Capítulo 30
Midoriya estaba acostumbrado a pensar y reaccionar rápido, pero el disco con cuchillas que Gran Torino arrojó hacia él llegó en el peor de los momentos.
Su mente había estado trabajando demasiado en las últimas horas; con la nariz aplastada contra los viejos libros llenos de polvo y la cabeza maquinando teorías que tuvieran coherencia.
Ni siquiera tenía las energías suficientes para decirle a su cuerpo que saltara hacia el costado si pretendía seguir viviendo.
—¡Midoriya!
La voz de Todoroki se sintió demasiado lejana mientras veía pasar su vida frente a sus ojos.
No creyó que Gran Torino quisiese matarlo de verdad, pero allí estaban. Y el anciano no parecía estar dispuesto a tolerar sus fracasos cuando se suponía que debían salvar al reino.
Piensa rápido, se dijo a sí mismo con desesperación.
Pero Todoroki fue mucho más rápido. Mientras el disco cortaba el aire de la biblioteca, Izuku le vio aproximarse hacia el libro abierto de par en par sobre la mesa y cerrarlo de un golpe. Alzó el pesado ejemplar delante de su rostro mientras usaba uno de sus hombros para empujarlo lejos del blanco del disco.
Izuku escuchó el clank metálico del disco enterrándose en el lomo del libro. La fuerza del impacto hizo trastabillar a Todoroki hasta que su espalda chocó contra uno de los estantes.
Al menos dos docenas de libros comenzaron a caer desde arriba. Algunos incluso golpearon en la cabeza a Shouto.
—¡Todoroki! —gritó Midoriya con horror—. ¡¿Estás bien?!
No pudo escuchar la respuesta de Shouto —semi enterrado entre una pila de gruesos libros— ya que la carcajada de Gran Torino lo opacó.
—¡Así es como se defiende a la gente! —El anciano hizo girar dos cuchillos arrojadizos en la palma de su mano—. Piensa rápido, Espada.
Midoriya solo tuvo tiempo de bajar la cabeza al adivinar la dirección de los dos cuchillos. Ambos apuntados a su pecho y su garganta, terminaron clavados en la pared mientras él rodaba por el suelo.
Escuchó el quejido de Shouto intentando ponerse de pie. Su cabeza todavía debía doler desde la pelea del día anterior con Gran Torino, así que el príncipe hacía lo que podía. Descubrió que llevaba el disco en una de sus manos y el libro —con un tajo enorme sobre la cubierta— contra el pecho.
Izuku se escondió detrás de una estantería para esquivar otro par de cuchillos que escuchó estrellarse contra más libros.
—¡Vamos, vamos! —Gran Torino no dejó de reír—. Esto es un juego de niños. No se confíen solo porque la profecía los ha traído hasta aquí; ¡demuestren que se han ganado su lugar!
Piensa, Izuku, maldita sea, ¡piensa!
Pero no podía poner a trabajar su mente debido al cansancio y la rapidez con la que Gran Torino le atacaba con cuchillos y demás armas. Podía deducir que Todoroki también consiguió esconderse, ya que de momento el único que recibía los ataques del anciano era Midoriya.
Él solo necesitaba tiempo para ordenar todas las ideas que revolotearon en su cabeza. Si tan solo hubiese leído con más rapidez todo el libro... sí, aquel tomo que estaba tan enfrascado leyendo cuando Todoroki apareció en la biblioteca.
El libro de criaturas míticas de la historia de Yuuei.
Allí hablaba de demonios de la noche y dragones, de elfos y también de hombres rana —como Tsuyu—; de ninfas de los bosques, volcanes, desiertos y de lagos.
Pero claro, Izuku no iba en busca de ninguna de esas.
Él iba específicamente busca de...
—¡Midoriya, aquí! —Todoroki farfulló entre dientes desde atrás del estante del lado opuesto.
Izuku parpadeó en busca de la fuente de su voz. Finalmente lo encontró de pie, todavía con el disco en mano y el libro en el otro brazo. Llevaba el pelo revuelto, las mejillas y la nariz cubiertas de polvo, y un notable rasguño en la mandíbula.
No dejaba de verse hermoso a pesar de todo. Pero ese no era momento para admirar su belleza.
—¡No podrán esconderse para siempre detrás de esos estantes! —canturreó Gran Torino desde el otro lado—. Tarde o temprano, los problemas deben ser enfrentados.
Todoroki seguía haciéndole señas para que corriera a su lado. Por supuesto, dos cabezas pensaban mucho mejor que una. Pero el pequeño espacio del pasillo que debía atravesar era tiempo suficiente para ser atrapado por Gran Torino.
Otro cuchillo impactó en un libro que estaba justo detrás de su cabeza. No quería pensar qué hubiese pasado si conseguía atravesar la madera.
¿Cómo podía luchar contra alguien que no tenía nada que perder?
—Midoriya —insistió Todoroki—. ¡Ven ya!
Izuku tuvo una pequeña idea. Si Gran Torino no tenía nada que perder, entonces él no tenía nada que temer a la hora de atacarle.
Izuku se dio la vuelta hacia el colosal librero de al menos siete estantes que casi rozaba el techo. Tragó duro mientras se preparaba mentalmente para lo que iba a hacer.
Pidió disculpas en su interior a todos esos hermosos libros.
Tomó carrera, preparó su hombro —el menos dañado por los entrenamientos— y cargó derecho hacia el estante.
El dolor estalló por el hombro hacia el resto del cuerpo. Pero no iba a pensar en el agudo malestar, sino que volvió a tomar carrera e hizo presión con todas sus fuerzas contra el librero.
Todoroki estaba gritándole ya, y Gran Torino reía, pero Izuku se encontraba demasiado concentrado en derribar el librero para obstruir el camino del anciano hacia ellos dos.
Golpeó.
Golpeó.
Golpeó.
El librero se tambaleaba cada vez más, e Izuku aprovechaba los momentos de suspensión del mismo para golpear una vez más y con el doble de fuerzas, pese a que sentía que en cualquier instante iba a quebrarse el hombro.
—Vamos ya —Midoriya masculló entre dientes—. ¡Ya!
El sudor le caía a chorros por la frente, y su garganta ardía de tanto gritar. Nada a su alrededor parecía existir más que el libro que debía caer.
Y, finalmente, lo hizo.
Midoriya solo miró pasmado, durante medio segundo, al inmenso librero de madera caer hacia adelante mientras sus libros se estrellaban poco a poco contra el suelo.
Todoroki también estaba de piedra. Izuku corrió hacia él, y no llegó a ver el impacto pero sí escuchó el estallido del mismo al colisionar contra el suelo, llevando por delante las mesas y las sillas que acabaron como un solo cúmulo de astillas.
—¿Midoriya...? —balbuceó Todoroki.
—¡No te quedes ahí! ¡Corre!
Midoriya le sujetó por la muñeca que no llevaba el disco y ambos se precipitaron a través de la polvareda que inundó todo el ambiente haciendo casi invisible el panorama, permitiéndoles así correr hacia la salida de la biblioteca.
Aunque, por supuesto, también los encegueció a ellos dos.
Ambos tosieron y se tropezaron contra algún trasto o escombro, más de una vez. Lo único que le daba seguridad eran sus dedos encerrando la muñeca del príncipe, sintiendo bajo sus propias yemas el pulso acelerado de Todoroki.
¿En dónde diablos estaba Gran Torino?
—Midoriya, ¿se puede saber qué ha sido todo eso? —Shouto preguntó tras toser—. Tal vez has matado al viejo, no es que me esté quejando...
Midoriya le apretó más fuerte la muñeca.
—¿En serio crees que se dejaría morir tan fácil, Todoroki? —masculló en respuesta—. Además...
No es como si pudiese morir o algo, pensó. Pero guardó aquel pensamiento ya que no era el momento.
Y porque podría estar equivocándose. Pero luego de su extraño sueño y de Gran Torino pronunciando las mismas palabras...
Nada de eso podía ser una coincidencia.
Pero, ¿qué podían hacer Midoriya y Todoroki en frente de alguien como Gran Torino?
Los ataques de frente eran inútiles, ya que el anciano tenía inagotables energías y ellos eran solo dos simples humanos con cansancio físico.
Sin armas.
Sin demasiadas oportunidades.
Sin posibilidad de tender una emboscada a alguien que parecía saberlo todo.
Lo único que Midoriya pudo pensar fue en adelantarse a sus movimientos. Pero hasta eso se escuchaba como una tarea imposible. Aunque era mucho mejor que sentarse allí, desesperándose a morir a manos de un viejo desquiciado que quería probar sus espíritus.
Izuku apretó a Shouto contra la pared detrás de un librero. Sintió la dureza de su pecho contra el suyo, el acelerado subir y bajar de su respiración. Murmuró entonces contra su oído:
—Todoroki... ¿qué harías tú si fueras Gran Torino?
Pudo sentir el cuerpo del príncipe sorprendiéndose ante la simple pregunta. Cada vez que su pecho se inflaba con una bocanada de aire rozaba el suyo, y aquello estaba provocándole cosquillas que no debió haber sentido en un momento como ese.
—Golpearnos con su bastón —declaró Todoroki finalmente.
Izuku dejó exhalar el aire con una sonrisa cansada. Negó con la cabeza, entre divertido e impaciente.
—¿Algo más?
—Pues...
—¡Tú eres el que ha entrenado más tiempo en combate con él! ¡Yo me la pasé aquí adentro como un gusano de biblioteca!
Él amaba las bibliotecas, por supuesto. Pero también quería pelear.
Shouto exhaló todo el aire que había estado conteniendo. No podía ver del todo sus rasgos ya que el polvo todavía no se disipaba, pero sí que podía distinguir la delicada forma de su rostro. Casi podría haberla trazado con su dedo de lo mucho que se la conocía de memoria.
—Mira, si yo fuera Gran Torino, me subiría en algún lugar alto —Todoroki empezó a bajar el tono de voz—. Da unos saltos que ni el asesino o ladrón más diestro podrían conseguir.
—Un lugar... alto...
Midoriya se alejó del cuerpo de Shouto y empezó a escanear la biblioteca con los ojos estrechados. Varias antorchas se habían apagado, por lo que el lugar estaba más oscuro de lo que le hubiese gustado.
Pero aquello fue suficiente para ver una sonrisa brillando en lo alto de uno de los libreros más cercanos a ellos.
Izuku dio un respingo cuando Gran Torino soltó una carcajada al ser descubierto.
—¡Todoroki, corre!
Pero el príncipe no se movió. Sujetó a Midoriya por su chaleco de tela y lo estampó contra la pared. Él se giró entonces, de manera que su espalda dio contra el pecho de Izuku y cubrió todo su cuerpo.
Se puso en guardia con el disco preparado para arrojarlo y el libro a modo de protección. A juzgar por su feroz mirada, Midoriya descubrió rápidamente sus planes.
Estaba protegiéndolo. Buscaba ser su escudo.
Gran Torino saltó de librero en librero con la habilidad de un artista de circo. Si aquello hubiese sido su mundo, Midoriya estaría convencido de que el anciano estaba sujeto a alguna especie de arnés que le permitía desafiar las leyes de la física y de la gravedad.
Pero como estaba en un mundo mágico y medieval, Midoriya tenía otras teorías.
Gran Torino aterrizó entre unos escombros de maderas y libros desmenuzados por todo el recinto. Las hojas y cubiertas de cuero estaban desperdigadas por todas partes —Midoriya sintió una punzada de culpa al haber asesinado todos esos libros—, y el anciano se movía entre ellas sin preocuparse de en dónde pisaba.
Ni una sola vez trastabilló. Solo caminó hacia ambos, portando un cuchillo afilado y su bastón. No necesitaba nada más.
—Corre a la caja a conseguir un arma mientras lo distraigo, y luego lo acorralamos —espetó Todoroki sin dejar de mirar amenazante al anciano—. Aprovecha el momento.
—Todoroki...
—¡Midoriya, no hay más opción! —El príncipe estalló con voz ronca. Rara vez se lo veía alterado—. No nos hará daño. No te hará daño. Somos dignos, diga lo que él diga.
—Pero si me escucharas...
—Maldición, mocosos, ¿ustedes nunca dejan de actuar como un matrimonio? —Escuchó gruñir a la sombra de Gran Torino—. Así no trabaja un equipo; no si no escuchas a tu compañero.
Todoroki se puso más tenso. Sus músculos estaban totalmente rígidos, su brazo suspendido en el aire comenzaba a temblar.
—No necesito escuchar nada, sé que buscas distraernos y llamarnos mocosos inútiles. Otra vez —Todoroki dijo recuperando la calma, pero sus ojos llameaban con ira—. ¡No somos inútiles!
—¡Todoroki, ya escúchame...!
Izuku comenzaba a desesperarse. Todoroki era un cabezota —bueno, no podía culparlo; él podía ser peor— y no dudaría en saltarle al cuello al anciano intentando desarmarlo y así proclamarse victorioso.
Pero no lo conseguiría. Nunca podría.
Si aquello fuese una pelea real, lanzarse a pelear cuerpo a cuerpo hubiese supuesto una eventual muerte para el príncipe.
—Midoriya, estate listo. Contaré hasta tres...
Gran Torino estaba tan cerca que ahora podía distinguir claramente su figura.
—¿No escucharás a tu compañero? —rió el anciano—. Creo que él ha visto todo antes que tú, Alteza.
Todoroki estaba cada vez más alterado. Podía verlo en su palpitante vena del cuello y sus dientes rechinando, su mano lista para arrojar el disco.
Solo tenía cinco segundos antes de que se desatase la hecatombe.
—¡Planeo derrotarte, cueste lo que cueste! —exclamó Shouto—. ¡Y te demostraré con él!
Midoriya le dio un empujón a Todoroki para salir de su protección. Él estaba completamente frustrado ante su necedad, e inspiró todo el aire —polvoriento— que pudo para gritarle a la cara:
—¡No va a poder luchar con él, Todoroki Shouto! ¡Es una jodida pelea perdida!
El príncipe le miró por encima del hombro, entre sorprendido y decepcionado. Gran Torino parecía totalmente divertido con la situación.
Midoriya también estaba echando chispas.
—Gracias por el voto de confianza, Midoriya...
—¡Es que eres tan...! ¡Ugh! —Apretó los puños en frente del rostro—. ¡Si me dejases hablar...! ¡Entenderías a lo que me refiero!
Todoroki seguía mirándole furibundo. Estrechó su mirada hacia Izuku, como si quisiera desafiarlo a él más que al enemigo que tenían de momento.
Pero Midoriya miraba a Gran Torino, con gesto completamente decidido. Estaba furioso. E impresionado.
Pero, en el fondo, estaba más que nada una sola cosa: intrigado.
«¿Acaso no lo ves, muchacho?» repitió la voz del viejo en su mente, como una especie de voz en off mientras un montón de imágenes se sucedían.
Las bibliotecas en llamas y los castillos ensangrentados. Los libros que no debían existir. Aquel misterioso viejo salido de la nada, que se ofrecía a entrenarlos y conocía a Toshinori desde hacía un siglo. A Mei Hatsume hablando sobre el templo que daba mal rollo y que debería haber estado deshabitado. Al frío y lúgubre ambiente entre aquellas paredes.
Pero, más que nada, su mente repasaba todos los momentos en los que Gran Torino nunca había actuado como un humano normal. Mucho menos como un humano que debería haber tenido más de un siglo de edad.
Señaló entonces hacia Gran Torino, que sonreía como desafiándolo a decirlo todo en voz alta. Entonces, dijo:
—Nunca vas a ganarle, Todoroki —Su voz salió más firme y segura de lo que pensó—. Porque Gran Torino no está vivo.
Dio un paso hacia el anciano. Podía verlo con mayor claridad. Su rostro envejecido pero con una palidez característica de la muerte, sus pies que parecían flotar a menos de un milímetro del suelo —tal vez por eso lo único que siempre se escuchaba al andar era su bastón.
Izuku lo había leído en el libro de criaturas míticas de la historia de Yuuei —ahora destrozado— que el príncipe cargaba. Sus sospechas habían empezado a cobrar forma aquella misma tarde.
Todoroki abrió la boca y los ojos como platos. Miró de Midoriya a Gran Torino, una y otra vez. De repente había perdido todo el color en el rostro ante la inminente verdad que ninguno de los dos había visto.
—¿Qué estas tratando de decir...?
Midoriya alzó una mano para que no siguiera hablando. Exhaló e inhaló varias veces hasta que encontró las fuerzas para decir esa palabra.
—Que es un fantasma, Todoroki.
Gran Torino soltó una débil carcajada que llamó la inmediata atención de los dos muchachos. Ahora que ambos sabían la verdad, cualquier cosa que hiciera se veía más aterradora.
Pero también intrigante.
—Nada mal, muchacho —asintió el anciano—. Creo que hice mal al subestimarte. Pero deberás perdonarme: llevar veintiocho años muerto me ha congelado un poco las neuronas.
Midoriya no supo qué decir realmente hasta que Gran Torino terminó de disponer una mesa con té, fruta y algo de pan para ellos. El anciano trabajó en silencio, sin mirar ni una sola vez a los dos muchachos.
Incluso le tendió un paño bañado en alcohol para que Todoroki se pasara por todas sus heridas. El polvo levantado en la biblioteca podría infectarlo.
—Gracias —musitó el príncipe entre dientes.
Tomó entonces el paño a regañadientes. Siseó cuando lo apoyó en la herida de la mejilla.
Gran Torino se rió cuando lo vio luchar contra el dolor.
—Creo que es la primera vez que te escucho decir esa palabra, Alteza.
Todoroki lo fulminó con la mirada. Puede que Gran Torino estuviese intentando aligerar el ambiente, pero no funcionaba con el príncipe.
Con Midoriya no estaba seguro. No podía borrar su mueca de asombro a las confirmaciones del anciano. Había estado seguro cuando le gritó lo que era, pero siempre estaba la vocecita de incredulidad que decía que aquello no podía ser cierto.
Que Gran Torino era un fantasma.
Que llevaba casi treinta años ya muerto.
Un escalofrío le cruzó la espina dorsal.
Había muchas cosas raras en ese mundo: muchachos adolescentes que se convertían en dragones, magia, reinas elfas, una iglesia llena de asesinos hechos de sombras, una ciudad construida en la mismísima oscuridad...
Pero un fantasma era otro tema. Le hacía sentir cercano a su mundo, de alguna manera —los fantasmas y espíritus siempre habían formado parte del folklore popular en la tierra.
Algunos los pintaban como almas en pena que vagaban por ahí hasta que consiguieran pasar al más allá. Otros, los veían como entes vengativos sedientos de la sangre de aquellos que no los apreciaron en vida.
Gran Torino no era nada de eso.
El anciano, a simple vista, lucía como un viejito decrépito, senil y bastante ordinario; a excepción de los detalles que condujeron a Izuku hasta la verdad.
—Así que... —Gran Torino cortó de pronto el silencio—. ¿Les han comido la lengua los dragones?
Rió mientras tomaba asiento en la cabecera de su mesita de cocina. Shouto e Izuku estaban enfrentados, uno a cada lado de la cabecera. Ninguno parecía querer reírse de los chistes de Gran Torino.
—No, me la han comido los fantasmas —masculló Todoroki con molestia.
—¡Bah, tonterías! —bufó Gran Torino—. Estaremos muertos, pero no nos comeríamos una cosa tan ácida como tu lengua.
Shouto estrechó la mirada. Era hasta hilarante ver la pequeña rivalidad entre el anciano y el príncipe. Tal vez porque no estaba acostumbrado a que la gente le respondiera de aquella forma.
Gran Torino empezó a sorber de su té como si nada. Midoriya se aclaró la garganta antes de hablar:
—¿Cómo es que usted puede ingerir alimentos si está... eh... bueno... usted sabe...? —balbuceó Izuku con una sonrisa inocente y las puntas de sus dedos índices entrechocando.
El viejo alejó la taza de su boca para escrutarlo con molestia.
—¿Te crees que es divertido regresar a la vida y no poder disfrutar de la comida, mocoso?
—¡No quise insultarlo...!
Midoriya casi temió por el bastón que yacía a su lado, pero Gran Torino agitó la mano para que dejase de hablar.
—Da igual —Rodó los ojos—. Tampoco es algo importante que sepas. Es solo que es demasiado aburrido estar aquí solo y no poder hacer nada. Afuera no me ven, así que paseo a mis anchas.
—Pero... —Midoriya levantó el dedo temeroso—. El día que nos conocimos usted estaba afuera...
—Bueno —Gran Torino suspiró—. Suelo pasear para conseguir comida. La gente no puede verme, ya que muchos viejos podrían reconocerme: mi biblioteca era la más famosa de aquí, niño. Así que suelo dejar unas cuantas monedas en los mostradores y me llevo cositas de aquí y de allá. Es que adoro esos malditos pasteles en forma de pez, ¡no puedo evitarlo!
Midoriya esbozó una sonrisa de costado, pero de repente sintió tristeza en su interior. Gran Torino era duro, pero también le generaba ternura. Sin embargo, el pensar que había pasado todos esos años en completa soledad...
Él no podía evitar tener compasión por el pobre anciano.
Podría estar muerto, pero al parecer la muerte no borraba la humanidad que tuvo una persona en vida.
—Entonces —espetó Todoroki para llamar su atención—, ¿por qué no nos habla de lo que sí es importante de una vez?
Izuku quería buscar la pierna del príncipe con la punta de su pie para darle un golpe que le hiciera callar de una vez.
No estaban en situación de hacer enojar a un ancianito fantasma con problemas de paciencia y que podría patearles el trasero con solo una cuchara como arma.
—Alteza, he esperado trece años hasta poder entender por qué regresé a este mundo —Gran Torino dijo con cuidado—. No te morirás por esperar a que me tome mi té.
Midoriya abrió los ojos con sorpresa.
—¿Trece años...?
Gran Torino asintió tras dar un gran sorbo de su té negro. El suyo y el de Shouto seguían sin ser tocados.
—Un día mi biblioteca es incendiada y yo muero con ella por ser demasiado viejo para salir de aquí —contó Gran Torino con gesto sombrío—. Y al otro estoy aquí otra vez, como si nada, pero sin estar vivo realmente.
Todoroki y Midoriya intercambiaron una mirada. Ambos tenían la confusión tatuada en el rostro.
—¿Y dice que volvió hace exactamente trece años?
—Así es, muchacho —contestó Gran Torino—. Esperé por trece años, y pasé todo este tiempo preguntándome si los dioses me estarían castigando por algo que hice. He llevado una vida muy solitaria desde Nana y Toshinori, y yo ya no podía esperar a morirme de una vez.
—Por eso usted me dio las monedas de hace treinta años... ¡Y por eso nos congelamos el trasero en este templo!
—No eres solo una cara bonita, entonces —rió el mayor—. Tienes cerebro.
Shouto golpeó el puño contra la mesa antes de proseguir. Las tazas tintinearon al rebotar sobre la superficie.
—Y por eso tiene todas esas estatuas tan viejas de los dioses antiguos de Yuuei en la entrada —Todoroki habló. Tenía una mano presionando en un bulto en su cabeza—. Fue mi abuelo el que intentó erradicar las viejas religiones y hacer de Yuuei un estado laico.
Gran Torino dio una amarga carcajada.
—¿Y acaso ha funcionado eso, Alteza?
Todoroki apretó los labios en una fina línea.
—No —dijo entre dientes—. Las ideas de los reyes suelen no funcionar.
—Dile eso a tu padre y al incendio que me mató, chico.
Un pequeño incómodo inundó la cocina, siendo solo cortado por el crepitar de la leña en la caldera. Todoroki había bajado repentinamente la cabeza, tal vez avergonzado.
Gran Torino no parecía dar demasiado crédito al peso de sus palabras.
—Lo siento —dijo Shouto finalmente—. Lamento que usted tuviese que morir de una forma tan espantosa por culpa del egoísmo de mi padre.
El ruido de la taza siendo golpeada con fuerza contra la mesa los asustó a ambos, especialmente a Midoriya —que no había dejado de mirar a Shouto; a sus entristecidos y melancólicos rasgos.
—No te disculpes por cosas que pasaron cuando ni siquiera estabas en planes de ser engendrado —masculló Gran Torino—. Tu padre ni siquiera estaba casado con la reina cuando todo esto sucedió.
Nadie dijo nada por los siguientes minutos. Todoroki tenía sus propios fantasmas del pasado con los cuales lidiar en su cabeza y corazón.
Fue Midoriya el que se animó a romper otra vez el silencio.
—Señor Gran Torino...
—¿Y ahora qué?
Izuku siguió jugueteando con sus dedos mientras buscaba las palabras adecuadas que no le conseguirían a su frente un boleto directo a la punta del bastón.
—Tengo muchas preguntas —suspiró Midoriya—. Quisiera entender...
—Ya escúpelo, chico —Lo cortó Gran Torino—. Esa curiosidad te meterá en problemas, algún día.
Intentó ignorar aquella advertencia para seguir acomodando todas sus dudas en preguntas coherentes.
—Si la biblioteca se ha incendiado, ¿cómo es posible que siga aquí? ¿Cómo podemos ver todos los libros...?
—La biblioteca es también un espíritu, como yo —Gran Torino esbozó una sonrisa—. Puedes quemarla, explotarla, destrozarla... y mañana estará en perfecto estado otra vez. La única diferencia es que solo puede ser vista por quienes sean considerados dignos. Lo mismo pasada conmigo, muchacho: podrías decapitarme hoy pero mañana tendrás que aguantarte el bastón en reprimenda por tus acciones.
Midoriya parpadeaba con asombro y maravilla. Todoroki permanecía incrédulo.
—Usted habla de la biblioteca como si tuviera vida —dijo—. Es absurdo.
—¡Absurdo eres tú por creer que las bibliotecas no tienen vida! —masculló Gran Torino—. Los libros viven a través de todos aquellos que se perdieron al menos una vez en sus páginas. Mientras quede al menos una persona viva que los recuerde o los ame, las historias y los libros jamás mueren del todo.
Midoriya sintió una opresión en el pecho. Él lo entendía —a la importancia de los libros. A lo mucho que vivían en su interior todas las historias que había amado alguna vez.
¡Especialmente las de su escritor favorito!
—Bien. Vale —Todoroki exhaló más de una vez—. La biblioteca es algo así como un fantasma. Esto es normal. Muy normal.
Gran Torino farfulló por lo bajo. Siguió tomando de su té mientras le daba tiempo de acomodar las ideas a los dos más jóvenes.
—Entonces usted sí conoció a Toshinori —declaró Izuku.
—¿No es acaso lo que vengo diciendo desde hace una semana, niño?
—¡L-Lo siento! Es que... —Se rascó la barbilla—. Era extraño pensar que usted tuviese más de un siglo... eso son demasiado a-... ¡AH!
El bastón de Gran Torino golpeó contra su cabeza en tiempo récord. Ni siquiera había visto al anciano levantarlo en el aire; ya estaba otra vez sorbiendo de su té con tranquilidad.
—No me digas viejo, niño —dijo—. Recuerda que el zorro más sabe por viejo que por zorro.
—¡No quise ofenderlo! Es que... usted de verdad conoció a Toshinori... y su espada...
Todoroki le miró de soslayo. Al parecer, el príncipe había estado esperando que sacase otra vez el tema de la espada: Gran Torino no le prestaría tanta atención como la que le daría a Midoriya.
Gran Torino no abandonó su taza.
—Ya te dije que no puedo decirlo —Chasqueó la lengua—. Las Valquirias han usado a los mejores hechiceros para embrujar el lugar y que nunca nadie pueda decirlo en voz alta frente a los que no prestaron el juramento de Valquiria.
—¿Y qué pasa si intenta decírnoslo? —curioseó Izuku.
—Probablemente la magia me torcería mi propia lengua para que no lo dijese. Observa.
Gran Torino abrió la boca como si quisiera hablar pero nada salió de ella. Era como si una fuerza invisible estuviera presionando en sus cuerdas vocales para que ningún sonido saliera de ella. Su lengua se contorsionó de forma horrible, y el rostro se le dobló en una mueca de molestia; las venas —ya muertas— se le marcaron más, los ojos parecían querer salirse de sus órbitas por el esfuerzo que su boca hacía al intentar hablar.
Midoriya dio una mueca de horror ante aquel espectáculo. Si así de difícil era para una persona muerta decirlo, probablemente para una viva sería doloroso e incómodo. Se preguntaba si alguna Valquiria en su sano juicio sabría la forma de burlar al hechizo y conseguir la espada para dos fugitivos de la corona.
El príncipe, por su parte, frunció las cejas. Se veía muy confundido.
—Usted no es una Valquiria —notó Shouto con un tono casi sarcástico.
—¡Qué perspicaz, Alteza! —exclamó Gran Torino con una sonrisa irónica—. Y yo que pensaba que podría ponerme un sostén metálico. Qué injusta es la vida de los muertos.
—Me refiero a que usted sabe la ubicación y no es una Valquiria —gruñó por lo bajo—. Dudo que alguna de ellas le dijera la ubicación.
—Yo lo sabía desde mucho antes que se creara el hechizo. Yo estuve allí, de todas formas. Lo he visto todo.
Midoriya volvió a asombrarse. Cada vez que Gran Torino decía algo, él descubría algo más y más fascinante del anciano.
—¿En la batalla?
—Pues claro —rió Gran Torino—. Se armó un buen jaleo en la entrada del Castillo de Yuuei. Valquirias y Firewalkers, héroes y elfos, campesinos y también nobles. En ese momento, a nadie le importaba luchar al lado de la plebe o las razas con las que estuvieron siempre enemistados. No nos quedaba de otra o nos hubiésemos muerto todos.
»Las torres del castillo ardían en llamas por el fuego de los dragones de los Firewalkers. Las criaturas del bosque y las enredaderas de los elfos atrapaban a sus presas como si fuesen meros pedazos de carne. Se hizo de noche de repente. El sol no apareció en lo que duró la batalla, solo tuvimos oscuridad y penumbras, donde las criaturas más viles se ocultaron para atacar. La única música eran las espadas atravesando la carne, y la única visual era la sangre y la muerte que lo teñían todo; pero también el horror que invadió Yuuei por unos minutos mientras el rey de los demonios atrevesó la grieta hacia nuestro mundo.
»Nadie sabe su nombre, realmente. Muchos creyeron era que la muerte, o la personificación del Apocalipsis. Ni siquiera yo lo sé a día de hoy. Solo sé que muchos le llamaban All for One, porque se alimentaba de la energía oscura de cada demonio que habita el inframundo.
Hizo una pequeña pausa en la que solo se dedicó a observar su taza a medio beber de la que todavía salía un poco de humo. Midoriya sentía el corazón martilléandole contra el pecho mientras esperaba el resto del monólogo del anciano.
—Ellos le mantienen vivo, y a cambio, All for One se esfuerza cada siglo en romper la grieta para atravesar nuevos mundos y conquistarlos. Destruirlos hasta la raíz, matar a cada humano y drenar su vitalidad, robarse sus recuerdos y hacerse un festín con sus carnes. Violar a cada mujer, secuestrar a cada niño y torturar a cada hombre. All for One les promete todo a cambio de una parte de ellos. Por eso es tan poderoso y ha vivido por tantos siglos.
—¿Por qué los de Akutou les ayudan a abrir la grieta, entonces? ¿Acaso no deberían temerle también?
—La mejor manera de atacar a alguien es desde dentro, muchacho —dijo el anciano como si fuera obvio—. Si quieres atacar nuestro mundo, mejor encontrarte un aliado de aquí arriba. Y más considerando que los mismos habitantes de Akutou descienden de todos esos demonios que alguna vez escaparon de Yomi, el inframundo. Quieren hacer de este mundo una tierra de criaturas del infierno.
Izuku pensó que Toshinori debió tener una inmensa armada detrás de sí. Un ejército digno de expulsar a cualquier invasor o demonio. Aunque, por supuesto, la descripción de aquel rey de los demonios fue suficiente para mandar un escalofrío por todo su cuerpo.
Él no sabía que existía un mal tan poderoso y milenario en la tierra. De repente se sintió minúsculo e inútil, insignificante en medio de las maldades de la vida.
¿Qué tenían ellos? Un grupo de seis adolescentes —cinco y medio, si contaban que Kirishima era un dragón— con mala suerte y que lo mejor que sabían hacer era encontrarse enemigos hasta debajo de las rocas.
Sintió que el corazón se le hundía hasta los pies. Gran Torino debió haber tenido lástima de su gesto, ya que en lugar de golpearlo con su bastón le dio una palmadita con la punta de madera sobre el hombro.
—Yo... no tenía idea de qué era tan así —La voz le tembló—. No pensé que el mal estaba tan organizado, y nosotros...
—No te sientas mal, muchacho —dijo el anciano—. Toshinori daba más asco que tú.
—Eso es muy alentador —bufó Todoroki.
Gran Torino lo ignoró por completo. Seguía mirando a Midoriya a los ojos que comenzaban a picarle con lágrimas.
—Eres nuestra última esperanza, muchacho —Su voz salió más ronca y cansada—. Nunca te olvides que estás aquí por una razón. Y no es porque seas un héroe, sino porque tienes el potencial de convertirte en uno.
Miró entonces hacia Todoroki antes de terminar de hablar.
—Todos ustedes tienen el potencial.
Izuku estaba demasiado conmocionado como para decir una mínima palabra. Toda la historia le erizó con terror los vellos de la nuca, y había dejado su corazón sin poder calmarse de los nervios.
Todoroki y Midoriya no tuvieron tiempo de decir nada, ya que Gran Torino juntó ambas palmas provocando un ruido seco con las mismas.
—Ahora, a dormir —declaró Gran Torino—. Temo que sus cabecitas de alcornoque estallen después de todo lo que aprendieron hoy.
Izuku se desplomó contra la suave almohada de plumas en cuanto regresaron al cuarto. Fue apenas entonces que notó lo mucho que sus músculos habían estado suplicando un descanso, mientras que su mente solo quería desconectarse.
Todoroki estaba quitándose la camisa para recostarse también, y fue entonces que Midoriya notó lo cansado que de verdad estaba: ni siquiera tuvo la tentación de espiar los marcados músculos de su abdomen.
—Esto es una locura —dijo Shouto, quitándose las botas—. ¿Deberíamos creerle?
Midoriya rodó sobre su propio costado para mirar al príncipe. Acababa de meterse debajo de las sábanas de su catre, apoyando todo su peso contra su costado y el codo para así poder enfrentar a Midoriya.
—¿Por qué nos mentiría? —replicó Izuku—. No tendría sentido.
—Tal vez es un enemigo y está jugando con nuestra mente —Shouto trató de convencerlo—. Después de todo, ni siquiera nos ha dado una sola pista sobre la espada.
Midoriya soltó un gruñido mientras volvía a acomodarse mirando al techo. Mordió la punta de la sábana para que no le saliera un grito de frustración.
Por mucho que no quisiera admitirlo, Todoroki llevaba mucha razón.
Gran Torino les había adiestrado un poco en combate y agudizado sus sentidos. Le adoctrinó en la historia y cultura de Yuuei, les habló incluso del enigmático Toshinori al cual todos ellos le seguían los pasos.
Pero...
La espada seguía desaparecida. Y ellos no tenían ni idea por dónde empezar.
Lo más probable era que Ochako y Sir Tenya ya estuviesen en la casa señorial de los Iida, esperando noticias del resto para infiltrarse en el castillo a por el libro. Kacchan y Kirishima, que debían viajar hasta el Valle del Oráculo, seguro ya habían conseguido quemar unas cuantas aldeas a su paso en busca de la piedra.
Midoriya y Todoroki no tenían nada más que un fantasma anciano y desquiciado.
—Estoy seguro que la respuesta está cerca —declaró—. La encontraremos.
—Midoriya...
—Además, todavía están las Valquirias —agregó. Tragó duro antes de seguir—. Podrías hablar con...
—No.
—¡Pero, Todoroki...!
Shouto resopló ruidosamente. Escuchó el ruido de su cuerpo rasgar contra las sábanas. De repente, estaba dándole la espalda.
La conversación parecía estar zanjada.
—Habrá otra manera —dijo Todoroki con un tono duro—. Las Valquirias nos matarían antes, Midoriya.
Tuvo que tragarse cualquier plan que estuviese trazando en su cabeza para convencer a las Valquirias. Él estaba seguro que Yaoyorozu, la vieja amiga de Todoroki, no le odiaba como él pensaba.
Había visto tristeza en los ojos de la chica durante todos sus enfrentamientos.
No es que a Izuku le gustase aprovecharse de la debilidad emocional de algunas personas, pero aquello era una emergencia. Si la espada no aparecía, entonces nada serviría.
Especialmente porque la misma pertenecía a Toshinori.
Cuando Todoroki le deseó las buenas noches y apagó la lámpara de aceite, Midoriya se quedó un rato más con la cabeza perdida entre las nubes. Últimamente sus sueños le confundían cada vez más, así que estar despierto era una bendición.
Al menos estando despierto podía controlar todo lo que pasase por su cabeza.
Lo único que podía escuchar era la rítmica respiración de Shouto, que ya había caído en un profundo sueño. Él solo estaba allí, agazapado entre sus mantas y tratando de dar forma a sus pensamientos en medio de la oscuridad.
—Toshinori —musitó Midoriya para sí mismo—. ¿Qué debo hacer?
Sintió un nudo en la garganta tras decirlo. Había pasado tanto tiempo detrás de la espada y los vestigios de lo que Toshinori El Magnífico dejó atrás, que Izuku jamás se preguntó cómo habría sido realmente aquel hombre.
¿Sería alto? ¿Delgado? ¿De qué color sería su cabello? ¿Tendría un rostro cuadrado y duro como el de los héroes, o uno infantil y regordete como el suyo?
Se preguntó qué habría sentido cuándo llegó a Yuuei. Si tuvo miedo —como él— o si habría decidido cargar en sus hombros la seguridad del reino al instante.
La gente le amaba. Era la salvación de todos. Debía ser un héroe con todas las letras, y seguro había sido alguien talentoso en todos los sentidos.
Pero Gran Torino le dijo que Toshinori también daba asco, al principio. Aquello le sacó una pequeña sonrisa —por alguna razón—, ya que le hacía sentir como si Toshinori era más que un héroe legendario.
También era un humano; uno de carne, huesos, músculos y un corazón que latía por algo. Le recordaba que era un viajero extraño, de una tierra extraña, en un mundo extraño. Exactamente como Midoriya.
Le hubiese gustado saber más del hombre que yacía debajo de la máscara del héroe que salvó a todo un reino.
Pero, más que nada, Izuku quería saber si él también podría ser como él. Si podría cargar su espada, pese a no lucir ni ser un héroe como las leyendas narraban.
Buscó la silueta de su propia espada en medio de la oscuridad. Una vez que su vista estuvo acostumbrada, la encontró: yacía encima del escritorio, sobre su delicada funda de cuero.
Era preciosa. Mei Hatsume de verdad se había lucido con ella. Incluso si no la había hecho especialmente para Izuku, él la sentía perfecta para sí. Encajaba perfecto en la curva de su mano, tenía el peso perfecto para que sus brazos de campesino pudieran blandirla con habilidad en la batalla. Bueno, puede que todavía no lo hiciese —pero lo haría.
Al menos hasta que apareciese la espada de Toshinori.
Midoriya se removió algo incómodo. ¿Qué había dicho Gran Torino aquella tarde en la biblioteca sobre la espada?
«Una espada debe yacer siempre con su dueño».
De acuerdo, ese había sido su error. Midoriya no era una persona de combate —o al menos, no todavía—, él era un ratón de biblioteca. Ya se acostumbraría a estar en guardia. Pero...
Sorpresivamente, una segunda voz se reprodujo en su mente. Una que llevaba varios días sin escuchar, y que ya casi creyó haber olvidado.
«Es mi primera vez en una ciudad tan magnífica como Kamino» exclamó la voz de Uraraka en su cabeza. «¿Sabías que tiene la segunda estatua más imponente de Toshinori El Magnífico?».
«¿A-ah sí?» había respondido él, vacilante. «¿Y dónde está la primera?».
«En donde se libró la batalla, por supuesto. Justo en el punto donde dicen que él, bueno... tú sabes; desapareció» recordó su sonrisa maliciosa, antes de agregar más. «Exactamente al frente del castillo, para que el rey lo vea todas las mañanas desde su ventana».
Izuku se levantó de un salto de su cama. El corazón le latía desbocado, y su frente comenzaba a sudar frío, su pecho subía y bajaba con sus irregulares respiraciones.
No puede ser, pensó para sí mismo con asombro.
Pero las voces de Ochako y Gran Torino se superpusieron entre sí, ambas conversaciones reproduciéndose en su cabeza cada vez a mayor velocidad.
Una espada que debía yacer siempre con su dueño.
Un dueño que desapareció sin dejar rastro.
Una inmensa estatua en frente del castillo; en el mismo lugar que desapareció.
Midoriya sentía que el pecho se le cerraba y no podía respirar. La emoción y la locura eran tan fuertes que ni siquiera era capaz de decir las palabras en voz alta.
Podía estar equivocándose, pero su mente no dejaba de repetirle aquella desquiciada idea.
—Todoroki... —masculló con la voz débil—. To... do...ro... ki...
Se cayó del catre en su camino hacia la cama de Shouto. Se arrastró hasta la misma, subiéndose sin ningún cuidado hasta el mismo y apoyándose contra la espalda del príncipe dormido.
Shouto dejaba escapar pequeños silbidos por la boca cada vez que respiraba. Izuku le miró solo un segundo dormir tan pacífico, con tanta tranquilidad que no parecía el tenso príncipe de siempre.
En otro momento no se hubiese atrevido a despertarlo. Pero aquello era urgente.
Le sacudió el hombro con violencia mientras le llamaba a los gritos.
—¡Todoroki! ¡Todoroki! ¡Todoroki!
El príncipe se despertó con un respingo. Vio un segundo el miedo en los ojos de Todoroki al ser traído tan de repente de regreso al mundo de los vivos. El muchacho dio algunos manotazos en el aire hasta que sus dedos encontraron el rostro de Izuku.
Tenía los dedos demasiado fríos, pero el contacto de su piel contra su barbilla despertó demasiadas sensaciones en él.
O puede que fuese solo la euforia del momento.
—¿Midoriya? —masculló con la voz ronca—. ¿Qué diablos...? Casi me matas del susto...
Izuku soltó una carcajada llena de júbilo. Shouto —que soltaba pequeños gruñidos por no poder despertarse del todo— no le soltaba el mentón todavía, por lo que estaba seguro que algunas de sus lágrimas fueron a parar hasta su piel.
El corazón iba a estallarle de la emoción.
—¡Lo sé! ¡Creo que lo tengo! Oh, dioses... lo sé.
—¿De qué cosas hablas...?
Midoriya le tomó entonces por los hombros. Shouto tembló ante su agarre tan fuerte.
—Una espada debe yacer siempre con su dueño —exclamó Izuku—. ¡Las espadas deben yacer con sus dueños hasta después de la muerte!
En la oscuridad pudo ver la forma del rostro de Todoroki, transformada en completa confusión. Su cabeza ladeada parecía la de un animalito confundido, o como la de un niño adormilado.
Izuku abrió la boca otra vez. Quiso explicárselo con más claridad, pero nada salió de sus labios.
Su lengua se negaba hablar. Era como si estuviera paralizada con alguna especie de potente veneno. Le hormigueaba, le obligaba a contorsionar su rostro por el esfuerzo.
Pero lejos de hacerle sentir mal, aquello solo le hizo saber lo cerca que ya estaba.
¡No podía decirlo en voz alta!
¡Era malditamente cierto!
Fue entonces que Todoroki lo entendió. Sus ojos primero se abrieron con sorpresa, pero luego su boca les acompañó y se transformó en una sonrisa.
La más grande sonrisa que había visto en el rostro del príncipe. Una llena de esperanza y convicción.
El tipo de sonrisa que hacen los jóvenes cuando descubren que el futuro podría no ser una mierda después de todo.
Ambos soltaron una carcajada en medio de la noche, de la oscuridad. Estaba seguro que también lloraba, y que Shouto le secaba las lágrimas con su propia palma mientras musitaba que era brillante.
La euforia era tal que Midoriya estaba seguro que, si el príncipe se abalanzaba y lo besaba hasta robar su último aliento, él se hubiese dejado.
Nada le importaba más que el descubrimiento más importante que ambos necesitaban.
Gran Torino le había dado las respuestas. Por eso le había molestado tanto con que leyese pilas de libros de historia; el anciano quería que Izuku supiera sobre la batalla, sobre su lugar de desarrollo y la estatua alzada en honor a Toshinori.
La estatua que Valquirias y Caballeros de la Guardia Real protegían como si fuese su propio héroe en carne y hueso.
Porque, ciertamente, la estatua protegía el único vínculo que les quedaba con su más grande héroe.
La estatua de Toshinori en la entrada del Castillo de Yuuei.
—Tenemos que irnos a la Ciudad Imperial —Todoroki dijo entonces con seriedad—. Ahora.
—Es tarde —jadeó Izuku—. No podemos salir en mitad de la noche y sin hablar con Gran Torino. Él querrá saber que lo hemos descubierto...
—Que lo has descubierto, Midoriya —intervino Todoroki. Hizo otra de sus sonrisas donde solo levantaba la comisura del labio—. Todo es gracias a ti y solo a ti.
Agradeció que estuviese lo suficientemente oscuro o el príncipe hubiese visto sus mejillas que empezaban a calentarse. Su rostro debía estar enrojecido por las lágrimas, de todas formas.
Pero era mejor si Su Alteza Imperial, Shouto Todoroki, no tenía más pistas de los sentimientos que azotaban el corazón de Izuku Midoriya.
La fantasía del beso quedó atrás tan rápido como llegó. Estaban tan cerca; sus dedos casi podían rozar el mango de la legendaria espada de Toshinori. Su corazón latía con ansias de sostenerla con sus propias manos.
Pero estar cerca también significaba muchas cosas: una posible muerte, mucho dolor, pérdidas insoportables.
Su regreso.
Su condenado regreso a casa.
En ese instante no pensó en Todoroki y el resto de su equipo, a quienes dejaría atrás tal vez para siempre. No podía soportar tanto dolor —todavía.
Pensó en otra persona. Alguien que en su otra vida jamás conoció, pero que en sus pocas horas juntos le enseñó por primera vez —durante su loco viaje— que existían personas que se preocupaban por el bienestar de uno. De manera incondicional.
Se llevó una mano al pecho. Una mano que no era suya sobre un pecho que no era el verdaderamente de él, sobre el palpitante corazón que tampoco le pertenecía. Y que podría morir; todo porque un Midoriya extraño estaba allí y se suponía que debía ser un héroe.
Apretó la tela del pijama con el puño tembloroso. Era tarde para echarse atrás, pero al menos todavía podía hacer algo por el chico que de nada tenía la culpa en medio de todo ese embrollo.
Y por la gente que le amaba.
Incluso si él, en su mundo, no tenía a nadie como el Izuku de allí. Le bastaba con saber que una versión suya tenía una familia feliz, que le quería y velaba por su bienestar.
—Iremos a la Ciudad Imperial, mañana a primera hora —dijo Midoriya sin dejar de mirar al príncipe a los ojos.
Shouto asintió. No dijo más, ya que parecía esperar a que terminase de decir todo lo que surcaba su mente. Lo sabía. Sabía perfectamente que los labios de Midoriya se morían por decir una cosa más.
Era increíble, la forma en la que ambos parecían estar conectados y leían el rostro del otro con una adquirida facilidad que parecía perfeccionarse con los días que pasaban juntos.
Se preguntó a sí mismo si aquella era una manera de amar incondicionalmente.
—Pero antes quisiera pasar por Musutafu...
Tragó saliva con dificultad. Los ojos de Shouto —que brillaban con intensidad allí en la oscuridad— le miraban con cierta curiosidad, y eso le intimidaba un poco.
Pero también le daba mucho más valor del que jamás había tenido.
—Porque allí vive mi mamá.
¡Chaaan, pequeño capítulo sorpresa bastante antes de tiempo! ;u;
¿Alguien se esperaba lo de Gran Torino? Yo dije que estaba fácil uwu creo que se ha esclarecido más el panorama del tema de los demonios... un poco a lo que tendrán que enfrentarse y a lo qué pasó antes :0
¿Quien tiene más teorías? ¿O tuvo una nueva? Déjenlas aquí ♥️
Peeeeero aquí nos despedimos de Deku y el príncipe Todoriko durante un rato TvT necesitamos volver a la acción, ¿y quienes mejor que Momo, Jirou y el Capitan Togata para ello? Con la participación de cierta hechicera y caballero que adoramos ♥️
Por favor NO se salteen el próximo arco. Se que no a todos les gusta leer sobre Momo (o solía aburrir un poco) pero habrá REVELACIONES Y NUEVAS APARICIONES MUY IMPORTANTES! También muerte, sangre y espadazos 7u7r les juro que ahora SI empieza lo épico hahaha
¡Y después llega el KiriBaku! ♥️♥️♥️
Les juro que he tenido una semana infernal con trabajo y organizando una mega fiesta de cumpleaños (No para mi), pero tenía que terminar este capítulo como prometí. Planeaba que fuese corto, pero ya saben como soy c: espero que lo disfruten. Ahora si, téngame paciencia porque la otra semana es para LFDA y recién de ahí podré volver con esta historia (y tal vez ya estemos cerca del maratón)
Un millón de gracias por todo su apoyo, sus bellos comentarios, teorías locas y votitos ♥️ los adoro muchísimo.
Nos vemos muy pronto, besitos ♥️
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