Capítulo 37
Atención:
1- Advertencia por Contenido +18 (y no, no hablo de muertes ni torturas). Sé que prefieren la sorpresa, pero algunos me dijeron que de verdad les incomodan estas escenas ;; es mejor prevenir que curar.
2- La imagen de la multimedia es para ilustrar mucho mejor la cueva. Siento que las palabras no le hacen justicia. Si quieren ver más de este fenómeno, busquen "Cuevas de Waitomo" ;u;
Bakugo sonrió en su mente cuando la daga le terminó por conducir hacia una inmensa formación rocosa a las afueras de las ruinas de la ciudad hundida.
Estaba lleno de garabatos e inscripciones que no entendía pero que tampoco le importaban. Solo necesitaba saber que la daga enloqueció y quemó como mil infiernos en su mano cuando se acercó hasta la piedra —debió nadar por debajo de unas colosales piedras, las cuales debían ser la capa externa de la cueva, que le condujeron a la trampilla que yacía debajo— y que su brillo encendió con la misma luz a todos los garabatos.
Aquel tenía que ser el lugar.
¡Maldita sea, sí lo era!
Soltó otro poco del aire alojado en su boca, ya más tranquilo —pronto estaría del otro lado y haría suya la estúpida piedra. Más le valía al idiota de Shinsou que lo de la caverna fuera cierto, porque si Katsuki se moría ahogado usaría a su propio fantasma para torturar por la eternidad a ese chico con pelo de espantapájaros.
Sacó la botellita llena de sangre que había estado cargando en su bolsillo. El líquido se veía más espeso y de un rojo oscuro allí abajo. Al menos sabía que no era una estúpida trampa.
Sonrió maliciosamente en su cabeza. Descorchó la botellita con la punta de la daga, y aquel fue su primer error —uno que Katsuki se negaba a hacerse cargo— en toda la jornada.
Sintió que la botella salía despedida de sus manos por la fuerza, provocando que la sangre comenzara a salir a raudales de la botella para así fundirse como si fuese bruma en el aire, formando una nube acuática de restos de sangre.
Comenzó a farfullar en su cabeza.
«Maldita sea tu jodida madre, Shinsou» pensó Katsuki.
Aunque claro, poco tenía que ver Shinsou con su torpeza —y mucho menos su madre—, pero le gustaba insultarlo.
Katsuki nadó entre la nube de sangre que se mezclaba entre el agua —impregnando con grandes manchones su cabello, su piel y sus pantalones— hasta que capturó otra vez la botellita entre sus dedos.
Hasta ese punto, la botella ya estaba a medias.
Antes de que siguiera cagándose en los demás parientes del Oráculo, Bakugo se acercó hasta los garabatos de la piedra para trazarlos con la punta de los dedos. Su pecho comenzaba a arder ya por la falta de aire; decidió que no necesitaba inspeccionarlos... solo tenía que cruzar.
Removió el pulgar que protegía el pico de la botella, apuntando el mismo hacia la piedra. No esperó hasta que la sangre saliera sino que agitó su brazo en varias direcciones para que cada garabato sintiera la presencia de la sangre.
Esperó un segundo. Dos. Tres.
Cuando pasaron cinco y nada ocurría, Katsuki sintió desesperación. Se le ocurrió pensar que todo había sido una trampa, pero no podía serlo si Shinsou sabía lo que le convenía.
Sin embargo, ¿quién le garantizaba que ese inútil no estaba con los de Akutou —o con el apestoso Rey Endeavor— y buscaba sus muertes?
Estaba a punto de comenzar a dar patadas a la piedra cuando escuchó un pequeño traqueteo que venía de la piedra. Katsuki se quedó mirando con asombro —y con jadeo atorado en su garganta— cómo los jeroglíficos teñían su luz de un rojo escarlata y se movían en extrañas direcciones que parecían activar un mecanismo que hacía girar la piedra hacia los costados.
¿Cómo es jodidamente posible?
Solo una palabra cruzó su mente: magia.
No es que él fuera un fanático de la misma —nunca admitiría que lo era porque él no podía manipularla— pero tuvo que tragarse sus palabras ante el magnífico espectáculo de luces rojas y símbolos arcaicos que abrían la piedra, poco a poco, como si de la boca de un inmenso guardián se tratara.
Katsuki espió por la nueva abertura solo unos segundos antes de adentrarse. Ni siquiera se molestó en mirar atrás o verificar que no fuese una trampa que lo llevase a una muerte inminente.
Pobre fuera el diablo que intentase matarlo a él.
Nadó solo un par de metros a través de la oscura puerta hasta que sintió que la fuerza de la superficie comenzaba a succionarlo hacia arriba así como la luz azulada que debía iluminar la caverna. Katsuki pataleó más y más fuerte, hasta que la mitad de su cuerpo encontró la superficie.
La primera bocanada de aire se sintió como un verdadero soplo de vida. Sus pulmones ardieron y su pecho no dejó de subir y bajar con irregularidad, tratando de recuperar el ritmo normal.
Katsuki se sacudió el cabello que goteaba con fuerza. Fue entonces que una carcajada de júbilo se escapó de su boca.
—¡Ja! —bufó Bakugo—. Para todos los inadaptados que creyeron que no podía...
Se dejó disfrutar su victoria por unos segundos antes de abrir los ojos para inspeccionar el lugar —en efecto, era una mohosa y apestosa caverna. Pero no estaba oscura en lo absoluto, ya que pequeños puntos bioluminiscentes brillaban entre las estalactitas del techo: puntos de un brillo azulado como si de estrellas en el cielo nocturno se tratasen, o miles de luciérnagas zumbando cuando el sol comenzaba a caer. Le daban hasta un... toque romántico, podría decirse, a la cueva.
Era precioso. Hasta un salvaje como él podría apreciar de aquellas cosas. Miles de pequeñas estrellas atrapadas en una mohosa cueva, creando un espectáculo sin igual.
Había una orilla rocosa a solo un par de metros que conectaba con un oscuro túnel. Mientras giraba sobre sí mismo, descubrió que las diferentes orillas conectaban con más de un túnel.
Chasqueó la lengua. Aquello les tomaría más de lo que esperaba.
—Nos vamos a tener que separar, Kirishi-...
La voz se le cortó con estupor.
Frunció las cejas al instante. Volteó sobre sus espaldas varias veces para verificar que no estaba equivocándose y que, efectivamente, Katsuki no había sentido a su ruidoso acompañante llegando a su lado.
La respiración —que se había acompasado hacía un momento—se le aceleró mientras lo buscaba con la mirada.
—¿Kirishima? —exclamó con su voz ronca—. ¡Bastardo, no es momento de que juegues! ¡Te juro que te arrancaré las escamas, una por una...!
Pero no hubo más respuesta que su eco. Katsuki sintió que la furia le subía a la cabeza, porque se negaba a creer que aquello no era más que una jugarreta infantil del cabello de mierda.
—¡Kirishima!
Sin embargo, nadie le respondía. Katsuki nadó y nadó —a pesar de que el cuerpo de agua era pequeño—, sumergiéndose una y otra vez para asegurarse de que no se escondía bajo el agua.
Ahora que lo pensaba... ¿Kirishima había estado con él cuando abrió la trampilla? No escuchó unas burbujas escapándose de unos labios ajenos en un intento de carcajada ahogada.
¿Cuándo es que Kirishima se separó de él? Bakugo empezó a sentir el horror picarle por todo el cuerpo.
¿Por qué ese bastardo inútil le ponía las cosas tan difíciles? Era más fácil enojarse que sentir una preocupación de muerte por ese medio dragón atolondrado y de sonrisa afilada.
Pero, para Katsuki, no pensar las cosas era todavía más fácil. Fue por ello que se arrojó otra vez al agua, atravesó la trampilla, y se adentró en las profundidades oscuras del lago en busca de Eijirou.
No encontró un solo rastro de su compañero medio humano.
Katsuki usó la luz incandescente de la daga para buscar entre las ruinas de la ciudad abandonada. Quería buscar en cada recoveco de mármol y ladrillo, pero su tiempo era limitado. No tenía manera de ir y venir por aire cada vez que le ardieron los pulmones.
Lo cual alertó algo en su cerebro. Si Kirishima no le había seguido, significaba que estaba perdido o atrapado entre las ruinas de las gigantes estatuas cubiertas de algas.
Muerto, fue la palabra que atravesó fugaz por su mente.
Katsuki la ahuyentó con furia. Kirishima no estaba muerto. No podía estar muerto. ¡Lo haría volver de una patada de regreso a la vida!
Pero eso no quitaba que estuviera inquietado, en el fondo. Su corazón se aceleraba cada vez que se alejaba más y más sin un solo rastro de Kirishima a la vista.
No podía gritar y aquello le generaba tanta desesperación que comenzó a expulsar las burbujas de su boca. Sentía que alguna vena de la cara le estallaría por el estrés en que se encontraba.
¿Qué diablos haría si no encontraba al inútil de Kirishima?
No, se obligó a pensar. No era el momento de ponerse tétrico como Deku, o Su Alteza Apestosa o alguno de los demás. Tenía que enfocarse en encontrarlo y no morirse él ahogado en el intento.
No podía evitar estar furioso, de todas formas. Pensó en Shinsou y sus crípticos mensajes, y especialmente en él sabiendo que Kirishima podría perderse y poner su vida en riesgo.
Le enfermaba.
Bakugo pensó entonces que tal vez aquella era la estúpida prueba del Oráculo. ¿Acaso Kirishima acabó siendo la víctima de la locura? Porque él había conseguido llegar hasta la cueva con la sangre de Shinsou. Bakugo era digno. Estaba más que claro.
¿Era entonces Kirishima quién debía demostrar su valía?
«Vamos, aparece, bastardo» se encontró suplicando en su mente como si pudiera escucharlo. «¡Aparece de una puta vez que hay cosas por hacer!».
Bakugo detuvo su nado de repente. Un par de larguiruchas algas que crecían sobre un pilar caído le acariciaban las plantas de los pies llenas de cicatrices. Incluso creyó sentir un cardumen nadando entre sus piernas pero estaba bastante impactado como para insultar a las madres de los peces.
Sintió que el corazón se le escaparía del pecho.
Vio un bulto yaciendo entre unos bloques que debieron ser antaño la entrada a un templo, cuando esa ciudad todavía no estaba hundida. Bakugo reconocía bastante bien los pantalones raídos que siempre llevaba de repuesto en sus bolsas para cada vez que rasgaba un par.
Y el cabello rojo —lacio por el agua, que flotaba como flores que las lleva el viento— brillando en medio de toda la oscuridad.
Katsuki no dudó en guardar la brillante daga y nadar con todas las fuerzas que le quedaban a pesar de que todo el cuerpo se le abrasaba por el cansancio y la evidente falta de aire.
Kirishima yacía inerte encima del escombro. Katsuki observó, con horror, su cuerpo desarmado y sin signos de moverse un solo ápice. Su boca estaba entreabierta y su piel de un aterrador blanco mortecino.
No dudó en acomodarse a su lado, sujetándole el frío rostro entre las palmas. Katsuki le dio unos golpecitos pero estaba claro que no reaccionaría.
«No es momento de bromas» gruñó en su mente. «¡Anda, maldito Kirishima!».
Pero no había respuesta.
En un acto de desesperación, Bakugo llevó los dedos hacia un punto entre la mandíbula y el cuello de Kirishima. Abrumado, tanteó hasta que sintió la arteria latir —poco, muy débil— bajo sus yemas.
No tenía tiempo para llorar de felicidad como lo haría el inútil de Deku si encontraba a su príncipe medio muerto —lo cual, si ocurría, Bakugo se encargaría de rematarlo por completo—, ya que la vida de Kirishima pendía de un hilo.
No dudó en tomar su cuerpo inmóvil con facilidad y depositarlo sobre su espalda. Tuvo que asegurarse de agarrar su muslo con una mano y sujetar un brazo con la otra.
Sus piernas tendrían que ser lo suficientemente dignas para llevarlos a los dos.
Echó a nadar con toda velocidad por el sendero que ya se conocía. No estaba muy lejos, pero con poco oxígeno en tu organismo hasta un viaje de cinco metros se sentía como una jodida odisea.
Pero dejó que fuera el corazón de Kirishima latiendo contra su espalda el que lo impulsara. Había hecho todo ese camino para salvarle y no se echaría atrás. ¿Qué clase de rey planeaba ser algún día si no lograba salir de una minucia como esa?
Llamarle minucia, en palabras de Bakugo, era su mecanismo de defensa para no entrar en pánico ante el estrés del momento.
Las luces rojas de los garabatos seguían titilando cuando consiguió ver la puerta a varios metros. Dejó que sus piernas descansaran solo un segundo del tirón que comenzaba a sentir.
Casi sonrió en su mente. Kirishima solo debía resistir un poco más. Él podía resistir un poco más. Y luego le pondría una correa para el regreso porque claramente ese chico con medio cerebro no podía estar solo ni cinco segundos.
Pero ahí estaba la palabra que hizo que todo se detuviera. Casi.
Bakugo se quedó petrificado cuando escuchó un traqueteo chirriante que le resultaba conocido.
La trampilla hacia la cueva estaba comenzando a cerrarse.
¡Maldita sea, no te cerrarás en mi presencia!
Bakugo volvió a nadar, sujetando más fuerte a Kirishima. La trampilla había sido lo suficientemente grande como para que ambos pasaran sin problemas, pero a medida que se iba sellando otra vez...
Apenas dejaba espacio para uno solo de ellos.
Y eso hubiese estado bien. Podrían haber pasado uno a la vez, pero ya no quedaba tiempo.
Solo quedaba tiempo para decisiones rápidas. Decisiones de segundos.
Bakugo ya casi podía tocar la trampilla con sus dedos y nadar hasta atravesar el agua con la velocidad de una flecha en dirección a las cuevas. El problema...
Sintió otra vez todo el peso de Kirishima sobre su espalda. Inconsciente. Incapaz de nadar. Totalmente inútil para la tarea que se les había encomendado...
Pero vivo. Todavía vivo. Todavía con su corazón esforzándose por mantenerse latiendo.
Katsuki apretó los dientes. Ya casi no le quedaba aire. Su piel se entumecía por el frío y por el agua. Sus músculos sentían el tirón del cansancio. Pero sí que le quedaba furia y ganas de romper todos a su paso.
Solo tenía la puerta a dos metros. Pronto iba a cerrarse por completo y ninguno de los dos iba a conseguirlo.
Pero él sabía lo que debía hacer. Solo que, una parte de él, no le agradaba en absoluto. Le hacía punzar allí donde debía estar depositada su alma, según decían algunos.
Si no hubiesen estado bajo el agua, estaba seguro que los ojos le hubiesen empezado a picar con lágrimas.
Me cago en absolutamente todo lo que tenga que ver con el Oráculo, pensó, mientras quitaba a Kirishima de su espalda.
El cuerpo del pelirrojo pendió inerte hacia el abismo del fondo. Solo estaba sujeto por la mano de Katsuki que no le dejaba ir.
Bakugo observó la serenidad de sus rasgos en la inconsciencia. Sus largas pestañas, la cicatriz arriba de la ceja, sus dientes asomándose por sus labios que empezaban a hincharse. Imaginó su sonrisa.
Todas las sonrisas. Las que le había regalado. A él y los demás. Las que debió haber hecho durante todos sus años de vida.
El aire se escapó totalmente de la boca de Katsuki en un torrente de burbujas.
Desabrochó la daga del cinto. La hoja estaba ardiendo y brillaba como una estrella en una lluvia de meteoros de verano.
«Perdóname, cabello de mierda» pensó con las últimas fuerzas de su mente.
Alzó la brillante daga mientras tironeaba el cuerpo de Kirishima hacia arriba con todas sus fuerzas.
Y clavó el filo ardiente de la daga en la piel de su antebrazo.
Kirishima dio un sobresalto al sentir el calor y el dolor de su piel siendo rasgada a medida que Katsuki hundió más la hoja hasta que casi tocó el hueso.
«Puede que el calor abrasador te despierte cuando estés allá arriba».
Bakugo hizo acopio de fuerzas: sujetó a Kirishima por el cabello y por la tela del pantalón antes de tomar envión y lanzarlo a través de la trampilla.
La superficie le obligaría a flotar. El calor de la daga iba a despertarle, tarde o temprano.
Era su única esperanza. Una esperanza estúpida, si lo pensaba demasiado.
Pero prefería una esperanza estúpida que una derrota asumida antes de tiempo.
Katsuki vio como el cuerpo de Kirishima atravesaba la trampilla antes de que esta se cerrase justo enfrente de sus narices.
Dejándolo atrás, sin ya ninguna posibilidad de entrar y casi sin aire para sobrevivir en sus pulmones.
Bakugo nunca se preguntó qué se sentiría morir.
Estúpido de su parte. Tendría que haberse dado cuenta desde el principio, desde su más pequeña infancia, que su existencia en aquel mundo estaba marcada por la muerte.
O puede que él mismo la hubiese desafiado lo suficiente para que ella se ensañara.
Sus padres. Hakamata, su maestro. Mitsuki, odiándolo a muerte por la traición. Y tal vez también Kirishima.
La muerte literalmente estaba ahogándolo.
Pero no se detendría a esperarla ni un solo segundo.
Katsuki comenzó a dar patadas hacia la trampilla. Los garabatos ya no brillaban, seguro porque la daga se encontraba ahora del otro lado. La golpeó con sus puños y trató de arrancarla de lugar con sus uñas hasta que casi se le partieron.
La muerte no iba a ganarle. No esa vez. No cuando ella quisiera. Porque si algo tenía en claro Bakugo, es que él decidiría cuándo abandonaría el mundo terrenal. Moriría en sus propios términos y lucharía para que así fuese.
Morir ahogado en un lago no estaba entre sus opciones.
Tomó carrera y nadó con toda velocidad hasta golpear con su hombro. Otra idea muy estúpida —sintió una aguda punzada de dolor cuando su hueso golpeó contra la piedra.
Escogió otro cascote lleno de algas y comenzó a golpear frenéticamente, esperando que la trampilla se resquebrajara y lo dejará pasar. Golpeó. Golpeó. Golpeó sin agotarse.
Que en realidad sí lo hacía, pero la adrenalina de estar jugando con la muerte le mantenía lo suficientemente despierto.
Se odió en su mente por haber desperdiciado tanta de la sangre del Oráculo. Si Shinsou estuviera con ellos, le hubiera rebanado el cuello hasta pintar toda la estúpida piedra a la espera de que se mantuviera abierta por días. Pero lo había volcado hasta la mitad, desperdiciando el líquido carmín por toda el agua y manchando las cosas a su paso...
Se detuvo en su labor de golpear la trampilla con el escombro. Incluso se le cayó de las manos por la sorpresa.
Katsuki bajó la vista hasta sus pantalones. Un jadeo se ahogó en su garganta cuando vio el manchón de rojo oscuro en la parte de las rodillas.
La sangre del Oráculo.
Su corazón se aceleró —pero no supo si por la emoción o por la ya inminente asfixia— mientras se arrancaba la tela hasta quedar en ropa interior. ¿Qué mierda importaba en un momento como ese?
La sangre ya se había adherido a la tela; eso descubrió cuando paso el dedo por encima. Pero seguía siendo la sangre, maldita sea.
«Más te vale funcionar».
Katsuki arrugó la tela del pantalón en el puño y se dispuso a frotarla por encima de cada símbolo. Estaba seguro que no era lo mismo, pero tenía que funcionar. ¡Lo haría funcionar como fuera!
Otro torrente de burbujas se escapó de sus labios. Sus mejillas ya no estaban abultadas por el aire.
Es ahora o nunca.
Esperó.
Esperó.
Esperó.
Y creyó que el mundo entero se detuvo mientras esperaba.
Hasta que los garabatos —espirales, líneas, círculos y dibujos extraños— comenzaron a brillar otra vez hasta que su luz se transformó en una rojiza.
El traqueteo inconfundible de la trampilla volvió a chirriar mientras esta se abría otra vez. Katsuki casi sonrió y lloró por la victoria.
Había escapado una vez más de la muerte.
Pero él no lloraba, maldita sea. No por estupideces así.
No esperó a que se abriera por completo, sino que buscó algunas piedras que encajaran en las aberturas para que la trampilla quedara trabada. A ver si así se atrevía a cerrarse otra vez, la muy bastarda.
Aleteó por el hueco otra vez y siguió a gran velocidad el camino hacia la superficie. Cuando el aire encontró otra vez sus pulmones, Katsuki se quedó dando grandes bocanadas y con los ojos cerrados porque se le habían irritado.
Nunca respirar se había sentido tan malditamente bien.
—¡Odio los putos lagos! —masculló mientras se frotaba los ojos con furia—. Kirishima, recuérdame de que cuando sea rey los haga drenar to-...
Se detuvo otra vez.
Kirishima.
Abrió los ojos abruptamente. Buscó a Kirishima con desesperación hasta que encontró un cuerpo que flotaba boca arriba, con la punta de la daga todavía brillando clavada en su brazo.
Bakugo no se detuvo a pensarlo demasiado. Dio brazadas hasta que estuvo junto a él, y lo sujetó por el pecho mientras nadaba exaltado hacia una de las orillas. Arrojó la mitad del cuerpo de Kirishima hasta que él consiguió subir para así terminar de arrastrarlo.
Fue entonces que se detuvo a mirarlo.
Estaba pálido. Increíblemente pálido y con la piel arrugada por la exposición al agua.
Bakugo miró hacia todos lados sin saber qué hacer con exactitud. Como primera medida, arrancó la daga del brazo de Kirishima. La herida no sangró ya que el calor que emanaba la hoja terminó cauterizándola por completo; sin embargo, le había quedado una punzante cicatriz.
Bakugo buscó otra vez el pulso en su garganta pero el temblor de sus dedos no le dejaba verificar con exactitud si el muchacho seguía vivo —que maldita sea, ¡sí estaba vivo! ¡No iba a dejar que se muera!—, lo que le llevó a apretar la oreja contra su pecho en busca de los latidos de su corazón.
Pero no escuchaba nada. Un silencio absoluto que solo le enfurecía más y más.
—No te vas a morir, maldito estúpido —Katsuki golpeó en su estómago—. ¡Te lo prohíbo!
Siguió buscando por el sonido de la vida en vano. Tal vez era demasiado leve como para que pudiera sentirlo. Apoyó la palma de una de sus manos por encima del dorso de la otra para comenzar a presionar en el centro de su pecho.
Era una de las pequeñas enseñanzas de Hakamata. Bakugo, de niño, lo había visto inútil. Ellos vivían en las montañas. Nadie que tuviera dos dedos de frente se ahogaría en los riachuelos o manantiales que no poseían ni un metro de profundidad.
Hakamata se encogió de hombros, antes de decirle:
—La vida no se reduce solamente a estas montañas.
¡Maldito viejo que siempre tenía la razón! Hasta después de muerto, sus enseñanzas seguían atormentándolo.
Katsuki siguió presionando. Recordó que Hakamata le dijo que tuviera cuidado si no quería quebrar una costilla de la otra persona, pero en ese momento solo le importaba mantenerlo con vida.
Recordó otra de las técnicas, que consistía en apretar la nariz de la víctima y soplar aire adentro de su boca.
Katsuki solo vaciló un cuarto de segundo antes de chasquear la lengua.
—Al diablo todo.
Presionó la nariz de Kirishima —su piel estaba congelada— y con la otra mano separó sus labios para que así pudiera soplar adentro de ella.
Tembló solo un instante al ver la rigidez de su rostro. Kirishima no se veía apacible ni como si estuviera descansando.
Se veía como si la vida se hubiera drenado por completo de su cuerpo.
—¿Te crees muy divertido, por morirte antes que yo? —Bakugo masculló pero la voz se le quebró—. ¡Pues a la mierda si voy a dejar que hagas eso!
Inspiró con fuerza —y sus pulmones también respondieron con un quejido, todo producto de lo vivido minutos atrás— antes de apoyar su boca contra la suya y soplar adentro todo el aire.
Katsuki lo hizo varias veces. Dos. Cuatro. Seis.
Volvió a apretar su palma contra su pecho, esperando que su corazón reaccionara otra vez. Cada vez con más fuerza, cada vez con más horrible realización.
Kirishima no estaba muerto.
No. Estaba. Muerto.
—Dijiste que no ibas a flaquear —Katsuki siseó entre dientes—. ¡Dijiste que tú no ibas a caerte!
Casi se mordió la lengua en su vano intento por no echarse a gritar tan fuerte que derrumbara la caverna. Pero, ¿qué más daba?
Ya no le importaba.
La piedra había perdido todo significado.
La misión era inútil.
Todo lo era.
—Tendría que haber sabido que eras un mentiroso —La vista comenzó a emborronársele—. Tendría que haber sabido que también me dejarías... tendría que haber...
Apretó los ojos para frotárselos con fuerza con el antebrazo. Sus puños se cernieron tan fuerte que las uñas se le hundieron en la carne de su palma.
Pero Kirishima no se inmutó. Siguió tan quieto, pálido y frío.
Fue entonces que toda la rabia estalló.
—¡Tendría que haberme quedado del maldito otro lado y morirme también!
El eco retumbó por cada pasillo de la caverna, con la voz que acaba de abrirle la garganta en carne viva y exponer su alma.
Pero, ¿a quién? Si ya nadie estaba escuchándolo.
—¡¿Y ahora no responder?! —Bakugo chilló—. ¡Maldita sea, respóndeme!
Su puño golpeó el inmóvil pecho de Kirishima con todas sus fuerzas. Y fue entonces que todo ocurrió demasiado rápido como para poder asimilarlo.
Primero vio el chorro de agua siendo vomitado por la boca de Kirishima. Después, la frenética tos seguida de un desesperado jadeo que buscaba el tan preciado aire del que había sido privado.
Bakugo dio un brinco hacia atrás todavía anonadado por la imagen de Kirishima retorciéndose y con arcadas contra el suelo hasta que toda el agua alojada en sus pulmones salió a borbotones.
El muchacho levantó su demacrado rostro, cubierto de mechones rojos que se le pegaban por toda la cara. Temblaba como una hoja y su mirada se desencajó al reconocerlo. Sus ojos estaban casi salidos de sus órbitas, con hilillos rojos que pintaban la superficie blanquecina.
—¿Bakugo...? —Kirishima dijo—. ¿Bakugo, qué ha...?
La voz se le trabó en la garganta. Katsuki no se había dado cuenta que algo ardió por todo su cuerpo al escuchar —una vez más— el timbre de su voz.
La mandíbula comenzó a temblarle.
—Creí que iba a morirme —Kirishima siguió diciendo. Se arrastró como pudo hasta él—. Sentí que moría. Y te vi tan lejos... pensé que nunca lo descubrirías.
Bakugo apretó los dientes con tanta fuerza que creyó que se le iban a romper.
—¿Creíste que te dejaría atrás? —Se le escapó—. ¡Casi muero allá abajo por ir a buscarte! ¡Tú estabas...! ¡Tú estabas medio muerto, pero y una mierda que te iba a dejar atrás! ¡Me prometiste que tú no caerías, bastardo!
Kirishima seguía estupefacto ante la retahíla de insultos y regaños de Bakugo. Sintió una rabia tan incontrolable que le obligó a deslizarse hasta Kirishima y sujetarlo por el cuello para que lo mirase.
El pelirrojo no opuso resistencia. Solo se dejó fundir bajo su agarre —que no era tan fuerte como para hacerle daño, pero sí para retenerlo— y le miró con sus grandes ojos escarlata. La luz bioluminiscente y azulada de las estalactitas le hacía brillar como si no perteneciese a aquel mundo.
—Me buscaste —dijo finalmente—. Volviste por mí, Bakugo...
Bakugo infló el pecho dos veces antes de volver a abrir la boca:
—Escúchame bien. ¡Quiero que me escuches con maldita atención porque no pienso repetírtelo!
Kirishima no hizo un solo movimiento más que un rápido pestañeo por el asombro que le daba esa nueva faceta de Bakugo. No le quitó la vista de encima ni un segundo.
Y Bakugo, tampoco.
—Volví por ti, y volveré por ti todas las malditas veces que sean necesarias —dijo Katsuki—. Nadaré, me arrastraré y mataré a quién tenga que matar para levantarte otra vez. Porque tú no te vas a ir de este mundo sin mi permiso; y, si lo haces, me voy a ir directo al hoyo contigo.
Porque ya no puedo soportar perder a nadie más sin derrumbarme, terminó en sus pensamientos.
Katsuki sintió que le ardían las orejas por la repentina exposición de sus sentimientos más oscuros. Pero, de todas formas, no podía apartar la mirada de los grandes —y vivos— ojos de Kirishima que le observaban como si acabase de tener una aparición divina.
Sintió que su garganta se movía bajo su agarre. Respiraba. Su pulso se regulaba. Quiso quedarse más tiempo así solo para sentir que sí que estaba vivo y no era todo un sueño que se convertiría en pesadilla.
—Bakugo...
—No. Nada —espetó Katsuki—. ¡Te prohíbo hacer comentarios al respecto!
—Yo... —La voz de Kirishima tembló hasta que negó con la cabeza, mirando hacia abajo, y sus ojos se abrieron como platos al descubrir cierta situación—. ¿Por qué diablos estás en ropa interior?
La boca de Katsuki se abrió para decir algo pero nada salió de ella.
Volvió a apretarla una vez más. Y luego, dijo con seriedad:
—Podemos decir que eso también es tu culpa, cabello de mierda.
No esperó obtener ninguna respuesta. Katsuki sacó la mano de su cuello para agarrarlo por los hombros, sujetarlo contra la roca, y atrapar su boca contra la suya en un beso desesperado.
Kirishima respondió al instante. Se sujetó de su húmedo cabello rubio para acercarlo todavía más a sus hambrientos labios, tratando de fundir la calidez de Bakugo con su piel todavía gélida.
Katsuki apretó más fuerte contra sí a Kirishima. Como si quisiera tenerlo todo de él. Como si pudiera tenerlo todo de él. Hundió las uñas en su espalda en un acto desesperado por reclamar cada parte de su piel como suya.
Kirishima tampoco se quedó atrás. El muchacho le pasó las palmas por todo el cuerpo empapado —y que comenzaba a arder tanto como sus pulmones sin aire allí abajo del lago—, trazando cada pedazo de su cuerpo como si buscara dar con la forma exacta de su trabajada figura. Cada toque de sus dedos hizo vibrar hasta en músculos que ni siquiera sabía que tenía.
Sus bocas no dejaron de moverse en una chistosa —y frustrante— asincronía. Bakugo odiaba admitir esa mierda, pero no tenía ni puta idea de qué se suponía que debía hacer con la lengua o con los labios. Sentía el chocar incómodo de los dientes y las lenguas sin saber cómo moverse en territorio ajeno.
Solo se dejaba llevar por el instinto. Dejaba que el calor y la pasión del momento guiaran sus acciones, que en ese instante parecían ansiar el devorarse a Kirishima, dejando escapar ahogos jadeos de placer que no podía ya ocultar.
La boca de Kirishima se apartó de la suya. Bakugo iba a quejarse, pero el otro le depositó un solo dedo encima de sus hinchados labios como si supiera que iba a hacer un berrinche.
—Confía en mí.
Pues hemos llegado hasta aquí porque decidí confiar en ti, se dijo a sí mismo. Guardó esas palabras en un lugar que nunca podría alcanzar.
Y Kirishima simplemente sonrió. Sonrió, con esos dientes puntiagudos que podían espantar a alguien porque un demonio venía a robarse tu alma. Sonrió, con esa aura de picardía y luminosidad que solo él sabía cómo funcionaba.
Bakugo, por primera vez en su vida, no replicó.
Permitió que la boca de Kirishima descendiera a través de su caliente piel. Besando en cada hueco, hueso y también en los fragmentos más sensibles de piel. Beso por beso, piel con piel, calor con calor... desde su barbilla hasta su clavícula, de su clavícula hasta su pezón, de los pezones hacía las líneas de su abdomen...
Desde su abdomen hasta el límite con el pantaloncillo de la ropa interior.
Eijirou había su boca hacia la mandíbula, después al cuello y luego de la clavícula hasta más abajo sin parar; dejaba su rastro de tibia saliva y su aliento cosquilleándole por todo fragmento de blanca piel que se decidía a tocar. Lameteó uno de sus pectorales, justo por encima del pezón y lanzando una descarga por su cuerpo que chispeaba más que la magia de Ochako.
Santísima mierda de los dioses, no sabía si él era demasiado iletrado en el asunto, Eijirou demasiado bueno, o la combinación de ambos juntos en esa situación era lo que le provocaba todo aquello.
Katsuki apretó más fuerte las uñas en la espalda de Eijirou cuando sintió su boca jugueteando peligrosamente cerca mientras mordisqueaba la piel circundante. El pulso le rugió en el oído, pero lo único que aturdía más fuerte eran el suave tararear del pelirrojo que solo pretendía seguir jugando con su cabeza.
Sintió el roce de los dientes contra su piel, y aquel contacto hizo que todos los vellos del cuerpo se le erizaran como si fuese un animal actuando por instinto ante el peligro. Porque, oh, Kirishima era un peligro.
Un maldito peligro contra la poca cordura que le estaba quedando después de que los dedos de Kirishima y su boca amagaron con arrancarle la poca ropa que le quedaba. Más de una vez.
—¿Acaso te divierte... maldito... cabello de mierda? —Katsuki jadeó con voz ronca. No obtuvo más que una ancha sonrisa como respuesta.
—No es que me divierta —murmuró contra su piel y consiguiendo que su cálido aliento le cosquilleara—. Quiero grabarme cada centímetro de tu cara por cada lugar que toco.
Maldito bastardo infernal.
Katsuki volvió a gruñir algo inentendible para los oídos humanos cuando sintió la tela deslizarse. Por sus caderas. Por sus muslos. Por sus rodillas. Por sus pies desnudos.
Kirishima había hecho un arte del solo hecho de quitar un par de molestos y raídos pantalones. Con tanta gracia y calma, como si él no estuviese estallando por dentro en mil sensaciones nuevas tal como Bakugo sentía.
Era curioso, sin embargo. Él jamás pensó que necesitaría sentir algo como aquello. ¿Qué le importaba la intimación a un futuro rey más que solo para concebir herederos?
Bakugo nunca creyó que necesitaría de algo como el sexo. Era inútil, una verdadera distracción. Y estaba seguro que no volvería a necesitarlo jamás.
A menos que fuese con Kirishima. Siempre con Kirishima, una y otra vez. Para toda la eternidad.
Y lo supo cuando le vio relamerse cuando desprendió la tela de su ropa interior. Cuando observó la lujuria y la adrenalina por estar en vivo en sus ojos de un rojo tan escarlata como la sangre del Oráculo. Cuando sintió por primera vez su curiosa lengua probando la punta de su emocionado —¿cómo diablos debía decirle sin tener que morirse de la pena por lo ridículo que se oía?— miembro.
Kirishima no parecía saber lo que hacía al principio, pero en ningún momento se dejó flaquear por la torpeza de las primeras veces. ¿Sería esa su...? ¿Su primera...?
Bakugo soltó un gruñido que alegró a Kirishima. Pero no por lo que él creía, sino porque pensar de esa forma le ponía enfermo. Como una princesa enamorada en secreto de su guardia. Como una aldeana encandilada por el vago misterioso de turno.
¿Por qué esas mierdas de las primeras veces tenían que importar tanto? Incluso si Bakugo las hubiese tenido, estaba seguro que todo —y para él era todo— lo que vino antes de Kirishima quedaría relegado al olvido.
Se retorció de placer ante la inmensa gama de sensaciones que le provocaba su boca cada vez que hacía desaparecer su miembro adentro de la misma. Succionando, de arriba abajo, de lado a lado, buscando cada punto para descifrar cuál de todos ellos le llevaría hasta el abismo de la locura.
—¿Te gusta? —rio Kirishima al ver su mueca contorsionada y el rubor que la húmeda caverna le debía estar provocando.
—¿Por qué mierda te detienes?
Pero Kirishima no lo tomó como una amenaza o una orden pese a su tono tan brusco. Es solo que Katsuki no sabía expresarse de otras formas —ni siquiera con el placer de por medio.
Él era un bruto, según muchos. Un salvaje. Y le había enfurecido que lo tomaran como un monstruo que nada sabe de la vida humana, porque con los labios de Kirishima creando maravillas por todo su cuerpo, jamás había conseguido sentirse tan humano.
Kirishima continuó lamiendo, besando y succionando con increíble seguridad y curiosidad, sometido a las uñas de Bakugo que le jalaban del cabello o le marcaban todo un camino por la espalda. Cada vez que Bakugo arqueaba la espalda, la intensidad de sus besos incrementaba a niveles que conseguirían que le explotara el corazón.
Su cuerpo y su mente estaban tan paralizados que se dio cuenta demasiado tarde que Kirishima se había levantado de su entrepierna, apoyado en sus rodillas y acomodándose el desordenado cabello que comenzaba a secarse y esponjarse por la humedad.
—No creo haberte dado permiso de detenerte —Bakugo trató de mantener la firmeza pero su voz salió como un hilillo—. Esclavo.
Kirishima se arrastró con sus rodillas hasta el cuerpo tendido de Bakugo sobre la piedra. Se alejó instintivamente —aunque en su fuero interno quería fundirse en su piel que comenzaba a hervir— pero no logró escapar de la jaula de los brazos del otro cuando se apoyó sobre sus codos a cada uno de sus costados.
Le vio más de cerca a los ojos. También sintió su callosa mano acariciando su cabello con tanto cuidado como si fuera un cervatillo herido al pie de la montaña. Sintió que esa mirada le quemaba como la daga, pero no conseguiría que la herida hecha se cauterizara tan rápido como la del brazo de Kirishima.
Kirishima era capaz de abrirlo en dos mitades y observar adentro suyo. Casi sin proponérselo. O proponiéndoselo demasiado. Porque con Kirishima nunca era una cosa ni la otra, sino todos los extremos juntos y lo que había en medio también.
—Bésame —susurró Kirishima—. Por favor, Bakugo.
No necesitó que se lo pidiera dos veces.
Bakugo tomó el control al instante tras sujetar el costado de Kirishima y darlo vuelta con increíble facilidad. Vio sus ojos enormes abiertos con sorpresa, y un poco de miedo, pero rápidamente fue disipado por una sonrisa nerviosa que se transformó en un suspiro tras la primera mordida a lo largo de su cuello.
—He dicho... que... me beses —dijo Kirishima entre risitas.
—No creo que quieras que detenga —habló Bakugo con una emocionada voz que acababa de encontrar.
Kirishima esperó a la segunda mordida cerca de su clavícula antes de responder:
—No. No quiero que lo hagas.
Y ya nunca más se detuvieron.
Y Katsuki decía nunca, porque allí adentro de la cueva, húmeda y de un azul brillante, se sentía como si miles de eternidades transcurrieran, una tras y otra, terminando y empezando sin saber cuál era cada una.
Sin saber dónde terminaba Bakugo y en dónde empezaba Kirishima.
Moviéndose cada vez con más cuidado y más fiereza, con más ansia y una voracidad que no parecía calmarse con cada beso —sino que aumentaba.
Y siguió aumentando cuando, con torpeza, Bakugo le ayudó a despojarse de sus pantalones —sin ropa interior, Kirishima ya la había roto en su última transformación— solo para quedarse contemplando la dureza y tamaño de su miembro. No era la primera vez que lo veía —aunque ninguna de las veces fue malditamente fácil—, pero sí que era la primera en ese estado.
No se dio cuenta que estaba ruborizado —y frunciendo las cejas— hasta que el pelirrojo se acercó hasta él para besar en el lóbulo de su oreja, surcando todo un camino por la sien hasta el entrecejo arrugado.
—Me alegra que te guste —rió cerca su rostro. Pudo sentir las vibraciones de aquella carcajada contra su propia piel.
—Ya cállate y haz tu trabajo —respondió con un gruñido.
—Ya relájate —dijo Kirishima contra su piel—. Sé lo que hago.
—Más te vale lo sepas —jadeó Katsuki entre gruñidos.
—Prometo que no lo olvidarás, Bakugo.
Como si olvidarte fuera remotamente posible.
Sintió el peso del cuerpo del otro contra el suyo. Kirishima le miró con aquellos dos ojos rojos y brillantes. La vista del muchacho encaramado contra el valle de sus abdominales, donde crecía un incipiente vello que marcaba la línea donde su zona baja empezaba, estaba haciéndole perder la cabeza.
La simple idea de lo que podría estar cruzando la mente de Kirishima le hizo ver estrellas en su cabeza.
De repente Kirishima era bueno, aunque bastante torpe —pero sabía lo que hacía. No vaciló un solo instante cuando deslizó los dedos en su entrada con tanta firmeza que le hizo soltar un aullido de placer.
Observó que se relamía. También que abrió la boca para soltar alguna de sus babosadas, pero Bakugo tuvo que estirarse para tomar su nuca y atraerlo hacia sí.
—No me obligues a callarte, imbécil.
—¡Pero si eso es exactamente lo que busco, Bakugo!
—Mimimimi —Bakugo soltó—. ¡Ya basta con las estupideces!
De todas formas Bakugo sí que le calló con su boca. Poco le importaba en dónde la había tenido hacía apenas unos momentos, ya que la agonía de no probar sus labios otra vez iba a volverlo desquiciado. También usó su mano temblorosa para apretar en su masculinidad y mecerla de arriba abajo hasta que encontró cierto ritmo.
La mueca que nubló el rostro de Kirishima casi le hizo llegar al éxtasis por sí solo.
Kirishima no dejó de juguetear con sus dedos hasta que decidió, por cuenta propia, que Bakugo estaba listo. No le opuso resistencia.
Porque se suponía que confiaba en Kirishima, ¿verdad?
Y aquel idiota de pelo rojo no iba a hacerle daño.
No cuando lo volteó sobre la piedra hasta que su pecho dio contra la misma. Cuando le ayudó a flexionar las rodillas, con la cabeza hacia abajo y su mano apretándole por el estómago.
Y no tampoco cuando se apoyó suavemente contra su espalda, mordisqueando cerca de su hombro, mientras buscaba la forma correcta de deslizarse adentro suyo.
Katsuki solo podía escuchar el latir desenfrenado de su corazón. Y el jadeo de placer —y dolor— que ya no pudo contener cuando finalmente consiguió ser solo uno con Kirishima.
—¿Está... está todo bi-...? —Kirishima susurró después del jadeo.
Bakugo gruñó como pudo entre las lágrimas. Después, se le escapó una risita amarga.
—Como no lo intentes más duro, te la voy a meter por la boca otra vez.
Kirishima respondió con una risa vibrante y otra mordida cerca de su hombro. Poco a poco salió, solo para volver a entrar, y volver a salir, hasta que Bakugo dejó de quejarse en voz alta y se acostumbró al ritmo de las embestidas.
Bakugo le sujetó por la mejilla con su brazo torcido en un extraño ángulo. Kirishima suspiró al sentir el simple toque de su mano, buscando acunarse como un cachorrito pese a que comenzaba arremeterse con más y más fuerza.
Tanta fuerza que solo se escuchaba el choque de sus pieles. Tanta fuerza que solo olía el desliz de su sudor contra su cuerpo. Tanta fuerza que solo saboreaba el gusto de sus labios cuando Kirishima se estiró para besarlo otra vez.
Y tanta, pero tanta fuerza... y tanto, pero tanto deseo... y pasión... y amor... que podría haber barrido al reino y al mundo entero... con tan solo una explosión de placer...
Y dejar a nadie más que...
Bakugo y Kirishima...
Por el resto.
De la.
Eternidad.
Cuando Katsuki abrió los ojos otra vez —con un poco de pesadumbre— lo primero que vio fue el rostro de Kirishima a escasos centímetros del suyo.
Solo tuvo un segundo para observar sus brillantes ojos que le vigilaban con ternura, así como para sentir su mano descansando sobre la cima de su pecho y dibujando pequeños círculos con la yema de los dedos.
Se levantó de un salto tan abrupto que hizo asustar a Kirishima y alejarse de él.
—¡Bakugo! —exclamó—. Perdóname, no pretendía asustarte...
—¿Me estabas espiando? —preguntó Bakugo sintiendo la lengua pastosa.
Las orejas y los pómulos de Kirishima se ruborizaron ante la pregunta. El chico trató de fingirlo todo con una sonrisa ladina.
—No he podido evitarlo —Reptó hacia donde Katsuki estaba sentado, respirando entrecortadamente—. Luces increíblemente guapo cuando duermes.
—¿Increíblemente qué mier-...? —Sacudió entonces la cabeza al darse cuenta—. Oh.
La retahíla de las imágenes que sucedieron antes de caer en un profundo sueño le atacó. Los besos. Las caricias. Las palabras susurradas contra el oído. Los suspiros, gemidos y jadeos.
Fue el turno de Bakugo de sentir que le ardían las orejas.
¡Y el maldito Kirishima no estaba ayudando una mierda al ponerle esa mueca tan lujuriosa!
—¿Tú no has dormido, bastardo? —carraspeó Bakugo en su afán por desviar la conversación.
La sonrisa de Kirishima tembló un instante antes de volverse una mucho más triste y atormentada.
—No me atrevía a cerrar los ojos. La última vez que los cerré, creí que... que iba a...
Se le escapó un suspiro cansado. Bakugo entendía perfectamente a lo que Eijirou se refería, incluso sin que se lo dijera directamente.
«Creí que iba a morirme» seguro diría.
No es como si él lo hubiese permitido. Pero vio que la luminosa sonrisa volvía al rostro de rasgos cuadrados de Kirishima.
—¡Pero te aseguro que me lo pasé en grande! —vociferó.
—¿Viéndome dormir como un espeluznante acosador...? —Bakugo adivinó. Kirishima encogió los hombros—. Además, ¿cuánto tiempo has perdido esta mierda? ¡Tenemos una puta piedra que encontrar!
—Ya relájate —rió Kirishima mientras le tomaba por la cintura—. Solo ha sido una hora. O tal vez dos. Se me pasó la hora realmente...
Bakugo gruñó con frustración. Se separó algo brusco de Kirishima, pero el muchacho no lo tomó personal en absoluto. Buscó entre la ropa —bueno, los calzones y pantalones de Kirishima; los cuales le arrojó para que se tapara las malditas bolas— hasta que dio con la daga que debía haber estado brillando sin cansancio; un brillo que, de alguna forma, opacaba a las estalactitas brillantes del techo.
—Bakugo... —Kirishima usó su tono más suave—. Creo que deberíamos... eh... ya sabes... ¿hablar...?
El aludido levantó la mano que sostenía la daga para que se callara.
—No es el momento —espetó.
Ni ahora, ni nunca.
Katsuki no podría sobrevivir a hablar de aquello con Kirishima sin morirse de ganas por devorarle la boca una vez más.
—¡De acuerdo! —exclamó Kirishima como si nada—. ¿Qué camino deberíamos seguir, entonces...?
—No sé —Bakugo frunció las cejas—. Esta cosa no deja de quemar... pero es tuya, así que supongo que deberías ser el bastardo que la utilice.
Y porque fuiste el héroe puesto a prueba, también pensó con amargura.
No quería que lo consumiera la envidia de no haber sido elegido como Kirishima lo fue. Era Kirishima, joder. ¡No tenía que sentir envidia de ese bastardo! Tendría que haberse alegrado como haría un ser humano corriente.
El pelirrojo caminó hacia él para tomar la daga de sus manos. Los segundos que la dejó quieta encima de la suya, sujetando el mango entre las palmas de ambos, le daba ganas de tomarlo por el cuello, estamparlo contra la pared, y besarlo hasta cansarse.
Ya quita esas mierdas de tu mente, rugió en su fuero interno.
—Lo haré —asintió Kirishima—. ¡A buscar la piedra mágica que salvará el mundo!
—En serio, a veces eres tan tonto como un bufón...
Pero Kirishima ya no le escuchaba. Había agitado la daga en el aire como si de un aventurero se tratase, riendo con graves carcajadas y marchando en dirección al túnel más oscuro y que más desconfianza le daba.
No tuvo más opción que seguirle a regañadientes. ¿Lo peor de todo? Debía seguirlo en su empapada ropa interior, castañeando por el frío asqueroso de la caverna. ¡Maldecía al puto frío hasta el fin de los tiempos!
—Ah, y oye, Bakugo... —Kirishima le habló desde la distancia.
—¿Qué mierda quieres? —masculló Bakugo.
—¿Por qué tengo una cicatriz en mi brazo que antes no estaba allí?
Bakugo bufó. Le dijo a Kirishima que no tenía idea de lo que hablaba y le obligó a seguir andando. Por supuesto, el pelirrojo no ponía muchos peros a las órdenes.
Era un buen esclavo. No, se corrigió abruptamente.
Era un buen compañero de viajes.
Kirishima le hizo dar tantas vueltas en círculos a través de los túneles, que Katsuki comenzó a irritarse espantosamente. Eso, sumado a la humedad de las cavernas y el desagradable tufo a algas putrefactas.
Le hubiese gustado hacer explotar toda la cueva.
—Hmm —Kirishima musitó pensativo—. Creo que la daga me indica hacia allá...
Katsuki apretó los puños antes de arremeter contra el pelirrojo.
—¡Como sigas demorando, haré derrumbar toda esta cueva contigo adentro!
Kirishima se dio la vuelta, mano en la cintura, y le arqueó una ceja.
—Blasty, ¿te das cuenta que también te dañarías a ti mis-...? —Kirishima ahogó un jadeo al ver algo a las espaldas de Bakugo—. ¡Mira! ¡Allá brilla algo!
—Debe ser otra de esas estúpidas cosas que brillan...
Vaya hipócrita, pensó para sí. Hace rato las mirabas embobado como si fuesen estrellas.
—¡No, no! —Kirishima le apartó con cuidado—. ¡La luz es distinta! ¡Sígueme, Bakugo...!
—¡Que no corras, tarado!
Otra vez, Kirishima no le prestó atención y echó a correr, descalzo, a través de la resbaladiza roca del túnel. Katsuki hizo un berrinche antes de seguirle, chillándole que se detuviera si no quería partirse la cara.
Dicho y hecho, tal vez medio minuto después, escuchó el sonido seco de un cuerpo estampándose contra el suelo.
—Auch —Fue todo lo que Bakugo escuchó después.
Rodó los ojos mientras se apresuraba a encontrar a Kirishima en un pedazo más amplio del túnel. Estaba tendido boca abajo contra la roca, gimoteando ruidosamente.
Con cuidado, Katsuki se agachó para posar una mano sobre su brazo.
—Oye, inútil —Le llamó—. ¿Estás bien...?
—Me he caído —Lloriqueó Eijirou sujetándose la boca.
—No me digas —bufó Bakugo—. Anda, ya levántate.
Pero Katsuki, de todas formas, le tendió la mano. Kirishima sonrió a través de la sangre que le manchaba su preciosa boca —tenía un pequeño corte en el labio inferior— y la sujetó con fuerza para ser impulsado hacia arriba. El contacto con su piel le estaba haciendo daño por la abstinencia.
Sin embargo, fue capaz de encontrar otra cosa en la que enfocar su vista para no hacer una combustión interna.
Kirishima notó que tenía la mirada clavada hacia el centro de la sala —porque sí, era una sala, no otro corredor del túnel—, en donde una brillante luz amarillenta titilaba encima de un podio hecho de rocas.
—Bakugo, ¿qué...?
Se quedó callado al ver su dedo alzándose y señalando a la cosa. Kirishima ahogó un grito cuando la vio, y no tuvo reparos en acercarse, poco a poco, con el brazo estirado, hacia la brillante piedra que brillaba como un trozo de ámbar.
—¿Qué diablos...? ¡Kirishima, no seas imbécil, aléjate de ahí!
—Tranquilo, no la voy a tocar —rió Kirishima—. Solo la quiero ver de cerca...
Pero Bakugo no confiaba en los oráculos de mierda, así que no tuvo más opción que dar zancadas hacia la figura de Kirishima, que permanecía con las rodillas flexionadas y la cabeza ladeada para observar de cerca la titilante piedra.
De cerca descubrió que no era realmente amarilla, sino más bien anaranjada: su luz brillaba de un amarillo tan dorado como el sol. Había un pequeño hueco sobre el pedestal hecho de las mismas rocas cubiertas de moho bioluminiscente —solo que, por supuesto, la luz de la piedra las opacaba por completo— en donde descansaba el pequeño trozo de lo que parecía ser ámbar sólido.
No era pequeña pero tampoco demasiado grande: hubiese cabido perfecta en su mano, pero no conseguiría encerrarla con el puño. No estaba lustrada ni tallada, sus bordes eran irregulares y se notaba que seguía siendo una pieza en bruto. De hecho, Katsuki no entendía que aquella porquería fuese mágica; no era ninguna cosa del otro mundo ni tampoco le provocaba una sensación extraña.
Ni siquiera se veía como las piedras que usaba la bruja de cara redonda.
—Es hermosa —susurró Kirishima, embelesado.
—Es patética —corrigió Bakugo—. Ya podrían haberla limpiado al menos. Ew, tiene moho.
—No seas bebé —Kirishima se burló. Bakugo le fulminó con la mirada—. Anda tú a saber hace cuantos años que está aquí. ¡Tal vez un siglo...!
—Me vale menos que el culo del principito bastardo mitad y mitad, que sepas.
—¿Qué crees que haga? —inquirió el pelirrojo con la mirada todavía perdida.
—Espero que sea mejor haciendo cosas que siendo bonita, que conste...
—¡Bakugo, en serio eres peor que un ogro a veces!
Katsuki rodó entonces los ojos y se dispuso a tomar la piedra entre sus manos. Kirishima intentó detenerlo con advertencias de que podría tener otro sortilegio, pero él no le escuchó.
Y, como sospechaba, ninguna mierda ocurrió.
La piedra seguía viéndose bastante inútil.
La examinó más de cerca. Notó que estaba caliente contra su piel, pero no quemaba como la hoja de la daga. La cual, por cierto, no había parado de vibrar en la mano de Kirishima.
Pero la piedra no hacía absolutamente nada más que ser un cacho de ámbar deforme y espantoso.
—¡¿Por esta mierda es que casi me muero allí abajo?! —masculló Bakugo, molesto.
Kirishima abrió la boca para protestar pero debió haber tenido una mejor idea ya que esbozó una pícara sonrisa.
—Bueno... gracias a esta mierda también hemos hecho otras cosas, Bakugo.
Los dos se quedaron observando en un instante de sepulcral silencio, parpadeando más veces de las necesarias.
Katsuki, entonces, alzó la piedra en su dirección y la puso cerca de su rostro como si quisiera amenazarle con ella.
—¡Como me sigas tocando los cojones, te la voy a meter en donde mejor te quepa!
Por supuesto, Bakugo se había referido a la estúpida piedra, pero se dio cuenta demasiado tarde que la cabeza de Kirishima funcionaba de otra manera.
Jodida mierda de los putos dioses.
Se quedó petrificado con la piedra todavía en alto, observando a Kirishima apretarse los labios en un intento de no soltar algo inapropiado o estallar en carcajadas.
Finalmente, no pudo soportarlo y acabó soltando todo el aire en una especie de bufido mezclado con una estridente carcajada que le hizo doblar todo su cuerpo para sujetarse el estómago.
—¡Oye, no te rías! —Bakugo masculló ruborizado—. ¡Maldito Kirishima...!
Había alzado el puño para darle un golpe pero la mano de Kirishima alrededor de su muñeca le tomó tanto por sorpresa que terminó bajando la guardia. El pelirrojo lo aproximó a su cuerpo, pegando sus caderas y sus abdómenes hasta que ni el aire podía pasar entre ellos.
—Eres terriblemente sucio, Blasty, ¿tú lo sabías...?
—Silencio —espetó Bakugo—. No me hace ninguna gracia...
Kirishima le acomodó un mechón de cabello todavía húmedo y se dispuso a besarle, pero Bakugo le puso la mano encima de la boca de modo que acabó apretó los labios contra su palma.
Una parte de él lo hizo porque estaba entrando en un pánico que no le agradaba, pero por suerte tenía una excusa.
—¿Acaso no quieres...?
—Tienes sangre en la boca —soltó Bakugo—. No se te ocurre acercarte así.
Kirishima soltó otra carcajada mientras se separaban.
—Pensé que eras el feroz Firewalker amante de la sangre.
—¡Y lo soy! —bramó Bakugo—. ¡Pero me baño en la sangre de mis enemigos, no es que me guste tragar la sangre de mis lacayos!
No sabía qué era tan divertido para Kirishima ya que el pelirrojo no dejaba de carcajear. Bakugo le arrojó una piedra cualquiera de la caverna pero el otro la esquivó con astucia.
Ninguna trampa o sortilegio se activó cuando salieron de la sala y trazaron el camino de regreso por los túneles hacia donde les esperaba la trampilla.
—Te voy a tener que arrastrar para que no te pierdas esta vez —gruñó Bakugo—. ¿Me escuchaste, tonto?
—¿Nadar de regreso de la mano de Bakugo...? —repitió Kirishima para sí mismo, pensativo—. ¡Acepto!
Negó con la cabeza ya que aquel loco medio humano medio dragón era a veces —casi siempre— imposible. Pero todos aquellos pensamientos se alejaron una vez que Kirishima le dio otra de sus pícaras sonrisas y entrelazó sus dedos con los suyos mientras se preparaban para zambullirse una vez más.
Ninguno se perdió ni tampoco tuvo miedo durante el camino de regreso.
Shinsou Hitoshi y su apestosa cara ya estaban esperándolos de regreso en la orilla, ya casi entrando a la noche por el color del atardecer.
Se acercó hacia ellos dos mientras ambos salían goteando agua, jadeando, arrastrando las piernas. Les alzó ambos brazos de una manera que hizo hervir la sangre de Bakugo.
—Vaya —exclamó Shinsou con un gesto socarrón—. Pensé que ya no iban a regre-...
Las palabras de Shinsou murieron en el instante que Bakugo conectó su puño con su rostro de niño bonito.
—¡BAKUGO! —Kirishima exclamó horrorizado.
No le prestó atención. Bakugo observó con cierto regocijo el momento en que Shinsou salió despedido hacia atrás por el impacto de su golpe. Su cuerpo larguirucho quedó tendido sobre la tierra húmeda —su túnica blanca ahora estaba llena de suciedad— y se sujetaba el pómulo izquierdo, que comenzaba a enrojecer, siseando entre dientes.
Le daría bastante placer ver esa zona de piel volverse tan morada como su pelo.
Kirishima le sujetó por los hombros para zarandearlo pero Bakugo no dejaba de sonreír con malicia.
—¡¿Qué cosas haces?! —Le espetó—. ¡Bakugo, tenemos que hablar de tu forma de socializar!
—Apártate —dijo Bakugo a Kirishima. Cuando no le hizo caso, le dio un suave empujó con su brazo para volver a enfrentar a Shinsou—. Tú lo sabías, ¿no?
Shinsou no le respondió por seguir retorciéndose contra la tierra. Kirishima tenía un signo de interrogación dibujado por toda la cara.
—Tú viste que Kirishima estaría al borde de la muerte, ¿no es así? —Siguió sin respuesta—. ¡Ya responde, maldita sea!
Kirishima ahogó un jadeo al escuchar el suceso de su casi muerte. Por la mirada filosa que Shinsou le dio desde abajo, Katsuki dio por afirmativa su respuesta.
Se le salió una risa irónica y amarga. Como Shinsou seguía sin hablar, Bakugo lo sujetó por la túnica y lo levantó con gran fuerza del suelo. Lo sostuvo demasiado cerca de su rostro para que viera cada ápice de furia en él.
—¡Eres un puto imbécil! ¡Si se moría, iba a ser culpa tuya!
Shinsou alejó su rostro todo lo que pudo. Apretó con fuerza la mano que le sujetaba la túnica en un intento de quitárselo de encima.
—Sabes que no puedo interferir en el destino. Veo muchas cosas —escupió Shinsou—. Además, ¿te crees que no lo sé? Lo has salvado. Yo lo vi. Lo vi mucho antes de que lo hicieras. ¿Qué tanto te preocupa que no te dijera nada...?
Katsuki apretó con más fuerza los dientes y también el agarre de la túnica. Shinsou elevó una de las esquinas de su boca.
—Oh, entiendo —dijo otra vez con su tono monótono, lo suficientemente bajo para que solo Bakugo escuchara—. Has vacilado, ¿verdad? Vacilaste en si debías salvarlo, entonces yo tendría la culpa por no avisarte con tiempo así no tuvieras que escoger...
Eso era. Iba a matarlo. Lo destrozaría en tantos pedazos que necesitarían una vida entera para encontrar las piezas de ese pelele.
Cuando estaba a punto de ahorcarlo con sus propias manos —y borrar esa estúpida sonrisa torcida—, la voz de Kirishima les tomó por sorpresa:
—Cuando dices que ves muchas cosas... —Jugueteó con sus dedos—. ¿A cuántas de ellas te refieres exactamente, Shinsou?
Shinsou se volteó para mirar a Kirishima, como si no estuviera casi suspendido en el aire porque un maleante le sujetaba por la túnica. Finalmente, habló:
—Las veo todas.
Bueno... aquella mierda era incómoda.
Bakugo le soltó inmediatamente y se alejó hacia la orilla del lago. No podía ver el rostro de Kirishima tornándose de un vivo carmín y la mueca burlesca del Oráculo.
Necesitaba otra oportunidad idónea para matarlo.
Sintió unos toquecitos en su hombro pero no le dio mucha importancia al creer que era Kirishima. Cuando descubrió que era Shinsou, le ladró:
—¡¿Qué mierda quieres ahora?!
—Solo quería darte mis respetos por superar la prueba del Oráculo —asintió Shinsou—. Tenía mis serias dudas, pero te vi teniendo éxito. Solo que no iba a decírtelo para seguir alimentando ese ego asqueroso que tienes. Te daría locas ideas de que puedes hacer lo que sea que tú quieres.
La mandíbula de Bakugo casi se le cayó de la sorpresa. Buscó la mentira o la broma en el rostro de Hitoshi; no había nada allí. Solo su completa seriedad.
—Y he visto lo que sigue —continuó—. Lo que les depara a ustedes, y también a mí. Aunque no me agrade mucho la idea de volar, pero supongo que hay que adaptarse a los tiempos de crisis. Estamos al borde de una guerra, ¿no?
Kirishima justo se acercó trotando hacia ellos dos. Miraba con una sonrisa confundida de Bakugo hacia Shinsou.
—¿De qué me perdí? —preguntó, curioso.
Shinsou alzó una ceja en dirección a Bakugo. Estaba desafiándole a hablar. A poner en palabras lo que había estado pensando desde hacía semanas atrás pero que no creyó que pudiese ser posible.
Sin embargo —y aunque odiase admitirlo—, Shinsou tenía razón en algo: la guerra estallaría en cualquier momento.
Ellos solo eran cuatro inútiles, dos niños metiches, un medio dragón y él mismo. Bueno, cinco inútiles si contaban a Shinsou.
—¿Qué está pasando? —volvió a inquirir Kirishima—. ¿Qué planeas, Bakugo?
—¿Le dices tú o yo? —picó Shinsou.
Bakugo apretó la boca. Y, sin dejar de erguir la espalda, dirigió su mirada hacia Kirishima y dijo con firmeza:
—¿Conoces las Montañas de los Espíritus del Fuego? —preguntó—. ¿Sabes en dónde quedan?
Kirishima se rascó la nuca con un gesto pensativo hacia el cielo.
—Eh... ¿eso creo? —rió incómodo—. ¿Qué es lo que hay ahí?
Las memorias de Bakugo se dispararon tras la simple pregunta: faldas largas que ondeaban con bailes tribales, grandes hogueras de humo rojo, collares con cuentas por cada batalla ganada, cánticos divinos hacia el dios del fuego, campos de sulfuro que dejaban marca en todos sus pies, pequeños huevos que luego se convertirían en inmensas bestias aladas que surcaban los cielos...
¿Qué que es lo que había ahí?
Bueno, solo una cosa importante y que podría marcar la diferencia en la guerra que se avecinaba... si Bakugo sabía jugar bien todas sus cartas.
—Queda más allá del oeste —dijo mirando hacia el horizonte—. Es el campamento base del clan Firewalker.
Me estoy tapando la cara mientras le doy a publicar a esto porque AHHHHHH QUE VERGÜENZAAAAA
Si, yo ya se que APESTO para el smut ;;;; pero hice todo lo que pude y creo que quede satisfecha porque esto es... mejor de lo que pensé que saldría (?) me esperaba un completo fiasco pero al menos me gustó HAHA y si, es una referencia a su primer beso en el capítulo 14... cuando escaparon de la muerte, igual que aquí!
También, no creo que haga falta aclarar, esta primera vez es demasiado idílica y perfecta para lo que son las primeras veces... ya, ya haré algún día un OS sobre una primera vez real y le incluiré muchas experiencias horribles que quisiera olvidar HAHA
¿Que pasará cuando lleguen al clan? ¿Veremos a Monoma el sin dedos? ¿Y que creen que haga la piedra? ¡Dejen todas sus teorías para el final del arco KiriBaku por aquí! ——>
Porque si, el próximo es el último... ¡Y volveremos con nuestro guapo príncipe y su brócoli! No tienen idea lo mucho que los extrañé a lo largo de estos 8 capítulos sin ellos ;o;
También prometo que escribiré en la semana la segunda parte del two shot que les dije en la parte anterior ;;; solo ténganme paciencia. Y quiero hacer muchas cositas de navidad y el maratón de este fic por el aniversario \o/ ♥️ al menos de tres capítulos
Muchas gracias por todos sus bellos votos y comentarios ;u; casualmente, en esta semana muuucha gente se ha estado poniendo al día tras haberse atrasado con algunos capítulos y me hizo muy feliz ver eso ;;; les dedico este capítulo a todos ellos, cuando lleguen sabrán quienes son ♥️
Nos vemos prontito con el próximo capítulo, besitos ♥️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top