Capítulo 13
Cuando Izuku se levantó esa mañana, trató de prepararse mentalmente para todo lo que se vendría.
Era el día del Festival de las Estrellas.
Ya podía divisar la entrada a la ciudad de Kamino en la lejanía. Luego de todos esos días de viaje, el festival estaba ya al alcance de sus dedos.
Pero eso significaba que pronto tendrían que separarse de Tetsutetsu, Kendo y su equipo. Se despedirían, y cada uno tomaría el supuesto rumbo del que habían hablado durante el viaje.
Pero Izuku y los suyos tenían otro plan.
Sí que iban a despedirse de Kendo y Tetsutetsu, pero eso no significaba que no volverían a encontrarse. Claro que no.
Entrarían junto con ellos al Festival, como miembros de la caravana de artistas. Solo que sus dos líderes nunca lo sabrían.
A lo largo del viaje, Kirishima había demostrado sus habilidades para forzar cerraduras de baúles y guardarse un puñado de ropa entre los pantalones sin que se notase ningún bulto. El chico era un profesional. Pensó que nadie se vería venir una puñalada por la espalda de alguien tan sonriente y simpático, pero quizá fuese exactamente ese el mejor motivo para ponerse a robar.
—Tengo suficiente para todos —le dijo Kirishima, dos días antes de llegar.
—Entonces solo queda infiltrarnos con ellos durante la noche, justo en la entrada —asintió Midoriya—. Tendremos que dispersarnos.
—Tetsutetsu tiene ojo de águila. Se dará cuenta al instante —siguió Kirishima—. Quien pase cerca de él y de Kendo tendrá que ser el más silencioso de nosotros.
Todos observaron de repente a Tamaki. El chico —que había estado distraído con una mariposa posada sobre su dedo— tembló como una hoja ante todas esas miradas amenazantes.
Katsuki alzó el mentón, con ese gesto amenazante que usaba cada vez que quería intimidar.
—¿Qué? —preguntó al elfo—. ¿Eres un cobarde que no hará algo que valga la pena por la misión? ¿Después que te sacamos de ese agujero.
El aludido se encogió sobre sí mismo, apretando los labios como si quisiese llorar. Izuku iba a abrir la boca, pero el caballero se le adelantó:
—Lo haré yo.
—Sir Tenya, no lo quiero ofender... —intervino Uraraka con voz socarrona.
Iida iba a replicar, pero el príncipe Shouto ya había dado un paso adelante.
—No, soy yo quien lo hará —inspiró fuertemente—. Soy al que menos han visto. No me darán ni una segunda mirada.
—Mira, bastardo —Katsuki apareció, luego de haber estado rumiando alrededor de ellos por un rato—. Cada vez que quieres jugar a ser un héroe, alguien nos ataca. Atraes demasiados problemas.
—¿Irás tú, acaso? —replicó Shouto—. ¿Qué lo único que haces es gritar y amenazar con matar cada dos segundos?
Antes de que el Firewalker diera un paso amenazante hacia el príncipe, Kirishima lo tomó del brazo. Ser un dragón debía venir con músculos y fuerza extra ya que el rubio parecía no ser capaz de luchar contra el agarre.
Izuku se decidió a esperar a que dejasen de pelear. Luego, les diría que sería él quien pasaría al lado de Tetsutetsu.
El plan allí adentro era sencillo. Más que sencillo. Debía ser pan comido.
Una vez que consiguiesen pasar todos —con el congestionamiento de la puerta podría llevarles hasta esperar una hora, en el peor de los casos— se reunirían en tres grupos diferentes que recorrerían el Festival a lo largo y ancho en busca de la tienda de subasta correcta.
El problema radicaba en que había muchas subastas. Demasiadas, según Sir Tenya. Puede que el caballero exagerase —no sería la primera vez— pero tenía sentido que en un lugar tan masivo se tratasen de conglomerar la mayor cantidad de ventas y trueques posibles.
Tenían exactamente tres horas, hasta que la gran torre del reloj de Kamino diese la medianoche. En cuanto el primer minuto del día siguiente corriese, ya nada podría ser comerciado adentro del Festival para que todos los participantes pudieran ver el espectáculo de cierre.
Y así, morirían sus oportunidades de recuperar el segundo objeto. Probablemente para siempre.
Izuku iba maquinando su mente a todo lo que daba; ¡Oh, si tan solo hubiese tenido un teléfono móvil...! Tal vez podría apuntar mejor las cosas. Solo tenía un pedazo de pergamino y grafito en barra, con el cual era imposible de escribir a su velocidad sin que se rompiese.
Uraraka iba a su lado, sonriendo.
—Es mi primera vez en una ciudad tan magnífica como Kamino —ella le contó—. ¿Sabías que tiene la segunda estatua más imponente de Toshinori El Magnífico?
—¿A-ah sí? —Izuku vaciló ante su emoción—. ¿Y dónde está la primera?
—En donde se libró la batalla, por supuesto. Justo en el punto donde dicen que él, bueno... tú sabes; desapareció —Luego esbozó un gesto más malicioso—. Exactamente al frente del castillo, para que el rey lo vea todas las mañanas desde su ventana.
—Estoy asumiendo que al rey no le agrada Toshinori.
—Para nada. He escuchado que varias veces dio la orden de derribarla, pero la Guardia Real no iba a cumplir ese capricho. Es un monumento histórico. Endeavor lo odia porque dice que seguro fue solo una leyenda.
—Pero, ¿y los registros de su supuesta victoria? ¿Acaso no liberó a Yuuei?
Ochako asintió.
—¡Claro que lo hizo! Pero por supuesto, el rey duda de la veracidad de esos documentos; porque él mismo hace esas cosas. Estoy segura que no puede soportar que un hombre presuntamente muerto sea diez veces más popular y querido que él.
Izuku sonrió débilmente. Aquel Toshinori le agradaba —y no porque tuviese el mismo nombre que su ídolo literario— sino porque había conseguido convertirse en una leyenda en todo Yuuei.
¿Sería él también una? Ya fuese para bien o para mal. Podían recordarlo como un héroe o el payaso que fracasó en su misión de protegerlos. O puede que, en diez años, nadie recordase al muchacho pecoso que viajaba con aquella pandilla de increíbles adolescentes.
Porque, siendo honesto, Izuku era común y silvestre. Él no era mitad criatura legendaria ni tenía magia ni un linaje real. No era un soldado ni tampoco el temperamental miembro de una tribu.
Solo era un niño que venía de otra tierra, sin ninguna razón aparente. Quizá solo necesitaban la sangre de un viajero para que la profecía comenzase. En específico, Izuku no era una persona especial.
Podría haber sido cualquier otro muchacho curioso que se acercase a ese bosque susurrante que se escondía detrás de la universidad.
El pensamiento le generaba un nudo en la garganta.
—Tranquilo —Ochako trató de calmar su tensión—. Podrás volver a casa.
Izuku sonrió débilmente. Como si aquel fuese el único problema. No quería preocupar más a Ochako, a la muchacha que había arrastrado en esa locura.
Siguieron su camino por la atestada ciudad hasta que encontraron una posada que no cobraba demasiadas monedas por darles alojamiento un par de horas. Habían conseguido un cuarto triple —Izuku, Uraraka y Tamaki— y los otros cuatro hombres se colaron por la ventana.
Katsuki no se veía feliz de trepar.
—¡Bien, tropa, a alistarse! —exclamó Kirishima mientras se frotaba las manos, ignorando a su compañero que insultaba en su idioma—. Es hora de cambiar nuestras ropas e ir a darlo todo en ese Festival; es todo o nada.
Les sonrió a todos con complicidad, antes de proseguir con su discurso de motivación:
—Hay una máscara que nos está esperando para ser robada.
Tal vez fuese el calor o su propio sudor, pero Izuku sudaba como condenado ante una horca.
No debía haberlo estado. El robo de Kirishima había sido exquisito: la cantidad exacta de tules, lentejuelas y también algunas plumas para decorar. Maquillaje —que no olía tan bien como lo hacía el de las chicas en su hogar— que tapaban todo rastro de pecas y pintaban su cabello con destellos de dorado.
Se veía como un verdadero artista de circo. Quizá no tuviera la gracia de un acróbata, pero los guardias de la puerta no tendrían que saber eso.
Los demás iban iguales o más extravagantes. Uraraka iba con un top que la dejaba casi desnuda y la pintura en rojo tapaba escasamente su vientre. Había camuflado su báculo con plumas y las piedras le colgaban como decoraciones del cabello.
—¿Me veo bien? —preguntó ella con una sonrisa.
—Como una acróbata —contestó Izuku—. Hay que irnos ya.
Los dos se apresuraron en reunirse afuera con el resto. La gente de Kamino atravesaba la calle principal, ignorando a un grupo de simples artistas —no tenían nada que los hiciese diferentes o más especiales al resto.
Aunque Izuku no podía dejar de ver al príncipe. Ya no llevaba su ilusión, pero le habían pintado la mitad albina del cabello con rojo y había disfrazado su cicatriz con una media máscara de arlequín.
Se veía aterrador y misterioso. Como una sombra que se oculta en la ya enigmática niebla. Porque, aunque sabes que no puede ser algo bueno, igual irás en su búsqueda.
—¿Te sientes preparado? —preguntó Shouto—. ¿Tienes la espada, no?
—La tengo —asintió Izuku con una sonrisa—. Fuiste muy amable en conseguirme una.
Pudo ver la mitad de la boca de Todoroki curvándose hacia arriba.
—No quiero que nuestras clases fuesen un desperdicio. Además, fue Kirishima quien la robó.
—Porque tú se lo pediste —lo codeó con diversión.
—Lo que sea por ti, Izuku.
Un sonrojo apareció en su rostro —bendito fuese aquel apestoso maquillaje— al recordar sus desvelos juntos cada vez que la caravana detenía para descansar. Shouto siempre encontraba un lugar íntimo para practicar; tan íntimo, que Izuku a veces se dejaba llevar y olvidaba el hecho de que le estaban enseñando como usar esa espada para asesinar a una persona.
Cuando lo pensaba demasiado, le entraban náuseas. Aun así, no abandonó la calidez de aquella espada colgada de su cintura. Le daba algo de seguridad.
Le hubiese gustado seguir hablando con Shouto, pero Iida volvió a imponerse con sus palabras:
—Muy bien, repasemos —Iida tomó aire antes de seguir—. Su Alteza y Ochako recorrerán el ala oeste del Festival. Bakugo y Kirishima irán por el centro. Tamaki, Midoriya y yo, por el este.
Los cinco hombres restantes parecían de acuerdo, excepto por Ochako, que gimoteó como niña pequeña.
—¿Por qué no puedo ir yo con Midoriya? —miró apenada hacia Shouto—. Sin ofender, Alteza.
—Difícilmente algo me ofenda a este punto —Shouto rodó los ojos—. Creo que he perdido el poco respeto que ya tenía en este grupo.
—Te equivocas, Alteza —dijo Bakugo con sorna—. Jamás lo tuviste.
Iida le lanzó una mirada furibunda al Firewalker.
—Como decía —carraspeó—. Cada uno investigará la zona. Kirishima lo más probable es que seas tú quien detecte la subasta con la magia que la une a tu daga, ¿me equivoco?
Eijirou asintió con una sonrisa orgullosa. La pintura roja y sus dientes afilados lo hacían ver como un guerrero desenfrenado bañado en la sangre de sus enemigos.
—Trataré de no hacerlos sentir tan mal cuando aparezca con dos objetos —palmeó la espalda de Bakugo, quien se irritó al instante—. Si te portas bien, Bakugo, tal vez te preste uno por un rato.
—¡Yo te voy a prestar una patada en la cara, bestia salvaje! No te creas especial por haber aparecido con esa cochina daga.
Mientras Kirishima reía ante los intentos de Bakugo por hacerlo rabiar —era él quien rabiaba cuando Eijirou seguía tan sueño—, Izuku se preguntó otra vez por la historia de aquella daga, que alguna vez perteneció a la heroína Midnight.
Se prometió que, si podía, conseguiría un libro de historia de Yuuei en aquel Festival.
—Y no olviden —agregó Tenya—. Nos reuniremos en la zona del espectáculo de cierre antes de su comienzo.
—Hay que e-encontrar al emisario de Chi-Chisaki —agregó Tamaki con timidez—. Mi hermana dijo que habría emisarios de la Ciudad de las Sombras. Es la única oportunidad que pueda haber de encontrar una entrada.
—Exacto —Iida asintió—. Y si ven a un guardia o una Valquiria, escapan de ese perímetro lo más rápido que puedan.
No hacía falta aclarar lo entendido que ese punto estaba.
Todo el equipo marchó en fila india, tratando de infiltrarse entre los animados pobladores de Kamino —y visitantes— que se dirigían hacia la inmensa entrada instalada a las afueras de la ciudad.
El arco del Festival era increíble. Estaba hecho de mármol, añejo y sin limpiar, pero con intrincados diseños en cada una de las columnas que sostenían el techo. Las lámparas de papel colgaban por toda la entrada y en cada carpa que Izuku era capaz de observar desde afuera. Era una explosión de colores, aromas y formas que se conglomeraban con armonía.
Mientras más se acercaban, más los aplastaba la gente. Tuvo que sostener la mano de Ochako y de Tamaki para no perderlos de vista.
—No te sueltes —le dijo al aterrado medio elfo—. ¡Ya casi entramos!
—Solo quiero morir —gritó el chico para que Izuku lo oyese—. ¡Todo saldrá mal, muy mal!
Vaya optimismo se cargaban los elfos.
—¡Allá! —escuchó la estridente voz de Iida—. ¡La caravana!
Izuku vio el pelo plateado de Tetsutetsu y toda la armadura en el mismo brillo. Parecía como si estuviera hecho de un acero reluciente que podría haber cegado la noche. No veía a Kendo directamente, pero estaba seguro que era la muchacha de azul a su lado.
Se abrieron paso para apresurarse en alcanzar a la treintena de artistas de la caravana. Era vital que pasasen como parte del equipo, o los guardias nunca se tragarían que un grupo tan pequeño de artistas planeaba dar un show.
Muchos farsantes ya lo habían intentado —otro de los comentarios de Iida.
—Suerte —murmuró Ochako, apretándole una última vez la mano antes de soltarlo.
Tamaki también se soltó y se perdió entre el gentío. De repente, Izuku estaba solo y se sentía desamparado.
Lleno de desconocidos. En un mundo completamente desconocido. Al borde de un misión desconocida —y suicida.
Sentía que le faltaba el aire.
—Oye, tú.
Se quedó helado al escuchar la voz de Tetsutetsu. Lo vio apartar a algunas personas para así poder tomar el brazo de Izuku y tironearlo —para matarlo, ¿tal vez?— hacia él.
La había cagado. Y ni siquiera había hecho nada. Su simple presencia acababa de arruinarlo todo.
Tetsutetsu lo giraría, vería su rostro y...
—¿Qué haces tan lejos, chico? ¡Hay que entrar de una vez, joder! —exclamó como regaño.
—Tetsutetsu —espetó Kendo a sus espaldas, que efectivamente era la muchacha de azul—. Deja a Kaibara en paz. Nadie quedará afuera.
Iba a morir. No tenía dudas de que se moriría allí, de una forma sangrienta a manos de Tetsutetsu por la traición y...
¿Eh? ¿Kendo acababa de llamarle Kaibara?
¿Quién diablos era Kaibara?
Él no se había atrevido a mirar a la chica a los ojos, pero sin embargo lo hizo. Y, durante una milésima de segundo, vio un brillo cómplice en sus ojos al cual le siguió un guiño.
Un guiño.
Kendo sabía que era él. Kendo le estaba permitiendo entrar de infiltrado con todos ellos.
Pero... ¿desde cuándo lo sabía? No tenía manera de haberlo visto a la distancia y lucir tan relajada.
—Kaibara, ven a ayudarme —exclamó ella—. Estos zapatos me están matando.
Tetsutetsu seguía con el ceño fruncido, y siguió con la mirada la diminuta figura disfrazada de Izuku mientras huía al lado de la amable y dulce Kendo. La caravana marchó, y pronto, Tetsutetsu se perdió para acercarse a hablar con los guardias de la entrada; les entregó una estrella de papel azul.
Ella le regaló una sonrisa enigmática.
—¿Cómo sabías que era yo? —preguntó Izuku. Sabía que estaba tentando a su suerte, pero la necesidad de saberlo era superior.
—Eso no importa ahora, tontito —La muchacha rio—. Ahora aprovecha y disfruta. Es una oportunidad única en la vida.
Midoriya trató de relajarse ante sus palabras.
Después de todo, estaba ya adentro del Festival de las Estrellas.
Izuku no estaba seguro de si la magia que sentía flotar en el aire era real o un producto de su ya imaginativa mente, pero de todas formas se dejó embriagar por las maravillas del Festival de las Estrellas.
Él nunca había visitado un festival. De ningún tipo —incluso si eran de lo más comunes en su Japón natal. En el orfanato rara vez tenían una atención con los niños y Midoriya jamás había tenido un grupo de amigos con los cuales escaparse a vivir experiencias.
Era irónico, que las verdaderas experiencias las estaba viviendo en un mundo que no era suyo.
Al traspasar el arco de entrada se preguntó cómo es que un lugar podía oler a fantasía —no es como si la fantasía tuviese un olor, pero si lo hacía, no dudaba en que olería a caramelo caliente, tierra húmeda y a flores silvestres. Así era el aroma en ese Festival, en ese sinfín de carpas de todos los colores, personas zumbando y lámparas de papel con luces amarillentas.
En el cielo, las estrellas brillaban furiosas. Pensó que no podría haber una noche más magnífica y que le hiciera mejor honor al nombre del Festival.
Kendo dejó de mirarlo, e Izuku se escapó de su lado. No fue difícil, considerando su tamaño y la cantidad de gente amontonada.
Lo difícil allí sería encontrar a Iida y a Tamaki. Podrían estar en cualquier lado —o podrían no haber entrado nunca.
¿Qué pasaba si alguno de ellos había sido atrapado?
Bueno, mientras Kirishima y su daga estuviesen adentro todo estaría bien —y Shouto, porque Midoriya no quería pensar en el príncipe allá afuera, solo y sin ninguna protección.
Aunque no es que no pudiese defenderse solo. Le había dado lecciones de lucha con espada a Izuku y se veía a la legua su destreza con armas filosas. No era un estúpido impulsivo, como otros.
Tenía que dejar de pensar tanto en Su Alteza. Porque esos pensamientos no lo llevarían a ninguna parte —ninguna buena, al menos.
—¡Tamaki! —exclamó Izuku con un suspiro de alivio al divisarlo dando vueltas.
El medio elfo no llevaba tanto disfraz como el resto, excepto un paño que cubría sus puntiagudas orejas y una lágrima dibujada debajo de su ojo derecho. Pensó que si su hermana querría encontrarlo, no le sería difícil reconocerlo.
Pero Tamaki se mezclaba más que bien en las multitudes. Iba con los hombros encorvados y la cabeza gacha —nunca hacía contacto visual y no lucía como una persona sospechosa en busca de tesoros.
Probablemente porque no lo hacía.
—Ven, busquemos a Iida —le dijo al muchacho. Tamaki asintió.
—¿E-estará lejos?
—Espero no esté llamando la atención como él sabe hacer.
Vio una leve sonrisa esbozada en el rostro de Tamaki.
—¿Moviendo las manos como si lo estuvieran picando cien hormigas?
Izuku soltó una carcajada.
—¿Así que eres un bromista, después de todo? Yo creo que te queda bien.
Tamaki sacudió la cabeza, usando el pañuelo de su cabeza para cubrirse más. Notó que, cada vez que el muchacho estaba nervioso, tironeaba de la tela como si esta pudiera esconderlo.
—No soy tan genial como ustedes.
—¿Pero qué tonterías dices? —Izuku se veía sorprendido—. ¡Hay que ser valiente para escaparse de tu hermana, que es la reina de los elfos!
—Puede que ni haya notado mi ausencia —suspiró con tristeza—. Solo me busca cuando me necesita. El resto del tiempo se burla de que tengo corazón de pollo. Que soy un debilucho y mestizo.
—¡Bueno, pues ya no estás con ella! No tienes motivo para seguir creyendo en lo que te decía.
—Ojalá fuese tan fácil —dijo acongojado.
Izuku quiso seguir, pero encontraron a Iida discutiendo con la anciana de un puesto lleno de botellitas coloridas.
Efectivamente, el caballero estaba agitando sus manos en el aire como si hiciese toda una obra de teatro con ellas.
—¡Señor, por favor! Ya le dije que no quiero comprar su pócima de amor.
Izuku y Tamaki compartieron una mirada divertida a espaldas de Iida. La anciana seguía empujando una botella de color púrpura frente a él.
—Hijo, se te nota en la cara que lo necesitas. Toma, toma. Te lo dejaré a veinte monedas.
—¡Señora, que no!
—S-... Iida —se corrigió Izuku antes de meter la pata—. Ochako dice que está comprándote pasteles para que celebren su aniversario a medianoche, después de que demos el show.
Tenya se giró con sorpresa, solo para encontrarse con un guiño de Izuku. Pudo ver que se le coloreaban las mejillas ante la mentira.
—Eh... sí. El aniversario. Sí, sí —repitió, rascándose el mentón—. Señora, ya ve. Mi p-p-pro-... prometida me espera.
Iida tomó con sus fuertes manos a Tamaki e Izuku por sus brazos y los arrastró lejos de la vieja mujer que daba alaridos sobre pócimas contra la vejez y la mala fortuna.
—¡Vaya estupidez! —bramó Iida, con el rostro todavía enrojecido—. Como si esas cosas fueran ciertas. Bueno, al menos las de ella, seguro que no... ¡Qué falta de integridad y respeto!
—Ah, pero si fueran verdaderas, ¿las comprarías?
El caballero lo fulminó con la mirada. Izuku descubrió que era divertido verlo de una manera tan vulnerable, ablandando el duro semblante que llevaba todo el día.
—¿Han visto algo? —preguntó en un intento de cambiar el tema.
—Pues nada —respondió Izuku—. Aunque no estoy seguro de cómo se verá una carpa de subasta de cosas caras...
Iida resopló, algo cansado.
—Debes fijarte en qué clase de personas entran a cada lugar. Por supuesto, no entrará cualquier pordiosero a comprar una reliquia. Pero también es probable que timadores y ladrones entren a querer engañar a los subastadores.
—O sea que será como lanzarse a los lobos.
—Básicamente —coincidió el caballero—. Ni siquiera sabemos que vamos a darle, ¿una espada vieja? ¿un puñado de monedas?
—Bueno, a ti te quedan algunas condecoraciones, ¿no? —pensó Izuku—. No creo que una condecoración de la Guardia Real sea algo que se tomen a la ligera.
—¡Ah, eso sí que no! No voy a entregarle algo tan importante a un par de estafadores como si nada —Allí estaba otra vez el Iida irritado—. ¡Esas condecoraciones se ganan con honor...!
Midoriya apretó los labios. No quería ponerse a montar una escena. No en un lugar tan público. No cuando las Valquirias podían andar cerca.
Recordó la mirada furiosa de la chica que era comandante —cómo había mirado a Shouto mientras era salvado por las garras de Kirishima de morir al caer al vacío.
No era la mirada de una persona que se quedaba de brazos cruzados ante una batalla perdida. La guerra apenas comenzaba, y ellos habían ganado sus encuentros por pura suerte.
Vendrían cosas peores.
Y lo hicieron, claro, no mucho después. Habían estado recorriendo y preguntando en puestos de comida —Izuku debía usar su fuerte de voluntad para no devorarse los pinchos de carne asada y especiada que ofrecían—, cuando Iida ahogó un grito y tomó a ambos muchachos y los obligó a meterse en el hueco que había entre dos carpas. Apestaba y hacía calor, pero Izuku de repente estaba aterrorizado.
—Sir Tenya, ¿se puede saber que...?
—Togata —respondió secamente.
—¿Qué? —replicó Midoriya.
—No qué, si no quién —Iida murmuró—. Es Mirio Togata, el capitán de la Guardia.
Midoriya tragó saliva con dificultad. Sintió la mano de Tamaki cerrarse en torno a su disfraz.
—¿Estamos jodidos?
—No del todo —respondió Iida, que espiaba por la rendija que dejaba la unión de ambas carpas—. Togata es bueno, pero no es precisamente un rastreador. Es mejor en combate, por lo que hay que preocupar no cruzarlo de frente.
—Entonces solo hay que esperar a que se vaya —pensó Izuku con esperanza.
—Él peinará este sitio hasta que nos encuentre —siguió Tenya—. Y me reconocerá, incluso si llevo este estúpido maquillaje.
—Sir Tenya, ¿me estás diciendo que no tenemos opciones?
—¡Sh! Ahí viene.
Izuku gateó por la tierra húmeda, despreocupándose por el lodo que mancharía su traje de artista. La curiosidad era mayor para él.
Iida no tenía que señalar al supuesto Togata: resaltaba entre la multitud, con su ancha espalda, cabello dorado y armadura plateada como la que el caballero una vez tuvo. Caminaba erguido, sin miedo y con la seguridad que solo alguien al mando tiene; como si pudiese comerse al mundo —o más bien, a todos aquellos que no estuviesen de acuerdo con las reglas de ese mundo.
Sin mencionar la gigantesca espada que le colgaba del cinturón; probablemente medía más que una pierna de Izuku. Y seguro estaba muy afilada.
Era escoltado por otros dos caballeros de menor rango, todos con escudos con el emblema imperial de la casa Todoroki y sus cascos brillando con la luz de las lámparas. Cada tanto, se detenían en los puestos para preguntar seguramente por Shouto.
Y probablemente por sus amigos —las Valquirias debían haber pasado un parte completo sobre todo el equipo.
En cuanto se corriese la voz, muchos de los presentes podrían reconocer a uno de ellos a través de los disfraces y pinturas. Y reconocer a uno significaba sospechar del resto.
Izuku estaba mordiéndose ansiosamente la uña del meñique, cuando sintió a Tamaki tironear otra vez sus ropas.
—Voy a salir.
—Espera... ¿qué?
—Voy a salir —repitió el elfo con decisión—. Saldré y les daré una pista falsa. Yo... n-no lo sé. Pero eso podría alejarlos de este sector.
—Pero, ¡¿estás demente?! —exclamó Iida—. ¡Te recuerdo que estabas en la batalla con las Valquirias también!
—Sí, pero ¿cuántos muchachos de cabello negro hay en el mundo? —Tamaki tenía el ceño fruncido—. No hay forma de que sepan quién soy, a menos que vean mis orejas. Y no permitiré que eso pase.
Izuku miró al rostro del muchacho —o todo lo que podía allí en la oscuridad de aquel— y descubrió que, en todos esos días que llevaban juntos, no lo había visto tan decidido como en ese instante.
—Distraeré a Togata —suspiró Tamaki—. Y ustedes escaparán y seguirán con lo suyo. Lo guiaré por alguna parte donde no esté nadie del grupo. Compraré algo de tiempo.
Iida miró a Izuku, buscando algo de apoyo en él para que el elfo se deshiciera de esa loca idea.
—Tal vez nos encontremos después —continuó Amajiki—. Yo... nos encontraremos, ¿vale? En algún momento. Por una vez... intentaré hacer algo que valga pena.
Midoriya entendía al caballero; ¿quién habría apostado una moneda por Tamaki y sus posibilidades de ser un héroe?
Si alguien lo hubiese hecho, al final, podría volverse rico.
Porque Tamaki huyó del hueco sin vacilación —aunque le temblaban las manos— y lo último que Izuku vio fue la capa ondear mientras se dirigía hacia Togata y sus caballeros.
Tendrían que empezar a replantearse sobre la verdadera forma de los héroes.
Mientras Tamaki trataba de probarse a sí mismo que era valiente y distraía a Togata, Izuku e Iida escaparon del agujero entre las tiendas.
Despacio, despacio, despacio. Luego, un poco más de velocidad. No querían levantar miradas innecesarias.
Pero tampoco intercambiaron palabras entre ellos en el primer tramo de viaje. Izuku estaba tan nervioso que ni siquiera podía pensar; lo único que escuchaba era su propio pulso rugiendo en su cabeza.
Tuvo que pedirle a Iida que se detuvieran en un puesto de bebidas para conseguir algo de líquido para beber. Sentía la garganta seca y la lengua pastosa.
—Toma —dijo el caballero, extendiéndole un pequeño vaso de papel con algo que olía a limón—. Tiene azúcar. Así no te desmayas.
—Gracias —musitó débilmente.
Izuku se tragó el líquido de una. Parecía la limonada de su hogar, pero mucho más dulce y con algunas especias que le daban un suave picor en su sabor.
—No es que quiera presionarte, pero tenemos que seguir.
—No es como si estuviéramos inspeccionando con detenimiento —dijo Izuku con las cejas fruncidas—. Por lo que sabemos, la subasta puede estar aquí mismo y nosotros ni le pusimos atención.
—Si Togata está dando vueltas por aquí...
—¿Es porque la subasta está cerca? —completó. Vio tensarse al caballero—. Podría ser una trampa. Shouto dijo que la Valquiria sabe que...
—¿Shouto? —lo cortó Iida con algo de incredulidad en su voz—. ¿Llamas Shouto a Su Alteza?
Izuku sintió el calor subiendo por su cuello y mejillas. Hacía tantos días que llamaba al príncipe por su nombre de pila, que a veces se le olvidaba que para los demás seguía siendo Su Alteza.
Y se le había escapado con la persona menos indicada.
—Él m-me lo pidió —rio nerviosamente—. Quería que lo llame Shouto.
Iida parecía cada vez más molesto y confundido.
—Jamás expresó esos deseos conmigo.
Izuku encogió sus hombros y sonrió, fingiendo una tierna inocencia. Todavía no estaba seguro de cómo era la forma correcta de tratar con el caballero. Parecía tan serio y cargado de integridad moral, que se le hacía bastante difícil convencerlo de algo que pudiese romper su código de ética.
—Sé que parece uno más de nosotros —continuó Tenya—. Vistiendo como aldeano y comiendo a nuestro lado: pero no lo es. Sigue siendo el príncipe heredero de la corona.
La sonrisa de Izuku se borró al instante. De repente, todas las risas y voces a su alrededor parecían apagarse para que las palabras de Iida se escuchasen cada vez más fuerte adentro de nuestro cráneo.
—Su Alteza no es como nosotros, Midoriya Izuku. Y nunca lo será. La vida de todos juntos no alcanza a valer ni la mitad de la suya.
—Él no quiere ser rey —Midoriya exclamó—. No le interesa ser un mimado de la corona.
—Y eso lo sabes... ¿por qué?
—Porque Shouto me lo dijo. No es un peso del que esté feliz de cargar.
—Sí, puede que no —Iida asintió—. Pero es el deber. Y Su Alteza lo sabe más que nadie. Sabe, en el fondo, que podría ser el único gobernante que valga la pena en este reino, ¿tú crees que él nos abandonará a todos por algunos deseos egoístas?
No le respondió al instante. Solo decidió desafiarlo con la mirada —al menos, todo lo desafiante que podía verse ante un hombre de la Guardia Real— durante un par de segundos.
—Creo que lo mejor es seguir buscando —declaró Izuku. Apenas podía hablar del nudo en la garganta.
—Sí. Es lo mejor.
Iida y él se pusieron en marcha, deteniéndose cada tanto en ciertos puestos a fingir interés en lo vendido —libros viejos, pócimas, talismanes, comida— y preguntar sobre las cosas de mayor valor que eran ofrecidas en las carpas. Algunos daban posibles pistas, pero la mayoría elegía no hablar con cualquiera sobre esas ventas —la mayoría operando de forma ilegal y con una tapadera.
Midoriya no quería pensar en otra cosa más que la máscara que debían conseguir. Pero no podía, porque las palabras de Iida lo habían calado hondo; tenía mucha razón en todo.
El príncipe Shouto no era uno de ellos. Y jamás lo sería. Mejor sería hacerse pronto aquella idea.
¡Empezó el Festival!
Y también volvimos a la actualización de los sábados (?) Solo me tardé un día c: así que estoy orgullosa hahaha también es porque decidí resucitar mi libro de OS TodoDeku, y me entró mucha inspiración para escribir otras cosas.
Este es el primer capítulo dedicado al Festival. Pero en el próximo se viene lo bueno: ¡Nueva perspectiva y mucha acción! c; estén preparados. ¿Y que creen que pasará con Tamaki a partir de ahora?
Saben que cualquier teoría, sobre cualquier personaje o situación, es bienvenida. A mí me encanta leerlas. Además, pronto habrá revelaciones así que mejor teorizar antes.
Les agradezco mucho por todos sus votos y comentarios. Y quiero contarles con orgullo que... ¡Dé heroes y leyendas fue elegida como fanfic destacada del mes de abril! Tal vez notaron el sticker. Estoy tan emocionada, y quiero agradecer a todos aquellos que la postularon para ser elegida. No puedo explicarles la emoción cuando me dieron la noticia. Gracias, de verdad.
Nos veremos pronto con el próximo capítulo; ¡Besitos!
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