Capítulo 38
Atención:
1- ¡Fin del arco KiriBaku! Y advertencia por escenas fuertes. Y pistas, muchas pistas, estén atentos! Y también muchas palabras haha
2- Nunca hago esto al principio del cap (para no arruinar sorpresas), pero hoy es necesario: cuando vean el nombre de Yuu Takeyama, se refiere a Mt Lady.
3- El maratón por el aniversario de atrasará se tendrá que atrasar pero solo por una semanita, culpa de ciertos problemas que tuve ;; ¡Lean la nota de autor para más info!
Kirishima siguió las instrucciones de Bakugo, a través de los cielos, para llegar a la ladera de las Montañas de los Espíritus del Fuego.
Se había pasado el último tiempo preguntándose acerca de los orígenes de Bakugo. El muchacho era como una caja cerrada a siete llaves, y cada vez que parecía abrir una se encontraba con otra más protegida.
Kirishima amaba los misterios a descifrar. Anhelaba los desafíos para hacer algo suyo —por eso es que él y Denki se habían dedicado a la vida delictiva, robando cada vez a los lores más poderosos y sus esposas rebosadas en joyas.
Pero con Katsuki se dio cuenta que era distinto. Kirishima no podía simplemente llegar y robarle los secretos, porque no es así como funcionaba.
Se había tomado su tiempo. Había esperado. Y la tarde anterior en la cueva consiguió abrir, probablemente, uno de los candados más difíciles que componían el alma de Bakugo.
Sin embargo, de camino al clan Firewalker, Kirishima comenzaba a comprender que se dirigía a desentrañar el mayor misterio de que envolvía al muchacho: sus orígenes.
Y probablemente sus orígenes revelaran un montón de cosas que el rubio no había querido que nadie viera.
Cosas que lo habían convertido en el ser humano que era entonces.
Porque sí, era un ser humano —uno muy hosco, y solitario, y barbárico, y también bastante triste.
Y de no haber sido por Kaminari, Kirishima también hubiese estado solo. Y triste. Porque era diferente a los demás, y la gente solía tener miedo de alguien que podía transformarse en una bestia escupefuego de casi veinte metros. Y aquellos que no le temían, buscaban esclavizarlos.
Tal vez por eso se habían llevado a Denki. O tal vez Denki se fue por su cuenta. Él no podía saberlo. Así como tampoco podía saber si pronto acabaría con unas cadenas en los tobillos y muñecas.
¿Acaso alguien iría a buscarlo? Eso se hubiese preguntado un par de meses atrás.
Pero atravesando el cielo anaranjado de casi el amanecer, con Bakugo —y también Shinsou— encaramado sobre su lomo, Kirishima esbozó una sonrisa en su mente.
Sí, se dijo a sí mismo. Él me buscaría.
Y yo lo buscaría.
No solo necesitaba la prueba de sus manos sujetándose con familiaridad sobre sus escamas. Ni tampoco saber que, bajo esa fachada de conquistador barbárico, Bakugo sonreía.
Tenía la certeza de que lo haría. La de una promesa dicha bajo una húmeda y brillante cueva; la de un beso tan cálido que pudo devolverle a la vida.
Quizá fuese pronto para decirlo. Pero en tiempos de guerra como aquel, todo sentimiento era más fuerte de lo que usualmente serían. Por miedo a que la guerra borrase de un plumazo todo lo que amaban.
Sí. Lo que amaban.
Tal vez tendría el suficiente valor para decírselo, algún día.
Antes de que todo se desmoronase alrededor de ellos.
—¡Hacia allá! —escuchó su ronca voz como un eco que rompía contra la corriente del viento—. ¡Es esa endemoniada montaña de allá!
—Pero, ¿tienes que gritar, salvaje? —gruñó Shinsou a espaldas del rubio.
No estaba seguro de cómo es que el Oráculo no había salido despedido de una patada.
Kirishima siguió volando el cielo hasta que sintió el grito de Bakugo, y dio unos toques en su cuello para direccionar su vuelo hacia unas montañas de picos nevados y un volcán que yacía entre todas ellas.
No vaciló en dirigirse hacia el clan. Y que fuese lo que los dioses quisieran para todos ellos.
Antes de partir habían trazado un plan.
Kirishima no estaba seguro de las posibilidades de éxito, pero confiaba en Bakugo. Aunque fuese un chiflado que todo solucionaba con desenvainar su sable y rebanar cabezas.
Le dijo que Kirishima era de mucho mayor tamaño que cualquier dragón del clan. Y que no podían atacarlos, a menos que ellos fueran como una inminente amenaza.
Se habían apostado al pie de la montaña, lo suficientemente escondidos por unos frondosos árboles que ocultaban hasta su figura de dragón a cualquiera que descansara en las alturas. Sin embargo, estaban cerca: ya podía ver el humo de las fogatas matutinas y escuchar los cánticos de alabanza al dios del fuego que los Firewalkers proferían cada mañana.
Bakugo había sido como ellos, alguna vez. Descubrir la verdad le estaba llenado de tanta ansiedad que no le cabía en el pecho.
—Deberán someterme primero a juicio si quieren condenarme —Bakugo recalcó—. Pero si la guerra los llama antes, cualquier otra obligación del clan debe verse pospuesta ante la batalla.
—¡Bakugo, eres brillante! —había aclamado con Kirishima—. Tan masculino y pasional...
Katsuki rodó los ojos a sus palabras, pero Kirishima estaba seguro que un pequeño rubor se ocultaba en sus orejas. Para suerte del rubio, Shinsou les llamó la atención a los dos.
—¿Y cómo piensas demostrarles que hay una guerra y que esa misma guerra los afecta a ellos, Lord Brillante?
Kirishima hizo una mueca al ver las chispeantes miradas de desafío entre los dos muchachos. Claramente, había una guerra presente —y esa involucraba a Bakugo y a Shinsou.
—¿Para qué crees que te he traído a ti sin arrojarte en el camino? —Alzó ambos brazos—. ¿Porque me caes bien o algo?
—Bakugo —musitó Kirishima—. Ya perdí la cuenta de las veces que lo has insultado...
Y ni hablar de las otras cosas que Bakugo había hecho al Oráculo. Debajo de su ojo comenzaba a brotar un hematoma que poco a poco se tornaba tan morado como su cabello.
Bakugo dejaba escapar una sonrisa ladina cada vez que se miraban los ojos. De vez en cuando, incluso, decía en voz alta el nombre de Shinsou solo para que el chico volteara a verlo y apreciar una vez más su obra.
Por suerte Shinsou no podía controlar el destino; o hubiese pulverizado a Bakugo en mil maneras diferentes solo con su cabeza.
—¿Y si quieren apoderarse de Kirishima? —preguntó Hitoshi tras dar un suspiro.
—No lo harán. Tengo otro plan para eso —Bakugo dijo—. Solo deben ser unos buenos bastardos y seguir todo lo que digo.
—Prefiero ser un mal bastardo.
—¡Cállate, ojo morado!
Shinsou, lejos de enojarse como en las horas anteriores, sonrió con malicia.
—¿Tan guapo te parezco que no dejas de mirarme? ¿Qué dirá Kirishima de ti, Bakugo?
Kirishima trató de chistar para calmarlo, dándole unas palmaditas en el pecho y susurrándole cosas divertidas cerca del oído. Bakugo se calmó —solo un poco— y se dejó fundir con las suaves caricias del pelirrojo. Como un bálsamo o pócima contra el mal humor.
Sonrió ante su heroísmo. Kirishima pensó que podría acostumbrarse a tener ese pequeño poder sobre Bakugo.
Repasaron el plan una última vez. Kirishima trató de memorizarlo en su mente, una y otra vez, buscando cualquier falla o fuga que los delatara ante toda una horda de Firewalkers enrarecidos.
¿Qué haría él si quisieran tomar a Bakugo por la fuerza? ¿Podría hacer arder con sus llamas a todo un campamento lleno de niños, ancianos, y otros inocentes? ¿A hombres y mujeres guerreros, que solo querían defender la paz de los suyos?
Pero Kirishima también buscaba eso, se repitió. Él también quería defender a los suyos. Y hubiese prendido fuego todo si eso significaba recuperar a Denki. O a Midoriya y Todoroki, o a Uraraka y Sir Tenya.
Especialmente si eso también significaba salvar a Bakugo.
Le echó una mirada de soslayo a Shinsou. Permaneció serio durante todo el plan; si estaba destinado a salir mal, no lo dijo.
¿Podían confiar del todo en aquel chico? Era de lo más extraño. Había visto la posible muerte de Kirishima, y de todas formas les hizo viajar hasta las profundidades de un oscuro lago.
¿Podría ser ese su trabajo? ¿Echar una mano a las personas para que cumplieran con el destino que los dioses les habían escrito?
Quiso creer en su bondad, así como siempre buscaba lo mejor de todas las personas: Shinsou se había visto de verdad honesto cuando se sinceró el día anterior tras la muerte de su predecesor. Kirishima quería pensar que algo los unía —que eran amigos, tal vez.
Esperó no estar equivocándose.
—Kirishima, te vas a tener que transformar —Bakugo le avisó.
Kirishima lo hizo sin dudarlo ni chistar.
Confiaba ciegamente en Bakugo, aunque eso no quitaba que se preguntara qué tan bien podían salir las cosas. Él y Shinsou se treparon otra vez sobre su lomo y planearon por lo bajo, en dirección a la base del clan Firewalker.
Debían ir con cuidado. Asegurarse de no rugir, ni enseñar las alas de cualquier forma amenazante. De no destruir sus chozas ni monumentos; de bajar la cabeza como si fuese un esclavo.
Porque a ojos de todos ellos, Kirishima sería el esclavo de Bakugo. Los Firewalkers usaban a sus dragones como meras armas de guerra, como un botín a reclamar que solo los más fuertes y pudientes podían darse el lujo.
Le hizo preguntarse en qué circunstancias fue que Bakugo consiguió a Mitsuki.
También le hizo sentir culpa otra vez por la dragona. El vínculo de un dragón y un humano era prácticamente irrompible, a menos que la muerte o la traición los separase. Ella se había sentido traicionada —todo por culpa de Kirishima.
Y no es como si simplemente pudiera invitarla a tomar el té para explicarle de la situación.
Se sentía como un usurpador y como un extraño cuando lo pensaba. Incluso si estaba seguro de la pureza de sus sentimientos hacia Bakugo —y viceversa—, Kirishima no dejaba de sentirse como si hubiese tomado un lugar que no era el suyo.
¿Así se sentiría Midoriya? Le había visto observar al príncipe de reojo; con anhelo, con curiosidad y con algo más. Y no dudaba de que el chico tuviera buenas intenciones, sin embargo...
Él y Kirishima estaban hechos del mismo material. Anhelaban a dos personas que eran demasiado para ellos. Dos personas a las que podrían darles todo de su ser, pero que no estaban seguros si el destino les permitiría poseer solo una pequeña parte de ellos.
Una parte de él deseaba que Shinsou lo sacase de la tortura y le escupiera su futuro en la cara.
Kirishima eligió no pensar más en aquello y sobrevoló hacia el clan. Por supuesto, ellos le habían visto mucho antes de que siquiera pudiese acercarse hacia el suelo.
Podía escuchar el tumulto y los gritos que les obligaban a prepararse para el ataque. Rápidamente se armaron con flechas, lanzas, cuchillos.
Primero fueron solo un par de decenas. Luego, cientos de ellos.
Temió acobardarse en el momento, pero Bakugo le palmeó para que siguiera con lo planeado. Kirishima se sintió seguro bajo el toque de su mano, incluso si solo era un pedazo minúsculo de piel en la inmensidad de sus escamas.
Así se sentía estar junto a Bakugo.
—¡Atrás! —escupieron los Firewalkers en su idioma nativo—. ¡Atrás!
Kirishima se sentía intimidado ante tantos filos y puntas dirigidos hacia ellos. Tuvo que contenerse de alzar las alas como un animal en amenaza, y más que nada, como un animal que busca proteger a los suyos.
Los Firewalkers eran como una marea de cabellos dorados y ropas en tonos naranjas, turquesas, marrones y también rojos. Todo en ellos era vivo y brillaba como el sol. Eran feroces y no tenían miedo ante un dragón color escarlata y que podría haberlos tragado de un bocado.
¿Por qué le temerían a una criatura que desde hacía siglos que aprendieron a dominar?
Pero Kirishima no se dejó flaquear —tal como prometió tiempo atrás a Bakugo. Ralentizó su vuelo y, el batir de sus alas casi derribó las chozas más cercanas y avivó la inmensa hoguera en la que estuvieron celebrando.
Podía sentir algunas lanzas y flechas siendo arrojadas contra él, pero no servían de mucho. La especie de Kirishima tenía una piel tan dura como las rocas, aunque no podía decir lo mismo de su forma humana.
—¡Monstruo!
—¡Ataquen!
—¡Traigan cadenas!
—¡Mátenlo!
Kirishima intentaba pensar que se referían a él y no a Bakugo. El chico esperó a que Kirishima aterrizara tan fuerte que pareció que la montaña entera tembló bajo sus garras.
Se esperó un ataque más furioso de los Firewalkers ahora que estaba al nivel de todos ellos, pero el silencio reinó entre aquella marea de cabelleras doradas. Una calma que parecía anteceder a la tormenta más feroz de la década.
Primero pensó que le tenían miedo. Pero luego lo supo cuando giró su cuello solo un poco —no podía demostrarles que era un ser pensante y no solo una bestia— y pudo observar de reojo lo que acontecía sobre su espalda.
Y la imagen le dejó sin aliento.
Bakugo se había puesto de pie entre sus alas. Un pie a más altura del otro, las manos como puños contra los costados. Su capa había comenzado a ondear con el vendaval de la mañana, y el reflejo del sol le iluminaba por las espaldas dándole un toque casi etéreo a su amenazante figura.
Se veía como un conquistador. O quizá como un dios. De cualquier forma, parecía como si Bakugo llegase a reclamar aquello que le pertenecía.
Kirishima dobló una de sus alas, la cual Bakugo utilizó para bajarse sin vacilar ni trastabillar. Shinsou no abandonó su lomo —pensó que sería más difícil que lo atacasen en la altura—, y Bakugo tampoco lo obligó.
El clan permaneció en completo silencio, sin bajar sus armas —todas apuntaban hacia el amenazante forastero que se movía por la tribu como si fuese un pez en el agua.
Era uno contra cientos de ellos. Bakugo ni siquiera tendría una oportunidad.
Pero Kirishima nunca dudaría de lo capaz que era aquel muchacho.
El pensamiento envió calidez por todo su cuerpo de reptil. Le sorprendió pensar que, en ambas formas, su imagen de Bakugo no cambiaba en absoluto.
Bakugo se quedó allí de pie, en el centro, sin mostrar ni una pizca de miedo ante las lanzas y flechas que podrían ensartarlo en menos de un latido. Él se quedó allí, con su capa todavía flotando en el viento, mirando a cada Firewalker con el mentón elevado.
No pasó mucho tiempo hasta que alguien gritó desde el fondo:
—¡Es Bakugo Katsuki!
—¿Bakugo Katsuki? —Escuchó otro murmullo.
—¡El traidor!
—¡El hijo bastardo de Mitsuki!
—¡Ladrón!
—¡Escoria!
—¡Cobarde! ¡Traidor a la sangre!
—¡Asesino!
Los insultos, agravios y adjetivos descalificativos siguieron brotando de las bocas de cada Firewalker allí presente. Kirishima rasgó las uñas contra la tierra; su impulsividad se volvía casi irrefrenable en su forma de dragón.
Y estaba a punto de rostizarlos como a las ardillas que usaban como cena.
Bakugo no se dejó intimidar. Ni una sola vez. Ni una maldita vez. Él se quedó allí, impávido, y sin mostrar ni una sola pizca del Bakugo que le declaraba la guerra hasta si le pisabas la capa por error.
Supuso que hasta Bakugo era capaz de comprender la desesperación de las circunstancias.
A pesar de la horda enloquecida que no dejaba de gritar y suplicaba por apresarlo, Kirishima logró detectar una única figura que buscaba hacerse paso entre los cuerpos a base de empujones con el hombro.
La multitud se acalló cuando consiguió entrar al semicírculo vacío en el que habitaba Bakugo —con Kirishima y Shinsou a un costado—, provocando una tensión tan fuerte que podría haber sido hasta cortada con el dedo.
El chico tenía el mismo pelo de un rubio cenizo que la mayoría del clan. Sus ojos eran dos orbes tan celestes como el firmamento aquella mañana. Era bastante más enclenque al lado del trabajo cuerpo de Bakugo, pero solo uno o dos centímetros más bajo en estatura.
Kirishima no ignoró el inmenso guante metálico que cubría su mano izquierda. Estaba cubierto de puntas y tachones, y aquella debía ser el arma que ese muchacho usaba en batalla.
Pero, ¿cómo? Ni siquiera parecía tener la fuerza suficiente para cargarlo.
Él y Bakugo se miraron por un instante. Casi desafiándose a muerte, escupiendo veneno, odio y rencor por cada poro, oculto en la sonrisa socarrona del extraño y en el gesto neutral de Bakugo; estaba más que claro que esos dos se conocían, y que también tenían una historia.
Una historia que no prometía haber sido feliz.
—Bakugo Katsuki —canturreó el chico con una carcajada cargada de frivolidad.
Bakugo se tomó solo un instante antes de responder. El clan seguía expectante ante aquellos dos.
—Monoma Neito —dijo con voz ronca—. Bonito guante.
La sonrisa del tal Monoma se evaporó al instante. La de Bakugo, sin embargo, creció.
—Me puedes agradecer más tarde por ayudarte a conseguir tan bonita arma.
El chico ya no ocultaba su desprecio. Dio un par de pasos hasta quedar solo a unos escasos centímetros de Bakugo.
Si no fuese porque Monoma lo hubiese asesinado solo con sus ojos, o porque Bakugo deseaba limpiar el piso con su piel... Kirishima casi hubiese creído que iban a besarse.
—¿Cómo te atreves a volver...? —siseó Monoma—. Hay que tener los cojones bien puestos, malnacido...
—¿Asustado? —Bakugo preguntó con su usual malicia—. Te recordaba más valiente.
Monoma dejó escapar un bufido mezclado con una risa.
—Dímelo tú —Apretó los dientes—. ¿Acaso has determinado que deseas volver al infierno del que saliste?
Bakugo dio un paso más cerca hacia Monoma. La gente ajustó más el agarre de sus armas. Ya nadie podía escuchar lo que Bakugo estaba susurrándole al oído, pero Kirishima era capaz de leer sus labios desde donde se encontraba.
—Primero te arrojaré a ti al infierno para asegurarme qué tan profundo queda.
Monoma se tensó al escuchar sus palabras y su charlatanería se vio cortada por la sorpresa. Cuando abrió la boca para responder, se dio con que Bakugo ya había pasado de él y solo consiguió que su capa le rozara en la boca.
Bakugo ya tenía ambas manos levantadas hacia los Firewalkers. Los demás se habían echado para atrás, clamándole entre pocos que no se acercara o ya nadie respondería de sus actos.
Él se detuvo. Comenzó a hablarles desde su lugar:
—¡Firewalkers! ¡Clan! —Bakugo habló—. ¡Vengo con un mensaje que no podrán ignorar!
—¡Fuera! ¡Fuera! —seguían gritándole—. ¡Atrás, traidor!
Una flecha pasó zumbando y casi le rozó cerca del hombro. El corazón de Kirishima se detuvo un instante al ver la punta clavada en la base de su capa que se arrastraba por el suelo.
Bakugo la miró como si no fuese más que un insecto molesto. Arrancó la tela del agarre, de forma que un pedazo rojo quedó flotando bajo la punta de la flecha en la tierra.
—Vengo con mensajes de guerra —continuó Bakugo—. ¡Mensajes que no pueden ignorar si quieren seguir viviendo!
—¡Mentiras!
—¡Asesino!
Bakugo estaba haciendo demasiado para contener la calma. Kirishima deseaba correr a su lado y... y... hacer lo que fuera. Apoyarlo. Defenderlo. Luchar a su lado.
Kirishima hubiese hecho cualquier cosa por estar con él en ese instante.
Dio una ojeada de reojo a Shinsou. Ni un solo cabello o músculo de él parecían alterados ante la situación. De hecho, se veía demasiado en paz.
¿Acaso él sabía que las cosas terminarían bien? ¿O tan mal que no tendrían reparo?
Que los acompañase debía ser una buena señal, ¿cierto?
—¡Yuuei está en peligro! —Bakugo dijo con su voz rasposa—. Podría desaparecer si no nos unimos.
—¿Y a quién le importa Yuuei? —exclamó una muchacha de pelo rubio y dientes tan afilados como los suyos—. ¿Cuándo se han preocupado por nosotros?
—¡No le respondas! —Regañó alguien más—. ¡Está mintiendo! ¡Nos quiere distraer de dictar su condena por asesinato y abandono!
Kirishima sintió que le daba un vuelco el corazón.
Los abucheos empezaron otra vez. Bakugo cerró los ojos, murmurándole paciencia al cielo. De alguna forma, se detuvieron otra vez.
Pero no por Bakugo.
Una nueva figura se asomaba a su semi-círculo.
Se trataba de una esbelta mujer de cabello rubio y sedoso pasó por el sendero que los otros Firewalkers acababan de abrirle. Era curvilínea, y su cuerpo estaba cubierto por una túnica de diseños tribales en donde predominaba el púrpura, un color que nadie más en el clan parecía utilizar.
Si bien iba descalza como el resto —y Kirishima pudo dilucidar varias cicatrices como las de Bakugo—, estaba más que claro que esa mujer destacaba entre los demás.
Pero lo más destacable debía ser la máscara que bordeaba sus ojos pequeños que se conectaban a dos inmensos cuernos —a saber de qué inmenso animal— que parecían brotar entre sus hebras doradas.
Incluso Bakugo ahogó un jadeo al verla. Ella sonrió como un felino seductor, acercándose ante el estupefacto recién llegado para pasar la punta de uno de sus dedos por su fuerte mandíbula.
—¿Sorprendido? —preguntó con voz aterciopelada.
Bakugo alejó la cabeza de ella, pero lejos de molestarle, pareció encantarle a la mujer. Apretó los párpados, mirándola de arriba abajo como si quisiera asegurarse de que todo ello era cierto.
—¿Tú eres consejera de clan ahora? —inquirió Bakugo casi con desagrado.
Ella se llevó ambas manos a la cintura, boca fruncida y una ceja arqueada.
—Te escucho demasiado confiado para la posición en la que estás, bastardo de Mitsuki.
Bakugo resopló una risa amarga. Dio una vuelta sobre sí mismo.
—Pues no me lo creo, Takeyama Yuu.
La gente ahogó grititos de sorpresa ante la mención del nombre de la chica de una manera tan liviana, sin títulos ni el honorífico que usasen allí en el clan.
La muchacha le picó en el pecho desnudo con su dedo. Solo que no fue tan seductora; se veía mucho más salvaje y molesta.
—¡Pues tendría que creértelo ya que tú mataste al consejero anterior!
La mente de Kirishima trabajó a gran velocidad en esos momentos. El miedo estaba a punto de hacerle tener un infarto, pero la cantidad de verdades que estaban siendo reveladas en ese momento eran una oportunidad que no podía desperdiciar.
Bakugo era un asesino. No es como si no lo supiera.
Pero la sorpresa de la verdad siempre terminaba abofeteándolo con violencia.
Bakugo chirrió sus dientes y apretó los puños. Trató de verse intimidante ante la consejera llamada Yuu. Pero ella no se veía asustada.
—Basta de juegos y estupideces —soltó Bakugo—. Hay una guerra. Y ustedes deben responder al llamado.
Yuu levantó ambos brazos fingiendo inocencia. Se veía la burla en su rostro.
—Pues yo no lo escuché.
Kirishima estaba seguro que Bakugo musitó algo como «vieja bruja necia del demonio», aunque tal vez eso era su imaginación.
Por suerte, la muchedumbre estalló otra vez. Yuu alzó una única mano para que todos se callaran, todo sin quitar la vista de la mueca tan determinada de Bakugo.
Puede que la chica fuese molesta, pero también debía ser buena leyendo la sinceridad de las personas. Ella alzó el mentón como si le incitase a hablar.
—Habrá una guerra —Bakugo tragó saliva—. Una guerra como la de hace cien años. Los demonios invadirán Yuuei y se tragaron todo a su paso...
Hizo un dramático silencio en el que se desafió solo con la mirada con Monoma.
—Nosotros incluidos.
Kirishima pudo sentir el dolor y la dificultad al decir la palabra nosotros.
Bakugo ya no era un Firewalker.
Pero, a la vez, siempre sería uno.
La gente no comenzó a gritar. Simplemente cuchichearon, la mayoría molestos e incrédulos, todavía diciendo que debían poner la cabeza de Katsuki en una pica y clavarla en la entrada del clan.
Bueno, eso solo lo decía Monoma.
—¿Y pretendes que te crea así, sin más? —Yuu arqueó una ceja—. ¿Cómo se que no es una trampa para seguir vengándote de nosotros?
Bakugo no respondió con palabras. Lo único que hizo fue girar sobre sus talones y dar grandes zancadas hacia donde estaba Kirishima. Se asustó por un instante creyendo que se refería a él —¿cómo es que podría servir de prueba alguna?— pero se dio cuenta que en realidad estaba apuntando hacia su lomo con la palma extendida.
—Este bastardo —dijo Bakugo como si hablara con un grupo de niños—, es el Oráculo de Yuuei.
Oh, Kirishima pensó, queriendo golpearse por la obviedad. Por supuesto.
Se había olvidado de Shinsou.
El Oráculo era una criatura más bien esquiva. Estaba seguro que Shinsou preferiría permanecer oculto bajo sus alas, pero el centenar de amenazantes pares de ojos prácticamente le obligó a bajarse de su lomo a los trompicones.
Bakugo no se gastó en ayudarle. El chico se sacudió la túnica solo por nervios; ya estaba cubierta de tierra. Y, como se tardó demasiado, Bakugo rodó los ojos y le arrastró por el cuello de la túnica hacia donde Yuu Takeyama le esperaba.
Shinsou trató de zafarse, pero no lo consiguió. Solo logró dar un manotazo que Katsuki logró esquivar. Se salvó de recibir otro ojo morado solo porque debían fingir ante los Firewalkers.
Yuu le observó con cautela, un poco descolocada por todas las cosas que estaban ocurriendo. Por supuesto, no podía creerle del todo —lo lógico sería no confiar en un asesino y traidor de su propia estirpe. Kirishima creyó que sería estúpida si aceptaba su palabra como verdad absoluta.
Pero Bakugo había dicho lo dura que la ley Firewalker era.
Y aunque no perdonasen a los asesinos... menos perdonaban a aquellos que negaban el llamado a la guerra.
Al menos debían comprobarlo antes de tomar decisiones precipitadas. En ellos existía el beneficio de la duda. Eso era otra cosa que diferenciaba a Bakugo de un Firewalker normal.
La mujer carraspeó para tratar de recuperar la compostura. Luego, miró a Bakugo con determinación, e incluso un poco de amenaza:
—De acuerdo —dijo Yuu—. Tendremos un concilio de guerra para determinar la veracidad de tus palabras. Y si estás mintiendo...
Kirishima vio que Bakugo alzaba el mentón solo para ocultar el hecho de que alguna parte de su ser estaba tan aterrada como un niño solitario en una cueva.
—Irás a juicio por tus crímenes —terminó de decir—. Justo como dicta la ley Firewalker que rompiste.
Monoma trató de oponerse a la decisión de Yuu. El muchacho era tan molesto como mosca y tan terco como una mula. Kirishima, que era alguien paciente, estuvo bastante tentado de prenderlo fuego vivo solo para ya no escuchar sus quejidos de niñato.
El muchacho berreó, chilló y pataleó, pero las reglas del clan eran explícitas.
—¡Es obvio que miente! —exclamó maniático—. ¿Cómo puedes creerle a esta bestia? ¡Se supone que eres la consejera!
Yuu le dio una mirada asesina.
—Si tanta razón tienes en que está mintiendo... entonces serás quien más lo disfrute cuando lo condenemos.
Pero Monoma no se sintió complacido con aquella respuesta. Especialmente, porque el clan entero ahora se había dispersado y vuelto a sus actividades normales —aunque todavía cautelosos— mientras que él era el único que no quería dejar morir el asunto.
—Bakugo, ven —dijo Yuu señalando hacia una choza—. Trae al Oráculo. Tu dragón va a quedarse custodiado por algunos miembros del clan...
—¡Y una mierda! —Bakugo exclamó—. Mi dragón se irá hacia un lugar seguro en las montañas. En este momento, un amigo nuestro esperándonos allí. Cuando el dragón se acerque, sabrá que tiene que reunirse con nosotros.
Kirishima no movió un solo músculo de su cuerpo ante la mentira. Yuu apretó los ojos mientras buscaba cualquier cosa que delatase algo extraño en las palabras de Bakugo. Monoma, por su parte, continuaba farfullando incoherencias y riendo como maniático sobre todo lo que haría a Bakugo cuando la farsa se cayera.
—¿Y por qué no ha venido con ustedes? —preguntó la mujer—. ¿Es esto una emboscada?
—Para nada —Se apresuró en decir—. Además, ¿de qué me serviría? Seríamos solo un puñado de tontos contra todo un clan.
Kirishima sabía muy bien lo mucho que le costaría bajar el ego y decir todas esas cosas. No podían continuar con su objetivo si Bakugo no aprendía a controlar sus aires de superioridad.
Al final, Yuu aceptó la propuesta. Kirishima esperó a que Bakugo le hiciera una seña para alejarse volando hasta un lugar por detrás del clan, entre los árboles en la montaña. Debía estar lo suficientemente escondido para que nadie se preguntase porque un dragón de tantos metros tan rojo como la sangre no pudiera ser visto.
Por suerte, Shinsou había dejado enganchados los bolsos en su ala o habría tenido que dar algunas explicaciones sobre por qué se aparecía desnudo en el clan Firewalker.
—Buenas tardes —practicó, divertido, ajustándose la chaqueta—. Vengo a robarme a uno de los suyos.
Se acomodó el cabello con algo de saliva para que no estuviera tan desastroso. Desde los eventos del día anterior no había podido controlarlo del todo.
—Creo que quiero hacerlo mi compañero.
Se imagino a Bakugo siéndole entregado con un velo nupcial y la imagen —más los recuerdos en la cueva— fue tan bizarra que le ruborizó toda la cara.
Kirishima tuvo que caminar al menos dos horas antes de alcanzar otra vez la entrada del clan, donde fue revisado por unos guerreros apostados en la entrada que casi quisieron quitarle su daga.
No iba a separarse de la daga por nada del universo.
Pero después de un pequeño intercambio amistoso —en donde Kirishima les robó un cuchillo de arrojar a dos de los guardias, los cuales les colgaban de la cintura—, fue conducido por un tercer guardia de rostro amigable a través de la tribu hasta donde se reunía el concilio de guerras.
En su forma humana, todo se veía más mágico y amenazante. Olía a sándalo, inciensos y un aroma a carne de cabra montés que le estaba haciendo rugir el estómago. Pensó que sería muy ambicioso creer que los Firewalkers los alimentarían —siendo que se estaban por debatir si los matarían— pero Kirishima no quería perder las esperanzas.
La choza en la que el guardia a su lado se detuvo. Era más grande que las otras —decorada en la punta con dos inmensos cuernos de cabra como los que Yuu llevaba adornando su máscara— y desde adentro venía una ola de calor seco que olía a hierbas chamuscadas. El chico, que era igual de rubio que todos los Firewalkers, le dio una sonrisa simpática.
—Es aquí —dijo—. ¿Quieres pasar...?
—No... ¡Digo! ¡Sí! —Kirishima sacudió la cabeza—. Discúlpame, todo se ve muy sorprendente aquí...
Pensó que aportaría un poco a su papel el hecho de que se viera obnubilado por la belleza tribal del clan. Las faldas con diseños, los pies llenos de cicatrices, las lanzas con plumas... nada de aquello parecía ser como la formalidad de Yuuei que el Rey Endeavor tanto se esforzaba en conservar.
Era una belleza salvaje.
—De acuerdo. Te anunciaré —dijo el guardia—. ¿Cómo te llamabas...?
—Kirishima —Tragó saliva. Dio la única sonrisa que fue capaz de observar—. Eijirou Kirishima. ¿Y tú...?
Se cayó al instante al darse cuenta de su error tras escuchar la risita del guardia. Quiso abofetearse por su simpatía, ya que no se suponía que eso fuese una charla amistosa.
No se les preguntaban los nombres a los guardias.
—Soy Ojiro —asintió el chico—. Lamento que todo sea tan brusco. Pero bienvenido al clan Firewalker.
—¡Gracias, hombre! —Kirishima sonrió con más confianza—. Pero, perdona si soy indiscreto... ¿no deberías odiarnos y lanzarnos una mirada asesina mientras juras para tus adentros que plañiremos este día?
La risa de Ojiro fue más profunda tras un pequeño lapso de parpadeos confusos. Tuvo que sostenerse sobre su lanza para no caerse al suelo.
Kirishima se sintió algo intimidado y estúpido.
—Perdona —Ojiro se tapó la boca—. Pero... no todos odian a Bakugo aquí.
Kirishima abrió la boca para replicar pero tuvo que morderse la lengua antes de que se le escapara algo que lo delatara.
No podía reclamar a Ojiro el hecho de que, cuando llegaron, más de un centenar de Firewalkers estaban dispuestos a practicar el tiro al blanco con todos ellos.
—¿Y eso? —frunció las cejas—. Él me ha dicho, eh... cosas. Pensé que podrían odiarlo por lo que hizo.
Si bien Kirishima improvisaba, algo en la mirada de Ojiro se ensombreció. Aquello le hizo preguntarse —con más fuerza— qué cosas Bakugo había hecho para despertar la ira de cientos de Firewalkers y el odio desmedido de un niño malcriado como Monoma.
—No todos queremos a Monoma. Yo personalmente, no —contó Ojiro—. Y tampoco quise a su familia.
Kirishima sintió de repente más dudas que certezas. Pero Ojiro le dio una palmada en la espalda y le volvió a sonreír, invitándolo a adentrarse en la cálida choza.
Todo estaba más oscuro, apenas iluminado por una minúscula fogata donde ardían unas brasas en un cuenco como centro de mesa, alrededor de la que estaban dispuestas tres personas sentadas en el suelo.
Esas personas eran Bakugo, Shinsou y también Yuu, la cual era la única sentada sobre un montoncito de paja.
Bakugo se sobresaltó al verlo entrar. Kirishima pensó que deseaba correr a su encuentro con tanta intensidad como su corazón latía en su pecho. Trató de apaciguarlo con una sonrisa que la mujer no dejó pasar.
—Señora —Ojiro dio una pequeña reverencia—. Ha llegado el foraste-...
Una nueva persona entró a trompicones en la tienda, armando tanto ajetreo que llamó la atención de todos los presentes haciéndoles voltearse.
Monoma acababa de hacer acto de presencia. Se veía agitado y también bastante irritado.
—Llegas tarde —dijo Yuu con molestia.
Monoma le hizo una reverencia bastante cínica.
—Lamento importunar en su tertulia, hermosa dama —Monoma rió—. Pero tenía entendido que la reunión no empezaba hasta que llegase yo.
El muchacho iba a disponerse a encontrar un lugar exacto para enfrentar a Bakugo, pero Yuu alzó una mano para que se detuviera. Luego, señaló hacia un contenedor metálico en la esquina de la entrada de la choza.
—Sabes que no puedes entrar al concilio con armas, Monoma.
—¡Vamos! —Monoma rió—. Sabes que no tengo armas.
El vistazo que la consejera dio hacia su guante metálico le hizo resoplar tras uno o dos segundos. Monoma apretó la boca y comenzó a desabrochar las correas de su guante, dispuesto a depositarlo sobre el contenedor donde Kirishima podía observar el mango del sable curvo de Bakugo.
Se suponía que no debía ser chismoso, pero no pudo evitar observar con curiosidad. Y ahogó un jadeo cuando descubrió la mano izquierda de Monoma en la que faltaban tres dedos —el mayor, el anular y el índice— completamente.
El rubio se dio cuenta al instante. Observó a Kirishima con extrañeza; como si pudiera reconocerlo de algo, pero no sabía exactamente de qué.
Sin embargo, eso era imposible. Y aun así no podía evitar sentir que se le escaparía el corazón del pecho.
—¿Qué miras? —rió Monoma—. ¿Tan guapos somos los Firewalkers?
—Monoma —Bakugo espetó con su voz ronca—. Ya siéntate.
El rubio no hizo caso al instante de Bakugo, sino que siguió desafiándolo con la mirada. Al cabo de unos instantes, Ojiro se dedicó a presentar a Kirishima y anunciarle que dejase sus armas en el contenedor. Corrió a sentarse cerca de Bakugo, intentando no observa a Yuu —la cual no había dicho ni palabra— ni devolver la mirada intensa de Monoma que tenía sobre él.
Bakugo —que tenía la vena de la sien a punto de estallar— dio una sádica sonrisa hacia Monoma.
—Creo que deberíamos solucionar nuestras diferencias, Monoma —dijo.
—Eso nunca pasará —rió el rubio cruzándose de brazos.
—Anda, no seas necio. Empecemos de nuevo.
Kirishima se quedó de piedra cuando vio que Bakugo alzaba el brazo izquierdo por encima de la mesa, y dejaba su palma extendida para que Monoma la estrechase.
Con su mano que no tenía dedos.
No pensó que hubiese podido ser posible, pero la tensión alcanzó niveles galácticos. Kirishima estuvo a punto de golpearle bajo la mesa por su descuido, pero —conociendo a Bakugo— estaba más que seguro que aquello fue a propósito.
Shinsou se apretó el puente de la nariz, negando con frustración. Yuu no dijo nada y solo se limitó a cerrar los ojos y apoyar su frente sobre sus dedos.
Monoma solo hizo una muy cínica sonrisa.
—Qué buenos modales —exclamó con su tono condescendiente—. ¿Quién te los enseñó? ¿El mismísimo príncipe bastardo de Yuuei?
—El príncipe es medio bastardo, sí. No sabría lo que es ser normal a menos que lo mordiera en el trasero —Bakugo rodó los ojos—. Tú, en cambio, eres un bastardo a tiempo completo. Así que lávate la boca antes de hablar de los demás.
El caos se desató en la mesa. Kirishima no estaba sorprendido. Shinsou se veía aburrido.
Los insultos volaron a diestra y siniestra entre Bakugo y Monoma, con la ocasional intervención de Ojiro —que había estado vigilando la entrada— para calmarlos a ambos pero ganándose él mismo un par de insultos por intentarlo.
La consejera puso las palmas sobre la mesa haciendo un gran estruendo que los acalló a todos, antes de carraspear y hablar:
—Bakugo, estamos aquí para que profundices en...
Bakugo, que seguía alterado, también golpeó la mesa con su puño.
—¡No hay nada que profundizar! —bramó—. ¡La historia va a repetirse y todos pasaremos al olvido cuando la grieta termine de romperse! Este bastardo, que resulta ser un Oráculo cuando se cansa de ser uno...
Shinsou rodó los ojos ante su mención.
—Puede decirte que lo que yo digo es completamente cierto —continuó Bakugo—. ¡Y no creas que me encanta venir a suplicarte, pero esto no se trata de mí! ¡Ni de ti! ¡Ni del asqueroso de Monoma! Se trata de que ninguna criatura nativa de Yuuei quedará viva si no logramos detenerlos antes del solsticio.
Y antes del sacrificio, casi agregó Kirishima.
—¿Y para qué se supone que Endeavor —dijo Monoma casi con sorna— está en el trono si no es para protegernos como reino? ¿No crees que nos debe esta mierda? ¿Por qué nosotros nos haremos cargo de todo?
Bakugo apretó más fuerte su puño contra la madera. Estaba buscando la manera de no lanzarse a través de la misma y acogotar a Monoma.
—¿Prefieres morir antes que salvar vidas inocentes? ¿Es eso?
Kirishima se sorprendió ante lo mordaz de Bakugo. Tiempo atrás, Kirishima estaba seguro que Bakugo hubiese estado del lado de Monoma.
Estaba seguro que hubiese querido aplastar a sus enemigos y gobernar Yuuei con puño de acero. Y, si bien todavía quería ser rey, ya no estaba convencido de que sus intenciones fuesen tan sanguinarias.
—Lo que sugieres es serio —Yuu intervino sin moverse de su posición—. Sigues siendo un criminal, Bakugo. No todos querrán seguirte. ¿Estás proponiendo que Firewalkers, tanto como jinetes dragón y guerreros de combate, se unan a ti para salvar a un reino que nos odia?
Ojiro, a la distancia, alzó una mano temblorosa.
—Yo me uniría.
Ni Monoma ni Yuu hicieron caso del muchacho, que terminó suspirando agotado. Kirishima le dio una sonrisa de aliento.
—Si tanto quieres salvar el reino, hazlo tú que ahora tienes dos dragones —dijo Monoma con sorna—. ¿Dónde está ella? ¿La que me robaste? ¿O ya la desechaste por tu lindo y servicial dragón rojo?
Kirishima se encogió en su lugar al escuchar a Monoma. Estaba seguro que, durante una milésima de segundo, la mirada azul cielo del chico se clavó en él y su cabello tan rojo como sus escamas de dragón.
Bakugo le miró con odio.
—Está en un lugar en el que tú nunca la encontrarás —farfulló entre dientes—. A ella no podrás quitármela como a mis padres.
Monoma sí que iba a arrojarse a Bakugo en ese momento, de no haber sido por los fuertes golpes que Yuu dio sobre la mesa para que dejaran de discutir de una vez por todas.
—¡Silencio! —ordenó ella—. ¡Compórtense como los hombres y guerreros que dicen ser! ¡No como un par de borrachos pervertidos que pelea por un par de faldas que, de todas formas, jamás les prestarán atención!
Bakugo y Monoma volvieron a acomodarse, lentamente, en sus lugares. Sin dejar de desafiarse ni asesinarse con sus intensas miradas.
Ante el tenso silencio que reinó, quien habló y tomó a todos por sorpresa fue Shinsou.
—Lo que dice Bakugo es cierto. Hay una guerra —dijo con su tono monótono y pastoso para hablar—. Y ni siquiera es una profecía. Es ya un hecho. La guerra vendrá, tarde o temprano. Pero no puedo decirles cómo acabará. Eso solo empeoraría todo.
Sus palabras cayeron como un explosivo a los que estaban reunidos en la choza. De repente comenzó a hacer frío, y no precisamente por magia o algo similar.
—¿Tú la has visto? —preguntó Yuu—. ¿Tú sabes cómo terminará esta guerra? ¿Tú permitirás que algunas personas vayan a morir, incluso si podría ser una guerra perdida?
Kirishima sintió un cosquilleo de terror debajo de su piel. Shinsou sostuvo la mirada de Yuu, luego pasó a Ojiro, de allí a Kirishima, a Monoma y, finalmente a Bakugo.
No había nada en su postura o rostro que revelase lo que de verdad pensaba. Lo cual era, por cierto, aterrador.
—Piénsalo de esta forma: quién esté destinado a pronto a abandonar nuestras tierras, pronto lo hará. Pero tú elegirás si vas a morir por una buena causa, o si dejarás que el destino te lleve por alguna estupidez sin sentido cuando pudiste hacer un bien mayor al menos una vez en tu vida.
Yuu estaba demasiado alterada como para responderle. Monoma casi sonreía victorioso.
—Señorita Yuu... —Kirishima intervino tratando de verse cordial, con la confianza justa y, más que nada, simpático.
Todos se giraron al verle. No dejó que le intimidaran —en especial Monoma, que ahora sus ojos parecían quemarle en la piel.
Kirishima había buscado la mano de Bakugo debajo de la mesa y entrelazado sus dedos con los suyos. Le había regalado una sonrisa llena de aliento, la cual quitó solo un poco la tensión de Bakugo.
Aquello le alcanzaba para hacer frente a cualquier cosa.
—Sé que soy un extraño para usted, pero quiero decirle algo —carraspeó—. Y es que yo sé que tal vez tenga miedo...
—No tengo miedo —exclamó ella con tanta fiereza que al final dedujo que sí, sí tenía miedo.
No se detuvo a replicarle. Decidió seguir con su discurso.
—Pero todos tuvimos miedo. Todos tenemos miedo de ayudar a otros, porque nos asusta pensar que tal vez ese sacrificio jamás sea devuelto. Pero esto no va sobre hacer bien las cosas por algo a cambio, ¡va sobre hacerlo por nuestros valores; la bondad, la valentía y las ganas de ayudar a los demás! Puede que perdamos muchas cosas, y puede que nunca las recuperemos... pero créame que las cosas que el miedo nos hace perder siempre serán mayores que las que perderemos por actuar con altruismo y valentía...
Kirishima bajó la mirada un instante hacia sus dedos entrelazados con los de Bakugo. Siguió el camino por su brazo hasta encontrarse con su brillante y suave mirada. Nunca le había visto con un gesto tan sereno.
Quería guardar para siempre esa imagen en su corazón.
Pero era consciente de que otras cuatro personas —aunque con Shinsou ya no existían las vergüenzas— les estaban observando. Volvió rápidamente su mirada determinada hacia Yuu.
—Y le aseguro que, al final de todo, se dará cuenta que tomar la decisión correcta también le traerá ganancias. Y serán mejores que las que usted habrá querido conseguir en un principio.
Se detuvo solamente otro instante.
—Porque puede que el destino nos castigue muchas veces, pero si lo merecemos, no nos dejará abandonar esta vida sin haber disfrutado lo que nos correspondía.
Su mirada final fue hacia Shinsou, quien por primera vez en el día, elevó la comisura de sus labios en una sonrisa torcida. Asintió hacia Kirishima como si estuviera dándole la razón.
No quería voltear a ver a Bakugo, ya que Kirishima estaba seguro que iba a devorarle la boca en cuanto lo hiciera. El anhelo desde que se separaron por última vez en la cueva solo parecía aumentar con el correr de las horas.
Mucho menos quería ver a Monoma y sus miradas cargadas de algo extraño y que no le gustaba.
Yuu, por su parte, carraspeó sin mirar a nadie en particular. Luego se puso de pie, ayudada por Ojiro que acababa de correr a su lado para sostenerla por un brazo. Fue entonces que decidió dirigirse a Bakugo:
—Hablaré en privado contigo —dijo ella—. Podemos visitar el antiguo hogar de Hakamata... sé que te gustaría pasear por donde vivía tu maestro.
Bakugo y Yuu se fueron después de un improvisado almuerzo donde les ofrecieron un poco de estafado y pan recién horneado. Luego partieron hacia un punto más elevado en la montaña, y no hubo rastro de ellos ni cuando comenzó a caer la noche.
Monoma había desaparecido de la choza echando chispas y no le volvieron a cruzar en lo que iba del día. Kirishima y Shinsou quedaron como dos cachorros perdidos que fueron adoptados inmediatamente por Ojiro —con la excusa de que, como guardia, debía vigilarlos—, quien les enseñó algunos puntos del clan y les presentó a los niños de miradas curiosas que querían conocer a los forasteros. Incluso consiguieron observar a un grupo de hilanderas crear las hermosas faldas y túnicas de la tribu, trazando con grandes agujas de hueso cada intrincado patrón que debía significar algo diferente
Kirishima decidió que el clan irradiaba cierta calidez y fiereza, exactamente como Bakugo. Pero también una cautela disfrazada de hostilidad hacia lo desconocido —esa era su manera de protegerse ante un aterrador mundo exterior que solo parecía amenazarles.
Él y Kaminari nunca habían sentido terror del mundo real. Era increíble como las diferencias hacían que el mundo girase.
—Oye, Ojiro —Kirishima habló—. ¿Aquí en el clan pueden rastrear a gente de su sangre?
Shinsou le observó con algo de curiosidad. Ojiro, por su parte, estaba un poco confundido y sonrió, nervioso.
—¡Oh! Bueno, se ha hecho antes —Se rascó la nuca—. Aunque puede ser peligroso e inestable... ¿por qué lo preguntas?
—Un amigo mío es descendiente de Firewalkers —dijo con algo de tristeza—. Y ha desaparecido hace meses. Escuché rumores por allí que los Firewalkers podían hacer cosas como esas... no perdía nada con intentar...
Kirishima suspiró. Tuvo que obligarse a sonreír para que no vieran el lado suyo que estaba completamente afectado por la pérdida.
—Es por eso que te uniste a Bakugo, ¿no? —Ojiro inquirió con una sonrisa amistosa—. ¡Me hace preguntarme cómo es que tres personajes como ustedes acabaron en la misma aventura!
Kirishima sonrió con mucha más satisfacción. Era gracioso que Ojiro los conociera de esa forma, cuando la verdadera aventura de Kirishima se remontaba hasta una bruja atando con su magia a un Firewalker y a un príncipe.
Pronto vería a su equipo.
Pero eso no quitaba que no se hubiese encariñado con el gruñón de Shinsou. Kirishima le pasó el brazo por los flacuchos hombros y lo acercó hacia sí, pegando su mejilla contra la suya.
—¡Shinsou, Bakugo y yo tenemos un vínculo muy especial! —rió—. ¡Nos une algo que jamás podría unir a otras personas!
—Es una historia que no te apetece oír jamás —acotó Shinsou—. Tú hazme caso.
Ojiro rió con ternura ante el vínculo. Les hizo algunas preguntas sobre su viaje, sobre cómo era la vida lejos de esas montañas. Kirishima le respondió todo con emoción y mucho dramatismo; sobre asesinos que se escondían en iglesias, ciudades hechas de sombras, príncipes y caballeros fugitivos, mujeres rana que podían salvarte de la muerte, héroes legendarios, y hasta mujeres tan fuertes y guapas en armadura que podrían pisarte con sus tacones y tú solo podrías decirles que gracias.
El chico escuchó todo como si fuese un niño y no un adolescente como ellos. Puede que Kirishima jamás hubiese sido inteligente, pero sabía reconocer el brillo que veía en los ojos de algunas personas con las que se cruzó en su vida.
Era el brillo de la aventura.
—¡Eso suena tan genial y único y maravilloso! —Ojiro exclamó con los puños apretados cerca de su rostro—. No como esta vida aburrida... y normal... y patética...
Kirishima le dio unas palmaditas de aliento en el hombro.
—¡Pues créeme que si tu clan elige lo correcto, entonces tendrás una gran leyenda con la cual volver a casa!
Ojiro se veía bastante más emocionado. Cuando el sol comenzó a caer, les invitó a la fogata donde se reunían algunos de los Firewalkers a buscar un trozo de la cena comunitaria. Ojiro les dejó sentados en un tronco reseco, y regresó con tres platos cargados de cordero ahumado a las brasas que casi hizo llorar de emoción a Kirishima.
Después de semanas y semanas a base de vivir de ratas, ardillas y brotes del bosque... un plato de cordero se sentía como una cena más lujosa de las que el rey Endeavor debía tener en el castillo.
—¡Efto ef do mejod fe he fomido! — Kirishima exclamó mientras engullía un pedazo de costilla con las manos y se relamía los dedos cada dos o tres bocados.
Shinsou le dio una mueca completamente asqueada.
—Tú y Bakugo son el uno para el otro.
Kirishima le agradeció por su tan masculino y agradable comentario —y lo decía en serio— pero el bufido que Shinsou dejó escapar le hizo pensar que tal vez estaba siendo sarcástico.
Ojiro, que ni siquiera probó su ración, se la ofreció a Kirishima con una sonrisa.
—Hombre... no te voy a dejar sin cena —Kirishima dijo ruborizado.
Aunque, por supuesto, aquella pata de cordero con el exterior crujiente le estaba haciendo rugir otra vez el estómago.
—¡Descuida! —Ojiro agitó la mano libre—. Buscaré más. Creo que pronto saldrá la otra tanda. Tú come tranquilo.
—Vale... ¡si insistes!
Kirishima comenzó a devorar lo que el muchacho rubio lo ofrecía a pesar de las muecas agonizantes de Shinsou. Incluso el Oráculo le tendió lo que sobró de su cuenco, y no tuvo ningún reparo en aceptárselo.
Ojiro se alejó de ellos y se adentró en el grupo de gente que esperaba por recibir su cena. Fue entonces que Shinsou se removió incómodo, esperando que Kirishima captase que estaba buscando charlando.
Tuvo que carraspear para que lo hiciera.
—¿Huh? —Kirishima inquirió con los dientes hundidos en la pata de cordero.
—¿No se te hace extraño? —Shinsou frunció las cejas—. ¿Toda esta amabilidad?
—Creí que podías verlo todo.
—Puedo verlo todo, pero no todo el tiempo —suspiró—. Y tampoco puedo ver el futuro inmediato, o no todo. Porque las personas están constantemente cambiando sus decisiones... como sea, no puedo ver el futuro específico de una persona a menos que haya abierto su voluntad hacia el Oráculo al menos una vez.
Kirishima le miró con curiosidad sin dejar de mordisquear su comida. Shinsou continuó:
—Es como que puedo ver el panorama completo. Podría ver lo que ocurrirá con el clan Firewalker, pero no lo que ha de pasar con cada individuo; a menos que me abran su futuro, o que el futuro de alguno de ellos esté ligado a alguien que ya me abrió el suyo —dijo tras juguetear con el borde de su sucia túnica—. ¿Me explico?
Kirishima tragó con algo de dureza. Por suerte tenía unas cantimploras con agua o se le habría resecado la garganta por lo que todo eso significaba.
—Creo... —frunció las cejas—. ¿Por qué me lo dices?
Shinsou no le miró. Tenía sus ojos color índigo clavados en la inmensa fogata donde seguía asándose la comida, alrededor de la cual algunas parejas danzaban de forma extraña y los niños se divertían arrojando objetos que provocaban diversas reacciones.
La luz amarilla del fuego le hacía ver lo cansado de sus rasgos. ¿Quién hubiera dicho que solo llevaba un día siendo el Oráculo y ya se sintiera tan pesado? Hasta donde recordaba, Shinsou no había dormido ni un segundo.
La inconsciencia en que Bakugo le dejó no contaba.
—Por nada. Solo quería que lo tuvieras presente.
Kirishima se sintió bastante incómodo de repente. Dejó los restos de su comida sobre uno de los cuencos y se frotó las manos llenas de grasa sobre el pantalón. Se levantó de un salto, sacudiéndose la tierra que se le había pegado por todo el torso —el pedazo que la chaqueta revelaba, al menos— a causa del sudor.
—Me iré a, eh... ¿usar el baño? —dijo un poco confundido—. No sé como sea aquí, pero prefiero no ahondar mucho en ello.
—Vale —Shinsou dijo sin dejar de mirar el fuego.
—Le dices a Ojiro que ya vuelvo. Y si viene Bakugo...
—Tú tranquilo —Le cortó con brusquedad—. Alto, espera.
Kirishima se dio otra vez la vuelta hacia Shinsou. Vio que el chico rebuscaba algo entre los pliegues de su túnica y se lo depositaba en la palma de la mano. Usó sus dedos huesudos para hacer que Kirishima apretara con fuerza el objeto.
Se quedó bastante sorprendido al sentir la piedra de Aizawa. Estaba mucho más fría que cuando la encontraron y tampoco se veía como un pedazo de ámbar brillante.
Era solo una piedra aburrida.
—Por alguna razón, Bakugo pensó que yo era una buena mula de carga y me la dejó antes de irse con la consejera —Shinsou rodó los ojos—. Mejor llévatela tú. —¿Yo?
—No creerás que es buena idea que alguien que no sabe pelear como yo la conserve en medio de cientos de Firewalkers, ¿no?
Kirishima tenía que dar crédito a sus palabras. Todavía incómodo, asintió hacia Shinsou y se apresuró en girar sobre sus talones.
Necesitaba un tiempo a solas. Había demasiadas cosas en las cuales pensar.
Kirishima paseó con la cabeza gacha entre las chozas. Agradeció que estaba oscuro y nadie reparó en él, ya que era un poco triste dedicarles una sonrisa amistosa a los Firewalkers y recibir miradas desdeñosas o desconfiadas.
Al menos encontró rápido el límite en donde terminaban las viviendas y comenzaba la arboleda en medio de la montaña.
Estaba mucho más tranquilo allí y solo podías escuchar el rumor de los alegres Firewalkers cenando, opacado por el aleteo de las cigarras y el cantar de algunos grillos.
Kirishima extendió ambos brazos mientas inflaba el pecho con aire puro. La noche allí se sentía tan natural y calma, que ya no recordaba lo que era tener solo un instante de paz antes de ser golpeado otra vez por la tragedia.
¿Cuánto podría faltar para la próxima?
Dejó de lado sus crisis existenciales y recordó que era un humano con necesidades fisiológicas. Medio humano, al menos.
Se desabrochó de sus pantalones y se acomodó entre unos arbustos antes de dejar escapar un jadeo cuando logró desagotar sus ganas de ir al baño en quién sabía cuántas horas.
Debía haberse considerado un placer muy masculino.
Terminó de sacudirse y asegurar que no ensuciaría su ya único par de pantalones —Bakugo había apostado que no durarían más de cuarenta y ocho horas— para disponerse a abrocharlos cuando un crujir de hojas a su espalda le hizo darse la vuelta con un sobresalto.
Estaba demasiado oscuro. La luz de las antorchas del clan no llegaban hasta allí y solo la luna podía iluminar el pequeño claro. Kirishima suspiró al ver que no había nadie a sus espaldas, que seguro era la brisa haciendo crujir las hojas resecas.
Se le escapó una carcajada.
—No seas gallina —se regañó golpeándose ambas mejillas—. Solo necesitas dormir y ya.
—Sí —coincidió una voz desde las sombras—. Tal vez solo necesitas dormir.
Kirishima sí que dio un respingo al escuchar al intruso a su costado. Incluso se le escapó un grito ronco que se vio ahogado por la música de los instrumentos tradicionales del clan.
Buscó desesperadamente a la fuente de la voz, pero todo estaba demasiado oscuro. No fue hasta que volvió a hablar que pudo adivinar más o menos de dónde venía.
—Kirishima Eijirou —dijo esa persona—. Hmm. Curioso nombre.
La figura comenzó a esclarecerse a medida que salía de entre los tupidos arbustos. Puede que estuviera oscuro, pero su pelo rubio y ojos color cielo eran imposibles de no reconocer.
—¡Monoma! —Kirishima rió nervioso—. ¡Oh, qué casualidad! ¿Viniste también al baño?
Monoma se acercó hacia él con una sonrisa plastificada en su rostro aniñado. Kirishima tampoco quitaba la suya, pero era mucho más incómoda y temblorosa a medida que el muchacho se acercaba hasta él.
—¿Baño? —preguntó divertido. Alzó un dedo sobre su hombro—. La zona de aseo personal está por allá.
—¡Ah, vaya! Mi error... bueno, tendré que volver antes de que Shinsou se ponga tímido... no le gusta estar solo...
El chico continuó andando. Caminaba en círculos a su alrededor como si fuese una bestia a punto de saltar.
—¿En serio? —Monoma bufó—. Tiene cara de que quiere que solo le dejen dormir en paz, y ya. Ni siquiera pareces caerle bien.
Kirishima apretó el puño, ya irritado. No soportaba a los niños que se creían más listos de lo que eran y pensaban saberlo todo sobre los demás.
—¿Qué vas a saber tú? —exclamó—. ¿Acaso tienes amigos? Porque Ojiro me ha dicho que no eres muy popular.
—Ah, Ojiro —Monoma carcajeó—. El chico que soñaba con más grandeza de la que nunca tendrá. Es triste porque es simpático, pero va a ser bastante mediocre como la mayoría en esta tribu.
—¡No es cierto! —bramó Kirishima—. ¡Bakugo no es mediocre! ¡No sabes absolutamente nada!
Kirishima apretó los dientes y los puños. Podría haber golpeado en aquella sonrisa cínica porque no permitiría que se mofaran de Bakugo de esa forma.
—Oh, sé cosas —Monoma continuó andando—. Sé que Yuu terminará aceptando a la propuesta de Bakugo e iremos a una guerra que nos matará a todos. Sé que muchos se despedirán de sus seres queridos antes de partir y ya nunca más los verán; condenándose a sí mismos a una eterna vida de soledad y luto...
Kirishima se quedó quieto todavía con sus puños en alto. La garganta se le cerró ante las palabras y los ojos tristes de Monoma; lo sabía, así como sabía que todo eso tenía que ver con Bakugo.
¿Bakugo había eliminado a la familia de Monoma? ¿En venganza por algo ocurrido con sus padres?
Todo en lo que podía pensar es que la historia de Bakugo y Monoma jamás tendría un final feliz.
Sintió que las hojas dejaban de crujir debajo de los pies de Monoma.
—Así como también sé que no hay ningún dragón esperándoles en la montaña —dijo con cuidado—. Porque ese dragón hasta aquí y ahora mismo.
El corazón y el estómago de Kirishima se cayeron a sus pies.
Monoma debió ver su momento de vacilación ya que sonrió más mordaz al verlo flaquear. Su boca tembló un par de veces hasta que consiguió hablar, pero no fue hasta que carraspeó que la voz le salió clara:
—Estás demente —Kirishima bufó una carcajada—. ¿Qué cosa andas fumando para ver dragones por ahí? Deberías invitarme, hombre...
—No intentes bromear —Monoma lo cortó con dureza—. No soy un imbécil. ¿Un inmenso dragón rojo llega con Bakugo y luego desaparece? ¿Y al poco rato llega un inútil de pelo tan rojo, que no se ha perdido ni una sola vez al encontrar un clan que jamás ha visitado?
—Es porque he visto el rastro del dragón, obviamente —Rodó los ojos—. Eres muy paranoico, Monoma.
—¿Por qué me miraste al quitarme el guante? —Monoma agitó su brazo metálico con una sonrisa maniática—. ¿Cómo podrías deducir, con verme dos segundos, que algo se escondía allí abajo?
—Solo soy curioso...
—¿Y Yuu? —bufó—. ¿Cómo supiste su nombre sin una presentación adecuada?
Kirishima quiso morderse la lengua al regresar al momento en que la llamaba «Señorita Yuu».
—Me lo ha dicho Ojiro —dijo confiado.
—¡Mentiras! —Monoma berreó—. ¡Ojiro tiene prohibido presentarla ante forasteros si ella no está presente!
Kirishima no intentó replicarle. Sabía que cualquier cosa que dijera le pondría en un aprieto más grave. Había subestimado a Monoma; no parecía ser el imbécil caprichoso que se mostraba ante todos.
Se sujetó el estómago mientras reía con lentitud. Kirishima había llegado un punto en que su espalda estaba contra un inmenso tronco que no le dejaba alejarse más.
—Eres muy importante para él, ¿verdad? —preguntó casi en un susurro—. Puedo verlo en cómo te mira. Bakugo nunca ha tenido esa mirada cuando vivía aquí... tú de verdad le importas.
—No sabes nada de Bakugo —escupió Kirishima—. Él haría lo que fuera por las personas que ama.
—Pero, ¿pueden las bestias amar?
Dímelo tú, pensó Kirishima con cierto horror tras haber visto la transformación de Monoma a un ser mucho más espeluznante.
—Así que... eres un híbrido dragón... —Monoma dijo maravillado—. Eso es... fascinante. Me pregunto qué diría el clan cuándo lo supiera. Calculo que querrán tomarte a la fuerza para que embaraces a todas las doncellas de por aquí para crear una nueva generación de humanos más fuertes. ¡Oh! ¡Eso sería increíble!
Kirishima trató de mantener la calma. Intentó buscar la daga en su cinturón pero recordaba que se la había quitado para sentarse a cenar junto a Shinsou y Ojiro.
Shinsou... ¿podría haber sabido todo esto?
—¿Eso es todo? —inquirió Kirishima—. ¿Les dirás para que me esclavicen? ¿Para dañar a Bakugo? Todavía puedo transformarme y prenderte fuego ahora mismo.
—Dudo mucho que hicieras eso, siendo que tus amiguitos están allí todavía en el clan... y créeme que no quieres hacer eso frente a una manada de domadores de dragones... tal vez las flechas de hoy no te hicieran nada, pero tenemos material para deshacernos de las bestias incontrolables que ni el vínculo de sangre consigue apaciguar.
—¿Bestias incontrolables? —Kirishima preguntó con cierta tristeza—. ¿Así es como les llaman?
¿Así les llamaban a los dragones que soñaban con la libertad?
Pensó que sería una vida muy triste; el ser atado a un humano que no conocías de nada y te obligaba a ser su servidor.
Recordó a Bakugo y Mitsuki, pero ella nunca había actuado como si él fuese su dueño —de hecho ella se sentía como la que lo reclamó años atrás.
Los dragones podían ser bastante territoriales.
Escuchó a Monoma inspirar aire con fuerza, acomodándose hacia atrás su cabello rubio con la mano metálica.
—No importa cómo los llame —dijo finalmente—. Solo importa que hoy descubrí que me queda una cosa más que arrebatar a Bakugo.
Kirishima se puso completamente en alerta.
—Y lo voy a hacer.
Luego, saltó encima de él.
Kirishima no fue capaz de esquivarlo justo a tiempo y Monoma logró sujetarlo por las caderas hasta tirarlo contra la tierra. Gruñó ante el impacto. Aquel enclenque era muchísimo más fuerte de lo que pensaba, o Kirishima estaba todavía debilitado por su ahogamiento, sus transformaciones continuas o simplemente por el miedo.
Lanzó un rodillazo a Monoma que le dejó un momento sin aire el cual aprovechó para arrastrarse debajo de su agarre, pero no duró mucho ya que sintió el frío del guante metálico cerniéndose alrededor de su tobillo.
Kirishima lanzó un puñetazo al aire pero Monoma predijo el movimiento y le torció el brazo haciéndole soltar un aullido de dolor, aunque la aguda molestia se fue al instante.
Monoma, en cambio agitó su brazo como si comenzara a dolerle a él.
Aquello le enfureció más y ya no vaciló en apretar su mano —la que tenía todos los dedos— alrededor de su garganta. Kirishima arañó en su piel con sus uñas pero eso no le hizo detenerse. Trató de darle manotazos pero era imposible, ya que sus brazos eran algo más cortos que los larguiruchos de Monoma.
Le vio esbozar una cínica sonrisa a la luz de la luna. Luego, su guante alzado en un puño, brilló. Amenazando con un golpe. Un golpe que podría partirle el cráneo por la dureza del metal.
Kirishima se removió más ferozmente pero las piernas de Monoma aprisionaban su cuerpo con gran habilidad. Quería transformarse, pero pondría a Bakugo en un aprieto.
Era tan patético que no tenía idea de cómo liberarse.
Monoma agitó su flequillo que le caía sobre uno de los ojos. La frente le brillaba perlada de sudor.
—Es una lástima —Monoma sonrió—. Pero piensa que Bakugo siempre consigue que se mueran todos los que aman con sus acciones. Tarde o temprano te iba a tocar.
Kirishima ya casi no podía respirar. Sus ojos se habían desorbitado y solo pudieron ver el guante de metal y sus picos en los nudillos que le destrozarían la cabeza en menos de cinco segundos.
Solo logró cerrar los ojos mientras veía el puño de Monoma bajar en dirección a su cabeza.
Primero escuchó el impacto. El impacto fue tan fuerte que sintió que su cerebro mismo estallaba por el ruido del metal hundiéndose en la carne y desprendiendo el cuero cabelludo.
Pero luego...
Luego no vino el dolor que esperaba.
Kirishima abrió los ojos, justo a tiempo cuando sintió que el agarre en su garganta se aflojaba. Y cuando lo hizo, ahogó un grito que casi le hizo paralizar el corazón por el susto que aquella imagen le causó.
Monoma todavía estaba encima de él. Se tambaleaba, y fue por esto que se soltó de Kirishima para sujetarse de una piedra que tenían al lado.
Su guante metálico estaba manchado de espesa sangre que goteaba sobre la tierra.
Exactamente igual que su cabeza.
La imagen era terrorífica: Kirishima observó el cabello sedoso y rubio de Monoma completamente teñido de rojo, con un hueco profundo entre la frente y la sien que enseñaba su cráneo roto. La sangre manaba tanto que empezaba a taparle el lado derecho de la cara.
Kirishima se arrastró debajo de él con un quejido. Monoma no lo detuvo. Simplemente intentó levantarse con dificultad aunque sus rodillas amenazaban con fallarle en cualquier momento.
Había horror y confusión en su mirada. No dejaba de perseguir a Kirishima, a su cabeza, que permanecía tan intacta como un momento atrás. Él, mientras tanto, buscaba en cada esquina a un posible atacante —¿tal vez Bakugo?— pero nadie apareció para reclamar con orgullo sus actos de haber roto la cabeza de Monoma.
Monoma intentó tocarse la frente pero las rodillas le fallaron en ese instante y se dio de bruces contra la tierra. Su cuerpo quedó quieto un instante antes de comenzar con violentos espasmos.
Kirishima se arrastró otra vez hacia él y lo sujetó entre sus brazos, sin saber exactamente qué hacer. Él no era un sanador. No tenía magia.
Un agujero así de grande en una cabeza no parecía tener una solución lo suficientemente rápida como para salvar al agonizante Monoma que había empezado a toser sangre.
—No... —balbuceó Kirishima—. No... no, ¿cómo demonios...?
Kirishima no soltó su cuerpo que seguía moviéndose con violencia. No se dejó intimidar por el miedo que vio en sus ojos azules, sino que le apretó más fuerte contra sí a medida que la vida comenzaba a abandonarle poco a poco.
Sí, Eijirou no podía hacer nada. Mucho menos por un cabrón que había intentado matarlo.
Pero nadie merecía morirse solo y con miedo.
Monoma dejó de moverse al cabo de uno o dos minutos. Sus ojos siguieron abiertos hacia la luna y la sangre no dejó de brotar de su cabeza.
Su brazo cayó al costado, todavía usando el guante ensangrentado que había tratado de matar a Kirishima pero terminó asesinando a su propio dueño.
Bakugo le encontró tiempo después.
Kirishima no había abandonado su lugar al lado de Monoma. Estaba temblando y la sangre del muchacho se había pegado por toda su piel hasta que yo no supo si conseguiría realmente quitársela alguna vez.
—¡Ahí estabas, cabello de mierda! Te estuve buscando para avisarte que la vieja bruja de Yuu ha accedido a hablar con los demás jefes de casa, pero es casi seguro que aceptarán —Bakugo bufó con su amarga diversión y victoria—. Empezaba a creer que el estúpido de Shinsou me había mentido para alejarme de su la-...
La voz se le murió al instante que Kirishima se puso de pie para hacerle frente. La imagen que debía estar dando debía ser demasiado impactante ya que Bakugo abrió los ojos como platos.
No vaciló en desenvainar su sable curvo y mirar con amenaza hacia cada costado, esperando que algún enemigo saltase al ataque.
Kirishima se encogió de hombros.
—Tranquilo —dijo con la voz débil—. No es mía.
—¿No es...? —Bakugo vio el par de piernas sobre un charco de sangre que descansaba a las espaldas de Kirishima—. Oh, joder.
Bakugo volvió a guardar su sable y caminó a gran velocidad, pasando por al lado de Kirishima y quedándose de piedra al ver detrás de sus espaldas quién era el pobre diablo muerto.
Kirishima también se volteó para ver la reacción de Bakugo, pero no encontró ninguna más que solo una inclinación de Bakugo.
—Maldición —musitó—. Yo era quién quería matar a este inútil. Bueno, supongo que me alcanza con que hayas sido tú...
Eijirou apretó los puños, tratando de contener toda la marea de sentimientos que tenía en su interior. Al final fue inútil ya que explotó hacia Bakugo:
—¡No he sido yo! ¿De acuerdo? ¡No le he matado yo! ¡Él iba a pegarme con su guante en la cabeza, pero de repente el golpe lo tenía él! ¡Y no sé que mierda ha pasado, si fue magia o quién diablos sabe qué! —Kirishima gritó—. ¡Yo no...! Yo no lo mataría... incluso si quería matarme a mí... para dañarte a ti...
Kirishima comenzó a hiperventila al caer en cuenta de verdad sobre lo que acababa de ocurrir. Se llevó las manos al cabello, pero casi no recordó que también las tenía manchadas de sangre y seguro tiñó su frente y mejillas.
Terminó desplomándose sobre la roca en la que Monona trató de sujetarse durante sus últimos minutos de vida.
Porque estaba muerto.
Monoma había muerto.
Y, aunque no había hecho nada, Kirishima estaba seguro que de alguna manera era su culpa.
Bakugo se alejó del cuerpo sin vida de Monoma —que seguía mirando al cielo sin realmente ver— y trató de acercarse poco a poco hasta Eijirou. Por primera vez desde que se conocían, era Bakugo el que mantenía la calma.
—Te creo —dijo Bakugo sin dudar—. Kirishima... yo te creo...
—No —Kirishima negó con la cabeza—. No te acerques. Monoma trató de matarme y terminó matándose solo. Si te acercas, te haré daño.
Bakugo bufó, indignado.
—¡Como si esa mierda pudiera pasar! Anda, Kirishima... ya cálmate de una jodida vez... igual Monoma era una pequeña mierda...
—¿Y eso qué? —Kirishima replicó con lágrimas en los ojos—. ¡Podría haber abierto los ojos y cambiado!
Bakugo arqueó una ceja. Kirishima estaba cada vez más y más nervioso.
Todo pedazo de piel que había estado en contacto con la sangre comenzaba a hormiguearla.
—Los cabrones rara vez cambian.
Kirishima ya no pudo soportarlo más. Se puso velozmente de pie y tomó a Bakugo por el cuello de la capa —tomándolo por sorpresa— para así empujarlo hasta uno de los troncos y aprisionarlo.
—¡Tú cambiaste! ¡Tú tuviste la oportunidad! —Kirishima escupió. La voz amenazaba con rompérsele—. Pero él no... y yo no sé ni que ha pasado... pero es mi culpa...
Bakugo le apretó tan fuerte por las mejillas que sintió un pequeño dolor cuando le obligó a girar la cabeza y mirarle a los ojos.
Kirishima sintió todavía más tristeza cuando vio los irises rojos de Bakugo con un gesto más suave, aunque si bien firme, que le dedicaba solo para él.
La presión sobre su piel fue desapareciendo hasta que solo quedaron las caricias de los nudillos de Bakugo contra su piel.
—Eso es porque no ha tenido un Kirishima que le enseñe que la vida es mucho más que vengarse o conquistar reinos.
Kirishima sintió que su corazón se aceleraba y sus ojos hacían más esfuerzo para no echarse a llorar. Se dejó acariciar por la mano callosa de Bakugo hasta que le pidió otra vez que le mirara a los ojos.
—Y prometí que te salvaría de la muerte, pase lo que pase —Bakugo continuó. Su voz era más baja y rasposa—. Pero solo ahora puedo comprender que tú me salvaste de la vida.
Fue Kirishima quien le besó después de aquello.
Dejó que el beso se llevara todo: la vida, la muerte, y todos los miedos que yacían en el medio.
Se apretaron uno contra otro sobre el tronco, deseando fundirse pese a estar cubiertos de ropa y mucho más. Pero eso no les impidió pasar sus manos por cada fragmento expuesto de piel y besar cada rincón de sus rostros como si fuese una competencia por ver quién era capaz de besar más sin perder la cordura.
Estuvieron así por un instante más hasta que Kirishima abrió los ojos durante uno de los besos de Bakugo en su cuello. Su mirada dio directamente con el cuerpo todavía fresco de Monoma y tuvo que empujar a Bakugo para vomitar entre los arbustos al ver sus ojos abiertos.
Bakugo le palmeó en la espalda el suficiente tiempo hasta que susurró contra su oído:
—Tenemos que hacerlo desaparecer. Nadie va a creerse lo que ha pasado.
—Pero, Bakugo...
—Es eso, o perdemos a los Firewalkers. Nos asesinan ahora mismo y perdemos la guerra; el sacrificio de todos va a ser en vano por un pobre diablo que pasó a mejor vida. No es que me agrade su paz eterna, pero al menos estará reunido con los de su calaña.
Kirishima tragó saliva antes de asentir, dudoso, pero sabiendo que era la única manera.
Entre Bakugo y él lo sujetaron por los brazos y las piernas todavía no rígidas y encontraron una pequeña cueva de algún animal salvaje donde escondieron su cadáver. Estaba lo suficientemente lejos del límite como para que lo descubrieran al instante, y Bakugo decía que no tenía familia que se preocuparía por su desaparición.
Aquello lastimó todavía más a Kirishima.
Se escaparon en medio de las celebraciones hasta el riachuelo para asearse; allí Bakugo le ayudó a frotarse la espalda y aquellas zonas manchadas de sangre a las que Kirishima no podía llegar. Depositó un beso en su nuca antes de susurrarle que se robaría unos pantalones nuevos para él mientras seguía limpiándose.
Él asintió, y continuó con su tarea. Se quitó los pantalones rasgados para limpiar sus muslos en caso de que la sangre atravesara su tela, pero un pequeño bulto en los bolsillos le hizo abrir los ojos de repente.
Kirishima se quedó boquiabierto al encontrar la piedra de Aizawa. No había recodado cargarla para nada, peo en ese momento era claro; Shinsou se la había dado antes de abandonarlo en medio de la fogata.
La piedra estaba tibia. No fría como cuando Shinsou la apretó contra su puño, y sintió que algo le molestaba en el pecho al recordar sus palabras.
—No... —Solo fue capaz de musitar—. No puede ser...
Los pensamientos no terminaron de cobrar sentido en su mente ya que Bakugo volvió con unos nuevos pantalones y también una chaqueta; era ropa tradicional Firewalker, pero nadie lo notaría. Siempre podían inventar cualquier excusa antes que decir la verdad.
Usó la capa de Bakugo para secarse y calzarse otra vez la ropa. Su cabello caía lacio y húmedo sobre su rostro, y ni siquiera tenía energías de dejarlo como solía usarlo siempre.
Cuando terminó de alistarse, Bakugo le tendió una mano.
Kirishima la tomó.
Se dirigieron otra vez hacia la fogata, y Kirishima se sintió completamente extraño al ver los alegres rostros festejando y bailando como si ninguna cosa ocurriera, riendo y comiendo cordero ahumado como si uno de los suyos no estuviera pudriéndose en una madriguera.
¿A quién podía adjudicar la muerte de Monoma si no era a sí mismo?
Encontraron a Shinsou charlando con Ojiro —más bien, Ojiro hablaba con él tímidamente y le preguntaba cosas que Shinsou respondía de una forma muy cortante. El rostro del Firewalker se iluminó al verlos regresar.
—¡Ah! ¡Kirishima, justo te había traído más cordero! —exclamó con una sonrisa—. Aunque creo que ya se enfrió...
Se soltó de la mano de Bakugo y volvió a curvar la clásica sonrisa que usaba con todos los extraños para caerles bien. Se sentó en medio de Ojiro y Shinsou pese al chasquido de lengua que soltó Katsuki.
—Descuida —Kirishima contuvo las arcadas—. Hasta yo tengo un límite.
—Bueno, hay que alimentarse bien —Ojiro mordisqueó un pincho de carne—. Y más si iremos a la batalla —Le guiñó un ojo—. Dicen que Yuu ya se ha reunido con los líderes...
—¡Qué bien! —Kirishima exclamó—. ¡Es la decisión correcta, te aseguro!
Ojiro se veía bastante ansioso por la batalla. Kirishima le dejó que hablara, con su emoción más bien tímida y calmada pero cargada de ilusión por finalmente sentir que hacía algo grande.
Él no podía responderle. Solo sonreía y asentía, aunque su mente estaba lejos. Demasiado lejos.
Aunque no lo suficientemente lejos para escuchar la voz de Shinsou, cuando se acercó hasta a Bakugo, y le susurró:
—Nunca más te atrevas a pegarme y decirme que no hago nada —masculló Hitoshi con una sonrisa amarga—. Y que los dioses nos amparen por lo que he hecho ahora.
Esta semana debería poder coronarla como la semana más espantosa de todo mi año ;u;
Tuve una intoxicación, mi gata me tiró de la escalera y mi rodilla está más morada que el ojo de Shinsou, me avisaron que mi ex estará en la cena de navidad a la que voy, se terminó una de mis series favoritas de la peor forma posible (mataron a mi otp y uno de mis personajes favs), BNHA no se estrenará hasta octubre, no logré terminar lo que quería escribir y me pusieron en una situación muy fea para decidir algo que yo no quería.
¿Quién apuesta qué será lo próximo? El que acierte le regalo un OS (?)
Hahaha pero ya, sacando de eso, ¡sigo viva! ¡Y terminé este capítulo a pesar de todo! Muy largo por cierto, perdonen ;u; pero no podía dividir en otro cap más el arco. Y ME SIENTO HORRIBLE AHORA POR LO QUE HICE CON MONOMA!! Más considerando el cap que se filtró HAHA pero era necesario ;;;;;;; recuerden que nadie tiene coronita de salvación. Todos pueden morir.
Y ahora sí, ¡AHORA SÍ! ¡EL TODODEKU VUELVE EN EL PRÓXIMO CAP! Y sí, el maratón será en gran parte TodoDeku porque ya les toca TuT ♥️
¿Teorías, alguien? c: Sobre la piedra, las pistas, el próximo cap, lo que sea que vaya a pasar... ¡Déjenlas por aquí! --->
Me quería disculpar en serio porque yo quería hacer el maratón para empezar estos días, justo para terminarlo en 21 :c pero las cosas de arriba me hicieron tener una semana horrible y me fue imposible (incluso tuve que reducir mi idea de navidad a solo un OS) pero me pondré las pilas para que tengamos maratón la semana que viene. Regalo de año nuevo ;u;
¡DHYL tiene oficialmente un año de vida! ♥️ Juro que no puedo creerlo. Yo antes nunca me vi con una fic que durase más de un año, porque sentía que me estaba fallando de alguna forma. Pero amo esta historia. Y porque la amo, sé que merece su tiempo para ser escrita y disfrutada. Solo me queda agradecer enormemente a aquellos que siguen desde el 21 de diciembre de 2017, a los que llegaron en medio e incluso a los que tal vez llegaron ayer (y a los que llegarán). DHYL es de todos ;u; entre sus teorías, fanarts, comentarios, votos... todo eso aporta a lo que hoy es esta fic. MUCHAS GRACIAS!! ♥️
Ahora sí me despido, y deséenme suerte (?) así no me muero en el proceso.
Nos vemos la otra semana con el maratón! Besitos ♥️
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