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            — Mira, no sé amigo. Él sólo dijo que iba a mudarse por un tiempo a Los Angeles y me pidió que cuidara a su gato. Yo sólo cuido al gato, no tengo idea de nada más. Y si supiera...

— ¿Qué? ¿No me dirías?

— Si supiera te diría —el tipo se encogió de hombros—, relájate.

Y luego de dedicarle el amago de una sonrisa cerró la puerta del apartamento, bajó a buscar la caja de viaje en donde iba el gordo gato de Gerard y luego se marchó por el pasillo rumbo al ascensor. Frank lo siguió con la mirada hasta que las puertas se cerraron y ese desagradable sujeto desapareció de su vista. No confiaba en él, era amigo de Gerard desde que estaban en la escuela y Gerard siempre hablaba de lo buen tipo que era Wentz, y de lo buena pareja que haría con Mikey si Mikey fuera gay. Pero él no creía lo mismo, Mikey merecía algo mejor que él. Eso seguro.

En cuanto su mente dejó en paz al desgraciado de Pete, regresó a su motivo principal de estar ahí. Gerard le había enviado un mensaje por WhatsApp y luego lo había bloqueado, y cada rastro de él había desaparecido de internet. A excepción de su Instagram, el cual ahora estaba en privado y él no estaba invitado. Era todo tan extraño e infidelidad fue lo primero que se le vino a la mente, por parte de Gerard, y cuando decidió que Gerard no era esa clase de persona comenzó a repasar su propio historial buscando alguna infidelidad no registrada por su cabeza, pero no había nada. Era inocente y era buen novio, eso seguro. Tenían una bonita relación en donde cada quién vivía en su propio apartamento porque todavía no llegaban a esa instancia en donde decidían vivir juntos, pero Frank creía que seis meses de relación eran suficiente para pensar en establecerse juntos. O quizás era porque era demasiado intenso.

¿Había sido eso quizás? ¿Es que acaso lo había espantado?

Dejó ir un pesado suspiro y miró una última vez la puerta de Gerard antes de decidir marcharse. No era primera vez que iba a ver si se encontraba, pero sí era la primera vez que recibía una respuesta de alguien cercano a Gerard. Ahora sabía que estaba en Los Angeles, y que planeaba quedarse ahí. Que había viajado con tanta prisa que ni siquiera se había llevado a su adorado gato consigo, y que no estaba en buenos términos con su familia porque si no lo habría dejado con su hermano. Eran muchas cosas, o quizás era solo su mente desesperada.

Cuando apareció en el vestíbulo frunció el entrecejo, los ojos del conserje se habían pegado en él y lo siguió mientras atravesaba el lugar hasta las grandes puertas de cristal. Se sentía incómodo, y realmente quería girarse a preguntarle qué demonios le pasaba, pero eso no fue necesario.

— ¿Frank Iero? —Preguntó él. Frank asintió. — Acaba de salir un muchacho, me pidió que le diera esta nota.

Frank la recibió, y asintió silenciosamente antes de salir de ahí. Avanzó un par de metros por la calle y luego no aguantó más y abrió la nota. La letra era horrible, pero eso no importaba demasiado.

"Me diste algo de pena —comenzaba la nota, Frank hizo una mueca—. Y posiblemente Gerard me mate por estar haciendo esto pero creo que lo que él está haciendo es más estúpido. No está en Los Angeles, está en Summit (River Road #294), a unos 20 minutos de acá, con su mamá. Creo que deberías ir a visitarlo y hablar. NECESITAN HABLAR MUCHO."

Frank se sintió intimidado por las mayúsculas. Pero no podía perder más tiempo. Ya llevaba un mes y dos días intentando descubrir dónde demonios se había metido su novio. Cruzó la calle sin preocuparse por los vehículos que iban pasando y de manera totalmente ridícula llamó a un taxi. Dos intentos más tardes uno se detuvo ante él. Prácticamente le gritó la dirección y durante los quince minutos que duró el viaje estuvo mordiendo sus uñas porque, demonios, ni siquiera sabía si Gerard querría verlo de todos modos. Era un mes, un jodido mes sin verse y era una mierda porque nunca habían estado separados tanto tiempo y realmente lo extrañaba y realmente estaba angustiado y, mierda, sólo quería saber qué había pasado, si estaba bien, si estaban bien juntos. Aunque lo último posiblemente se respondía con todos los sucesos previos.

— Es aquí —dijo el taxista—, son cuarenta y dos dólares.

Ni siquiera se dio el tiempo para quejarse por la tarifa, simplemente buscó dinero en su billetera y era bastante posible que le hubiese dado más de lo que había pedido, pero tampoco tenía tiempo para eso. Se bajó del vehículo y se adentró por el jardín delantero de la casa que tenía el número que Wentz había escrito para él. Era bonita, y había mucho verde alrededor. Dejó ir un suspiro y tocó el timbre. Y esperó. Una mujer de unos cincuenta años apareció en la puerta, era rubia y no se parecía demasiado a Gerard pero la conocía de la cena de Navidad en el departamento de su novio, hacía unos meses, y era su madre. Le miraba con cara de pocos amigos.

— ¿Qué quieres? —preguntó.

— Ver a su hijo. A Gerard —aclaró, por si acaso.

La mujer se giró para mirar por sobre su hombro y luego de unos instantes se acercó a él, y susurrando agregó:

— No sé cómo llegaste a esta casa —dijo ella—, pero me alegra que estés aquí. Gerard está arriba, la primera puerta al subir la escalera. No hagas ruido, y no lo hagas enfadar demasiado. ¿Sí? —Esperó, pero Frank no dijo nada— Debes asegurármelo porque de otro modo me veré obligada a patear su trasero ahora mismo.

— No lo haré enfadar —se apresuró Frank—, se lo prometo. Sólo quiero hablar con él.

Donna abrió la puerta en su totalidad y Frank se adentró a la casa, no se detuvo a mirar absolutamente nada y de a dos escalones subió hasta la segunda planta. Se detuvo a tocar la puerta un par de veces, pero no hubo respuesta, y se empujó dentro de la habitación en penumbras. No olía demasiado bien, pero eso no importaba mucho en esos momentos. Buscó a Gerard ahí y lo encontró sobre la cama, o al menos supuso que era él bajo esa montaña de mantas.

— ¿Mamá? —la pastosa voz de Gerard se escuchó desde la cama.

— No soy tu mamá —respondió Frank.

No tuvo que agregar nada más, Gerard reconoció su voz al instante. Lo vio girarse bruscamente en la cama y emerger desde el remolino de mantas. Su rojo cabello lucía negro ahora, y su rostro lucía increíblemente pálido en contraste. Además parecía bastante enfermo. ¿Es que acaso tenía una enfermedad terminal o algo así? No permitió que su mente se escapara por ese rumbo, no podía, no era posible. Decidió quedarse ahí, mirando a Gerard y a su muda reacción. Parecía estar demasiado cansado como para echarlo a patadas de ahí.

— Toma asiento —suspiró Gerard, y sin ganas se recostó contra las almohadas de su cama.

— Estoy bie-

— Que tomes asiento —ordenó.

Frank tragó saliva, pero se acercó al escritorio y acercó la silla hacia el costado de la cama antes de tomar asiento ahí. Gerard lo miró como si realmente fuese la última persona que quisiera ver, y Frank se preguntaba qué demonios había hecho mal.

— ¿Quién te dio la dirección de la casa de mi mamá?

— Pete.

— Hijo de...

— Hijo de puta, lo sé. A mí tampoco me agrada —Frank terminó su frase, y sabía que en otro momento Gerard hubiese sonreído pero no sonreía, ni un poquito. Algo andaba realmente mal.

— Ni siquiera sé cómo empezar —suspiró Gerard, alzando las manos para cubrirse el rostro—, no creí que iba a volver a verte. No quería volver a verte. Pero aquí estás... ¿por qué estás aquí?

— Somos novios —dijo Frank, para él era obvio—. Y te amo, y desapareciste sin dar explicaciones, me preocupé tanto... ¡Ni siquiera te llevaste a tu gato!

— No puedo tomar la medicina contra la alergia por culpa de la medicina que estoy tomando ahora —Gerard frunció el entrecejo— ¿Lo has visto? ¿Cómo está?

— Lo vi hoy —contestó Frank—, iba con Pete. No charlamos mucho, pero lucía bien... dentro de su caja de viaje. Como sea, ¿qué medicamento estás tomando?

Gerard dejó ir un sonoro suspiro. Frank lo vio abrir la boca un montón de veces pero volvía a cerrarla, al parecer ninguna de sus ideas era demasiado buena como para exponerla ante él. Quería ayudarlo a expresarse, pero no sabía cómo rayos hacerlo.

— ¿Me notas algo diferente? —Preguntó Gerard— Aparte del cabello.

Frank se fijó en su rostro, recorrió cada una de sus facciones que tantas veces había besado hasta el cansancio pero decidió que, fuera de las ojeras y la palidez de su piel, no había nada diferente en él. Siguió entonces, miró su cuello y su camiseta con estampado de Star Wars, miró un poco más abajo y descubrió que Gerard había enviado lejos las mantas que lo cubrían de la cintura hacia arriba, y un bulto totalmente extraño estaba reposado bajo la camiseta, a la altura de su abdomen. Frank se quedó mirando, y luego volvió a mirar a los ojos de su novio. ¿Es que acaso...?

— Exacto —asintió Gerard—, un bebé.

Parpadeó varias veces, y luego de mirar el rostro de Gerard volvió a mirar a su abdomen. Era tan extraño pero estaba ahí, no era una broma, Gerard no bromeaba así. Se frotó los ojos y luego frotó sus manos entre sí. Había pasado sólo un mes, ¿Cómo es que Gerard había quedado en cinta en tan poco tiempo? A menos que...

— ¿Es nuestro?

Gerard asintió.

— Pero no quiero que te hagas responsable de él —se apresuró a decir—, es por eso que "desaparecí". Tú tienes una carrera, Frank. Eres un músico genial y vas a ser muy famoso... no es un buen momento para un bebé en tu vida, pero sí en la mía. Estoy por cumplir 30 y creo que es un buen momento para ser padre. Todo está en orden en mi vida, todo excepto tú.

— ¿Qué hay de malo conmigo? —Frank preguntó, sus ojos estaban fijos en el abdomen ajeno. Un bebé.

— Eres inmaduro —dijo Gerard—, no estás preparado para ser un padre y no quiero que te fuerces a madurar. Quiero que sigas tu vida, tu carrera y seas la estrella de rock que sé que puedes ser. Voy a estar bien, y tú también.

— ¿Cuánto tiempo tienes? —Preguntó Frank, sabía que Gerard estaba hablando pero no estaba escuchándolo realmente.

— La semana pasada se hicieron cuatro meses —contestó Gerard—. Frank, ¿estás escuchándome?

Frank asintió.

— ¿Puede...? ¿Ya puede escucharme?

— Creo que sí —dijo Gerard, había una paternal sonrisa en sus labios—. Es como del tamaño de un mango.

— ¿Un mango? —Frank respondió sorprendido y luego miró a su mano, intentando hacerla tomar forma del tamaño que los mangos tenían, o los que recordaba al menos. Y luego alzó la vista nuevamente, sus ojos brillaban— Woah...

Frank relamió sus labios ansiosamente y luego abandonó la silla. Se acercó a la cama y tomó asiento en el borde, Gerard ni siquiera intentó disuadirlo y simplemente lo observó hacer. Frank llevó una de sus manos tatuadas al abdomen ajeno, su mano tembló cuando la llevó de lado a lado, recorriendo las dimensiones de aquél extraño bulto en el cuerpo de Gerard. Se detuvo en una zona a la izquierda del ombligo, y luego bajó su rostro, con los labios a pocos milímetros de la tela.

— Hola bebé —dijo Frank—. Quizás tu papá no te ha hablado de mí, o no te ha hablado en lo absoluto porque de seguro cree que un mango es demasiado pequeño para escuchar nada, o porque le avergüenza hablarle a alguien que no puede mirarle a los ojos, aunque casi nunca mira a los ojos cuando le hablas —Frank sonrió, y escuchó a Gerard reír por lo bajo—. Bueno, por si él no te ha hablado de mí... me presento. Yo soy Frank, soy tu otro papá. Tienes dos, ¿ves lo suertudo que eres? Y tanto tu papá Gerard como yo estamos esperando a que nazcas para conocerte para enseñarte a conocer este mundo, de seguro serás un músico como yo... o si tienes suerte heredarás el talento de tu papá Gerard y serás escritor de cómics como él. Es una mezcla genial, ¿no lo crees? Yo igual lo creo... eres lo mejor de nosotros dos, y apenas te conozco y ya siento que te amo... así que dile a tu padre que no sea terco, ¿quieres? Dile que soy lo suficientemente maduro como para ser padre y que realmente me gusta la idea de ser padre, sobre todo si es con él. También dile que lo amo, que lo amo mucho. Díselo, ¿sí? Confío en ti, hijo.

— O hija —agregó Gerard.

Frank alzó la mirada y descubrió que Gerard estaba mirándolo también, ambos se sonrieron de esa manera torpe que sólo ellos podían y luego el espacio entre ambos se disolvió, y cuando volvió a mirar el rostro de Gerard estaba a pocos milímetros del suyo y sus labios estaban besándose, y una de sus manos estaba sobre el vientre de su pareja, acariciando el hogar temporal del pequeño ser fruto del amor de ambos.

— Lo lamento —suspiró Gerard cuando se apartaron—, tenía miedo. Creí que no querrías... imaginé un montón de escenarios, pero este nunca estuvo en mi mente, ¿Sabes?

— Es que todavía no aceptas que te amo.

— Pero es que mírate —dijo Gerard—, eres un sueño.

Frank rió.

— Te amo, no vuelvas a olvidarlo.

— No prometo nada —respondió Gerard, pero sonreía.

Y volvieron a besarse.

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