Capítulo 31
Atención:
1- A partir de ahora, en este preciso capítulo, comienzan las escenas no aptas para todo público. Hay un pequeño momento (adentro de una escena) que podría herir la susceptibilidad del lector.
2- Comienza el arco de Momo y Jirou/Tamaki y Mirio/Uraraka e Iida.
3- POR FAVOR: Capítulo CLAVE para la trama. No lo ignoren solo porque es de Momo ;; juro que vale la pena.
Momo debía ser transferida a los aposentos de la sanadora Chiyo en el castillo apenas pisaran el suelo real tras su odisea en busca de Todoroki.
Era cargada en brazos de Togata, con Jirou liderando la marcha, desesperada y pidiendo a los gritos por la sanadora sin importarle demasiado el protocolo real. El elfo iba detrás de ellos, encadenado, sin chistar ni oponerse a su situación actual.
Ella le debía su vida entera a aquel príncipe elfo prisionero.
Todo en el castillo fue una explosión de barullo, pasos y guardias saltando a la defensa por la sorpresa que les provocó verlos a ellos cuatro de pronto.
—¡Chiyo! —exclamó Kyoka desaforada—. ¡¿En dónde está la doctora Chiyo?!
La cabeza de Momo era un revoltijo a causa de los sedantes naturales que Tamaki usó en ella para que no padeciera el dolor de todas esas heridas de garras y dientes. No había sido capaz de conciliar el sueño debidamente, ya que cada vez que cerraba los ojos, las pesadillas de aquel lobo —enviado por la Reina Nejire— inundaban la paz de sus sueños.
Ciertamente, si Tamaki hubiese buscado asesinarla, bien podría haberla envenenado con alguna planta. O haberla asfixiado durante esas noches en que los sedantes la dejaban noqueada.
O podría no haberla salvado del ataque del lobo, y tan solo debía esperar junto a su cadáver hasta que a la reina se le diese por aparecer.
—¡¿Qué miran, par de inadaptados?! —siguió ladrando Jirou—. ¡Traigan a Chiyo! ¡AHORA!
Los jóvenes caballeros sin graduarse de la Guardia salieron pitando de allí, a través de las escaleras que llevaban a los cuartos del primer piso —donde los del servicio más relevantes descansaban—, pero a Kyoka no parecía serle suficiente.
Había estado hecha un torbellino desde el ataque de Momo.
Pura furia, puros nervios y puras órdenes.
Jirou no estaba de acuerdo con que fuese el Capitán Mirio quien la cargase, pero su cuerpo era demasiado pequeño como para lidiar con el peso muerto de Momo.
Sin embargo, eso no quitaba que tuviera un ojo encima de ellos las veinticuatro horas del día.
—Jirou, cálmate —Togata dijo con cuidad, pero lo suficientemente firme como para que pareciese una orden—. Eres quien está al mando cuando Yaoyorozu no puede hacerlo. Compórtate más como una líder y menos como una niña histérica.
Tamaki dio un respingo. Momo lo vio a espaldas de Togata; incluso ella contuvo la respiración durante un segundo antes de observar la reacción de su mejor amiga —¿o algo más?— y mano derecha.
La rabia chispeó en sus pequeños y oscuros ojos.
—Togata...
Estuvo a punto de chillarle algo al capitán, pero una sonora carcajada se hizo eco en el ya vacío salón —del que todos parecían haber huido para no lidiar con Jirou, o con la furia de Endeavor cuando se dignase a aparecer—; una carcajada que envió un escalofrío por la adolorida espina dorsal de Momo.
Ella conocía muy bien aquella desagradable carcajada. Demasiado fuerte para provenir de un cuerpo tan pequeño.
—Vaya, vaya —dijo una voz masculina e infantil. No le quitaba la vista de encima a Kyoka—. La señorita más guapa del reino ha hecho su acto de presencia. ¡Por fin!
—Cállate, cerdo repugnante —Jirou escupió—. ¿Por qué no mueves tu culo y vas a buscar a Chiyo? Tal vez empieces a caerme mej-...
—No te hablaba a ti —La cortó con una mueca de desagrado—. Hablo de la hermosa Comandante Yaoyorozu.
Jirou apretó el mango de una de sus espadas, haciendo uso del poco autocontrol que le quedaba. No era inusual que aquel despreciable ser humillara a su mano derecha, y aunque ella fuese tan dura como el acero por fuera, seguía siendo suave como un pétalo en su interior.
Las palabras, hasta las que venían de los monstruos, también podían doler.
Especialmente si ese monstruo se llamaba Mineta. Y era el escudero del Rey Endeavor.
Porque, por supuesto, un enano inservible como él no podía servir para otra cosa que no fuese cargar los escudos y armas de Su Majestad. No duraría ni diez minutos en una batalla, y aunque fuese mezquino, Momo se encontraba deseando que algún día lo llamasen al frente de guerra.
Ella no debería haber estado pensando en tales cosas.
Mineta dio unos pasos hacia Togata —quien casi le doblaba en altura—, quien de repente se puso tenso. Apretó a Momo más fuerte, y cubrió con su robusto brazo allí donde su armadura dejaba piel expuesta.
—Buenos días, Capitán Togata —dijo con su vocecilla infantil—. Estoy seguro que Su Majestad querrá verte. Puedes dejar a la señorita conmigo...
Kyoka deslizó una de sus espadas de la funda. El chirrido metálico le hizo sonreír débilmente a Momo.
Mirio, que no podía hacer lo mismo, se dedicó a darle una mirada furibunda.
—No, gracias —masculló entre dientes—. Dejaré a Yaoyorozu con Chiyo, y luego buscaré a Su Majestad. Pero no hablaremos hasta que la Comandante esté bien...
Mineta soltó un bufido, haciendo un gesto con la mano como si le restara importancia.
—¿De qué van a hablar las mujeres con Su Majestad? Él está muy ocupado con sus cosas. Que ellas vayan a lo suyo y ya.
Amajiki estaba temblando como hoja, fingiendo fundirse con las sombras para que no supiesen de su existencia. Jirou, por su parte, emanaba un aura avasallante de furia.
—¿Y qué sería ir a lo nuestro? —masculló Kyoka con desagrado—. ¿Yacer en nuestras camas para que cerdos como tú nos... nos...?
La voz no le salió. Las Valquirias hacían un juramento para no dormir con hombres bajo ninguna circunstancia mientras ostentaran el cargo.
Sobre dormir con otras mujeres... nada estaba dicho.
Ella apretó los labios y se mantuvo firme, queriendo ocultar el hecho de que el pensamiento de yacer con otro hombre no le había hecho sonrosar las mejillas.
Mineta, por muy cerdo que fuese, seguía siendo alguien inteligente y observador.
Lo notó al instante.
—Pues no sería mala idea —sonrió de lado a lado—. A ti te vendría bien, Jirou.
Momo lo supo sin siquiera tener que observar la reacción de Kyoka ante las palabras de Mineta.
Ella iba a matarlo.
Mineta chilló como rata de alcantarilla en cuanto la espada de Jirou se aproximó para cercenar su cuello. De no haber sido por Togata, el escudero del rey sería un revoltijo de vísceras y sangre en el suelo.
¿Por qué el Rey Endeavor lo conservaba a su lado, de todas formas? Era cobarde. Era inútil. Y, no menos importante, era demasiado pequeño como para cargar escudos que podrían ser de su estatura.
—¡Eres una loca desquiciada! —masculló Mineta—. ¡Las mujeres de hoy en día creyéndose que pueden portar espadas...! ¡Deberían volver a la cocina para alimentar a sus maridos!
Aquella musaraña escurridiza estaba buscándoselo demasiado duro el ser asesinado. Momo se preguntó si podría tomar su hacha desde la espalda de Togata, dar un salto, y decapitarlo ella misma.
Pero ni siquiera era capaz de hablar sin sentir que le pesaba la lengua.
Mirio intentó calmar a Jirou.
—Relájate —le susurró—. Es la misma mierda de siempre. Ya aprendimos a sobrellevarlo...
—Nunca lo voy a aprender —masculló Kyoka—. No pienso abandonar la vida terrenal sin antes cortarle la lengua y otra parte, yo misma.
Togata suspiró. Momo sabía lo cansado que estaba. Por el cambio en su respiración, sus ojeras... sus brazos que comenzaban a temblar después de haberla cargado en brazos por días.
—Entiendo tu frustración —dijo él—. Pero no estamos en posición de hacer enojar a Su Majestad.
—Vale —Kyoka apretó los dientes—. La rata puede vivir un día más. Puedo tener clemencia con las sabandijas.
—Algún día me vendrás a suplicar... perra.
Jirou hizo uso del poco autocontrol que tenía. Momo no pudo evitar notar que ella escrutaba con verdadero odio a Mineta con la mirada. El escudero hizo una mueca de autosuficiencia.
Para que la Valquiria no volviese a estallar, Togata decidió interponerse entre los dos.
—Yo llevaré a Yaoyorozu con Chiyo —dijo—. Tú encárgate de... del prisionero.
Tamaki dio un salto al escuchar que hablaban de él. Mineta reparó por primera vez en el elfo, mirándolo de arriba abajo.
—Vaya... trajeron un souvenir interesante para Su Majestad —sonrió—. ¡A él le encantará tener un elfo esclavo!
Amajiki se escondió bajo su flequillo de cabello oscuro. A Togata no pareció hacerle gracia el comentario, pero tenía más autocontrol que Jirou.
Decidió ignorar a Mineta.
—Nos veremos más tarde —dijo a la otra Valquiria.
Partió entonces hacia la escalera, con Momo en brazos, en dirección a los aposentos de la sanadora Chiyo.
Momo estuvo semi-inconsciente mientras Chiyo le curaba las heridas. No recordaba más que sus propios gemidos al sentir el alcohol limpiando los tajos, la sutura allí donde la carne no se cerraba y los apestosos ungüentos para la piel infectada.
Chiyo chasqueó la lengua al escuchar sus quejidos.
—Los niños de hoy en día se meten en muchos problemas —suspiró la ancianita de baja estatura—. Deberían dejar la guerra y la política para los adultos.
Pero nosotros seremos adultos, quería decir Momo pero su lengua la traicionaba.
Después de todo, era ella y su generación —Kyoka, Ibara, las Valquirias, Togata, el príncipe Shouto, Tamaki el elfo, incluso Mineta— los que pagarían los estragos de las malas decisiones tomadas por los adultos. Claro, era fácil para todos esos adultos... seguro ninguno de ellos estaría vivo para pagar las consecuencias.
La sobreexplotación de recursos, una población rural que se moría de hambre, pueblos con agua contaminada, sectas y grupos independientes que cada vez se encontraban más y más descontentos, un reino sin heredero...
Yuuei se dirigía al borde de un abismo a toda velocidad.
Entonces, ¿por qué debía ella permitir que un par de viejos seniles decidieran sobre su futuro?
Chiyo continuó farfullando acerca de la inconsciencia de los adolescentes. Momo ya no quería escuchar nada; hubiese deseado poder robar una botella de whiskey de la colección personal del rey para embriagarse y ya no sentir dolor.
Estaba segura que fue el mismo dolor lo que la hizo desmayarse. Estuvo bien, mientras duró, ya que nada sintió. Los dolores se disiparon y su mente se relajó, al menos por un instante.
Todo aquello se esfumó cuando la potente voz del Rey Endeavor la despertó.
—Chiyo —exclamó Endeavor, rey de Yuuei—. Despiértala.
Lo autoritario en su tono le dio un escalofrío. Ella estaba acostumbrada a las órdenes de Endeavor, pero nunca dejaban de sentirse como una bofetada a modo de amenaza.
—¡Ella está descansando! —La anciana se quejó—. Discúlpeme, Majestad, nosotros seremos sus súbditos pero una infección no se inclinará ante ningún humano.
El rey dejó soltar un quejido. La anciana sanadora debía ser una de las pocas personas que se atrevía a hablarle de esa forma; cualquier otro hubiese perdido la cabeza.
—Tengo muchos asuntos de estado que tratar, y unos invitados de Akutou que calmar, mi señora Chiyo.
Ah, pensó Momo. La alianza matrimonial todavía no está rota.
Aquello le dio una pauta interesante. Se prometió indagar en ello más tarde.
¿Qué tan beneficiado podía salir el reino de Akutou como para esperar a que apareciese el heredero desaparecido hacía ya varias lunas?
—Pues ve y haz tus cosas de rey —dijo Chiyo como si fuese lo más obvio.
Endeavor gruñó.
—El Capitán Togata me ha pedido explícitamente que hablemos con la Comandante —dijo tajante—. Ahora, no quiero tener que repetírtelo...
—Estoy despierta.
Momo se dio cuenta que fuese su propia voz la que dijo aquello. Casi no pudo reconocerse, debido a la ronquera de casi no hablar durante días y la sequedad de su garganta tras el desmayo.
La anciana Chiyo, Togata y —Su Majestad— Endeavor se giraron para mirarla.
Ella se incorporó con cuidado, su larga cortina de cabello negro hecho una maraña sin atar. Nadie se acercó a ayudarla —por supuesto que no, se suponía que era una Valquiria y nadie la ayudaba.
Se rió al imaginar a Kyoka escuchándola decir aquello. Su mejor amiga hubiese quemado Yuuei solo para ayudar a Momo y solucionar sus problemas.
Endeavor se irguió al verla despierta. Togata bajó la mirada, y Momo fue consciente de que seguro solo llevaba un par de vendas y una bata médica.
Bueno, a esas alturas no le importaba en absoluto cómo pudiesen verla. Ella era una guerrera, y la desnudez solo era una cualidad del arma más importante del ser humano: su cuerpo, y no en un sentido sexual o erótico, ya que sin entrenamiento muscular, de nada servía saber usar una espada.
Ojalá los cerdos como Mineta hubiesen tomado nota de aquello.
—Bienvenida de regreso, Comandante —Endeavor dijo con sorna—. Llevaba ya un tiempo queriendo tener noticias de usted. Me alegra que respondiese a mi mensaje cuanto antes.
Por supuesto, aquello era irónico. El retraso de su regreso al Castillo se debía al ataque del lobo.
—Tuvimos un viaje agitado —contestó Momo, apresurada.
El rey dio una inquietante sonrisa. Su rostro, con barba y cabello rojizo, le recordaba al de algún zorro taimado por alguna razón.
Tal vez porque siempre parecía mirarla con astucia.
—Estoy seguro que sí —dijo, antes de volver hacia la anciana—. Chiyo, puede retirarse.
—Sí, mi señor.
La anciana sanadora dio una reverencia antes de marcharse. El sonido de la puerta cerrándose se sintió atronador en un cuarto tan silencioso, con la presencia de tres pilares para el reino.
De repente, a Momo le cayó todo el peso de su fracaso sobre los hombros.
—Así que... Comandante Yaoyorozu...
La voz de Endeavor no era dura, pero sí acusativa. Un poco sorprendida, también —no estaba pretendiendo que Momo acudiese a su llamado sin tener a Todoroki con ellos como si fuese un saco de trigo.
—Me disculpo, Su Majestad —Momo se inclinó desde su cama—. He fallado con su encomienda, pero prometo que no volveré a hacerlo. Ruego clemencia, y aceptaré el castigo que usted tenga para mí.
La espalda le crujió del dolor, pero ya que no podía pararse tuvo que aguantárselo. Al rey no le interesaban las dolencias ajenas.
Togata la imitó, pero él hincó una rodilla al suelo y arqueó su espalda.
—Suplico yo también por clemencia, Su Majestad Endeavor —dijo Mirio con solemnidad—. Para mí, y todos los miembros de mi Guardia. Siempre estamos a su servicio y bajo su voluntad.
Endeavor no les respondió al instante. Momo tragó duro —sentía la garganta cerrada y el corazón estallándole contra las costillas— mientras los veía pasear como si de un tigre se tratase.
Era inmenso, de hombros amplios y mandíbula cuadrada. Como un verdadero rey. Nada como los suaves rasgos de Shouto, quien se suponía debía sucederlo al trono...
Si es que se dignaba en regresar a casa.
Endeavor se tomó otro pequeño momento antes de tomar aire, y responder:
—Ustedes dos saben el gran aprecio que les tengo.
Mentiras, casi escupió Momo.
—Lo sabemos, Majestad —dijeron ella y Togata al unísono.
—He decidido poner la seguridad de mi reino, mi gente, mi familia... en manos de ustedes dos... debido a la tremenda confianza que les tengo, y por la gran habilidad que ustedes me han demostrado.
Momo se preparó para el golpe. Endeavor era excelente con la manipulación. Como todo rey, por supuesto —otra vez.
Pero algo en su interior no se lo creía. Ella sabía que Shouto nunca sería capaz de semejantes cosas. Probablemente porque Todoroki no había nacido para ser un rey, pero las circunstancias lo orillaron a otra cosa.
—Pero, verán, niños —Endeavor soltó el típico suspiro cansado de los adultos—. Estoy verdaderamente decepcionado.
Momo apretó las sábanas con los puños. Togata permanecía impío. La brillante sonrisa que caracterizaba al capitán no se veía por ninguna parte. Endeavor decidió continuar.
—Soy el rey, lo sé —dijo, con una mano levantada como si les diera la razón—. Y es mi deber proteger a todos. Pero por mucho que yo quiera... no me alcanza el tiempo ni tampoco tengo la habilidad de estar en todas partes. No soy un dios.
Te crees uno, ¿hay diferencia?
—Así que por eso yo, como rey, contrato a gente que considero capaz de cumplir una maldita orden cuando se las doy.
A Yaoyorozu no le sorprendió el creciente tono en su voz, y la violencia que de repente emanaba. Su mirada pareció arder en llamas de furia.
—¿Creen que es malditamente fácil para mí? ¿Tener que convivir con ineptos que no pueden ayudar a su rey y a su reino cuando más lo necesitan?
Dio un golpe con el puño contra la pared. Momo dio un brinco en su lugar.
—¡Respondan!
—No, señor —dijeron otra vez al unísono.
Ninguno se atrevía a verlo a los ojos. Endeavor no hubiese aceptado un desafío tan osado de dos adolescentes que, pese a tener alto rango, seguían siendo sus súbditos.
—¿Creen que es fácil mantener a los de Akutou ocupados? ¿Todos los recursos que hay que gastar para sus comodidades? ¡Cada vez se desesperan más y más! La princesa Camie demanda conocer a su prometido, y con justa razón. ¡No los he traído para nada!
Ni siquiera sé por qué los traes, Momo pensó. No es como si tu hijo quisiera esto.
Tal vez si Endeavor no hubiese estado tan cegado por su avaricia de hacer suyo Akutou de alguna forma, Shouto jamás escaparía.
—Majestad, me disculparé una y mil veces —La voz de Mirio se quebró—. Solo denos una oportunidad más.
—Oh, tendrán una oportunidad más —Endeavor exclamó con una especie de sorna—. Una muy especial y única oportunidad.
Momo sabía muy bien lo que yacía bajo esas palabras: una latente amenaza.
¿De qué sería capaz el rey? ¿De despojarlos de sus cargos? ¿Exiliarlos? ¿Matarlos?
Se le ocurrieron mil y un castigos peores. Momo imaginó a todos sus seres queridos —entre ellos, Kyoka— pagando las consecuencias.
Ya no iba a fallar. Por mucho que despreciase al rey, había mucho más en juego.
—Creo tener una idea de a dónde podría dirigirse Shou-... el príncipe, mi señor.
—¿Ah, sí? —preguntó Endeavor con una encontrada sonrisa—. ¿Y es eso una certeza o una corazonada, mi preciosa Comandante?
—Un poco de ambas —Momo asintió—. Pero conozco al príncipe, y he escuchado de fuentes fidedignas que él está en busca de algo. Creo saber dónde está ese algo.
—¿Puedo preguntar qué es ese algo, Comandante?
No era una pregunta, más bien una orden. Pero Momo no podía hablar acerca de la espada, porque aquello llevaría a ser interrogada acerca de su ubicación.
Una ubicación de la que no podía hablar con nadie que no prestase el juramento de Valquiria.
Tuvo que acomodar sus pensamientos bastante rato antes de volver a hablar:
—Voy a suplicar por su confianza, señor —dijo ella, intentando de que no le temblase la voz—. Ha decidido darme una nueva oportunidad, y le suplico que también confíe en mí esta vez. No voy a fallar.
Moriré antes de hacerlo.
Endeavor asintió tras unos segundos de debate interno.
—Muy bien, Comandante —Esbozó una sonrisa—. Confiaré en usted, y esperaré ansioso el retorno de mi hijo a casa. Ahora...
Toda su atención se enfocó en Togata. El capitán se puso firme.
—¿Sí, mi señor?
—Me ha llegado información de que trajiste un invitado a nuestra corte, Capitán.
La rata de Mineta, Momo apretó los labios.
Aquella cucaracha maloliente había revelado acerca de Tamaki Amajiki, a modo de seguir lamiéndole las botas a su rey sirviendo como soplón. No es como si pudiesen ocultarle al rey su presencia, pero hubiese deseado que pasasen varias horas hasta que lo supiera.
—Sí, mi señor —Togata asintió—. Hemos traído un prisionero de la Corte élfica de Svartalf.
—¿Se puede saber por qué un elfo está en mi corte, Capitán Togata.
Momo negó levemente hacia Mirio, rogándole que no revelase la verdad. Si Endeavor sabía que Amajiki formó parte del equipo aventurero de bandidos junto con Shouto...
Las cosas no se iban a poner bonitas para el elfo.
—Eh... —balbuceó Mirio, sus ojos zumbando a través del suelo como si pudiese darle la respuesta.
—Te he hecho una pregunta, Togata.
Mirio pareció entrar en pánico. Momo también, y tal vez fue por eso que se atrevió a gritar su respuesta para intervenir en la conversación.
—¡Porque es un príncipe! —exclamó con la voz aguda—. Es el hermano de la Reina Nejire.
Mirio la miró con horror. Ella trataba de disculparse con la mirada, pero peor hubiese sido explicar la verdadera razón.
Endeavor seguía confundido e irritado.
—¿Y por qué hay un príncipe elfo en mis calabozos...? —Su tono era duro—. ¿Tienen idea lo que significa una posible rebelión civil contra Svartalf...?
—Estuvo en el lugar y momento equivocado, mi señor —Momo continuó—. Escuchó mientras estábamos trazando estrategias... fue puro protocolo de seguridad...
—Protocolo de seguridad —repitió Endeavor como si Momo le tomase por estúpido.
—No le hemos dañado... podemos devolvérselo a la reina en cualquier momento... el chico no está molesto, está dispuesto a cooperar...
Tamaki se arrancaría sus propios ojos antes de volver a Svartalf.
Endeavor cerró los ojos. Parecía estar buscando paz, como si en realidad no tuviese el trasero pegado al trono demasiadas horas al día.
El mismo trono donde el príncipe Natsuo se desangró hasta la muerte. En la misma sala donde condenó a muerte al príncipe Dabi.
Se preguntó si en verdad era un hombre fuerte o solo demasiado frío.
—Aprecio sus preocupaciones —dijo Endeavor con cinismo—, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados ante esta situación. Es demasiado peligroso.
Momo y Mirio intercambiaron una mirada recelosa.
—¿A qué se refiere, Majestad?
Endeavor se quedó pensativo, recargado contra la pared y con el dedo índice atravesándole el labio. Solo se escuchaba el tic-tac del viejo reloj de madera que pertenecía a Chiyo.
Se dirigió entonces a Togata, y Momo casi hubiese deseado que le hablase a ella:
—Mátalo.
—¿Disculpe? —repitió Mirio.
En su rostro apareció una risa, como si lo que estuviesen pidiéndole fuese demasiado absurdo para creérselo.
—Quiero que lo mates. Cuanto antes —dijo Endeavor con seriedad—. Luego llevas su cuerpo al crematorio, sin que te vean, y te esperas hasta que sea cenizas. Y luego quemas las malditas cenizas, ¡porque la estúpida reina de los elfos no puede saber jamás que hemos tenido a su hermano! ¡Ese elfo no puede ver otro amanecer!
Todo color y vida se drenó del rostro de Mirio a medida que Endeavor elevó la voz al punto de gritar. Momo sintió como si su corazón se volviese de piedra y se le hundiese hasta el estómago.
Quería vomitar. Removerse entre las sábanas hasta que se quitase todo de encima. Se sentía sucia.
Era todo su culpa. Otra vez.
—Mi señor... —Mirio trató de disuadirlo entre balbuceos—. Yo...
—Hazlo, Togata —siseó el rey—. Dijiste que estabas a mi servicio. No tengas pena por matar a uno de su raza. De todas formas, la reina no tendría reparos en prenderte fuego vivo por lo que has hecho.
Mirio no parecía captar del todo lo que le pedían, pero sí que entendía a lo que Endeavor le estaba orillando.
Momo quería chillar para que la viera. Que la mirase a los ojos mientras suplicaba por su perdón.
Porque ella nunca hubiese hecho algo para matar al elfo, mucho menos después de deberle la vida.
Y porque si Endeavor se lo hubiese pedido a Momo... ella simplemente se hubiese negado y aceptado el castigo. Tal vez así saldaría su deuda.
—¿Me entiendes, Togata? —farfulló Endeavor—. ¿Me entiendes?
—Yo...
Pareció transcurrir una eternidad hasta que Mirio consiguió recobrar la compostura. O fingir que lo hacía. Irguió sus hombros, alzó el mentón, y respondió.
No, no respondió tan rápido. Observó una última vez a Momo.
Y ella vio traición en sus ojos.
—Lo entiendo, mi señor —Togata asintió. La voz casi se le quebró—. Cumpliré con su voluntad.
Endeavor sonrió satisfecho. Ni siquiera se despidió cuando abandonó el cuarto, en dirección a quién sabe dónde.
Pero Mirio Togata tampoco le dijo nada cuando partió. Ni siquiera una última mirada, por muy llena de traición y dolor que estuviese.
Momo se quedó completamente sola en los aposentos de Chiyo. Casi deseaba desmayarse otra vez.
Al cabo de llevar siete horas recostada, Momo ya no pudo soportarlo. Necesitaba salir a respirar un poco de aire fresco.
—Intenta dormir —dijo la anciana Chiyo—. No quiero encontrarte despierta a altas hora de la noche.
—Por supuesto que no —respondió Momo con una sonrisa inocente—. Necesito reponer energías, señora Chiyo. Gracias por todo.
Aquello pareció relajar —solo un poco— a la anciana. Ella se recostó en la cama de al lado, con su cabello suelto y lista para descansar por un par de horas luego de un día bastante pesado.
Momo esperó una hora más a que Chiyo estuviese roncando antes de calzarse las pantuflas, atarse la bata y deslizarse por la puerta en dirección al oscuro pasillo.
No sabía la hora, pero podía hacerse una pequeña idea. La actividad del castillo mermaba cerca de la medianoche, pero hasta la una de la madrugada, siempre había alguien correteando con quehaceres de último minuto. Algún guardia. Algo.
Pero ni una sola alma se escuchaba en medio de la penumbra. Tan solo debían permanecer los guardias del segundo piso —protegiendo a Endeavor y a la princesa Fuyumi— y los que se apostaban en todas las entradas del castillo por posibles ataques nocturnos.
Ella no pretendía salir. Tan solo quería una ventana, o un tragaluz —cualquier cosa que le permitiese tener una vista a la Ciudad Imperial y acceso a aire puro.
Le hubiese gustado buscar a Kyoka, pero su mejor amiga también había tenido unos días muy duros. Mejor sería que descansase.
Momo deambuló, arrastrando los pies como alma en pena y deslizándose furtivamente entre las sombras del castillo. Tal vez fuese estúpido, pero ella sentía que las sombras la juzgaban. Lo más probable es que fuesen sus propios demonios...
Su propia mente sofocándola por el giro de los hechos de la tarde.
Ella no había vuelto a tener noticias de Togata ni del elfo. Hubiese deseado correr tras él, suplicarle que hicieran algo, pero Chiyo no se lo permitió. Momo tuvo que tragarse la culpa, y aceptar que sus errores también tenían consecuencias.
Tuvo que recargarse contra una pared para que no le fallasen las piernas. Estaba demasiado abrumada como para pensar con claridad.
—Lo siento —musitó para sí—. Lo siento... a todos...
A Togata y a Tamaki.
A Kyoka, y a todas sus Valquirias.
A Todoroki.
A todo Yuuei.
A ella misma.
¿De qué servía ser la Comandante de las Valquirias si era una pésima líder y cometía error tras otro?
Comenzó a hiperventilar. Necesitaba salir de allí. Encontrar algo de paz en la noche, los cielos abiertos, el manto de estrellas, el aire fresco.
Momo ya ni siquiera sabía en qué ala del castillo terminó. Por estar lamentándose como una cría estúpida, acabó dando vueltas en una zona que no solía frecuentar. Ya ni siquiera sabía cómo regresar a los aposentos de Chiyo, y tendría que soportar el regaño la mañana siguiente.
Todos los pasillos en el primer piso eran iguales. Algunos más cortos, otros más largos; pero todos estaban llenos de columnas ornamentadas con ribetes dorados, suaves alfombras de color bordó, cuadros al óleo de algún miembro del árbol genealógico de la familia real Todoroki.
El retrato del hijo mayor de Masahiro Todoroki —el antiguo rey— le devolvió la mirada. Momo los conocía a todos —para ser una Valquiria había que conocerse de cabo a rabo la historia de Yuuei—, y sintió un escalofrío de pensar en aquel aguerrido hombre.
Tenía un aire a Endeavor. Se preguntó qué clase de monarca podría haber sido. ¿Benévolo? ¿Autoritario? ¿Sangriento? ¿Egoísta y ególatra, como su hermano Endeavor?
Nunca lo sabrían. Rara vez conseguían gobernar en Yuuei los hermanos mayores.
Momo sintió algo extraño recorrer por su espalda. Una especie de sudor helado, del tipo que te ataca cuando presientes que algo extraño ronda por los lares. Presentimiento, tal vez.
O puede que fuese el rumor de unos susurros que antes no habían estado allí.
El castillo estaba tan silencioso que era inevitable escuchar cualquier nimiedad del ambiente: las lechuzas que pululaban por los techos, las cigarras que se colaban desde afuera, los lejanos pasos de los caballeros de la guardia marchando en la entrada...
Y las voces que cuchicheaban no muy lejos del pasillo en que ella se encontraba.
Momo siguió las voces como alma que lleva el diablo. Caminó entre los oscuros pasillos, de una manera casi fantasmal y etérea, porque no podía ser atrapada bajo ninguna circunstancia.
Descubrió que una pequeña luz anaranjada de las lámparas de aceite salía por una rendija debajo y al costado de una gran puerta de roble sin cerrar.
Las voces cada vez eran más fuertes, pero ella no podía escuchar lo que decían, tan solo unas palabras sueltas; «príncipe», «reino», «solsticio», «maestro», «grieta»...
Momo no entendía que correlación podían tener.
A medida que se acercó a la puerta, decidió apoyar su cuerpo contra el suelo, deslizándose como un insecto hasta que quedó pegada a la pared del marco. Sostuvo su cabello en el costado opuesto mientras asomaba poco a poco uno de sus ojos a través de la rendija de la puerta entreabierta.
No es que espiar fuese correcto. Como Valquiria, Momo había prometido sinceridad, respeto y privacidad a todos aquellos de Yuuei que no interfirieran en su tarea de preservar el orden general.
Pero los que estaban allí dentro no eran de Yuuei. No les debía nada. De hecho, ellos le debían una fortuna por haberle arruinado la vida a ella, Todoroki y quién sabe cuántos más con su llegada.
La comitiva real de Akutou.
Reconoció primero al consejero de la princesa. Un muchacho extraño de piel reseca, cabello de un celeste opaco y ojos demoníacos. Tenía la manía de rascarse allí encima de la piel ya muerta.
También estaban otros menos importantes: aquel al que llamaban Kurogiri, un lagarto humanoide, una mujer con ligeros rasgos masculinos que respondía ante el apodo de Magne, un rubio fornido con una cicatriz atravesando el centro de su frente, un extraño hombre con una larga capa y sombrero de copa...
La comitiva de Akutou era extraña. No es como si los de Yuuei fuesen normales, pero portaban mucha más seriedad que aquel grupo de bufones.
La princesa Camie no estaba por ningún lado. Si estaba, sin embargo, una muchachita de cabello rubio y desordenado, bastante enérgica, y que Momo no había visto en ningún momento antes de partir.
¿Sería alguna doncella de la princesa?
—¡Ugh, esto me agota! —exclamó la muchacha rubia con una vocecita chillona—. ¡En este castillo no puedo ser yo misma! Esto se está tardando demasiado...
—Paciencia, niña tonta —masculló el de la piel reseca. Shigaraki, si Momo recordaba correctamente; podía reconocerlo por su ronca voz—. Todos sabíamos lo mucho que podría tomar esto. El maestro ha esperado por casi un siglo, ¿y tú te quejas de unas cuantas semanas?
—¡Es que me aburro aquí!
Momo frunció las cejas. No podía creer que alguna doncella o criada hablase de esa forma de algo tan importante como lo era el compromiso de su señora.
Pero, claro, en Akutou no eran civilizados como en Yuuei. Tenían su fama de salvajes y alborotadores.
El olor del humo del tabaco le llegó hasta ella. Tuvo que contener la respiración para no comenzar a toser. Debía ser el hombre de la cicatriz —desde su ángulo no podía verlos todo el tiempo a todos—, ya que Momo le había pillado fumando a las afueras del Castillo cuando ella, sus Valquirias, Togata y los caballeros, partieron en busca de Shouto.
—El rey ha comenzado a perder la paciencia con su perra de caza —Shigaraki dijo divertido—. Estoy seguro que la obligará a ponerse los pantalones y hacer su trabajo como se debe.
Tuvo que contar hasta cinco para resistir el impulso de derribar la puerta de una patada. Estaban hablando de ella. Mofándose.
Canalizó toda su rabia en sus puños apretados contra los costados. Estaba herida y desarmada.
—Ella es bonita —exclamó la doncella risueña—. Me agrada. Quisiera ser su amiga.
—¡No has venido a hacer amigos, estúpida...!
—¡Shigaraki, no le grites a Toga!
—¡Tú también te callas, Magne! —gruñó el consejero—. Ustedes las mujeres me tienen harto. Son unas malditas pesadas y lloronas.
Momo contuvo la risa. Puede que la princesa Camie no fuese de su agrado, pero estaría ansiosa por contarle la forma que tenía su corte de hablar a sus espaldas.
Una pequeña discusión estalló entre los presentes. Momo no era capaz de distinguir a cada uno de los que hablaba, apenas y podía reconocer sus voces si los escuchaba un instante hablando ellos solos.
Alguien soltó un silbido, el cual fue capaz de apaciguar la batalla campal. Una voz monótona, masculina y profunda, habló por encima de todos ellos:
—Son todos demasiado ruidosos —chasqueó la lengua—. Ahora, ¿me dirían por qué nos hemos reunido esta noche? Saben que no me gusta ser molestado con sus estupideces.
Momo no recordaba aquella voz tan... joven y dura. Pero al instante recordó que la comitiva real de Akutou tenía otro miembro más. Uno que casi pasaba desapercibido, que no hablaba y se mantenía al margen en cada aparición pública.
El monje encapuchado.
Ella no podía verlo desde donde estaba. Solo tenía una óptica que abarcaba el flanco derecho de la habitación, y la voz —del presunto monje— provenía de la izquierda.
La curiosidad comenzó a carcomerla.
—Aw, ¿y eso por qué? —Se burló el hombre de la cicatriz tras dar una calada de su cigarro—. ¿Te da miedo que descubran tu sucio secretito, Alt-...?
—Twice, cállate ya —masculló el monje. Su tono era amenazante—. No juegues con fuego, no en un lugar como este castillo.
—Eso es irónico viniendo de ti, cariño.
El corazón de Momo golpeteó contra sus costillas. El frío le recorría la espalda. Había algo en la voz de aquel monje, en su repentina capacidad de hablar más frases de las que dio en toda su estadía desde que pisaron Yuuei.
—Finges que te importa, pero te has paseado en frente de las narices del rey desde que llegamos —Tomura ironizó—. ¿Será que quieres ser descubierto...?
El muchacho soltó una risotada profunda, maliciosa. Momo sentía miedo de verdad cada vez que hablaba.
—No arriesgaría la misión por rencores estúpidos del pasado —dijo finalmente—. Cumplo mi deber.
Hubo un pequeño silencio que Yaoyorozu sintió como una eternidad que le carcomía la piel.
Luego, un bufido y una carcajada de aquel que llamaban Shigaraki.
—Mataste a tu propio hermano, no eres ningún santo de las reglas —Shigaraki dijo con amargura—. ¡Así que me disculparás si no te creo, oh, gran príncipe Dabi...!
Momo sintió que el tiempo se paralizó.
Su cabeza dejó de funcionar.
Sus sentidos y su cuerpo no reaccionaban.
El mundo entero se sentía muerto y detenido.
De repente, le temblaron las rodillas. Por suerte había estado agazapada contra el suelo, o seguramente hubiese flaqueado y caído de bruces. Le faltó el aire, como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago.
Un puñetazo con una horrorosa revelación.
Y su cabeza volvió a funcionar, pero todo daba demasiadas vueltas y vueltas y vueltas.
Observó otra vez de reojo mientras las idea se acomodaban en su cabeza y el rompecabezas cobraba forma, pero nada de lo que vio la ayudó a convencerse de que aquello era una pesadilla.
El monje se había abalanzado contra Shigaraki —que sonreía burlón— a pesar de que lo tenían sujeto por la camisa holgada. Momo solo podía ver la parte trasera del alto muchacho: era delgado, de contextura más bien poco atlética, cabello negro como la noche, piel de porcelana...
Como la que un príncipe tendría.
Pero no todo era perfección en su piel: inmensos parches de amoratadas quemaduras cubrían gran extensión de su cuerpo. Su cuello. Sus manos. Sus tobillos. Su mandíbula.
Quemaduras que Momo solo había visto una única vez: en los dedos del encargado de incinerar los cadáveres en el crematorio.
Se dio la vuelta y vomitó. La bilis se le subió la garganta y ya no pudo contener su estómago, ni tampoco sus nervios. El líquido amarillento le quemó toda la faringe y la boca, dejándole un sabor nauseabundo y que ella asociaría siempre a los secretos salidos a la luz.
Hubo movimiento adentro del cuarto.
—¿Hay alguien afuera? —preguntó curiosa la doncella rubia.
—¡Kurogiri, atrapa al fisgón...! —Shigaraki chilló—. ¡Seguro Endeavor nos ha mandado un espía!
Momo no se lo pensó dos veces. De hecho, ni siquiera lo pensó.
Sus piernas reaccionaron solas sin que les diese ninguna orden. La adrenalina se disparó por su cuerpo, y huyó a través del oscuro pasillo —por allí por donde había venido— hacia cualquier lugar.
Cualquier lugar muy lejos de la horrorosa verdad.
Momo corrió. Sin importarle sus heridas. Sin mirar atrás. Sin verificar si algún guardia merodeaba por la zona.
Solo corrió, y corrió, y corrió hasta que le ardieron las plantas de los pies. Las piernas se le doblaron y cayó de rodillas contra el final de un oscuro pasillo en quién sabe qué ala o piso.
Ni siquiera podía recordar si había subido o bajado alguna escalera. Nada tenía sentido en su cabeza. Ni el dolor en su cuerpo y sus pulmones que demandaban más aire del normal.
Ella se agazapó contra sí misma, abrazándose sus rodillas que pronto se iban a amoratar por el golpe. Se sentía como la niña pequeña que alguna vez fue, la que su tía entrenó día y noche para convertirse en una Valquiria.
No se sentía como una líder para nada.
El estómago se le revolvió otra vez al recordar esas oscuras y rugosas cicatrices en el cuerpo del joven monje. Lo agrio de su voz, el rencor en sus palabras.
¿O debía decirle príncipe...?
El simple pensamiento le hizo cuestionarse su sanidad.
Unos suaves pasitos la hicieron dar un respingo. Ella, automáticamente, se llevó una mano a la espalda como si quisiera buscar su hacha para defenderse. No estaba allí.
Solo era una niña asustada en un rincón. Y la habían atrapado.
Se preguntó si la matarían. O si podría urdir un plan lo suficientemente rápido para noquear a su captor.
Anda, Momo, se ordenó a sí misma. ¡No dejes que las adversidades te bloqueen!
Ella era mucho más que todo eso. Era una comandante. Una líder. La hermana mayor de una legión de mujeres guerreras.
Intentó ponerse de pie con los puños en alto. Era buena en combate cuerpo a cuerpo. Sabía de artes marciales. Podía intentarlo...
—¿Yaoyorozu?
Momo dio un respingo al escuchar la vocecita chillona diciendo su nombre.
—¿M-Mineta? —balbuceó ella—. ¿Eres tú?
—Pues sí —rió el escudero del rey—. ¿Quién más iba a ser? ¿Estabas esperando a alguien...?
Pese a que su tono era lascivo —como todo lo que salía de su asquerosa boca—, Momo aflojó los puños. Suspiró, un poco más calmada al ver el rostro de Mineta iluminado por una pequeña vela.
Puede que fuese una rata depravada, pero nunca había estado tan feliz de verle. Estaba segura que podría odiarse en la mañana por ese pensamiento. Pero, en ese instante, cualquier rostro era mucho más amistoso que los de la comitiva de Akutou.
—¿Qué hacías despierta a estas horas? —Mineta bufó—. ¿No sabes que estas no son horas para que una dama ande fuera?
Cada vez se iba acercando más hacia el rincón donde ella seguía con las rodillas dobladas. Desde allí abajo, estaban casi de la misma altura.
—No podía dormir —dijo ella. Tragó saliva con dificultad—. Decidí pasear un poco.
Mineta se detuvo. La luz anaranjada de la vela le daba un aspecto espeluznante, aun con sus rasgos infantiles y maquiavélicos. Trató de imaginárselo en batalla, sosteniendo los escudos del rey Endeavor mientras este atacaba enemigos sin cesar. Mineta sería la burla en cualquier guerra, con su estatura y porte.
Aunque quizá fuese eso lo que le hacía ver como una potencial amenaza, después de todo.
—¿Estás segura de eso, Yaoyorozu? —Mineta preguntó con inocencia—. Porque no creo que andar por el ala donde descansan nuestros invitados de Akutou sea lo que llamaría un paseo.
Momo alzó la cabeza hacia Mineta. Estaba sonriéndole de costado.
Casi sin pensarlo, apretó los puños otra vez. Iba a arrojarse contra él y empujarlo, pero Mineta fue demasiado veloz. Su dedo voló hasta sus labios, y estuvo tentada de vomitar bilis otra vez al sentir su cuerpo pequeño acorralando el suyo.
La hizo callar. Ella no se dejó.
—Me seguiste...
—Son órdenes de Su Majestad, Yaoyorozu. A él le preocupaba que te dirigieras a las mazmorras en busca de ese elfo insulso.
—¡Eres una rata asquerosa...!
—Tranquila, Yaoyorozu —dijo con complicidad—. Tu secreto está a salvo conmigo. No soy un soplón, ¿sabes?
—No creo que Su Alteza Shouto piense lo mismo —escupió ella—. Cuando lo viste caer encima de mi cuerpo después de que estuviéramos entrenando.
El recuerdo le hacía hervir la sangre. Endeavor les había prohibido entrenar durante al menos un mes por culpa de que Mineta se había chivado con el rey. No es como si un par de niños de once años pudiesen estar haciendo lo que la maquiavélica mente del escudero pensaba.
—Fue por seguridad, Yaoyorozu —Mineta dijo como si le importara—. ¡No podía dejar que el príncipe se propasara contigo!
—¿Lo dices porque quieres ser tú el único —bufó Momo—. Recuerdo haberte vetado la entrada a los entrenamientos de las Valquirias por hurto de las armaduras para que tuviésemos que practicar con poca ropa.
—¡Era para que no se asaran de calor con esas cosas metálicas...! —Mineta exclamó—. Yo soy un hombre con preocupaciones, Yaoyorozu.
Seguro, pensó. Tus únicas preocupaciones son lamer unos senos y las botas del rey.
—Pero... también tengo deseos, Yaoyorozu —dijo tras un instante. Su voz era diferente—. Soy un hombre después de todo.
—¿Estás seguro de eso...?
—Sh, déjame terminar —suplicó Mineta, posando su diminuto dedo sobre su boca otra vez—. Pero, verás... rara vez alguien piensa en mis deseos...
—Bienvenido al Castillo de Yuuei. Ahora tienes algo en común conmigo y las otras mil personas al servicio de la familia real.
Mineta suspiró mientras se sostenía la cabeza con la palma libre. La vela se consumía poco a poco.
—¿Todo tengo que decírtelo de una? ¡Pensé que eras la inteligente aquí, Yaoyorozu!
Momo le dedicó una mirada furibunda. Si Mineta la captó, no parecía importarle del todo.
—Yo...
—Aléjate —siseó ella—. ¡Voy a gritar!
Mineta se rió con sorna.
—¿Y qué dirás? «¡Oh, Mineta me ha atacado luego de que estuve espiando a nuestros invitados...!»; yo no creo que a ti te gustaría que los de Akutou sepan que fuiste tú la que estaba tras su puerta, ¿eh, Yaoyorozu? —soltó una risita—. No después de que huiste antes de que te atraparan.
Momo intentó lanzar un mordisco al dedo de Mineta sobre sus labios, pero fue demasiado rápido y lo quitó como si adivinara sus intenciones.
Le apretó la mandíbula y las mejillas con su diminuta mano.
—Puedo guardar tu secreto, Yaoyorozu —le dijo Mineta—. Si tú guardas el mío.
Luego deslizó su mano adentro de la bata médica que llevaba Momo.
Se quedó de piedra. No reaccionó. El horror y el pánico tomaron posesión de su cuerpo otra vez, solo que también lo hizo el asco y la incertidumbre.
Los dedos de Mineta bajando a través de su pecho desnudo la hicieron sentir en una pesadilla. La peor de ellas. Quería gritar. Quería golpearlo.
Quería matarlo.
Pero sus piernas no reaccionaban para patearlo, y sus puños no tenían la fuerza suficiente para cerrarse. Su corazón podría haber explotado. Los pulmones no conseguían suficiente aire. Su cuerpo comenzaba a sufrir las consecuencias de la corrida, su mente estaba muerta del agotamiento y parecía que sus músculos eran presas de los sedantes de Chiyo otra vez.
Pensó que así debía sentirse un ataque de pánico.
Momo deseó levantarse de aquella pesadilla. Comenzó a temblar y gemir del miedo.
Eres indigna, pensó ella. Eres un fantasma de la verdadera Momo que protege el reino.
Pero debajo de la Valquiria patea traseros, también había una adolescente asustada en un mundo de hombres que tenía el control sobre sus vidas y sus cuerpos.
Pensó que, tal vez, si se dejaba llevar... el horror terminaría pronto... tal vez... tal vez...
Tal vez algún día seré fuerte en todos los sentidos.
Cerró los ojos y suplicó por una oportunidad más para demostrar que ella también era fuerte.
—Tranquila —Mineta canturreó. Su mano se cernió más fuerte debajo de su camiseta—. Te juro que terminará gustándot-...
Primero, Momo estaba intentando hacer oídos sordos a las asquerosas palabras de Mineta.
Luego, vino el salpicón de un líquido caliente contra su rostro.
Había estado a punto de gritar del horror, pero no lo hizo por lo que ella pensó que estaba sucediendo. El inconfundible aroma metálico de la sangre le dio más nauseas.
La vela se estrelló contra su cuerpo y le quemó el empeine del pie antes de apagarse. Pero el shock era superior al dolor.
Ella se apretó contra la pared en cuanto cayó en cuenta de lo que estaba pasando. No fue difícil —el filo de la espada casi llegaba hasta su propio cuerpo.
La espada que atravesaba el abdomen de Mineta.
Momo abrió la boca pero nada salió de ella. Ni un grito. Ni una exclamación. Solo observó con la boca abierta al rostro de Mineta contorsionado en horror al descubrir que acababa de ser ensartado con una espada.
Tosió sangre directo a la bata desabrochada de Momo. Tan solo se le escapó un gemido.
Una lámpara de aceite iluminó más el panorama del pasillo. Momo distinguió al portador del aparato como el imponente carcelero del castillo —un muchacho de pelo gris y que llevaba su boca siempre cubierta con un pañuelo, con sus ojos abiertos de par en par ante la escena.
Pero eso no era lo más impactante de todo. Había algo más.
Lo que a Momo la dejó preguntándose si aquello era un sueño... fue la imagen de Kyoka Jirou —su mejor amiga y mano derecha en batalla— sosteniendo la espada que atravesaba el pequeño cuerpo de Mineta.
Una de sus espadas gemelas. Las que Jirou llamaba Thanatos —muerte pacífica— y Keres —muerte violenta—, sus más fieles compañeras en batalla.
Era Keres la que usaba en aquel instante. La retorció doblando el puño, robándole un nuevo gemido a Mineta.
—Anda, suplícame —Jirou dijo con la voz ronca—. Quiero verte rogarme de rodillas, perra.
Pero Mineta no podía hablar sin que la sangre saliese a borbotones de su boca. Jirou no podía verlo, pero Momo tenía frente a frente los ojos aterrorizados de Mineta.
Aterrorizados por la muerte inminente.
Jirou hizo una mueca de asco, e hizo acopio de sus fuerzas para arrojar el cuerpo de Mineta contra la pared más cercana. Su cuerpo dio un estallido, y cayó con un ruido seco contra el suelo que empezaba a mancharse de su sangre.
Momo no podía decir si seguía moviéndose. Pero Jirou no se contuvo con ello, porque dio zancadas hasta Mineta y volvió a clavar su espada.
Una.
Y.
Otra.
Vez.
El sonido de la carne siendo rasgada le hizo vomitar otra vez la bilis. Momo conocía muy bien el hedor nauseabundo de la muerte —los fluidos que se desechaban, la sangre que apestaba el lugar—, pero pocas veces le había tocado ver un asesinato cometido con tanta cizaña.
Cuando Jirou terminó, se irguió con orgullo. Estaba jadeando, y de su espada goteaba sangre que le manchaban las botas.
Pero ella estaba demasiado ocupada contemplando el amasijo de carne que minutos —segundos— atrás fue el cuerpo del escudero del rey Endeavor, Mineta Minoru.
Momo seguía sin poder reaccionar.
Fue entonces que Jirou la notó. Su rostro lleno de ira se ablandó, y la espada se le resbaló de los dedos para correr al encuentro de Momo. Le sujetó el rostro con ternura, incluso si sus manos estaban mojadas y calientes por la sangre.
Le besó en la frente mientras la acunaba en sus brazos.
—No tienes idea de cuánto he deseado hacer eso —Jirou susurró con la voz rota—. Pensar que he llegado demasiado tarde...
Momo se sujetó fuerte de su espalda. Comenzó a sollozar silenciosamente contra Kyoka —que estaba viva y con ella.
—Nadie va a ponerte un dedo encima —siguió diciendo su más fiel compañera—. Aquellos que te salvan les pagaré con más vida. Aquellos que te hieran, les haré pagar con la muerte.
—Kyoka... —Momo musitó contra su cuerpo—. Yo...
Jirou la silenció. Pero no era como Mineta. Su mejor amiga lo hacía con ternura, acariciándole el largo cabello enmarañado.
—Puedes decírmelo después —Jirou le besó en la frente—. Ahora, tenemos que irnos.
Jirou se puso de pie, y usó ambas manos para levantar a Momo del suelo. Se dio cuenta que estaba completamente entumecida.
—Si es por Mineta... si quieres huir por esto...
Momo no se atrevía a observar el cadáver desecho a su lado.
—No huiría por haberme desecho de un cerdo —Jirou bufó—. Tenemos otros problemas mucho peores.
Fue entonces que Momo recordó al silencioso carcelero que las acompañaba. El muchacho era enorme, y no parecía del todo shockeado por haber presenciado el asesinato.
Estaba segura que en los calabozos se veían horrores mucho peores que la venganza de una chica contra un abusador.
—Comandante —dijo el carcelero a través de su máscara a modo de saludo.
—Yo... hola.
Momo se avergonzó de no recordar realmente su nombre. Se sintió estúpida por pensar en algo así en una noche como esa, pero Jirou pareció entenderlo.
—Shoji se ha acercado a mi cuarto esta noche —empezó a contar Kyoka.
—Ha sido la primera persona a la que he recurrido —habló el llamad Shoji—. No me quedaba nadie más de confianza.
—No entiendo de qué hablan... —Momo tiritó.
Recordó que su bata estaba desabrochada. Con dedos temblorosos volvió a anudarla.
Jirou fue la que retomó la palabra.
—Shoji ha venido a buscarme, porque... en los calabozos hubo una fuga.
—¿Una fuga?
Jirou apretó la boca antes de responderle. Su mueca, por muy seria que intentase ser, ocultaba cierto temor e incertidumbre.
—El elfo ha desaparecido.
El corazón de Momo se hundió. Nada se sintió tan espantoso aquella noche como la posible realización de que Tamaki Amajiki podía estar muerto.
Podría recuperarse de lo que fuera que ocurriese esa noche, pero no de la muerte del príncipe elfo. Y no particularmente si Togata fue su verdugo.
Quería preguntar un montón de cosas, pero Jirou no se lo permitió.
—Tranquila. No está muerto —se apresuró en decir—. Shoji dice que le han noqueado y robado sus llaves para abrir su celda. Otro de los prisioneros confesó que un encapuchado de gran tamaño se lo llevó a medianoche...
Gran tamaño, Momo ahogó un jadeo.
El Capitán Togata.
—Se lo ha llevado... —Momo dedujo, sorprendida—. ¡Se lo ha llevado!
Jirou asintió. Momo dejó escapar una carcajada de júbilo, mezclada con lágrimas, sangre en su rostro y bilis seca en su barbilla.
Pero su mejor amiga —ni Shoji— compartían su alegría.
La sonrisa se le borró más pronto de lo esperado.
—¿Pero...? —Alentó a Jirou a continuar. Ella siguió tras un suspiro.
—Pero Togata tampoco está —Kyoka dijo—. Togata está igual de desaparecido.
—No entiendo cómo eso nos involucra...
Momo no podía pensar en absolutamente nada con claridad. No cuando había sido abusada, presenciado un asesinato y posiblemente descubierto que el heredero de Yuuei no estaba muerto, sino trazando un complot contra su padre.
Era demasiado de procesar para cualquier mente humana.
Jirou la sujetó por los hombros, obligándola a sostenerle la mirada.
—Momo —dijo con cuidado—. ¿A quién buscará Su Majestad si descubre que su condenado a muerte está desaparecido...? ¿Con quién descargará su ira...?
—A Togata... —ella respondió, temerosa—. Pero Togata no está...
La realización le dio una bofetada. Jirou asintió, ya que se dio cuenta el momento en que Momo lo supo.
Endeavor iría en busca de las otras únicas dos personas que tuvieron un trato cercano con Tamaki Amajiki, el príncipe elfo.
Y esas eran Momo Yaoyorozu y Jirou Kyoka.
Podrían ser condenadas por alta traición. Ejecutadas.
Se dio vuelta un segundo para observar la carne destrozada de Mineta... el rey muy pronto descubriría todo...
—Nos vamos —dijo Jirou—. Nos vamos ahora. Y Shoji se viene, porque también lo acusará a él por ser quien estaba cargo.
—Los presos no tendrán problemas en culparme a mí —intervino el carcelero—. Puedo asegurarte que más de uno no me quiere.
Momo miró, primero a uno y luego al otro, y así sucesivamente hasta que retomó la palabra.
—¿Y a dónde vamos...?
—No sé —Jirou se frotó el rostro. Un rastro de sangre le quedó en la nariz—. Esperaba que tú me lo dijeras. Eres la que tiene todos los contactos.
Momo se devanó los sesos. No podían huir con sus familias. ¡Sería el primer lugar al que Endeavor mandaría a buscarlas!
Estarían acabados si no encontraban un refugio lo suficientemente grande para esconderse. No tendrían tiempo de escapar de la Ciudad Imperial sin ser emboscados en medio de la ruta. Todos los pueblos estaban a más de un día de distancia a caballo.
Se apretó las uñas en el cuero cabelludo. Algunos cabellos le salieron arrancados en medio de la frustración.
Hasta que tuvo una idea. Una descabellada —pero una idea después de todo.
—Solo podremos escondernos en la Ciudad Imperial —pensó Momo—. Necesitamos alguien que nos dé alojo. Alguien en quien el rey confíe.
—Pero, ¿en dónde? —Jirou masculló—. ¡Nadie alojará a tres desertores!
Nadie no.
Momo esbozó una pequeña sonrisa mientras repasaba su pequeño plan en la cabeza. Su pequeño, y loco, y suicida plan.
—Hay alguien que lo haría —Ella dijo—. Una familia que podría aceptar algo a cambio.
—¿Tienes algo para cambiar...? ¡Ni siquiera tenemos tus hachas, o dinero!
—Tengo información —Momo la cortó—. Información muy valiosa...
Respiró profundamente por la nariz.
—Acerca del paradero de su hijo menor.
Jirou le observó desconcertada, pero poco a poco comenzó a entender lo que Momo le decía. Una extraña y extasiada sonrisa apareció en su rostro lleno de sangre.
Le tomó por las mejillas y le estampó un beso en uno de sus pómulos. Momo sintió que el mundo se detenía por un segundo, y aquel segundo fue como la eternidad más bella que había vivido.
—Entonces, partimos ahora —Jirou dijo—. Shoji, cúbrenos las espaldas.
El carcelero asintió mientras le pasaba la lámpara de aceite a Jirou. Ella la tomó, no sin antes recuperar su espada del suelo y limpiarle la sangre en su pantalón de combate. Guardó la espada en su funda, para después tenderle Thanatos a Momo.
Su amiga rara vez se desprendía de sus armas. Pero, por la sonrisa que le regalaba, Momo estaba segura que no podría haberle confiado sus espadas a nadie más que a ella.
Eran la mano derecha de la otra, después de todo.
Fue así, entonces, que los tres —la Comandante, la Valquiria y el carcelero— se escaparon furtivamente del Castillo de Yuuei en mitad de la noche. Dejando atrás, horrores, sangre, cadáveres y secretos.
Si ese era su pasado, Momo se preguntó por su futuro.
Pero no tendría miedo. Ya no iba a paralizarse. Una guerra se avecinaba y ella no podía exponer otra vez sus puntos débiles.
Soy fuerte, se dijo. Y seré más fuerte.
Junto a Kyoka. La mujer que le había tendido una mano, incluso cuando estuvo en sus peores momentos.
Y seguirían juntas. Juntas, en dirección a la mansión señorial de la familia Iida.
El antiguo hogar del caballero llamado Sir Tenya —aquel que había escapado junto a Shouto, igual que ellas y, sin darse cuenta, fue uno de los seis detonantes de la guerra que pronto llegaría.
Bueno, esta vez no se que clase de comentario dejar aquí así que mejor digo algo simpático como: Holiiii, perdonen los dedazos ;v;
Por alguna razón (?) esperaba hacer este capítulo hace un montón. Y no precisamente por cierta muerte (aunque un poco si) porque quería mostrar mucho más de Jirou (qué no ha hecho mucho hasta ahora), la fuga MiriTama, la revelación de Dabi (CHAN) y un punto clave en la evolución de Momo como personaje. A partir de ahora comenzará a cuestionarse muchas cosas, y este es solo el primero de cientos de secretos que deben ser revelados
Espero no haber incomodado con, uh, ese momento entre Momo y Mineta. Ni yo me sentí cómoda haciéndolo, pero necesitaba un detonante para que Jirou enloqueciera. Y aunque sea muy triste, a las mujeres que convivían con la realiza en la época medieval (esto es un pseudo medioevo), rara vez podían salvarse del machismo, misoginia y los abusos.
Anyway... ¿teorías? c: déjenlas por aquí ♥️
Estaremos estrenando narrador en este pequeño arco. ¿A quien le apuestan? ¿Jirou? ¿Uraraka? ¿Iida? ¿Mirio? ¿Tamaki? ¿Dabi, tal vez? ;)
¡Ya estamos a menos de 10K de llegar a los 100K leídos! ¡No puedo explicarles mi emoción! Recuerden que habrá un pequeño maratón cuando lo alcancemos (obvio, me dan un par de días así lo preparo hehe quiero traer algo de calidad) durante toda una semana. Se que había prometido LFDA antes de una nueva actu de este fic pero no pude evitarlo :,v no me odien, mi inspiración anda obsesionada con DHYL
Muchísimas gracias por todo el amor que le siguen dejando a la fic. Votos, comentarios, fanart... todo es súper apreciado TvT ♥️
Nos vemos pronto, besitos ♥️
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