Capítulo 21

Momo recibió a uno de los halcones del Castillo, que cargaba una carta del Rey Endeavor dirigida para ella misma.

Le ordenaba volver de inmediato sin chistar.

No había ninguna otra instrucción. No sabía para qué la requería Endeavor: si para hacerla cambiar de estrategia, encomendarle una nueva tarea o regañarla por su inutilidad de encontrar a Shouto.

Momo suspiró. No podía comentarle a Endeavor de sus planes y los de Kyoka de atrapar al príncipe con una trampa en donde yacía la espada de Toshinori.

La espada siempre fue un secreto guardado por las Valquirias, desde hacía más de cien años cuando Toshinori salvó a un grupo de prostitutas y mujeres pobres de ser ejecutadas por el rey de entonces, un viejo ancestro de los Todoroki.

Toshinori El Magnífico las salvó, y ellas, a cambio, juraron prestarle servicio en su heroica tarea y todas las que viniesen luego de la victoria al ataque en Yuuei. Aunque claro, no hubo más oportunidades después.

Él las aceptó y acogió —como sus iguales, sus guerreras—; las bautizó Valquirias, las hijas de un dios que ellas no conocían ni nunca conocieron. Pero para Toshinori aquel nombre tuvo sentido, y ser una Valquiria se convirtió en sinónimo de empoderamiento femenino y libertad de la cultura patriarcal de Yuuei.

Cuando Toshinori desapareció sin dejar rastro, las Valquirias casi se sintieron otra vez si rumbo; sin aquel hombre que las había salvado. Pero pronto entendieron que eso no era lo que Toshinori trató de hacerlas comprender cuando las liberó: ninguna de ellas necesitaba de un hombre para elegir lo que pasaría con sus destinos.

En algún punto de la historia fueron las mismas Valquirias las que se pusieron al servicio de la corona y la familia Todoroki. No había nada que ellas no harían por su rey, reina, príncipes y princesas. Clamaban un juramento en el momento en que sus brazos eran lo suficientemente fuertes como para alzar un arma y sus armaduras relucían antes de entrar a la guerra.

Pero claro —eso era lo que la familia real pensaba. Y había solo una cosa que ninguna Valquiria haría ni siquiera por el más benévolo de los monarcas.

Entregar la espada de Toshinori. El héroe que las salvó y les hizo abrir los ojos en que ellas también podían ser heroínas de sus propias historias.

Era un secreto que se pasaba de comandante en comandante, de madre a hija, de hermana a hermana. Cuando su tía partió antes de su última batalla, ella confió a una juvenil Momo el secreto de su paradero. Probablemente supiese que ahora ese peso recargaría sobre ella ya que nunca iba a volver.

Ahora solo Momo lo sabía. Bueno, Momo y Kyoka —pero que Kyoka lo supiera no era un peligro, ya que la muchacha era casi parte de la misma Momo. Su mano derecha y compañera en armas; la hermana que solo le daría la espalda para proteger la suya en batalla.

—Dile a Ibara que queda a cargo. Llevarlas a todas nos retrasaría dos días o tres —le encomendó a Jirou—. Partiremos los demás al amanecer.

—¿Partiremos? —inquirió la chica con la ceja arqueada—. ¿Alguien más va a sumarse?

—El Capitán Togata ha recibido la misma misiva —suspiró Momo—. No me da buena espina que el rey haga abandonar sus puestos a ambos líderes.

—Solo es un cabeza de aire, Yaomomo. No tiene idea de gobernar ni dimensiona los peligros.

—¡No digas eso! —chistó Momo—. Aquí recuerda que ningún oído es confiable.

Jirou rodó los ojos divertida. Eso era algo que le encantaba de su mano derecha y mejor amiga: no tenía vergüenza de decir lo que pensaba u ocultar cómo se sentía respecto a alguien. Bueno, siempre y cuando ese sentimiento fuese negativo.

Y los sentimientos negativos casi siempre estaban dirigidos a la familia real.

—Prepara tres caballos —siguió diciendo Momo—. Uno de gran tamaño, por favor. Ah, y trae a Yukki.

Yukki. La yegua del príncipe Shouto, a quien Momo encontró en un establo a las afueras de Kamino luego del enfrentamiento —esa había sido su primera pista para encontrarlo en la casa de aquel hombre rata— y no tuvo el corazón para dejarla abandonada, incluso si eso las retrasaba más y significaba usar más alimento.

—¿Togata no usará su yegua? —preguntó Jirou.

—No —Momo le comunicó todavía confundida—. Quiere llevarse al elfo.

Jirou bufó indignada ante la poca profesionalidad de aquella decisión.

—¿Al elfo? —gruñó la chica—. ¿Para qué? ¿Para que cacemos mariposas de camino?

—No pretendo cuestionar a Togata en sus decisiones. Él no cuestiona las mías. Tal vez quiera llevarlo con algún interrogador del Castillo o aprisionarlo como rehén en caso de que la Reina Nejire de los elfos quiera tomar represalias.

Kyoka alzó las manos en señal de rendición.

—Ese elfo traerá problemas. Recuerda mis palabras, Yaomomo. Nunca es buen augurio que un elfo se aparezca en un viaje. Nos arrastrarán a todos.

Momo no podía discutir contra esa lógica. Peores guerras se habían librado en la historia por la intromisión de los elfos. No es que le pareciera justo que estuviesen confinados en Svartalf, pero tenían que admitir lo problemáticos que eran.

—¿Y sabes quién caerá primero, Yaomomo? —Jirou observó por encima del hombro de su amiga—. El Capitán Togata.

Momo abrió la boca en una pequeña o por la sorpresa. Jirou no dijo más y la abandonó para cumplir con sus mandados antes de que cayera la noche.

Observó entonces a Mirio Togata. El capitán de la Guardia Real —o la Guardia de Caballeros, como algunos le llamaban— era el líder más joven que la asociación tuvo. No solo eso —también el más benévolo y pacífico, pero lo suficientemente fuerte como para liderar campañas por todo el reino en busca de recursos que escaseaban cada vez más.

Ella le admiraba desde el momento en que ambos se conocieron y juraron sus votos casi en la misma época. Se habían respetado desde el principio, trabajado codo a codo, Mirio sin prestar atención a la creencia común de algunos estúpidos nobles sobre la debilidad de las mujeres.

Él nunca había sido discreto en felicitarla por su madurez. Y ella también se lo había dicho —pero había algo en ese momento... algo en su mirada que le hizo sentir que por primera vez estaba observando a un Mirio mucho más juvenil e ingenuo de aquel capitán que trabajaba con ella.

Era la clase de mirada que Momo estaba segura que ponía ella cuando el asunto involucraba a Shouto o a Kyoka; una mirada de inocencia ante algunas cuestiones de la vida. Una mirada que mostraba una grieta de juventud entre el endurecimiento de ambos por la batalla.

Y era una mirada que Togata solo había puesto en sus horas al lado de aquel elfo.

Momo no habría tenido problemas en darle la razón a Kyoka en cualquier circunstancia. Pero en ese instante no pudo evitar proyectarse en Mirio y su encontrada vitalidad juvenil al lado de ese elfo. La misma que ella sentía algunas veces; esa que te hacía querer saltar al abismo sin temor a lo que habría debajo.

¿Acaso serían él y ella los que terminarían por arrastrar a todos a la perdición?

Los cuatro partieron al amanecer, cuando todo el campamento seguía dormido. Momo se montó sobre el pelaje del color de la nieve de Yukki y lideró la marcha en dirección de regreso al Castillo de Yuuei.

Anduvieron casi todo el día, sin muchos descansos que les retrasasen —solo paraban para alimentar y dar agua a los caballos. Ninguno de ellos estaba muy hambriento y las provisiones estuvieron sin tocar más que por unos leves mordisqueos.

Momo quería enfocarse solo en cabalgar. No quería pensar en Shouto ni su búsqueda demencial, tampoco en la espada de Toshinori ni en el Capitán Togata sujetando la cintura del elfo que se suponía era su prisionero.

¿Acaso eso era falta de profesionalismo? Momo se preguntaba si su deber como Comandante Valquiria era ponerle un freno a aquello o mejor observar sus propias actitudes y preguntarse por qué se sentía tan afectada por las acciones de Mirio.

Tal vez porque ella también estaba dejando nublarse por sus sentimientos.

Antes del atardecer se detuvieron. Fue Kyoka quien prácticamente les obligó, obstruyéndoles el paso a los otros dos caballos.

—No nos falta casi nada, Jirou —reclamó Mirio—. Es mejor seguir un poco más y podremos llegar a descansar al Castillo.

—No tiene ningún sentido —bramó Kyoka—. Solo sería para que alguno de los caballos se desplome por culpa del sol abrasador. Hagamos noche aquí que es bien tranquilo.

Momo no dijo nada. No le gustaba contradecir las decisiones de Jirou —Momo confiaba en ella como en nadie. Por algo la nombró su mano derecha. Cualquier cosa que ella considerase correcta debía tener algo de cierto.

Simplemente suspiró y asintió. Rápidamente se bajó de Yukki. Le acarició lentamente la crin, cepillándosela con sus dedos mientras que con la otra mano buscaba una manzana en la alharaca que le colgaba del cinturón.

Mirio también bajó y ayudó a Tamaki a que lo siguiese. El elfo se veía un poco menos asustado y tenso. Tomó con mucho cuidado los dedos del capitán que le ayudaba a bajarse de la silla de montar.

—Yuuei es increíble —murmuró el muchacho con la voz débil pero portando una sonrisa—. No creí que el reino pudiese ser tan hermoso.

Mirio le devolvió la sonrisa. Cada vez que el capitán sonreía, todos los presentes de repente se sentían más seguros gracias a su optimismo y carisma.

—¡Y hay tantísimas otras cosas por ver! Puede que políticamente no seamos el mejor lugar para vivir, pero está lleno de bellezas.

Momo apartó la mirada de aquel encuentro que ellos dos compartían. Le parecía algo irrespetuoso husmear en un momento que parecía ser tan... íntimo. Ella de todas formas tenía mejores cosas que hacer.

Como ayudar a Kyoka a conseguir leños para hacer una fogata. La chica era tenaz y decidida, pero claramente le estaba costando cargar más de tres troncos tan largos como sus piernitas.

Momo soltó una risita y corrió a ayudarla en la entrada al frondoso bosque que bordeaba la Calzada Imperial. Jirou chasqueó la lengua.

—No tienes que venir a socorrerme —dijo algo brusca—. Yo también soy fuerte.

—Pues me gusta ser fuerte a tu lado, Kyoka —Momo se encogió de hombros mientras tomaba sin dificultad el tronco más largo y lo cargaba—. Yo no sería tan fuerte si no te tuviera aquí.

Jirou rodó los ojos. Pudo ver que se le sonrojaban las mejillas.

—¡Vaya cosas dices, Yaomomo! Nosotras somos las que dependemos de ti. Sin ti no somos nada.

Momo esbozó una triste sonrisa de costado. Quería creer en lo que Kyoka le decía —pero a medida que corrieron los días y no pudo seguir el rastro de Shouto, empezó a sentirse más y más inútil.

Mirio, al verlas llegar, corrió hasta ellas y les arrebató todos los troncos mientras les agradecía a las muchachas por tomarse el trabajo. Sacó entonces su espada del envaine y la usó para trocear la madera en pedazos más pequeños.

Los demás se encargaron de juntar las provisiones. Tenían una onza de queso fresco y también una hogaza de pan —un poco añejo— así como restos de carne seca y las frutas para los caballos.

Tamaki alzó la mano temeroso.

—S-si me permiten...

—No —respondió Jirou molesta—. No te permitimos.

El elfo se encogió por la amenaza en sus palabras. Momo tuvo que codear a Jirou por su accionar.

—¿Decías? —incitó ella a que hablase.

—Puedo identificar algunas bayas y raíces comestibles en este bosque. Las raíces harían una buena sopa...

—¿Y arriesgarnos a que nos envenenes? —Kyoka se cruzó de brazos—. Yo paso.

Momo rodó los ojos. No sacarían nada del elfo si seguían tratándolo con hostilidad.

—Venga —alentó Momo—. Yo te acompaño a buscarlas. Pero debes comértelas antes y frente a nosotros.

Tamaki asintió varias veces con los hombros menos tensos. Momo le hizo una seña para que avanzase delante de ella en dirección al bosque.

Jirou la detuvo de la muñeca. Estaba lista para decirle que no iba a cambiar de opinión, hasta que vio la daga que depositaba en su mano.

—Solo por si acaso —Jirou musitó—. No quiero que andes desarmada.

Momo no le dijo nada. Aunque, en el fondo, estaba agradecida de que Kyoka siempre pensase primero en ella y nadie más. Metió la daga en la bota para no levantar sospechas.

Siguió entonces al elfo entre la espesura del bosque. Los árboles eran altos y frondosos —no dejaban ver más que retazos del cielo anaranjado. Debían apresurarse si no querían que la noche los tomase por sorpresa.

El elfo no hablaba. Tampoco caminaba vacilante como lo hacía en la ciudad o en medio de desconocidos. Andaba más erguido, con la cabeza alta pese a que la capucha le cubría las orejas y el desordenado cabello. Sus pies se movían sin temor —como si el bosque fuese parte de él y supiese exactamente hacía donde se dirigían.

Lo cual es casi imposible, pensó. Se suponía que Tamaki nunca había salido de Svartalf, y no existía manera de que se conociese de memoria todos los bosques de Yuuei.

Pero lo suyo parecía instintivo. No conocía al bosque pero, sin embargo, sus sentidos sabían moverse a través de él. Sobre cuál rama pisar o cual bifurcación evitar. Sus dedos larguiruchos rozaban los troncos y arbustos con delicadeza; incluso vio que cerraba los párpados cada vez que lo hacía.

Parecía estar hablando con la naturaleza.

De repente se detuvo. Momo dio un respingo del susto, hasta que vio la tímida sonrisa que el muchacho le dedicaba.

—Por aquí hay frambuesas salvajes. Y hay brotes comestibles para ustedes humanos.

—¿Humanos? —Momo arqueó una ceja mientras pisaba con cuidado entre las raíces con sus botas de combate—. ¿No te consideras como tal?

—No importa lo que yo me considere —Tamaki siguió avanzando—. Ustedes nunca nos han mirado como humanos. Siempre hemos sido los otros.

—Eso no es verdad —replicó ella—. Yo nunca he...

—Ah, perdone, Comandante. No estoy hablando de usted en particular. Hablo de los habitantes de Yuuei en general. Que usted no lo haga no significa que la discriminación no exista.

Yaoyorozu se mordió la lengua avergonzada. Podía sentir algo de calor en las mejillas incluso. No era usual que alguien la increpase en sus modales.

—¡Mire! Por aquí hay también unas setas.

Ella le siguió. Tamaki hizo una especie de cuenco con su capa y se agachó para comenzar a recoger las setas en tonos marrones. Algo que le llamó la atención fue que el muchacho murmuraba en voz baja en un idioma que ella no conocía. Prefirió no interrumpirlo, hasta que pudieron dar por terminada la recolecta y la capa del elfo estaba llena de frambuesas, setas y algunas raíces.

—¿Qué es lo que tanto murmuras? —preguntó curiosa.

—¡Ah! Es que le agradezco al bosque por permitirnos tomar parte de él para abastecernos.

Sonrió tímido mientras le enseñaba las jugosas bayas conseguidas y le pasó una de las raíces que olía extremadamente deliciosa. Momo sintió que le rugía el estómago al pensar en una sopa con ellas y las setas.

—Wow —exclamó Momo con los ojos bien abiertos—. Eso ha sido un gran trabajo.

—Gracias —Amajiki agachó la mirada—. Mi hermana nunca me dejó pelear, así que me hice experto en la flora y la fauna. He aprendido una cosa o dos sobre venenos naturales, también.

—Es impresionante —siguió Momo—. Pelear no es tan divertido como crees.

—Pero al menos te permite defenderte —Tamaki apretó más la capa—. Yo soy un blanco fácil y desechable. Tal vez por eso...

Se calló. Sus palabras flotaron en el aire, pero Yaoyorozu estaba casi segura de lo que el muchacho quería decir.

Por eso me dejaron los demás.

Momo no sabía qué podía decirle a ese muchacho elfo para animarle. Ni siquiera debería haber estado considerando esa opción.

Abrió la boca para decir algo —lo que fuera— pero el crujir de las ramas la hizo ponerse en guardia de repente, buscando inconscientemente el hacha que ella sabía que no estaría allí.

Aquel error le costó muy caro.

—¡Amajiki! —gritó Momo para advertirle, aunque para ella fue demasiado tarde.

Una inmensa figura de pelaje plateado se le vino encima. Gruñía y lanzaba dentelladas en su dirección, pero Momo había conseguido detener una mordida mortal con la armadura de sus antebrazos. Podía sentir su húmedo y fétido aliento casi sobre su cuello, listo para destrozarlo con sus amarillentos dientes.

Por el rabillo del ojo vio al desesperado elfo tratar de cortar una inmensa rama con sus frágiles manos. No tenía mucho tiempo de decirle que eso solo enfadaría a aquel salvaje animal.

Era un lobo. Un lobo de los bosques estaba tratando de tragársela viva. Las garras se le hundían en la carne expuesta de sus piernas, y soltó ella misma un gruñido de dolor mientras intentaba darle patadas en el estómago con la punta de acero de sus botas.

Mi bota, pensó Momo con terror y emoción. La daga.

Dirigió todas sus fuerzas al brazo izquierdo, aquel con el que estaba tratando de frenar los dientes de aquel lobo y tanteó entre su pierna ensangrentada hacia la bota para recuperar la daga de Kyoka.

La fría envergadura se sintió poderosa cuando cernió la mano sobre ella. Momo alzó la mano con la daga para clavársela en alguna zona vital bajo su pelaje, pero la bestia arruchó la armadura con sus dientes y levantó a Momo con ella para hacerla volar hasta el árbol más cercano.

La daga se escapó de sus manos.

Momo sintió en ese mismo momento el impacto de su cuerpo contra el inmenso tronco, el metal de su armadura clavándosela en la piel y sus heridas escociéndole al frotarse contra la tierra húmeda del bosque.

Su cabeza rebotó contra una roca. Una puntada de dolor le recorrió de adentro hacia afuera.

No llegó a levantarse ya que el lobo trató de morderla otra vez. A Momo solo le quedaba la armadura del antebrazo derecho para protegerse. El izquierdo estaba doblado en un ángulo extraño y con el metal aplastándole la piel.

El lobo tenía más fuerza que ella. Y ella ni siquiera tenía las energías para pensar en un plan.

Se preguntó qué tan digna podía ser una muerte cometida por un animal salvaje. Para una Valquiria —muy indigna. Morir fuera de la batalla era casi un pecado.

Hermanas, pensó Momo en su fuero interno. Perdónenme.

Shouto.

Kyoka.

Cerró los ojos casi esperando la dentellada mortal. Luego, un chillido.

La sangre caliente le salpicó por todo el rostro y el cabello. Momo se preguntó cuánto tiempo tardaría en morirse desangrada —pero luego supo que, si estaba cuestionándose eso, es porque realmente no estaba por morir desangrada.

Esa sangre no era suya.

Y el lobo ya no estaba encima de su cuerpo. Acababa de desplomarse a un costado con el cuello rebanado y la sangre manchando el pelaje plateado.

Tamaki Amajiki tenía en su mano la brillante mano de Kyoka. Estaba jadeando y su puño estaba pintando de rojo carmín. Unas gotitas de sangre le manchaban el angelical rostro.

—Tú... —murmuró Momo con las últimas fuerzas que le quedaban.

El elfo empezó a desesperarse.

—Tenemos que irnos. Ahora. No hay más tiempo.

—N-no puedo... —Momo hizo una mueca de dolor—. M-mis piernas...

—Ese lobo era de mi hermana —Tamaki soltó—. No tardará en encontrarnos. Si hemos encontrado uno es porque ha enviado diez.

Se mordió nerviosamente los labios.

—Está buscándome.

La cabeza de Momo comenzó a maquinar a diez mil por minuto. Su hermana. La Reina Nejire —monarca de los elfos. Estaba buscando a su hermano menor, y claramente no tenía problemas en enviar a lobos asesinos a quien sea que lo retuviese.

Lo que, en ese momento, eran ellos.

Amajiki no perdió el tiempo y se quitó la capa. No dudó en hacer la tela jirones y utilizarla para realizar hábilmente un torniquete en cada pierna de Momo. Luego, con mucho cuidado, retiró la armadura destrozada de su brazo izquierdo y también se lo vendó.

La cargó entonces en sus brazos, corriendo entre el bosque que comenzaba a teñirse de oscuridad. Los búhos comenzaban a ulular y el fantasmal viento hacía crujir las ramas de los árboles.

—Resista, Comandante —suplicó Tamaki—. A la señorita Jirou no le gustará que se la entregue muerta.

Yaoyorozu quiso sonreír al pensar en Kyoka; podría ver su hermoso rostro una vez más.

Perdió el conocimiento en los brazos del elfo sin darse cuenta.

Despertó con el cuerpo sintiéndose tan blando como el caucho pero más pesado que un bloque de hierro. Incluso abrir sus párpados se sentía como una tarea imposible en ese instante.

Momo empezó moviendo sus falanges. Una a una, hasta que consiguió abrir y cerrar la mano con algo menos de dificultad.

Su cabeza estaba hecha un revoltijo. No podía hilar los recuerdos de las últimas horas ya que pensar le estaba provocando jaqueca. Solo quería apoyarse otra vez contra aquella suave almohada en la que descansaba y echarse a dormir.

Solo que no era una almohada del todo. Era el regazo de Kyoka —la primera imagen que vio cuando finalmente sus ojos se abrieron.

La chica se removió al instante en que se dio cuenta que Momo abrió sus enormes ojos castaños.

—Yaomomo —dijo ella con una sonrisa llena de alivio y emoción. No era usual ver un gesto tan suave en la muchacha—. Estás despierta.

—No creí que volvería a hacerlo —Momo musitó.

Jirou apretó la boca en una fina línea. Su mano trazó el camino por el brazo vendado de Momo —era otro trozo de tela de la capa de Amajiki, solo que ese no parecía hecho a las apuradas y la sangre solo se agrupaba en un punto— hasta que pudo entrelazar sus dedos sanos con los de ella.

Momo no sabía por qué ese toque le estaba haciendo cosquillas en la boca del estómago.

—Pero lo hiciste —Kyoka dijo—. Volviste conmigo.

—No podía dejarte... dejarlas —se apresuró en corregir—. Tampoco puedo abandonar a Shouto.

Shouto Todoroki. El príncipe en el que nunca podía dejar de pensar. El mejor amigo de la infancia que nunca la amaría. El que la había abandonado para ir en una misión llena de desconocidos.

Tenía que empezar a ordenar sus prioridades.

Kyoka no dejó de sonreírle —aunque ese gesto no llegaba a sus ojos— mientras le acariciaba el cabello, todavía pegoteado con sangre ya seca.

—¿Dónde estamos? —inquirió Momo para no seguir perdiéndose en la melancolía de los ojos de Jirou.

—A pocas del Castillo. Paramos un instante mientras huíamos para ver cómo seguían tus heridas. Ahora que estás despierta tal vez podamos retomar el camino y hacer que un sanador te vea. Ya estás fuera de peligro mortal.

—Peligro... la reina... tengo que... agh.

Yaoyorozu trató de erguir la espalda para tomar asiento aunque el dolor fuese insoportable. La fuerza de su mano derecha y mejor amiga la retuvo contra su regazo otra vez.

—Descuida. El elfo dijo que mientras no nos acerquemos otra vez al bosque, Nejire no puede encontrarnos.

—¿Y le crees? —Yaoyorozu le preguntó cautelosa—. Hasta donde sé, me diste una daga para defenderme de él.

Jirou siguió acariciándole el cabello con profundo cariño.

—Te ha salvado de la muerte —respondió en voz baja—. Le debo mi vida ahora.

Momo sintió que un calor hogareño le invadía el pecho. Eso, más el arrullo de los dedos de Kyoka acariciando suavemente no solo sus heridas sino también sus partes sanas.

Como si quisiese cuidar todo de ella. Como si todas sus partes fuesen lo suficientemente válidas.

—Duerme un rato más —escuchó a Kyoka seguir diciendo—. Yo me encargaré de que llegues a salvo al Castillo. No permitiré que vuelva a pasarte nada, Yaomomo.

Sus ojos empezaron a pesar otra vez, pero no por el dolor —sino por la extrema ternura de la situación que parecía arroparla tal como su madre le hacía de niña. Momo volvió a sentirse contenida. Alguien más se preocupaba por ella.

Empezó a caer presa del sueño poco a poco. La voz de Kyoka siguió hablándole, ahora ya lejana y casi inentendible. Excepto por una frase que Yaoyorozu no estaba segura de si la soñó o de verdad ocurrió.

Aquella frase dicha por Jirou la repitió luego en su sueño, el cual se transformo en una pesadilla que la persiguió hasta que volvió a abrir los ojos —quién sabe cuántas horas después— ya en una cama del Castillo de Yuuei:

—Nada va a pasarte. Incluso si tengo que dejar mi vida por ello.

Me gusta cuando no demoro y puedo traer las cosas a tiempo ;v; obvio eso solo pasa en capítulos de Momo, que no son tan eternos como los de otros narradores (?)

Yyyyyy... ¡SORPRESA! ¡Tuvimos un poco de MomoJirou! Admito que en un inicio no iba a ponerlo, en realidad sería solo de pasada, pero mientras revisaba el resumen de los capítulos que vendrían y lo que estas dos harán por la otra en el futuro me dije "Blues, ¿qué esperas para poner a las waifus como la pareja más cuqui y poderosa del reino?" ¡Y aquí estamos! Espero les haya gustado este inicio de la relación. Pensé hacer una advertencia pero estaba segura que arruinaría la sorpresa ;;

Pero hablando de sorpresas... ¡Miren este precioso dibujo de Mirio y Momo hecho por la bonita de LeoTogata! Me ha encantado y de verdad le agradezco muchísimo. Por eso el cap de hoy se lo dedico por su esfuerzo ;;

Muchísimas gracias por todos sus bellos comentarios y votitos ♥️ me llenan de amor. Solo les diré que preparen sus corazones para lo que se viene en el próximo capítulo Q v Q

Nos veremos pronto. Besitos ♥️

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