratón en tiempo, podrán ponerse al día
Muchísimas gracias por todos sus bellos comentarios y votitos (ya son 20k!!! Gracias!!!). DHYL crece cada día más ♥️ TuT ¡Y pensar que apenas hace dos meses alcanzábamos los 100K! Por ahora no habrá otro maratón pronto, a menos que lleguemos a los 200K en algún momento ;;u;; pero en serio, mil gracias por seguir acompañándome
Nos vemos muy pronto (o en los otros fics), besitos ♥️
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