Capítulo 12

No debían haber transcurrido ni siquiera dos horas completas desde que Todoroki fue en busca de los pases hasta que el caos se desató en aquella callejuela olvidada y tuvieron que escapar a lomos de Kirishima. Aquellos debían haber sido los minutos más intensos de la vida de Izuku.

Ahora toda una ciudad sabía del dragón, del príncipe fugitivo y el equipo de locos que lo acompañaban.

Así que luego de más de un día de discutir, perder el tiempo y amenazarse con quemarlos a todos vivos —palabras de Bakugo—, pareció caerles del cielo una forma de entrar al Festival.

Más bien se le había ocurrido a Kirishima, mientras huían por las rutas alternativas. La Calzada Imperial debía ser un caos de guardias, y tenían que caminar con algunos kilómetros de distancia para no ser todos atrapados al mismo tiempo —en el peor de los escenarios. Pero el joven dragón vio una caravana de artistas ambulantes y pareció saber al instante que aquello les serviría.

—Nos colaremos con ellos —dijo sonriente.

Nadie dijo nada al instante, a excepción de Bakugo, que pestañeaba con aburrimiento:

—Es la idea más estúpida que has tenido en tu insignificante vida.

—¡Me conoces de hace menos de dos semanas! —berreó Kirishima.

—Sigue siendo estúpido.

—¡Pero Bakugo...!

Ochako alzó la palma de la mano para que dejasen de pelear.

—No, Kirishima tiene razón. Podría ser una idea excelente.

—¿Y hacer que maten a toda la caravana de artistas si nos descubren? —preguntó Iida—. ¿Involucrar inocentes en nuestro plan suicida es una idea excelente?

—¿Tienes otra idea? —espetó Uraraka, con los brazos en la cintura—. Una que no involucre hacernos pelear con Valquirias, en lo posible.

—Eso fue aterrador —intervino Tamaki, temblando.

El muchacho rara vez hablaba, pero de a poco aprendía a soltarse —excepto cada vez que Katsuki se ponía a vociferar que los mataría a todos— y se había portado excepcionalmente en la lucha con las Valquirias.

Él no tenía un arma como los demás, pero había hecho una especie de látigo con las enredaderas que crecían en las paredes de los hogares vecinos. Izuku lo miró maravillado, casi ganándose una estocada de una Valquiria de cabello corto.

—Solo tenemos que ocultar a Sir Tenya y Todoroki. Son los más reconocibles por la Guardia y las Valquirias. Con discreción, el resto pasaremos desapercibidos —continuó Uraraka.

Iida apretó la boca y los puños. A continuación se dirigió hacia la piedra en la que descansaba Todoroki, que había estado callado y pensativo desde el encuentro con aquellas hermosas y aterradoras guerreras.

—Alteza, por favor haga entrar en razón a esta plebeya.

Shouto alzó una ceja.

—No creo tener ninguna autoridad en este grupo —suspiró—. Todos terminarán haciendo lo que quieran, por muy estúpido e impulsivo que sea.

—¡Gracias, Alte-...! —empezó Kirishima con una sonrisa, pero le desapareció al instante—. ¡Oiga, no tiene que ser tan malo!

Iida abrió y cerró la boca varias veces con más indignación; terminó girando sobre sus talones y dirigiéndose a Izuku, que dio un paso hacia atrás de manera instintiva.

—Tú hazlos entrar en razón.

—¿Yo?

—Sí, tú —Tenya rodó los ojos—. Eres algo así como el líder emocional del grupo.

—No recuerdo haber votado por esa mierda —gruñó Katsuki, con la mano sobre el mango de la espada.

—Por favor —suplicó Iida—. No sé cuántos aldeanos habrán salido heridos de nuestro encuentro con las Valquirias. Ellas no se detendrán. Si nos encuentran en una caravana de artistas, no tendrán problema en asesinarlos a todos por alta traición.

—Y si no lo hacemos nunca recuperemos el objeto, no vamos a la Ciudad de las Sombras, no podemos luchar ni anular la profecía —agregó Uraraka, levantando un dedo por cada punto—. Se morirán igual todos.

—¡Tiene que haber opciones! —exclamó Iida ya irritado.

—Sir Tenya —lo llamó Shouto—. ¿Hay algún motivo personal para que usted esté tan en contra de esta decisión? Muy estúpida y obvia, por cierto, pero la única que tenemos.

Izuku vio cómo cambiaba ligeramente el semblante del caballero, a uno más nervioso y balbuceante. Tenía las mejillas sonrosadas, y estaba seguro que no se debía al abrasante calor de las rutas, donde los árboles estaban ya bastante lejos.

Si había algo que podía decir de ese chico, es que tenía un honor de acero; más duro que su propia armadura —de la cual se había deshecho días atrás, para lucir como un pordiosero al igual que los demás.

—No, Alteza —respondió molesto—. Absolutamente nada.

Midoriya tomó nota mental de averiguar más tarde por ello. De momento, la decisión para intentar viajar con los de la caravana —que estaban a unos cuantos metros de distancia, pero se distinguían sus carros y la hoguera que habían hecho al descansar— acababa de ser aprobada y tenían que apresurarse.

Pero lo primero era lo primero: tenían que camuflar a Shouto.

—No estoy segura de que dure mucho tiempo —dijo Ochako con desconfianza.

—Solo hazlo.

El príncipe estaba nervioso; sus puños se apretaban contra los muslos mientras la hechicera usaba una piedra rosada en su báculo y recitaba un hechizo de ilusión.

No era muy potente, según ella. Shouto igual debía ir cubierto con la túnica y tratar de no mirar a nadie a los ojos o encontrarían la falla en el hechizo de Uraraka.

Pero los salvaría de la gente que iba de pasada.

—Vaya —exclamó Tamaki con sorpresa—. Mi hermana mataría por magia así en su corte.

Kirishima se llevó dos dedos al mentón, pensativo.

—Pues yo mataría magia así para que me tape las manchas y ojeras.

—Eres un apestoso reptil —intervino Bakugo, que no se había dignado en observar lo que pasaba—. No seas tan vanidoso.

Midoriya contuvo la respiración mientras observaba la nueva imagen de Todoroki.

No era un trabajo perfecto. Sus ojos seguían teniendo heterocromía y  su inmensa cicatriz ahora eran manchas dispersas a través de su rostro —que si las mirabas muy fijamente, podías observar la forma de la quemadura—; mientras que su cabello estaba ligeramente más largo y de un tono rubio oscuro.

Nadie podría haber dicho que era el príncipe a simple vista. Bueno, Izuku lo sabía, pero porque había memorizado cada rasgo y gesto de su rostro. A pesar de que hubiesen pasado tan pocos días él estaba seguro que podría haberlo reconocido en cualquier parte.

—¿Cómo me veo? —preguntó Todoroki con inocente curiosidad.

—Como un aldeano bastardo —respondió la ronca voz de Bakugo.

Pero Shouto lo ignoraba, porque estaba mirando fijamente hacia Izuku, como si fuese su respuesta la única que le importaba realmente.

Midoriya no dijo nada. Solo tragó saliva con dificultad, aireando su acalorado rostro con su mano. Pensar en el príncipe no debía ser algo sano para su salud —ni qué decir de aquel pobre cuerpo de aldeano.

Uraraka incluso empezaba a notar que algo raro se cocinaba entre ellos dos. Iida también, aunque no parecía ser del tipo que te lo sacaba en cara —solo hacía gestos chistosos cada vez que pillaba a Midoriya observando al rey caminar con parsimonia, tratando de ocultar su cansancio ahora que ya no tenían a los caballos.

—Creo que debemos ir a la caravana —dijo Izuku.

Shouto también salió de su trance, asintiendo a sus palabras. Los demás estuvieron de acuerdo y se pusieron los siete en marcha.

Después de todo, tenían un Festival al que asistir.

Se llamaban Tetsutetsu y Kendo.

Él lucía fuerte y aterrador, con dientes —y una mandíbula— tan afilados como los de Kirishima; también lucía como si quisiera aplastarte por el simple hecho de mirar en su dirección. Ella se veía más suave y dulce, pero sin perder la dureza que su cuerpo mostraba; su cabello era naranja e iba algo enmarañado.

Eran pareja —o eso creía Izuku— y eran los que estaban a cargo de aquella caravana que llevaba al menos una treintena de artistas.

—Es nuestro tercer año yendo de forma independiente al Festival —contó Kendo con una sonrisa—. Pero yo iba desde niña, con mis padres. Soy acróbata.

—Kendo —La voz de Tetsutetsu salió como un regaño.

Ella suspiró. Izuku podía entender que al chico no le agradasen esos siete extraños salidos de la nada y que pedían por asilo hasta Kamino, la ciudad del Festival.

Aunque si se ponía a pensarlo bien, Tetsu en realidad no estaba contento con Kirishima.

No es que a Eijirou le agradase del todo, tampoco. En las pocas horas que llevaban juntos, los dos no habían dejado de fulminarse y desafiarse con la mirada para ver quien caía primero en retar al otro a un duelo. Izuku no dudaba de la fuerza, astucia y habilidad del pelirrojo, pero no sabía que as bajo la manga podía tener el chico de cabello plateado.

—¿Y ustedes por qué van al Festival?

Era una pregunta inocente y totalmente lógica —pero Izuku sabía que debían pensarlo bien antes de responderle. Estaba seguro que bajo su sonrisa y aspecto simpático, Kendo también debía estar analizándolos.

—Queremos comprar algo —respondió Kirishima antes que el resto—. Somos... coleccionistas.

Bakugo se llevó la mano al rostro, apretando el puño con el que probablemente querría noquearlo. Izuku no sabía si quería golpear a Kirishima también.

—¡Oh! El Festival de las Estrellas es el mejor lugar para comprar —Kendo exclamó, ahogando una risita—. Tetsutetsu hace unos años se consiguió un...

Kendo.

Ella alzó las manos con inocencia, ante la mirada furibunda de aquel hombretón. En cuanto se dio la vuelta, la muchacha gesticuló con sus labios la palabra libro de cuentos.

Izuku quería imaginarse a ese gigante leyendo una historia infantil y algo en su cabeza no cuadraba del todo. Era divertido e inquietante.

—¿Alguna recomendación? —preguntó Uraraka tras carraspear.

—Es nuestra primera vez —Iida asintió.

Kendo se llevó un dedo a los labios, pensativa. El corazón de Izuku martilleaba de nervios, ya que no estaba dispuesto a que apareciesen más obstáculos.

Observó a Tamaki, que no dejaba de temblar —Bakugo cada tanto le pateaba en las espinillas— y se tapaba más el rostro con la túnica para que no se salieran sus orejas en punta. Shouto hacía lo mismo: tenía la cabeza gacha y no se había dignado en decir una sola palabra desde que se presentaron ante aquella caravana de artistas. Los demás habían asumido que solo era tímido, y eso estaba bien. Pero de todas formas Izuku extrañaba escuchar su monótona y grave voz.

—Cuidado con los ladrones. Cuiden sus bolsas ya que andan con los filos en alto para descuajar las telas y robar todo lo que caiga —Kendo suspiró como si recordase algo desagradable—. Y también cuidado con los demonios.

—¿Los demonios? —preguntó Kirishima con curiosidad.

Kendo asintió. El fuego crepitaba y le daba una tonalidad naranja que iluminaba su rostro en la oscuridad de una manera espeluznante.

—Así llamamos a los habitantes de las Ciudad de las Sombras.

Y ahí estaba otra vez esa dichosa ciudad.

¿Qué diablos tenía de especial que todos la trataban con distancia y respeto?

—¿Tan malo es? —preguntó Izuku, fingiendo inocencia.

Por la mirada que todos los presentes alrededor de la fogata le dedicaron, sabía que acababa de preguntar una estupidez.

—Yo nunca he estado allí —Kendo habló—. Pero Tetsutetsu, sí. Bueno, en su entrada. Nadie ha regresado de las entrañas de aquel infierno.

El aludido solo volteó unos segundos la cabeza del libro en el que estaba enfrascado antes de seguir con los suyos. Esperaba que no fuese el libro de cuentos o rompería a reír.

—Dicen que allí no brilla el sol —dijo Ochako—. Y que por donde mires encontrarás una pesadilla.

Tamaki soltó un débil chillido. Izuku pensaba que la idea de no tener nunca luz solar le aterraba.

—Según los libros —Iida acomodó sus lentes—, puede jugar con tu mente. Con tus temores.

—Y no hay que darle una mirada extra a sus habitantes para saber que son verdaderos demonios.

Kirishima sonrió con autosuficiencia.

—No creo que esté tan mal —dijo—. Digo, mi amigo y yo también estuvimos cerca.

Tetsutetsu cerró su libro con un ruido seco que les hizo dar un respingo a todos los presentes —excepto a Bakugo y a Shouto. El joven hombre se levantó, y con pasos firmes se acercó hasta el lugar donde Kirishima yacía —semi acostado contra un tronco— para entrecerrar los ojos hacia él.

Luego, habló:

—¿Estás diciendo la verdad?

—¡Claro, hombre! —Kirishima dijo divertido—. Nos topamos de casualidad con una de sus entradas, pero no conseguimos entrar ya que estaba cerrada. Cuando quisimos volver...

—¿Tan imbécil eres como para querer volver a un lugar así? —espetó Bakugo. Kirishima lo ignoró.

—Ya no estaba allí —siguió diciendo—. Kaminari decía que tal vez fue nuestra imaginación, pero yo recuerdo muy bien el malestar al estar ante la puerta. Las pesadillas que creía olvidadas volvieron a mí en menos de un minuto.

Nadie dijo nada. Tetsutetsu parecía estar a punto de abalanzarse sobre el pelirrojo; su mirada no se veía nada amigable.

Izuku vio que Shouto llevaba la mano al cinturón que tenía escondido entre la túnica, solo por si las dudas. Tetsutetsu se acercó un poco más a Kirishima —que ya no se veía tan divertido— y justo cuando creyó que lo golpearía, le extendió la mano con una sonrisa de terror.

—¿Y oliste el azufre? ¿Cómo en el mismísimo infierno?

—¡Pues claro! —respondió Kirishima, con tanta naturalidad como si hablase del clima—. ¡Y también olía a sangre!

Tetsutetsu soltó una profunda carcajada y obligó a Kirishima a que estrechase su mano. Ambos eran fuertes; las venas marcándose en sus brazos. No había dudas que Kirishima podría ganarle —duh, era un dragón— pero ambos en modo humano sería una contienda reñida.

Bakugo rodó los ojos. Kendo suspiró con alivio.

La muchacha les entregó algunas mantas para que todos se acomodasen en algún lugar que no estuviese cubierto de rocas. Izuku tomó la suya con cariño, no solo por el gesto de amabilidad sino porque hacía días que se moría de frío en la intemperie y tenía una piedra clavándose en su espalda.

Era increíble que no hacía mucho tiempo él había tenido una cama. Solía quejarse de su duro colchón y el cuarto compartido, pero apenas ahora apreciaba el lujo que eso había sido en su vida.

Ahora cazaba reliquias y se montaba en dragones. Cuando la noche llegaba, siempre se preguntaba si era todo un sueño y despertaría como si nada a la mañana siguiente, en su vida corriente.

Todavía no llegaba esa mañana.

Y esperaba que no lo hiciese.

—¿Midoriya?

Seguía adormilado cuando sintió aquella voz susurrante y un leve zarandeo en su hombro, que lo trajo de golpe al mundo de los vivos. Todo seguía oscuro y la hoguera apagada lanzaba un humillo como había hecho unos minutos antes de quedarse dormido.

Gimoteó. Probablemente no había dormido ni siquiera dos horas.

—Midoriya, despierta.

Era la voz otra vez. Pero no era cualquier voz.

Era la melodiosa voz del príncipe Shouto.

Izuku se levantó de golpe. Vio a una sombra echarse para atrás así no se acabase golpeando con él. No tardó mucho en identificar al príncipe envuelto en todas esas túnicas.

—¿Alteza...? —preguntó soñoliento.

—Querías lecciones de espada, ¿no? Te las daré ahora.

Izuku se despabiló al escuchar esas palabras. Shouto giró sobre sí mismo y se levantó, caminando firme hacia el bosque que bordeaba a algunos metros de la carretera.

Tuvo que calzarse las botas con rapidez, tratando de ser lo más silencioso posible. Uraraka dormía entre las mantas muy cerca de él; Iida estaba al otro costado, respirando profundamente pese a sus insistencias de quedarse a hacer guardia en la madrugada.

Tamaki estaba algo alejado del resto, lo más cerca que podía del bosque. Solo cuando Midoriya pasó a su lado pudo ver que tenía un par de hojas alrededor de sus mantas.

Bakugo y Kirishima estaban por su lado, con el joven dragón apoyando una de sus manos contra el rostro malhumorado del Firewalker. Ni siquiera en dormido parecía relajarse.

Izuku buscó la capa azul del príncipe Shouto, que ya lo esperaba entre los árboles. No caminaron juntos durante el corto trayecto, pero Todoroki nunca aceleraba el paso si veía que Midoriya no podía seguirlo.

—¿Alteza?

—Ya llegamos. Estaba bastante cerca.

—¿Qué cosa...?

Pero la respuesta le llegó más rápido de lo que esperaba: un claro en medio de los árboles, donde la vegetación era más baja y la luna en cuarto creciente brillaba en un cielo colmado de estrellas.

Se pregunta si el príncipe sabría lo que cuarto creciente significaba.

Izuku no siempre era consciente del abismo que los separaba. No era solo su sangre real que lo dividía del Midoriya de ese mundo; era el mismo mundo que lo separaba de Izuku. Ese pensamiento era tan fascinante como deprimente.

—Lo encontré porque no podía dormir —contó Shouto—. Y se me ocurrió buscarte.

Él no le respondió al instante. Se dejó maravillar, aunque fuese por un momento, por el manto de estrellas que cubría aquel hermoso cielo en Yuuei. En Tokio no podía ver nada de eso: la contaminación lumínica se lo prohibía.

Pero allí... era como si Izuku pudiese usar esas estrellas para llenarse a sí mismo de energía; brillaban con tanta fuerza y tan cerca que podía soñar con tocarlas con la yema de los dedos.

—No tengo una espada —dijo Izuku de repente.

—Usa la mía —Shouto la descolgó de su cinturón y se la arrojó, funda y todo.

Midoriya nunca había sido bueno atrapando cosas: la espada lo golpeó en el pecho y luego cayó en la tierra.

Todoroki se rio. Era hermoso. Incluso si no podía ver sus verdaderos rasgos por culpa del hechizo, pero tampoco los necesitaba. Podía imaginarse su pelo bicolor y todo aquello que lo hacía quien era.

Al menos sus ojos eran iguales.

—Creo que hay que practicar varias cosas.

—¡Ah, vamos! No estoy tan mal.

Shouto arqueó una ceja.

—Bueno, estoy muy mal... ¡Pero nunca en mi vida sostuve una espada!

—No pasa nada, a los principiantes suele irles malditamente bien las primeras veces —dijo Shouto—. ¿Tu padre nunca te enseñó?

—Y-yo... no tengo padre.

No estaba seguro de si eso era del todo cierto —por lo que sabía, aquel Izuku tenía madre— pero prefirió hablar con la honestidad que él conocía a Shouto.

Las mejillas del príncipe se tiñeron de rojo al instante. Parecía querer buscar una manera de disculparse, pero Izuku no estaba listo para lo que salió de su boca:

—Envidio a quienes no tienen padre.

Tuvo que apretar los labios para no echarse a reír.

—Ah... vaya —Izuku se rascó la nariz—. Supongo que... ¿yo envidio a los que sí lo tienen?

—No me malinterpretes —se apresuró el príncipe—. Estoy seguro que hay padres buenos en el mundo. Solo que ser hijo de un rey nunca es placentero.

—Pues tus hijos serán hijos de un rey algún día.

Shouto sonrió con tristeza.

—Tal vez ni siquiera llegue a tener hijos.

Izuku de repente recordó la profecía y su sacrificio, el que ocurriría si no lograban anularlo. Se sintió como un idiota.

—De hecho, ni siquiera sé si quiero gobernar —Todoroki suspiró—. No tengo idea de lo que quiero ni a dónde pertenezco.

—Si te hace sentir mejor, yo tampoco lo sé.

Los dos se quedaron en silencio unos segundos. Izuku acariciaba la funda de cuero de la espada. Estaba seguro que era falso: para lo que les había costado esa baratija, le sorprendía que no estuviese hecha de papel.

—Si tuviera mi propia espada podría entregarte esta a ti —dijo el príncipe—. Extraño la mía. Sería más fácil rebanar manos con ella.

—¿Has rebanado muchas manos? —preguntó Izuku con una fingida sorpresa que iba llena de diversión.

—Eh... algunas —contestó incómodo—. Tenía la manía de apuntar a los nervios de las manos a la hora de luchar. En el castillo me llamaban Hand Crusher.

Izuku soltó entonces una carcajada; fue tan fuerte que estaba seguro que había empezado a llorar. No sabía si el príncipe le tomaba el pelo de una manera épica o si se lo tomaba a sí mismo sin darse cuenta.

—Lo siento, Alteza... —Otra carcajada—. No sé... que decir.

—Solo agradece que no podemos combatir con espadas, o tendrías que aprender a usar la mano izquierda.

Izuku desenvainó la espada y apuntó con ella a un muy serio Todoroki.

—¿Está subestimándome, Alteza? Pensé que creía en la suerte del principiante.

—No puedo tomarte en serio si la estás agarrando de esa forma —dijo como si nada—. ¿Y qué manera de pararte es esa? Te derribaría hasta Tamaki.

Izuku miró a sus propios pies, ¿qué tenía eso de malo?

Shouto rodó los ojos y se acercó hasta él, usando su propia mano contra sus muslos para acomodarlo. Aquello le hizo dar un saltito que casi le ganó un codazo en la nariz al príncipe.

Y golpear al príncipe heredero del reino se vería nada bien.

—No tengas miedo de mirar a tu oponente a los ojos —susurró contra su oído. La espalda de Izuku estaba contra su pecho—. Ante la menor vacilación puedes darte por perdido.

Midoriya tragó saliva. No quería imaginar un posible escenario.

—¿Y si debo matarlo?

—También lo miras. Todo hombre merece que alguien con valor lo asesine.

—Vaya manera de dar aliento.

—Lo digo en serio —Todoroki parecía molesto—. Si vas a quitarle la vida a otro, que no sea por cobardía. Y ten una buena razón para ello.

Izuku quería preguntarle cómo es que el príncipe sabía tanto de eso; ¿era pura teoría enseñada por sus maestros en el castillo o lo sabría de primera mano?

Pero al mismo tiempo, también le daba miedo husmear. No estaba seguro de cómo se tomaría las posibles respuestas.

En cambio, prefirió cambiar el tema:

—¿Extraña su vida allá? ¿En el castillo?

Se arrepintió de su pregunta al sentir cómo se alejaba el príncipe de su cuerpo. Pero no lucía molesto sino más bien pensativo. Aunque no podría decirlo, ya que la luz de las estrellas era abrumadora y teñía el rostro —falso— de Shouto de un plateado de fantasía.

En realidad, el mismo Shouto Todoroki debía ser una fantasía.

—Sí y no. No lo sé —se encogió de hombros—. No quiero volver ahora, pero eso no significa que no querré en un futuro. Tengo una misión que cumplir y no dejaré que las nostalgias me pongan trabas.

Inspiró aire antes de seguir.

—Y está el hecho de que me fui por propia voluntad.

—¿Se arrepiente? —inquirió Izuku—. ¿De lanzarse a lo desconocido y haber terminado en este embrollo?

—Me gusta pensar que hubiese ocurrido de una forma u otra —respondió con naturalidad—. Que mis acciones, ya fuese escaparme o quedarme allí, me terminarían conduciendo a este viaje de alguna manera.

Clavó sus ojos entonces en Izuku; estaba intentando ignorarlo mientras miraba su reflejo distorsionado en la espada.

—¿Y tú? —preguntó con genuina curiosidad—. ¿Qué te ha traído hasta aquí? ¿Con una bruja...?

Retomó los pocos pasos que lo habían separado de Midoriya. Sintió cómo tronaba su corazón contra sus costillas ante la inquisidora mirada del príncipe.

—¿Qué te trajo aquí?

Tuvo que abrir y cerrar la boca muchas veces: no tenía ni la más absoluta idea de qué responder.

—Todo y nada —dijo con nerviosismo. Se debía ver patético con su frente sudando y sus manos moviéndose frenéticas—. ¡Solo buscaba ser alguien y darle un sentido a mi vida!

Shouto sonrió de costado.

—Eso no es una respuesta que me diga mucho, Izuku Midoriya —dijo—. Es lo que todos estamos buscando. Pero te lo dejaré pasar por esta vez.

Midoriya pudo suspirar aliviado cuando el príncipe retomó con sus estrictas lecciones sobre cómo sostener una espada y lanzar estocadas con ella.

Tan solo necesitaba encontrar la manera de volver a casa de una vez. Entonces, ya no tendría que mentirle a aquel desdichado príncipe.

Se viene ya el Festival :0

Ya se que no tengo excusas para demorar (?) así que no trataré de hacerlo. Solo diré que el próximo estará prontito, yo confío en que para la otra semana pero no quiero prometer y no cumplir por si me sale alguna cosa

El Festival durará unos cuantos capítulos... quizás tres o cuatro? Es que lo veremos desde tres perspectivas si todo sale como lo planeo haha

Y tranquilos, habrá más escenitas TodoDeku practicando con las espadas ;)

Disculpen si hay dedazos. A veces no tengo energías ya para corregirlos haha

Muchísimas gracias por todos sus votos y comentarios. Sepan que los adoro ♥️ yo amo esta historia pero a veces es agotador haha pero no crean que la abandonare por nada del mundo. Quiero que sufran con lo que tengo planea-... digo, ehhhh que disfrutemos todos juntos (?)

Nos veremos pronto, besitos ♥️

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