Capítulo 17
Escapar a lomos de un dragón era una cosa de la que Izuku jamás se cansaría.
Era como un sueño —no, era más que eso. Porque un sueño era efímero, tan escurridizo que se te escapaba de las manos cuando intentabas recordarlo en la mañana, dejándote solo con las bellas u horrificas sensaciones de lo acontecido.
Volar, en ese momento, era más que un sueño. Era una realidad. El frío viento de los cielos que le resquebrajaba la piel pero que para él se sentían como una caricia, el rugir eléctrico de las tormentas que podía escuchar cada vez que sobrevolaban una nube.
Estar sobre el firmamento era libertad. Porque todos decían que el hombre no debería volar, porque por algo sus pies se anclaban a la tierra. Y volar, en ese momento, era la mayor libertad de los prejuicios humanos que a Midoriya se le ocurría.
Incluso si tenía que ir sujetado de la cintura del príncipe. Su estómago era bajo su agarre, pero lo suficientemente firme como solo un guerrero entrenado podía tener. La espalda la llevaba erguida, porque ningún gobernante tendría los hombros caídos de un campesino que trabaja todo el día arando el sol.
Y su cabello se agitaba con las caricias del viento, una pincelada perfecta de blanco pulcro y rojo escarlata sobre el firmamento nocturno, contra las titilantes estrellas que velaban y parecían apagarse ante la inmensa magnificencia del príncipe Shouto Todoroki.
Era hermoso. Izuku no podía evitar pensarlo.
¿Le dolía aquello? Algo. Mucho. Poco. No sabría decirlo con exactitud. Era una molestia en su pecho; por ser tan débil y dejarse rendir antes las palabras del caballero, por ser tan rebelde que un rincón de su mente no dejaba ir ese pensamiento. Como un niño berrinchudo que se aferra a aquel dulce que le da satisfacción pero le hace daño. Como un adicto que busca una droga para escapar de la realidad sin darse cuenta que en realidad la estaba destruyendo.
La mente de Midoriya no podía dejar de divagar acerca de Su Alteza.
Ni siquiera cuando surcaban el cielo, con todo un mágico Yuuei bajo sus pies; los increíbles picos de las montañas, los espejados y oscuros lagos, el bosque lleno de pinos y coníferas perfumadas, tan altas como edificios de su vieja ciudad. Con un Castillo que se alzaba a la lejanía, con cuatro paredes que habían apresado no mucho atrás al príncipe y quién sabe a cuántos más.
Descubrió que Todoroki no podía dejar de mirar el paisaje. Midoriya no tenía idea lo cerca que estaban de la Ciudad Imperial, aquella donde el Castillo de Yuuei había sido construido.
Brillaba como platino lustrado en medio de la noche. Las tejas eran de un rojo oscuro, pero sus torres se pintaban de un blanco desgastado que con el brillo de la luna brillaba en plata. La mirada de Todoroki también se iluminaba, pero no sabía si por el aire que le hacía llorar los ojos o la nostalgia de mirar a su hogar.
—Es increíble —murmuró Shouto, más para sus adentros que para Midoriya—. Estoy tan cerca pero nunca había querido estar más lejos.
Izuku se mordió la lengua para no responderle. No debía hacerlo. No era lo correcto. La voz del caballero seguía vociferando en su mente y alma. La última frase de Todoroki, como una amenaza latente contra el heroísmo que movía el corazón de Izuku estaba grabada en su piel. Y la imagen del elfo abandonado al que no había podido salvar por la indiferencia del príncipe.
Shouto había traicionado un poco a Midoriya —le había empujado a abandonar aquello en lo que creía, de no dejar a nadie atrás porque esa era su esencia. Y eso debería haberle servido como una excusa extra para alejarse, pero no lo hacía.
Iida tenía razón. Midoriya no pintaba nada en la vida de Todoroki, en ningún sentido. No podían venir de mundos más diferentes e incompatibles.
Negarlo era solo la necedad de su espíritu solitario, que anhelaba alguien que bajase sus escudos y le ofreciese su corazón en bandeja; todo ese amor que una dura niñez le había negado.
Midoriya había crecido solo. Sin amigos, más que sus libros y las historias heroicas sobre All Might salvando al mundo de villanescos personajes que querían esclavizar o hacer sufrir a la humanidad.
Sus páginas habían sido sus mejores amigos durante años. Porque cuando nadie daba una segunda mirada a Izuku, sus historias le suplicaban que las admirase hasta tarde, hasta que se hubiese empapado lo suficiente de su mundo ficticio así el real dejase de doler.
Pero el real nunca dejaba de doler. El abandono y la soledad no descansaban de carcomer su pequeño corazón.
Sin embargo, las historias le habían dado motivos. Valentía. Esperanza para seguir viviendo y soñar con que, un día, Midoriya Izuku podría contar la suya propia como si fuese una aventura y no solo una lista de días vividos sin emoción.
Y allí, atravesando el cielo a lomos de un dragón rojo como el fuego, persiguiendo a una criatura hecha de sombras, Izuku pensó que aquella tenía que ser su aventura.
Con el corazón retumbante por la incertidumbre de la misión y el cuerpo pegado al de un bello e inalcanzable príncipe que podría romperlo en pedacitos.
Midoriya cerró los ojos para poder grabar con más claridad en su corazón todo lo que estaba sintiendo en ese momento.
Luego casi se quedó dormido, con la cabeza contra la espalda de Todoroki. El chico se tensó, pero luego sus músculos se relajaron al sentir sobre la nuca el cosquilleo de los cabellos alborotados de Midoriya.
—Duerme —murmuró Shouto—. Yo te sujetaré para que no caigas.
Escuchó su voz a medias, pero eso era suficiente para imbuirle de confianza. Los brazos de Todoroki eran firmes contra sus antebrazos, como si no pensase dejar que nada atentase contra su seguridad.
Ya podría lidiar en la mañana con sus sentimientos contradictorios.
Cuando despertó horas después, aún sin el sol saliente, con Kirishima a punto de aterrizar sobre las montañas, Midoriya se sorprendió de que los brazos de Shouto no se habían soltado un solo minuto de los suyos.
Algo en esas oscuras montañas no le inspiraba confianza.
—¿En dónde está? —murmuró Ochako a su lado, alzando la cabeza entre las salientes rocosas—. ¡Lo vimos aterrizar aquí!
—Tal vez ya se ha metido —intervino Sir Tenya—. Y todo esto ha sido para absolutamente nada.
—Ya cállate —siseó Bakugo—. Ninguna cosa que yo haga es para nada. Encontraremos a ese bastardo y lo doblegaré hasta que me muestre la entrada.
—Si me disculpa —exclamó Iida, con la cara enrojecida de la ira—. La violencia no lleva a ninguna parte. Asestar puños y estocadas no es la parte más importante de una guerra.
—Pues las guerras no se ganan diciendo por favor y gracias —bufó el Firewalker—. A las guerras las ganas con tu sangre, lágrimas y sudor. Con todo tu rencor y deseos de venganza convertido en músculos fortalecidos para cargar con una espada que atravesará el cuerpo de tus enemigos. De todos aquellos que te hicieron daño y a los tuyos. Porque nadie sale a pelear a menos que tenga un motivo para hacerlo. Y es una deshonra para los caídos que no te llenes de furia guerrera en su memoria.
Bakugo dio un par de pasos alrededor de un enmudecido Iida, acechándolo como si fuera un felino que busca hacer temblar a su presa ante su imponente porte.
—¿Y tú, hombre de hojalata? —preguntó Katsuki, con una sonrisa diabólica—. ¿Deshonrarás la memoria de tu hermano con tu inquebrantable código de honor?
Iida apretaba la boca, listo para retrucar las palabras tan sanguinarias de ese muchacho lleno de ira.
Un grito que provenía de entre las rocas lo cortó:
—¡Bakugo! ¡Necesito tu capa! —vociferó cantarín Kirishima—. Yo, uh, he rasgado mi ropa otra vez... y estoy desnudo.
El Firewalker chasqueó la lengua, farfullando en voz baja mientras abandonaba su posición y desataba el nudo de su larga capa. Se acercó hasta la roca que cubría las partes nobles de Kirishima —Midoriya podía ver desde ahí sus hombros desnudos— y tomó con una sonrisa la tela que Bakugo le ofrecía. El destello de la máscara recién ganada centelleó en uno de los bolsillos de la capa.
—Gracias, Bakugo.
—Ahórratelo —gruñó el otro—. Lo hago porque me niego a ver tus carnes colgando.
—Yo creo que te preocupas de que no pesque un resfriado —rio Eijirou, saliendo de entre las rocas con la capa envolviéndole desde los hombros hasta más abajo de los muslos.
—Kirishima, te crees demasiado especial para ser un plebeyo con cabello de mierda.
Pero había algo en su tono de voz quebrado que le decía a Izuku de algo oculto en sus palabras. Y no solo en eso, si no en su preocupada mirada que se centraba en la cojera de Kirishima y las cicatrices en carne viva de su boca, garganta y brazos.
A pesar de todo, Kirishima no dejaba de sonreír. No había flaqueado ni una vez, incluso si tenía el cuerpo destrozado. Seguía firme, pisando con dureza aquella tierra para que supiesen que él seguía allí y sin abandonar la misión.
Y estaba seguro que Bakugo se percataba de aquello. El leve rubor de sus mejillas se lo confirmaba. La sonrisa afilada de Eijirou, que brillaba como una constelación y solamente se la dedicaba a ese amargo Firewalker.
La familiaridad con la que ellos dos se trataban, como si hubiera un vínculo más fuerte.
—El sol ya casi sale —declaró Shouto, que había permanecido callado mucho rato—. Será imposible después encontrar la entrada y al enviado.
Bakugo giró la cabeza hacia el príncipe, enseñando los dientes como si fuera una bestia sin domesticar.
—¡Bueno, gracias por mostrar lo obvio, Su Alteza mitad y mitad! —exclamó con ironía—. ¿Quiere el principito iluminarnos con algún majestuoso plan?
—¡Oye, tú! —exclamó Iida—. ¡Uno diría que aprendiste algo sobre el respeto en este tiempo, pero no!
—El solo es un gatito lastimado, Sir Tenya —rio Kirishima, apretando con un puño los bordes de la capa y con la otra mano desordenando su propio cabello.
—Hasta los gatos lastimados poseen garras y colmillos —agregó Ochako, cautelosa.
El príncipe solo se limitó a alzar el mentón, como si estuviera desafiándolo. No parecía estar de humor para las constantes provocaciones de su rival.
—Hago más que tú, por si te quedaban dudas. Pero supongo que tú mismo ya sabías eso.
Bakugo amenazó con desenvainar el sable, pese a que Kirishima estaba tratando de disuadirlo a través de unos toquecitos en el brazo.
—A ver, bastardo, ¿quiénes recuperaron esa fastidiosa máscara...?
—Hasta donde yo sé... fue Kirishima —El príncipe respondió apacible—. La verdad yo no escuché tu nombre en ningún momento crucial.
En menos de un segundo, Katsuki ya quería abalanzarse a destrozar en pedacitos al príncipe. Dio un brinco que ni siquiera Kirishima fue capaz de detener.
—¡¿Cómo te atreves...?!
Bakugo abrió los ojos desmesuradamente. El zumbido de una hoja metálica rasgó el aire nocturno. De no haber sido por sus increíbles reflejos, aquella pequeña cuchilla se le hubiera ensartado en el centro de la garganta, matándolo por desangramiento en segundos.
Sin embargo, antes de clavarse contra un montículo de rocas terrosas, se aseguró de dar un limpio tajo sobre la tela del disfraz que cubría su bíceps. El Firewalker siseó enfurecido, buscando entre las sombras a su furtivo atacante.
Midoriya también escaneó el perímetro. La luz de la luna iluminaba poco, y el juego de sombras en esa montaña parecía danzar macabramente al son de los aullidos de los lobos en la lejanía y el ulular de las lechuzas.
No podía ver nada. Pero, de repente, captó un suave movimiento detrás de unas salientes en punta. Una figura que parecía pertenecer a la misma oscuridad, que se movía a través de ella como un pez en el agua.
Era el emisario de la Ciudad de las Sombras al que habían estado persiguiendo. El hombre con cabeza de pájaro.
Vio un brillo plateado destellar en su ubicación.
—¡Todoroki, abajo! —chilló Midoriya, al darse cuenta que era otro cuchillo arrojadizo y que peligraba en dirección al príncipe.
El muchacho reaccionó al instante. El filo volvió a trazar un arco perfecto en la noche, clavándose esta vez en el suelo donde había estado el príncipe antes de rodar a su costado.
De no haber sido por Midoriya, aquel cuchillo se le habría estancado en el centro del pecho.
Iida empezó a vociferar órdenes, blandiendo su espada como si le sirviese de algo. Kirishima tenía solo una daga en mano, la cual no le servía para arrojar pero parecía al menos dispuesto a probarlo. La tarea no era tan fácil considerando que debía sujetar la capa para no quedar desnudo.
Uraraka pegó su espalda a la de Izuku, con su báculo en alto y una piedra de un blanco tornasolado brillando en su punta.
—Podría usar un hechizo de amarre —dijo ella cerca de su oído—. Solo necesito que se quede quieto.
—Eso está... algo difícil.
Un tercer cuchillo voló, el cual rozó a Midoriya en su muslo. Soltó un siseo por culpa del ardor que este le provocó. Era pequeño, pero la sangre empezó a manar a gran velocidad de la herida. No servía para matarlo, pero sí era una molestia. Ardía demasiado, como si estuviesen vertiendo sal sobre la carne viva.
Bakugo empezó a trepar por las rocas, vociferando hacia el extraño hecho de sombras. Izuku ya no podía verlo, por lo que estaba seguro que el Firewalker estaba gastando energías en la dirección equivocada.
Pero cuando se trataba de insultar como pirata borracho, nadie le ganaba a ese tipo. Tenía una fuente inagotable de energías.
—¡Aparece, pajarraco malnacido del infierno! Te doy diez segundos para aparecer, y estoy siendo benevolente, antes de que te mate, te corte en trocitos y te alimente a mi dragón —chilló Katsuki—. ¡Ven y muere con dignidad, bastardo hijo de puta!
Midoriya volvió a captar el movimiento, pero esta vez no era sobre las rocas altas sino sobre las bajas —al mismo nivel que ellos. La criatura estaba dispuesta a trasladar la lucha a cuerpo a cuerpo.
Por razones obvias y lógicas, seis personas —entre ellos cuatro guerreros adiestrados y una bruja; él no contaba, porque estaba moviéndose demasiado torpe y lento— deberían haber sido capaces de doblegar a un único ser. Pero no parecía ser ningún idiota, por lo que Midoriya temía que, si estaba allí abajo, es porque sabía la manera de despistarlos y escapar.
O acabarlos a todos de un plumazo.
El príncipe también tenía su espada, sujeta con ambas manos. El pelo bicolor lo llevaba revuelto, y el puente de la nariz y la mejilla estaban cubiertos de polvillo. Apretaba los dientes, mientras que su pecho subía y bajaba agitadamente, con sus ojos moviéndose como dardos en busca del enemigo. Se veía como un dios guerrero, listo para derramar la sangre de su oponente.
Midoriya no debería haber estado pensando en lo guapo y glorioso que se veía. Debía estar empezando a alucinar.
Alto.
Izuku empezó a ser consciente de lo que estaba ocurriéndole. La pierna se le había amortiguado; creyó que era normal, pero esas cosas no pasaban por pequeños roces con cuchillos.
Le costaba respirar, puesto que la garganta se le había cerrado y le quemaba como mil infiernos. Su lengua era una cosa endurecida, sus párpados se movían a una velocidad alarmante a causa del nublado de su vista.
No necesitó más para darse cuenta. Ni siquiera debía ver el estado del corte en su pierna.
La hoja del cuchillo había estado envenenada.
Midoriya trastabilló ante el descubrimiento. Empezó a hiperventilar, provocándole una sensación de sofoco por lo débiles que sus pulmones estaban trabajando.
¿Qué tan rápida era la acción de ese veneno? ¿Tendría antídoto? ¿Cuánto le quedaba antes de caer redondo al piso, con la cara amoratada por la asfixia y los ojos sin ver a ninguna parte?
Bakugo soltó un grito de guerra y pegó un salto en dirección al enemigo, que seguía moviéndose como un furtivo animal nocturno; estaba hecho para eso. Aquella pelea podría durar horas sin dar ningún resultado positivo para ellos.
Todoroki trataba de atenazarlo entre una estrecha cueva de estalagmitas terrosas, escondida entre los picos de aquel camino en la montaña. La criatura pegó un salto, escapando sin problemas del príncipe. Estaba detenido incluso sobre el acantilado, sin el temor de caer por el vacío.
Parecía conocer ese lugar más que todos ellos juntos.
Pero Izuku ya no tenía fuerzas ni para blandir una vara de madera. Los tobillos se le doblaron, y la oscuridad se adueñó por completo de su cabeza.
Solo recordó a alguien gritando su nombre, a Uraraka arrojando un chorro de luz desde su báculo en dirección al enemigo y su cabeza golpeando contra el duro suelo de la montaña.
Nunca creyó que abrir los ojos y ver el sol en lo alto le daría tanta felicidad.
Izuku tuvo que pestañear varias veces, porque la luz estaba molestándole las retinas. Su cuerpo se sentía como de plomo, y las piernas no querían responder cuando les pedía que se levantasen. Su boca estaba agria y pastosa; quería vomitar pero en su estómago no había nada más que bilis.
De pronto, el recuerdo de horas —¿o días? Quién sabía realmente— atrás le azotó angustiosamente el pecho.
Había sido envenenado con un corte de cuchillo. Y se había desmayado en batalla, mientras sus compañeros seguían peleando contra aquel asesino hecho de sombras.
Apretó el puño, aguantándose las saladas lágrimas que querían —pero no podían— salir de sus ojos. Tan patético, se dijo. Tan inservible.
Midoriya no tenía nada que hacer contra los demás del equipo. Contra la fuerza de dragón de Kirishima o la magia de Ochako, mucho menos con el intelecto del caballero o la fiereza guerra de Bakugo.
Tampoco con el príncipe, que tenía tantos atributos que no podía empezar a contar. Era calmado y sereno, pero inteligente y observador; puede que fuera despistado en cosas de la vida cotidiana, pero a la hora de luchar era una mente táctica que no se dejaba vencer fácilmente.
Izuku obligó a su cuerpo a levantarse de la cama improvisada que le armaron con ropas. Soltó un quejido cuando apoyó todo el peso en la pierna vendada, que dolía como si una espada lo hubiese cruzado de lado a lado más que solo rozarle.
No podía ser débil. Él no iba a permitirlo. Si no tenía las ventajas de los demás, entonces haría las suyas propias.
Se volvería el eslabón fuerte del equipo. Aquel al que todos pudieran recurrir por apoyo cuando las esperanzas pareciesen caer.
Pero primero era lo primero: tenía que caminar sin ponerse a llorar como un conejillo lastimado.
La cabeza todavía le daba vueltas, pero Midoriya dejó que sus oídos lo guiasen a donde las voces de los demás deliberaban con éxtasis lo que harían con su ahora apresado enemigo.
Ni siquiera había estado allí para celebrar la victoria.
Izuku medio cojeó, medio se arrastró por el sendero de la montaña, hasta la entrada de la cueva de estalagmitas en la que Shouto quiso arrinconar al hombre pájaro. Con los ojos entrecerrados, Midoriya observó el semicírculo que formaban los demás ante el maniatado —era un decir, ya que no había cuerdas que lo sujetasen si no la magia de Ochako— enemigo.
De cerca se veía más inquietante. Su cuerpo era erguido en dos piernas, exactamente como un humano; su cabeza era la de un pájaro de plumaje negro —tal vez un cuervo o un tordo. Quizás incluso un mirlo, que cantaba en la noche como ese ¿hombre? se movía en la oscuridad.
—¡Así no llegaremos a ninguna parte! —exclamó el caballero—. ¿Podrías dejar de ser un salvaje sin modales?
Era obvio que se dirigía a Bakugo, que tenía su sable cerca de la garganta del pájaro. El Firewalker alzaba una ceja, como si Iida no fuese más que una simple molestia bajo la suela de sus botas.
—Es nuestro prisionero. De nada sirve mentirle con palmaditas en la cabeza y decirle que todo va a estar bien —Apretó el filo en dirección al chico—. Ahora, tú... me dirás en dónde está la entrada a la Ciudad de las Sombras. O te mataré.
El hombre pájaro permaneció impertérrito. Ni siquiera luchaba contra las amarras mágicas.
—Igual mi rey me mataría si te dejo entrar —dijo con voz tranquila—. Prefiero morir con honor a mi voto de silencio que traicionando a mi gente.
Katsuki soltó uno de sus alaridos enfurecidos. Izuku estaba seguro que, de haber podido, le hubiera arrancado la cabeza.
—¡Oye, Bakugo! —Kirishima trató de calmarlo, con una mano en su hombro—. No creo yo que esta sea la manera. Tranquilízate, no hace falta gritar y amenazar de muerte.
El Firewalker se soltó bruscamente del agarre del dragón. Inspiró profundamente, antes de hacer su sonrisa maquiavélica.
—Aquí tienen razón —esbozó más grande la sonrisa—. Podemos hacer las cosas sin muerte, aunque no te garantizo que sin gratis. Veamos, ¿cuánto aguantarás mientras te corto uno a uno los dedos?
Ochako, Kirishima e Izuku —alejado de los demás— dieron un respingo. Solo el príncipe y el apresado parecían no darle peso a aquellas amenazas vociferadas por un salvaje.
Midoriya abrió la boca varias veces para que lo notasen, pero de su garganta no salía ningún sonido, solo un quejido apesadumbrado e inentendible. Trató de hablar varias veces, sin ningún éxito.
Por alguna razón, Todoroki giró la cabeza en su dirección —incluso si nada delataba que Midoriya estaba ahí más que su silenciosa presencia. Fue la primera vez desde que se levantó que lo vio cambiar su mueca aburrida.
—Midoriya —dijo con sorpresa, casi en un susurro.
Todos giraron entonces a verle. Incluido el hombre pájaro. Izuku sintió que se le calentaban las mejillas por la vergüenza de que lo observasen en tan deplorable estado —con el pantalón roto, una pierna que cojeaba y apestando probablemente a muerto.
Fue Uraraka quien se apresuró a su lado, para echarle un brazo a la cintura y ayudarlo a caminar junto con los demás. No mucho después también se sumó Kirishima, agarrándolo por el otro costado. Shouto no se movió —solo se dignó a mirarlo con sorpresa desde su posición al lado del caballero.
—¿P-puedo...? —balbuceó, con la voz ronca—. ¿Puedo... hablarle...?
—Lo estás haciendo ahora, Deku bastardo inútil —Katsuki chasqueó la lengua—. ¿Qué te hace pensar que a ti te dará algo?
Midoriya le ignoró. No estaba en condiciones de pelear y hacerlo rabiar todavía más. Solo quería intentar ser útil.
—Déjalo en paz —dijo Todoroki con dureza. Luego, ablandó la voz—. Yo confío en Midoriya.
Fracasó en que sus palabras y el tono usado por el príncipe no le acelerasen el corazón. Ochako y Kirishima le ayudaron a tomar asiento frente al hombre pájaro, que miraba todo con la curiosidad de un ave —con cierta inocencia y la cabeza ladeada—, mientras ese muchacho debilucho intentaba interactuar con él.
—Hola —saludó con una débil sonrisa—. Soy Midoriya Izuku.
Casi extendió su mano para presentarse, pero se sintió demasiado estúpido de siquiera haber pensado en esa opción.
—Me gustaría decir que es un gusto, Midoriya Izuku —asintió el pájaro—. Pero ahora mismo no estoy en una situación que diría es mi favorita.
—¿Cómo te llamas?
Katsuki gruñó a sus espaldas.
—¿Tan menso va a ser? —dijo a Kirishima, quien le acalló.
El pájaro no le quitaba la vista de encima a Izuku, y él tampoco lo hacía.
—Tokoyami Fumikage.
—Bien —dijo Izuku, tragándose la sorpresa de que eso funcionase—. Lamento la situación en la que tuvimos que ponerte, Tokoyami. Pero podemos explicarlo.
—Supongo que me muero por escuchar los motivos que tan diverso grupo tiene para mantenerme cautivo.
Midoriya estiró la cabeza hacia donde Ochako, el príncipe e Iida estaban, buscando la aprobación para continuar hablando. Fue Shouto quien le dedicó un asentimiento de cabeza.
—Es que necesitamos tu ayuda para entrar a la Ciudad de las Sombras.
—Lo sé —dijo Tokoyami con calma—. Ese chico explosivo no ha parado de decirme que si no le muestro la entrada le llevará mi cabeza al rey Chisaki.
Midoriya se contuvo de dar una fea mirada al Firewalker. No es que le sorprendiese su accionar.
—Es importante.
—Para uno, siempre sus deseos personales serán importantes —habló Tokoyami—. No quiere decir que para los demás lo sean.
—Por favor —pidió Midoriya—. Puedo asegurarte que esto nos compete a todos. Es por el bien mayor.
—En la Ciudad de las Sombras no nos compete nada de lo que a ustedes los hombres les gusta llamar preocupaciones. Siempre son superficiales y egoístas, tan dispuestos a satisfacer los deseos frívolos de sus almas.
—Lo dice quien sirve a un rey que se alimenta de las pesadillas —intervino Ochako—. Una ciudad que pareciera tener vida propia y preparada para engullir tu alma.
—Ustedes no saben la verdad de las sombras —la detuvo Tokoyami sin perder la serenidad—. Le tienen terror a las pesadillas y a lo que puedan ver allí, cuando no es más que las verdades que sus propias mentes ocultan.
Midoriya apretó el puño. Abrió la boca para decir algo, pero Tokoyami volvió a dirigirse a él:
—¿Qué te hace pensar que podría creer en tus ojos que buscan mostrarme arrepentimiento por lo que me hicieron? Porque no es lo único que veo en ellos, Izuku Midoriya. También hay ambición y una voluntad inquebrantable para cumplir con lo que busca. Eres cauteloso y educado, lo cual es algo bueno; pero eso no significa que no moverías el cielo y la tierra para cumplir con esos objetivos que quieres.
—Siempre busco el mejor camino —Izuku se defendió—. Quiero causar el menor daño posible.
—Pero cuando la única forma de conseguirlo es haciendo daño, ¿no lo harías? ¿No destruirías lo necesario en pos de tu tan llamado bien mayor?
Midoriya no le respondió. El otro tampoco celebró su pequeña victoria de haberlo enmudecido con su propia lógica.
—Pueden tenerme aquí atado durante todo el ciclo lunar, hasta que me muera por culpa del exceso de luz solar —continuó Tokoyami—, pero no conseguirán nada de mí que no se merezcan.
Ochako le obligó a descansar por el resto del día. Habían montado un improvisado campamento, con una fogata y unas liebres de montaña para asar que Kirishima había cazado.
Apenas y tenían algunas cantimploras con agua. Por suerte, la bruja consiguió conjurar algunos sorbitos extra de un riachuelo que debía atravesar en alguna parte de la montaña. Izuku la bebió atropelladamente, porque su garganta no le estaba dando tregua y le quemaba en carne viva.
No volvió a acercarse a Tokoyami Fumikage. Aquellos ojos tan escrutadores le habían incomodado. O puede que fuesen sus palabras las que le picaban —la de que él también haría cosas impensables por un bien mayor.
¿Acaso un fin justificaba los medios?
Ya casi caía otra vez la noche, y el estómago le rugía con furia. No había sido capaz de probar bocado en la mañana, pero el olor de la comida asada le estaba haciendo babear.
Sin embargo, no quería moverse de su escondrijo entre dos rocas salientes. No tenía ganas de ver a los demás, ni tampoco de hablar. Lo único que le tranquilizaba eran bellas estrellas en el cielo; era increíble, como la noche anterior las había sentido tan cerca —pese a que era imposible, pero la euforia le hacía pensar cosas increíbles— y la angustia del momento le hacía sentirlas tan lejos.
Inalcanzables. Como tantas cosas allí en la Tierra.
Unos suaves pero firmes pasos se acercaron hasta él. Izuku apretó las rodillas contra el pecho, escondiendo el mentón entre ellas como si fuese a protegerlo de algo.
—¿Midoriya?
Era la voz del príncipe. No podía decir que estaba realmente sorprendido. Se acurrucó más contra sí mismo, antes de recordarse que debía ser valiente.
—Estoy aquí, Alteza.
Los pasos siguieron haciendo crujir las piedrecillas. De pronto, la cabeza bicolor de Shouto apareció por una esquina, mirando curioso hacia el pequeño Izuku agazapado en su lugar. El príncipe dudó unos instantes antes de tomar asiento a su lado, ofreciéndole una rama ensartada con trozos de carne asada.
O bueno... más bien estaba casi ennegrecida.
—Kirishima no es el mejor cocinero —se apresuró a decir Todoroki—. Bakugo estuvo gritándole.
—Ah, así que era por eso —rio Izuku—. Lo escuché desde aquí.
—Supongo que hasta mi padre en su Castillo podría oírlo —rodó los ojos—. Es un milagro que no nos encuentren con semejante bestia ruidosa.
Midoriya esbozó otra triste sonrisa. Shouto se removió incómodo, sin saber muy bien qué decir a continuación. Los dos empezaron a comer para no pensar en la afilada tensión que podía cortar el ambiente.
—Es lo más delicioso que he probado en mi vida —dijo Shouto, con los ojos brillantes—. Maldito Kirishima que me hace babear por un trozo de carne quemada.
—Supongo que uno valora más las cosas cuando no es tan fácil de conseguirlas —Midoriya se encogió de hombros.
Todoroki bajó la vista. No lucía apenado, pero algo en su postura se veía más vulnerable.
—He tomado por sentado tantas cosas en mi vida...
Midoriya no dijo nada. Prefirió dejarlo seguir con su descargo emocional.
—Pasé toda mi vida deseando no ser como mi padre; que cree que las riquezas del mundo siempre estarán para él —Shouto suspiró—. En momentos así... temo estar volviéndome como él.
—Alteza, no di-...
—Por favor, no me vuelvas a llamar Alteza —lo cortó Shouto, casi suplicándole—. Ya no puedo soportarlo.
—Es lo correcto —Izuku trató de mantener la firmeza—. Sigue siendo quien está al mando aquí.
No había pretendido que sus palabras fuesen desdeñosas, pero la imagen de Tamaki abandonado en aquel Festival lleno de Valquirias y Caballeros todavía le perseguía cuando cerraba los ojos.
Shouto había hecho lo correcto, por el bien mayor. E Izuku le hizo caso —no sabía cuál de las dos cosas le atormentaba más.
—Lo siento —dijo finalmente Todoroki—. Lo siento, si te he causado algún daño.
Hizo una corta pausa, en la que Midoriya solo escuchó el golpeteo acelerado de su corazón contra las costillas.
—No sé qué te ha molestado de mí, pero lo siento. Yo... todavía estoy aprendiendo. Lo que menos busco es dañarte, o dañarlos... puede que a Bakugo no me molesta dañarlo precisamente, pero... Midoriya, solo quiero que estemos bien.
El príncipe jugueteó con sus dedos, ignorando los grandes y curiosos ojos de Midoriya.
—Yo... no quiero sentirme otra vez solo —confesó, casi en voz baja y con la cabeza gacha de modo que el flequillo le ensombrecía el rostro.
Ninguno de los dos habló a continuación. Todoroki no dijo todo lo demás que estaba pensando —y lo hacía, porque algo opacaba el brillo en su mirada— e Izuku no respondió todo lo que él sentía.
Porque había pensado que lo mejor era mantenerse lejos, aunque no era lo que quería en su corazón.
Porque ansiaba regresar con sus clases de espada, de tener un amigo —alguien en quien confiar y que le diese su mano sin pedir nada a cambio.
Pero Shouto era el príncipe y un día reinaría. Y, cuando eso pasase, Izuku tendría que estar muy lejos de allí.
Las cosas no siempre se alineaban. Y a veces las circunstancias elegían por nosotros.
—Shouto —dijo, saboreando su nombre luego de lo que parecieron días—. Yo...
Un nuevo par de pasos hizo crujir las piedras del sendero. Tanto Midoriya como Todoroki se sobresaltaron, viendo una sombra amenazante que se acercaba más y más a ellos.
—¿Pueden dejar de jugar al príncipe y la princesa? Al bastardo mitad y mitad le toca la primera guardia. Ahora.
La voz de Bakugo retumbó en el sepulcral silencio de la fría montaña. Izuku estaba todavía calmando a sus nervios alterados.
—De acuerdo —dijo Shouto recuperando su monótona voz—. Ya me iba. Descansa, Midoriya.
Izuku solo tuvo tiempo de alzar la mano a modo de saludo, ya que la voz no quería salir de su garganta otra vez. Solamente vio al príncipe desaparecer entre la oscuridad junto a la imponente figura de Bakugo, que le chillaba alguna cosa probablemente hiriente.
Midoriya intentó dormir esa noche. Pero su exaltado corazón y el recuerdo de la confesión de Shouto no iban a permitírselo.
Algo le perturbó durante su intento de conciliar el sueño.
Midoriya no sabía que era. Podía escuchar los aullidos, las ramas crujir y los aleteos en la lejanía. El sonido de todas las criaturas nocturnas saliendo a vivir, a dominar la oscuridad que reinaban antes de que el sol volviese a tragarse a la luna.
El presentimiento de que algo se ocultaba en las penumbras y que los atacaría en cualquier momento.
—Es solo tu cabeza —murmuró para sí mismo—. Nada va a pasar aquí en medio de la montaña. Deja de pensarlo todo de más.
Izuku cerró los ojos con fuerza, acurrucándose sobre la tierra en la que dormía. La temperatura había bajado, y su costado se congelaba. Debía girarse cada tanto para que la débil fogata pudiese calentarle el cuerpo a partes iguales.
Los demás ya estaban profundamente dormidos. Podía escuchar sus rítmicas respiraciones, y también el leve ronquido de Kirishima —que dormía al lado de Bakugo—; Shouto, por su parte, seguía haciendo guardia. Lo divisó en cuanto abrió por unos instantes los ojos; no había podido evitarlo.
Estaba dibujando en el suelo con una rama. Se veía melancólico. De lejos podía notar lo delgado que estaba —las mejillas se le había contraído, y las clavículas se marcaban bajo el cuello de la camisa— y lo sucio de sus ropas. Nada quedaba del viejo príncipe, más que la postura y su apellido. Ahora era solo un pordiosero más, en busca de una aventura que tal vez pudiese salvarlos a todos en Yuuei y darle un significado a su vida.
O lo que le quedaba de vida.
Todoroki no se dio cuenta que Midoriya lo observaba. Estaba demasiado absorto en trazar figuras sobre la tierra reseca. Sus ojos se veían cansados, y cada tanto cabeceaba para el costado en el que estaba apoyado.
Casi sonrió al verlo vulnerable, antes de recordar la charla de horas atrás y el regusto agridulce que le había dejado.
Tan vulnerable, que Shouto ni siquiera se dio cuenta de una daga que brillaba a espaldas suyas en la noche.
Lista para rajarle la garganta desde atrás —el príncipe nunca sabría qué lo había golpeado.
Midoriya no tardó en reaccionar en cuanto la vio, levantándose de un salto pese al dolor amortiguado de su pierna.
Todoroki entonces se percató de su presencia —del terror en su mirada, dirigida a la daga que parecía flotar por sí misma en la misma noche.
—¡Todoroki, cuidado!
Shouto giró a sus espaldas, esquivando por milagro la daga que golpeó contra la roca en la que estuvo sentado. Izuku vio su cara transformándose en horror y reconocimiento.
Su grito despertó a los demás, que se pusieron rápidamente en guardia. Iida gritaba algo hacia Shouto, que ahora yacía en el piso luchando contra una silueta invisible que oscilaba la daga peligrosamente cerca de su pecho.
¿Qué era esa cosa?
Primero pensó en Tokoyami, pero una rápida mirada a su costado le confirmó que el chico de la Ciudad de las Sombras seguía atrapado con el conjuro de Ochako.
Una ráfaga de flechas les pasó rozando los talones. Izuku no podía ver a los arqueros, pero provenían de algún lugar entre los picos más altos; era eso, o...
Eran invisibles.
O tal vez incluso fueran habitantes de la Ciudad de las Sombras que venían en busca de su compañero atrapado. Un montón de demonios hechos del mismo material que las tinieblas, tan diestros como Tokoyami en todo lo que provocara la muerte.
Pensó en saltar a ayudar al príncipe, que era quien más dificultad tenía —tal vez porque su atacante estaba bastante decidido en acabar con su vida, mientras que al resto de la tropa solamente buscaban ralentizarlos mientras sesgaban la vida del heredero. Pero eso sería contraproducente, considerando que no tenía ningún arma en mano.
Antes de lanzarse a una muerte casi segura —e Izuku no tenía miedo de ello— pensó en una última y desesperada posibilidad.
Midoriya rodó sobre sí mismo —ignorando por completo el ardor de la pierna que había sido envenenada—, esquivando las flechas y estrellas arrojadizas que parecían materializarse de la nada. Shouto había mandado a volar a su atacante, pero no dudaba en que pronto tendría a otra sombra asesina cerniéndose otra vez sobre su cuello.
Llegó al lado de Tokoyami, que observaba todo como un genio de los números analiza un complejo problema matemático. Sus ojos vagaban perezosos a los distintos puntos de la lucha improvisada, ignorando deliberadamente a Midoriya.
—¡Diles que detengan esto! —jadeó Izuku hacia Tokoyami—. ¡Ya párenlo!
—¿Así es como negocias con tus enemigos? —preguntó curioso.
—Por favor —suplicó Midoriya.
Era lo único que se le había ocurrido en el momento. Eran superados en número y no sabía cuánto aguantarían los demás. El hecho de que Kirishima no se hubiese ya transformado a su imponente forma de dragón le dejaba en claro que el muchacho todavía no sanaba de sus heridas.
Solo le quedaba suplicar a Tokoyami.
—Haré lo que quieras —dijo Midoriya—. ¡Ya diles que dejen en paz al príncipe!
—Me causa curiosidad y diversión tu intento desesperado por salvar a Su Alteza —Tokoyami dijo con calma—. ¿Él es especial para ti? ¿Qué harías por él?
¿Qué haría por él?
Recordó a la Reina Nejire semanas atrás, haciendo la misma pregunta a Todoroki en un intento por arrinconarlo con sus respuestas. Pero él no se había dejado intimidar.
Y Midoriya tampoco iba a hacerlo.
—Haré lo que sea para salvarlo —dijo Izuku, apretando el puño—. Tenías razón sobre mí, Tokoyami. Soy capaz de sacrificar cosas en pos de un bien mayor.
El hombre pájaro esbozó lo más cercano a una sonrisa que su pico le permitiría —era una expresión entre complacida y halagada.
—De verdad que eres fascinante, Midoriya Izuku —dijo con un brillo curioso—. Pero, por desgracia para ti, estos hombres no son de los míos.
—¿Qué? —preguntó Izuku con la voz rota—. ¡Me estás mintiendo!
—Mi código de honor no me dejaría mentirte —dijo Fumikage—. Estás perdiendo el tiempo aquí conmigo.
Midoriya sopesó las posibilidades. Se había arriesgado a correr con Tokoyami, totalmente ciego y con la esperanza de que ese enigmático hombre pudiese poner un alto al fuego.
Así que hizo lo que le caracterizaba cada vez que su plan se aguaba: pensaba uno nuevo.
Eso, hasta que la voz de ultratumba de Tokoyami volvió a distraerlo del fragor de la batalla en la que los demás se jugaban la vida:
—Sin embargo...
—¿Qué?
—Yo puedo detenerlos.
Midoriya lo miró, tratando de descifrar si lo que decía era verdad o solamente una treta para que le diese vía libre a matarlos a todos —ellos y los atacantes incluidos.
Pero no había mentiras en el rostro de Tokoyami Fumikage —lo que no quería decir que tampoco hubiese completa honestidad.
—A lo que te enfrentas son los guerreros sombra del Clan Blanco. Tienen la magia que les permite volverse invisibles a la hora de atacar; bueno, más bien conjuran un exceso de sombras que los vuelve no visibles bajo cualquier haz de luz. Los mejores asesinos de todo Yuuei.
La información se procesó a una velocidad incalculable en la mente de Izuku. Tokoyami no se detuvo.
—La única manera de detener a alguien que usa las sombras de su lado... es con alguien que sea las mismas sombras.
Midoriya tragó saliva con dificultad.
—Desátame —pidió Tokoyami—. Desátame y puedo acabarlos. De otra manera, tú, yo, los demás y tu príncipe estaremos muertos en menos de una hora.
Izuku observó al chico, luego a la batalla, luego otra vez a Tokoyami y así al menos media docena de veces.
El tiempo se estaba agotando.
—Yo no puedo acabar con la magia de Ochako...
—Claro que puedes. Es magia débil. Un conjuro como el que ella me puso puede ser roto por alguien en quien la bruja confíe. Sus escudos no están hechos para detenerte a ti o a cualquiera de tu equipo.
—Y-yo...
—Decide, Midoriya —presionó Tokoyami—. ¿No dijiste que harías lo que sea para salvar al príncipe?
Una decisión arriesgada, por supuesto. Midoriya no podía darse el lujo de tomarla a la ligera.
Podía tener esperanzas y pensar que Bakugo, Shouto y los demás acabarían con esos guerreros sombra. Y luego, morirían; más lo pensaba al juzgar por cómo se estaban dando las cosas. Shouto apenas podía moverse, ya que tenía una herida en el hombro. No veía a Ochako por ninguna parte y Kirishima estaba casi inconsciente en el suelo.
O podía soltar a Tokoyami, que estaba ofreciéndose para acabar con todos ellos —o simplemente podría traicionarlos y asesinarlos en venganza.
Bueno, pensaba Izuku. En ambos casos terminamos muertos.
Dio una fuerte bocanada de aire. Le recorrió ese hormigueo que sentía cada vez que iba a cometer una locura —como cuando se ofreció a luchar por el príncipe durante el engaño de la Reina Nejire o cuando corrió para avisar a Katsuki y Kirishima de las Valquirias.
En casos de vida o muerte había que seguir los instintos.
Izuku tomó entonces las muñecas de Tokoyami. Sintió el suave pulso de la magia de Uraraka que las mantenía inmovilizadas. Le vio a los ojos por un instante, suplicándole a cualquier dios que le escuchase que aquello no fuera un grave error.
Todo lo que los ojos negros de Tokoyami le devolvieron fue un infinito vacío. Él cerró sus ojos. Y luego tiró con sus manos hacia afuera para romper el hechizo de amarre, que se deshizo como un pedazo de papel carbonizado que se convertía en cenizas al simple toque humano.
Luego, toda la montaña fue engullida por la espesa y densa oscuridad.
No sé hace cuanto que no hacía un capítulo tan largo (?) Espero no haberlos aburrido con estas 7K palabras bbs y que perdonen los errores pero ya me duele la cabeza haha
Ya sé que apesto para las escenas de acción. No se suponía que este capítulo tuviera tantas, pero al final fue más que necesario. Al menos lo compensé con algunos momentos TodoDeku que espero les gusten c': ♥️ sé que es lento, pero a mi me gustan los fics donde la ship se da lenta (?)
El próximo capítulo tendrá KiriBaku wuuu y el siguiente a ese tendrá MUCHO TodoDeku.
La preciosa de CoiCoi321 hizo un dibujito hermoso de Kacchan y Kiri T^T lo amo. Denle mucho amor por semejante belleza ♥️ Wattpad no me deja mencionarla ;m;
Les quiero agradecer muchísimo por todos sus mensajes en el capítulo anterior. Me hicieron muy feliz. Espero podamos seguir disfrutando de lo que queda de historia, que ya estamos muy cerca de entrar en la recta final.
Nos estamos viendo pronto.
¡Besitos! ♥️
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