Capítulo 2

Cuando abrió los ojos ya no estaba ahogándose en el arroyo del bosque silencioso.

Midoriya se levantó de un sobresalto, jadeando y con el corazón desbocado a punto de saltarle del pecho. Sus dedos se apretaron al borde de la suave sábana, la cual olía a naranjas y algunas flores silvestres.

—Fue solo un sueño —trató de calmarse a sí mismo—. Bueno, más bien una pesadilla...

Suspiró con algo de tranquilidad ante esa idea. Sí, era una pesadilla. Él no se había metido en un bosque raro ni tampoco se lanzó por voluntad propia a un arroyo congelado para morir ahogado. Sonrió más calmado —aunque no del todo— y se lanzó otra vez contra la mullida almohada perfumada para intentar conciliar el sueño y olvidarse de las campanadas del mediodía que todavía resonaban en su mente.

Solo que no pudo hacerlo. Ya que él no tenía una mullida almohada que olía a naranja y flores en el orfanato.

Se levantó de golpe, estampándose la cabeza contra un estante arriba de la cabecera —¿quién ponía estantes allí?—, haciendo saltar los objetos que se posaban sobre la madera. Izuku soltó un siseo adolorido junto con un par de lagrimillas, sobándose la palpitante zona de su cabeza que ahora estaba herida. Algunas piezas cayeron sobre su regazo luego del impacto.

De pronto, la puerta del cuarto se abrió con fuerza, haciendo saltar una vez más todos los objetos que quedaban del estante. Podía ver que el pasillo estaba inundado de luz natural, tal vez producto de grandes ventanales.

—¡Izuku! ¿Qué ha sido eso? —chilló una voz femenina, bastante preocupada.

—Yo, eh... ¿Izuku? —murmuró confundido.

Se detuvo a observar a la mujer, y sintió que iba a explotar al hacerlo. Era bajita y algo regordeta, de grandes ojos verdes y cabello largo, lacio. Debía estar rondando los cuarenta años, y por la preocupación en su mirada, podía decir que allí había un lazo más fuerte del que pensaba.

Pero eso era imposible, ya que el único lazo fuerte que tenía era con la biblioteca del orfanato.

—¿D-dónde es-estoy...? —se encontró tartamudeando Izuku— ¿Q-qué...?

No grites, se obligó a decir a sí mismo. No. Grites.

—¡Izuku! ¿Te golpeaste tan fuerte? Vivo diciéndote que quites ese estante de ahí, pero claro que tú no quieres porque te quedas leyendo hasta horas inhumanas...

Midoriya estaba anonadado. Aquella mujer, de mirada preocupada y maternal, seguía parloteando acerca del estante y las constantes heridas que se hacía en la cabeza. Él solo podía observarla y hacer teorías en su cabeza, mientras sus ojos zumbaban por todo ese lugar desconocido.

Todo estaba hecho de madera, hasta el techo a dos aguas y muy rupestre. Había muchos estantes y libros de pasta dura, con hojas amarillentas que seguro olían a polvo. Las suaves mantas de la cama estaban tejidas a mano, y al lado tenía una vieja banqueta que sostenía una lámpara de aceite apagada.

¿Una lámpara de aceite? ¿Qué, ese lugar estaba atascado en el siglo XVII?

Esa idea, más que divertirlo, provocó una horrible sensación en todo su ser.

Midoriya era fantasioso, por supuesto que lo admitía. Y no es que fuera menos inteligente por ello. Él era una persona lógica, pero tantas historias sobre magia le habían atontado un poco el cerebro.

O quizás todo era un sueño. Esa idea debía ser la verdadera. Sí, sí. Midoriya estaba soñando y se despertaría en el orfanato; tal vez ni siquiera había empezado la universidad como él pensó, ni huyó por el bosque y cayó en el arroyo.

Era eso, o había viajado en el tiempo. La idea era tan estúpida e infantil que se pegó una bofetada para hacerse entrar en razón. Escuchó un jadeo de sorpresa tras sentir el calor de su mano en su mejilla.

—¡Izuku! ¿Me estás escuchando, hijo? —inquirió la mujer, acercándose hacia el muchacho que ahora yacía en el suelo, al caerse por el shock de escuchar la última palabra.

Hijo.

Luego, se desmayó.

Midoriya se sentía muy estúpido y humillado.

Más aún cuando despertó y tenía a aquella mujer llorosa encima de su cuerpo despatarrado por el suelo, suplicándole que se levantase. La cabeza le palpitaba aún más con sus llantos y la vergüenza le enrojecía hasta las orejas.

—¡Izuku! —sollozó ella al verlo despertar, tomándolo entre sus cálidos brazos— ¡Estás despierto!

—S-sí...

—Creo que te golpeaste muy fuerte en la cabeza —siguió hablando—. Anda, vístete. Debes ir a ver al sanador...

—¡Alto! —la detuvo Midoriya bruscamente, usando su mano como escudo para separarse de esa extraña— ¡Esto es...!

¿Una locura? ¿Irreal? No tenía la palabra correcta.

Empezó a cuestionarse su sanidad mental. No debía tenerla si estaba imaginando una cosa como esa, ¿o no la estaba imaginando?

—Izuku, estás desvariando, te llevaré con el sanador ahora mismo... ¡Puedo obligarte porque soy tu madre!

Ahí estaba otra vez.

Su madre.

No podía ser cierto. No. Definitivamente era todo la imaginación de un muchacho huérfano que anhelaba tener una familia. Y ahora lo estaba imaginando de esa manera, quizás para cumplir algún capricho de su subconsciente.

Pero todo se sentía tan malditamente real.

Y... ¿acaso ella había dicho un sanador? La idea del siglo XVII dejaba de sonar disparatada en su cabeza, pero él quería negarse a aceptar que aquello no fuese más que una simple pesadilla o una broma de mal gusto orquestada por los matones del orfanato.

—Está bien —dijo Midoriya, fingiendo tener un dolor de cabeza (aunque la verdad le dolía pero no por el golpe)—. Creo que me hará bien ver al, eh... sanador.

La mujer —su madre— asintió muchas veces y lo dejó para que se cambiase el camisón que estaba usando por pijama. Se le colorearon las mejillas al notar que ni siquiera tenía ropa interior, y esa extraña lo había visto en esas fachas.

Pero por otro lado pensaba... ¿en serio era ella su madre? El parecido no podía ser una coincidencia, pero nada tenía sentido. Él era huérfano desde que tenía uso de razón y nunca había sabido nada de su madre más que se llamaba Inko. Nada. Ni una foto.

Y ahora aparecía en ese lugar...

Aprovechó el momento para inspeccionar el cuarto, el cual notó que no solo tenía libros viejísimos y escritos a pulso, si no varias figuras de madera, de criaturas extrañas y hombres que se veían como los héroes de antiguas leyendas.

¿Acaso en ese lugar también era un nerd? Se tocó el rostro y el cabello para detectar alguna diferencia en su imagen física. Se sentía bastante igual que siempre, pese a que los camisones no era algo que usaría normalmente.

Los libros no tenían gráficos ni coloridas portadas como las de su minúsculo estante que había acumulado con los años, o como los libros que tomaba prestados de la biblioteca municipal y la del orfanato. Se veían aburridos, y muchos de ellos eran sobre historia, física o geografía de un lugar llamado Yuuei, que no le sonaba a nada de lo que sabía de países del mundo.

Encontró un libro de leyendas, y estaba muy tentado de tomarlo entre sus dedos cuando la voz de su madre lo interrumpió.

¡Izuku! ¡Apresúrate, por favor!

—¡Ya casi! —contestó automáticamente, como cada mañana que debían despertarlo a los gritos por haberse quedado hasta muy tarde soñando despierto entre las páginas gastadas de los libros.

Tropezó hasta el armario, el cual parecía sacado de un cuento viejo. La madera estaba pulida y también tallada, con intrincados diseños que parecían relatar alguna historia épica, llena de héroes y monstruos.

¡Izuku!

Agarró lo primero que encontró: unos pantaloncillos verdes, junto con una holgada camisa blanca, un chaleco —ni sabía por qué lo tomó— y unas viejas botas que le recordaban a sus sucias zapatillas rojas.

Esperaba no desencajar.

Tomó también un bolso cruzado de cuero y metió algunos objetos que encontró a simple vista, que pensó podían servirle: un artefacto similar a una brújula, el libro de geografía, una manzana. Era mejor ir un poco preparado.

Midoriya se preguntó si acaso no había muerto en el arroyo y así es que acabó en ese extraño lugar, que lucía como una dimensión paralela y muy poco avanzada. No sabía si era un cielo, o un infierno, un limbo o qué cosa; solo sabía que no era normal, pero que para descubrir lo que de verdad ocurría, tenía que seguirle la corriente a la mujer que decía ser su madre y buscar al sanador.

Quizás así obtendría algunas respuestas. Pero una parte de él le decía que acabaría con más preguntas que otra cosa.

El lugar, a simple vista, parecía una aldea medieval. De esas que Midoriya había leído en los libros de Canción de Hielo y Fuego o El Señor de los Anillos. Con tabernas, posadas, herboristerías; paredes hechas de piedra, techos algo precarios y vehículos tirados por animales. Midoriya podía sentir que algo mágico corría por las venas de la ciudad, incluso si esa magia era la singularidad que la caracterizaba. Tenía la insoportable necesidad por pasar la mano por los adoquines, como si de una reliquia se tratase —aunque se hubiese visto como un desquiciado por ponerse a tocar el piso— así como de llenar sus pulmones del aroma a hierbas secas y vino caliente. Las mujeres vestían apretados corsés y faldas con bordados, mientras que los hombres usaban botas y cinturones de los cuales colgaban inmensas espadas, que le aceleraban el corazón de los nervios ¿La gente tenía permitido andar con armas por las calles?

Hacía lo posible por mantenerle el ritmo a su madre —era incómodo decirlo, siendo que él siempre creyó ser un huérfano—, que se conocía muy bien el camino a seguir. Quería preguntarle muchas cosas, pero ya estaba actuando como un pelmazo y no podía levantar más sospechas.

Si tan solo tuviera su libreta...

Su corazón estaba entre la fascinación y el miedo, rozando el horror. Ese lugar estaba muy, muy lejos de su casa y parecía ser como aquellas épocas bañadas de sangre y guerra. Pero por otro lado, también lucía como el exacto sitio donde un montón de hazañas heroicas podrían llevarse a cabo.

—¡Izuku! ¿Para dónde vas? Sabes que la casa del sanador queda hasta el otro lado...

—¡Lo siento, lo siento! —se lamentó completamente apenado, regresando sobre sus pasos. Había caminado sin darse cuenta hasta la entrada de una destilería de whisky.

—Ay, hijo... creo que te has golpeado muy feo —ella le llevó la mano a la cabeza en un gesto maternal—. Tal vez debas volver a la casa y descansar, yo te conseguiré algo para el dolor.

—¡NO! —chilló Izuku. Carraspeó tras ver el gesto apenado en la mujer—. Digo... no pasa nada, puedo ir donde el sanador.

Quizás esa sería la única manera de conseguir más respuestas. No estaba seguro si serviría de algo, pero era mejor que quedarse atrapado en ese cuarto que era suyo y a la vez no.

Cuando no lo miraban, Midoriya se ponía a farfullar conclusiones sin darse cuenta. Intentaba sopesar todas las posibilidades, las cuales iban desde viajes interdimensionales hasta declararse loco de remate.

La última era la que más lógica tenía en su cabeza, para su pesar.

—Izuku —lo llamó su madre—. Llegamos.

No lo había dicho como un aviso, si no como un recordatorio de algo que se suponía él supiera muy bien. Midoriya asintió muchas veces, completamente apenado.

La posada del sanador era una simple puerta de madera con detalles en hierro, postrada en medio de la nada. La puerta estaba en medio de una pared de piedra en la entrada de un callejón, como si quisiera permanecer escondida de alguien.

O tal vez de algo. Midoriya leía demasiados libros de fantasía.

Midoriya tocó la pesada aldaba, que tenía una curiosa forma de lechuza —un gran símbolo de la sabiduría—, solo pudiendo levantar dos veces el aro. La puerta se abrió despacio, con un chirrido y con una inmensa oscuridad de fondo para recibirlos.

No había ningún ser vivo al otro lado. Midoriya tembló, pero a juzgar por el gesto de su madre —la cual estaba sin inmutarse— debía ser algo bastante corriente cada vez que visitaban al sanador.

—Anda, Izuku —dijo ella con una sonrisa y una palmadita en su hombro—. Yo te esperaré en la taberna de la otra calle.

Volvió a temblar.

—¿D-debo ir solo? —preguntó, abriendo los ojos como platos.

—Ya sabes que no le gusta cuando hay más de un invitado en su casa. Anda, anda. Apresúrate así luego regresas a descansar a casa.

Dicho aquello, ella dio media y encaminó derecho hacia la taberna que le había dicho. Midoriya la observó alejarse, con sus músculos sintiéndose de piedra y sus pies pegados en el suelo.

Midoriya tragó saliva con nerviosismo. Dio primero un paso, luego otro y así fue lentamente hasta que se atrevió a sumergirse en la oscuridad.

Debo estar desquiciado, pensó.

Reafirmó ese pensamiento en el momento que la puerta se cerró con fuerza, dejándolo allí adentro atrapado. Soltó un chillido algo agudo.

¿Desde cuándo él se comportaba de forma tan gallina? All Might no haría algo como eso si quedase atrapado en un mundo que no era el suyo. Seguramente encontraría la manera de salvar el día y regresar a casa para la cena.

Él también podía hacerlo. Bueno, no estaba seguro de la parte de la cena, pero tal vez sí conseguiría salvar el día, en un futuro. Aunque fuese salvar el de una sola persona.

Un poco de oscuridad no podía hacerle nada.

Midoriya tanteó en busca de la pared y dejó que lo guiase a través del pasillo. Solo había un camino, así que ese debía ser el correcto hacia el sanador. Simplemente no entendía por qué debían ir a oscuras.

Con sus resonantes pasados como el único sonido presente, Midoriya siguió y siguió hasta que creyó ver una luz al fondo del pasillo.

Y resultó ser que aquella luz provenía de una inmensa biblioteca con un techo cóncavo —lo cual era extraño ya que afuera no había ninguna cúpula—, a la cual Izuku tenía acceso desde un balcón interno donde terminaba el pasillo oscuro. Era un poco lúgubre, pero la calidez que los libros provocaban en él le hacía olvidar la luz amarillenta y el polvo picándole la nariz.

—Esto es asombroso... —murmuró, con una sonrisa formándose poco a poco en su rostro.

—¡Al fin llegaste! —exclamó una voz chillona, que venía desde abajo—. Empezaba a creer que te perdiste, y eso que es imposible perderse.

Midoriya buscó el lugar del que la voz provenía, completamente asustado por su repentina aparición. Pero no podía encontrar a la fuente. Era algo difícil con tantas pilas de libros que le obstruían la vista.

Se dio cuenta que al costado derecho del balcón nacía una escalera de madera que parecía que iba a destruirse en cuanto apoyase la punta de su pie.

—¡Anda, baja! —volvió a decir la voz—. No pasa nada.

Se dijo a sí mismo que fuese valiente y se atrevió a bajar por la escalera, que crujía como los tablones podridos que había en el muelle de Harumi, en su Tokio natal. No quería pensar en su casa en ese momento. No podía estar más lejos y sin saber cómo regresar.

Cuando sus pies tocaron el suelo, también de madera, Midoriya vio una sombra moverse entre los libros, así como una capa que ondeaba gracias a su velocidad.

—¡Oh! ¡Eres el chico que siempre habla de aventuras! —volvió a exclamar la voz, mucho más cercana—. Te escuché hablando con mi maestro antes de que, bueno...

Su tono se apagó. Midoriya seguía buscándola entre los libros, hasta que finalmente la encontró, tan pequeña y con la cabeza gacha.

Era una muchacha.

Se puso tan nervioso que su rostro se tiñó de todas las tonalidades de rojo, y su corazón martilleó con furia en su pecho. Por instinto, dio unos cuantos pasos hacia atrás y terminó tropezando con una pila de tres libros en el suelo, soltando un grito mientras caía en cámara lenta hacia el suelo.

La chica tomó con destreza y agilidad un bastón de madera y lo apuntó hacia Midoriya. Lo último que vio fue una luz púrpura mientras él se quedaba suspendido en el aire, como si un par de manos invisibles lo estuvieran sosteniendo por la espalda.

No contuvo sus ganas de gritar.

—¡Calma, calma! —exclamó la chica, asustándose al verlo tan alterado— ¡Es solo un truco que hago con el aire!

¡No se supone que hagas trucos con el aire! casi le gritó. Pero eso hubiera sido grosero.

Con cuidado, ella lo depositó en el suelo, lejos de los libros que casi lo hicieron darse de bruces. Midoriya estaba anonadado —más aún— al ver como ella manipulaba una especie de báculo que poseía una piedra violácea que brillaba como si tuviera una lámpara adentro.

Pero en ese lugar no parecía existir la electricidad.

La chica dejó su báculo en el suelo y se acercó, con cuidado, hacia Izuku. Él quería alejarse, pero ella le regalaba una amable sonrisa y su rostro redondo se veía infantil e inofensivo.

—Nunca nos presentaron oficialmente. Soy Uraraka Ochaco —ella extendió su mano—. Tú eres Midoriya, ¿no? Te he visto visitar a mi maestro varias veces.

—Eh... —balbuceó— ¡Digo! Sí, soy Midoriya. Midoriya Izuku.

Se preguntó si era tan torpe como para visitar en repetidas ocasiones la casa del sanador. Al menos, habían sido las suficientes para que esa chica lo recordase.

—Un placer conocerte —asintió ella con una sonrisa—. De verdad quería que nos presentasen. Te me haces alguien muy peculiar.

Midoriya asintió avergonzado, apenas tocando la punta de sus dedos para estrecharlos. Quería que en ese momento la tierra lo tragase.

—Bueno, eh... Uraraka-san...

—¿Uraraka-san? —la muchacha rió—. Suena divertido, Midoriya. Y algo extraño.

Se abofeteó mentalmente y a sus modales inquebrantables que le habían impuesto en el orfanato.

—Uraraka —se corrigió— ¿Puedo encontrarme con tu maestro? Es que me golpee la cabeza y...

Se detuvo. La mirada de Uraraka se había ensombrecido de repente, y los pensamientos de Midoriya ya estaban yéndose hacia alguna idea catastrófica.

—Mi maestro ya no está —se apresuró a decir Uraraka—. Ahora estoy sola. Bueno, yo y los libros y las piedras.

—¿Las piedras?

Ella alzó su báculo del suelo, agitándolo demasiado rápido. Izuku captó entonces a lo que ella se refería, o al menos pensaba que era eso: la piedra que brillaba en la punta.

—¿Tan fuerte te golpeaste la cabeza? —preguntó sin cuidado— ¡Ay, disculpa mi insolencia! Es solo que... bueno, todos saben de qué piedras hablan los hechiceros cuando hablan de piedras.

—¿Hechiceros? —repitió Midoriya, como si estuviera funcionando de manera automática—. Del tipo... ¿Qué hace magia?

Hubiese deseado tener su cuaderno de notas en ese momento, para escribir ahí todas las demencias que estaba viviendo. Quizás podría sacar algo interesante. Como una historia que fuese igual de fascinante y famosa como las que tenían a All Might de protagonista.

Uraraka tenía una mirada extraña, como si de repente desconfiara de ese chico que antes le había inspirado ser amable. Y no podía culparla.

—¿Qué es lo que hay contigo?

—¡Nada! —contestó Midoriya con la voz muy aguda. Carraspeó al darse cuenta—. Estoy un poco desorientado, es todo.

Pero Uraraka no se lo creía. Y él sabía que era un pésimo mentiroso, así que no sabía cuánto más podía durar esa farsa.

Ella ladeó la cabeza, entrecerró los ojos y dio unos cuantos pasos hacia él, sus zapatos repiqueteando al son de los latidos desenfrenados de Izuku. Él dio un salto en cuanto ella se agachó para quedar a su altura, mucho más de lo que le hubiese gustado. Tenía los ojos entrecerrados mientras lo analizaba cuidadosamente. Se contuvo hasta de tragar saliva, sonriendo lo más inocente que pudo.

Uraraka finalmente se encogió de hombros.

—Bueno, quizás tengas razón  —suspiró ella—. Espero te sientas mejor para la coronación de la Princesa Fuyumi que será en un par de días.

Él asintió varias veces, intentando parecer casual. Si le seguía la corriente, tal vez se quitase la sospecha de encima.

—Por supuesto, me emociona mucho que coronen a la Prince-...

—¡Ajá! Ella volvió a acercarse a él, con un brillo triunfante en sus ojos mientras se acercaba demasiado a su rostro.

—¡Demasiado cerca! —chilló Izuku nervioso. Uraraka se acercó aún más.

—¿Eres uno de ellos? —preguntó en un susurro— ¿Uno de los viajeros?

Midoriya no podía decir que a cada segundo no quedaba más anonadado.

—¿Eh? —le tembló el labio—. Y-yo no soy un viajero... creo que nunca he viajado en mi vida...

Uraraka hizo una sonrisa triunfante, como si esa simple frase hubiese dado respuesta a sus teorías. Se levantó de un salto y empezó a buscar entre las polvorientas pilas de libras hasta que dio con un viejo ejemplar de cuero verdoso.

—¡Eres un viajero! ¡Sí que lo eres! Todos aquí saben que Fuyumi no es la heredera, sino el Príncipe Shouto ¡Con razón estás todo confundido y...! —se detuvo un segundo a tomar aire, solo para regresar corriendo con el libro contra su pecho—. Debes decírmelo todo.

—Eh...

—¿De dónde vienes? ¿Cuándo llegaste? ¿Usaste un portal desde tus tierras? ¿Por qué elegiste venir aquí? ¿Eres algo de Toshinori el Magní-...?

—¡Oye, oye! ¡Por favor despacio! —suplicó Izuku, tratando de quitarse a esa muchacha aterradora de encima— ¡No sé de qué tanto hablas! ¡Por favor no me acoses!

—¡Pero es que necesito respuestas! ¡Por todos los dioses! Hace siglos que alguien no se cruza con un viajero. Empezaban a cuestionarse si era verdad y ahora te tengo aquí...

Uraraka se sentó con las piernas cruzadas y comenzó a hojear el libro, sin preocuparse del lloroso Midoriya que estaba al frente de su rostro. Ella pasaba las páginas sin parar, con sus ojos disparando entre los renglones mientras descartaba rápidamente algo y volvía a cambiar la hoja.

—Bueno, sí puede que no sea de aquí. O eso creo, la verdad es que no tengo ninguna idea de nada ya, tal vez todo es producto de mi imaginación —pensó, dando un largo suspiro.

La muchacha agitó la mano como para que se callase. Él la observaba con muy curiosos ojos.

—Uraraka-san... —la llamó Midoriya. Ya no tenía sentido corregirse— ¿Qué estás...?

—¡Sh! —exclamó ella sin mirarlo—. Debo investigar sobre viajeros y portales. Debo ser yo la bruja que te envíe de regreso. Si soy capaz de abrir un portal, ya nadie dudará de mis poderes.

El corazón de Midoriya dio un vuelco al escuchar esas palabras. Sí, era demencial, por supuesto. Nadie tendría que emocionarse porque una niña guapa y loca decía que te abriría un portal para mandarte de regreso a tu hogar. Eso no pasaba en la vida real, y en el caso de que sí, no le pasaría a alguien tan común como Izuku Midoriya, el huérfano soñador.

Pero quizás esa era la razón por la que le pasaban esas cosas. Quizás, y solo quizás, no siempre sería el muchacho abandonado que se refugiaba en las historias.

Podría estar a punto de escribir la suya, por lo que sabía.

No sé a que hora me subirá Wattpad el capítulo (?) solo me queda tener esperanzas que sí lo hará :'c

¡Al fin puedo traer el capítulo 2! Quizás algunas cosas se sientan rápidas, otras lentas, pero a partir del cap 4-5 la historia alcanzará el ritmo exacto que quiero que lleve. Solo tengan paciencia c: ya sabremos más del sistema mágico y también del reino. Además se viene el encuentro con Todoroki ;)

En la semana traeré el capítulo 3, porque me emociona mucho que vean la nueva perspectiva. Y como compensación por el mal momento que Wattpad nos hizo pasar (?)

Muchísimas gracias por todos los votos y comentarios, me emociona mucho que les vaya gustando esta historia c': será un viaje largo y esperemos que placentero

Besitos ♥️

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