Capítulo 32
Maratón 1/4
EDITADO VIERNES 9/11: Esto lo subí ayer, pero Wattpad es una perra escandalosa que no envió la notificación. Quienes lo leyeron fue gracias a twitter o el mensaje en mi tablero ;; espero hoy puedan verlo todos. De todas formas, el capítulo 33 será subido mañana c: no voy a alterar el orden que planeé.
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1- ¡Aquí comienza el maratón por los 100K! Los capítulos se van a subir pasando un día durante toda una semana, a partir de hoy. Es decir, hoy jueves 8, el sábado 10, lunes 12 y miércoles 14.
2- Tendremos un narrador diferente en TODOS los capítulos del maratón. Terminará el arco actual y empezará el KiriBaku ;)
3- ¡Disfrútenlo! Y NO OLVIDEN: todos los capítulos son importantes, sea el narrador que sea c: todos los capítulos contienen cosas vitales para la trama. No leerlos significaría perderse en la línea argumental. Al menos lean la segunda mitad de cada capítulo (?)
Ser príncipe de la Corte Élfica de Svartalf no era tan bueno como lo pintaban las viejas leyendas de su pueblo. No para él.
Los príncipes elfos siempre habían estado por encima del resto del pueblo —aunque nunca por encima de la reina—, y lucían sus coronas con honor. Hacían valer sus títulos como lo que en verdad debían ser.
Amantes —hombres y mujeres— por doquier, mullidas camas en la mejor casa, los manjares más sabrosos servidos a la mesa, las fiestas exóticas en honor a la realeza...
Tamaki Amajiki estaba demasiado alejado de todas esas cosas.
Para empezar, él no era solo un príncipe de elfo. Era un bastardo. Un príncipe mestizo.
Nadie habría dado más que unas monedas de cobre por el medio hermano bastardo y media sangre de la Reina Nejire. Ella era hermosa, perfección en todo su esplendor —la sangre pura de los elfos corría por todas sus venas, al igual que su magia natural.
Tamaki no tenía nada de eso. De hecho, todos le recordaban más de una vez que agradeciera la misericordia de Nejire... no solo por permitirle vivir en Svartalf, sino por incluso reconocerle como hermano y tenerlo a su lado.
Tamaki no sabía si lo agradecía, porque no estaba seguro de que le interesase tanto el estar vivo.
Le gustaba pensar en su madre, y preguntarse si ella había sopesado las consecuencias de sus actos al haberse enamorado de un simple humano —aquel que formó parte en la procreación de sí mismo.
¿Le importaba, si quiera? Su madre había muerto y Tamaki apenas le conoció. Había quedado a cargo de su tía —la reina entonces, después de que su madre perdiera el trono por sus decisiones—, y solamente siguió vivo porque una princesa Nejire de cinco años le suplicó que lo conservaran.
«Conservar». Como si no fuese más que una simple mascota exótica.
Él se sentía muchas veces tan pequeño como una alimaña.
Fue por eso que no quiso creerse al principio que Mirio Togata, Capitán estrella de la Guardia Real del Rey Endeavor de Yuuei, tenía un ápice de compasión por su triste alma.
Al principio, Tamaki fue cauteloso. Todo parecía indicar que sería otra cruel broma de alguien con más poder y fuerza que él. Era fácil, ¿no? Reírse del medio elfo solitario y un poco debilucho.
Sin embargo, él no había sido capaz de resistirse y acabar confiando en Mirio. Recordaba verlo por primera vez esa noche del Festival de las Estrellas y pensar, por medio minuto, que tal vez aquello tenía que ser una señal.
¿Por qué siempre tenía que ser tan estúpido?
Mirio le miró curioso cuando le habló acerca del grupo de los seis héroes que viajaban en la dirección opuesta en la que realmente iban. Al principio, el guardia se lo creyó —pero no por mucho.
Fue su nula capacidad para mentir lo que le terminó revelando su artimaña.
—Todos dicen la verdad, tarde o temprano —Mirio le dijo cuando lo tomaron cautivo.
—Los elfos no podemos mentir —Tamaki se encogió de hombros.
Lo cual era otra mentira, por cierto. Los elfos no mentían, pero eran maestros del engaño y la seducción. Quizá no mentían de la forma más obvia, pero podían torcer la verdad de tal forma que no pudiesen reconocer nada de la misma.
Eran inteligentes. Astutos. Peligrosos y hermosos.
Tamaki no era nada de eso. A veces pensaba que solamente tenía las orejas puntiagudas de los elfos y ya —solo era un bastardo tan simplón como los humanos.
Los humanos. Tan diferentes a los elfos. Tan llenos de pasión y amor y sentimientos.
Tal vez por eso es que Tamaki no se identificaba en lo más mínimo con el pueblo que le vio nacer y le crió.
Él también estaba lleno de sentimientos como los simplones humanos.
Y fue Mirio Togata quien le hizo caer en cuenta de ello.
Mirio Togata apareció en su celda en la mitad de la noche.
Tamaki había estado casi dormitando, después de horas en la húmeda oscuridad y soportando los gorjeantes sonidos del resto de los prisioneros. Él estaba solo en una celda, agazapado contra sí mismo y envuelto en su mugrosa capa —llena de tierra, sangre seca y quién sabe qué más— que ya nada tenía de blanco.
Se había intentado acostumbrar, al menos. Y no culpaba a los demás por encerrarlo allí junto con toda la escoria humana. Tal vez se lo merecía. Era un extraño en tierra extraña, y Nejire hacía cosas peores a los prisioneros que ella consideraba que no le serían de utilidad alguna.
En ese momento, Tamaki se sentía inútil hasta para sus enemigos.
El carcelero era un hombre —¿o joven?— de gran estatura pero blanco cabello que le cubría la frente. Tapaba su boca con un pedazo de tela y en el transcurso de las casi veinte horas que llevaba preso, no le escuchó decir más que una o dos oraciones.
Tamaki no quería admitir que estaba asustado —eso le haría sentir peor— pero la verdad es que estaba asustado.
Cuando cayó lo que creía ser la noche, se recostó contra el frío piso de su celda y observó las manchas de humedad contra el techo. Intentó buscarle alguna forma pero fue en vano. Su cabeza estaba en otra parte.
—Inútil —musitó para sí mismo. Una gota de humedad le cayó en medio de la frente—. Patético. Nejire tendría vergüenza de ti.
Resopló una amarga carcajada. Nejire le hubiese recordado que solo era una pulga insignificante porque no se hacía valer.
Tal vez tuviese razón.
Por suerte, el sueño y el peso del cansancio del viaje —y peleas, todavía temblaba de pensar en la sangre del lobo que asesinó manchando su ropa— le cayeron encima, que acabó inclinando la cabeza contra su hombro hasta dormitar suavemente.
Fue por eso que creyó que la cara de Mirio en frente de su rostro —todavía adentro de la celda— era en realidad un sueño.
—¿Mirio? —preguntó Amajiki con una sonrisa embobada—. ¿Estoy soñando?
Togata soltó una leve risita. Le sujetó fuertemente de la mano, y fue allí que Tamaki comprendió que no era ningún sueño sino la vida real.
Dio un brinquito sobre sí. Pasó desapercibido porque Mirio le tironeó con tanta fuerza que acabó rápidamente de pie.
—¿Q-q-qué...? —balbuceó Tamaki—. ¿Por qué...?
La sonrisa de Togata se esfumó de un instante a otro. Su voz era lo suficientemente firme y autoritaria, pero Tamaki no se sentía intimidado por él.
—Nos vamos —dijo Mirio—. Ahora mismo.
No tuvo tiempo de dar rodeos o cuestionar.
Mirio le condujo fuera de la prisión, pasando por encima del cuerpo inconsciente del carcelero y dejando atrás los estallidos del resto de presos, a quienes no parecía agradarles que una pulga como Amajiki escapase de la mano de un guardia.
Tamaki no tenía fuerzas para cuestionar qué estaba pasando, o si era una broma, o si simplemente iba a morir aquella noche. Lo pensó durante rato, largo y tendido, hasta que el cielo abierto y el castillo a sus espaldas le dijeron que, tal vez, solo tal vez...
Nada de eso era una broma.
Ambos escaparon por la Ciudad Imperial hasta la avenida de las tabernas. Mirio escogió la más cutre y sucia, la que daba el peor rollo y lucía como la guarida de los rufianes más peligrosos de todo Yuuei. Parecía tener muy en claro a qué lugar quería ir, ya que serpenteó por las calles adoquinadas con completo conocimiento, tomando cada oscuro callejón correcto para acortar el camino.
Mirio caminó a su lado mientras se adentraban en la taberna —Hellfire, según rezaba un cartel de madera mohosa en la entrada—, y el olor a tabaco, aguardiente y sudor le picó en las fosas nasales. Sintió que le lloraban los ojos.
El lugar estaba atestado de hombretones barbudos, tan grandes como montañas y con más copas encima que una alacena. Jugaban a las cartas, apostaban y se amenazaban con cuchillos cada vez que alguien ostentaba con hacer trampas.
Siguió a Mirio pegado a su espalda hasta una mesa vacía en un rincón cerca de la ventana. Tamaki se lanzó hasta el asiento contra la pared, y allí esperó hasta que Mirio regresó de hacer el pedido a una camarera jovencita que parecía harta de vivir.
Le dedicó una sonrisa cuando se sentó al frente suyo.
—Listo. Espero te guste la sopa de espárragos —Mirio dijo, emocionado—. Yo prefiero el caldo de pollo, pero pensé que preferirías no comer animales.
Tamaki no respondió; solo se dedicó a asentir. En Svartalf comían animales, pero era una ocasión muy extraña y que preferían evitar. Otra razón para sentirse extraño, es que Tamaki adoraba la comida en general: siempre quería saborear y degustar lo que sea que tuviera en frente.
—Y no te preocupes, nadie nos encontrará aquí —continuó—. Nadie de la guardia visitaría esta taberna... a menos que quiera morir.
Amajiki frunció las cejas, con el mentón escondido entre las rodillas.
—Tú la estás visitando —notó.
—¡Ah! —rió Mirio—. Pero yo soy el capi, sabrán lo que les conviene. Podría patearles el culo incluso si yo estuviese desnudo y mi única arma fueran mis pantalones.
Tamaki volvió a quedarse callado tras solo dar un asentimiento. Mirio era demasiado efusivo, y le costaba bastante seguirle el ritmo de sus palabras.
Eso, sin mencionar que el shock inicial por ya no estar en la celda, le estaban haciendo todo un revoltijo en la cabeza.
—Creo que si nos movemos durante la noche sin parar hasta el mediodía, y usamos las tardes para descansar hasta la medianoche otra vez, podríamos alejarnos a buen ritmo y... ¿huh? —Mirio levantó las cejas—. ¿Por qué me miras así?
Tamaki apretó la temblorosa boca. Sí, efectivamente, estaba mirando a Mirio Togata. Cuando un ser como él estaba cerca, todas las miradas debían posarse en tan radiante sol.
No podía dejar de mirarlo.
—¿Por qué? —musitó—. ¿Por qué haces esto... por mí? Quiero decir... no lo entiendo. No tiene sentido que me sacaras a hurtadillas del castillo. Estás sacrificando tu carrera, tu vida entera... por un elfo mestizo que no vale nada.
La sonrisa divertida de Mirio transmutó a una más comprensiva. No parecía el efusivo Capitán de la Guardia Real, sino un adulto tratando de hacerle comprender algo a un niño.
Tamaki sintió el peso de la enorme mano de Mirio contra su huesudo hombro. Le sacó un respingo.
—Pensé que a estas alturas ya lo entenderías.
Tamaki se molestó un poco por sus palabras. Odiaba la condescendencia —a menudo la usaban con alguien como él; el príncipe bastardo y media raza— así como no podía soportar que le tomaran el pelo.
Se sacó la mano de Mirio de su hombro. Tuvo que girar sobre sus talones y ajustarse la capucha para que no le viera las orejas enrojecidas.
Por suerte, la camarera les llevó sus cuencos con sopa y pudo enfocarse en otra cosa que no fuese Mirio. Comenzó a comer con algo de desesperación, hasta que tuvo las energías suficientes para soltarle:
—Lo único que entiendo es que hiciste algo estúpido por un muchacho que apenas conoces, Mirio.
Se odió a sí mismo después de decir su nombre. No se suponía que una escoria como él tratase al Capitán de la Guardia Real con tanta familiaridad.
Sin embargo, escuchar su nombre de sus labios le sacó una sonrisa a Mirio. O eso pensó. Porque también estaba la posibilidad que sonriera por otras cosas y pensara que Amajiki era solo un pobre diablo.
—A veces se hacen estupideces... por...
Tamaki le miró de soslayo, por debajo de la tela de su capucha. Mirio suspiró abatido, todavía sonriendo.
No iba a revelarle lo que quería decir, al parecer. Al menos de momento.
—Entonces, ¿me sigues o qué? ¿Viajamos de noche o de día?
—Deberías simplemente dejarme aquí y salvar tu trasero —Tamaki suspiró, cerrando los ojos—. No valgo el sacrificio.
Mirio parpadeó completamente confundido. En su mente no parecía existir esa opción.
—¡Ni hablar! —exclamó como si la sola idea fuese insólita—. No es como si te fuera a dejar aquí después de lo que me costó sacarte.
—Ahí está tu problema: no debiste sacarme de allí.
—Alguien tan puro como tú no puede estar entre barrotes —Mirio mencionó, mirando hacia el sol. Al menos así no podía ver los saltos de Tamaki cada vez que decía cosas como esas—. Ni tampoco bajo tierra.
Aquello sí que alteró los frágiles nervios de Tamaki. Tragó saliva con dificultad.
—¿Bajo tierra...?
—Endeavor te quería muerto para evitar una guerra civil con tu hermana.
Tamaki intentó procesar lo que Mirio estaba diciéndole.
Puede que su baja autoestima estuviese más abajo que el mismísimo infierno, pero el simple hecho de pensar en su muerte le erizaba los vellos de la nuca. Imaginarse a sí mismo, como un cuerpo frío y rígido, sin un ápice de vida, le generaba niveles de ansiedad que debían llegar hasta el cielo.
Sin mencionar que la incertidumbre de lo que habría después de la muerte, o si acaso dolería, le traía todavía más alterado.
—Mi hermana no gastaría recursos en una guerra civil por mí, Mirio...
Una sonrisa asomó otra vez la pequeña boca del capitán. Sus rasgos eran infantiles y divertidos —nada que uno se esperase en un soldado de alto rango— pero a Tamaki le gustaba de esa forma.
—Bueno, entonces fue una sabia decisión mantenerte vivo, ¿no?
—No del todo —Amajiki encogió los hombros—. Nadie se iba a morir si yo lo hacía, así que digamos que tan sabia no fue. El mundo no cambiará si yo estoy aquí, o no.
Mirio no respondió nada. A Tamaki se le hundió el corazón, porque posiblemente pensara lo mismo que él sólo que era demasiado cortés como para admitir a lo que decía.
Estaba acostumbrado a ser el bastardo inútil de la corte. Le hubiese gustado que su hermana le permitiera explotar su potencial escondido, pero tal vez así era mejor.
—No tengo idea de qué pasará por tu cabecita para que digas esas cosas —Mirio empezó de repente—. Pero de no ser por ti, Yaoyorozu estaría muerta. ¡Diablos, tal vez Jirou y yo hubiésemos muerto también!
—Puro instinto —respondió Tamaki, jugueteando con la punta de su capa—. No tengo dudas de que tú o la señorita Jirou hubiesen salvado a Yaoyorozu antes de que fuese tan herida por el lobo, yo solo llegué tarde... además, ella estuvo en peligro solo por el lobo de mi hermana...
Mirio le detuvo por el brazo. Tamaki se sorprendió al sentir que lo giraba, y usaba sus grandes manos llenas de cicatrices para acunarles el rostro.
No es como si las muestras de afecto fuesen raras en Svartalf —no lo eran, de hecho; el beso en los labios era un saludo bastante común si tenías la suficiente confianza, y el sexo no era algo relegado al amor romántico como en el resto del reino—, pero las manos de Mirio sujetando su rostro se sintió demasiado íntimo como para ignorarlo o pensar que era una simpleza.
Estaba seguro que las mejillas le estallarían del calor.
—Eres un héroe, aunque no lo creas. Y estoy seguro que serías un héroe más grande que nosotros si tan solo tuvieras la confianza en ti mismo.
Mirio sonrió más amplio entonces, y Tamaki se creyó que el mundo entero podría estar bien.
—¡Serías tan grande que podrías comerte al sol!
—¿Q-qué cosas dices...? —Tamaki zumbaba su mirada hacia cualquier parte para no ver a sus ojos azules—. Debes haber consumido algo extraño...
Mirio profirió una profunda carcajada que hizo vibrar algo en el interior de Tamaki.
—¡Tú debes consumir cosas extrañas para ser una cosita tan especial! —Le apretó una mejilla—. Eres especial, incluso si no quieres creer en ello.
—Que digas repitiéndolo no hará que me lo crea...
—¡Entonces lo repetiré hasta que te canses y lo admitas! No pienso dejar que nada te pase, pero también estoy seguro que tú solo puedes encargarte de eso muy bien.
Amajiki soltó un suspiro de agotamiento. Mirio era demasiado persistente cuando se lo proponía.
Mirio tomó la cuchara y comenzó a devorar su sopa. Si estaba poco apetitosa, o fría, no lo dejó entrever. Lucía tan feliz por siquiera comer, que Tamaki dedujo que Mirio era de aquellos que disfrutaban de las cosas simples de la vida.
Tal vez él debería comenzar a ser un poco más así, y menos como él mismo.
—Es mejor que termines tu comida —Mirio señaló su cuenco con la mirada—. Tendremos un largo trecho que recorrer en una hora.
Acordaron que lo mejor sería viajar de noche y esconderse durante el día. La cara de Mirio solía ser reconocida en muchos lados del reino, y no era una persona de la que te olvidases fácilmente —ojos azules, cabello dorado, un duro pecho y amplios hombros; era la vida imagen del Toshinori de las leyendas—, así que sería un peligro que se expusieran a plena luz del sol.
Estuvieron así más de un día y medio, aunque la exclusiva compañía del otro y el paisaje natural como único escenario... le hacía sentir como si hubiesen transcurrido semanas.
Tamaki caminaba a su lado, escondido bajo su capucha para que no se vieran sus orejas, pasando más desapercibido que de costumbre. Él se escondía fácil en las sombras, y nadie le daba una segunda mirada.
—¡Vaya! —resopló Mirio con una sonrisa—. El bosque se siente tan tranquilo cuando no estás patrullando. Todo Yuuei parece pacífico cuando ya no eres el Capitán de la Guardia Real.
Tamaki le echó una mirada a Mirio, y luego al bosque en sí. Mirio lo observaba todo con emoción —como un niño que aprecia las maravillas de la naturaleza por primera vez—, y soltaba pequeñas exclamaciones de sorpresa ante las coloridas flores silvestres que perfumaban el bosque, a los cipreses de aquella zona del bosque y a los curiosos ojos de los animalillos salvajes, como zorros, ardillas y lechuzas.
Puede que no tuviera la belleza viva de Svartalf —donde todo se construía en y con la naturaleza en sí; las casas tenían paneles que acumulaban luz del sol, y que la reflejaban en todas las direcciones haciendo brillar las coloridas ventanas de la ciudad— pero Yuuei tenía lo suyo. Era bonito, a su manera.
—¿A dónde es que estamos yendo? —se atrevió a finalmente preguntar Tamaki, con inocencia, siguiendo el vuelo de un grupo de luciérnagas en dirección a un riachuelo que podía escuchar cerca.
—No tengo idea —carcajeó Mirio—. Lejos del rey, supongo.
—Todo Yuuei es del rey, Mirio —Tamaki se aclaró la garganta—. No hay lugar en que puedas ocultarte de él. Excepto...
Excepto tal vez Svartalf, pensó. Mirio pareció leerle la mente.
—¿Tu hogar?
Amajiki inspiró fuertemente. Pensar en su casa le traía nostalgia pero también pesadillas.
—Mi hogar hace que el calabozo se sienta como un palacio —dijo—. Es hermoso, sí. Pero sigue siendo tan atrapante como una celda.
—Entonces, ¿tu hermana no me aceptará allí?
—A menos que le seas de utilidad...
Tamaki intentó ahuyentar todos los pensamientos de Nejire sonriendo con dulzura y algo de sadismo, mientras pensaba las formas en que podía utilizar a Mirio para su beneficio.
No permitiría que ella hiciera eso.
Escuchó suspirar a Mirio.
—Me preguntó cómo estará Yaoyorozu —se lamentó—. Siento que mi enojo del momento pudo haberla puesto en un aprieto.
Puso una mano sobre su enorme mientras seguían caminando entre los cipreses. También le regaló una tímida sonrisa.
—Ella es fuerte —Tamaki intentó alentarle—. Y tiene a la señorita Jirou.
—¡Uf, esas dos y el resto de Valquirias podrían aplastar con solo sus tacones a los caballeros de la Guardia! —Mirio volvió a reír—. Son más feroces de lo que sus bonitas caras aparentan.
La sonrisa se le borró poco a poco.
—Pero...
—¿Pero?
—Pero se viene una guerra, y no me siento tan a gusto estando lejos ahora que lo pienso —Mirio se mordisqueó el labio inferior—. Buscaré un lugar seguro para esconderte, y luego regresaré para luchar junto a mis hombres.
—¡Mirio! —Tamaki exclamó asustado—. ¿Vas a volver siendo que podrían castigarte...? ¿Solo por mí...?
—Es un precio que debo pagar —asintió—. Hice un juramento por el reino, y no solo debo, sino que quiero cumplirlo. Incluso si debo afrontar las consecuencias.
Tamaki tragó saliva con dureza al pensar en todos los posibles castigos que Mirio recibiría. Aquello tenía que ser alta traición, y el muchacho sufriría las consecuencias por ayudarlo.
No solamente eso, sino que Tamaki estaría resguardado mientras Mirio sufría. Casi se tropezó con una roca porque en su cabeza solo ahondaban un montón de cosas horribles.
Aprovechando que Mirio estaba concentrado en las luciérnagas que cada vez eran más abundantes —brillando en amarillo verdoso, en azul y también en púrpura—, decidió agregar:
—O podrías entregarme y sería un asunto arreglado. Estoy seguro que podrían perdonarte por tu desliz, o simplemente decir que me escapé y tuviste que salir a buscarme...
—Ya lo hemos hablado —Mirio le cortó. No le dirigía la mirada—. No voy a dejar que te maten.
—¡Es que no lo e-entiendo! —Tamaki estalló pero le fue imposible no tartamudear—. Quisiera hacer como tú y fingir que todo esto es normal, pero... no puedo. Quiero comprenderlo. Lo necesito.
Mirio se detuvo. Tamaki se mordió las uñas mientras veía su espalda ancha, sin voltearse a enfrentarlo. Tal vez estaba presionándolo demasiado, y ya podría haber agradecido que tuvieran piedad de alguien como él.
Cuando lo hizo y vio la seriedad en el gesto de Mirio, supo que otra vez estaba arruinando las cosas. El capitán caminó hacia él, sus pasos crujiendo sobre las ramitas del bosque. Le dedicó una intensa mirada que Tamaki sostuvo con todas sus fuerzas, pero fue su mano deslizándose hasta un mechón de oscuro cabello lo que le hizo dar un brinco.
Después vino su gesto indescifrable. No era del todo una sonrisa —era como una mueca de ternura, la que los adultos hacen a los niños que preguntan demasiadas cosas.
—No me parece que hayan muchas formas de entender todo esto, ¿no crees? —resopló divertido.
—Mirio... —Tamaki dijo a casi modo de advertencia—. ¿Qué dices...?
—¡Ya, ya! —rió el capitán—. Es hora de dormir, ¿no crees? Al menos un ratito. Hemos andado más de lo que esperábamos el día de hoy.
Tamaki asintió incómodo; no le gustaba oponerse a lo que otros decían, y Mirio decía todo con una sonrisa tan contagiosa y compradora que hubiese aceptado arrojarse de un acantilado si le permitiría que ese gesto fuese lo último que viera.
Armaron un pequeño refugio con grandes hojas de los árboles, y se escondieron entre unos cipreses que les protegerían en caso de una lluvia repentina. Bueno, armaron era un decir; Mirio hizo casi todo el trabajo.
Tamaki no quería ser otro inútil, así que se dedicó a conseguir algunas bayas para cenar. Tuvo que disculparse con el bosque porque habían tomado demasiado en los últimos días, pero tenía que ser por una buena causa.
Ambos cenaron y charlaron un buen rato. Más bien Mirio habló, y Tamaki le escuchaba con una sonrisa emocionada. Contaba sus grandes hazañas como capitán —puesto al que lo nombraron con tan solo dieciséis años— y también muchas anécdotas divertidas con sus compañeros caballeros o las Valquirias.
A veces, le preguntaba por la vida de los elfos en Svartalf, pero él no apetecía hablar sobre ellos.
Mirio conocía mucho de Yuuei y del mundo mientras que Tamaki solo conocía de Svartalf y los lugares visitados con el grupo de aventureros de Midoriya. Le hubiese gustado agradecerle al muchacho que lo salvase de la corte de su hermana. Tal vez podría volver a verlo y hacerlo.
Tamaki se alimentó de todas las memorias y palabras de Mirio. Podía imaginarse todos los escenarios con gran nitidez en su cabeza. Incluso se dejó fantasear con recorrer el mundo como lo conocían.
Tal vez algún día.
Cuando llegó la hora de dormir, ambos se recostaron frente al otro. No era sensato que ambos durmiesen al mismo tiempo, ¿pero que podía atacarlos en medio de un bosque perdido en el reino? Y ambos estaban agotados desde el escape.
Estaba tan cerca de Mirio que sintió que su calor le arropaba lo suficiente para dormir.
—Tamaki, ya deja de removerte —Togata rió—. Duérmete de una vez.
—Pero, Mirio... estoy seguro que escuché un ruido extraño entre los arbustos —Tamaki musitó—. ¿Y si vamos a ver...?
—Tamaki, será sólo una ardilla —carcajeó Mirio—. ¿Te dan miedo?
El tono en su voz era divertido, como el de un niño que busca desafiar a otro. Tamaki dio un pequeño respingo en su lugar, el cual no pasó desapercibido por Mirio.
No podía confesarle que no era el ruido en sí lo que no le permitía quedarse dormido.
Tamaki odiaba caer dormido.
—Tranquilo —dijo Mirio con una palmadita sobre su mano—. No estás solo. Ya te lo dije, pero puedo repetírtelo si así lo deseas.
—Lo sé —sonrió Tamaki, desviando la mirada ya que sostenerla por muchos segundos le avergonzaba.
Mirio le tomó la mano con más fuerza. Tuvo que contener la respiración y pequeño grito nervioso al sentir sus dedos callosos pero calientes sobre los suyos. Levantó la mirada hacia su rostro, ya que la imagen de sus manos unidas comenzaba a sonrojarle.
Puede que estuviera oscuro, pero Amajiki era capaz de ver todo un universo en los grandes ojos de Togata.
—Ya duérmete, ¿sí? —Mirio bostezó—. Tenemos un largo camino en cuanto salga el sol.
Tamaki asintió, con una sonrisa cómplice mientras Mirio se acomodaba y cerraba los ojos para caer dormido rápidamente. Su respiración se volvió rítmica y su rostro se llenó de la calma que no tenían durante el día.
No es como si fuese tan fácil para él.
Por las noches, Tamaki lidiaba con las pesadillas. Incesantes sueños que le recordaban a sus días en soledad en la corte élfica, abandonado por toda su familia y careciendo de amigos.
No había una sola hora del día en que Tamaki no se sintiera solo. Y, aunque le doliese, había aprendido a sobrellevar la tristeza de una vida sin compañía.
Nejire no era mala reina. No era una tirana ni tampoco utilizaba a su pueblo en beneficio propio. Era justa, pero debía aprender a mantener sus distancias para que el pueblo no la utilizara a ella para su propio beneficio.
Tenía una dulce sonrisa carismática, pero una capa gélida yacía debajo de ella. Era entendible que ser una reina la hubiese enfurecido un poco, pero nada justificaba el tratar a su medio hermano como si fuese solamente una carga.
Tamaki no tenía los poderes normales para un elfo. Él no podía comunicarse con la naturaleza, ni mucho menos averiguar los deseos más profundos de los humanos con solo mirarles a los ojos. Él tenía sangre humana, después de todo. Tal vez fuese la sangre humana que corría por sus venas lo que le hacía vulnerable ante la frialdad de los suyos
«Tienes un corazón de pulga, Tamaki, ¿qué tan lejos llegarás con un corazón de pulga?» solía canturrear Nejire cada vez que Tamaki sentía compasión por los humanos que se adentraban en la corte en busca de los favores de Nejire. «Son solo tristes e ilusas criaturas por debajo de nosotros».
Pero no podían serlo. Tamaki no quería pensarlo. Su madre, una reina, se había enamorado también de un humano, alguien que le legó la mitad de su sangre.
La sangre que le condenó a jamás pertenecer entre los elfos, porque siempre sería el medio elfo. Pero tampoco entre los humanos, porque ellos siempre lo verían como uno de los fríos y etéreos elfos.
No había funcionado en Svartalf durante dieciocho años, tampoco pareció funcionar con Midoriya y todo su grupo durante las semanas juntos. Puede que el muchacho de pecas fuese amable, pero Tamaki era consciente del velo que los separaba. Incluso de Kirishima, que también era un híbrido como él.
Así que... ¿a dónde pertenezco?
La duda siempre le azotaba. Por muchos años, Amajiki pensó que nunca pertenecería a ninguna parte; que estaría condenado a su vida de soledad y pesadillas oscuras.
Pero observando a Mirio Togata dormir a su lado, apacible y sin preocupaciones, Tamaki sintió algo que creyó jamás sería capaz de vivir.
Al sentir la mano de Mirio rozando el dorso de la suya, que apoyó allí al caer dormido... se sintió en compañía.
Sincera compañía.
Le hubiese gustado saber si merecía sentir algo tan precioso como aquello por el resto de sus días y no solo por un breve e infortunio período de tiempo.
Se quedó dormido con esa idea dándole vueltas en la cabeza.
Pero las cosas no siempre resultaban ser tan bonitas como se pintan en un principio.
Las horas, que se transformaron en días, al lado de Mirio eran algo impagable para Tamaki.
No quería admitir que Mirio influenciaba en su autoestima, pero un poco lo hacía. Y no era solo eso, sino que le hacía sentir válido. Único. Importante para el mundo.
Seguía cuestionando por momentos la razón de que Mirio decidiese dejarlo todo por él. Pero, ¿qué más daba? Si todo era una mentira, entonces era la más bella de las mentiras.
—¡Eh, Tamaki! —Mirio chilló de repente.
Él levantó la vista, sorprendido. Ambos habían estado metidos hasta las rodillas en un cristalino riachuelo, esperando cazar un par de peces para la cena. Tamaki no era lo suficientemente optimista como para pretender atrapar uno con sus manos, pero las ansias de comer pescado ahumado le hacía aventurarse de todas formas.
Y estaba el hecho de que Mirio le pidió que lo acompañase.
¿Cómo podría haber dicho que no a aquella sonrisa?
—¿Huh? —musitó Tamaki, alzando la cabeza del fondo transparente del riachuelo, por el que surcaban los peces entre sus piernas desnudas a gran velocidad.
—¡Piensa rápido!
Tamaki solo tuvo tiempo de gritar cuando sintió una cosa viscosa aterrizar en el centro de su cara. Olía bastante mal, y se enredaba con su cabello cada vez más y más.
Mirio carcajeaba de fondo, sujetándose el estómago mientras Tamaki se quitaba las resbalosas algas de color rojizo de la cabeza. Le dio una arcada cuando las sostuvo entre sus dedos.
Apretó los ojos hacia el muchacho que se reía. Parecía un simple adolescente y no un capitán que comandaba inmensos ejércitos en nombre del rey. Hasta a Tamaki le sacó una sonrisa a pesar del suceso anterior.
—Oh, Mirio... —dijo Tamaki—. No eres el único que puede jugar, ¿lo sabes?
Se le colorearon las mejillas al decir algo como aquello. El antiguo Tamaki nunca se hubiese permitido tener confianza con alguien, pero con Mirio no tenía temor a ser juzgado.
A Mirio, que se aguantaba la risa, comenzó a alejarse poco a poco del riachuelo, caminando de espaldas hacia la orilla. Tamaki lo acechaba de a poco.
—¡No me atraparás! —gritó Mirio ahuecando su mano para tomar agua del río y lanzársela a la cara de Tamaki.
Aquello le dio un poco de ventaja sobre el elfo pero no fue suficiente. Tamaki le persiguió fuera del río, escuchando su carcajada hacer eco entre los árboles. No era tan rápido como sus atléticas piernas, y ambos lo sabían.
Mirio tuvo que haberlo hecho a propósito.
Fue desacelerando poco a poco hasta que Tamaki casi le alcanzó y le sujetó por la parte de la espalda de su camisa. Pero Mirio era demasiado pícaro; se arrojó al suelo dramáticamente justo a tiempo para que Tamaki saliera despedido también por la fuerza de la caída.
Mirio gritó divertido. Tamaki ahogó un jadeo hasta que golpeó contra su pecho.
—Ouch —musitó, sobándose la mejilla.
—¡Tal vez eso te enseñe que no le puedes ganar a un capitán!
—Esto me ha enseñado muchas cosas, gracias Mirio —Tamaki dijo casi sarcástico.
A Mirio aquello le sacó otra sonrisa —¿de dónde conseguía tantas para regalar a todas horas?— que brilló tanto como el sol de primavera o un cielo estrellado durante el Festival. Tamaki quedaba siempre opacado ante él —como la luna siempre pasaba a segundo plano cuando los otros brillaban.
—Bueno... —canturreó Mirio—. Creo que debo ir a por el pescado. Si es que me dejas levantarme...
—¡Oh! Oh —Tamaki se sonrojó—. Dioses, ¡lo lamento! ¡Lo siento, Mirio!
Tamaki se alejó de su cuerpo que le apretaba contra el suelo. Su propio cuerpo extrañó la sensación de inmediato, mientras veía a Mirio levantarse y sacudirse la tierra.
—Te tomaría las disculpas si me hubiese molestado, Tamaki —Mirio se llevó la mano a la frente—. Tú espérame aquí. Cuida las algas por mí.
—Qué considerado con las algas, Mirio...
El capitán se fue trotando en dirección al riachuelo, que se había quedado un poco lejos luego de tanto que recorrieron. Tamaki notó que estaba jadeando, pero no era el tipo de jadeo por cansancio físico.
Se dio cuenta que solo podía escuchar su respiración en el bosque. No había crujidos de animales, ni pequeñas criaturas deambulando. El rumor del río tampoco se podía escuchar.
Tal vez estuviese exagerando. Pero el vello erizado de su nuca le dijo que hiciera caso de sus horribles presentimientos.
Tamaki entonces lo supo.
La inquietante calma, como el silencio antes de una devastadora tormenta. Los animales acallándose, huyendo despavoridos hacia la dirección opuesta en que debían dirigirse.
Mirio, que se había detenido en su camino, también lo sintió. Pero lo suyo era más confusión que un latente terror como el de Tamaki.
Solo tuvo un segundo antes de que azotara la tragedia.
—¿Qué diablos...?
—¡Mirio, aléjate de ahí...!
Tamaki no pudo terminar de gritar su advertencia. Solo puedo ver el momento en que el suelo temblaba debajo de Mirio, y todo se volvía una inminente catástrofe en su mente.
Luego, la tierra se partió en dos.
Sintió que el corazón se le hundía hasta los pies. Vio el rostro de Mirio mientras sus pies flotaban medio segundo sobre el inmenso vacío, y luego caía, caía, caía en picada hacia la oscuridad.
Todo ocurrió demasiado rápido.
Lo sintió todo bajo su piel, como si él y Mirio estuviesen conectados por una fuerza astral y superior. Tamaki era empático, pero en ese instante sentía todo como si fuese él quien caía por la grieta hacia una muerte inminente.
Gritó. Arañó sobre la tierra hasta que le sangraron las uñas y consideró arrojarse, como si sirviera de algo más que morir a su lado.
Tamaki no quería imaginar en alguna otra vida donde Mirio ya no estuviese con él.
Mirio le había salvado de todo. Del calabozo. De la muerte. De la vida.
Él tenía que salvarlo también, pero lo único que podía hacer en ese instante era llorar desaforadamente hasta que la garganta le quedase ronca y en carne viva.
—¡Mirio! ¡Mirio! —suplicó Tamaki hacia el abismo.
No puedo dejarte morir, pensó, incluso si ya era demasiado tarde.
Estuvo a punto de arrojarse hacia la vasta oscuridad cuando sintió otra vez el movimiento en la tierra.
Era distinto. Una fuerza que serpenteaba con violencia debajo de sus pies y se lanzaban hacia el abismo.
Él miró hacia su alrededor. Los árboles se movían —no, no los árboles.
Sus raíces.
Inmensas raíces marrones y llenas de tierra húmeda se retorcieron en espiral en medio del abismo. Tamaki lo vio todo con la boca y los ojos abiertos, en parte por la estupefacción —en parte por el horror y la tristeza—, mientras ellas se deslizaban hacia abajo y luego volvían a elevarse.
Las vio cargar con una sombra entre sus extremidades y sujetada por fuerza.
El corazón volvió a latir desbocado en su pecho al reconocerlo.
—¡MIRIO!
Las ramas depositaron el cuerpo petrificado de Mirio Togata. Tamaki trastabilló hasta él, se cayó, y entonces se arrastró a su lado.
Mirio no hablaba. Tenía los ojos abiertos, y estaba tan pálido como la luna misma y temblaba como una lámpara de papel en plena ventisca otoñal.
Tamaki lo sujetó debajo de las axilas y lo arrastró lejos de la grieta, hacia donde las raíces regresaban para esconderse en la oscuridad.
Pasó sus palmas por todo el cuerpo de Mirio. Su rostro. Sus hombros. Su cabello. Su pecho.
Necesitaba saber que estaba vivo y no era una ilusión.
—Casi me lanzo por ti —musitó Tamaki entre las lágrimas—. Casi me lanzo porque no puedo imaginarme una vida donde ya no existas.
Mirio no dijo nada, pero su enorme mano sujetó la nuca de Tamaki y le atrajo contra sí para envolverlo en un asfixiante abrazo que ninguno de los dos quería terminar.
Sintió las lágrimas de Mirio contra su cuello. Las calientes gotas que le confirmaban que en realidad si estaba vivo.
Tamaki no podía imaginar el horror de mirar a la muerte a los ojos. Le aterraba pensarlo, y no podía concebir lo mucho que Mirio debió haber sentido el miedo en sus huesos.
—No pienso dejar que nada te pase —musitó Tamaki con voz rota—. He fallado, pero no me perdonaré hacerlo otra vez.
Mirio resopló una sonrisa que cosquilleó en el hueco de su cuello. Sintió la calidez en su pecho y lo apretó más fuerte.
—Esa es mi frase —respondió Mirio con voz trémula.
Tamaki le alejó suavemente para mirarle a los ojos. Le acarició la mejilla surcada de lágrimas con sus dedos larguiruchos.
Tenía el pelo desordenado y había perdido el peto de la armadura que no consiguió atar antes de caer. Pero la sonrisa brillaba en sus ojos.
Solamente eso importaba.
—Tamaki —suspiró Mirio—. Tamaki.
La forma en que su nombre salió de su boca le erizó todos los vellos de la piel.
—Yo...
Pero Mirio no pudo terminar. Todo en el bosque pareció detenerse ante la llegada de una fuerza superior y tan potente que era capaz de romper la misma tierra.
Tamaki ya lo sabía.
Él y Mirio observaron hacia la fuente del sonido que aterraba a todas las criaturas. Eran pasos fuertes sobre la tierra, como los de un gigante, incluso si la silueta que las portaba era más pequeña que cualquiera de ellos dos.
Una mujer vestida de verde caminaba entre la tierra rota como si fuese la dueña de todo ello. Su cabello como el cielo caía en cascada y ondeaba pese a que ni una pizca de brisa corría en aquel momento.
Tamaki la recordaba dulce, pícara y etérea. Como una flor que se atreve a desafiar el invierno y crece en medio del desierto congelado. Una flor exótica y colorida, pero también venenosa y llena de espinas debajo de sus bellos pétalos.
Pero, en ese instante, solo se veía mortífera y gélida. Como la madre naturaleza que cobra venganza ante aquellos que obran en su contra.
Tamaki había estado temblando cuando se separó de Mirio para hacerle frente a aquella muchacha tan dura como la naturaleza misma, pero no lo hizo cuando irguió los hombros ante su figura.
No voy a tenerte miedo, dijo más para sí que para ella.
Ya no me controlas.
—Hermana —dijo Tamaki, con firmeza y solemnidad en su voz—. Ha pasado un buen tiempo.
Nadie —ni Mirio, ni Tamaki ni ella— se movieron por un momento.
Su corazón latió pesadamente unas tres veces hasta que el tiempo volvió a correr con normalidad. Ella buscaba sus ojos, pero él bien sabía que todo era una treta.
Entonces, la Reina Nejire de Svartalf, le sonrió con autosuficiencia.
—Tamaki —exclamó ella a modo de saludo—. Te he extrañado, mi pequeño hermanito con corazón de pulga.
Nadie más que Nejire dijo una sola palabra en los minutos que le siguieron a aquel impactante primer encuentro.
Tamaki apretaba la boca en una fina línea y los puños contra los muslos. Nejire parloteaba —como siempre lo hacía— sobre cosas sin sentido; ella ignoraba por completo a su medio hermano, enfocándose solamente en Mirio.
No es como si ella buscase coquetearle. A Nejire poco le interesaba la interacción con los humanos, pero ella era muy consciente de que podría aprovecharse de ellos.
Que debía aprovecharse de ellos y su ingenuidad.
Nejire era hermosa e inteligente. Nadie en la corte podía resistir a su voz tan dulce como la miel, sus ojos como el cielo de verano y su sonrisa tan suave y seductora como un mirlo cantando en la noche.
—Capitán Togata, ¿no?
Mirio hizo una pequeña reverencia hacia la reina. Incluso si no era la gobernante de su pueblo y ningún respeto le debía.
—Su Alteza —dijo Mirio—. Es un placer conocerla. Estoy al servicio de lo que usted pueda requerir.
Nejire soltó una risita cantarina al escuchar el término Alteza. Dicho título solo se utilizaba en cualquier rango menor a un rey: un príncipe, un duque, una princesa, un monarca consorte...
Majestad era solo para los reyes. Y, aunque Nejire fuese una, Mirio seguía admitiendo a Endeavor como su único rey.
Aquello irritó un poco a Tamaki.
Nejire siguió paseándose entre los troncos. Iba descalza, su vestido vaporoso de seda verde se arrastraba contra el barro. A ella no parecía importarle. No recordaba haberla visto tan pacífica en tantos años.
Era un tanto extraño, si se lo preguntaban.
—¿Dónde has estado, cariño? —cuestionó hacia Tamaki—. Te he buscado mucho, mucho.
Tamaki no respondía a sus ojos buscándole ansiosamente. Su hermana podría fácilmente descifrar sus verdaderos deseos.
Y esos deseos conducían solamente a Mirio en aquel momento.
De todas formas, Nejire era tan astuta que había desarrollado una gran habilidad en leer a las personas con solo sus movimientos. Ella le rodeaba como un gato salvaje que acaba de escoger a una presa.
—¿Por qué te fuiste? —preguntó en tono dulce—. ¿Fueron ese príncipe bonito y su amante los que te secuestraron?
—Primero, no me secuestraron —Tamaki espetó con la cabeza gacha—. Yo quise irme. Y Midoriya y Su Alteza no son amantes.
Nejire rió con diversión. Como si una broma personal surcara su mente de repente. Mirio frunció las cejas.
—Puede que no, pero lo serán —dijo ella—. No me equivoco, ¿verdad que nunca lo hago?
Ella echó una rápida hojeada a Mirio, para luego regresar a Tamaki.
Nejire lo sabía. O lo presentía. Al vínculo invisible que Mirio y él poseían.
Tenía que distraerla con algo más.
—Me fui porque ya no soportaba vivir encerrado en Svartalf como tu... tu...
Fue incapaz de terminar su oración. ¿Qué hubiese dicho, de todas formas? ¿Tu mascota? ¿Tu bufón? ¿Tu trofeo?
Nejire ladeó la cabeza.
—Oh, vaya —Nejire resopló—. ¡Y yo preocupada pensando que te fuiste por la profecía! Creí que te iba a perder...
Mirio levantó la cabeza. Se acercó hasta el lado de Tamaki, desafiando con la mirada a la reina. Tamaki quería suplicarle que no lo hiciera, pero él seguía firme.
—¿Profecía? —inquirió el Capitán—. ¿Qué profecía?
—¿La profecía del príncipe mestizo? —preguntó Nejire como si fuese obvio—. ¿No la han escuchado en el Castillo? ¡Qué atrasados están!
Mirio intercambió una rápida mirada con Tamaki. Tamaki agachó la cabeza. No podía estar con él en aquello, ya que sí que sabía acerca de una profecía sobre un príncipe mestizo, seis reliquias perdidas y un viajero de otro mundo que se convertiría en un héroe.
Lo escuchó cuando Midoriya el príncipe Shouto visitaron Svartalf en busca de la máscara de Trece que solía estar en posesión de sus ancestros. Y luego lo escuchó cuando el grupo hablaba al respecto.
Mirio lucía ofendido. Nejire se rió como solo ella sabía.
—A mi pulguita no le gusta esa profecía, ¿verdad? Por su cabeza está pasando la idea de que él pueda ser ese príncipe.
—¡No es cierto! —Tamaki exclamó apretando los puños—. Soy irrelevante, no puedo serlo. Tiene que tratarse del príncipe de Yuuei.
—¿Su Alteza Shouto? —preguntó Mirio—. ¿Qué tiene que ver el príncipe en esto?
Nejire se encogió de hombros.
—Nada. O todo. Eso depende de cómo resulten los hechos cuando la profecía se cumpla —Ella miró al cielo—. Estamos cerca. Y ellos también. La naturaleza lo siente, y me lo dice. El mal está más cerca de lo que pensamos. Y así como estamos, moriremos todos.
Nejire comenzó a tararear, ignorando la boca entreabierta de Mirio. Tamaki observó a su hermana seguir paseando entre los árboles como si fuese una tranquila tarde de verano y no las vísperas de una guerra.
—Tú lo sabías, ¿no? —musitó Amajiki—. ¿Sabías de la profecía? ¿Y que yo podía ser el príncipe mestizo?
—Pues claro, ¿por qué crees que nuestra tía quería deshacerse de ti? —bufó ella—. Pero yo no. Eras mi hermanito, y te veías precioso aunque tuvieses sangre humana. Yo no quería que murieras, incluso si tu nacimiento podría haber sentenciado el fin de Yuuei como lo conocemos. Hace cien años también nació un príncipe mestizo, y ese príncipe murió para salvar Yuuei.
»Su nombre era Hizashi Yamada, y él se sacrificó para que se cerrara la grieta mientras Toshinori luchaba contra el gran mal y sus demonios. Poético, ¿no? Y trágico, muy trágico. Muchos murieron ese día, y muchos morirán ahora también.
Nejire hizo una pequeña pausa en su monólogo. Acarició un ciprés, apoyando su mejilla contra el áspero tronco.
—A menos que el príncipe mestizo se sacrifique y nos salve a todos —dijo ella, con sus ojos bien abiertos hacia los otros dos—. ¿Lo harías, Tamaki? ¿Te sacrificarías por todo Yuuei, incluso si Yuuei le dio la espalda a alguien como tú?
Tamaki tensó los músculos de la espalda. Su hermana podía ser rara y loca y, a veces, un poco oportunista, pero la forma en que actuaba en aquel momento era demasiado inusual.
¿Qué había pasado con Nejire? ¿La locura la consumió por completo?
Algo no élfico y poco natural brillaba en sus ojos. Ella era cruel y oportunista —eso era cierto. Pero aquella Nejire estaba un poco lejos de su alocada hermana.
Ella deslizó sus pies llenos de tierra y ramitas hasta Tamaki. Mirio trató de tironear de él hacia su espalda, pero Tamaki no le permitió que lo moviera.
Aquella era su batalla, y no dejaría que volviese a sufrir las consecuencias de desafiar a su hermana.
Tamaki tragó saliva cuando Nejire estuvo más cerca. Podía oler a madreselva y jazmines saliendo de su sedoso pelo como el cielo. Ver la suavidad de su piel de porcelana. Ella buscaba ansiosa su mirada, pero él no la levantaba de sus botas.
—Muchos años creí que fui débil por mantenerte vivo, Tamaki —dijo Nejire con suavidad—. Trataba de consolarme con que te quiero, a pesar de todo. Y soy sincera. Te quiero como una hermana quiere a su hermano menor, y no puedo mentir sobre mis sentimientos. Pero...
La voz se le rompió. Tamaki apretó los párpados.
No caigas en sus juegos. No caigas en sus juegos.
No. Caigas. En. Sus. Juegos.
—Eso no era suficiente, pulguita.
Tamaki ahogó un jadeo al escuchar el tono de ultratumba en el tono de su hermana. Nada hizo un solo ruido en el bosque. Incluso Mirio se encontraba petrificado en su lugar.
Las suaves manos de su hermana se convirtieron en garras. Él abrió los ojos con sorpresa e intentó alejarse, pero sus uñas se le clavaron en la carne de las mejillas hasta que comenzó a sangrar.
Nejire le obligó a alzar la mirada y verla a los ojos. Tamaki sintió que el corazón le latía furiosamente contra el pecho mientras su hermana miraba adentro de su alma y se robaba todos sus deseos más profundos.
Ella sonrió con una malicia que jamás vio en su angelical rostro.
—Pero creo que he encontrado una razón para no arrepentirme de perdonarte la vida.
Intentó huir, pero fue en vano. Las raíces de los árboles estallaron el suelo y serpentearon hacia arriba en busca de presas que capturar. Nejire sonreía impasible, sin tener una pizca de miedo por la furiosa naturaleza que respondía a su llamado.
Tamaki quiso gritar. La voz no le salió.
Lo últimoque escuchó fue a Mirio gritando por su nombre, mientras las raíces se lanzabanen picada hacia ellos dos y los capturaban entre sus brazos.
¡Y así empezamos el maratón para festejar los seis dígitos de lecturas en esta historia! Q v Q
Y antes de que nos pongamos a llorar con los agradecimientos... ¡El capítulo de Tamaki fue porque el pueblo ha hablado! TvT de hecho, este capítulo iba a ser el próximo y no este xD pero creí que empezar con el bebé les daría más energías djbddj ha quedado un poquito pasteloso haha creo (?) y una dosis de angst. Espero que no les haya agotado Tamaki, pero recuerden que su autoestima es bastante baja :c o sea hablando en el canon (?) y aquí apenas está teniendo su oportunidad de mostrar su valor. Es un bebé precioso y Mirio también, espero que los amen como yo dbdhdjs
Sobre Nejire... ¡todavía quedan cosas por descubrir sobre la reina de los elfos! ¿Y saben cuando lo haremos? Muy pronto, cuando volvamos a ver a nuestro guapo príncipe y su bello brocolito ♥️
¿Quién tiene nuevas teorías? 7u7r y más importante... ¡¿quién narrará el próximo capítulo?! Dejen las teorías por aquí ———>
Y ahora sí...
No puedo explicar la emoción y adrenalina del momento djdbsjsj se que los agradecimientos los dejo siempre al final, pero esta ocasión es demasiado especial. ¡DHYL TIENE 100K LECTURAS! ;;A;; ♥️ Esto es... les juro que es increíble. No puedo creerlo ToT nunca pensé que llegaría tan lejos, porque para empezar, esta historia solamente tendría 29 capítulos y un epílogo. Y miren ahora. Literalmente tengo un final planeado para dentro de 20 capítulos.
Todo esto es gracias a ustedes. En serio, DHYL es lo que es gracias al apoyo, sus comentarios que me hacen reír, especialmente con las teorías locas HAHA así como los fanarts, los premios ganados, el amor en general... este logro es de absolutamente todos los que formamos parte de esta pequeña familia ♥️ espero el maratón de esta semana sirva para agradecer por todo esto. Ya expliqué arriba la metodología, es lo máximo que puedo ofrecer para que sea menos agotador para ustedes y para mi TvT
En serio, no tengo palabras para agradecerles por todo esto ♥️
Un poco de spam porque nunca viene mal (?) la semana pasada subí un three shot por Halloween. Y estoy segura que si les gusta DHYL, disfrutarán esta historia que tiene algo de realismo mágico, espíritus, angst y romance. Se llama Te doy mi corazón y está entre las fics actualizadas recientemente TvT
No quiero hartar con la nota de autor, porque estaremos hablando mucho estos días HAHA
¡Nos estamos viendo el sábado! Besitos ♥️
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