Capítulo 28

Atención:

1- Capítulo sin mucha acción ni peleas, pero realmente importante en materia de revelaciones, secretos y pistas.

¡Lean con muuucha atención! ¡Y hagan teorías!

Izuku estaba empezando a preguntarse si tenía un imán para los problemas.

Debía ser aquello. Nadie podía ser tan casual y caminar al lado del peligro tantas veces solo porque sí. Pero, al menos, estaba en la vía pública.

Podía salir corriendo de aquel anciano decrépito que poseía una inquietante mirada. Era bajito, arrugado, de cabello gris y pajoso, con un cuerpo bastante desgastado para la energía que parecía tener todavía.

Y lo hubiese hecho —de todas formas tenía que buscar a Todoroki— pero la mano de gélidos dedos de aquel viejo se cernió con increíble fuerza sobre su muñeca ante el primer indicio de vacilación. Ahogó un grito casi sin darse cuenta.

—Señor, por favor... —empezó Midoriya tratando de mantener la cortesía—. Mi amigo me está buscando...

—Niño, no seas tan terco de negarte a la ayuda cuando te toca a la puerta —El viejo gruñó—. Ahora, vamos.

El anciano empezó a caminar en dirección a uno de los templos, pero Midoriya hizo una fuerza contraria para no ser arrastrado. Clavó como pudo sus botas sobre la calle de tierra.

Sintió la mirada escrutadora del viejo en cuanto se volteó a fijarse por qué no avanzaban.

—¡En serio que no puedo...! Además, seguro que me está confundiendo con alguien más, yo solo soy un campesino...

Y ni siquiera soy del mismo mundo que usted, casi agregó.

El viejo rodó los ojos ante la resistencia del muchacho. Se veía mucho más tenaz de lo que realmente parecía: un abuelito adorable que salía de compras para el desayuno con sus nietos.

Por como farfullaba a Midoriya... no debía tener una sola pizca de adorable.

—Cállate —espetó el anciano—. Eres igual de necio que Toshinori.

Toshinori.

¿Acababa de decir Toshinori?

Izuku dejó de forcejear con la callosa mano del viejo al escuchar aquellas palabras. Casi como si acabase de entrar en una especie de trance, jadeó con sorpresa.

El viejo identificó su reconocimiento por el nombre al instante. Pudo decirlo por la sonrisa ladina que le regaló como respuesta.

—¿Acaso no quieres respuestas a aquello que estás buscando, niño?

Izuku tragó duro. Aflojó su brazo bajo el agarre que lo tenía apresado.

Podía ser una trampa, claro estaba. De hecho, lo más probable es que fuese una trampa. No es como si a todos ellos les faltasen enemigos que querían ver sus cabezas colgando de una pica.

Pero que los dioses lo fulminasen ahí mismo si no había estado rogándole a los cielos por alguna ayuda milagrosa.

Tenía la espada que Mei Hatsume le regaló el día anterior, al menos. Y había aprendido un par de cosas junto al príncipe.

Un ancianito no podría ser una gran amenaza, ¿no?

—Iré con usted —asintió Midoriya—. La verdad es que sí estoy necesitado de respues-...

No pudo terminar ya que un agudo dolor le golpeó por todo el cuerpo de repente.

El bastón del anciano se estrelló contra su rodilla. Izuku aulló de dolor al sentir el impacto de la punta de madera contra los nervios y el hueso. Se lo sujetó con ambas manos pero no había manera de calmar la molestia que sentía en aquel lugar.

Estaba seguro que algo estuvo cerca de romperse.

Observó al anciano, con lagrimillas en los ojos, en busca de respuestas. El viejo no se veía muy complacido con Midoriya.

—¡Eres un maldito mocoso confiado! —farfulló—. ¿Decides irte con un viejo desconocido así como así solo porque te ofrece respuestas?

—¡P-pero...! —Midoriya intentó replicar pero el bastón le golpeó en el estómago.

Se retorció de dolor otra vez. Por un segundo hasta fue incapaz de respirar.

—Ustedes los viajeros claramente siguen un patrón —El viejo suspiró—. Un patrón de ineptos, ilusos e inocentes.

Izuku abrió la boca para responder algo a aquel anciano grosero pero no salió ningún solido que no se asemejase a un sollozo. La rodilla había empezado a palpitarle.

El anciano negó con la cabeza. Volvió a acomodar su bastón contra el suelo y se encaminó hacia las escalinatas del templo.

—Sígueme, niño —Hizo una seña con la cabeza—. Tienes bastante que aprender.

—P-pero mi amigo... —Izuku balbuceó—. Lo estoy esperando...

—Tu amigo nos está acechando ahora mismo y entrará furtivamente al templo a salvarte como la damisela en peligro que pareces ser. Te lo aseguro —espetó el viejo—. Solo tenemos que entrar, preparar té y esperarlo.

Izuku se sobó los lugares heridos mientras pensaba en Todoroki. Observó hacia cada esquina de la concurrida calle —entre los templos, las posadas, la gente caminando y los carruajes tirados por burros— pero no encontró ni un solo atisbo de la cabellera bicolor del príncipe.

¿Estaría el anciano equivocado...?

Su ensimismamiento le consiguió un tercer golpe con el bastón el cual recibió con un chillido. Esta vez en la cabeza.

—¡Deja de tener la cabeza en las nubes y llena de mariposas! Te dije que hay cosas por hacer. Y muchas.

El viejo no se esperó a que Midoriya avanzase; lo hizo él para demostrarle que no toleraría ni un segundo más de su torpeza adolescente. Tuvo que trotar para seguirle el ritmo al anciano, que subía velozmente los escalones que lo separaban de la entrada del templo.

—¡Disculpe...! ¡Señor, eh...! —Midoriya se rascó la cabeza—. ¿Cómo es que debería llamarle? ¿Tiene algún nombre...?

El anciano entrecerró sus ojos vidriosos hacia Midoriya. Se encogió sobre sí mismo ante la posibilidad de un cuarto golpe por su estúpida pregunta. Empezó a sentir terror por el próximo lugar que podría ser víctima de su furia.

Para su suerte —o desgracia, ya que la mirada que le dio era más aterradora que su bastón— no le golpeó. Lo apretó con más fuerza bajo su puño mientras se tomaba su tiempo para responder a su interrogante.

—No importa mi nombre —espetó el viejo entre dientes—. Ustedes los viajeros solo deben conocerme como Gran Torino.

El lugar estaba oscuro al principio. Izuku recordó al templo del Oráculo al principio —solo que más polvoriento y lleno de hollín, pero al menos no contaba con el olor metálico de la sangre— hasta que la habitación comenzó a iluminarse poco a poco con la luz de unas velas que rodeaban un altar.

Hacía frío, mucho frío allí adentro. Se preguntaba cómo aquel anciano no moría de una hipotermia a tan baja temperatura. Midoriya estaba tiritando.

Era pequeño y estaba dispuesto sobre el suelo; con pétalos de cerezo desperdigados por el suelo, un cuenco de agua turbia, velas al punto de ya casi derretirse, y varios contenedores humeantes de un delicioso incienso. Todos los objetos estaban dispuestos alrededor de la estatua de un dios que Midoriya no reconoció.

No de su mundo, ni tampoco de allí de Yuuei; se veía bastante más antiguo. La religión de aquel reino todavía era un poco desconocida para él.

Midoriya siguió a Gran Torino a través de la tenue luz, fijándose cuidadosamente de no patear por accidente algunos los objetos del altar —apreciaba muy bien las partes de su cuerpo todavía no golpeadas por un anciano o un niño de seis años— pero a la vez tratando de memorizar el camino.

Aquel templo era más grande de lo que parecía.

El viejo lo condujo a través de cuartos empolvados hasta llegar a una especie de cocina que consistía de un par de muebles desvencijados y un pequeño horno de barro donde unas brasas de carbón crepitaban con fuerza. Al menos los escalofríos comenzaron a disiparse.

—Oye, niño —Gran Torino le chistó. Izuku volteó distraído hacia él.

—¿Huh?

—¿Sabes preparar té?

Midoriya parpadeó un poco sorprendido ante la pregunta. No fue hasta que Gran Torino amenazó con levantar el bastón que cayó en cuenta que debía responder.

—¡Oh, dioses...! ¡Yanomepegue! ¡Siseprepararelté! —soltó atropelladamente mientras ponía los brazos frente a su cara a modo de escudo.

Gran Torino farfulló algo entre dientes.

—Ponte a trabajar, entonces.

Izuku asintió torpemente y comenzó a buscar en las alacenas de madera casi podrida. Debía hacerlo con cuidado si no quería que alguna de las puertas saliese volando.

Gran Torino se acomodó al lado de una mesita pequeña que apenas debía llegarle a la cintura al anciano —y eso era decir mucho— mientras rebuscaba entre su canasta algo que parecía ser una masa dulce en forma de pez.

Midoriya observó aquella cosa demasiado curiosa por un instante.

—¡Niño, si demoras en atacar como para hacer el té entonces estás muerto!

—¡LO SIENTO!

Se dispuso a trabajar más veloz. Al fin encontró una tetera que llenó de agua que encontró en una jarra sobre el mesón de madera, arrojó unas cuantas especias que encontró en un frasco y lo introdujo todo en el fuego.

Giró entonces hacia Gran Torino, con una sonrisa de oreja a oreja y las mejillas sonrojadas por la cercanía al fuego. El anciano no se veía impresionado.

—Tengo demasiado trabajo contigo y tan poco tiempo...

—Disculpe si le pregunto...

—Preguntar es para los niños curiosos —El anciano exclamó—. ¿Eres tú solo un niño curioso, acaso?

Midoriya negó enérgicamente con la cabeza y las manos.

—¡No! —chilló. Llevó una mano a la nuca para disimular sus nervios—. Es solo que... bueno, usted debe entender que todo esto es muy extraño... y quería preguntarle qué tanto sabe de los viaje-...

—No estás listo para saber todo ello —dijo Gran Torino con la boca llena—. Tu principal preocupación ahora es hacer un buen té.

—Pero...

—¡El té, muchacho!

Midoriya regresó a la realidad al escuchar el silbido de la tetera de porcelana. Tuvo que correr al fuego, pero intentó agarrarla con las manos desnudas y se quemó horriblemente la piel. Su gritó retumbó en la cocina.

Gran Torino negaba con la cabeza.

—Toshinori, ¿qué clase de niño me has mandado...?

Midoriya estaba sobándose la herida —que pronto sería una ampolla— con lágrimas en los ojos, pero no pudo evitar escuchar los murmullos de aquel anciano.

—¿Toshinori? —volvió a replicar, más para sí mismo que otra cosa.

Toshinori El Magnífico, héroe de Yuuei y asesino de demonios, desaparecido hace un siglo, no podría haber elegido a un niño mundano como Midoriya.

Aquel anciano debía estar entrando en su etapa senil. No es como si no tuviera un aura demasiado extraña por sí solo.

Encontró un viejo trapo que utilizó para tomar la manija de la tetera con su mano sana, y se dispuso entonces a servir el brebaje en las dos tacitas de intrincados diseños florales que Gran Torino dispuso para ellos dos.

El té olía a algo que podría asemejarse al matcha pero Midoriya no estaba del todo seguro. Sentía el corazón palpitante en la garganta al ver al anciano Gran Torino probar de aquella bebida con sumo cuidado.

Su rostro arrugado y pálido se contorsionó en una muestra de desagrado.

Voy a morir, pensó en ese mismo segundo.

—¡Puaj! ¿Quién te ha enseñado a preparar el té, muchacho...? ¿Un limpia baños? —Gran Torino continuó haciendo muecas—. Por los dioses, y yo pensando que no se podría arruinar algo como el té...

Se sintió como el espécimen más inútil del reino y el planeta. Quería echarse a llorar.

Midoriya empezó a hacer exageradas reverencias hacia el anciano.

—¡Lo siento! ¡Lo siento, lo siento, lo siento...!

—¡Oye, ya deja de disculparte! —gritó Gran Torino más fuerte.

Aquello no detuvo a Midoriya.

—¡Lo preparé otra vez! —Amagó con ponerse de pie—. ¡Le juro que...!

Gran Torino alzó su bastón y lo direccionó hacia su frente. Izuku vio su vida pasar frente a sus ojos.

Se hizo bolita sobre sí mismo, protegiéndose la cabeza con los brazos para esperar otro golpe por su incompetencia.

En serio, ¿por qué había optado por seguir a ese anciano?

—¡Que dejes de ser tan llor-...!

Midoriya se preparó para el golpe, pero este no llegó. O al menos no a su cabeza. Escuchó primero el ruido seco del bastón impactar contra otro objeto que no era su cráneo.

Luego, siguió la risa del anciano Gran Torino.

—Ya me estaba preguntando cuándo aparecerías, muchacho —habló con serenidad—. ¿O debería decirle Su Alteza?

Izuku se levantó al instante de escuchar aquel título, con el pulso rugiéndole en los oídos y las mejillas sonrojadas tal vez por la emoción.

Ahogó un grito al descubrir la escena ante sus ojos: Todoroki, el bello príncipe de Yuuei, blandía su espada en dirección al anciano Gran Torino. El viejo había conseguido bloqueársela justo a tiempo con su bastón, y ambos hacían fuerza para mantenerlas en el aire entrechocando con la otra.

Y el viejo estaba riéndose. Lo cual no parecía divertir al príncipe.

—No sé quién sea usted o sus intenciones —Shouto apretó más la espada y los dientes—. Pero más le vale no volver a tocar a Midoriya.

Gran Torino esbozó una sonrisa autosuficiente.

—Sabía que molestar al chico te haría salir de tu escondite, Alteza —Gran Torino exclamó—. Te estabas tardando demasiado; si quisiera matarlo, ya estaría muerto.

Todoroki se irguió con la espada en mano tras escuchar aquella frase. Midoriya tragó saliva.

Gran Torino suspiró al no ver un cese en su actitud desafiante.

—Te aseguro que lo último que quiero es dañar a este chico —habló solemne—. O no por las razones que tú crees... lo golpearía por hacer un té tan horrible.

Izuku se sintió ofendido por un instante. Todoroki no dejaba de acecharlo con sus ojos de diferentes colores.

—¿Por qué iba yo a creerle?

—Porque ustedes dos me necesitan —Gran Torino hizo una seña con la cabeza a Midoriya—. Y más ese chico, ¿cómo es que han sobrevivido hasta ahora...? En los tiempos de Toshinori, Midnight ya los habría puesto a dormir con un poquito de humo de Dalia Sonámbula antes de que se les ocurriese aprender a usar la espada.

Midoriya se acercó hacia el ardid de la discusión. Intentó ponerse en el medio de ambos para intentar apaciguar a Todoroki con un simple gesto en sus ojos. El príncipe pareció ablandarse, pero no realmente del todo.

—Señor Gran Torino... —intervino Izuku con voz trémula.

El viejo gruñó sin apartar la vista del príncipe. Le enojaba un poco que no le considerase una amenaza suficiente como para tenerlo vigilado.

—¿Qué?

—¿Por qué habla tanto de Toshinori como si lo conociera? —frunció las cejas—. ¿Y por qué es que somos tan... dignos de la atención de alguien como usted?

Gran Torino observó medio segundo a Midoriya con un gesto indescifrable. Luego regresó a Todoroki, y así sucesivamente.

—Les diré si Su Alteza baja la espada...

—No —dijo Todoroki incluso antes de que terminase—. Absolutamente no.

Midoriya se acercó hacia Shouto. Le tomó por los hombros, obligándole a que le mirase a los ojos.

—Confía en mí —susurró—. ¿Por favor?

Todoroki le sostuvo la mirada, pero no fue capaz de ganar ante la terquedad de alguien como Izuku. Tras dar un suspiro, lentamente fue bajando la espada hasta volver a envainarla.

Gran Torino asintió hacia ellos.

—Sé lo que están buscando y yo puedo ayudarlos, pero les falta demasiado como para ser dignos de siquiera pensar que podrían realizar dicha hazaña —Gran Torino golpeó el bastón contra el suelo—. Desafortunadamente no tenemos mucho tiempo.

—Está hablando de la espada de Toshinori —dedujo Midoriya—. ¿No es así? Usted sabe en dónde se encuentra la misma.

Se le apretó el pecho al pensar en uno de los tres objetos que les faltaban, y el que se suponía que él y Shouto debían encontrar. La tarde anterior con Power Loader no fue muy productiva, por lo que las palabras de aquel anciano eran demasiado tentadoras como para solo ignorarlas.

Gran Torino esbozó una sonrisa de costado.

—Veo que no eres tan torpe como luces, ¿verdad?

Izuku le devolvió la sonrisa. No, puede que no fuese como el príncipe, ni Bakugo ni ninguno de los demás de su equipo.

Pero estaba aprendiendo. Era un aprendiz algo lento, pero cuando aprendía las cosas no iba a olvidarlas jamás.

—Los tiempos están cambiando otra vez, muchacho —dijo con un tono extraño—. La era del segundo renacimiento vendrá tras el solsticio de verano como pasó hace ya un siglo cuando Toshinori nos liberó a todos de la oscuridad.

Todoroki, que ahora estaba a su lado, parpadeó sorprendido.

—Pero el solsticio —intervino—, eso es como en...

—Un par de semanas, sí —Gran Torino le cortó—. Tres, a lo sumo. No hay ningún tiempo que perder. El velo está demasiado fraccionado desde que este...

Midoriya sintió que el estómago y el corazón se le hundían a los pies. El aire dejó de llegar a sus pulmones un instante.

No estaba listo para que aquello saliera a la luz.

Todos sus músculos se tensionaron por los nervios. Tenía que hacer algo. No podía permitir que Todoroki lo descubriera —no de esa forma— a su secreto mejor guardado. El único secreto que no podía contarle.

No podía ser capaz de verlo a los ojos y decirle que fue su llegada la que desencadenó la profecía que podría matarlo.

Gran Torino estaba mirándole cuando Izuku negó tensamente con la cabeza, apenas moviendo los ojos y la barbilla. No debería haber confiado al anciano con aquello, pero era su última opción —estaba desesperado.

El viejo pareció entenderlo, o eso pensó tras escucharlo balbucear de repente:

—Desde que este... este... este problema empezó —carraspeó para recuperar la compostura—. Tenemos menos de tres semanas para que ustedes estén listos y dejen que el espíritu de las reliquias —Señaló con un dedo al escudo que colgaba de la espalda de Izuku—, los guíe a la apertura de la grieta. Tres semanas. No más que eso. Si la grieta se abre, estamos perdidos. Solo el sacrificio del príncipe de sangre mestiza nos salvará...

Izuku sintió como si una mano invisible le atravesara el pecho y jugueteara con su pobre corazón. Pensar en Todoroki siendo sacrificado...

Echó un vistazo de reojo al príncipe: se veía hermoso e imperturbable. Las palabras de Gran Torino no parecían tener efecto en él, pero dudaba realmente que la insinuación de la muerte no removiera algo dentro suyo, debajo de aquella dura fachada que exponía al mundo exterior.

Una fachada que Midoriya sabía muy bien que solo era eso: una máscara, una especie de escudo

Gran Torino golpeó el suelo con el bastón.

—Bueno, tendremos que ponernos manos a la obra antes de lo esperado —Caminó otra vez hacia la mesa—. Consíganse uno de los cuartos desocupados para descansar hasta la tarde. Aséense, duerman, o lo que sea.

El viejo se sentó con mucho cuidado sobre el suelo, vigilando que no se le doblaran las avejentadas rodillas. Observó con una sonrisa al pez  de masa dulce a medio comer que dejó antes del incidente con el té.

—Ahora voy a comer —anunció Gran Torino—. Y no tengo ganas de ser molestado.

El tema estaba terminantemente zanjado; y tanto él como el príncipe salieron zumbando de la cocina, lejos de aquel anciano desquiciado pero que parecía tener todas las respuestas que buscaban.

Izuku no entendía qué podría enseñarles Gran Torino.

De acuerdo, sí —tenía unos sentidos demasiado agudizados como para ser un viejo así como también sabía más de lo que demostraba. Y también golpeaba fuerte con el bastón.

Pero aquel ancianito que disfrutaba de comer masa dulce con forma de pez no podría ser una verdadera amenaza, ¿no?

Midoriya esperaba no estarlo subestimando.

Él y Todoroki encontraron una tina llena de agua tibia que utilizaron para enjuagarse el cabello y las partes del cuerpo que apestaban más rápido. Cuando apenas llegó a Yuuei se horrorizaba con frecuencia de toda la mugre que podía lavar de su cuerpo.

Luego se volvió una costumbre.

Cuando ambos estuvieron medianamente presentables —no intercambiaron muchas palabras entre sí al asearse; es posible que a Midoriya le atragantasen los nervios de ver al príncipe sin la camisa— se dirigieron hasta lo que parecía ser un patio interno y de forma circular, rodeado por pilares de pintura saltada y ennegrecida, adentro de aquel templo.

Gran Torino ya estaba esperándolos: se encontraba sentado con las piernas cruzadas, apoyado ligeramente en su bastón alrededor de un cuenco humeante de incienso de sándalo.

Les hizo una seña para que se acercasen. Midoriya y Todoroki compartieron una mirada confundida, pero ninguno tenía ganas de llevarle la contraria a aquel anciano loco. Los dos dieron pasos decididos hasta quedar al frente de él y así sentarse.

El anciano cerró los ojos e inspiró fuertemente por la nariz. Se dirigió entonces a Shouto.

—Andas demasiado tenso por la vida —dijo sin pensárselo—. ¿Quién te ha hecho tanto daño como para que veas una amenaza en todo lo que te rodea?

Todoroki dio un respingo. Parpadeó sorprendido hacia el anciano que le miraba con sus ojos vidriosos por la vejez —aunque era un poco aterrador; no era el tipo de mirada que una persona normal tendría. Pudo ver que incluso apretó el puño; Gran Torino lo notó y sonrió como si aquello confirmara su punto.

—¿Ya lo ves?

—Eso no le incumbe —espetó Todoroki—. Y es porque hay peligros en cada esquina de Yuuei. Más todavía si eres un príncipe, donde no te sientes seguro ni siquiera en el palacio.

Midoriya tuvo entender el mensaje oculto de sus palabras sin mucho esfuerzo.

—Tienes razón que no me incumbe —gruñó Gran Torino—. Pero estar a la defensiva de todo te hace gastar energías. Energías que podrías utilizar cuando en verdad las necesites en tu tarea como Escudo.

Tanto Izuku como Shouto le observaron de repente con curiosidad. Gran Torino soltó una carcajada.

—¿Como escudo...? —replicó Izuku.

—¡Por supuesto no lo sabían! —Gran Torino volvió a reír. Su carcajada murió lentamente hasta acabar en una tos—. Pero sí. Su Alteza Real es un Escudo. Tu escudo que protege a la Espada cuando ataca. Ninguna Espada es lo suficientemente eficiente sin un Escudo. Todos somos una o la otra.

Gran Torino se detuvo un instante para inspirar un poco más del incienso. Izuku se acercó sutilmente ya que creyó que aquella cosa debía estar produciendo efectos alucinógenos en el anciano.

Tosió al aspirar una gran bocanada de humo de sándalo.

—Podemos ser Espadas —Gran Torino hizo como si blandiera una hoja imaginaria con la mano libre—: fuertes, letales, explosivas. Listas para cargar en la batalla sin pensárselo dos veces, sin importar que tan afilada esté. A la Espada no le importa ser un cacharro inútil de metal oxidado: solo le interesa conquistar.

Señaló entonces al objeto que Midoriya cargaba en la espalda. Él se desenfundó la correa de cuero y le entregó el metal circular de diseños Firewalker a Gran Torino.

—O podemos ser Escudos: sólidos, firmes y mártires. Casi todo Escudo cae en batalla en pos de su Espada. Y al Escudo no le importa; lo único que desea es servir.

El anciano pasó los dedos por el relieve Firewalker. Los observaba con la nostalgia de aquellos que lo han visto todo en sus vidas pero que ya no tienen mucho más que ver.

Levantó el rostro entonces hacia Izuku mientras le señalaba con el índice.

—Y tú, niño... eres una Espada.

Midoriya soltó un chillido de sorpresa. Se señaló a sí mismo como si se estuviera cuestionando lo que el anciano decía. Solo recibió un asentimiento de su parte y una mirada intrigada de parte del príncipe.

Aquello no era cierto. No podía ser verdad. Gran Torino tenía que estar jugándole una broma de mala gana.

Él... ¿una Espada? ¿El chico que apenas estaba aprendiendo a usarlas sin que se le cayera de las manos?

Midoriya soltó una carcajada amargada que retumbó por todo el templo. Ni Gran Torino ni Shouto lo imitaron —de hecho, el anciano se veía bastante fastidiado ante su reacción.

¿Era una Espada letal, explosiva y fuerte?

Aquello se escuchaba más bien como Bakugo. No él. No un niño mundano en una tierra extraña que abandonaría posiblemente —vivo o muerto— en tres semanas.

Se apretó las rodillas contra el pecho, como si aquello sirviera para esconderse para siempre de la vida. La mirada del príncipe le quemaba en la nuca.

Gran Torino extendió el escudo hacia Todoroki. El príncipe frunció las cejas en un gesto algo horrorizado, pero no un mal sentido —debía ser la sorpresa de que le ofrecieran el escudo reliquia para él.

—Esto es técnicamente tuyo, Alteza —dijo Gran Torino—. Te pertenece por derecho divino. Eres un Escudo, y serás el Escudo de esta Espada que tienes al lado hasta que el solsticio —o la vida como la conocemos aquí— se termine.

—Yo no...

—¡No seas necio tú también y tómalo! —masculló el viejo—. En mis tiempos no se contradecía a la gente mayor a menos que estuvieses deseando una paliza.

Todoroki se apresuró en arrebatar el escudo de las manos del anciano. Lo analizó con la mirada un par de segundos antes de apretarlo contra su pecho. Midoriya observaba todo desde el hombro, ya que se negaba a liberar su agarre de sí mismo.

Gran Torino se puso entonces de pie, alzando el bastón al punto exacto entre Midoriya y Todoroki.

Clavó sus ojos furiosos primero en el príncipe antes de empezar a mascullar:

—¡El problema con ustedes dos es que no saben cómo llevar a cabo sus funciones! Tú eres un Escudo que quiere proteger hasta cuando no es necesario y eso te hace ineficiente para cuando sí debe serlo.

—Ya le dije que...

—¡Nada! —Gran Torino le amenazó con el bastón—. Aprenderás a proteger cuando debas hacerlo, y bajarás la guardia cuando sea necesario.

Todoroki apretó la mandíbula. No le quedó más que asentir hacia el bastón que apuntaba hacia su garganta.

Izuku vio la madera moverse en dirección hacia él. Saltó en su lugar al sentirla rozándole la mejilla.

—Y tú...

—¡Seré una buena Espada! ¡Lo juro, Señor Gran Torino!

Le dio un golpecito flojo con el bastón. Izuku se quejó ya por costumbre.

No —espetó Gran Torino—. No serás una buena Espada. Serás la mejor Espada. La Espada que heredará el legado de Toshinori.

Midoriya rio con nerviosismo. Sintió que ya prácticamente podría haberse cavado una fosa y arrojarse allí mismo.

Gran Torino presionó el bastón en su mejilla con cierta amenaza.

—¿Está claro, muchacho?

—¡Sí, señor...! —exclamó Izuku con la voz apretada a causa del bastón entorpeciendo su habla.

Gran Torino lo retiró. Miró entonces hacia el anonadado príncipe.

.

—¿Sí...? —musitó Shouto.

—Necesito que te vayas ahora mismo y me dejes solo con el chico —dijo el viejo—. Ve y haz cosas de principitos... como ponerte guapo o lo que sea que hagan los de la realeza. Córtate ese cabello de vagabundo o ve a mirarte un rato en el espejo.

Todoroki frunció las cejas con molestia. Se puso de pie —depositando el escudo sobre el suelo en desnivel por la antigüedad que debía tener—, con los brazos tensos por el fastidio del momento. Sus ojos chispeaban con furia.

Se encaminó hacia Gran Torino con la mano en el mango de su espada.

—Sé que es una persona mayor, pero sigo siendo la autorid-...

Solo le tomó un instante a Gran Torino.

El anciano esperó a que Todoroki se acercase a él lo suficiente como para tomarlo por la muñeca derecha —es decir, la del brazo de su espada— y hacer una maniobra que lucía bastante dolorosa; la cual consistía en torcérsela al punto de que el príncipe soltase un quejido descolocado por el dolor, un solo momento que Gran Torino aprovechó para tomar fuerzas y arrojar al príncipe Shouto al suelo bajo sus pies.

Su cuerpo se estrelló con un ruido seco y un gemido de dolor.

Midoriya se puso de pie de un salto para correr hacia Shouto y... salvarlo o lo que fuera. No dejaría que lo lastimasen.

Nadie más iba a lastimarlo. Ni siquiera por un par de respuestas que necesitaban.

—¡Todoroki...! —exclamó Izuku con la voz ronca.

Gran Torino depositó el pie y el bastón encima del cuerpo del príncipe. Con la otra mano golpeó el estómago de Izuku cuando estuvo a una distancia prudente de los dos.

Se retorció otra vez por la falta de aire.

—¡Vaya dúo más descoordinado! —gruñó el anciano tras negar con la cabeza—. Este Escudo necesita aprender a distinguir una amenaza y esta Espada debe saber a qué punto flaco atacar.

Quitó su pierna y bastón de encima del cuerpo desplomado del príncipe. Midoriya corrió a su auxilio, arrodillándose a su lado para ayudarlo a levantarse y sacudirle la tierra de la ropa.

Shouto tosió mientras Izuku le sostenía por la cintura para ponerlo de pie. Ambos fulminaron con la mirada al anciano apoyado con las dos manos en su bastón y que sonreía con algo de malicia.

Izuku no estaba seguro qué pensar de aquel hombre.

—Ahora, Escudo —habló otra vez Gran Torino—. ¿Vas a dejarme a solas con nuestra Espada un momento? De nada te va a servir defenderlo si él no tiene idea de cómo atacar al enemigo.

Izuku observó a Gran Torino deambular por aquel patio circular, acechándolo como si fuese un corderito a merced de un zorro ya experimentado.

Él permaneció erguido, mostrando firmeza a aquel anciano ya que no quería que lo viese flaquear otra vez.

—Así que, muchacho... —empezó Gran Torino.

Su voz salió en eco ya que estaba transitando entre dos pilares cubiertos de enredaderas. De hecho, casi todo el patio estaba cubierto de extensa vegetación debido al poco cuidado que aquel anciano tenía de su extraño hogar.

Izuku carraspeó.

—¿Sí?

Gran Torino siguió paseando, como si tuvieran toda la tarde para pasar el rato como un nieto y abuelo. A Midoriya empezaba a ponerle ansioso el tiempo que se tomaba para responder, dando varios silenciosos pasos —casi como si flotara— a través de las baldosas.

Lo único que se oía repiquetear era su bastón.

—No le has dicho al príncipe lo que eres —dijo finalmente el viejo.

Midoriya bajó la mirada al instante, a los puños que tenía apretados en su regazo. Sintió la vergüenza quemarle en las mejillas.

—¡E-es mejor que todavía no lo sepa! Si nos peleamos se entorpecerá la misión, y-y... ¡Y si se lo diré cuando llegue la ocasión...!

Gran Torino golpeó dos veces la baldosa con su bastón para hacerlo callar.

—No te estoy juzgando —gruñó—. Si te juzgara no te hubiese seguido la corriente cuando me lo pediste. No se puede sufrir por lo que no se sabe, y Su Alteza ya está teniendo un duro tiempo para bajar sus defensas.

Midoriya resopló con desazón. Aquello no era mentira —Todoroki era la persona más reservada que conocía, e incluso los gramitos de información que compartió con Izuku se sentían como si le costase tan caro como soltarse de una extremidad.

—Yo no quiero que él sufra... —confesó Izuku—. No otra vez...

—Es muy tarde —dijo el anciano con un gesto sombrío—. Todos ustedes están bailando al son de la música de la muerte, y solo el más apto permanecerá de pie. Dime, muchacho, ¿eres tú apto para ello?

Midoriya no tenía la respuesta a aquella pregunta. Gran Torino suspiró, cansado.

Tan cansado como si llevara décadas —¿o siglos?— soportando una pesada carga. Le hubiese gustado saber qué escondía aquel anciano.

—No te sientas mal, muchacho —Gran Torino fue acercándose. Podía decirlo por el repiquetear del bastón—. Toshinori no era mucho mejor que tú cuando llegó. Era un muchachito enclenque que se encontraba problemas con tanta facilidad como un campesino a una zarzamora.

Izuku le observó con recelo. Se llevó un dedo a la boca, pensativo.

—Usted habla de Toshinori como si le fuese demasiado familiar —se atrevió a soltar.

—Eso es porque tuve la honra y la desgracia de conocer a ese papanatas —Gran Torino soltó una profunda carcajada—. Yo era joven y juzgador, y no le hubiese entrenado de no ser porque Nana lo tomó bajo su ala...

—¿Nana? —Midoriya preguntó curioso—. Es la segunda vez que escuchó ese nombre...

Gran Torino levantó la mano para que hiciese silencio. Rengueó un poco hasta donde Izuku yacía —al lado del cuenco de incienso, cuyo humo comenzaba a apagarse— para así poder sentarse a su lado.

Sintió un escalofrío de tenerlo tan cerca.

Puede que fuese pequeño y arrugado, pero algo en aquel anciano gritaba secretos por todos lados. Y a Midoriya no le gustaban los secretos que no podía descifrar.

Pero de repente el anciano se encogió tembloroso sobre sí mismo. Se veía más débil, y como si de repente le cayesen encima todos los años que verdaderamente debía tener.

—Nana fue mi gran amiga —empezó—. Ambos trabajamos para la Guardia Real del rey aquel entonces, el tatarabuelo del bastardo que nos gobierna ahora...

Izuku apretó la boca. De acuerdo, pensó. El Rey Endeavor no tiene muchos admiradores.

—Vinimos aquí, a este mismo templo —siguió Gran Torino—. Incluso montamos una biblioteca a la cual irás a buscar el tomo que te indicaré y te lo aprenderás de memoria.

Izuku estaba seguro que su mirada comenzó a brillar ante la sola mención de libros y una biblioteca antigua. El corazón hasta le latió emocionado.

¡Cuánto hacía que no sostenía un libro entre las manos! La piel comenzaba a picarle de solo pensar en frotar sus yemas contra las añejas páginas que tenían una historia por contar.

Gran Torino le golpeó en la sien con el bastón.

—¡Deja de perderte en fantasías!

—¡Lo siento...!

—Como decía —gruñó Gran Torino—. Nana y yo nos asentamos aquí, pero fue en unos de sus viajes que ella conoció a Toshinori y vio en él algo especial... ella era un poco una soñadora, ¿sabes? Estaba convencida que podría criar al héroe que Yuuei necesitaba.

Hizo una pequeña pausa.

—Ella había soñado aquello para su hijo, pero el pobre era un engendro de sangre mestiza: Yuuei y Akutou, y su padre lo secuestró cuando apenas era un bebé para llevárselo a nuestro oscuro reino vecino —La voz le salió llena de odio y veneno—. Y Nana estuvo mal desde entonces, así que supongo que vio en Toshinori al hijo que le fue arrebatado.

Midoriya empezó a atar algunos cabos en su cabeza, pero estos parecían seguir pendiendo de hilos llenos de dudas.

—Pero...

—¿Qué he dicho acerca de los que andan haciendo muchas preguntas, muchacho? —masculló el viejo.

—¡L-lo siento! —Izuku se sobresaltó—. Es que... Señor Gran Torino... no quiero que se vaya a ofender...

—¡Ya escúpelo, niño!

Midoriya dio otro respingo por el susto. Pero era muy tarde para arrepentirse de lo que quería preguntar.

—¿Eso no pasó ya hace un siglo? ¿La historia de Toshinori...?

El patio se sumió en un silencio sepulcral. Hasta creyó sentir más frío porque los huesos le chasqueaban y su columna vibraba, aunque eso podía deberse al miedo que estaba sintiendo en ese momento.

Gran Torino, en cambio, hizo una sonrisa.

—Eres más atento y observador de lo que esperaba, muchacho.

Palmeó su tenso hombro con cierta complicidad. Midoriya todavía tenía dudas de si debía respirar.

—Pero en lugar de preguntar estupideces deberías usar esa energía para encontrar los libros que te voy a encomendar —dijo finalmente—. ¡Y más te vale no irte a dormir hasta haberte leído entero al menos uno de todos ellos!

Izuku asintió enérgicamente mientras tomaba nota mental de todos los tomos que Gran Torino le iba nombrando. Eran al menos cinco.

Pero una parte de su mente, por supuesto, no dejaba de darle vueltas a la evasiva respuesta del anciano.

Estaba bastante seguro que se perdió al menos media docena de veces antes de dar con la antigua biblioteca de la que Gran Torino le habló. Finalmente encontró la gran puerta de madera con aldabas de cobre oxidado.

Izuku la empujó con el hombro que menos le dolía, y al instante de que crujieran las bisagras tosió por el tornado de polvo que lo atacó al mover aquella puerta que debía llevar años cerrada.

Apuntó con la lámpara de aceite que cargaba. Hasta encontrar un caminillo de pólvora dentro de un hueco en la pared que ardió con luz amarillenta en el mismo instante que apoyó la llama de su lámpara.

La biblioteca se iluminó al instante. Era enorme, y también laberíntica: hileras e hileras —horizontales y verticales— de madera ennegrecida que albergaban libros de pasta dura en todas las tonalidades posibles. Apestaba a polvo, cenizas y también a aceite quemado.

En la primera hilera se encontraba una escalerita de metal y madera podrida, y aunque no le gustaba la idea de apoyarse en aquella cosa tan antigua... no tenía más opción que arriesgarse si quería encontrar los tomos que Gran Torino le encargó: «Evolución mágica a través de los siglos», «Historia acortada de Yuuei – Edición III», «Lo que sabemos en Yuuei sobre Akutou», «500 años de guerra» y «Toshinori: una biografía del hombre que admiramos».

Observó a las más de cincuenta hileras de libros y libros que poblaban aquella biblioteca.

—Bien —Midoriya se frotó las palmas con una sonrisa—. ¡Manos a la obra!

La felicidad y emoción se le esfumaron conforme pasaban las horas. Midoriya tardó al menos tres en encontrar uno solo de los libros que necesitaba.

¡Y apenas llevaba revisando dos hileras!

No era una tarea realmente fácil. La mayoría de libros no llevaban el título en el lomo, y muchos de ellos necesitaban que lustrase un poco el lomo para poder siquiera intentar leer encima de las gastadas letras en sus cubiertas.

La escalera tampoco era de mucha ayuda. Midoriya debía pisar con cuidado, sostenerse del estante —el cual tampoco le daba seguridad— y tratar de no apoyarse demasiado sobre el escalón cuando se estiraba en busca de un libro.

Pero, maldición, era una biblioteca... ¡Una bendita biblioteca! Izuku se conoció de memoria el pequeño cuarto de cinco metros cuadrados que era la biblioteca del orfanato. Se había leído todos —y algunos más de una vez— los libros que tenía para ofrecerle.

Le hubiese gustado también explorar la biblioteca de su nueva universidad pero nunca tuvo tiempo. Suspiró al caer en cuenta de lo lejano que aquello se sentía.

Al menos tenía un nuevo consuelo. Aquella biblioteca era vasta y lucía llena de secretos de aquel reino tan peculiar al que había ido a parar. Muchos de ellos estaban escritos en idiomas que ni siquiera era capaz de leer, pero de haber tenido el tiempo seguro que hubiese intentado aprenderlos.

Midoriya se secó el sudor de la frente y el de la espalda con la tela de su camisa. Tenía los músculos entumecidos tras pasar cerca de seis horas allí adentro. El estómago le rugía, y estaba deseoso de regresar a la tina de agua tibia para enjuagarse la lluvia de polvo que lo bañó en aquella biblioteca.

Observó una vez más el único libro que fue capaz de conseguir: «Historia acortada de Yuuei – Edición III». Tenía una portada verde y gastada, y las hojas ya estaban amarillentas cerca de los bordes. Era tan grueso como su propio brazo; pesaba más que una espada.

—Veamos qué tienes para ofrecerme.

Izuku pasó el pulgar entre las hojas que estas se deslizaran. Una nueva capa de polvo salió despedida hacia su cara, provocándole una insoportable tos.

Una vez pasada la comezón en la nariz, garganta y ojos llorosos, Midoriya acercó el libro hacia su lámpara de aceite para empezar a leer la fina caligrafía en cursiva hecha a mano.

Por supuesto, la imprenta no existía en Yuuei.

Muchas de las cosas allí grabadas ya las conocía: acerca de Toshinori y su búsqueda por un grupo de héroes que le ayudarían a encerrar al mal que los invasores de Akutou planeaban liberar sobre Yuuei. Sobre el origen de las Valquirias, la creación de cada reliquia e incluso algunos pasajes sobre los Firewalkers.

«De pelo dorado como el sol, espíritus tenaces y una sed de sangre que nunca puede ser saciada. Los Firewalkers se rigen por la ley del más fuerte: aquel que gana un combate cuerpo a cuerpo con otro es el merecedor de llevarse lo que sea que se pusiese en juego».

Sí... aquello sonaba definitivamente como Bakugo.

«Los Firewalkers también tienen sus propias profecías, las cuales observan en las estrellas que pueblan la noche en los picos de las Montañas de los Espíritus del Fuego. La más conocida de ellas es la del Príncipe Dragón: un muchacho, posiblemente menor de veinte años, que cada cierta cantidad de años liderará un ejército de Firewalkers y dragones a la entrada del Castillo de Yuuei.

Si es con buenas intenciones, o no, dependería de cada Príncipe Dragón».

Izuku volteó rápidamente la página al sentir un escalofrío con esas palabras. No quería pensar en Bakugo sabiendo de ellas.

También mencionaba a los dragones, una raza híbrida en sus orígenes pero que perdió la capacidad de transformarse en humanos cuando los Firewalkers comenzaron a esclavizarlos.

—Bueno, no todos —dijo para sí mismo mientras fruncía las cejas—. Kirishima todavía es un híbrido.

Izuku siguió hojeando hasta llegar a la Familia Real Todoroki. Un linaje que databa desde siglos atrás y que había estado en el poder por generaciones sin descanso alguno.

Había también retratos a mano de todos ellos. La mayoría llevaba el cabello rojo como la sangre. Todos de mandíbulas duras y cuadradas, piel de porcelana, miradas gélidas y penetrantes.

Midoriya buscó a Endeavor. Según la cubierta, aquel tercer tomo de la historia de Yuuei databa de al menos sesenta años después de la desaparición de Toshinori, por lo que el rey ya debía haber aparecido en la línea sucesoria.

Pero no había ningún rastro de alguien llamado Endeavor. Midoriya dedujo que ese no debía ser su nombre real, pero solo había seis herederos en aquel entonces —cuatro mujeres y dos hombres, pero ninguno de ellos parecía ser el padre de Shouto.

El rey de entonces, Masahiro Todoroki, se veía como un anciano desagradable y aprovechador. Nada en sus rasgos le daba buena espina a Izuku.

Supuso que la realeza no estaba hecha para generar confianza. Nunca lo hacían. Siempre eran manipuladores, viciosos y también cegados por la codicia.

Pero luego recordaba a Todoroki...

A su melancolía. Su belleza. Su bondad. Sus deseos de hacer el bien aunque eso le costase la vida.

Una sonrisa se escapó de sus labios al pensar en él. Puede que Shouto no lo quisiera —pero sería un rey excelente.

Decidió seguir ya que la tristeza comenzaba a inundarlo.

—Deja de ser tan imbécil —se regañó con un golpe en la frente.

Midoriya siguió hojeando aquel grueso libro. Había demasiada historia, y su cerebro ya no podría soportar ni un solo párrafo más de nombres y fechas sin que le estallase.

Tampoco estaba seguro qué era lo importante de todo ello. Solo parecían ser datos al azar y que enseñarían en el equivalente de la escuela primaria en Yuuei.

Y realmente no estaba seguro de que Gran Torino le hiciese leer algo que fuese meramente innecesario. Más bien, estaba seguro que el anciano le daría una especie de rompecabezas; uno que Izuku tendría que unir poco a poco las piezas.

Pero la verdad es que a Midoriya le inquietaba un poco lo que fuese a descubrir detrás de todo eso.

Se arrastró de regreso a la cocina pero ya no había nadie allí. Solo una pequeña nota escrita en pergamino encima de un platillo a rebosar de comida —queso, pan fresco, higos y también carne seca— justo al lado de una tacita llena de líquido oscuro.

«¡Así se prepara una taza de té!» rezaba la nota con una prolija caligrafía.

Izuku soltó un bufido divertido. Era posible que el viejo estuviese mal de la cabeza, pero tenía su encanto. Al menos era divertido. Creyó que si dejaba de lado los golpes con el bastón y los gritos podrían llevarse bien.

Engulló toda la comida sin pensarlo demasiado. Incluso se relamió los dedos con el jugo de los higos, algo entristecido de seguir todavía con hambre. Sin embargo, no sería bueno atiborrarse de comida si tenía alguna clase de entrenamiento con aquel viejo.

—Oh, maldición —dijo Izuku mientras buscaba otra vez el pasillo del cuarto que compartiría con Shouto.

Debió perderse dos veces antes de encontrar una habitación donde todavía estaba iluminada por la luz amarillenta de las lámparas de aceite. Allí estaba Shouto sobre su camastro, con una aguja e hilo tratando de remendar su camisa hecha jirones.

Izuku le observó un par de minutos con una sonrisa mientras el príncipe sufría de frustración. Al final, fue su carcajada la que lo delató.

Shouto levantó la cabeza al instante. Estaba avergonzado.

—Gran Torino me dijo que debía remendar mi ropa si quería entrenar con él...

—Déjame adivinar —Midoriya se cruzó de brazos—. ¿Nunca has cosido una camisa?

Todoroki arqueó una ceja hacia él.

—Eso no significa que no pueda aprender, Midoriya.

Izuku iba a abrir la boca pero Shouto decidió ignorarlo y seguir con su tarea de clavar la aguja en cualquier pedazo de tela menos en donde realmente debería. Lo vio mascullar entre dientes una retahíla de insultos.

Rodó entonces los ojos y le arrebató la prenda de los dedos del príncipe. Shouto se quedó parpadeando al espacio vacío entre sus manos, luego a Midoriya, que ya estaba anudando correctamente el hilo para empezar a remendar los agujeros en la fina camisa.

O lo que antaño debió ser una fina camisa.

Los dos se quedaron un momento en silencio, solo acompañados del fuego que hacía burbujear el aceite de la lámpara y la aguja rasgando la tela de seda. Todoroki se removió algo incómodo entre las sábanas que le cubrían el torso desnudo.

—Gracias.

Midoriya soltó una risa sin abrir la boca.

—Estoy acostumbrado a hacer estas cosas por mi cuenta, no es nada —dijo sin mirarle—. No es un talento muy memorable como saber usa una espada.

—Claro que sí, Midoriya —Todoroki replicó—. ¿De qué me sirve saber usar la espada si los pantalones se me van a caer en medio de la batalla?

Izuku lanzó una mirada burlona a Todoroki. Él se la devolvió con intensidad, solo para ser cortada con la camisa volándole al centro de la cara.

—Eres un príncipe, Todoroki —dijo—. No se te van a caer nunca los pantalones.

Lo vio esbozar una sonrisa tras apretar la camisa entre sus dedos.

—Eso crees tú.

Shouto se puso entonces de pie, y Midoriya agradeció que no se quedase a ver sus mejillas pecosas encendiéndose de color rosado. Se dio la vuelta con cuidado, solo para poder admirar los músculos de la fuerte espalda de Todoroki.

La curva en sus omóplatos así como el valle que se formaba entre los mismos y albergaba su marcada Columba vertebral. Izuku se encontró mirando de arriba abajo, inquiriéndose a sí mismo cómo se sentiría pasar un solo dedo por la misma.

¿Se tensaría Todoroki ante su toque? ¿Reaccionaría su cuerpo entero arqueándose ante el choque eléctrico, el mismo que Midoriya sentía a su lado?

Bueno, no lo sabría de momento. Shouto acababa de ponerse la camisa remendada y se pasaba las manos por el cuerpo para alisarla.

—Está perfecta, Midoriya —habló Shouto—. Muchas gracias.

—Ya dije que no es nada...

Pero Todoroki no estaba dispuesto a escucharlo. Volvió a tomar el lugar en su cama —en la que Midoriya estaba en el borde— solo para descubrir el libro que yacía entre los dos.

Su entrecejo se arrugó entero al leer la portada. Sus dedos se deslizaron con cuidado entre las sábanas hasta rozar la pasta dura de color verde. Levantó el rostro confuso hacia Midoriya.

—¿De dónde sacaste esto? —cuestionó Shouto.

Midoriya se encogió de hombros sin darle mucha importancia.

—Es uno de los libros que Gran Torino me pidió leer —respondió Izuku. Fue entonces que empezó a presentir que había algo raro—. ¿Por qué?

Shouto no dijo nada al instante. Estaba demasiado ocupado curioseando la primera hoja —la misma que tenía los datos de creación y los autores.

Cerró con fuerza la portada y se lo entregó a Midoriya.

—Por nada —carraspeó—. Es que la edición que usamos ahora es la V. La verdad es que nunca había visto un tomo de la primera a la tercera edición...

—¿Y eso es malo?

Midoriya empezaba a sentir nervios otra vez mientras las piezas de todo el rompecabezas seguían moviéndose en su cabeza.

—Es solo que mi padre las ha prohibido y mandado a destruir... pero no es nada —Shouto trató de lucir estoico otra vez. Falló, ya que Izuku podía ver su intranquilidad en los dedos tamborileantes—. Por supuesto no podría mandar a destruir todas.

Shouto estiró sus sábanas, casi echando a Midoriya de su propia cama. Se aproximó hasta su lámpara de aceite para apagarla.

—Mejor nos dormimos, mañana será duro. Buenas noches, Midoriya.

Izuku se quedó pasmado mientras el príncipe se acomodaba con la cabeza en la almohada entre la oscuridad, cerrar los ojos y dormirse rápidamente.

No tenía idea de qué acababa de ocurrir.

Admitió que él mismo también estaba agotado, por lo que se desvistió sin preocupación —Shouto ya dormía; su respiración era rítmica— y dejó el libro sobre el escritorio del cuarto, entre sus prendas arrugadas y sucias.

Casi saltó con alegría a su camastro. Puede que oliese a polvo y vejez, pero era una jodida cama y él iba a disfrutarla como se debía.

Apretó algo entre sus dedos, una roca partida que sacó de entre los pliegues de sus vestimentas. Era la piedra que Ochako le había dado para comunicarse con ella.

Solo habían pasado un par de días y ya la extrañaba a ella y los demás.

La sostuvo encima de su corazón mientras se concentraba con fuerzas en emociones positivas que enviarle a su amiga. La única que conocía toda su verdad. No quería preocuparla por nada —mucho menos si ella y Sir Iida estaban en una situación más crítica que la de ellos.

Estamos bien, pensó Izuku. Bien, pero con más dudas que antes.

No estaba seguro de si aquello era una emoción, pero las dudas no se disipaban de su cabeza. Hizo girar la piedra entre sus dedos antes de dejarla otra vez en la mesita que lo separaba del camastro de Todoroki.

El rostro del príncipe se veía en extrema serenidad al dormir. Tenía una paz y calma que Midoriya deseaba que nunca lo abandonasen.

—Mañana será un nuevo día —musitó para sus adentros—. Tal vez mañana lo descubra.

Izuku cabeceó un poco antes de caer profundamente dormido. Y esa noche, sus sueños estuvieron plagados de héroes con espadas, reyes, palacios cubiertos de sangre, bibliotecas enteras ardiendo en llamas, personas gritando, dragones invadiéndolo todo y Gran Torino mirando todo con diversión y murmurándole:

«¿Acaso no lo ves, muchacho?».

¡Creí que no llegaba, pero lo hice! ;;u;; Me faltaba poquito para terminar este capítulo y me quemé las pestañas hasta hace media hora atrás para traerlo haha perdonen los dedazos

Y ains, yo sé que está algo ¿aburrido? porque está larguito y no tiene nada de acción. Pero en serio, es muuuuy importante todo lo que aquí he ido mencionando. Espero prestasen atención porque algunas de las cosillas tendrán muuucho sentido en el próximo capítulo...

¡Y adivinen quién narra! Nuestro príncipe (y el de Izuku) favorito ♥️

Se qué hay mucha info y algunas cositas que no se entiendan tal vez, así que no duden en preguntar. OBVIO no pregunten sobre cosas no mencionadas todavía porque sería spoiler hahaha de hecho, este capítulo está llenísimo de pistas. Así que, ya saben...

Teorías por aquí c: ♥️

Pregunta importante: muy pronto habrá una muerte gráfica y, posiblemente, escenas ¿subidas de tono? Y ya se que lo he advertido antes y que en general a todos les gusta... pero en otros fandoms tuve problemas </3 así que quería preguntarle si prefieren que advierta al inicio de cada capítulo si habrá algo de eso. Ya saben, para que puedan saltearse dicha parte. Yo estoy a merced de lo que les sea más cómodo ♥️

Muchísimas gracias por todos sus bellos votos y comentarios ♥️ ya son más de 11K votos  y wow, wow, wow no puedo creerlo Q u Q les juro que si llegamos a las 100K leídas prontito (que no falta mucho ya que ya van como 77K), pondré en pausa todo lo demás y actualizaré al menos dos (o tal vez tres) veces en una semana este fic. Y si no que un rayo mate a mi hijo (Kiri). Miren que son palabras mayores (?)

Y hablando de Kiri, ya se que lo extrañan a él y a su rubia explosiva. Muuuuy pronto veremos el arco de ellos dos y agarrense porque viene con todo 7u7r cosas lindas y cosas también muy sad, ¡y vuelven personajes!

Nos estamos viendo muy pronto, besitos ♥️

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top