Capítulo 35

Maratón 4/4

1- Último capítulo del maratón por los 100K :c

2- Comienzo del arco de Bakugo y Kirishima c: Se que me tomé mi tiempo... ¡PERO AQUÍ ESTÁN!

3- Posibles escenas... llamémosles impactantes (?) Leer bajo su propio riesgo, aunque advierto que no es nada gore ni muy gráfico. No se preocupen por eso. De hecho... las hay durante todo el arco. Hago la advertencia ya por los futuros capítulos ;v;

4- Otra vez, perdonen dedazos. Les juro que llegué desquiciada a terminar esto xD lo hice hace dos horas. Soy una sobreviviente de guerra (?)

Mientras surcaba los cielos con Kirishima, Katsuki se permitió observarlo todo desde arriba.

Yuuei parecía insignificante cuando volabas a lomos de un dragón. Las casitas solo eran puntos que se perdían entre los vastos campos de trigo, los lagos lucían como simples espejos no mucho más grandes que una hectárea. Las personas no eran más que simples hormigas sin un rumbo en particular.

Hasta su viejo hogar, las Montañas de los Espíritus del Fuego, solo se veía como un camino lejano e insulso en medio de las cadenas montañosas.

Por un instante, Bakugo se sintió más grande que todo aquello. Una tenue sonrisa se le escapó de los labios mientras el viento del cielo nocturno le agitaba el cabello.

—Algún día, todo esto será mío —dijo para sí mismo y Kirishima—. Los gobernaré a todos.

Eijirou volteó su cabeza de dragón para darle solo una ojeada. Katsuki casi sintió que estaba juzgándolo cuando dejó escapar un rugido antes de comenzar a descender.

Él se alteró; golpeó en las escamas del dragón aunque bien sabía que no le haría ni cosquillas a una bestia tan colosal.

—Pero, ¡¿qué haces?! ¡No puedes bajar, cerebro de reptil! —berreó—. ¡Tenemos que llegar al jodido Oráculo! ¡Tengo que ver a...!

La voz se le murió en la garganta al igual que sus nervios alterados.

Tenía que ver a Mitsuki.

Se sintió horrible de pensar que había pasado meses lejos de ella, montando en otro dragón y, a veces, olvidando de su existencia. De que estaba herida solo porque el jodido Oráculo quiso tomar represalias en su contra.

Lo mataré con mis manos cuando lo vea, se dijo. Se relamió de solo pensar en asesinar a aquel anciano vagabundo y a su aprendiz sabelotodo y prepotente.

Kirishima no volvió a rugir mientras descendía. De repente, la lejana Yuuei volvía a verse como la misma apestosa Yuuei que debía compartir con los plebeyos.

Poco a poco encontraron un lugar cerca del pie de una montaña para aterrizar. Katsuki apretó los dientes tras bajar del lomo de Kirishima, solo para alejarse dando zancadas.

Eijirou le soltó un rugido quejumbroso. Bakugo giró sobre sus talones, todavía molesto con el muchacho. Su cabeza de dragón estaba ladeada, sin entender demasiado por qué Katsuki podía ser tan caprichoso.

—¿Qué? —espetó el rubio—. ¡No me mires así, bastardo aliento de dragón!

Pateó una roca que pretendía golpease el inmenso cuerpo del reptil. Falló en su tiro —la roca se perdió entre unos arbustos—, y casi pudo ver la sorna en los ojos rojos de la bestia.

Katsuki pataleó sobre la tierra como si hiciera un berrinche.

Kirishima soltó un último rugido —aunque aquel se escuchaba como si se burlara de él— antes de comenzar a transformarse otra vez en el muchacho de cabello rojo y dientes afilados que tan bien conocía.

Ya ni siquiera le sorprendió verlo desnudo otra vez.

—¡Bakugo! —exclamó Kirishima—. ¿Por qué siempre eres tan extremo?

—No se llama ser extremo, se llama ser yo mismo, maldita sea —chasqueó la lengua—. ¡Dejaré de serlo el día que tú dejes de lucir tu horrible culo!

Kirishima se carcajeó. Vio un leve sonrojo encima de sus pómulos al notar su desnudez, lo cual aflojó algo adentro de Bakugo mientras le observaba buscar en la mochila de provisiones por algo de ropa.

La curva de su espalda al agacharse, la suavidad de su piel incluso a pesar de las heridas de las últimas semanas. Se preguntó si su piel era tan caliente como la de sus escamas en forma de dragón.

Era sorprendente —pensaba. Los reptiles tenían sangre fría, pero los dragones almacenaban fuego y calor en su interior. Kirishima era como hoguera andante, y no se le había dificultado en ningún momento el echarse a dormir sobre su lomo durante un par de minutos cuando sobrevolaban la noche.

Katsuki abrió los ojos como platos al caer en cuenta de las mierdas que estaba pensando.

Se abofeteó a sí mismo para entrar en razón otra vez. Si hubiese podido clavarse su sable en el cerebro, lo habría hecho.

¡¿Qué mierda tenía que estar espiando a ese bobo medio dragón cuando estaba desnudo?!

¿Y pensar en todas esas babosadas digna de princesa?

Todo tenía que ser culpa del príncipe mitad y mitad, así como de Deku. Esos dos eran los causantes de todos sus males.

—Oye, Bakugo —Kirishima agitó una mano en frente de su rostro—. ¿Estás bien?

Katsuki se dio cuenta que estaba demasiado cerca. Podía ver sus grandes ojos rojos y sus mejillas infladas como si de un bebé se tratase. No sonreía —de hecho, lucía preocupado. La punta de su dentadura afilada se escapaba de entre sus pequeños pero húmedos labios.

Se dio la vuelta demasiado molesto.

—Estoy bien, maldita sea —gruñó—. ¿Y se puede saber por qué mierda nos detuvimos, inútil?

Kirishima dejó escapar una risa al escucharlo insultar otra vez.

—Bueno, Blasty, estaba cansado —dijo Kirishima—. ¡Los dragones también podemos cansarnos!

—Los de poca monta como tú, seguro —Bakugo rodó los ojos. Kirishima le ignoró.

—Además, mis músculos duelen como el mismísimo infierno —Movió sus hombros en círculo haciendo tronar todos sus huesos—. Creo que necesito un masaje...

Katsuki arqueó una sola ceja ante la sonrisa suplicante de Kirishima. Eso, antes de que estallase contra el chico:

—¡Pues te consigues un esclavo o una prostituta que lo haga por ti! —chilló—. Yo no hago favores, maldición.

—¡Está bien, Blasty! —rió Eijirou—. No es como si lo estuviera esperando... de hecho, es por eso que elegí este lugar para que descansemos un instante.

—¿Huh?

Kirishima se acercó hasta su espalda y la apoyó contra su pecho. Katsuki no tuvo ni siquiera tiempo de quejarse ya que la sorpresa le alborotó todos los sentidos. Fue demasiado dócil cuando Kirishima tomó sus caderas y le hizo girar junto con su cuerpo para enseñarle con el dedo un pequeño punto casi al pie de la montaña.

Iba a matar a ese cerebro de dragón.

—¿Ves ese lugar? —preguntó Kirishima cerca de su oído.

—¿Para eso tenías que estar tan cerca, idiota?

Pero Kirishima ignoraba lo que le decía. Katsuki seguía perdido entre la dureza de su cuerpo contra su espalda, las manos que la apretaban las caderas y la cálida respiración que le erizaba los vellos de la nuca y de los brazos.

Sintió que el pecho de Kirishima vibraba con una pequeña risa.

—Son unas aguas termales —susurró—. ¿Te apetece ir, Bakugo?

—Me apetece que te alejes. O patearte ahora mismo en las bolas. O ambas.

Sin embargo, bien sabía que sus amenazas eran todas en vano. Estaba demasiado debilitado emocionalmente por el cuerpo de Kirishima contra el suyo.

Y por su estúpida sonrisa cerca de su cuello. Pensaba que, si se acercaba un par de centímetros, podría rozarle la piel con aquellos dientes.

¿Y por qué mierda estoy pensando en esto?

—¡Vamos, Blasty! —Kirishima exclamó, deslizando innecesariamente su mano contra su torso hasta encontrar la suya—. ¡Un poco de relajación le vendrá bien a tu mal humor!

—¡Eres un hijo de...!

La carcajada de Kirishima opacó sus palabras. Siguió haciéndolo mientras tironeaba de él y corrían en dirección al vapor de las aguas termales que él señalaba.

Por algún motivo, Bakugo decidió darle con el gusto solo por una noche.

Kirishima tenía unas fuentes inagotables de energía. Aquello irritaba a Bakugo, porque la gente demasiado alegre le daba dolor de cabeza —y no era lo peor de todo, sino que comenzaba a sentir que su compañero le mintió acerca de sus dolencias de llevar demasiadas horas transformado para poder dar un chapuzón sobre las aguas termales como si fuese un jodido paseo romántico por el bosque.

Iba a matar a ese estúpido.

—¡Ah! —suspiró ruidosamente Kirishima, ambos brazos levantados hacia el cielo como si quisiera abarcarlo todo entre ellos—. ¡Es tan bello como lo recordaba!

—No puedo creer que accedí venir a unas jodidas aguas termales, ¡como si hubiese tiempo para estas estupideces!

Kirishima no respondió. Seguía teniendo sus brazos en el aire, sonriendo, disfrutando del aroma nocturno de la húmeda madreselva y los minerales que se desprendían con el vapor las hervidas aguas del pozo.

El camino sobre el pie de la montaña estaba casi perdido entre tanta vegetación. Katsuki pensó por un instante que tal vez era un delirio de Kirishima, y que acabarían perdidos o en medio de otra mierda peligrosa.

Se equivocó bastante en cuanto encontraron el cuerpo de agua termal, el cual conectaba a una pequeña cascada que opacaba cualquier ruido natural de la noche —como los mirlos o las cigarras— y que desprendía agua de un celeste tan grisáceo como un cielo despejado en invierno. La superficie era besada por diversas vegetaciones que crecían entre los huecos que bordeaban al lago, en cada pedazo de tierra que no tuviera una mohosa roca molestando.

El vapor brotaba del agua, y Katsuki descubrió que la montaña era en realidad un volcán dormido que alimentaba el pozo termal. El ambiente se había puesto tan pesado que toda su piel se cubrió de una fina capa de sudor.

—¿Me hiciste venir aquí por esta basura?

Kirishima apretó la boca, fulminándole con sus ojitos de cachorro mojado.

—¡No es basura, Bakugo! —lloriqueó—. ¡Vengo todo el tiempo! Las aguas termales son símbolo de la masculinidad.

—Creo que las sales te han dañado el cerebro.

—¡Y a ti el no venir te ha convertido en un amargado! —exclamó Eijirou—. ¡Vamos, entra conmigo!

Kirishima se dio la vuelta para tironear de su brazo. Katsuki tenía los talones clavados en la tierra pero la fuerza del otro era bastante descomunal.

—¡Que no...! ¡Maldito Kirishima, te partiré en cien piezas diferentes como no dejes de joder!

Las patadas y amenazas de muerte no surtieron efecto en el otro. Kirishima reía y reía mientras usaba ambas manos para despojarle de todas sus prendas —la capa, las botas, los malditos pantalones—, y aunque Bakugo hizo lo posible por mantenerse firme, llegó un momento en que tuvo que proclamarse perdedor ya que quedó completamente desnudo.

Cuando lo notó, se arrojó de inmediato a las aguas termales con un fuerte chapuzón. Pudo escuchar la risa de Kirishima taladrándole los oídos y enfureciéndole todavía más.

—Tú quieres morir —dijo Bakugo como una afirmación—. ¡Pagarás por esto!

—¿Yo? ¿Pagarte? —Kirishima enseñó sus afilados dientes—. ¡Con gusto, Bakugo!

Apretó los dientes ante su actitud juguetona. Decidió darse la vuelta en cuanto notó que el otro comenzaba a desvestirse, nadando perezosamente a través del agua caliente que empezaba a picarle en la piel y los músculos.

Supo que Kirishima ya estaba en el agua por la fuerte zambullida que escuchó. Segundos después, tenía a un tonto medio humano medio dragón tarareando mientras nadaba entre el vapor de las aguas.

—¡Ahhh! —volvió a suspirar—. Esto es vida, Bakugo.

—Cállate —siseó Katsuki—. Solo estaremos cinco minutos y moverás tu trasero de reptil hasta el Valle del Oráculo.

—Una hora —retrucó Kirishima.

—¡Ni hablar, bastardo! —chilló Bakugo—. Seis minutos.

—¿Cincuenta? —sonrió.

—Seis y medio. ¡Y se acabó!

—¿Media hora?

Katsuki rechinó los dientes. Amenazó con el índice a Kirishima.

—¡Como sigas jodiendo, no te daré ni un minuto antes de arrastrarte por las bolas! —escupió—. Quince es mi última oferta.

—¡Hecho!

Volvió a tararear entonces una cancioncilla que parecía ser de cuna. Katsuki le ignoró ya que lo que menos quería era cosas que le recordasen a su solitaria infancia.

Decidió quedarse agazapado contra una piedra resbaladiza, apoyando los dedos de sus pies contra las rocas cubiertas de algas. Se quedó allí, cruzado de brazos, con los ojos cerrados todo el tiempo que pudo hasta que mandó a callar a Kirishima.

La canción de cuna se detuvo.

Solo se podía oír el rumor de la cascada y, de vez en cuando, las brazadas que daba Kirishima alrededor de toda la piscina natural.

Katsuki estuvo tan concentrado en su mente que descubrió demasiado tarde que el nado del otro se detuvo. Abrió los ojos, buscándolo algo ansioso creyendo que tal vez el muy inútil se había ahogado, pero lo descubrió de pie en el centro del agua.

Estaba estirando su torso, brazos y dedos como si hiciera ejercicio. El agua tapaba la parte baja de su cuerpo, cubriendo por encima de su entrepierna y comenzando a trazar el camino que marcaba línea en V de su abdomen.

Toda su piel brillaba con las gotas de agua que bajaban desde su barbilla hasta su pecho, de su pecho hasta su abdomen, y de su abdomen hasta el agua. Podía observar el subir y bajar de su cuerpo tras dar pausadas respiraciones con la boca.

Se quedó embelesado por un segundo que se sintió como una eternidad.

Bakugo, que además había estado notando algo en particular de Kirishima —y no, no se refería a su estúpido y escultural cuerpo— desde que el muchacho dio un salto sobre las aguas termales, decidió romper el hielo con un carraspeo.

—Oye, tú —preguntó un poco brusco.

Kirishima levantó su cabeza inclinada sobre el agua —así se le humedeciera el cuero cabelludo— y le miró con grandes ojos, curioso.

—¿Huh?

—Siempre he querido saber, eh... —se rascó en la nuca—. ¿Cómo mierda haces para tener esos pelos parados con tanta cantidad que tienes?

No es como si le importase demasiado, pero le daba curiosidad. Kirishima usualmente se veía como un pelopincho estúpido. Había otros momentos, como ese, en donde su cabellera descansaba hacia abajo, las pequeñas puntas lacias picándole cerca de la barbilla como una cascada escarlata que brillaba más que las tontas estrellas.

Kirishima ladeó la cabeza hasta que comprendió a lo que se refería. Se le escapó una carcajada que resonó por todo el pozo termal.

El chico se sacudió las gotas que le empapaban el cabello como si de un animal salvaje de tratase. Katsuki entrecerró los ojos ya que salpicó hasta donde él estaba. Observó entonces, que sus mechas pelirrojas se le habían pegado por toda la cara y el cuello de manera divertida.

—¿Te quieres robar mis trucos de belleza?

—¡Por mí puedes quedarte calvo, bastardo!

Kirishima volvió a reír mientras se volteaba para que su marcado pecho quedara hacia el cielo, nadando de espaldas hasta donde Katsuki descansaba contra una resbalosa piedra.

Eijirou se detuvo al llegar a su lado. Podía sentir la temperatura aumentando de tener su cuerpo tan cerca, tan burbujeante cerca de su piel.

Se le acercó demasiado y comenzó a sentir intimidación por parte del cuerpo ajeno.

Katsuki, que debía alejarse automáticamente de la amenaza que significaba la desnudez de Kirishima, empezó a berrear:

—¡Quítate, bestia inmunda...!

Kirishima no se dejó vencer. Incluso si Bakugo daba puñetazos al aire para que se alejara, no lo hizo. Simplemente los esquivó a todos hasta que el cuerpo del Firewalker quedó atrapado entre un risco de piedras mohosas y su propio pecho.

Katsuki sintió las aguas termales todavía más calientes.

—Kirishima, esta es mi última advertencia... ¡para que te quites de mi puto camino!

El otro no le escuchaba. Solo le escrutaba con esos grandes ojos rojizos, curioso de explorar cada pedazo expuesto de la piel de Bakugo.

Disfrutándolo.

—Ay, Bakugo —rió Eijirou sin mirarle a los ojos, sino a la boca—. ¿Por qué siempre tan amargado? ¡Estamos descansando un rato de las obligaciones!

—¡No se siente como un jodido descanso si me acosas, inútil!

Y no, claro que no lo era. No era un puto descanso si el corazón le martilleaba contra las costillas, tan fuerte que si Kirishima se pegaba contra su cuerpo, lo sentiría.

Tampoco lo era si la caliente piel del otro actuaba como un imán para la suya. Le invitaba a tocarla, palparla, sentir la suavidad y calidez que parecía desprender hasta que ambas se fundieran.

Mucho menos podía ser un descanso si el fantasma de la boca de Kirishima seguía atormentando a la suya desde el Festival de las Estrellas.

Había trabajado duro en espantarlo, masacrarlo, quemarlo, ahogarlo, pero el maldito recuerdo debió haber aprendido a nadar ya que volvía a su mente una y otra vez. Como si estuviera mofándose de su debilidad ante la suavidad de esos pequeños labios y dientes afilados.

Kirishima no detuvo su marcha hasta que la boca le quedó demasiado cerca de la mandíbula de Bakugo. No estaba tocándosela, pero casi podía sentirla presionándose contra ella y succionando hasta que allí quedara una marca.

Bakugo tuvo que respirar fuertemente para que no se escapara un jadeo de su garganta. Fue inútil, de todas formas —no pudo evitarlo cuando sintió el aliento de Kirishima contra su oreja.

—Te diré mi secreto —rió de una forma que le hizo vibrar en el estómago—. ¿Quieres saberlo?

—Quiero que te alejes —musitó Bakugo como si fuera una orden, pero su voz era demasiado débil.

Tenía que girar el rostro hacia su costado o su boca encontraría de lleno a la de Kirishima. Y no quería eso.

¿O sí lo quería?

—Verás, Bakugo...

Aléjate —volvió a refunfuñar con labios apretados.

Tuvo que levantar sus manos para detener el pecho de Kirishima de impactar con el suyo. Su piel estaba mojada y caliente; su corazón corría una carrera debajo de sus dedos.

—El secreto es...

Katsuki suplicó que la tortura se detuviera. No estaba seguro de cuánto tiempo más podría soportar aquella cercanía antes de que doliera físicamente. Y odiaba a lo que se refería.

Pero Kirishima no lucía con ánimos de quitarse de encima. Pegó su boca contra el lóbulo de Katsuki, y respiró un par de veces contra él, hasta que habló:

—Usó mi propia saliva.

A Bakugo le tomó medio segundo procesar la mierda que acababa de escuchar.

Torció el cuello para observar la sonrisa ladina y burlona de Kirishima, que cada vez tenía más y más problemas para aguantarse una carcajada que comenzaba a dar espasmos en su cuerpo.

Bakugo gruñó tanto que sintió que se le secaba la garganta. Tomó impulso con las palmas de las manos para golpearle en el pecho, quitándole el aire —y la mueca burlona— por un instante. Aprovechó el momento para alejarse furioso del agua.

Kirishima entonces empezó a reír.

—¡No sé por qué te enojas! —exclamó el chico—. Tú me preguntaste, y yo te respondí. No tienes idea lo pegajosa que es la saliva de dragón.

—¡Púdrete, Kirishima!

Katsuki le enseñó el dedo medio, lo que hizo reír todavía más al pelirrojo mientras salía del agua. Por suerte estaba ocupado secándose las lágrimas como para espiar las duras líneas de su cuerpo desnudo.

—Eres un jodido imbécil —volvió a mascullar.

—¡Anda, perdóname, Bakugo! —dijo Eijirou con los labios apretados—. Puedo prestarte mi saliva a modo de disculpas.

El Firewalker chasqueó la lengua. Estaba enfurecido. Se fue de allí dando zancadas, goteando agua caliente por cada parte de su cuerpo y cabello. Tenía la cara y las mejillas ardiendo tan fuerte como los Campos Tórridos que le llenaron de cicatrices las plantas de los pies cuando solo era un niño.

Escuchó a lo lejos que Kirishima chapoteaba otra vez en la piscina termal. Siguió andando.

¡Le importaba una mierda lo que se decidiera hacer ese tonto dragón!

Encontró un lugarcito cerca de un peñasco que daba una bonita vista nocturna hacia un pueblo del que no tenía idea su nombre. Katsuki solía despreciar las casitas adorables de Yuuei, con sus techos a dos aguas y sus lámparas decorando entre calles durante la noche.

Pero en ese momento, cualquier visión era mejor que la de Kirishima.

Se sentó cerca del borde, desnudo, todavía goteando agua. Corría una fina brisa nocturna pero no le importó. Se lo aguantaría hasta estar completamente seco solo para enfundarse su ropa y dormir hasta que al bastardo se le ocurriera dejar de jugar.

A sus espaldas, seguía escuchando a Kirishima chapotear y reírse solo de quién sabe qué. Apretó fuertemente los dientes; entre furioso con el idiota, pero también consigo mismo por haberse ido del pozo termal tan dramáticamente.

No había vuelta atrás.

Y aunque se moría por darse la vuelta para observar a Kirishima disfrutando de la piscina, riéndose, joder, tal vez incluso burlándose a su costa...

No lo hizo.

Si había algo más fuerte que el autocontrol del que Bakugo hacía uso al lado de Kirishima... ese era su jodido orgullo.

Retomaron el viaje a la mañana siguiente. En algún punto de la noche, Bakugo cayó dormido cerca del peñasco, pero no fue allí donde amaneció.

Estaba cerca de las aguas termales y envuelto en su capa.

Le ardieron las orejas solo de pensar que Kirishima cargó con su cuerpo desnudo en medio de la noche. ¡Maldita sea, seguro el bastardo también estuvo desnudo mientras lo hizo...!

Pero como no podía asesinar a su transporte si quería llegar donde el jodido Oráculo —y reencontrarse con Mitsuki—, decidió fingir que nada eso ocurrió. Se encontraba mucho más sereno si se mentía a sí mismo que seguro se despertó en la noche para cubrirse con la capa; que estaba tan dormido que no lo recordaba.

Kirishima tampoco mencionó nada al respecto. Simplemente se dedicó a ser el bufón sonriente que era, deseándole los buenos días y ofreciendo algunas setas que acababa de encontrar como desayuno.

Las cosas parecían volver a lo de siempre. Si todo seguía así, olvidarse de las aguas termales —y del beso, si los dioses lo permitían— no sería tan difícil.

—Cuida mi ropa —dijo Kirishima, desnudo una vez más, tendiéndole las prendas.

—Por supuesto que lo haré, idiota —Bakugo gruñó—. ¡No puedes andar desnudo por la vida!

Kirishima se dio la vuelta, tragándose una sonrisa. Katsuki estaba casi seguro que también le contorneó las nalgas mientras se alejaba de él para comenzar su transformación.

Podía ser algo de grotesco de ver para otros, y Katsuki no lo admitiría jamás, pero verlo convertirse en un dragón siempre era alucinante a sus ojos.

La forma en que sus huesos parecían quebrarse y se estiraban, la piel transmutándose en brillantes escamas escarlatas, su pelo en punta formando dos inmensos cuernos, las alas membranosas que crecían entre el hueco de su cuerpo y los brazos.

Kirishima rugió cuando volvía a ser una bestia alada de al menos veinte metros. Los ojos de Bakugo siempre brillaban cuando le extendía el ala, invitándolo a subir sobre su lomo y cabalgar otra vez entre las nubes.

Cualquier furia de la noche anterior se borró mientras cobraban altura hacia el cielo. Juntos.

—Maldito Kirishima —exclamó Bakugo para sí mismo, pero no estaba enojado.

Sonreía.

Se sujetaba de la rugosidad de sus escamas, dejando que el viento le alborotara el cabello dorado típico de su tribu. Cerró los ojos para sentir el frío contra las mejillas y que le cortaba la piel. Ni siquiera le molestaba.

Kirishima giraba el cuello cada tanto para asegurarse que no había perdido a su jinete —como si Bakugo fuese a dejarse caer—, y dejaba escapar pequeños gorjeos típicos de su especie. Tal vez aliviados, tal vez divertidos de observarlo comportarse como un mocoso que jamás había tocado el cielo.

Y Bakugo conocía los cielos. Los conocía y había saboreado el azul del firmamento más que nadie.

Hasta se odió por haber compartido su mundo con los zopencos que tuvo empernados durante el viaje. No les recordaba demasiado —ni los extrañaba, tampoco—, pero era en momentos así donde no podía evitar sentir recelo de lo que le pertenecía.

El Valle del Oráculo comenzó a tomar forma en la lejanía. Lo supo por las colinas que lindaban a la pequeña depresión que se formaba entre sus vertientes. Kirishima también lo reconoció, ya que sus alas perdieron velocidad y comenzó a descender cerca del río que atravesaba las colinas.

La vegetación seguía siendo exuberante y las estatuas igual de mohosas. Katsuki —luego de dejar las ropas del bastardo de Kirishima sobre una estatua de un ancianito— las atravesó todas, ignorando a los viejos héroes y dioses habitaban eternamente entre las colinas.

Vio a Midnight y su daga —la reconoció de inmediato por la estatua en la Iglesia de la Noche. Una mujer de largo cabello, penetrantes ojos y pronunciadas curvas bajo su traje.

También estaba Trece y su máscara. Su rostro, género o cuerpo eran indistinguibles entre su disfraz. Ni siquiera conocían su nombre.

Otro héroe que reconoció por la placa fue Vlad King, con una mano extendida hacia el horizonte y la otra sosteniendo su antiguo libro de magia. Estaba lleno de cicatrices, y sus rasgos eran toscos.

El cuarto héroe se trataba de Hizashi Yamada. Vestía ropas tribales, y montaba sobre una bestia alada tan amenazante como Kirishima. Reconoció el escudo Firewalker que habían recuperado de la Ciudad de las Sombras.

Pero la más imponente, por supuesto, era la de Toshinori El Magnífico. Casi un metro más grande que el resto, y brillando pese a los años de descuido y suciedad. Bakugo no podía saberlo, pero estaba seguro que la estatua captaba perfectamente su ancha sonrisa. La espada que cargaba con ambas debía ser tan alta como el mismo Katsuki.

No pudo evitar quedarse más tiempo para apreciarla. Hasta donde sabía, solo era una réplica de la inmensa estatua a las afueras del Castillo de Yuuei: la misma que fue levantada sobre el punto exacto donde Toshinori desapareció.

Katsuki desafió con la mirada a la estatua. Casi esperaba que cobrara vida y le respondiese a sus amenazas, pero seguía siendo solo un pedazo de piedra tallada.

Seré más famoso que tú, musitó para sí mismo. Más famoso que todos ustedes.

Aunque hasta sus propios pensamientos titubeaban al surcar su mente. Una parte de él estaba seguro que nadie podría ser tan grande como Toshinori. Y le admiraba por ello —por haber conseguido la gloria que él tanto ansiaba.

Se dio cuenta que no había rastros del sexto héroe. O no a simple vista.

No pudo seguir buscando ya que sintió los enérgicos pasos de Kirishima atravesar la vegetación.

—¿Qué hacías? —preguntó curioso.

—Nada —Katsuki rodó los ojos—. Apresúrate.

Bakugo comenzó a andar dando zancadas, con Kirishima pisándole los talones. Vagaron por un rato sin tener ni un rastro del templo de columnas de mármol; comenzó a irritarse.

—¡¿Dónde mierda estaba ese estúpido templo...?! —farfulló—. Kirishima, prende fuego a todas estas plantas del demonio.

—¡Bakugo, estás demente!

—¡Que lo hagas...!

Se detuvo un instante. Sus oídos creyeron captar algo en la lejanía: era un ruido pequeño, casi inaudible, pero Bakugo era un cazador nato. Tenía sentidos más desarrollados.

Kirishima también lo escuchó ya que su boca quedó abierta en un pequeño círculo. Ninguno movió un solo músculo, esperando que aquel eco se repitiera otra vez antes de poder identificarlo.

—¿Qué...?

Bakugo levantó un dedo para que Kirishima cerrara la boca.

Lo supo entonces.

Era un rugido. Un llamado.

Mitsuki, pensó con el corazón a punto de estallarlo.

Echó a correr en dirección al lamento. Kirishima le persiguió unos segundos después.

—¡Bakugo! ¡Detente! ¡Ouch! —Le escuchó quejarse tras golpearse con las inmensas plantas—. ¡Más despacio!

Ni siquiera se detuvo a responderle. Solo siguió y siguió, guiándose por el llanto de Mitsuki que cada vez era más y más claro.

Sus piernas se movían por sí solas.

No tuvo idea de cuánto corrió, e ignoró por completo el quejido de sus músculos tensándose ante tanta velocidad en tan poco tiempo. Jadeaba tanto que creyó que le estallarían los pulmones, pero antes de darse cuenta ya tenía las inmensas columnas de mármol del Templo enfrente de sus ojos.

—¡Ba... ku... go...! —Kirishima jadeó a sus espaldas. Estaba seguro que se desmayaría allí mismo—. ¡Jo... der...!

El rugido de Mitsuki se hizo más fuerte. Estaba llamándolo. Ella sabía que estaba allí —no entendía cómo podía saberlo, pero lo hacía. Suplicaba por la presencia de su amo.

Echó a correr otra vez. Bordeó el templo a través de su gran estructura, saltando entre las rocas del río que separaban una orilla de la otra, hacia la entrada trasera del recinto y donde recordaba haber dejado a Mitsuki.

No estaba preparado para verla, pero maldita sea que deseaba hacerlo desde que se separaron.

—¡Mitsuki! —chilló Bakugo a todo pulmón—. ¡Mitsuki, soy yo!

Sus piernas flaquearon y cayó de bruces sobre el suelo con las rodillas. Sintió que su hueso se quejaba, pero ni siquiera tenía tiempo para lamentarse por la herida.

Se arrastró por la tierra, hasta que finalmente una figura de diez metros y alas tan doradas como el sol le cubrieron la vista de todo lo demás. Una de ellas estaba rota y torcida, pero seguía viéndose tan majestuosa como una diosa enfurecida.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Mitsuki —murmuró.

El rugido de su dragona fue tan fuerte que partió la tierra. Katsuki casi esbozó una sonrisa ante la imagen de su antigua compañera alada, la que le había costado todo en la vida pero también le entregó todo lo que tenía.

Mitsuki depositó sus garras delanteras sobre la tierra. Observó al pequeño humano tendido sobre el suelo —ella podría haber pensado que era diminuto e insignificante, pero nunca lo hizo.

Su dragona era una pura sangre y no tenía la inteligencia humana de Kirishima. Nunca le obedecería por completo a menos que realizara el ritual de sangre que unía al Firewalker con su dragón. Y por supuesto, Bakugo jamás lo había hecho: ningún chamán de la tribu quiso auspiciar la unión.

Pero Mitsuki había sido obediente. Una compañera, incluso sin el ritual. Le había amado sin ataduras ni ritos que la obligaban a hacerlo. Era una bestia hermosa y noble.

Se puso de pie con un siseo al sentir su rodilla posiblemente rota. La caída no fue bonita. Se fue rengueando hasta la dragona que le miraba curiosa y la cabeza ladeada.

—Mitsuki —volvió a decir Bakugo con las manos en alto—. Ven a mí, hermana.

Mitsuki inclinó el cuello hasta la altura de Bakugo. Ella acercó el hocico de a poco, olfateando el aire con cuidado en caso de que se tratara de una amenaza. Bakugo no se movió; esperó paciente hasta que sintió su hervida respiración cerca de su cuerpo, inspeccionándolo poco a poco.

Mitsuki le miró con sus grandes ojos con irises como rendijas. Él le devolvió aquella mirada, bajando la guardia por completo y enseñándose a ella sin la coraza que siempre usaba.

Debió ser eso lo que hizo que Mitsuki frotara su cabeza contra su cuerpo. Las escamas le raspaban sobre el torso desnudo, pero a Bakugo no le importó. Se prendió de su cuello como si jamás hubiese abrazado a alguien, acariciando las escamas color ocre con sus manos callosas.

—He vuelto por ti, maldita dragona —musitó Bakugo con la voz ronca—. Te dije que iba a volver, tonta.

Mitsuki no le entendía, pero ella se dejaba acariciar por su mano inquieta. Soltó un rugido que le recordó al maullido de un pequeño gatito. Katsuki cerró los ojos, y rememoró en aquel abrazo todo lo que había vivido en su vida como Firewalker.

Se sentía como un tiempo completamente lejano e irreal.

Estaba tan ensimismado en sus memorias que no notó cuando el cuerpo enteró de Mitsuki se tensó de repente. Sus colmillos se vieron amenazantes en su boca abierta, que profería rugidos tan fuertes como gritos. Sus alas se extendieron —incluso la rota— en completa señal de amenaza.

Tuvo que dar un salto hacia atrás o hubiese sido herido por alguno de sus dientes y garras. Golpeó el suelo con el trasero.

—¡Mitsuki! ¿Qué mierda...?

Ella no dejó de gruñir y arañar el suelo en una dirección en concreta.

Katsuki siguió el camino, y se sorprendió de verdad al ver la estupefacta silueta de Kirishima en frente de Mitsuki. El muchacho pelirrojo no se movía. Estaba embelesado y aterrorizado ante la figura de la flamante dragona enfurecida que le rugía.

—¡Kirishima, quítate de ahí, estúpido! —chilló Bakugo—. ¡Se está asustando!

—Y-yo... —musitó Eijirou—. B-Bakugo...

Mitsuki volvió a gruñir. Abrió la boca y supo en ese exacto momento que estaba a punto de escupir una llamarada de fuego en dirección a Kirishima.

Bakugo sintió que se le hundía el corazón hasta los pies. Intentó levantarse, pero el dolor en la rodilla le hizo caer otra vez.

El calor del fuego le abrasó en las mejillas y las palmas de las manos. Un grupo de arbustos se prendieron en llamas al instante. No había rastro de Kirishima o de su cuerpo calcinado.

¿Podría su forma humana soportar el calor de las llamas? Bakugo no quería averiguarlo.

Lo buscó con la mirada hasta que lo encontró, escondido entre una de las estatuas de los dioses. Mitsuki lo encontró, y arañó el suelo con sus garras en dirección a él. El chico solo tuvo tiempo de saltar una vez más antes de ser alcanzado por el escupitajo de fuego.

—¡Mitsuki! —vociferó Bakugo—. ¡Te ordeno que te detengas ahora mismo!

La dragona no entendía o simplemente no escuchaba. O le ignoraba. Ella seguía buscando, encolerizada, al pequeño humano de cabello rojo al que veía como una amenaza.

Bakugo corría en busca de Kirishima, pero siempre tenía que alejarse un segundo antes o sería engullido por el fuego. Poco a poco, las estatuas comenzaron a calcinarse y algunas partes de la vegetación prendieron como madera seca.

—¡Kirishima, maldita sea, transfórmate y aléjate!

—¡Será peor! —chilló Eijirou—. ¡Eso solo va a enojarla más!

—¡Ya te ha visto como dragón! ¡Y antes no te ha hecho nada...!

Sin embargo, Kirishima siguió haciendo caso omiso de sus palabras. Eligió seguir huyendo, pero en poco tiempo todos los caminos quedaron sellados por líneas de fuego que amenazaban con tragárselo.

Mitsuki cargó enfurecida hacia él. Kirishima no tenía a dónde huir. Bakugo pudo ver el terror a morir en el rostro del otro muchacho.

Lo supo porque sintió ese mismo terror en su propio pecho.

Decidió que no le importaba lo que vendría después. Tenía que intentarlo, al menos.

Se levantó como pudo, trotó pese a su rodilla destrozada y se posicionó a medio camino entre las fauces llameantes de Mitsuki y la vida de Eijirou Kirishima.

La dragona se detuvo, furiosa. Ella le rugió como si le desconociera por completo pero no lanzó una cortina de humo en dirección a Bakugo. Los ojos de ambos ardían con algo que no consiguió comprender hasta después.

Traición.

Katsuki levantó el dedo para señalarla.

—¡Te prohíbo que te acerques a él! —gritó—. ¡No puedes tocarlo, ni dañarle! ¡ me obedeces!

Ella siseó entre sus colmillos. Una ola de vapor brotó de su hocico. Sabía que estaba conteniendo las llamas que crecían en su interior y que debían estar preparadas para rostizar a aquellos dos humanos traicioneros.

Mitsuki abrió otra vez la boca, pero una profunda voz a sus espaldas le hizo detenerse de la masacre que planeaba perpetuar.

—Mitsuki —exclamó la voz—. Ya es suficiente.

La dragona se giró todavía encolerizada. Gruñó hacia la pequeña figura con una túnica blanca que bajaba por las escalinatas del templo, bordeando las llamas que se disipaban poco a poco —¿cómo podía ser posible? ¿Magia, tal vez?— con cada paso que daba.

Mitsuki dio un paso atrás para que el recién llegado pudiera acercarse a Bakugo y Kirishima —el cual ya estaba a su lado y apretándole el antebrazo con una fuerza mortal. La dragona se alejó hasta una de las esquinas del templo, siseándoles a todos a lo lejos.

Le reconoció al instante. Aunque ciertamente no recordaba el nombre de aquel tipo tan irrelevante.

—¡! —Katsuki exclamó con tono ronco, señalándole—. ¡El maldito sirviente del Oráculo!

El muchacho frunció las cejas. No le gustaba ser llamado de esa forma.

—No soy su sirviente, estúpido engreído —masculló con su tono profundo y monótono—. Podrías agradecerme por salvarte de que tu propia dragona te cocinara vivo como si fueses una gallina.

Katsuki quiso arremeter contra ese charlatán flacucho y ojeroso, pero el brazo de Kirishima golpeó contra su pecho para que no pudiese avanzar.

—¿Shinsou, verdad? —dijo Eijirou—. Eres el aprendiz del Oráculo. El que nos recibió a todos cuando llegamos la primera vez.

Shinsou les dio una sonrisa irónica y torcida. Bakugo gruñó al verla, pero también al recordar al resto de estúpidos con los que tuvo que cruzar su camino esa tarde en el Templo.

Fue el maldito Oráculo quien unió su glorioso destino al de todos esos inútiles fracasados.

Estúpida profecía y doblemente estúpido Yuuei. Los demonios podían devorarse aquella tierra si les apetecía.

—Creo que las bestias tienen más modales que los presuntos humanos.

Sintió entonces la furia bullendo en su interior.

—¡Te mataré! ¡Te mataré cien veces si es necesario, imbécil!

Katsuki casi se lanzó hacia el muchacho aprendiz. El chico no se inmutó al tener prácticamente encima a un sanguinario Firewalker. Debió haber confiado demasiado en que Kirishima le sujetaría de la cintura y lo apresaría contra su pecho.

Volvió a sonreír cuando le tuvo apresado, dando patadas al aire como si fuese un animal rabioso.

—Así está mejor —rió Shinsou con sorna.

—¡Te voy a romper cada hueso de ese cuerpo enclenque que tienes! ¡Bastardo del demonio!

—Perdónale —Kirishima dijo entre sus intentos por contenerlo—. Es un poco pasional.

Shinsou arqueó una sola ceja. Le miró de arriba abajo con autosuficiencia.

—Un necio, diría yo.

—¡Kirishima, suéltame ahora que voy a matar a este bastardo...!

—No lo harás —espetó Shinsou—. Si me matas, Mitsuki se volverá loca otra vez y los matará.

Katsuki bufó una carcajada maliciosa. ¿Acaso ese gusano se creía tan importante como para controlar a su dragona...?

Pues lo ha hecho, dijo una voz en su mente que Bakugo acalló a puñetazos.

—¿Tú crees que ella te hará caso a ti y no a ? ¡No me hagas reír! ¡Soy su amo! ¡No tú!

—En efecto, lo eres —Shinsou asintió—. Pero yo he tenido que cuidar de ella y alimentarla durante tu luna de miel por el reino. No ha sido agradable para mí, y creo que me he ganado su respeto al ver que no puede asesinarme porque la magia del Oráculo me protege.

—¡Estás mintiendo para que no aplaste tu cráneo ahora mismo!

Shinsou levantó las cejas hacia Bakugo. También cruzó ambos brazos.

—Me puedes atravesar el corazón con ese sable tuyo que tienes, y no voy a morirme hasta que el espíritu del Oráculo decida que es mi hora de partir.

Kirishima le susurró algo inentendible al oído, y poco a poco Bakugo se calmó. También ayudaron las caricias del muchacho contra su piel. Decidió soltarlo despacio para decidir que ya no era una amenaza andante.

No corrió a estrangular a Shinsou, así que eso podía contar como avance.

—¿A qué mierda te refieres con eso de que salvaste que Mitsuki nos matara? —preguntó Bakugo con el mentón alzado.

Shinsou suspiró como si tratase con un par de niños que nada sabían de la vida. Tal vez no podía matarlo, pero estaba seguro que podría propinar un puñetazo en su estúpida cara bonita.

—Ella cree que has cambiado de compañero.

—¿Cómo diablos ibas a saber tú eso? —bufó Bakugo—. ¿Acaso eres doctor en dragones, pelmazo?

—No, alimaña descerebrada —Shinsou comenzaba a irritarse—. Puedo verlo. Sentirlo. Sé lo que cada persona y criatura desea. Y ahora mismo, Mitsuki puede oler tu esencia por todo el cuerpo de Kirishima. Cree que te ha hecho suyo y le has abandonado.

—¡Eso no es cierto...! ¡Es mentira!

Pero la mirada enfurecida de Mitsuki en la distancia le confirmaba que el bastardo de pelo púrpura no estaba mintiendo. Ella lucía enojada, pero era un enojo derivado del dolor.

Reaccionaba exactamente igual que él ante una herida emocional.

No se atrevía a mirar a Kirishima. No en ese momento. No sabía si le odiaba o qué mierda sentía en ese momento.

Lo que sí estaba seguro que odiaba era la cara del estúpido Shinsou.

—¿Cómo es que puedes verlo todo? —inquirió Eijirou a su lado. Se escuchaba desconfiado—. No eres el Oráculo.

La mirada burlona de Shinsou entonces se ensombreció y todos sus músculos se tensaron. Bakugo comprendió al instante lo que estaba pasando. Kirishima lucía tan tontamente perdido como siempre.

Pero ambos intercambiaron una mirada de incertidumbre luego de que Shinsou pronunciara una última oración:

—No por ahora —dijo con un dolor camuflado de seriedad—. Creo que deberían venir conmigo.

Se adentraron por la puerta trasera en el corazón del Templo. Bakugo lo agradeció mentalmente porque se negaba a atravesar la estúpida piscina de sangre y sacrificios.

Ya no le quedaban muchas cosas que ofrecer como pago.

Kirishima casi le pisaba los talones, y Bakugo perseguía la cabellera de Shinsou para no perderse entre esos polvorientos túneles. Olía a moho, sangre y suciedad.

—¿No piensas hablar, estúpido? —gruñó Bakugo—. ¿Cómo sé yo que esto no es una trampa?

—Bakugo —regañó Kirishima—. Ten un poco de tacto.

Rodó los ojos, farfullando entre dientes por lo bajo. Era imposible que Shinsou no le escuchara en aquel silencio túnel, pero debía tener más paciencia que Bakugo.

No es como si fuese algo difícil de superar.

Al cabo de pocos minutos encontraron la habitación circular donde el Oráculo les había recibido por primera vez. El aroma a incienso era más tenue, y el cuenco con la llama púrpura era solo una pequeña flamita que moría poco a poco en medio del aceite.

Estaba más oscuro y hacía mucho más frío. Bakugo se frotó los brazos y los dientes le castañearon. Shinsou, que había estado a su lado, se alejó en otra dirección.

—¡Oye, no te vay-...!

Se calló. Siguió la dirección que Shinsou tomó entre los escombros del lugar hasta que el muchacho se agachó al lado de una cama improvisada donde un bulto oscuro yacía.

Kirishima ahogó un jadeo. Bakugo le sujetó por la muñeca y le arrastró hasta Shinsou. Su mirada no era tan cínica y dura; sino mucho más triste y abatida.

Pero también notó que sus ojos violetas brillaron con furia cuando volteó la cabeza tras sentirlos a su lado.

—Aquí está —masculló Shinsou—. Seguro es lo que tú querías, ¿no? Que pague por lo que tomó de ti.

Bakugo tragó saliva. Miraba estupefacto hacia el cuerpo que descansaba sobre la piedra, pero su cabeza no era capaz de conectar todos los puntos correctamente.

Un hombre casi anciano —las canas pintando entre las mechas azabaches de su larga cabellera— respiraba entrecortadamente,  como si le doliera el simple hecho de hacerlo. Tenía las manos encima del pecho y sus ojos estaban cerrados en una cara surcada de arrugas.

Le costó más de un minuto reconocerlo. Bueno, la verdad es que lo había hecho desde el principio —pero se negaba a creer que fuese verdad.

Aquel anciano moribundo no podía ser Aizawa, el Gran Oráculo de Yuuei.

—¿Qué le ha pasado? —Kirishima verbalizó sus pensamientos, solo que su tono se escuchaba más horrorizado—. ¿Se va a...?

—Es la profecía —respondió Shinsou—. Ningún vestigio de la historia puede quedar en pie cuando la nueva termine de escribirse. Aizawa no puede vivir dos grandes guerras porque el destino no lo quiere.

—¿Vivir dos grandes guerr-...? Oh.

Oh. Por supuesto. Mierda que sí.

Aizawa era el sexto héroe de Yuuei. Había luchado junto a Toshinori, y Midnight, y Yamada, y Trece, y también Vlad King.

Era el dueño y portador de la última reliquia, también: la maldita piedra de la que no tenían ninguna idea.

Estuvo a punto de preguntar si la tenía encima —por muy desalmado que aquello fuese—, pero los grandes ojos del Oráculo se abrieron sacándoles un susto a todos excepto a su aprendiz.

La esclerótica de sus ojos estaba surcada de venas rojizas y apenas se distinguían sus irises en aquellas pupilas tan oscuras. Katsuki sintió un escalofrío cuando clavó su mirada en él y le habló:

—Pensé... pensé que no llegarían a tiempo —dijo Aizawa con la voz cansada—. Creí que nuestro primer encuentro sería también el único. Pero Shinsou estaba tranquilo. Él... él sabía que vendrían. Sus poderes han ido en aumento en las últimas semanas.

Katsuki miró de reojo al muchacho. Parecía estar luchando con un tornado de emociones adentro suyo.

Eijirou se arrodilló junto al Oráculo, sonriendo tristemente hacia el hombre. Tomó una de las huesudas —y amarillentas— manos del hombre entre las suyas.

Intentaba verse optimista, pero su estado no era nada alentador.

—Aizawa —Kirishima dijo su nombre con sumo cuidado, como si fuese un hombre al que conociera de toda la vida—. Tranquilo. Ya vinimos.

Aizawa resopló una risa que no se escuchó.

—Niños tontos —bufó—. Había... había querido equivocarme con la profecía. Cuando me di cuenta que mi hora llegaba, desee que mis presagios fuesen una mentira y no tuviesen que vivir lo que yo y los demás héroes pasamos antaño. Desee que pudiesen volver a casa y ser niños otra vez. Todos ustedes.

Por su mirada, Bakugo dedujo que aquello incluía a su joven aprendiz Shinsou que se tragaba las lágrimas con todas sus fuerzas.

—No es como si tuviéramos un hogar al que volver —respondió Bakugo.

—De alguna forma, encontramos nuestro hogar al lado de los otros —agregó Kirishima con una sonrisa—. ¡No creerá lo bien que nos llevamos todos! Somos un verdadero equipo, ¡seremos héroes!

Aizawa trató de curvar la comisura de su boca en una sonrisa pero estaba demasiado débil.

—Nunca tuve dudas de que lo serían. Es solo que son un grupo de niñatos orgullosos, y supe que tendrían que vivir demasiados horrores para que se diesen cuenta de lo que ustedes valen...

Se le escapó un suspiro. Volvió a cerrar los ojos, y los presentes le permitieron que su mente viajase a casi un siglo atrás. Katsuki dedujo que sus palabras no se debían a algo visto con sus poderes místicos —era la experiencia de su vida la que estaba hablándoles.

—Midnight estaba loca, y Yamada era tan ruidoso y enérgico que siempre apoyaba sus planes. Vlad era amargado, y siempre tenía que amarrarlos con magia de sangre para que no nos metieran en problemas —contó, en paz—. Trece era bueno, pero a veces le daban ganas de ser bromista junto al resto. Y Toshinori lo permitía todo. Una pandilla de sinvergüenzas, pero mentiría si digo que no estoy orgulloso de haber peleado con todos ellos.

Katsuki empezó a parpadear rápidamente. Se molestó consigo mismo al sentir la visión casi nublada, por lo que tuvo que frotarse rápidamente con la palma para eliminar cualquier rastro de lo que podría pasar si eso seguía.

¡Como si necesitara ponerse emocional al pensarse en los otros cuatro inútiles de los que se había separado! Bufó de la tremenda estupidez que era eso.

A Kirishima sí se le había escapado una lágrima. Su rostro estaba contorsionado con la tristeza; Katsuki deseó poder secar todas aquellas lágrimas y asesinar a quien fuera que se atreviera a provocarlas otra vez.

No es que tuviese un significado más profundo —Kirishima y las lágrimas simplemente no iban bien juntos.

Era solo lo lógico.

—No ha sido fácil verlos ir. Uno por uno. Primero Vlad, en la guerra. Y luego Yamada cuando decidió que nos salvaría a todos de la profecía. Y Toshinori desapareció. Midnight y Trece murieron en exilio, y yo me volví un aprendiz de Oráculo de mi predecesor. Cuando murió, me tocó a mí llenar su puesto.

Hizo una pausa para respirar profundamente y abrir los ojos hacia Shinsou. El muchacho permanecía estoico, pero con cada palabra que salía de la boca de Aizawa le cayeron pesadas lágrimas por las mejillas.

—Pero había visto la profecía. Sabía que, tarde o temprano. La historia se iba a repetir. Así que regresé a mi nativa Ciudad de las Sombras y me robé a un bebé huérfano que sabía podría llenar el puesto que yo dejé, que mi maestro dejó y todos los que estuvieron antes que él —Apretó otra vez los párpados—. Perdóname por robarte la vida normal que te merecías, Hitoshi.

—No lo hagas —El chico negó—. Yo no hubiese querido otra cosa que ser tu alumno... por favor... tienes que aguantar... solo un poquito más...

Aizawa ignoró su petición. Simplemente le dedicó una mueca llena de cariño paternal.

—Serás el mejor Oráculo que Yuuei ha tenido —dijo—. Lo sé. Lo he visto. Por eso te elegí a ti entre cientos de huérfanos de las sombras. No solo serás un Oráculo, sino que te recordarán como un héroe. Tú sabrás las decisiones que tienes que tomar, Hitoshi.

Shinsou se arrodilló al lado de Kirishima. El dolor por fin irrumpió en su rostro tan serio con lágrimas que no dejaban de caerle.

—Sé que puedes aguantar un poco más —suplicó—. Estos dos te necesitan para encontrar la piedra. Yuuei te necesita... yo te necesito, Aizawa.

—Sabes muy bien que mi destino ha sido sellado —habló Aizawa—. Y no me necesitan para encontrar la piedra. Tú eres el Oráculo ahora. Te necesitan a ti. Yuuei te necesita a ti.

Kirishima desprendió la temblorosa mano de Aizawa. El hombre la llevó hasta los cabellos de Shinsou y le acomodó las mechas desaliñadas. Shinsou negó con la cabeza al comprender que la partida era inminente.

—Tienes que encontrar la piedra de Yuuei. La van a necesitar, y no solo porque es una reliquia de la profecía. Mi reliquia.

Aizawa olvidó por un instante al pobre diablo de Shinsou que sollozaba en silencio solo para enfocarse en Katsuki. Se irguió al sentir que le observaban, alzando el mentón de manera desafiante.

—No voy a disculparme aunque estés muriendo —dijo—. Tú y yo sabemos que las disculpas poco honestas no sirven de nada. Y sé bien que no te interesa hacer un teatro de todo esto.

Kirishima volteó la cabeza para fulminarlo. Aizawa sonrió sin enseñarle los dientes.

—Veo que tu soberbia todavía no te ha ahogado, Bakugo Katsuki —Aizawa se burló—. Pero no eres el mismo. Haz cambiado; y no necesito de mis poderes para saber que no eres el mismo niño estúpido que solo se preocupa por sí mismo. Morirías por aquellos que amas; ahora puedo verlo.

—Creo que está demasiado decrépito y no sabe de lo que habla —dijo Bakugo con altanería—. ¡Ahórrese las mentiras!

—Puedes mentirme a mí y a los demás pero nunca podrás mentirte a ti mismo, Bakugo.

Se mordió la lengua antes de soltar una sarta de improperios a un viejo casi moribundo. Se odió también por ello, porque el Katsuki de antes no hubiese tenido problema con hacerlo; se estuviese muriendo alguien o no.

¿De verdad podía ser alguien diferente como le decían?

Aizawa cerró los ojos una vez más. Ni siquiera tenía fuerzas suficientes para volverlos a abrir.

Ya no lo hizo.

Era como si le doliera más que solo el cuerpo —le dolía la voluntad de vivir.

—Si la historia tiene que repetirse, al menos que sea porque así ustedes lo eligieron —dijo el Oráculo—. Escriban sus propios destinos.

Respiró cada vez con más lentitud. Katsuki nunca se había creído eso de que la vida se apagaba poco a poco del cuerpo de las personas; tal vez porque sus padres, Hakamata, o incluso todas sus víctimas, sufrieron una muerte demasiado rápida y violenta que les arrebató la vida en solo un suspiro.

Ninguno había tenido tiempo de procesar que la muerte les tocaba la puerta.

—Tal vez al fin pueda encontrarme con todos —continuó Aizawa—. Veré a Midnight. A Trece. A Vlad. A Toshinori... y a Hizashi.

La llama púrpura del cuenco se apagó.

Los tres quedaron en un silencio de ultratumba, observando hacia el cuerpo ya inerte del antiguo Oráculo de Yuuei. Aizawa se veía demasiado en paz —si no fuera por su piel de un tono mortecino y porque ya no estaba respirando.

Kirishima se puso de pie y se quedó al lado de Bakugo. Ambos observaban a la figura encogida de Shinsou todavía sujetada a la huesuda mano de su antiguo maestro.

—Lo siento —balbuceó Kirishima—. Perder a alguien que amas debe ser horrible.

Bakugo se rió, pero en su risa solamente había tristeza y un poco de ironía.

—Duele como la mierda —agregó—. Puedes llorar todo lo que necesites, bastardo. Yuuei puede esperar a que hagas tu duelo.

Shinsou no se dio la vuelta sino que continuó sollozando casi en silencio. Kirishima, por su parte, le miraba con curiosidad por su repentina muestra de verdadera compasión humana. Estaba un poco maravillado.

Katsuki no iba a darse demasiado crédito por una estupidez.

No supo cuantos minutos pasaron hasta que el ambiente cambió por completo en la sala. El frío descendió todavía más y cada lámpara se apagó, sumiéndolos en una completa oscuridad por al menos diez segundos.

—¡¿Qué mier-...?!

Kirishima gritó al ver el cuenco estallando en llamas púrpuras otra vez. Nada quedaba de la pequeña flamita de minutos atrás: era un verdadero estallido de fuego violeta que iluminaba la oscura sala del Oráculo.

Shinsou enderezó los hombros casi de forma automática. Soltó la mano de Aizawa y la depositó con cuidado junto a la otra encima de su pecho. Se puso entonces de pie, quedándose un instante de espaldas ante los dos atónitos muchachos.

De repente giró la cabeza. Y sus ojos brillaban con la misma furia que las llamas púrpuras del cuenco.

Katsuki sujetó la muñeca de Kirishima tras el susto. Los dos dieron un paso atrás que casi les hizo tropezar. Pero Shinsou no buscaba hacerles daño —no de momento— ni tampoco espantarlos de allí.

Solamente les miraba con sus ojos como fuego violeta y su rostro lleno de lágrimas secas.

—¿Quieren encontrar la piedra, no? —habló con su voz amplificada por tres—. Ahora puedo verla. Sé dónde está. Solo un Oráculo puede ubicarla.

Les tendió una mano de dedos larguiruchos, tan pálidos como la luz de la luna. Y sonrió, tan críptico como lo hizo el Oráculo Aizawa la primera vez que lo vieron:

—Pero solo alguien con voluntad de héroe es capaz de arrebatarla de su escondite. Cualquier otro que lo intente, perecerá.

Katsuki y Eijirou se quedaron completamente atónitos ante su aterradora voz y todo lo que les decía. Ninguno dijo nada, ni tampoco eran capaces de entender el verdadero significado de sus palabras.

Después, Shinsou se desmayó. Y las llamas del cuenco se apagaron para dejarlos otra vez en la densa oscuridad.

¡Aquí concluimos este pequeño viaje de una semana! Más de 30K palabras, una autora casi calva, portada nueva, 108K lecturas, casi 16K votos, un montoooon de bellos comentarios y locas teorías y también actus de fics atrasadas para mí ;u;

¡No puedo decir que me arrepiento! Porque la verdad no lo hago. Ha sido difícil, pero he amado hacer esto. Sí, fue duro. Sí, más de una vez quise abandonar porque no me daban los tiempos. ¡Pero llegamos! Hacer un maratón de este fic era algo que quería hacer desde que empecé, y esta excusa era perfecta. Muchísimas gracias por acompañarme con las actus tan seguidas, y sé que varios todavía están poniéndose al día y espero lo disfruten TvT ♥️

Me encantaría hacerlo otra vez, así que... ¿a alguien le gustaría otro pequeño maratón para el 21 de diciembre cuando DHYL cumpla un año de su publicación? 7u7r

Ahora... sobre capítulo... ¡NO ME MATEN! ;;A;; era necesario que Aizawa muriera, porque igual ya llevaba muchísimos años vivos y extrañaba a todos sus compañeros. Y ha dejado un gran legado. Ya lo verán, porque pasarán muuuuchas cosas durante este pequeño arco. Les juro.

¿Quién tiene teorías sobre lo que ocurrirá con Bakugo y Kirishima en estos próximos tres capítulos? c:< ¡Y NO DIGAN TODOS ESO QUE YA SABEMOS QUE PIENSAN! Haha, dejen las teorías por aquí --->

El capítulo de hoy quería dedicárselo a _NathaliaCR ;; cariño, tal vez te resulte raro que te mencione, pero el otro día me contaron que no te gusta el TodoDeku ni tampoco que aparezca en los fics KiriBaku. Y me sorprendió bastante, porque justo hacía una o dos semanas te pusiste al día con esto (qué está lleno de TodoDeku) y pues se sintió bonito. Por eso quise dedicarte este capítulo KiriBaku ♥️ bueno, a ti y a toooooodas las personitas que eligieron este fic pese a no gustar de una o ninguna de las ships. Varios me lo han dicho, y pues les quiero dedicar un agradecimiento ENORME por la oportunidad ♥️♥️

Y también para DeProfesionShipper alv porque ama el KiriBaku TvT

Ahora si, y otra vez, muchísimas gracias por todos sus votos y bellos comentarios (en especial durante el maratón). ¡Espero sigan disfrutando de esta loca historia y los 20 capítulos que nos quedan! TvT

Ténganme un poco de paciencia, porque estaré ocupada hasta el martes que vienes, y luego se eso estoy debiendo capítulo doble en LFDA, mi otro fic (y se merecen luego de que aquí les di cuatro haha). Así que tal vez me demore unas dos semanitas hasta la próxima actu, pero primero que será largo.

Nos vemos pronto, besitos ♥️

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