Capítulo 39
Maratón 1/3
1- Estén preparados para la montaña rusa de emociones que es este capítulo ;;;
2- Ya NO hay arcos de personajes, la organización de capítulos vuelve a como era antes. Es decir, será salteado entre cada grupito cada un capítulo.
3- ¡Empieza hoy el maratón por el aniversario de DHYL! A partir de hoy sábado 29, y se subirán pasando un día: el lunes 31 se subirá el segundo, y el miércoles 2 se subirá el tercero.
Midoriya comenzaba a extrañar la rapidez que les otorgaba el viajar encima de un dragón.
Porque debía ser honesto —y es que viajar en caballo era el peor fiasco en la historia de la humanidad.
La entrepierna —por no usar otra palabra— te sudaba como animal y los huesos del trasero se entumecían del dolor con cada rebote que dabas sobre la montura. Y eso si tenías la suerte de conseguir algo tan simple como una montura.
—Ya estamos solo a un par de horas —dijo Todoroki al escuchar sus lamentos a espaldas suyas—. Musutafu está a menos de cien kilómetros.
—Eso es tan alentador...
Izuku exhaló un gran suspiró y recargó la frente contra el hombro de Todoroki. Aquello hizo que el príncipe intentara reprimir con todas sus fuerzas una sonrisa pero acabó fracasando en el proceso.
El simple gesto llenó de calidez a Midoriya. Incluso se apretó más fuerte contra su cintura, sujetando su estómago con firmeza pero sin hacerle daño.
Llevaban al menos cuatro días viajando de esa forma. Cuatro días desde que abandonaron el templo donde descansaba el espíritu del viejo Gran Torino. Cuatro días compartiendo habitaciones más pequeñas que un armario en posadas. Cuatro días durmiendo bajo las mismas sábanas.
Habían llegado a un punto en su relación en el que ninguno de los dos sabía dónde terminaba el otro. Algunas penas se habían difuminado en aquella intimidad forzosa pero que, de todas formas, no parecía ya molestarles en absoluto.
Todoroki se irguió al sentir su toque. Midoriya hubiese deseado saber qué es lo que pensaba; y si también sentía un temblor debajo de su piel, pese a que yo no era nuevo estar uno tan cerca del otro.
—Midoriya —Shouto le llamó.
Tal vez fue un simple intento por romper la tensión, pero no se quejaba. Perezosamente levantó la cabeza.
—¿Sí? —inquirió con un tono más suave.
Vio que Todoroki tragaba saliva antes de hablar. Había parecido bastante seguro y decidido a hablarle un segundo atrás, pero alguna duda o inquietud le azotó tan de repente que le ensombreció la mirada.
—¿La extrañas?
—¿A quién?
Todoroki le miró por encima del hombro con las cejas fruncidas.
—A tu madre —respondió—. Casi nunca te escucho hablar de ella. No pensé que tuvieras familia en la actualidad.
Diablos, dijo Midoriya tras morderse la lengua.
Debería haber premeditado un poco mejor sus mentiras si quería salvar su pellejo.
¡Ni siquiera sabía guardar un jodido secreto!
Pero maldito fuese todo, ya que estaba seguro que Todoroki quería saber aquellas cosas mientras pensaba en su propia madre. Debía tener cuidado con las cosas que decía; y eso se sentía más difícil que cruzar todo el reino a pie y expulsar a los demonios con una patata como arma.
—Oh. ¡Oh! —Midoriya se golpeó la frente. Soltó entonces una risotada—. ¡Por supuesto que la extraño! Mi madre es alguien genial y que se preocupa mucho por mí. Solo nos tenemos el uno al otro. Por eso quería verla antes de... bueno, tú sabes...
Shouto asintió; y se lo agradeció mentalmente ya que no tenía muchas fuerzas para seguir hablando del tema. Le hacía engrandecer el hoyo en su pecho que existía desde que tenía el suficiente uso de razón como para saber que no tenía a nadie en el mundo.
Porque la mujer que había conocido tras su llegada era, técnicamente, su madre. Pero no lo era —porque esa madre le pertenecía al Izuku de aquel mundo.
El Izuku del cual se había apoderado de su vida.
Se preguntaba cómo sería él. Si también sería torpe y aventurero. O si le gustaría sobreanalizarlo todo. Podían ser iguales por lo que sabía, pero Midoriya estaba seguro que había algo que siempre les impediría ser la misma persona.
El otro Izuku Midoriya había tenido el amor de una madre.
Y no es que quisiera sentir envidia de... bueno, él mismo. Pero una parte suya sentía curiosidad de cómo hubiese sido de diferente su triste existencia en caso de tener una madre.
Tal vez no tuviese que crecer con cientos de niños burlándose de él por sus gustos. Ni tampoco refugiarse en novelas y libros de superhéroes, deseando con todas sus fuerzas que la aventura lo sacase de su monótona vida.
Bueno, aquí tienes tu aventura, se dijo Midoriya a sí mismo tras otro rebote por culpa de que el caballo pisó un bache. Eres un tonto.
—Ya falta poco —dijo Todoroki con una media sonrisa—. No es que yo diga esto muy seguido, pero... estoy un poco ansioso por conocer a tu madre.
Midoriya se quedó bastante en shock tras escuchar su confesión.
¿Acababa de decir ansioso? ¿Todoroki? ¿El muchacho al que solo le había visto un puñado de gestos faciales y ninguno de ellos se acercaba a la emoción o algo similar?
Todoroki debió sentirse incómodo con su mirada acusadora —de la cual se sintió mal al instante—, ya que carraspeó antes de agregar:
—Me da curiosidad sobre cómo sea ella. Es todo —dijo con un tono más bajo—. Me hace preguntarme qué clase de mujer ha criado a un chico como tú.
—¿Un chico como yo?
Shouto asintió. Si bien Midoriya sabía muy bien que la Inko de aquel mundo nada había influenciado en él, sí que tenía curiosidad de lo que Todoroki estaba implicando.
Hacía que algo aleteara emocionado en su pecho.
—Sí, un chico como tú —continuó—. Alguien loco, aventurero, inteligente, que parece no tener miedo de la muerte ni los príncipes...
—Lo siento —Izuku confesó con una risita nerviosa—. En mi defensa, ni siquiera te ves como un príncipe ahora. Casi te ves como un campesino, igual que yo. O un vagabundo, ya que no quisiste cortarte el pelo como dijo Gran Torino.
Si no fuera porque eres más guapo que cualquier actor de Hollywood en mi mundo, se vio tentado de agregar.
—¿Casi? —Todoroki frunció las cejas—. Supongo que no puedo deshacerme de mi principicidad.
Midoriya rodó los ojos, divertido. Incluso dio un golpecito sobre el hombro de Todoroki.
—¡Oh, vamos! Estoy seguro que esa palabra no existe. Que sea campesino no quita que sea ignorante.
—Maldición —Todoroki fingió haber sido descubierto, agitando el puño en forma de arco—. Ahora no podré ser como mi padre y engañar a todos los aldeanos para robarles su dinero.
Puede que su tono fuese divertido, pero Midoriya comprendía muy bien la verdad que se escondía bajo las palabras.
Una verdad ácida y amarga acerca del Rey Endeavor, que se aprovechaba de cada campesino sin educación que habitaba en Yuuei.
El último tramo hacia Musutafu fue algo tenso y silencioso. Todoroki se quedó absorto en sus pensamientos, con la boca fruncida y el entrecejo arrugado. Midoriya sentía que no quería interrumpirlo ya que seguramente sería en vano.
Su mente estaba demasiado lejos.
Aprovechó la última hora para hacer memoria de lo poco que conocía de Musutafu. Habían pasado semanas —¿o meses?— desde su primera y única visita; pero Todoroki pensaba que Midoriya solo estuvo en Musutafu, así que lo lógico sería que conociese sus calles como a la palma de su mano.
Que, hablando de sus manos, llevaba largo rato apretando la mitad de la piedra de Uraraka contra su pecho. Regresar a Musutafu despertó un sentimiento de nostalgia en Izuku; allí había empezando todo e, inconscientemente, gracias a Uraraka.
Era la muchacha la que lo alentó a embarcarse en una aventura para devolverlo a su hogar. De no ser por ella, Midoriya no tenía idea qué hubiese sido de él. No tendría idea de a quién acudir o cómo regresar, y se quedaría estancado para siempre en Yuuei.
Y por supuesto, el equipo nunca se hubiese reunido de no ser por el encuentro fortuito en el bosque con un caballero y su príncipe. Un príncipe que le había robado el aliento con su belleza al solo posar una vez sus ojos sobre sus rasgos. Se notaba la sangre real corriendo bajo su tersa piel de porcelana y los finos ángulos de su cara.
Le abochornó sentirse tan superficial de repente. ¿Acaso hubiesen accedido a viajar con el príncipe Todoroki si fuese tan feo como un trol?
Imposible que fuese feo, se dijo en su interior. Por dentro es tan hermoso que jamás podría haberlo visto feo.
—¿Midoriya?
Inquirió entonces la voz Todoroki y descubrió su bella cara observándole con curiosidad, teniendo una única ceja enarcada.
La sorpresa le hizo dar un brinco que casi lo tiró de la montura, de no ser porque el príncipe le sujetó por los muslos. Se sintió todavía más avergonzado de su mano contra su cuerpo.
Shouto hizo una mueca de confusión.
—¿Estás bien? —volvió a preguntar—. Ya hemos llegado.
Izuku tuvo que inspirar fuertemente para no comenzar a enloquecer.
Entraron por una zona de Musutafu que él no conocía. En su defensa, no conocía la gran mayoría de zonas de la ciudad.
Todoroki le pidió indicaciones al instante, pese a haberse encontrado rogando a los cielos que no le preguntara nada. Fingió seguir un poco adormilado y con dolor de cabeza para justificar el hecho de que les hizo perderse al menos tres veces de camino a la plaza principal.
El príncipe pareció agotarse pero tampoco buscó hacerlo sentir mal por su inutilidad. Simplemente se ajustó más la capucha y se acercó para preguntar a un panadero —el cual sujetaba un cigarrillo entre dientes— que se encontraba descargando unos sacos de harina de una carreta por el camino hacia el casco céntrico de la ciudad.
Mientras Shouto preguntaba, Midoriya se dejó embriagar por el delicioso aroma a pan recién horneado, anís estrellado y a azúcar quemada de los dulces.
—Solo debes seguir un par de calles más hasta que encuentres el sendero de farolas que bordean el centro —dijo el anciano un poco ofuscado—. Estos niños de ciudad que nada saben hacer...
Todoroki hizo caso omiso de su despotricar entre dientes para con ellos dos. Seguramente estaba más que acostumbrado a cosas del estilo —aunque Midoriya sí se molestó, considerando que Shouto había sido educado y cortés.
Estaba deseando que aquel panadero descubriese la identidad de su interlocutor.
Pero se arrepintió al instante, ya que debió haber estado observando tanto al viejo que acabó reparando en su presencia. Midoriya no llevaba capucha, y se dio cuenta demasiado tarde de su error.
Musutafu no era un pueblo grande. La gran mayoría de sus habitantes debían de conocerlo.
—¿Mi... Midoriya? —Los ojos del viejo se abrieron de par en par. Incluso el cigarrillo se le cayó—. ¿El Midoriya de la buena Inko...? ¡Esto no puede ser!
Izuku se removió incómodo contra la espalda de Todoroki, que se había tensado de repente. Podía sentir sus ojos encima de él pero se negaba a devolverle la mirada.
—Hola —dijo Midoriya con una sonrisa tímida—. Yo, eh... todo tiene una explicación...
El viejo depositó uno de los sacos de harina con tanta fuerza que Midoriya creyó que explotaría contra los adoquines.
—¡Y más te vale que la tenga! —dijo indignado—. ¡Causarle ese disgusto a la pobre mujer...! ¡Y todo para fugarte con un vago de por ahí!
Todoroki dio un respingo al escuchar que se referían a él como vago. Midoriya trató de apaciguar las aguas, pero luego recordó que no le debía ninguna explicación a un viejo como aquel.
Le indicó a Todoroki que se fueran, y por un momento deseó tener las agallas de Bakugo para enseñarle el dedo medio a aquel grosero panadero que seguía farfullando sobre cómo la juventud estaba perdida.
De todas formas, algo de las palabras del viejo le hicieron doler en el pecho.
—No le escuches —Todoroki dijo cerca de su rostro—. No tiene idea de lo que habla.
—Lo sé... —suspiró Midoriya—. Pero no quita que no me sienta culpable...
Porque una parte de él, la que no estaba pensando en salvar un reino de la perdición, sí que pensaba en la vida que arrebató y en todos sus seres queridos.
Porque Inko Midoriya no tenía la culpa de lo que pasaba. Ella solo deseaba estar con su hijo.
Así que en cuanto llegaron a la plaza principal e Izuku reconoció el antiguo callejón de la residencia de Uraraka, hizo unas desganadas indicaciones hacia la casita con la puerta de madera roja.
Intentó que el corazón no se le desbocara demasiado porque Todoroki podría sentirlo. No tenía sentido estar nervioso de volver a casa —pero Midoriya seguía debatiéndose si debía mentir a la pobre Inko o decirle la verdad y esperar por un milagro para que las cosas no empeorasen.
Cuando encontraron la casa, Izuku vio que la chimenea humeaba. No estaba vacía —lo cual le puso más nervioso. Todoroki hizo estacionar al caballo cerca de un árbol y lo ató suavemente para que no se fuera pero siguiera teniendo movilidad para pastar.
Le tendió una mano a Midoriya para ayudarlo a bajarse, pero no se la soltó al instante tras caer en la tierra con un estrepitoso ruido.
Midoriya fue quien tuvo que romper el contacto para estirar un poco sus adoloridos músculos. Fue luego de varias estiradas que descubrió que estaba siendo observado por Shouto.
Y había un anhelo extraño brillando en sus ojos.
—¿Vamos? —Le propuso nerviosamente al príncipe para evitar que siguiera echándole esa extraña mirada.
Él asintió y echaron a andar por el caminito hacia la casa. Midoriya se sentía desfallecer con cada crujir de sus botas bajo las piedrecillas que formaban el camino de entrada hacia la puerta de madera roja.
Los dos se quedaron petrificados frente a la misma. Midoriya mirando hacia la puerta, Todoroki mirándolo a él.
—Cuando estés listo —asintió Shouto—. Tómate tu tiempo.
—Al diablo con el tiempo —Midoriya dijo con una sonrisa decidida y temblorosa—. ¡Si lo sigo pensando voy a salir corriendo y vomitar mientras lo hago!
—Y no te olvides de gritar —agregó Todoroki en tono bromista.
Alzó el puño y golpeó tres veces con fuerza sobre la madera. El ruido fue tan fuerte que hasta a él mismo lo asustó.
Esperó un momento. Siguió esperando. Hasta que...
La perilla de metal comenzó a girar. Midoriya, por los nervios, envolvió la mano de Todoroki con la suya. Sin darse cuenta que, por eso mismo, estrujó tan fuerte sus dedos que acabó sacando un suave quejido de la boca del príncipe.
Sin embargo, no apartó la mano de él.
La perilla giró una última vez antes de que las bisagras de la puerta chirriaran y la madera roja comenzase a desaparecer hacia la profunda oscuridad que había adentro de la pequeña casita.
Ni una sola luz estaba encendida.
Pero fue la luz del sol la que iluminó vagamente un rostro regordete, con oscuras bolsas debajo de los ojos y cabello como el suyo pero atado en un desaliñado moño.
La silueta era tan pequeña que Midoriya debía mirarla hacia abajo. Llevaba puesto un manchado delantal y un par de alpargatas que servían para andar de entrecasa pero que estaban todavía más sucias que el resto de su ropa.
Ella tardó menos tiempo en reconocerlo.
La puerta se abrió del todo y reveló la figura de Inko Midoriya; quien portaba una mueca de estupor y sorpresa, casi como si creyera que un fantasma acababa de presentarse en su tranquilo hogar.
Podría decirse que Midoriya era casi un fantasma.
Trató de esbozar la mejor sonrisa que tenía, aunque le dolía seguir engañándola.
—Hola... mamá.
La palabra se sintió tan extraña cuando rodó por su lengua que casi sintió que no era él mismo quien la decía. Se preguntó si aquello no era solo un sueño del que pronto iba a despertar.
Pero para Inko fue suficiente. El trapo que había estado sujetando se le cayó de las manos.
—Izuku... —susurró ella mientras se llevaba las manos a la boca. Los ojos se le empañaron con lágrimas—. ¡Izuku!
Midoriya extendió sus brazos con algo de timidez. Pensó que un simple abrazo no dolería —quería convencerse que era por ella y no del todo por él; por el niño que alguna vez fue y jamás tuvo un abrazo maternal.
Inko arrastró sus pies hacia él. Midoriya le sonrió con calidez. Pero todo ocurrió demasiado rápido. Las cosas no podían ser tan buenas.
Fue durante el contacto visual. Un único instante que duró apenas segundos. Midoriya pudo ver adentro de los cansados ojos de madre que Inko portaba. Y ella también consiguió ver algo debajo de sus ojos verdes llenos de nostalgia.
Y fue ese algo el que la hizo detenerse en su camino a abrazarle.
La mueca de ambos se transformó. La de ella, en una cautela amenazante. La de Midoriya, en un intento de no demostrar lo mucho que dolía el rechazo.
A Todoroki tampoco le pasó desapercibido el sospechoso y repentino cambio. Pero más tarde pensaría en qué decirle al príncipe.
De momento tenía una mujer a la cual convencer de que era su hijo y no un impostor.
Carraspeó, y decidió que lo mejor sería alejar la incómoda y eventual conversación sobre él mismo hacia alguien más interesante. Fue entonces que le echó una mirada de reojo a Shouto.
—Mamá, quiero presentarte a alguien...
Inko cambió su mueca solo un poco hacia una de curiosidad. Midoriya levantó la palma de la mano y señaló hacia su compañero de viajes. Esbozó una sonrisa más orgullosa.
—Este es Shouto Todoroki —dijo Izuku—. Es mi amigo, mi compañero de viajes, y... el príncipe heredero de Yuuei.
Después de una incomodísima presentación —que incluyó reverencias por parte de la pobre mujer y un intento fallido de Todoroki para que ella no siguiera haciéndolo—, Inko les suplicó que pasaran a la casa y que se acomodaran en donde encontrasen algún espacio sin desorden. Por un lado, el desorden le llamaba la atención a Midoriya —cuando apenas llegó, la casa era acogedora y estaba bastante limpia.
También le sorprendió el hecho de que Inko lo tratase como si fuese un invitado, y no su hijo fugado que estaba volviendo a casa. A su casa.
Debía tener algo que ver con el abrazo que tampoco optó por darle. Ella no dejaba de darle miradas extrañas desde la cocina. Midoriya se sentó, bastante quieto, en una esquina del sofá, lo más alejado posible de Todoroki.
No estaba seguro de quién de los dos estaba pasándola peor.
—¡Alteza! —llamó Inko desde la cocina—. ¿Le gusta el pescado ahumado? Solo me ha quedado algo de pescado, queso y pan... ¡Oh, dioses, perdóneme por este almuerzo tan precario y poco digno de un monarca...! ¡Pero si me esperan...! ¡Puedo correr al mercado, y...!
Shouto se puso de pie y se apresuró a la cocina para agitar las manos frente a la desesperada mujer que parecía estar a punto de tener una crisis nerviosa.
—No, no. Descuide —Intentó sonreírle incómodamente—. No tiene que hacer eso por mí. Que piense en invitarme comida es suficiente y estaré eternamente agradecido por ello.
La mujer seguía temblando, con los ojos todavía anegados en lágrimas. Y no se detuvo ni siquiera cuando Todoroki tomó sus regordetas manos entre las suyas y apoyó sus labios dejando un corto beso sobre ellas.
—Gracias por su hospitalidad —dijo Shouto con su media sonrisa.
La mandíbula de Izuku se cayó hasta el inframundo.
A Inko le ocurrió algo similar porque ahogó un gritito de sorpresa al ver el dulce gesto del príncipe. Estaba seguro que, si se parecía solo un poquito a él, la mujer se echaría a llorar.
—Al-... Alteza... —Inko sorbió por la nariz—. ¡Los dioses bendigan su buena crianza...!
Todoroki le dijo que ni siquiera era necesario llamarlo como Alteza, pero Inko seguía demasiado nerviosa como para hacer caso de sus comentarios. Ella se soltó con cuidado de su amarre y regresó a la cocina para continuar con su tarea de preparar un almuerzo medianamente decente.
Izuku se mordió el interior de la mejilla. Se debatió por dentro sobre si debía correr a la cocina a ayudar a su madre o si debía quedarse dónde estaba.
El tiempo a solas solo serviría para ponerlo más en evidencia.
Para su suerte, Todoroki lo detuvo al sujetarlo por un hombro tras sentarse a su lado. Mucho más cerca de lo que estuvieron momentos atrás.
—Déjala, está un poco alterada —Shouto habló—. Luego limpiaremos nosotros para que descanse.
Le dio una mirada de costado.
—Me recuerda un poco a ti.
Midoriya asintió un poco temeroso, sonriendo como si el comentario le halagase. Trató de verse divertido y no al borde del colapso.
—No sabía que eras bueno con las señoras —dijo—. Estoy seguro que las damas de la corte morirían de tenerte por yerno, y no precisamente porque serás el dueño de todo Yuuei...
—¿Tú crees? —Todoroki frunció las cejas—. Fuyumi solía decirme que apesto con las chicas. Ella ha intentado volverme un príncipe encantador, pero la cosa no fue muy bien...
Midoriya tuvo que tragarse lo que sea que estuviera pensando en ese momento.
A Todoroki no tendría que importarle que alguien como él pensase que sí era un príncipe encantador.
—Nunca había pensado en casarme —confesó, aunque no estaba mirándole a los ojos—. Digo, hasta la princesa Camie... jamás pensé que mi padre me obligaría a hacer algo como eso. No es como si necesitase una reina o algo por el estilo... él, ciertamente, no necesitaba a su esposa más que para darle herederos. Y mira cómo salió todo.
Midoriya se quedó sin decir nada. Todoroki debía estar necesitando desahogarse. Por suerte, Inko seguía haciendo bastante ruido con las cacerolas y cuencos en la cocina así que se ahorró los silencios incómodos.
No pasó por alto el hecho de que no se refirió a Rei como su madre, sino como la simple esposa de Endeavor.
—Yo no quiero casarme —replicó Shouto, soltando un suspiro exacerbado.
—Lo sé —dijo Midoriya con una sonrisita—. Por eso estás aquí, ¿no?
Todoroki agachó la cabeza. Estaba demasiado concentrado en observar sus pulgares jugueteando entre sí, debatiéndose entre si seguir hablando o dejar las cosas como estaban.
—¿Sabes? —dijo finalmente—. En algún punto cuando Momo y yo comenzamos a crecer, muchas personas del castillo dieron por asumido que acabaríamos casándonos.
Izuku le miró con curiosidad y un nudo en la garganta.
—Era imposible, por supuesto —Shouto se apresuró en agregar—. Las leyes de las Valquirias no le permitían casarse, y mi padre jamás hubiese aceptado un matrimonio con alguien con un título menor que duquesa o princesa.
Midoriya respiró con fuerza varias veces. Intentaba apaciguar los pesados latidos de su corazón; no era momento para sentir celos de algo que él tampoco podría jamás tener.
—Me divertía imaginar la posibilidad, a pesar de todo —Esbozó una sonrisita nostálgica—. Supongo que me gustaba la idea de poder contradecir a mi padre. Era un príncipe rebelde.
Él no tenía más posibilidades que Momo en poder formar parte de la vida del príncipe; ni ella las tenía más que Midoriya.
—Pero...
La voz de Todoroki salió casi amortiguada. Se había estado negando a mirarle, pero de repente giró la cabeza para encontrarse con los ojos verdes de Midoriya.
El contacto visual le hizo temblar como una hoja por dentro.
—¿Pero? —Midoriya le alentó a seguir, tragando saliva con dureza.
Todoroki abrió la boca una vez pero volvió a cerrarla. Se humedeció los labios antes de hacerlo una vez más.
—Pero ya no estoy seguro de que esa idea siga atrayéndome... para nada.
Midoriya se aguantó las ganas de echarse a gritar en ese mismo instante, pero el estruendo metálico de un montón de cacerolas cayendo al suelo les hizo voltearse hasta la cocina.
Tanto él como Todoroki se levantaron de un salto, solo para encontrarse con la pobre Inko tratando de alzar varias cacerolas vacías con sus dos manos.
Fue el príncipe el que se apresuró en tomarlas por su cuenta y depositarlas una por una sobre la encimera. La pobre mujer estaba con las rodillas sobre el suelo, y se notaba el gran esfuerzo que debía hacer en levantarse otra vez; tanto por su edad como por su peso.
Midoriya se acercó hasta ella y la sujetó por la cintura para levantarla. Ella había dado unos cuantos manotazos para que la soltara, pero no fue hasta que ya estuvo arriba y recibió su gélida mirada que se dio cuenta de su error.
La sonrisa se le borró al instante.
—Gracias —contestó con algo de sequedad—. Pero puedo sola. Podrías cargar con la otra olla para que Su Alteza no tenga que trabajar.
Mientras la mujer abandonaba la cocina con un pila de cuencos y una hogaza de pan en la mano, Midoriya estuvo confundido un instante hasta que descubrió a Todoroki meditando sobre cómo agarrar la pesada cacerola de acero hirviente y llena de un estofado de pescado.
Midoriya descubrió unos trapos en la encimera, y se acercó hasta Shouto con una sonrisa autosuficiente. Los apoyó encima de cada asa y se dispuso a cargar la olla por su cuenta hasta la sala.
Todoroki le miró con sus ojos brillando de asombro.
—Maravilloso —musitó—. Eso fue inteligente.
—Todoroki, solo es un trapo.
Pero un príncipe no tenía por qué saber esas cosas. Shouto espabiló un segundo después, y solo le quedó cargar con tres jarras llenas de té helado y también una tabla con algo de queso de cabra.
Inko ya había dispuesto los cuencos con sus respectivas cucharas sobre la mesita de madera de la sala. Izuku depositó la humeante cacerola de estofado de pescado que olía tan bien que se hubiese comido hasta el recipiente.
Entre los tres dispusieron todos los elementos y se sentaron; Todoroki y Midoriya al lado del otro, Inko enfrentados a ellos. La mujer sirvió primero un cuenco para Shouto, pero el príncipe se lo ofreció a Izuku como si nada.
—No, tú primero —Midoriya se negó con una sonrisa—. Eres el invitado de honor.
Todoroki le miró con confusión.
—Pero... tú desayunaste menos... deberías comer antes...
Midoriya no pudo negarse demasiado ya que Inko le sirvió el otro cuenco al instante. Estaba seguro que no pasaba desapercibido para la mujer el trato tan íntimo que poseía con el príncipe.
¿Acaso ella también pensaría que se habían fugado como dos amantes, tal como creía el panadero?
El almuerzo fue de lo más incómodo y silencioso. Solo podía escucharse el entrechocar de las cucharas y los ocasionales soplidos sobre cada ardiente bocado de estofado. Midoriya se quemó más de una vez, porque se moría de hambre y porque el gusto ahumado del estofado era increíble.
Todoroki no perdía sus modales a la hora de comer en público. Esperaba a que estuviera lo suficientemente frío, y observó varias veces la cuchara con algo de desconfianza. Seguramente porque era una cuchara corriente y no un fino utensilio para la sopa.
Al finalizar el estofado, Inko hizo derretir un poco el queso de cabra y comenzó a untarlo sobre las rodajas del crujiente pan. Las depositó sobre la tabla para que cada uno tomara la suya.
Tanto Izuku como Shouto, que seguían sintiéndose famélicos por la mala alimentación en los últimos días —las provisiones de Gran Torino se les acabaron al segundo día—, terminaron rozando sus dedos al tratar de tomar la misma rodaja.
Los dos se miraron con desconcierto y algo de bochorno. Pero el carraspeo de Inko les hizo voltear al mismo tiempo hacia la mujer.
Tenía sus dedos juntos, y apenas Izuku descubría que ella casi ni había tocado su estofado. Las líneas de las arrugas en su frente estaban demasiado fruncidas.
—Ahora que estamos en confianza... —dijo ella con su vocecita, aunque estaba lejos de escucharse tierna y maternal—. Hay algo que me he estado preguntando... desde que te volví a buscarte a la casa del sanador y nunca volviste... solo para regresar a casa y descubrir que te llevaste tus cosas, un bolso y también comida...
Midoriya sintió que se le cerraba la garganta por los nervios. Hubiese querido ponerse a llorar del estrés que le causaba la situación.
Y porque los ojos de Inko sobre los suyos eran demasiado amenazantes.
—¿Por qué? —preguntó Inko finalmente—. ¿Por qué, Izuku?
Fue la forma en que soltó su nombre que se sintió indefenso. Ella lo sabía. Ella sabía que era un impostor, y se preguntaba qué cosas cruzarían por su mente.
¿Un demonio? ¿Un mago? ¿Un espejismo?
Seguramente Inko solo podía preguntarse qué había pasado con el verdadero Izuku, el chico que era su hijo y seguramente nunca la abandonaría.
La culpa estaba carcomiéndole más que nunca.
—Yo... —Midoriya comenzó a balbucear—. Yo lo siento...
—Es mi culpa —Le interrumpió la voz de Todoroki—. Es todo mi culpa.
Tanto Midoriya como Inko voltearon a mirar al gesto firme del príncipe. Midoriya le susurraba entre dientes que no intentase salvarle el pellejo.
Inko se veía demasiado perpleja como para hablar.
—Yo lo arrastré en esta odisea, señora —continuó Todoroki, ignorando los murmullos de Midoriya—. Puede culparme a mí y solo a mí. Le prometo que la corona le resarcirá por el tiempo que se le mantuvo alejada de su hijo. Si ha pasado problemas económicos... le juro que...
Inko había cerrado los ojos después de su asombro inicial. Con cada palabra del muchacho negaba más y más fuerte con la cabeza.
—¡No quiero dinero! —Ella exclamó de repente—. ¡No me interesa el sucio dinero ni las riquezas de todo el reino! ¡Solo quiero saber por qué mi hijo se ha ido y me dejó aquí sola!
Volvió entonces su fría mirada hacia Izuku. Él había estado tratando de hundirse en la silla y fingir que no existía, pero claramente eso no era posible.
La mirada de Inko le estaba perforando en el alma con culpa.
—¿No eras feliz, Izuku? —Ella preguntó con cuidado—. ¿Te hice sentir mal...? Sé que querías irte, pero... creí que en el futuro... cuando seas grande... y no sin despedirte...
La voz se le rompió a la pobre mujer hasta que un sollozo lastimero brotó de su garganta.
Más pronto que tarde, un río de lágrimas bajó por sus mejillas. Ella había estado tratando de verse dura y molesta, pero el dolor fue demasiado fuerte y ya no pudo parar su llanto.
Terminó desplomándose sobre su silla, cubriendo su rostro con ambas manos a medida que sus sollozos aumentaban.
Todoroki estaba petrificado en su lugar, con la boca entreabierta con horror y sus ojos sin poder dejar de mirar a Inko. Seguramente no estaba muy acostumbrado a los llantos.
Midoriya le palmeó en la pierna y le ofreció una triste sonrisa.
—¿Nos dejas a solas un instante? —Le pidió—. Por favor.
Todoroki miró una última vez hacia Inko antes de asentir, un poco apesadumbrado por toda la situación.
—Yo... veré si el caballo necesita agua. Con permiso.
Arrastró la silla para levantarse y partió hacia la entrada, calzándose otra vez la capa y cerrando la puerta con mucho cuidado para no generar un estruendo.
Midoriya volvió a observar a la mujer, que no dejaba de llorar y de cubrirse los ojos para que no viera todo su dolor. Recordó que tenía un viejo pañuelo que venía con su chaleco en el bolsillo. Lo tomó entre sus dedos, y se levantó de la silla para rodear toda la mesa y agacharse al lado de Inko. Depositó el pañuelo sobre su rostro.
Ella fue calmando sus sollozos al ver la tela blanca frente a su rostro. Midoriya le dio una sonrisa tímida en cuanto intercambiaron una mirada. Lo sintió como un avance cuando ella lo tomó y lo usó para limpiarse.
Izuku, con el corazón en un puño, esperó unos momentos antes de hablar:
—Lo siento —dijo con un hilillo de voz—. Lo siento...
Inko tragó saliva. Apretó el pañuelo contra su pecho, y poco a poco giró la cabeza hasta que pudiese enfrentar al muchacho.
Estrechó los párpados como si estuviera analizándolo.
—¿Quién eres? —soltó ella—. ¿Qué cosa eres...?
La voz se le cortó un instante.
—¿Y qué has hecho con mi Izuku?
La frialdad en sus palabras lo lastimó más que cualquier otra cosa en todo su viaje. Al fin tenía una madre. Al fin podía conocerla y quitarse las dudas que llevaban torturándolo desde su infancia.
Pero, a la vez, no era su madre. Y aquello dolía más que nada.
—¿Qué le has hecho? —repitió Inko con más desesperación—. ¡Dime dónde está! ¡Porque tú no eres mi Izuku! ¡Puedes verte como él, pero no eres él! ¡Eres solo un impostor!
Ella sujetó a Midoriya por el cuello de la camisa sacándole un gemido de sorpresa al ser zarandeado con algo de violencia. Midoriya trataba de ordenar todas sus ideas para saber cómo proseguir.
La mirada en ella era de puro dolor y locura.
—¿Le has matado...? —La voz volvió a rompérsele—. Oh, dioses... ¿le mataste para donar su cuerpo...?
—¡No! —Izuku respondió casi a los gritos y con su mueca transformándose en horror por la simple implicación—. ¡No lo maté! ¡No está muerto!
O eso creo, pensó para sí.
Los ojos de Inko volvieron a llenarse de lágrimas. Ella soltó a Midoriya, dejando su camisa completamente estirada pero él ni se molestó en arreglarlo. Solo podía enfocarse en el dolor de la mujer y en pensar maneras de poder quitárselo.
—Yo... —Izuku balbuceó—. Yo estoy... yo quiero traerlo de regreso... todo lo que hago es para que su Izuku pueda volver con usted...
Y para que yo regrese a mi casa.
Pero eso no le agradaba en absoluto. Sin embargo, ese era su destino.
Inko levantó la cara de sus temblorosas manos. Sus dientes castañearon por todo el temblor que su cuerpo estaba sufriendo.
Midoriya se tomó el atrevimiento de tomar el pañuelo de sus manos para secarle las lágrimas. Nunca dejó de sonreír mientras lo hacía, enseñándole que él no era malo. Que podía no ser su hijo, pero que no estaba allí para dañarla más de lo que el destino le hizo.
Estaba desesperado por mostrar que no era su culpa. Que solo quería sentir que tenía a alguien en el mundo.
Que incluso él tenía una familia.
—No tengo idea de por qué estoy aquí —dijo Midoriya mientras seguía limpiando sus lágrimas—. Sigo averiguándolo. Y estoy buscando la forma de que su Izuku pueda regresar a su hogar. Porque seguramente él está en el mío, y se siente tan perdido como yo... juro que no he planeado esto, ni tampoco busco dañarlos...
Decían que la verdad te liberaba, pero Midoriya solo se sentía más nervioso y atolondrado que de costumbre. La simple idea de que Todoroki volviese a cruzar la puerta y se enterase de la verdad —de la peor forma— le estaba haciendo enloquecer.
La mentira siempre tenía piernas cortas. Y, tarde o temprano, salía a la luz.
—Solo le pido una oportunidad —Midoriya continuó diciendo. La voz amenazaba con quebrarse—. Juro que puedo traerlo de regreso.
Aunque me cueste mi propia vida y felicidad.
Porque el Midoriya de aquel mundo merecía menos el sufrimiento que él mismo. Solo podía pensar en un pobre muchacho campesino, perdido en medio de una jungla de asfalto, edificios, atronadoras bocinas en inmensas avenidas y brillantes marquesinas de neón al caer la noche.
Solo y sin amigos, porque nadie garantizaba que alguna amistosa bruja llamada Uraraka acudiera a su rescate.
Pero no le diría esas cosas a Inko. No quería que la mujer se desmayara de los nervios y el terror.
Simplemente le dio una sonrisa de aliento. Aquella que le hubiese gustado recibir a él de una madre. Pero al crecer sin una, solo había podido aprenderlo de su personaje ficticio favorito.
All Might le había enseñado a sonreír para borrar los miedos. Y era la sonrisa en el espejo la que le ayudó a crecer en el muchacho que era hoy en día.
—Le prometo que su hijo volverá a usted —volvió a decir—. Estoy en ello.
Inko ablandó un poco su dura mirada. Seguía viéndose triste, pero sus ojos brillaban con algo más en ese momento, cuando su mano se estiró hasta alcanzar la pecosa mejilla de Midoriya para acariciarla.
Por un segundo —y con lágrimas amenazando con salir—, Midoriya se recargó sobre ella. Por un segundo —y con los ojos cerrados—, Inko se permitió creer que se trataba de su verdadero hijo.
Las mentiras nunca sanaban. Solo eran una realidad maquillada al máximo, embellecida hasta que no pudieses ver su monstruosa fealdad, con garras que te arrancarían el corazón y dientes que masticarían tu esperanza.
Pero sí que podían ser hermosas en los momentos de máximo dolor. Un dolor todavía más horroroso que la cruda verdad.
—Lo prometo —siguió susurrando Midoriya, todavía recargado sobre su mano—. Lo prometo, mamá.
Su cerebro no pudo evitar lo que nació de su corazón. E Inko tampoco le contradijo.
—Aunque sea lo último que deba hacer...
Solo le atrajo hacia su regazo, y le abrazó mientras descansaba la cabeza sobre sus piernas, respirando la calidez de sus brazos alrededor de su espalda. Y se dejó acariciar el cabello, y la escuchó sollozar murmurando un nombre, una y otra... y otra... y otra vez...
Un nombre que era suyo, pero que nunca lo sería al mismo tiempo.
Aun así, se dejó empapar de la hermosa mentira, al menos por un solo momento de paz.
Inko les permitió quedarse aquella noche en la casa. Sería la última noche antes de embarcarse en un viaje directo hacia la Ciudad Imperial: sin descansos ni paradas, porque el tiempo no estaba de parte de ninguno.
Y porque pronto se reencontrarían con los demás. La emoción le hacía estallar el pecho a Izuku, y solo podía pensar en fundirse otra vez en los brazos de Uraraka y tal vez de Kirishima, en escuchar entre risas los regaños de Sir Tenya e incluso de aguantar los insultos clásicos de Bakugo.
No podía esperar a verlos. No es que Todoroki fuese mala compañía —era demasiado buena—, pero el estar a solas con alguien tan silencioso le daba mucho tiempo para pensar.
Y le dolía.
No quería pensar en lo mucho que lo torturaría el viajar con Shouto luego de la charla con Inko. Sorpresivamente, la verdad si había sido liberadora —sentía su cuerpo menos pesado y la carga de la mentira en sus hombros se aligeró solo un poco.
Pero eso no quitaba que seguía engañando a Todoroki y los otros. Además, él le había prometido algo a Inko: traer a su hijo de regreso.
No podía haber dos Izukus en un mismo mundo. Y estaba más que claro cuál de ellos era el impostor.
—Toma, unas mantas extra para ustedes —dijo Inko sin mirarle a los ojos—. Si necesitan más están en el armario, eh... tú sabes dónde, hijo...
Midoriya asintió. Tomó incómodamente las suaves mantas y las apretó contra su pecho. Todoroki ya se había infiltrado en la habitación, así que al menos no tenía que preocuparse de que escuchara la tensa charla.
Él le había explicado a Inko que era apenas la segunda persona en saberlo. Y no necesitó aclarar que el príncipe no era la primera.
—Gracias —Midoriya tragó saliva, intentando sonreír—. Que descanses...
La mujer apretó los labios en un intento de sonrisa pero no llegó hasta sus ojos. Ella alzó la mano a modo de despedida y se dio la vuelta para dirigirse a su propia habitación en la pequeña casita. Poco a poco el pasillo quedó oscuro, solo con la lámpara de aceite que iluminaba desde adentro de su habitación.
—¿Midoriya? —escuchó que Todoroki le llamaba—. ¿Vienes...?
—Sí. ¡Sí! —Izuku sacudió la cabeza—. Ya voy.
Izuku dio una última mirada al desierto pasillo antes de meterse al cuarto. Shouto ya tenía puesto un viejo pijama que debía pertenecer al otro Izuku, porque ciertamente se le ceñía a la altura del pecho y los botones amenazaban con reventar. Los pantalones eran también demasiado cortos para él.
Tuvo que reprimir una carcajada. Todoroki alzó las manos.
—¿Qué?
—Nada —Midoriya se mordió el labio inferior—. Te va bien esa ropa. No es muy principesca.
Todoroki se miró a sí mismo de arriba abajo. Suspiró.
—Muy gracioso —Shouto exclamó—. Quisiera verte usando mi ropa, que te quede volando y a ver si te da tanta risa...
Por suerte, Todoroki se levantó para comenzar a acomodar las mantas de la cama; así no tendría que verlo cubrirse la boca con vergüenza por imaginarse usando las ropas del príncipe.
Midoriya aprovechó para mirar una vez más el cuarto: de las paredes colgaban un viejo mapa que ahora sabía era Yuuei, un montón de estantes con figuritas de madera de dragones y decenas de otras criaturas mitológicas —que ahora sabía eran reales—, un sinfín de libros desordenados por todo el cuarto, así como otro par de sus viejas botas rojas que había perdido en algún momento del viaje.
Le hizo sonreír el pensar que aquel Izuku también era una especie de nerd. Puede que literalmente los separase un mundo de distancia, pero algo de la esencia de uno vivía en el otro.
—Así que... —Escuchó a Todoroki carraspear—. ¿Prefieres el lado derecho o el izquierdo?
—¿Eh?
Izuku le miró perplejo cuando Shouto se volteó a verlo.
—De la cama... —dijo como si fuese obvio—. Sueles elegir el izquierdo, pero esta es tu cama, así que... ¿cuál prefieres?
Midoriya comenzó a balbucear. Debía agradecer que estuviese oscuro o se le verían las orejas encendidas en rojo vivo.
—¡¿Q-que?! ¡¿En esta cama tan diminuta...?! —chilló Izuku—. ¡No podemos! ¡Todoroki...! ¿Qué clase de insinuación es esa...? ¡No es ético!
Estaba seguro que Sir Tenya estaría orgulloso de él.
No estaba ayudando el hecho de que Todoroki siguiese teniendo su rostro tan estoico. Como si dormir en una cama individual, demasiado pegados el uno al otro, fuese tan normal como compartir una matrimonial.
Todoroki arqueó una ceja antes de exhalar un suspiro. Debió haber visto la tortura en el rostro de Izuku.
—Muy bien —encogió los hombros—. Tomaré el suelo...
—¡No! —Midoriya exclamó con los brazos extendidos y la manta colgando de ellos.
Casi podía tocar el pecho de Shouto en su afán por detenerlo. El príncipe parpadeó varias veces.
—¿No...?
—No —dijo Midoriya más calmado—. Yo tomaré el suelo.
—Pero es tu cama...
—Y tú eres un príncipe.
—No tiene nada que ver —replicó Todoroki—. Es totalmente invasivo de mi parte meterme en tu hogar y robarme hasta tu cama.
—¡Pues es mi cama y yo decido quién duerme en ella! —Midoriya se llevó las manos a las caderas—. ¡Y se acabó!
Varios minutos después, Midoriya se arrepintió de no haber aceptado dormir al lado de Todoroki.
El suelo crujía cada vez que se volteaba en busca de una posición que no se sintiese una tortura china para su espalda. La dureza del suelo se le clavaba en los huesos del trasero; un piso de madera no era como dormir sobre la tierra. Sin mencionar que allí en Musutafu, cuando cayó la noche lo hizo con una brisa helada que hacía sentir la casa como si fuese un refrigerador.
Estaba haciendo su mayor esfuerzo por no ponerse a castañear. Se sintió todavía más miserable al escuchar el rasgueado de las suaves sábanas de la cama, que hacían cada vez que el cuerpo de Todoroki se volteaba.
—¿Midoriya? —inquirió la voz susurrante de Todoroki desde arriba—. ¿Estás despierto?
—Por poco —gimoteó Midoriya.
Hubo un pequeño silencio donde solo se escuchó otro crujido de la madera por culpa de sus giros. Le siguió el ruido de las sabanas deslizándose.
—Ya ven aquí arriba —Todoroki propuso.
Midoriya ni siquiera se detuvo a pensarlo.
Si lo pensaba demasiado, se arrepentiría.
Midoriya tomó la manta con la que se estaba cubriendo y la acomodó encima de Todoroki. Reptó por la cama hasta acomodarse en el hueco que el otro acababa de dejarle para él, todavía caliente por su propia temperatura corporal y levemente hundido bajo su peso.
Izuku no pudo evitar el soltar un suspiro de satisfacción al cubrirse con las suaves mantas y sentir el colchón bajo sus huesos adoloridos. No fue hasta que giró para acomodarse mejor que terminó notando lo cerca que estaba el rostro de Todoroki del suyo.
Abrió los ojos con sorpresa y casi dio un brinco. Shouto estaba recargado sobre su codo, observándolo arroparse entre las mantas con una sonrisa divertida.
—¿Qué? —inquirió Izuku tratando de oírse casual.
—Nada —Todoroki negó—. Es solo que te ves muy cómodo.
—Sí, sí —Midoriya rodó los ojos—. Ríete todo lo que quieras, Todoroki. Cuando tu trasero real duerma sobre el suelo, me avisas qué tan gracioso es.
—Empiezas a escucharte como Bakugo —Todoroki le hincó—. ¿Lo extrañas?
—Si con extrañar te refieres a disfrutar de no sufrir maltratos verbales y amenazas de asesinato...
—Supongo que ahora es solo problema de Kirishima —Shouto agregó—. De momento, al menos.
—Esos dos no pueden vivir separados.
—El mundo entero ardería —sonrió Todoroki.
—Les tendría más miedo a ellos que a los demonios, que sepas...
Midoriya dejó escapar otra sonrisa tras decirlo, alejando la mirada para no sentir los orbes de Todoroki sobre sí. Podía sentir el calor emanando de su cuerpo y era inevitable que uno de sus brazos rozara con los suyos.
Su última frase había dejado muy pensativo y silencioso al príncipe.
—Estoy algo cansado —Izuku tragó saliva—. Gracias por dejarme subir.
—¿En serio me estás agradeciendo por dejarte subir en tu cama...?
Midoriya resopló una risa silenciosa. Dio unas palmadas a Todoroki y gesticuló un buenas noches con sus labios. Rápidamente se volteó, agazapado bajo las mantas y rogó dormirse al instante.
Pero no pasaron ni cinco minutos de un atronador silencio, hasta que la voz de Todoroki lo cortó. El tono de su voz le aceleró el corazón.
—¿Midoriya?
—¿Sí?
—Yo... ¿puedo pedirte algo?
—Por supuesto, Todoroki —dijo Izuku con un hilillo de voz.
—¿Podrías voltear a verme?
Midoriya hizo caso del pedido. Volvió a deslizarse bajo las sábanas hasta que tuvo otra vez, frente a frente, los hermosos rasgos del príncipe. Estaban tan cerca que, incluso en la oscuridad, podría ser capaz de dibujarlos con su dedo de memoria.
—¿Qué ocurre? —Midoriya preguntó.
La nuez de Adán de Todoroki bajó y subió varias veces por su garganta. Le tomó otros varios segundos hasta que finalmente se decidió a hablar.
—Cuando todo esto termine... cuando la guerra acabe... y si salimos vivos de esto...
—¿Sí? —Le alentó Midoriya con voz trémula.
Todoroki le acarició una mejilla con el dorso de la mano. Fue un gesto algo torpe y no tan suave como seguro pretendía, pero el contacto encendió un millón de nervios por todo el cuerpo de Midoriya.
Le estaba mirando a los ojos.
—Quiero que vengas al Castillo conmigo.
Midoriya se quedó quieto, en silencio. Esperó la risa que le avisaría que todo era una vil broma, y él también se reiría porque eso es lo que le correspondía. Esperó y esperó, pero algo en la mirada de Todoroki estaba demasiado lejos como para tratarse de una broma.
Siento que cada músculo comenzaba a temblarle.
—Si todo sale bien, y si yo acabo siendo rey de todas formas... —Todoroki tragó saliva—. Quiero que vengas conmigo al Castillo. Y también Uraraka. Y puedes traer a tu madre. No van a quedarse solas, si eso te preocupa.
Midoriya abrió la boca sin saber muy bien qué decir.
Las palabras comenzaban a clavársele como flechas embebidas en un dulce veneno por todo el cuerpo. Un veneno dulce y adictivo, pero altamente tóxico en contacto con grandes dosis.
—Quiero ser rey y tenerte a mi lado —terminó Shouto. Intentó esbozar una sonrisa pero la boca le temblaba demasiado—. Quiero que te quedes conmigo.
—Todoroki...
—¿Lo harás? —Shouto le interrumpió. Más que ilusionado y emocionado, se escuchaba casi desesperado—. ¿Irás conmigo, Midoriya? Nadie te prohibirá nada. Tú podrás ir y venir las veces que quieras, y podrás dedicarte a lo que desees. Puedo darte lo que sea que quieras... pero no creo poder ser un rey si estoy solo.
Lo único que quiero ahora jamás podrías dármelo, pensó Midoriya con un nudo en la garganta.
—Lo he pensado mucho estos días —continuó—. Pero pensar en lo que dijiste de Bakugo y Kirishima... creo que detonó algo...
Fue ese mismo nudo el que le hizo derramar unas cuantas lágrimas. El rostro de Shouto se transformó en uno de completa preocupación, y su mano cubrió toda la mejilla que no tenía contra la almohada. Sus dedos le cosquillearon al secarle las lágrimas.
—¿Midoriya?
—Yo... no puedo —Izuku negó con la voz rota—. No puedo hacerlo, Todoroki... perdóname...
La mirada de Todoroki se ensombreció con tristeza, pero no parecía ni por cerca una abatida. No lucía como si fuese a rendirse por una negativa.
Y eso estaba lastimando todavía más a Midoriya.
—Entonces me iré yo contigo —Se apresuró Todoroki—. El reino no me necesita, de todas formas. Te seguiré a dónde tú vayas.
Midoriya estiró sus dedos hasta sujetar el rostro de porcelana del príncipe con su mano. Se dio el lujo de trazar cada rasgo de su cara con el dedo: su nariz respingada, su boca pequeña, sus pómulos altos...
Quería guardarse para siempre su belleza.
—Después de todos estos días y semanas contigo... —Todoroki empezó a decir otra vez—. No soy capaz de imaginarme un solo día en el que no te vea.
Midoriya estaba seguro que iba a arrepentirse. Y no se equivocó, pero al mismo tiempo sabía que se lamentaría por el resto de sus días —los cuales podían ser solo unos pocos o decenas y decenas de años— si tampoco se lanzaba.
Deslizó la mano de su rostro hasta su nuca. Acarició la base de su sedoso cabello, y no se sonrojó cuando Shouto le observó la boca con ojos brillantes.
Se permitió besarlo.
Se permitió atraerlo hacia sí y pegar el pecho del príncipe contra el suyo, y besarlo, besarlo, besarlo hasta que se olvidó por completo la hora y el lugar. Hasta que olvidó las circunstancias en las que se encontraba, y que solo era un beso amargo que tenía sabor a una pronta despedida.
Pero en ese único instante, Midoriya dejó que la tímida boca de Todoroki explorase adentro de la suya. Que le tocase con anhelo y torpeza, porque él también tenía deseos y era bastante inexperimentado.
Ninguno sabía muy bien lo que hacía, pero solo importaba que lo hacían el uno con el otro.
Todoroki había tenido razón en decir que no podía imaginarse un solo día donde Midoriya no estuviera con él. Midoriya tampoco podía imaginarlos, y eso solo hacía que cada paso que daban hacia sus objetivos le aterraba hasta el horror.
Puede que no pudiese imaginar el separarse de Todoroki, pero sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a su destino. Así las cosas debían ser.
Porque Midoriya y Todoroki nunca hubiesen podido ser felices juntos. Eran un príncipe y un campesino. Un viajero y un esclavo de su reino. Midoriya tenía todos los mundos a su disposición, y Todoroki estaba encadenado.
Por eso es que el beso pasó de ser torpe y casto, a violento y más ansioso. Tal vez Todoroki también lo supiese, en el fondo de su corazón: que aquel beso no tenía ni pies ni cabeza.
Era solo un susurro en el viento de sus historias. Un leve rumor que no podía atravesar las grandes corrientes del destino.
Midoriya lloró mientras Todoroki lo besaba: en la boca, en los párpados, en las mejillas, en la mandíbula. Lloró y se rió, porque era la primera vez que vivía algo tan fuerte, y aun así tenía que dejarlo ir.
Dejarlo ir...
El pecho se le oprimió de solo pensarlo. Pero se obligó a sí mismo, aunque le desgarrara en mil pedazos la despedida y la verdad.
Porque su mentira había sido hermosa y embriagante; pero la verdad venía como una resaca que buscaba cobrar lo que le pertenecía.
Midoriya le besó una última vez. Le hubiese gustado que un simple beso pudiese transmitir lo que en serio sentía por el príncipe, aunque ni él mismo estaba seguro de la intensidad de lo que bullía en su interior.
Le besó una última vez, y sujetó su mentón para que Todoroki no intentase acercarse de nuevo. El chico le miró confundido, con la boca brillando e hinchada por la desesperación de Midoriya en hacerla suya.
—¿Qué ocurre? —preguntó Todoroki—. ¿Soy tan malo?
Midoriya quiso esbozar una sonrisa, pero en el intento solo acabó tragándose más lágrimas. Cerró los ojos y contó hasta cinco; hasta que pudiese anestesiarse a sí mismo por lo que venía a continuación y no podía ser evitado.
—¿Puedo decirte yo algo, Todoroki?
—Por supuesto —Shouto se soltó de su agarre. Se acomodó encima de su codo, sujetando un hombro de Midoriya—. Sabes que puedes confiar en mí, Midoriya.
Qué irónico y triste que debas decirme eso, pensó. Porque no me lo merezco.
Izuku levantó la mirada hacia el rostro consternado de Todoroki. Le carcomía hasta el hartazgo el solo pensar que su hermosa cara de rasgos angelicales se vería contorsionada por el dolor y la traición.
Pero, ¿qué otra opción tenía? Ya casi tenían las manos sobre la espada. La guerra, los demonios y su rey les pisaban los talones. La muerte les respiraba sobre la nuca...
Midoriya podría no tener más oportunidades para darle la sinceridad que se merecía.
Así que infló el pecho con aire. Deslizó sus dedos hasta sujetarle la cara, para que así le viera a los ojos todo el tiempo. Tal vez era inútil, pero solo en sus ojos podría ver que nada de lo que ellos dos vivieron era mentira.
Y, con gran decisión y tristeza, consiguió el valor para decirlo en voz alta.
—Soy el viajero, Todoroki —habló Midoriya—. Soy el viajero que rasgó el velo... y el que nos puso a todos en este aprieto.
Les juro que ni yo planeaba que esto me quede tan sad :""u no me maten!!
Pero... esto tenía que pasar u.u ya todos lo sabíamos (?) tal vez llegó más temprano de lo que esperaban ;u; o más tarde (?) y saben que me gusta dejarlos intrigados al final de cada cap HAHA, así que... ¡lo descubriremos en el capítulo 41!
Porque el 40 es muy especial e incluye la aparición estelar de cierto alguien ;) pueden dejar sus teorías de quién es, pero yo imagino que ya lo saben ——>
Se acuerdan de mi mala racha de la otra semana? Bueno, todavía sigo (?) y ahora desapareció mi gata. La verdad es que he estado bastante sad, y no quería decirlo a nadie porque tal vez me leen como víctima o poniendo excusas ;;;;; pero bueno, sólo quería que sepan que si escribo más sad es por eso ;u; sigo algo desanimada, pero escribir me ayuda
Bueno, como leyeron arriba, hoy empieza este mini maratón por el aniversario!!! Y será principalmente TodoDeku por la falta de los bebés que tuvimos :"u
Muchísimas gracias por todo su amor y sus bellos comentarios y votos ♥️ en serio, los adoro mucho TuT ya un año!! Woooow también espero que hayan tenido una bonita navidad TuT
Nos vemos el lunes, besitos ♥️
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