Capítulo 33

Maratón 2/4

1- Por posibles dudas, este capítulo se sitúa unos días antes del capítulo 31 de Momo. De hecho, transcurre durante la estadía de Deku y Todoroki con Gran Torino. Es decir, después de que el grupo se separa.

2- ¡Este capítulo también contiene info importante para la trama!

¿Qué podía decir Uraraka de la última semana en única compañía de dos niños y Sir Iida Tenya?

¿Heroísmo? ¿Aventuras épicas? ¿Romances más fuertes que la fuerza de todos los mundos?

Tristemente, ninguna de aquellas era cierta. Bueno, no podía decir que estaba triste por la última. Ella no necesitaba el romance.

La verdad es que todo había sido un completo fiasco.

Un gran, absoluto y enorme fiasco.

De hecho, estaban corriendo por sus vidas a través de Hosu, con un loco lleno de cuchillos siguiéndoles la pista en medio de la noche, por la arboleda detrás de la ciudad.

—¡Es tu culpa que nos terminase persiguiendo otro asesino más! —chilló Uraraka.

Eri se apretó más contra su espalda. No era fácil maniobrar con una niña a cuestas, su báculo y también con todas las provisiones en una bolsas. Iida corría de manera estúpida a su lado, cargando con Kota en un brazo y blandiendo la espada en el otro.

—¡No me iba a quedar de brazos cruzados cuando veo que atacan a alguien! —masculló el caballero—. ¡Y fuiste lo suficientemente terca como para quedarte a mi lado cuando te dije que huyeras!

—¡Al menos avísame antes de meterte en problemas, maldito...!

La historia de cómo fueron encontrados por Stain, el asesino que vagaba por las distintas ciudades sembrando el terror con su psicótica ideología, era bastante divertida.

O lo sería dentro de unos años si lograban sobrevivir.

Cuando se separaron de Izuku y el resto, Iida y Ochako acordaron atravesar Hosu en dirección a la Ciudad Imperial. El camino era más corto, pero también más peligroso —habían estado allí varias semanas atrás, cuando la idea de una aventura en grupo no era ni siquiera un sueño. O una pesadilla.

Iida era ruidoso. No es como si Uraraka no supiera que, allí donde el caballero iba, terminaba llamando la atención de una u otra manera.

Por supuesto, no lo decía en el buen sentido.

—¿Y tú cuál crees que sea la intención de estos bellacos de Akutou que tratan de desposar a nuestro príncipe con su princesa...?

—Sir Tenya, por favor —Ochako exclamó—. ¡Por el amor al trasero de los dioses, no hable tan fuerte!

—¡No invoques el nombre del trasero de los dioses de esa forma tan ruin!

—¡Y no use vocabulario que mis bisabuelos muertos aprobarían!

—¡¿Cómo que no?! —Iida alzó las manos—. ¡Es la forma adecuada para verbalizar nuestro idioma...!

Eri y Kota les observaban pelear día a día como si ya fuese algo normal. Al principio, la niña se asustaba un poco con los gritos y exclamaciones; a Kota no pareció importarle jamás. Con el correr de los días, ambos comprendieron que esa era la mera forma de interactuar que Iida y Ochako tenían.

Comenzaba a extrañar a Midoriya, que siempre era dulce y tenía buenas ideas. O a Kirishima, que cazaba deliciosa comida —y gratis—; o incluso al príncipe Shouto, tan silencioso como una tumba y que no molestaba a los demás en absoluto.

Sir Tenya era irritante la mayor parte del tiempo.

Aunque, claro, ella debía darle crédito. Al menos lo intentaba, aunque fuese solo un poquito. Era el encargado de leer los mapas, y también ayudaba a Ochako en busca del sustento —agua, alimentos— sin pretender que ella hiciera todo el trabajo solamente por ser mujer.

Antes de que su maestro la acogiese en su biblioteca, Ochako había sido tomada como pago a los acreedores por las deudas de sus padres. Era solo una niña pequeña, y casi no recordaba a su familia —sin embargo, ella estaba segura que no habían querido darla como si fuese una bolsa de trigo o una vaca. Su familia la amaba.

No los había podido encontrar otra vez.

Ella no tenía idea —no recordaba, más bien— su ciudad natal, ni tampoco los nombres reales de su familia. Simplemente fue arrancada de sus brazos y puesta en un orfanato ilegal para que fuese comprada por alguna familia ricachona que no era capaz de tener hijos.

Mientras tanto, ella trabajaba. En las cocinas, limpiando, remendando la ropa de los superiores o los niños mayores. Por mucho que odiase aquello, Ochako estaba perfectamente adiestrada en tareas del hogar, y cualquier señora de pueblo hubiese dicho que sería una perfecta esposa.

Por un tiempo, se lo había creído. Por un tiempo, Ochako creyó que si se casaba, entonces la tristeza de ser una aldeana en un orfanato ilegal se borraría para siempre. Soñaba con lujosas bodas, de la mano del entonces pequeño príncipe Shouto, y ella siendo una princesa más allá de todo.

Pero ya no. Ella no deseaba esposos. Ochako ansiaba la magia.

No fue una familia ricachona la que pagó cientos de monedas de oro por una niñita menor de diez años. Lo hizo un brujo. Su maestro.

Ochako tampoco sabía el nombre de su maestro; solo que respondía al podo Gunhead por la máscara que siempre llevaba encima del rostro en las visitas secretas al Gremio Mágico. Lo habían cuestionado, no solo por tomar a una huérfana como aprendiz, sino porque era una niña.

El sabor amargo del desprecio todavía se instalaba en su garganta, cada tanto. Ella nunca hablaba de aquello —más de una vez trató de contárselo a Midoriya, pero al final tuvo miedo— ya que no quería ser vista como una víctima quejumbrosa en un mundo de hombres.

Aunque cualquiera podría sospecharlo. Ochako ansiaba no solo la magia, sino el poder que esta confería. El prestigio. La súbita fama que podría traerle el simple hecho de invocar un portal hacia otro mundo para que lo atravesara Midoriya.

Pero, más que nada, ansiaba las riquezas.

No es que ella fuese codiciosa —tal vez un poquito—, pero pensar en una cantidad exorbitante de dinero le hacía soñar con que encontraba otra vez a sus padres, saldaba sus deudas, y se dedicaba el resto de sus días a disfrutar de la familia que ella nunca tuvo.

—¡Uraraka! —Iida la llamó de repente—. ¡Es importante que mantengas la cabeza enfocada y no en fantasías, o nos meterás en problemas! ¡Deberías vigilar a los niños!

Ella rodó los ojos. Se habían acomodado en una arboleda de la ciudad de Hosu, justo a la riviera de un riachuelo. No tenían dinero para posadas, así que eso debía alcanzar.

Se detuvo a descansar solo un instante para hacer girar en su palma la mitad de la piedra que había dado a Midoriya. El pequeño objeto había estado completamente frío en su palma en el último par de días —sin emociones que el muchacho debía transmitir a ella—, y le asustaba pensar lo que eso podía significar.

La guardó de inmediato ya que no quería hablar con Sir Tenya de eso y tener que escuchar su histeria por no saber de su amado príncipe.

—¿Qué una mujer no puede sentarse a descansar un minuto? —gruñó ella—. ¿Los hombres no pueden mirar a los niños también?

—Los hombres estamos ocupados portando las espadas para protegerlos a ustedes. Mi deber es protegerlos a ti, Kota y Eri.

—No creo que a la Valquiria Momo Yaoyorozu le gustaría escuchar algo como eso.

Sir Tenya se puso tenso tras dar un respingo por sus palabras. Estaba segura que tocó alguna fibra sensible en el caballero.

—¡Pero somos un equipo, Uraraka! —dijo el caballero—. Los equipos trabajan juntos, se dividen las tareas y no se abandonan. ¿Qué clase de código femenino tienes tú, mujer?

Uraraka esbozó una sonrisa irónica. Le daba risa —pero, a veces, le enfurecía— la estúpida forma de ser tan estirada de Iida Tenya.

Más la encolerizaba cuando usaba sus manos para enfatizar cada cosa que salía de su tonta boca.

Pensó que de adulto sería como esos tontos viejos ricachones que beben vino de cosecha, con esposas aun más estúpidas y frívolas, llenas de joyas y corsés, pero femeninas al pie de la letra; el tipo de matrimonio que arregla los matrimonios de sus hijos con el de otros nobles ricachones por «el bien de la familia» cuando todos sabían que solo buscaban perpetuar el linaje de sangre noble.

El tipo de matrimonio aburrido que rara vez daba muestras de afecto, que solo decían amarse ante ojos de la sociedad. Era triste, pero el caballero no daba pistas de distar del modelo de hombre de la alta sociedad.

Bueno, eso si excluía el hecho de que se escapó del castillo con el príncipe al que servía solo para conseguir respuestas sobre su hermano.

—Los equipos se cubren las espaldas cuando uno lo necesita, sea una tarea sencilla o una complicada como portar una espada —Ella se cruzó de brazos, indignada—. Pero si tanto quieres que trabaje, dime qué debo hacer.

El chico abrió la boca pero solo salieron regaños silenciosos. Finalmente se resignó, solo para encontrar un hueco al lado de Ochako, con la espalda apoyada en el mismo tronco reseco que ella.

La noche olía a madreselva, y podía escuchar a Eri y Kota riendo entre los oscuros arbustos, jugando al escondite o lo que sea que hicieran los niños. Uraraka no podía saberlo, porque nunca había tenido una infancia como tal. Tuvo que observar a las ranas croar en el riachuelo para que no le vieran los ojos brillosos, las cuales, por cierto, eran más abundantes de lo que ella se esperaba.

Y estaba segura que la miraban fijamente. ¿Podría ser...?

—Perdóname, es que estoy cansado —confesó Iida sacándola de sus pensamientos.

Ella abrió los ojos con sorpresa, llevándose una mano en posición ahuecada hacia a la oreja.

—Creo que no te escuché claramente, Sir Tenya.

—He dicho que me perdo-... ¡Hey! —Su semblante cambió en cuanto a Uraraka se le escapó una sonrisa—. ¡Eres una bruja timadora! ¡Esto fue una vil trampa!

—Lo siento —Ochako rió—. No es como si te disculpases a menudo, tienes más orgullo que Bakugo.

—No me compares con salvajes —Iida se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz—. ¡Yo soy un caballero, fiel servidor de mi reino, vasallo de mi rey, segador de injusticias...!

—Sí, sí. Servidor, vasallo, esclavo personal... lo que tú desees llamarle, Sir Tenya.

El caballero soltó un largo suspiro. Tratar con Ochako a veces podía ser imposible, pero ella decía exactamente lo mismo de él.

Eran el equipo más disparejo en todo Yuuei.

—No soy un esclavo, incluso si el rey es un tirano —Iida dijo con voz más baja—. Me uní a la Guardia Real por propia voluntad, igual que todos.

—¿Me estás diciendo que si no fuese por lo de tu hermano, entonces tú te hubieses unido de igual forma a la Guardia?

—Yo... eh... supongo que no —confesó avergonzado.

—Entonces eres esclavo.

—¡Hey!

Ella rió ante sus ruidosas quejas. Iida era una persona que podía divertirte si aprendías a tolerarlo.

—Hacer algo en contra de tus deseos es una forma de esclavitud, aunque no lo creas.

—No es como si me hubiesen puesto la espada en la garganta, Uraraka.

—Pero te orillaron a esto, ¿no? Porque no tenías respuestas de él —Ella flexionó sus rodillas contra el pecho—. No tuviste más opción que buscarlas por ti mismo.

—Podría haber vivido sin las respuestas, pero no lo hice.

—Las respuestas son un derecho natural para todo ser humano, Sir Tenya.

El caballero se quedó un instante en silencio, pero todavía a su lado. Uraraka se removió algo incómoda.

No estaba acostumbrada a los silencios junto a aquel hombre tan ruidoso. Pensó que no le sentaba mal algo de calma, pero una parte de ella estaba segura de extrañar al charlatán Sir Tenya que siempre tenía algo para espetar.

—Supongo que lo extrañas mucho —soltó Ochako, sin mirarlo—. Y por eso viniste en este viaje.

—Supones bien, Uraraka.

Iida soltó un suspiro. Se le veía agotado, como si todo el peso del viaje acabase de caerle encima. Ella también debía verse tan demacrada —con ojeras, el cabello hecho un nido de arañas, varios kilos menos, la piel más bronceada y también reseca— pero su espíritu seguía siendo implacable.

No se había dejado vencer todos esos años antes de que su maestro la reclutara, por supuesto no lo haría entonces.

Ella no era una niñita debilucha. Era una bruja, y le demostraría a todos de lo que estaba hecha.

Especialmente a Sir Tenya, que más de una vez le hablaba como si ella fuese solamente una mujer con su período... ¡Ochako era más de lo que todos pensaban! ¡Mucho más que una simple bruja aprendiz que viajaba junto a hombres talentosos!

No necesitaba depender de ellos para salvarse el trasero.

El problema es que el caballero se la dificultaba un poquito. Especialmente cuando consiguió que Stain, el asesino de Hosu, los pusiera bajo su mira.

Con Sir Iida Tenya todo parecía más difícil de lo que debía.

Al asesino de héroes lo encontraron durante el siguiente atardecer.

Iida y Ochako anduvieron vagando por la ciudad, en plan de trueque para intercambiar por un par de alimentos. No habían tenido mucha suerte, pero ella fue capaz de birlar algunas manzanas de unos árboles en la plaza pública.

Hosu era una ciudad bastante llena de callejones oscuros, sin más iluminación que las lámparas de la avenida principal. El suelo era adoquinado, pero estaba bastante gastado y algunas plantas crecían de entre la piedra, provocando que los adoquines se levantasen formando huecos que se encharcaban con las abundantes lluvias de algunas zonas de Yuuei.

—Esto es completamente inmoral —bufó Iida—. Si todos pudieran sacar una, no habrían manzanas en el árbol.

—Es comida —espetó ella, molesta—. Y tenemos niños que alimentar, ¿recuerdas?

Sir Tenya no dijo nada. No podía negar que ella tuviera razón.

Ambos caminaron con las manzanas escondidas en las alforjas hasta que sintieron una pequeña conmoción en un callejón cercano. Se quedaron quietos, escuchando, hasta que un agudo grito de auxilio le siguió.

Como era de esperarse, Sir Tenya retiró la espada de su envergadura mientras giraba los pies en dirección hacia el grito.

Uraraka empezó a quejarse.

—Sir Tenya, le suplico, ¡no busque más problemas de los que ya tenemos! Que nosotros no tengamos que buscar un objeto como los demás no significa que no tengamos prisa.

—No puedes pedirme eso —respondió Iida sin mirarla—. Alguien tiene problemas, y yo juré como caballero proteger a todos en este reino.

—¡En este momento no eres un jodido caballero, eres un fugitivo de la ley...! ¡IIDA...!

Ochako olvidó por un instante su título de sir por la frustración que aquel chico le causaba. Ya estaba dirigiéndose hacia el callejón, totalmente ajeno a los gritos que la bruja profería para llamarle la atención.

Las calles de Hosu comenzaban a vaciarse. Cuando caía la noche, nadie quería estar solo en medio de la oscuridad.

Eso incluía a Uraraka. Corrió entonces detrás de Iida, pero procurando mantener sus distancias para que él no saliera con toda su perorata acerca del honor y la protección.

Una voz masculina, ronca y aterradora, comenzó a hacerse más audible, acompañada de algunos gemidos de dolor que podrían haber pasado desapercibidos si ellos dos no hubiesen escuchado el grito de horror unos minutos atrás.

Son indignos, todos ustedes —dijo la voz—. No merecen defender a Yuuei, ¡si lo único que hacen es beber hasta caer borrachos y aprovecharse de las demás personas por su simple condición de caballeros! ¿Tienen idea de cuántos robos, asaltos y violaciones ocurrieron durante la juerga de ustedes dos?

La figura siguió avanzando hacia la entrada del callejón, a medida que sus víctimas se arrastraban para alejarse. Sus pasos eran lentos, pero firmes y pesados.

No son dignos de luchar en nombre de la nación que Toshinori protegió —masculló para adentro—. Pero no importa... yo purgaré este reino de todas las pestes indignas que lo habitan...

¡E-en nombre d-del Rey End-Endeavor! —empezó a chillar otro de los presentes—. ¡Le ordeno que baje su arma o...!

El atacante rió con diversión y cinismo. Vio como hacía girar un cuchillo aserrado entre los dedos, cubierto de un líquido escarlata que brillaba en la punta del filo

¿O qué? —preguntó, desafiante—. ¿Endeavor me matará? No te atrevas a pronunciar el nombre de ese tirano en mi presencia. Serviría su cabeza en una bandeja de plata si pudiera hacerlo ya mismo.

Uraraka ahogó un jadeo. Inmediatamente decidió mirar a Iida, que apretaba tensamente su puño alrededor de la espada. Ambos estaban al borde del callejón y no podían ver mucho más que una figura erguida —masculina, de gran altura y con ropa hecha jirones— encima de otros dos cuerpos que parecían estar indefensos.

¿Eran caballeros al igual que Iida? ¿Por qué no estaban defendiéndose de aquel matón?

Bueno, si había estado emborrachándose en horario de trabajo... cualquier tonto que faltase a su palabra de honor merecía alguna clase de reprimenda.

Aunque claro, eso solo podía decidirlo el rey. No un loco con aires justicieros y que blandía un cuchillo oxidado lleno de sangre seca.

Iida volvió a alzar su espada, listo para lanzarse a pelear contra el maleante. Uraraka le sostuvo justo a tiempo de la muñeca para que no siguiera avanzando. Ambos se sostuvieron la mirada de forma amenazante.

—No te atrevas —espetó ella en susurros—. ¿Tú estás desquiciado, al ir a enfrentarte a un loco así?

—¡Son mis compañeros! ¡No los puedo abandonar! —contestó Iida, apoyando su mano sobre la de Uraraka para quitarla—. Tal vez no lo entiendas, pero es algo que debo hacer.

—¡No, no debes! —siguió Ochako—. ¿Acaso los reconoces? ¡No puedes arriesgar tu vida por dos tipos que tal vez no se lo merezcan!

Iida suspiró. Se veía tenso, pero en ese único segundo, Ochako vio la determinación y la calma en su mirada a través del cristal de las gafas. Con sumo cuidado, apartó a la bruja.

Ella se sorprendió al sentir su enorme mano acunando su mentón. Estaba casi segura que se iba a sonrojar.

Una parte de ella quería apartar su estúpida mano honorable de su rostro. La otra, deseaba que soltara la espada y sujetara su rostro por completo.

¿Por qué un par de ojos azul profundo la hacían sentir como la muchachita enamorada que juró que no sería? ¡Sus sueños eran más importantes que todo aquello!

Además era el jodido Sir Tenya. El caballero estirado que nadie más que una muchacha aburrida de alta alcurnia querría.

No una bruja y pobretona como ella.

—Yo lucho por todos aquí. Hasta por quienes no lo merecen —Iida asintió—. Porque no soy yo quién los va a juzgar por ello.

Alejó la mano de su rostro. Ochako salió entonces de su estupor, justo a tiempo para ver a Iida alzando la espada y preparándose para cargar en dirección al maleante, que más tarde descubrirían que era el peligroso asesino de Hosu.

—Cúbreme las espaldas por si hago algo idiota —dijo Iida con una sonrisa.

Luego, se lanzó hacia el callejón, gritando como si cargara directo al campo de batalla. El asesino y los dos caballeros voltearon al instante ante el loco que blandía una espada en la mitad de la noche.

—¡Siempre estás haciendo algo idiota! —chilló Ochako, pero él ya no podía escucharla.

Las cosas se pusieron bastante feas después de eso.

Resultó ser que, efectivamente, aquel loco del callejón era el temible asesino de Hosu.

Y Sir Tenya acababa de ponerlos en su lista negra.

El caballero trataron de desarmarlo con su espada, pero Stain —así descubrió que se llamaba— era demasiado veloz, ágil e inteligente. Iida era más impulsivo, y acababa siendo víctima de sus ataques con completa facilidad.

Ochako se arremangó la túnica, con su báculo ya preparado para el ataque.

—¿Y tú quien eres, intento de caballero heroico? —preguntó Stain con sorna—. ¿Te atreves a cuestionarme?

—¡Eres solo un criminal de pacotilla! —chilló Iida—. ¡Mereces ser condenado y encerrado en las mazmorras del Castillo, o en el Desierto Rojo, la cárcel de máxima seguridad de Yuuei para pudrirte allí dentro!

Ochako rodó los ojos.

¿Por qué Sir Tenya tenía que ser tan jodidamente dramático todo el tiempo?

Los dos caballeros borrachos que minutos atrás eran aterrorizados por Stain, acabaron huyendo. Ella apretó los dientes, furiosa. Cobardes, quiso sisear. Sir Tenya estaba arriesgando su vida por dos jovenzuelos que no parecían apreciarlo y huían a la primera de cambio.

Stain, que se había parado sobre la cornisa del muro final del callejón, se preparó para saltar. Antes, dijo:

—Si estás dispuesto a defender a la escoria, entonces significa que tú también eres una.

Se arrojó entonces hacia Sir Tenya, con dos cuchillos aserrados en sus manos y dispuesto a rajarle la garganta apenas pisara el suelo con los pies. El caballero tenía su espada en alto, pero el terror bloqueó a Ochako y la obligó a actuar.

Ralentizó el tiempo por un instante. Stain quedó flotando en el aire, con su cuchillo amenazando a Sir Tenya. Sir Tenya, con la espada en alto, estaba con la boca abierta en un grito de guerra.

¿Por qué había hecho algo como eso?

—Eres tonta —se regañó a sí misma mientras corría hasta el caballero y lo acomodaba debajo de sus brazos para arrastrarlo—. Una completa idiota, Ochako.

En los ojos de Sir Tenya vio algo así como confusión. Su cuerpo podía estar rígido —es decir, que no podía manipular sus propios movimientos a una velocidad normal—, pero sus sentidos estaban bastante activos en aquel momento.

No dudaría en que le preguntaría más tarde acerca de sus acciones y sus palabras.

Ochako dejó atrás a Stain mientras arrastraba a Sir Tenya como podía, un poco con su fuerza y un poco con ayuda de la magia. El hechizo se rompería en cualquier momento, y ellos dos todavía debían correr al escondite en la arboleda para recoger a los niños y huir de la estúpida y peligrosa Hosu cuanto antes.

—¡Necesitas aprender a ser menos terco! —exclamó Ochako, jadeando y haciendo esfuerzo para cargar el cuerpo del caballero que le doblaba en peso—. ¡No estaremos a salvo hasta llegar a tu hogar!

Sir Tenya, como era obvio, no le respondió. No podía. Pero ella podía ver en sus ojos el deseo de poder replicar y quejarse de haber sido retenido contra su voluntad cuando él, seguramente, creía tenerlo todo bajo control.

—¡Eri! ¡Kota! —Ochako exclamó al llegar a la arboleda—. ¡Rápido!

Los arbustos crujieron a la orilla del río. Un par de ranas salieron despedidas y se arrojaron otra vez al agua, justo cuando la cabellera blanca de Eri se asomaba entre las hojas. Kota fue más difícil de reconocer, ya que su cabeza oscura se perdía entre la negrura de la noche.

—¡Señorita Ochako! —Eri dijo con emoción—. ¡Ya me preguntaba dónde estaban...!

Alzó la mano para que la niña no siguiera parloteando. La sonrisa de Eri se esfumó

—Lo siento, cariño, pero no hay tiempo para reencuentros —dijo preocupada—. Tenemos que escapar.

—¿Escapar...? —inquirió la niña. Reparó entonces en el cuerpo inerte del caballero—. ¡¿Y qué le ha pasado a Sir Iida...?!

—¿Qué han hecho ahora? —gruñó Kota.

—Sir Tenya tiene lo que se merece —Ochako suspiró—. Algo nos persigue, y tenemos que salir de Hosu.

—¡Pero la Calzada Imperial hasta como a una hora a pie! —Kota exclamó—. ¿Acaso ustedes los adultos no pueden ser más malditamente responsables...?

Ochako contó hasta cinco para contener las ganas de arrojar ese niño al río con las ranas y los peces. Ella era la única adulta responsable, así que debía mantener la calma.

—Más tarde puedes regañar a este cabeza de chorlito. Ahora... hay que huir.

Ochako deshizo el hechizo de ralentización del tiempo que puso sobre Sir Tenya. El caballero cayó al suelo con un ruido seco junto con su espada, jadeando fuertemente. Kota resopló una carcajada maliciosa.

—¡Sir Iida! —gritó Eri con preocupación.

—¡Me las pagarás...! —dijo entrecortadamente—. ¡Bruja de los infiernos, esto es desacato a la autoridad!

—Tú eres un desacato a la paz del grupo, así que ahora, ¡cállese de una vez y escuche lo que vamos a hacer!

Por primera vez, Sir Tenya apretó la boca y no volvió a replicar.

Stain, por lo que sabían de sus antecedentes como asesino, era un increíble rastreador. Y no dudaban de que no tardaría en llegar al pequeño hueco en la arboleda que usaron como refugio durante su estadía en Hosu.

Si los atrapaba otra vez, las cosas no serían tan fáciles. Ochako no podía huir con un caballero y dos niños a cuestas.

Huirían siguiendo la corriente del río, principalmente porque el bosque era más oscuro que la ciudad y los olores de la naturaleza eran más fuertes que los de una ciudad donde ni una sola alma atravesaba el corazón de la misma cuando caía la noche.

Puede que les tomase más tiempo, era todo lo que tenían.

Ochako hubiese deseado pensar mejor planes —tal como Midoriya hacía— porque quería demostrarles a todos que ella era igual de capaz.

Se movieron sigilosamente entre los arbustos. La noche era silenciosa de no ser por las ramas crujiendo bajos sus pies, las lechuzas, grillos y ranas. Ochako miraba ansiosamente hacia atrás, pero ni una sola pista del asesino Stain se les aparecía.

No tenía idea de cuánto podía durar la paz.

Al cabo de varios minutos, los niños comenzaron a agotarse. Ella tomó a Eri en su espalda, mientras que el caballero sujetó a Kota, sin problemas, con uno de sus fornidos brazos.

Sir Tenya carraspeó incómodamente cuando continuaron la marcha.

—Uraraka, yo...

—Ahórratelo para más tarde —espetó ella—. ¡Tenemos otros problemas!

—¡Si tan solo me escucharas...!

Ochako se giró abruptamente, asustando a Eri por la fuerza. Le fulminó a Iida con la mirada.

—No hay nada que escuchar —apretó los dientes—. ¡A veces me pregunto si te tomas en serio la misión y todo lo que está en juego!

—¡Por supuesto que me lo tomo en serio!

—¡Es tu culpa que nos terminase persiguiendo otro asesino más!

Iida se le plantó. No estaba feliz de que la bruja siguiera desafiándolo todo el tiempo. Podía ver la ira en su mirada que solía ser serena —hasta cierto punto— y honorable, la mayor parte del tiempo.

Tal vez su honor era más grande de lo que esperaba.

—¡No me iba a quedar de brazos cruzados cuando veo que atacan a alguien! —masculló él.

—¡Al menos avísame antes de meterte en problemas, maldito...!

Iida depositó a Kota en el suelo un instante. El niño ya no se veía tan gruñón como siempre, sino que estaba bastante preocupado de lo que pudiese pasar.

—Oigan, ustedes dos...

—¿Acaso no somos unos tan llamados héroes? —Iida espetó—. ¿Qué clase de héroes somos si no ayudamos al que lo necesita?

Ochako también depositó a Eri en el suelo. La niña corrió hasta el lado de Kota y se le prendió del brazo.

La bruja se apretó el puente de la nariz con dos dedos. Soltó un exhausto suspiro, buscando las palabras y la calma para hacerle a entender a Iida el punto al que ella se refería.

—Sir Tenya —Ochako dijo más tranquila—. Creo que no entiende...

—Por supuesto que entiendo —La cortó el caballero—. ¡ eres la que no entiende! ¡No quieres cooperar y ser una heroína! ¡Un héroe no decide si alguien es más importante de salvar que otros!

Ella alzó el mentón, decidida. Dio un par de zancadas hacia él para picarle en el pecho con el índice.

—¡Si tú te mueres, cerebro de hojalata, no podrás salvar a nadie! —masculló—. ¡Tiene que entender, Sir Tenya, que hay un bien mayor que salvar a dos caballeros borrachos!

Iida esbozó una sonrisa entristecida y también sarcástica.

—¿Qué clase de héroe soy si no puedo hacer justicia por todos? —preguntó—. ¿Puedo llamarme un héroe si he permitido que gente muera por este bien mayor, o si sigo dejando que otros sufran solo por esto?

Ochako bufó una carcajada.

—¿Es eso lo que busca? ¿Justicia? —Ella alzó ambas manos por arriba de los hombros—. ¿Viniste a esta misión buscando venganza por tu hermano en lugar de respuestas como tanto dices...?

Sir Tenya no dijo nada a sus palabras. Solo se mantuvo firme, pero sin mirarla a los ojos.

Ella no necesitaba una confirmación.

—Así que querías venganza... por eso saltaste contra Stain sin dudarlo... —musitó ella, asintiendo—. ¿Y toda tu charla sobre no juzgar...? ¿Fue para nada?

—No es una venganza —recalcó Iida—. Se llama justicia. Mi trabajo es traer justicia.

—¿No que tú no eras quién para juzgarlos, Sir Tenya? —Ochako elevó el tono de voz.

Le sorprendía escucharse lo suficientemente molesta y cansada.

—No soy quién para juzgar a nadie que no me haya demostrado ser alguien vil —respondió Iida—. Pero si debo traer justicia contra aquellos que lo merecen para que todos vivan bien, entonces lo haré.

—¡Esto es estúpido, y conseguirás que nos maten a todos! ¡Hasta al príncipe!

—No peleen —Eri suplicó entre sollozos—. ¡Por favor!

Pero Uraraka estaba demasiado encolerizada como para escuchar cualquier petición de paz de la niña.

Siguió picando a Iida con su dedo, obligándolo a retroceder ante su latente y silenciosa amenaza.

—¡Oh! ¿Te recuerdo quienes nos arrastraron a toda esta locura? —exclamó Iida poniendo énfasis en la palabra toda—. ¡Fueron y Midoriya! ¡Si ustedes jamás se hubiesen cruzado en nuestro camino...!

Uraraka alzó la mano, lista para abofetear a Sir Tenya —no podía tolerar que dijera cosas como aquellas— pero un crujido entre las copas de los árboles les llamó la atención. Tanto ella como Iida se quedaron en silencio, siguiendo con la mirada a las hojas que se mecían suavemente por una posible presencia moviéndose entre ellas.

Perfecto, se dijo. Seguro atrajiste a Stain con tus gritos.

Allí iba Uraraka comportándose otra vez como una estúpida. Jamás podría demostrarle a nadie que ella también lo valía.

Sir Tenya desenvainó la espada y se puso en guardia. Kota y Eri se agazaparon detrás de ella, sujetados a su falda, soltando pequeños jadeos ante las hojas moviéndose con cada vez más furia.

Los niños chillaron cuando una sombra salió de entre las hojas y se lanzó en picada hacia ellos cuatro.

Uraraka trató de preparar un hechizo, pero estaba demasiado agotada y distraída por la furia de momentos atrás. Pensó que, si los niños morían, sería su culpa y solamente su culpa.

Se desprendió del agarre de los pequeños y dio un salto hacia la línea defensiva junto a Sir Tenya, que ya blandía su espada y buscaba arrojarse hacia el enemigo salido de entre los árboles.

—¡Ahhhhhh! —gritó Sir Tenya.

Ochako lo vio tomar carrera y correr con su espada alzada encima de su cabeza hacia la sombra que acababa de aterrizar...

¿En cuatro patas?

—¡Espere! —exclamó la vocecita de la pequeña Eri—. ¡Sir Iida, alto...!

Iida se detuvo por la sorpresa de escuchar a la niña, y fue cuando un sonido animal, como el de un ave furiosa, les exclamó a modo de saludo.

Ochako vio primero las alas extendidas, cubiertas de brillantes plumas negras. Luego, el cuerpo equino. Finalmente, su cabeza de ave se alzó hacia ellos.

La sonrisa de Eri brilló tanto como sus ojos.

—¡Es Dark Shadow! —chilló ella con lagrimitas en los ojos—. ¡Hola...!

—¡Eri, espera!

La pequeña se separó de Kota y corrió al encuentro con aquella bestia de las sombras. Ochako trató de alcanzarla, pero ella era mucho más rápida.

Sintió que el corazón le dio un vuelco aterrorizado en cuanto Dark Shadow —el hipogrifo de Tokoyami Fumikage— levantó los cuartos delanteros en señal de amenaza.

Eri se quedó quieta, a un par de centímetros. El ave se retorció un poco hasta que depositó otra vez sus afiladas garras contra la tierra húmeda a las orillas del río. El suelo mismo pareció temblar ante tal majestuosa criatura; las ranas huyeron ante su rugido.

Las ranas... tantas ranas aquella noche...

—¡Eri, no te acerques a bestias salvajes! —Iida exclamó, tan quieto como una estatua si no fuera por su brazo extendido—. Lentamente, ven hacia mí. Ellos pueden oler el miedo.

—¡Pero es Dark Shadow...!

El grifo volvió a rugir al escuchar su nombre. Eri dio un salto hacia atrás. Kota, por su parte, se veía aterrado ante tal bestia. Él nunca había visto al imponente Dark Shadow. Ni a su jinete.

Ochako sintió un pequeño dolor en el pecho al pensar que, de seguro, Tokoyami estaba muerto. Dark Shadow debía ser un animal sin dueño que vagaba por los confines de Yuuei.

Pero, ¿cómo es que había terminado en una parte del bosque que lindaba a la ciudad de Hosu...?

Eri seguía observando la majestuosidad de Dark Shadow, a sus alas desplegadas que brillaban más que el cielo estrellado de aquella noche. Sus ojos eran como dos piedras de obsidiana, y su pico parecía tallado en fino mármol  por las manos de algún artesano.

Ella ladeó la cabeza, y Dark Shadow imitó el gesto, curioso.

El animal comenzó a olfatear el aire —si es que su pico podía olfatear algo—, acercándose poco a poco a la pequeña Eri que no movía una sola extremidad. Iida estaba susurrándole algo, pero ella solo tenía ojos para Dark Shadow, que se acercaba más y más.

Rozó entonces su pico con su regordeta mejilla. Se alejó un poco, como si estuviera sorprendido. Un segundo después, frotó su rostro emplumado contra el pecho y la cara de la niña, como si no fuese un hipogrifo de dos metros y se tratara de solo un gatito abandonado.

—¡Ay! —Eri rió—. Me haces cosquillas.

Dark Shadow soltó un gorjeo que debía ser de satisfacción. Ella le acarició en las plumas debajo del mentón. Ambos parecían estar felices de haberse encontrado; Ochako dedujo que ambos se reconocían como compatriotas de la Ciudad de las Sombras.

En las sombras, todos eran amigos.

Sir Tenya bajó poco a poco la guardia. Kota seguía con la boca abierta.

—¿Qué... diablos... es... esa... cosa...? —masculló el niño.

—¡Es Dark Shadow! —Eri rió, intentando separarse de las caricias del hipogrifo pero fue en vano—. ¡Ven, Kota! ¡No seas tímido!

El niño se negaba a acercarse a dicha bestia pero Eri le sujetó por la muñeca y lo acercó hacia ella y la criatura. Dark Shadow soltó un pequeño gruñido de amenaza ante el desconocido —a lo cual Kota respondió con improperios—, pero Eri confiaba en él y no parecía estar tensa junto a ese niñito amargado.

El hipogrifo asumió que debía ser una especie de amigo. Le arrebató la gorra con el pico.

—¡Hey! ¡Devuélveme eso, bestia emplumada! —Kota dio saltitos para alcanzar su gorra, aunque era una tarea imposible—. ¡Te haré ceviche de pollo!

Dark Shadow parecía burlarse del pequeño humano enrabiado que agitaba la mano y saltaba con sus piernas cortitas. Eri se aguantaba la risa cubriéndose la boca con la mano.

Ochako estaba con la boca abierta, y salió de su estupor solo cuando Sir Tenya se le acercó en son de paz. La sorpresa fue tanta para ambos que olvidaron por completo su pelea.

—No creo estar entendiendo nada —El caballero se acomodó las gafas.

—Yo... —Ochako balbuceó. Dio una corta mirada al río—. Creo que sé lo que está pasando...

Un grupo de ranas croaron en cuanto ella les miró. Se regresaron entonces al río, y ya no pudo observar a ni una sola de ellas a simple vista. Como si... como si...

Como si hubiesen cumplido con su trabajo.

Ochako se dirigió entonces hasta donde Dark Shadow ahora estaba echado sobre el húmedo césped, rodando sobre su lomo mientras ambos niños le acariciaban la barriga como si de un perro se tratase. Eri reía a carcajadas cada vez que Dark Shadow lanzaba un picotazo hacia Kota, haciéndole chillar.

Se agachó hasta ellos con una sonrisa. Observó a la mítica criatura jugando como un cachorro y hasta ella misma se tentó de darle un par de caricias. Acercó su mano al hueco entre su cuello y el pecho lleno de plumas, pero fue entonces que Ochako descubrió el pequeño cordel que lo rodeaba.

Un pedazo de papel enroscado iba atado hacia el cordel.

Uraraka no dudó en arrebatarlo del cuello del animal; Dark Shadow ni siquiera se percató. Los dedos le temblaban mientras desenroscaba el papel, alejándose hacia el tronco de un de un sauce llorón para apoyarse, cuyas hojas y ramas eran tan extensas que caían sobre la fuerte corriente del río.

Se acuclilló para leer con más detenimiento. Sus ojos zumbaron entre las pequeñas e improlijas letras pintadas con rapidez sobre aquel añejado pergamino. Ochako reconocía muy bien la caligrafía.

Se le escapó una sonrisa de los labios. Una lágrima, también.

Sintió la presencia de Sir Tenya a su lado, que no pidió permiso para leer el pergamino. Lo hizo en voz alta, incluso:

—«He enviado a todas las ranas con las que me crucé para buscarte a ti y a los demás desde que se fueron» —Leyó. Se acercó más a Ochako, y ella sintió su cálido aliento sobre el cuello—. «Yo estoy bien. Tokoyami está bien. Al fin te han encontrado y decidimos enviarte a Dark Shadow. Él conoce el camino de regreso, en donde nosotros dos estamos seguros después del ataque de aquellos locos. Por si quieren venir y ocultarse del peligro. Con cariño...».

—«Tsuyu» —concluyó Ochako con una sonrisa—. Ellos están bien. ¡Están bien!

—Tokoyami... ha sobrevivido —El fantasma de una sonrisa apareció en la comisura de los labios de Sir Tenya—. ¡Ambos están bien!

—¡Sí! —chilló Ochako—. ¡Claro que sí, Sir Tenya!

Ella se dejó llevar un instante por la euforia del momento y se colgó del cuello del caballero. El muchacho trastabilló ante tal repentino abrazo, casi cayendo hacia atrás por Uraraka que no lo soltaba.

Cayó en cuenta de su error en cuanto, torpemente, Sir Tenya le rodeó la pequeña cintura con ambos brazos. Sentir la firmeza de sus músculos contra su cuerpo le hizo apoyar las manos contra su pecho para darle un empujón.

Sintió que la cara le ardía en mil tonos de rojo. Comenzó a acomodarse histéricamente la falda para no prestar atención al caballero.

—¡Bueno...! —carraspeó Ochako—. Creo que tenemos cosas más importantes que decidir, ¿no?

Él se acomodó —por enésima vez— las gafas sobre su nariz. Volvía a erguir la espalda con altanería.

—¡Eso digo yo! —Iida dijo con su tono pretencioso otra vez—. ¡Demasiados problemas, criminales y villanos que atender!

—Por supuesto, Sir Tenya —contestó ella con seriedad—. Muchas cosas importantes.

Sir Tenya asintió antes de partir hacia donde los niños y el hipogrifo jugaban. Ochako largó todo el aire que estuvo conteniendo por ese agónico par de minutos —¿o fueron segundos?—, pero estaba lejos de volver a sentirse tranquila.

Ella no tenía tiempo de pensar en otra cosa que no fuera su objetivo de volverse una gran y respetada bruja.

Los fuertes brazos de Sir Tenya no debían haber sido tan relevantes en su mente.

Sin embargo, lo eran. Pero ella no iba a admitirlo.

Se alejaron a lomos de Dark Shadow de aquel bosque en la ciudad de Hosu. El animal era bastante inteligente, y los dejó a todos a las afueras de la Ciudad Imperial solo porque ella se lo pidió.

Ochako ya podía escuchar el bullicio que alborotaba la ciudad detrás de sus muros protectores. Sintió una especie de adrenalina cuando vio los picos y torres del inmenso Castillo de Yuuei sobre una pequeña colina en medio de la ciudad. Como si la realeza quisiera recordarle al resto que estaban por encima de todos ellos.

Odiaba pensar en las riquezas desperdiciadas por todos esos ricachones. Mientras que gente como la suya era arrebatada de sus familias por dinero.

Trató de tragarse la amargura y distraerse con algunas caricias a Dark Shadow. Aquello le sacó una triste sonrisa, hasta que Sir Tenya carraspeó para llamar su atención.

Ella se volteó visiblemente molesta.

—¿Podemos hablar en privado? —preguntó el caballero—. ¿Sin pelearnos?

Ochako levantó las manos como si no tuviera otra opción. Siguió a Sir Tenya hasta otro árbol lo suficientemente lejos para que Eri y Kota no los escuchasen.

Ella le alentó a hablar con mueca. El caballero se frotó el rostro, como si no encontrase las palabras para decirlo.

—¿Y bien? —exclamó ella—. ¿Qué tanto hay que hablar?

Iida gesticuló con ambas palmas hacia Ochako.

—No te vayas a enojar, ¿de acuerdo?

—Creo que tu pedido llega un poco tarde, pero estoy cansada de todo, así que... ya qué —suspiró—. ¡Dímelo de una vez!

Iida la tomó por los hombros. Le sacó un pequeño brinco de sorpresa al sentir sus palmas apretando contra su cuerpo.

La miró también a los ojos. Su profunda mirada azul comenzó a incomodarla.

—Creo que tú y los niños deberían irse con Dark Shadow hasta donde Tsuyu y Tokoyami se esconden.

Ochako contó solo tres segundos antes de dar un manotazo a Sir Tenya para que la soltara.

Ella se alejó, con la boca entreabierta, medio dolida y medio enfurecida con aquella estúpida proposición.

—¿De qué demonios hablan? —espetó—. No voy a irme a ninguna parte.

—Uraraka... la Ciudad Imperial es peligrosa... y si encuentran a una bruja entre sus muros... ya no sol te condenarían por traidora, te condenarían por usar la magia sin la regulación del rey... no es ilógico lo que digo... y yo no podría soportar que...

Ella resopló una risotada amarga.

—Claro que no es ilógico, Sir Tenya —escupió Ochako—. ¡Y usted nunca ha tenido ideas estúpidas!

Iida apretó los ojos con fuerza. Terminó llevándose la punta de los dedos hacia la sien como si le doliera la cabeza.

—¿Por qué siempre eres tan terca...?

—¿Y por qué siempre quieres proteger a todos, como si los demás no pudiéramos cuidarnos el trasero? —Ochako rodó los ojos—. Quiero que me escuche, Sir Tenya, y que me escuche jodidamente bien.

Ochako regresó hacia donde Sir Tenya estaba y le sujetó fuertemente por las mejillas con las palmas de sus manos. Se hubiese reído de la estúpida expresión de desconcierto en su rostro si no fuera porque estaba furiosa.

Clavó su mirada avellana en los ojos tan azules de Iida como una tormenta nocturna en el mar que separaba Yuuei de Akutou.

—Tendrá que repetir después de mí —dijo ella.

—Hmmm —masculló Iida sin poder hablar por las palmas que le apretaban el rostro.

—Ochako Uraraka es una bruja fuerte, y no necesita que yo me preocupe por ella —habló como si se lo dijera a un bebé—. Ella le demostrará a todos que puede ser una gran bruja.

—¡Hmmmm...!

—Y yo, Sir Tenya Iida, dejaré de ser tan irritante.

—¡HMMM...!

Ochako soltó el rostro de Iida que parecía a punto de explotar. El caballero respiró fuertemente, y vio entonces la marca rojiza de sus palmas contra sus mejillas.

Usó una de sus manos para acomodar sus gafas, mientras que la otra gesticuló hacia Ochako con la velocidad de una flecha.

—¡Yo...! —empezó a hablar pero la mirada de Ochako le hizo detenerse—. Yo... yo lo siento.

Carraspeó un poco avergonzado. Se negaba a mirar a Ochako a los ojos otra vez.

—Tengo que admitir que me has salvado el trasero allá con Stain, Uraraka —confesó—. No debería subestimarte a ti, ni a nadie de nuestro equipo.

Uraraka esbozó una sonrisa ladina.

—Yo diría que ha sido más de una vez, pero le dejaré pasar esta vez.

Iida le devolvió la sonrisa. Ella apartó la mirada, esfumando aquel gesto de su cara. Se estaba comenzando a odiar a sí misma por bajar la guardia tantas veces por culpa de aquel caballero con altos niveles de intensidad.

Al final, ambos acordaron que Kota y Eri estarían mejor con Tsuyu y Tokoyami. De todas formas, la Ciudad Imperial sí que era peligrosa. Y no sabían cuántos días tendrían que estar en guardia hasta que Midoriya y los demás se dignasen a aparecer.

Si es que aparecían. La piedra fría en su bolsillo comenzaba a alterarla todavía más.

Ochako besó la cabeza de Eri y revolvió los cabellos de Kota —que se negaba a ser besado—, pero no pudo evitar envolverlos a ambos con sus brazos antes de que subieran a lomos de Dark Shadow.

—Dile a Tsuyu que utilice a las ranas para saber cuándo requeriremos de su presencia y la de Tokoyami, ¿sí? —susurró a Eri—. Es importante que contemos con ellos.

—¿Cómo lo sabrán? —preguntó Eri.

—Oh, lo harán —Ochako hizo una sonrisa triste—. Tsuyu sabrá cuando llegue la hora.

La hora de ir a la guerra, pensó con algo de dolor.

Los dos niños subieron a lomos del hipogrifo —el cual se quejó ligeramente cuando se sujetaron de sus plumas—, y Ochako les tendió una piedra con un pequeño hechizo de protección hasta que llegasen a su destino.

Al menos, el hechizo les evitaría dolorosas caídas o ataques desde el suelo.

Iida saludó a ambos niños con un asentimiento de cabeza. Se quedó al lado de Ochako mientras Dark Shadow emprendía vuelo y se perdía entre el anaranjado cielo de los amaneceres en Yuuei.

Ochako tuvo el corazón en la garganta hasta que Dark Shadow no fue más que un puntito en el lejano horizonte. Ya no podía ver el ondeante cabello perlado de Eri ni la gorra roja de Kota.

¿Así se sentía una madre cuando decía adiós a sus hijos y los soltaba al mundo exterior? Ella agradecía no querer ser como las demás.

No estaba segura de que hubiese podido soportarlo.

—Vamos —Sir Tenya hizo un gesto con la cabeza—. El verdadero caos comienza hasta dentro de unos cuantos minutos, así que no hay tiempo que perder.

Ochako se enjugó las lágrimas tras dar un asentimiento hacia Sir Tenya. Tal vez fuesen las emociones alborotando en su interior, pero no se negó a la mano que el caballero le estaba tendiendo en ese momento.

Ella entrelazó sus dedos con firmeza. El peso de las despedidas era tan abrumador que, si tenía que despedirse de aquel irritante caballero, también hubiese roto a llorar.

Se escabulleron por una de las abarrotadas entradas. Había sido inteligente arribar al amanecer, ya que era cuando la mayoría de comerciantes, mercaderes y proveedores se presentaban ante las puertas de la majestuosa Ciudad Imperial.

Ochako se quedó boquiabierta tras atravesar los muros. Sir Iida tuvo que apretarle la mano para que ella no se perdiera por el asombro que la belleza del lugar le provocó.

No había ni una sola casa que no fuese gigantesca, y la mayoría de ellas podían divisarse a más de cientos de metros de distancia. Todas parecían pequeños castillos con cúpulas inmensas —pero que no podían competir contra el gran Castillo de Yuuei con sus chapiteles dorados— o como fortalezas impenetrables contra los malhechores.

Bueno... si ellos fallaban en su misión, y los demonios de Akutou cruzaban la grieta... ninguna casona amurallada podría proteger a los habitantes.

Las calles eran caóticas. Especialmente cuando atravesaron la Gran Avenida del Comercio —llena de puestos y tenderetes ofreciendo chucherías y reliquias de todas partes del reino— y también el mercado flotante de frutas, carnes y vegetales.

El estómago de Ochako rugió ante tanta variedad.

Sir Tenya no fue ajeno al sonido, y rebuscó entonces alguna moneda entre su armadura. Al final encontró una de cobre y se la tendió a un muchacho que vendía frutas en una barcaza sobre el río de agua turbia. El joven mercader le tendió un racimo de uvas, que Iida a su vez ofreció a Ochako.

Tuvo que soltar la mano de Iida para tomar las jugosas uvas de mencía.

—Gracias —dijo ella con las mejillas sonrosadas.

—Sé que no quieres que me preocupe por ti, pero esto ya está en mi naturaleza —Iida confesó con una sonrisa—. ¡Además, si no procuro que comas, no podrás defenderte a ti misma!

Ella le dio un empujoncito divertido. Sir Tenya trastabilló y casi cayó al río, lo que le sacó una fuerte carcajada a Ochako. Cuando él se volteó para darle una mirada fulminante, ella sonreía con varias uvas adentro de su boca.

—Sir Tenya, usted es aburrido —bufó ella—. ¡Se pierde de toda la diversión!

—¡Pues tu diversión es digna de salvajes...! —Agitó las manos—. ¡Además...!

—¿Qué? —Ochako preguntó divertida—. ¿Me advertirás que me iré al infierno o algo así, Sir Tenya?

El caballero se removió algo incómodo. Ochako comenzaba a sentir nervios también, por alguna razón.

—No —carraspeó—. Te iba a preguntar si... bueno... solo si quieres... huh... verás, Uraraka...

—Para hoy, Sir Tenya —Ochako, fastidiada, le apuró—. ¡Tengo unas uvas que no se comerán solas!

Él suspiró agotado, frotándose la barbilla con amplio nerviosismo. Sus manos parecían una especie de arma mortal que se movía sin descanso.

—Te quería preguntar si te apetece llamarme por mi nombre, sin el título honorífico... ¡Es decir! ¡Puedes llamarme Tenya, si eso no es demasiado osado de mi parte! —chilló—. No es como si mereciera ser llamado Sir de todas formas...

Se hizo un pequeño silencio entre Ochako e Iida. Uno en el cual ella se mordisqueó los labios, parpadeó varias veces y dejó que el bullicio de la ciudad ocultara el hecho de que estaría a punto de hacer combustión por dentro.

¡¿Por qué ese maldito caballero tenía que ser como era?!

—Bueno, digamos que... —Ochako empezó a hablar con fingida naturalidad, acomodándose el cabello—. Eres más un vándalo que un Sir, así que podría llamarte como Criminal Iida Tenya, el Secuestrador de Príncipes, Futuro Recluso Número Trescientos Cuarenta y Cinco. ¿Bonito, eh?

Sir Tenya se quedó de piedra ante la respuesta de la bruja. Ella no pudo aguantarse la carcajada que le sacó hasta lágrimas y un dolor de estómago que casi le hizo devolver las uvas. El caballero comenzó a gesticular otra vez con sus manos, molesto.

—Eres una mujer del demonio, Ochako Uraraka —Iida enfatizó—. Siento pena de tu futuro esposo. ¡El pobre hombre terminará siendo un santo, o en un asilo para deficientes mentales!

—No sientas pena de alguien que no existe —Rodó los ojos—. Mejor ten pena por tu futura esposa. Pobre muchacha ingenua y estúpida. ¡Se quedará tuerta porque algún día le arrancarás un ojo a alguien con esos dedos desquiciados!

Él ahogó un jadeo, indignado. Ochako le imitó en sus gestos, moviendo las rígidas manos en todas las direcciones y amenazando con picar el rostro del caballero cada vez que se le acercaba demasiado.

Iida la apartó, pero terminó esbozando una temblorosa sonrisa que descolocó a Ochako. Estaba tan nervioso que podía decirlo por sus manos —más— inquietas de lo normal.

—Es gracioso que digas cosas como esas.

—¿La de que eres un manitos locas...?

—No —Iida se acomodó por enésima vez sus gafas. Debía ser otro de sus tics nerviosos—. Lo de que nunca tendrás esposo.

El corazón le dio un vuelco aunque trató de evitarlo. Ella estrechó los ojos sin comprender muy bien a lo que se refería con aquel temita. O tal vez lo sabía, pero se lo estaba negando a sí misma porque no aceptaría aquello.

—¿Qué tratas de...?

Iida abrió la boca para decirle algo que seguramente la enrabiaría más, pero su mirada se posó hacia algún lugar detrás de la cabeza de Uraraka.

Una mirada llena de horror, estupor y sorpresa.

Ella iba a voltearse para husmear también, pero Iida la agarró tan fuerte por los hombros que el susto la hizo arrojar las uvas. La mirada del caballero seguía enfocada en el mismo lugar.

—¡Sir Tenya! Por todos los dioses, ¿qué...?

—Date la vuelta con cuidado y sin armar mucho revuelo —murmuró él contra su oído.

—¿Podría explicarme de qué santos demonios habla...? Ya comienza a ser tan rarito como Bakugo...

Ahora —masculló—. Solo así podrá comprenderlo.

Ochako soltó un gruñido mientras giraba sobre sus talones. Sir Tenya estaba tan cerca de ella que su espalda chocó contra su duro pecho. Intentó no pensar en aquello y trazar el camino que seguía la mirada del caballero.

Pero Ochako no veía más que un tumulto de personas que se desesperaban por armar sus puestitos para vender mercadería.

—¿No entiendo...?

Sir Tenya le sujetó de las mejillas y direccionó su cabeza hacia un lugar en particular hacia su izquierda. Ochako frunció las cejas ante la vista.

—Ahí —dijo el caballero—. ¿Ves a esa muchacha rubia de allá?

—Eh... ¿la que se ve como una pordiosera? ¿La que está junto a ese matón calvo y el larguirucho de cara amargada?

—Exactamente —Iida dijo entre dientes.

Ochako hizo una mueca de exasperación. No pretendía entender las rarezas de Sir Tenya, porque ya se había acostumbrado a que los momentos de ambos se viesen arruinados por alguno de los dos.

En efecto, había una muchacha de esbelto cuerpo —solo que no podías decirlo a simple vista por los harapos— y cabello rubio pajoso y mugriento. A su lado iban dos chicos: uno de ellos parecía una montaña de cabello cortado al ras y prominentes músculos; el otro era desgarbado, flacucho y tenía una cara más larga que sepulturero. Los tres estaban apostados frente a un pequeño puestito, posiblemente regateando por una hogaza de pan y algo de queso.

Nadie los observaba más que ellos dos. Eran solo un trío de campesinos en medio del alocado gentío de la Ciudad Imperial.

¿Qué podían tener de importante esos tres locos?

—Esa muchacha rubia que ves ahí —continuó Iida. Inhaló con fuerza antes de seguir—, es la prometida del príncipe Shouto.

Ochako se giró abruptamente para fulminar con la mirada a Sir Tenya.

—¿Me está tomando el pelo? ¿Está seguro que no se está confundiendo con alguien más?

—Ya quisiera yo —Iida se acomodó otra vez las gafas—.Yo fui uno de los guardias que les abrió las puertas, unas horas antes de que, eh... Su Alteza Shouto y yo escapemos. Pero reconocería esos labios, cabellos rubios y, eh... prominentes pechos en cualquier lugar.

Ochako fingió que Si Tenya no había dicho lo de los pechos. Agitó las manos como si quisiera retroceder a los hechos.

—¿Me estás diciendo que... esa pordiosera... es...?

Las palabras murieron en la garganta de Ochako. La sorpresa —y la pequeña incredulidad de pensar que todavía todo podía ser una broma— le impidió seguir hablando.

—En efecto —contestó Iida—. Yo también quisiera saber por qué la princesa Camie está vestida como una pordiosera y se encuentra mendigando por un pedazo de pan...

Ochako sintió todo el peso que Iida depositaba sobre sus hombros. La desesperación por descubrir un secreto que se plantaba frente a sus narices sin pedirlo ni esperarlo.

Aquello no era bueno. No podía ser bueno.

Las princesas no se suponía que mendigaban por algo de comida. Nunca se separaban de sus lujosos vestidos con corsés y pedrería, y los baños calientes de esponja y jabón no eran meros privilegios.

Sir Tenya terminó entonces su oración:

—En lugar de estar protegida adentro de los muros del Castillo, esperando por su prometido.

Les juro que este cliffhanger será tratado en el próximo capítulo... ¡El último del pequeño arco de Momo!

Y que presiento que será bastante largo :"v estoy escribiéndolo en lugar de estudiar para la defensa de mi proyecto, y el capítulo ya tiene 4K palabras y creo que no será ni la mitad. ¡No me odien por escribir semejantes biblias insoportables! Es culpa de mi cerebro ;A;

Se que deseaban capítulo de Mirio, pero era necesario saber que hacían Iida y Uraraka ;;; espero lo hayan disfrutado. Presten especial atención a las cosas que estos dos hablaron, porque serán muuuuuy importantes en el próximo capítulo :0

¿Alguien tiene teorías? c: Tal vez no lo parezca, pero les aseguro que toooodo lo que estamos viendo está conectado de alguna manera, y espero no arruinarlo haha ya saben, pueden dejar las teorías por aquí ——>

No quiero extenderme mucho porque ayer ya escribí un chorro, y seguro cuando termine el maratón igual me extenderé porque así de pesada soy, pero no soy yo si no les agradezco por todos sus bellos comentarios y votos en la historia ♥️ ¡Ayer explotó la fic con tanto amor que recibió!

El lunes nuevo capítulo ♥️ Recen por mí y mi estabilidad mental. Puede que el cap no esté terminado aun, pero LO ESTARÁ! ;;A;; de todas formas, siempre el último tirón suelo hacerlo de una sola sentada mientras me quedo Calva y ojerosa (?)

Nos vemos, y que pasen un bello finde! Besitos ♥️

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