Capítulo 36
Kirishima se transformó una vez más para poder dirigirse hacia el lugar que Shinsou indicaba.
No había sido fácil. Tuvieron que alejarse del templo; primero, porque Mitsuki quería hacerlo brocheta de humano y zampárselo de un solo bocado. No le agradaba ser víctima de un ataque semi-caníbal de una dragona celosa.
Segundo, porque habían tenido que arrastrar a Shinsou de al lado del cadáver de Aizawa.
Y con arrastrar, Kirishima se refería a que Bakugo lo noqueó en la nuca y lo cargó como a un saco de trigo sobre su hombro, en dirección a la densa vegetación entre las estatuas.
—¡No puedes hacerle eso! —masculló Kirishima—. Acaba de sufrir una horrible pérdida, Bakugo, tiene que hacer su duelo...
Katsuki le dio una mirada asesina.
—¿Quieres saber quién tendrá que hacer un duelo si nos seguimos demorando? —preguntó—. ¡El puto reino hará un duelo, porque nos vamos a morir todos!
—Bueno... —pensó Kirishima—. Si todos nos morimos, técnicamente nadie podría hacer un duelo...
Bakugo masculló ante su lógica. Se detuvieron cerca de una estatua cubierta de hiedra y de la que apenas se podía distinguir un rostro femenino. Depositó a Shinsou —sin mucho cuidado— sobre la hierba, solo para comenzar a abofetearlo hasta que despertara.
Kirishima empezó a chillarle que se detuviera, pero el quejido de Shinsou despertando les hizo detenerse a ambos.
—¿Qué... mierda... haces...? —farfulló Shinsou con voz ronca—. Salvaje.
Las paletas de la nariz de Bakugo aletearon por la furia. Sus grandes ojos rojos no dejaban de fulminar al pobre chico abatido sobre el suelo.
—Vuelve a llamarme salvaje y te enseñaré lo que es ser un salvaje de verdad, imbécil.
Shinsou le dio una sucia mirada. Se sostuvo la mandíbula adolorida con el dorso de la mano, mientras intentaba ponerse de pie con su túnica llena de suciedad.
Kirishima le tendió una mano que fue ignorada olímpicamente.
—Aléjense de mí —farfulló—. Todo esto es culpa de ustedes dos. Tenían que aparecer ahora, y por eso... Aizawa se ha... se ha...
Shinsou gruñó ante la falla en su voz. El muchacho estaba entre furioso y entristecido, y no podía evitar sentir compasión por el dolor que debía albergar.
A Bakugo no parecía importarle mucho. Estaba deambulando entre las estatuas, fingiendo que era mucho más interesante ver unos mohosos pedazos de piedra tallados que apoyar a un muchacho azotado por la pérdida.
—Oye —Kirishima exclamó con seriedad pero conservando el tacto—, nosotros no hicimos nada. No puedes...
—En mi visión, Aizawa se moría después de que un par de visitantes llegaran —Shinsou le cortó—. No podía verlo al principio, pero supe que tenían que ser ustedes. Entonces ya no tenía más que hacer en vida, y se fue...
Kirishima se agachó a su lado, pero Shinsou se alejó instintivamente ante la mano amigable de Kirishima que intentaba palmearle el hombro. Era una criatura esquiva, y en parte le recordaba a Bakugo.
Hubiese sido hipócrita de su parte el no tenerle paciencia.
—De vedad, Shinsou, lo lamento —Eijirou dijo—. Piensa que al menos se fue en paz; estaba tranquilo, y preparado. Murió en su hogar y con la persona que más quería sosteniéndole de la mano. Es mucho más de lo que la mayoría de nosotros va a conseguir, créeme.
Pensar en su muerte le aterraba, a veces. Puede que Kirishima saltase a la acción sin pensar en las consecuencias, pero era cuando estaba calmado —en momentos como ese— que los pensamientos de una muerte violenta le invadían de terror.
Sus palabras debieron surtir efecto, ya que Shinsou levantó la mirada. Y Bakugo también lo hizo —podía sentir su presencia espiándole desde las estatuas.
¿Qué pensaría de él...?
—Se ha ido en paz —continuó Kirishima—. No pienses en que ya no está. Solo imagina que ya no tuvo miedo y abrazó a la muerte con confianza. No se desangró en un campo de batalla ni fue traicionado por alguien de su familia. Fue en absoluta paz.
Kirishima contó los latidos hasta que Shinsou finalmente suspiró, y tomó la mano que le ofrecía para levantarse. Era mucho más alto que Kirishima —además de que su alborotado cabello le daba unos centímetros extra—, pero también más delgado y huesudo ante sus corpulentos hombros.
Escuchó a Bakugo bufar en la distancia.
—Lo siento —musitó Shinsou—. Es solo que no tengo idea de cómo continuar sin él. Tengo miedo de no servir al reino como Aizawa lo hizo. Llenar sus zapatos se siente como una tarea imposible.
Kirishima soltó una carcajada confianzuda, pasándole el brazo por encima de los hombros. Debido a la mencionada diferencia de altura se quedó ligeramente colgando de Shinsou.
—¡No digas eso, viejo! Serás grande. Mis sentidos reptilianos me lo están diciendo ahora mismo.
—¿Estás seguro que no te dicen que eres idiota? —espetó Katsuki desde su lugar. Nadie le respondió.
Shinsou se frotó la nuca. No podía decir si era por hábito suyo o por el golpe con el mango del sable curvo de Bakugo. Ya podría regañar a aquel loco sádico más tarde.
—Deberíamos ir a buscar la piedra —suspiró Hitoshi. Miró entonces hacia el horizonte—. No está muy lejos de aquí.
—En realidad, deberíamos haber ido hace rato —Bakugo se les fue acercando—. ¡Pero gracias, señorito Oráculo, por iluminarnos con tan buena idea!
Shinsou tembló ante la mención de su nuevo título. Kirishima intentó regañar a Bakugo entre dientes, pero el rubio no estaba prestándole atención.
—Está en unas cavernas subterráneas a las cuales se llega a través de un lago a unos cuarenta kilómetros de aquí —Shinsou señaló hacia el espacio que se creaba entre las colinas—. ¿Podrías llevarnos si te indico el camino...?
Kirishima esbozó una sonrisa de completo orgullo. Alzó ambos pulgares en dirección hacia su pecho.
—¡Pues para el servicio de transporte Kiridragón sería un honor ir en tan noble búsqueda! —exclamó—. ¡Apártense, mortales, o serán víctimas de las consecuencias de mi transformación!
Pero no se esperó a que los demás salieran corriendo, sino que fue él mismo el que trotó entre la hierba mientras se preparaba para transformarse en pleno movimiento.
Le emocionaba siempre que se transformaba por completo. Sí, dolía como la mierda; sí, sus huesos y músculos eran los que debilitaban cada vez más...
Pero ser un dragón le había dado libertades que los humanos jamás podrían soñar.
Así que se dejó llevar. No sin antes, por supuesto, escuchar la quejumbrosa voz de Bakugo a la distancia:
—¡Idiota, cabello de mierda, inútil...! —berreó el Firewalker—. ¡LA ROPA...! ¡Te vas a quedar desnudo despué-...!
Sin embargo, Kirishima le escuchó demasiado tarde. Cuando sus huesos se contorsionaron, sus brazos se convirtieron en membranosas alas rojas y de su garganta solo salían rugidos de fuego.
Era un dragón otra vez, con las alas extendidas hacia el celeste cielo y el brillante sol.
La ropa, por su parte, ya era un montoncito de tela destrozada y desperdigada entre las estatuas.
Shinsou les indicó el lugar de su destino. Kirishima, que había sobrevolado por cientos de lugares a través de Yuuei, jamás conoció aquella porción de tierra cubierta por un inmenso cuerpo de agua oscura, bordeada por una extensa llanura y los valles que bordeaban el templo del Oráculo a la distancia.
Bakugo le tendió su capa, refunfuñando entre dientes, cuando aterrizaron. Kirishima trató de bromear, pero el muchacho le ignoró por completo.
Sintió un pequeño hueco en el pecho. Por supuesto, no es como si Bakugo hubiese sido cariñoso ni uno solo de los minutos que pasaron juntos desde que se conocieron —tal vez su abrazo después de la oscuridad que Tokoyami provocó en las montañas, o incluso los cinco segundos que duró el beso de ambos durante el Festival de las Estrellas cuando Bakugo no le apartó.
Y todavía estaba la brecha que se abrió entre los dos luego de los hechos en la Iglesia de la Noche. El ruido del sable atravesando la carne de aquella muchacha y la vida que se extinguía de sus ojos, los gorjeos ahogados en sangre de la Reina y madre de Todoroki...
Kirishima había hecho hasta lo imposible para dejar todo ello atrás. Había sido su culpa por idealizar la imagen de heroica pureza de Bakugo, cuando su heroísmo distaba bastante de ser del tipo puro. No quitaba que siguiese siendo heroico a su retorcida manera —Bakugo se negaba a ser visto como un héroe tal como Midoriya, o Sir Tenya o Su Alteza Shouto.
Él quería ser diferente. Destacarse a su manera. Vivir la vida bajo sus propias reglas de heroísmo y no con las nociones tradicionales del término.
Puede que aquello hubiese sido necesario. Ver la crudeza con la que Bakugo se movía por la vida, experimentarlo en carne propia —tal vez así solamente conseguiría que se rasgara el velo de ilusión que le hizo perseguirlo en un primer momento tras su encontronazo en el callejón de Hosu.
Era posible que de esa única forma consiguiera ver al verdadero Bakugo. Aquel que era el Firewalker despiadado, pero también el muchacho solitario y bastante rencoroso con el mundo como para estar siempre a la defensiva.
Tal vez... solo tal vez... era el desencanto el que estaba consiguiendo que algo mucho mayor le hechizara poco a poco, en cada centímetro de su cuerpo.
Kirishima sonrió tristemente —sí, había dolor y desilusión. Sí, entre ellos todavía existía un algo que les separaba intrínsecamente.
Pero quedaban esperanzas.
Esperanzas de que lo que les unía era mucho más fuerte que las cosas que les separaban.
—¿Me vas a decir en qué mierda patética consiste el ritual, bastardo? —Katsuki espetó hacia Shinsou—. ¡Me está sudando el culo aquí abajo del sol!
Incluso si eran muchas cosas las que les separaban.
Kirishima dejó escapar una carcajada. Se ajustó la capa de Bakugo —que olía a fuego, sudor, a madreselva y a cielo, si eso tenía algún sentido; era el aroma de su dueño— y se encaminó hacia los dos muchachos que discutían en la riviera del río.
Shinsou estaba cruzado de brazos, casi desafiando a un encorvado Bakugou y con sus manos en posición amenazante. Puede que fuese el Oráculo, pero nada quitaba que un Firewalker enojado era lo más aterrador que algunos verían.
—Aizawa ocultó la piedra en unas cavernas marinas al fondo de este lago —contó el chico—. Necesitan sangre del Oráculo para poder abrir la entrada; de otra forma, terminarán ahogándose.
Bakugo apretó los párpados en dirección a Shinsou. Kirishima intentó contenerlo, pero le fue imposible ya que el chico brincó hacia el otro para picarle el pecho con un dedo amenazador.
—¿Estás diciéndome que necesitamos sangre del maldito cuerpo que acabamos de dejar en el Templo...?
—Bakugo, ¡por los dioses! —Kirishima exclamó con horror—. ¡Cállate!
Shinsou no se dejó intimidar. Ni siquiera si en sus ojos podía observar todo el dolor de su alma.
—Del Oráculo, maldito salvaje barbárico —escupió Hitoshi—. Yo soy el Oráculo ahora. ¡Pero como sigas comportándote como un incivilizado, me tendré que cuestionar si eres el digno héroe que la profecía clama que serás!
Kirishima ahogó un jadeo. Sabía que Shinsou estaba soltando palabras muy peligrosas que podrían alterar fácilmente el poco autocontrol que Bakugo venía teniendo.
Le vio esbozar una sonrisa ladina.
—Qué suerte que no me interesa ser ningún héroe —bufó.
—Mientes —Shinsou siseó entre dientes—. Yo lo sé. Yo puedo verlo. Puedo sentir lo que escondes debajo de tus venenosas palabras.
Kirishima solo tuvo tres segundos para evitar el desastre que se aproximaba.
Bakugo desenfundó su sable curvo, y estaba seguro que lo hubiese usado para arrancar la cabeza de Shinsou de un solo tajo si no fuera porque Kirishima le sujetó por detrás para acorralarlo.
Sintió la tensión en los músculos de Bakugo cuando sostuvo su espalda contra su pecho. Trató de murmurarle al oído como un dueño que busca apaciguar a su perro de caza que ya ha detectado una presa.
—No puedes matarlo —murmuró Kirishima—. Recuerda que lo necesitamos...
Bakugo dejó escapar un gruñido. Poco a poco, todo su cuerpo fue relajándose hasta que Kirishima ya no sintió la necesidad de retenerlo. Incluso volvió a guardar su sable.
—Ya sé, mierda —refunfuñó—. Lo mataré después.
Kirishima resopló una risa. Ya sabía que las amenazas de muerte a largo plazo de Bakugo no significan mucho; eran los momentos de impulsiva rabia —como el de hace un instante— aquellos que de verdad le preocupaban.
Bakugo hizo un gesto con la cabeza hacia Shinsou.
—¿Qué más hay que hacer para recuperar esa piedra?
El Oráculo se encogió de hombros con una sonrisa de disculpa que no parecía sentirlo de verdad. Kirishima sintió una gota de sudor helado recorrerle por toda la columna vertebral.
No podía significar nada bueno.
—No puedo decírtelo —respondió Shinsou—. Si lo hago, entonces no serás capaz de demostrar que eres digno de reclamar la piedra.
Decidieron que se adentrarían en las cavernas acuáticas cuando el sol se moviera un poco en el cielo, hasta que sus rayos bañaran por completo la superficie del lago para no encontrarse en zonas tan oscuras. Aunque, claro —la superficie era una sola masa verdosa y que impedía ver lo que fuera que se ocultaba en sus profundidades.
Katsuki no quiso quedarse sentado esperando por lo que Kirishima le vio alejarse y perderse entre unos densos arbustos con su sable desenvainado: probablemente hubiese decidido afilarlo o atacar algunos árboles para descargar su furia.
Como él tampoco quería quedarse sentado solamente mirando la oscura superficie del lago, Kirishima vagó un poco entre la orilla hasta que encontró a Shinsou agazapado bajo la sombra de un sauce. Tenía los párpados cerrados, respiraba suavemente y parecía tener la cabeza en otro lugar.
Hasta le dio un poco de culpa interrumpir su momento de paz. Pero no pudo evitarlo, así que tomó asiento a su lado hasta que el chico decidiera prestarle atención. A los pocos segundos, Shinsou abrió sus ojos —de cerca sus ojeras eran más impactantes— y le escrutó.
—¿Qué quieres?
—¡Oh! —Kirishima rió—. Solo buscaba hacerte compañía. Espero no te moleste.
—Da igual —suspiró Hitoshi—. Hay cosas peores que solo ser molestado en un momento de descanso.
Se removió incómodo ante sus palabras. Kirishima no pudo evitar sentirse culpable —era claro que se refería a la muerte de Aizawa— a pesar de que ni siquiera era su culpa lo que ocurrió.
Solo eran los hilos del destino acomodándose de la forma en que debían hacerlo.
—Sobre eso... —empezó a decir Kiri—. Shinsou, lo siento... de verdad lamento el dolor por el que tuviste que pasar. Sé que ya te lo dije hace un rato...
—No sigas —espetó el Oráculo—. Es más fácil cuando solo yo hablo de yo, porque si alguien más lo dice siento que se vuelve real.
Kirishima no logró contener su mueca de tristeza. No era su culpa ser tan empático con las personas; y eso le traía bastante dolor a sí mismo, también.
—Al menos no estás solo —intentó animarle—. No seremos la mejor compañía, pero creo que somos un poco mejor que nada.
Shinsou resopló una risita irónica. Kirishima no supo si sonreír con él también o sentirse ofendido porque le estaba dando la razón.
—Nunca en mi vida he tenido otra compañía que la de Aizawa o la de los gatos que a veces se aparecen por este lugar —contó Shinsou con una sonrisa melancólica—. Sé que suena deprimente, pero yo no odio mi vida.
—¡Qué va! —rió Eijirou—. Yo también me la he pasado con una única compañía durante toda mi vida. Aunque Kaminari es muy enérgico, no le gusta quedarse quieto... ¡y tampoco le gustan los gatos porque le dan alergia! ¡Así que siempre intentaba conseguirme alguno y ponerlo encima de su cara para cuando despertase! Oh, y le encantan las mujeres, así que siempre terminábamos yendo a alguna taberna a ver si conseguía algo... por supuesto lo único que pescaba era una patada en los huevos...
Kirishima descubrió que Shinsou le observaba con la cabeza reposada de costado sobre sus rodillas flexionadas contra el pecho. No dejaba de mirarle con gran curiosidad —como si aquel mundo de los jóvenes fuese totalmente incomprensible para alguien como él.
—Suena como una vida bastante agitada —comentó—. Es bueno que tengas a alguien tan importante en tu vida.
Kirishima le mostró una amplia sonrisa enseñando todos los dientes mientras se golpeaba el pecho con la palma de la mano.
—¡Kaminari es como un hermano para mí! —exclamó, pero a medida que asimilaba aquella frase la sonrisa se le fue borrando—. Bueno... al menos lo era... o lo es... ni siquiera yo tengo idea.
De repente su garganta se anudó por completo y ya no fue capaz de decir ni una sola palabra. Terminó imitando la posición de Shinsou de las rodillas contra el pecho, solo que Kirishima lo hizo para ocultar la mitad de su rostro así no vieran su labio temblar.
Shinsou le miró con algo de tristeza.
—Sabes que no puedo decirte nada acerca de él —Tragó saliva—. Tengo acceso a muchas cosas que están pasando en el mundo, pero solo un sacrificio puede permitirme responder a esa pregunta. Y tú ya hiciste el tuyo, la otra vez.
—Lo sé —suspiró Eijirou—. Una parte de mí no quiere saberlo. Pero la otra...
Kirishima desvió la mirada hacia el horizonte, parpadeando rápidamente para no ser atrapado con lágrimas en los ojos.
—La otra solo quiere traerle de regreso. Y que las cosas vuelvan a la normalidad.
Pero, ¿en verdad quieres eso? preguntó una vocecita en su mente, visualizando el recuerdo de la espalda de Bakugo perdiéndose entre la vegetación e intercalándose con los recuerdos de Midoriya, Todoroki, Uraraka y Sir Iida.
¿En verdad quería volver a la normalidad?
¿Cuál era su normalidad?
—Él era como tú, ¿cierto? —Shinsou inquirió, fingiendo ser casual—. ¿Un híbrido?
Aquello sí que le sacó una inmensa sonrisa. ¿Qué si Kaminari era solo un híbrido?
¡Uf! ¿Por dónde podría empezar Kirishima?
—¡Kaminari es un dragón de tormentas! —exclamó emocionado—. ¡Es increíble verlo cruzar el cielo envuelto en truenos e iluminando una oscura noche, con sus escamas amarillas brillando como el sol! Él no escupe fuego, sino que su cuerpo entero genera electricidad. El tema es que queda un poco pachucho cuando vuelve a la normalidad... lo tengo que atar con una cuerda o se me cae en alguna zanja cual borracho que acaba de salir de la taberna.
—Qué... agradable personaje debe ser tu tal Kaminari —comentó Shinsou.
—¡Oh! ¡Lo es! ¡Cuando le encuentre, voy a traerlo para que te conozca!
Shinsou bufó visiblemente incómodo, removiéndose en su lugar.
—¿Para qué querría yo eso...?
Kirishima abrió la boca para hablar, pero una figura que se acercaba poco a poco hacia ellos dos le distrajo lo suficientemente como para quedar sin palabras. La sombra se cernió justo detrás de Shinsou.
—¡Bakugo! —exclamó Kiri—. ¡No esperaba que volvieras tan pronto!
El Firewalker apretaba todavía su sable con la mano derecha. Shinsou se volteó para darle una mirada bastante sucia la cual Bakugo ignoró.
—El sol está en el lugar perfecto para adentrarnos en el lago —dijo con voz ronca—. Así que nos vamos. Ahora.
—¡No ha pasado ni una hora...!
—Ahora.
Bakugo se dio la vuelta en dirección a la orilla. Kirishima bufó, e intercambió una mirada con un desinteresado Shinsou que fingía que Bakugo debía tener la razón —tal vez solo para no escucharlo hacer otro berrinche.
El pelirrojo se levantó, bastante molesto, y se acercó dando zancadas hacia el punto en la orilla en que Bakugo lanzaba pesadas piedras lo más lejos que podía hacer el lago.
—¿Por qué siempre tienes que ser así? —masculló Kirishima—. ¡Shinsou necesitaba que le distraigan un rato!
—Shinsou me importa un bledo —contestó Bakugo sin mirarle.
Se acercó más hacia el lago, esta vez con una larga rama para determinar en qué zona comenzaba la profundidad. Kirishima le tocó repetidas veces en el hombro hasta que consiguió que le viera a los ojos.
—No tienes que ser tan descorazonado todo el tiempo, ¿lo sabes?
Chispas empezaron a danzar en las pupilas de Bakugo. Estaba molestándose otra vez.
—Para tu información —Bakugo exclamó—, sí tengo un corazón.
—¡Tener un órgano que bombea sangre a tu cuerpo no significa que lo tengas!
Bakugo se soltó del agarre en su hombro y decidió seguir investigando la orilla. Se había quitado las botas y arremangado los raídos pantalones para adentrarse poco a poco en las aguas verdosas. Solo apenas podían verse algunas rocas, algas y pequeños pececillos antes de perderse en la oscuridad.
—Creí que tú lo entenderías —continuó Kirishima—. Tú has perdido a alguien, ¿no? Sabes lo duro que es...
—Yo no he perdido solo a alguien, Kirishima —Le cortó—. Los he perdido a todos. ¡Y ningún bastardo tuvo compasión o piedad por un niño que se quedó solo en el mundo! Shinsou es casi un adulto, y sabrá superarlo por sí mismo. Ahora, quítate las botas y ayúdame a inspeccionar la profundidad de este lago antes de que me moleste.
Kirishima se cruzó de brazo y sostuvo el peso de su cuerpo con un solo costado. Estuvo arqueando una ceja hasta que Bakugo se cansó de esperar y le descubrió con su mueca no tan feliz.
Gruñó de frustración. Salió del agua a pasos lentos, y Kirishima se hubiese reído de sus pantalones chorreantes si no fuera porque las cosas estaban demasiado tensas.
—¡No me voy a disculpar ni dar explicaciones a ese bastardo!
—Dudo que sea Shinsou quien quiera algo como eso.
Si Bakugo comprendió su indirecta, no se lo reveló.
Kirishima tuvo que tragarse otra vez el nudo en la garganta cuando Bakugo pasó por su lado y le golpeó con su hombro empapado para hacerse paso. Se volteó, solo un momento, para observarlo alejarse hacia donde Shinsou descansaba otra vez.
¿Por qué Bakugo tenía que ser tan esquivo y sanguinario? ¿Qué cosas ocultaba? Kirishima deseaba saberlo —no por una mera y vulgar satisfacción a su curiosidad, sino para comprenderlo un poco más.
Quería saber cómo funcionaban su cabeza y su corazón; tal vez de esa forma no conseguiría horrorizarse tanto cada vez que Bakugo se comportaba como el salvaje que todos gritaban que era. Cuando usaba su sable para matar a sangre fría, luciendo como si el mundo entero se mereciera perecer bajo el yugo de su arma.
¿Qué clase de pesadillas tendría cuando la noche acechaba? ¿Cuáles eran sus miedos profundos? ¿Qué había visto en la ilusión a la entrada de la Ciudad de las Sombras?
Si Kirishima vio a un Kaminari imaginario gritarle sobre su inutilidad en rescatarlo, su poca presencia en grandes grupos y lo poco destacable que era...
¿A quiénes había visto Bakugo? ¿Qué le habían dicho que le dejaron tan alterado aquella tarde en la Ciudad de las Sombras? ¿Quiénes eran las personas que había perdido?
¿Quién le había hecho tanto, tanto daño?
Puede que Katsuki no se diera cuenta que él lo sabía, pero Kirishima vio las plantas de sus pies llenas de quemaduras. Cicatrices ya sanadas a ese tiempo, pero jamás borradas. Debían tener más de una década, ya que también lucían como si se hubiesen estirado con los años. Imaginar a un pequeño Bakugo con los pies quemados y en carne viva le estrujaron el corazón.
¿Qué clase de horrores vivió como miembro del clan Firewalker? ¿Por qué tuvo que tomar a Mitsuki y escapar con ella de las montañas?
—¿Qué ocultas, Bakugo? —preguntó Kirishima hacia el aire.
Tal vez el Oráculo Shinsou no pudiese darle todas las respuestas concretas que necesitaba. Quizá no pudiese descubrirlas por arte de magia y borrar todos aquellos prejuicios que alguna vez cruzaron por su mente al ver a su nuevo compañero comportarse de aquella forma tan cruda que tenía.
Pero todavía estaba Bakugo. Y, aunque se cubriese a sí mismo con una coraza impenetrable de acero invisible... Kirishima no planeaba rendirse. No cuando podía salvarlo de cualquier demonio interno que le acechara en el fondo de su corazón.
Tal vez porque Bakugo estaba convirtiéndose en su nueva normalidad.
Los tres se prepararon cerca de la orilla. Kirishima y Bakugo ya estaban vistiendo solo sus pantalones, y habían tenido que aceptar dejar atrás la mayoría de sus objetos de valor. A excepción de la daga, que sería la reliquia que les ayudaría a encontrar el camino hacia la piedra.
—No entiendo por qué debo dejar mi sable con este engendro —masculló Bakugo hacia Kirishima.
El engendro, por supuesto, era Shinsou. El chico ya tenía a su alrededor dispuesta la ropa, capas, guantes, las bolsas con provisiones y también el sable curvo con su funda. Rodó los ojos tras escuchar a Bakugo.
—Solo te haría peso innecesario y te impediría nadar correctamente. Te ahogarías más rápido —Shinsou se lo pensó un instante—. Pensándolo mejor, deberías llevar tu sable.
—No —dijo Kirishima tras poner su brazo sobre el pecho de Bakugo para detenerlo—. Nada de pesos innecesarios.
El Firewalker gruñó como bestia enjaulada. Shinsou parecía disfrutar todo aquello.
—Danos tu sangre o te la sacaré yo mismo —amenazó de repente—. Más te vale esto no sea una trampa.
Shinsou arqueó una ceja.
—¿Qué ganaría yo tendiéndoles una trampa?
—No le sigas la corriente —suspiró Kirishima—. Bakugo, deberías ser más gentil con la gente que intenta ayudarnos.
Bakugo se cruzó de brazos, pero no contradijo al pedido de Kirishima. Aquello le arrancó una pequeña sonrisa.
Tal vez pronto pueda saber más de ti, pensó.
Todavía tenían un largo camino por delante. Y estaban juntos, a pesar de todo. Podrían tener momentos horribles como en la Iglesia de la Noche, pero Kirishima había sentido como si un velo se deslizara sobre sus ojos desde aquella vez.
Quería ver todo del verdadero Bakugo.
Shinsou se acercó hasta ellos, con su túnica llena de tierra, deslizándose sobre el suelo húmedo cerca de la orilla. Les tendió una mano a los dos mientras se sacaba una botellita de uno de los bolsillos.
—La daga —dijo casi como una orden.
Kirishima se la dio sin chistar —algo que le dio tirria a Katsuki— y observó cómo Shinsou apoyaba el filo de la daga sobre su palma y daba un corte rápido, limpio y largo.
El chico hizo solo una pequeña mueca cuando vio su sangre escarlata brotando a borbotones de la palma, pero no perdió el tiempo en llenar al menos la mitad de la botella que luego selló con su mismo corcho. Troceó un pedazo de su propia túnica para vendarse y también para limpiar los restos de sangre del vidrio.
Se la tendió a Kirishima, pero Bakugo fue más veloz en hacerse con ella. La alzó hacia la luz del sol —con los ojos entrecerrados— para que reluciera. Sonrió en cuanto la bajó y la hizo girar entre sus dedos.
—Gracias, niño bonito —dijo Bakugo—. Fuiste útil al menos para algo.
Shinsou no se veía feliz con aquello pero no se quejó. Se limitó a señalar con su índice hacia el pecho de Bakugo.
—Si pierdes ese frasco, están muertos —dijo—. No aguantarán todo el trayecto de ida y vuelta en un solo tirón.
—¿Y cómo tomaremos la piedra sin morir? —preguntó Kirishima—. No lo tomes a mal, colega. Sé que es muy masculino y heroico morirse en una misión, pero no estamos en condiciones...
—La caverna acuática funciones como una especie de burbuja en medio del lago —contó Shinsou—. Una vez que atraviesen la entrada, verán que el agua allí también tiene una superficie y les conecta al pasillo que deben seguir para encontrar la piedra.
Se quedaron un instante en silencio, esperando que Shinsou hablara pero el muchacho no lo hizo.
—¿Y entonces? —alentó Bakugo con irritación.
El chico observó al Firewalker, después a Kirishima, y así estuvo por un tortuoso rato. Mentiría si no dijera que tenía el corazón palpitándole con demasiada fuerza por la misión de encontrar la piedra.
Parecía fácil a simple vista. Demasiado fácil.
Pero se puso firme y también decidido. Encontrarían la piedra y regresarían con los suyos cuanto antes. Solo esperaba que Midoriya y Todoroki pudiesen hacerse también con la espada antes de que fuese demasiado tarde.
—Y entonces demuestran que son dignos —fue lo último que Shinsou dijo—. Tendrán que esperar a que el sortilegio de protección se aparezca.
El viento pareció helarles los huesos porque terminó temblando.
Katsuki y Eijirou intercambiaron una mirada indescifrable, seguido de un asentimiento del primero para que se acercasen a la oscura superficie del lago. Metió primero una pierna, luego la otra, y sintió las resbalosas piedras cubiertas de algas debajo de sus dedos haciéndole cosquillas.
El agua estaba más fría de lo que le gustaba.
—Yo voy primero —dijo Bakugo, decidido—. Cuida la retaguardia. No sabemos qué cosas puede haber ahí abajo.
Kirishima vaciló un instante antes de desenganchar la funda de su daga del cinto —que llevaba sobre la piel desnuda— y tendérsela a Bakugo. El rubio la miró sin entender.
—Es tu arma —dijo—. ¡No puedes dármela, imbécil! ¿Crees que no me sé defender...?
—No es eso —mintió Kirishima—. Si ocurre algo, y debo transformarme, necesito saber que no voy a perderla en el proceso. Tú llévala.
Kirishima contuvo la respiración mientras esperaba que Bakugo tomara la daga de entre sus dedos. Era cierto lo que dijo, pero una parte de él solo se sentiría más segura si Bakugo tenía con qué defenderse.
Finalmente, él la tomó. La enganchó junto al mismo bolsillo que llevaba la botella con la sangre de Shinsou.
Ambos miraron otra vez hacia el frente, removiéndose con los nervios. La brisa comenzaba a golpear más fuerte y les calaba la piel empapada. Siguieron caminando hasta que el agua verdusca les tapó por arriba de las cinturas.
Sin darse cuenta, el agua ya casi les cubría el cuello. Y, por lo que su pie sentía, estaba muy cerca de un pozo o abismo de quién sabe cuánta profundidad.
¿Cuántos minutos podrían nadar? ¿Tres? ¿Tal vez cuatro?
Quizá ni siquiera dos.
—Si no regresan en seis horas, creo que puedo asumir que están muertos —escucharon la voz de Shinsou siendo engullida por el viento—. Yo que ustedes me aseguraría de no morir.
—¡¿Seis horas...?!
Kirishima exclamó casi con horror pero su voz se vio opacada por la zambullida repentina de Bakugo. Un segundo atrás estaba allí, y al otro no quedaba más rastro que el agua enturbiada por su movimiento.
Tragó entonces saliva con dificultad. Kirishima se tomó tres segundos para mirar hacia arriba, y también escucharlo todo: al sol, a las montañas del valle, al inmenso cuerpo verde vegetación, el viento soplando más fuerte, los rugidos ya lejanos de Mitsuki, su propio corazón galopando con nerviosismo...
Inspiró dos veces con toda la fuerza de sus pulmones hasta que decidió que tenía suficiente aire para comenzar.
Y se lanzó hacia las oscuras aguas del lago.
Al principio le costaba ver debajo de la oscura masa de agua. Kirishima abrió con fuerza los ojos hasta que su vista se adaptó a las profundidades.
Tuvo que contenerse de no soltar un jadeo —porque se hubiese quedado sin aire— al observar todo lo que había allí debajo.
Una inmensa ciudad tragada por las aguas. Estatuas tan grandes como colosos. Casitas y templos en ruinas. Inmensas columnas cubiertas de algas y destruidas por la fuerza del agua.
Todo estaba tapado en algas oscuras que debían ser las culpables de teñir la superficie del agua. Pequeños cardúmenes de pececillos nadaban cerca de él y se escondían entre los huecos que dejaban las ruinas.
Kirishima divisó una luz brillante que descubrió que venía de su daga, muchísimos metros más abajo del abismo que les separaba de la orilla. Bakugo ya estaba nadando en una dirección concreta como si fuese la daga la que lo guiaba.
No dudó en acelerar su nado en dirección a Bakugo. Comenzaba a sentir los dedos demasiado fríos pero no dejaría que un calambre o la rigidez muscular alcanzasen sus piernas.
Tenía que seguir.
A los pocos segundos alcanzó a Bakugo. El rubio le señaló hacia una dirección en más profundidad. La daga vibraba y brillaba, algo que Kirishima jamás vio.
¿Debía estar sintiendo la cercanía de la piedra?
Se lanzaron a nadar, uno detrás del otro. Kirishima soltaba de a poquito el aire que tenía guardado entre las mejillas para no sentir la presión y poder soportar. Observó que Bakugo hacía lo mismo porque salían burbujas de su boca.
Kirishima dejaba que la luz les guiase, pero mientras tanto, no dudaba en echar miradas hacia atrás, sus costados, e incluso hacia arriba —a los grandes metros que les separaban de la superficie— en busca de posibles amenazas y depredadores.
Esperando, un poco ansioso, de que en cualquier momento saltase la magia que protegía a la piedra. Aizawa no parecía haber sido un tipo que se tomase las cosas a la ligera; no pretendía que la prueba de heroísmo y dignidad fuese una cosa de nada.
Pero nada apareció para atacarlos. A menos que los pequeños pececitos de colores —ciegos por la oscuridad, descubrió— contasen como trampa, pero lucían más aterrados de aquellos dos intrusos y su daga luminosa que otra cosa.
Kirishima empezó a sentir su cuerpo sintiendo la presión por la falta de aire. Solo debían haber nadado poco más de un minuto pero ninguna caverna ni entrada se aparecía ante la vista de ambos.
Soltó un poco más de aire. Estaba empezando a sentir los nervios pero no dejó que le afectasen. Nadó con más velocidad para alcanzar a Bakugo que le sacaba ya varios metros de distancia y ya había cruzado un inmenso arco —con ornamentaciones y muchas figuras de deidades esculpidas sobre sus columnas— que debió ser la entrada a la ciudad hundida.
Fue entonces que Kirishima comenzó a notar que se estaba quedando atrás. Al principio no lo había sentido; lo adjudicó a un mecanismo de su cuerpo para poder proteger mejor la retaguardia.
Sin embargo, la verdad era otra: sus piernas comenzaban a pesar cada más, como si llevase zapatos de plomo y tres espadas colgando del cinto.
Sus brazos se volvían flácidos y lentos. Kirishima trató de apresurarse para alcanzar a Bakugo —que cada vez era más rápido— pero le fue imposible.
Después, sintió el agudo cosquilleo.
Pero no en una parte de su cuerpo. Lo sintió en todas partes.
Mierda, mierda, mierda, exclamó en su mente. ¡Kirishima, reacciona!
El cuerpo seguía sin responderle aunque se apresurara. Era como si una fuerza sobrenatural estuviese obrando sobre sus extremidades en buen estado e impidiéndoles seguir.
El sortilegio protector, pensaba con horror. ¿Podría serlo?
¿Aquella era la prueba de dignidad?
No podía decir que era sorprendente, pero sin duda era terrorífica. No era poco sentir la presión por falta de aire como para que se sumase la rigidez muscular a sus problemas.
Empezó a hundirse sin darse cuenta.
Kirishima trató de alertar a Bakugo pero ni siquiera era capaz de agitar su mano. El rubio continuó nadando, guiándose frenético por la daga que buscaba a otra de sus ancestrales compañeras en las profundidades del oscuro lago.
Tuvo la idea de transformarse. Fue una minúscula esperanza que tuvo durante un par de segundos. Destruiría toda la ciudad con su tamaño, pero no le importaba.
Kirishima cerró los ojos... y nada pasó.
Su cuerpo seguía siendo humano, y sus piernas ya no se movían. Las burbujas salían con más desesperación de su boca hasta reducirse considerablemente la cantidad de aire contenido, aguantándose las ganas de gritar pese a saber que su voz no sería más que un eco silencioso en las profundidades oscuras del lago.
Antes de darse cuenta, ya no tenía nada de aire.
Y fue entonces que Kirishima sintió terror de verdad. Fue un terror fugaz, del tipo que no te permite pensar mucho ya que te tiene completamente paralizado ante una amenaza que no parece tener solución. Un terror que te invade todo el cuerpo y te paraliza, que te hace sentir que no es más que una horrible pesadilla.
Luchó y luchó, pero sus fuerzas siguieron mermando hasta que ni siquiera fue capaz de mover los párpados. Su piel se sentía tan rígida como si su cuerpo fuese un pedazo esculpido de mármol.
Era como si estuviera petrificándose por completo.
Y quiso llorar. Y gritar. Y suplicar por ayuda, incluso si eso le hacía sentir inútil otra vez cuando tocaran la superficie y el aire puro le llenara los pulmones.
En ese momento no era importante. Solo quería vivir. Vivir. Vivir.
No quiero morir, lloró en su interior. No todavía.
Tenía demasiadas cosas por hacer. Un mejor amigo que salvar. Un reino que proteger. Toda una vida por vivir.
¿Qué clase de muerte tan patética era esa? Si la piedra quería probar el heroísmo de ambos, Kirishima estaba fracasando patéticamente.
Ya no importaría.
Ya no importaba.
Solo sintió la consciencia abandonar poco a poco su mente. Se deslizó como una corriente de agua en la montaña, dejando pequeñas gotas por su paso —algunos pensamientos antes de perderlo todo: el abrazo de sus padres antes de perderlas, la sonrisa de Kaminari, la adrenalina después de robarse algún objeto de valor, el sentimiento de extender sus alas escamosas bajo un cielo despejado, Midoriya y Todoroki, Uraraka usando su magia, Sir Tenya chillando órdenes, la frescura de Eri y el ceño fruncido de Kota...
También en Bakugo. Pero no una sola cosa. Las pensó todas. Cada mínimo recuerdo se convirtió en una gotita en el río de su mente.
Solo pudo pensar por última vez en el beso. También había estado al borde de la muerte, y le había robado un fogoso beso que le dejó sin dormir durante tres noches.
No todo es tan malo, pensó Kirishima mientras sus párpados se cerraban. Y caía. Y caía. Y caía.
En dirección al oscuro vacío entre las ruinas de la ciudad hundida. Kirishima pronto sería parte del recuerdo de aquel lugar olvidado. Un monumento más entre la destrucción.
Pero al menos podía morirse recordando la sensación de la boca de Bakugo contra la suya.
A este punto ya deberían conocerme y saber que estos cliffhangers son típicos en mi UwU no acepto quejas (?)
¡No me odien! Les juro que el próximo capítulo será de lo más intenso y les gustará 7u7r hay revelaciones, ciertas cosillas impactantes... ¡Los dos últimos capítulos del arco KiriBaku vienen con todo!
Y sí, ya sé... este capítulo fue más corto de lo que venía haciendo últimamente ;v; pero tengo una razón (?) y es que calculé mal los tiempos. Cuando empecé a escribir este capítulo fue que apenas me di cuenta que realmente no había mucho que contar ya que era una transición para el 37. De hecho, la escena de Kiri y Shinsou fue un agregado súper espontáneo, y la verdad me terminó gustando haha siento que Kiri estaría allí para apoyar a todos ;;;
¿Quién tiene teorías? ¿En qué consiste verdaderamente la prueba de heroismo que Aizawa dejó a modo de protección para la piedra? ¿Cómo van a salir de esta? ¡Pueden dejar todas sus teorías en este apartado de por aquí --->
Les quiero contar que la presentación de mi proyecto fue un éxito y ahora tengo un poquito de paz antes de volver a las andanzas con eso (? muchísimas gracias por todos los buenos deseos que me dejaron ♥️ ;; ¡Y me he puesto a escribir como loca desde entonces! Ya tengo el primer capítulo del mini maratón de LFDA, y falta terminar el segundo y ya podré subirlo prontito. ¡También hice mi primer two shot KiriBaku! Q u Q si quieren leerlo, se llama Virgin Boy haha y tengo otro three shot TodoDeku para muuy pronto
Muchísimas gracias por todo el cariño que me dejado durante el maratón ;u; Amé hacerlo, y espero poder hacer otro para cuando la historia cumpla un año. Nunca puedo estar lo suficientemente agradecida por sus votos, comentarios, lecturas, fanarts, buenos deseos... todo en general ♥️
Nos veremos muy pronto con el próximo capítulo TvT ¡Besitos! ♥️
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