Primerizos
— ¡Y por favor, promete que me llamarás cuando el bebé se mueva! Si no puedo estar aquí para verlo, por último quiero saber cuándo lo haga. Sabes que puedes llamarme cuando quieras, yo siempre estoy disponible para ti.
— Sí amor… ahora vete, se te hace tarde.
— No quiero irme… —masculló Frank, haciendo un falso puchero.
— Bebé, dile a tu papi que se vaya a trabajar —dijo Gerard, bajando la mirada a su vientre de casi ocho meses de gestación, bastante abultado bajo la amplia camiseta del pijama, luego de acariciar una zona recibió una patadita como respuesta y una sonrisa afloró en sus labios— Dice que te vayas ya…
Frank hizo una mueca todavía más grande y se acercó a su pareja, le besó cautelosamente sobre los labios antes de bajar hasta quedar de rodillas frente a él, con una mano descubrió el pálido vientre y posó el costado de su cabeza sobre el mismo, suspirando al escuchar lo que, según él, eran los ruidos del bebé.
— Volveré dentro de unas horas, bebé… si tu papi se porta mal tú lo castigas, ¿Okay? —sonrió, pico en un costado y recibió una patadita como respuesta. Giró el rostro para besar el punto cúlmine de su vientre y luego se apartó para ponerse de pie nuevamente, mientras acomodaba las ropas de su pareja— Ya te estoy extrañando, Gee…
— También nosotros, pero debes irte amor, llegarás tarde.
Frank gimoteó una vez más y luego acomodó su corbata, se acercó a darle un último beso sobre los labios a su pareja y luego se marchó. Gerard cerró la puerta y soltó un bostezo, perezosamente regresó a la cama y como si no se hubiese levantado nunca; volvió a dormir.
El día pasó increíblemente lento y muy en contra de lo que el menor de ambos le había pedido, no lo llamó ni una sola vez. El bebé se movía demasiado por culpa del poco espacio que le iba quedando y eso significaría llamar por lo menos cien veces por hora a su pareja, quien, estaba trabajando cada vez con menos ganas los largos turnos en la oficina. En lugar de eso se la pasó entre comidas y televisión, no era mucho lo que podía hacer en ese estado del embarazo, así que prefería quedarse largas tardes viendo películas en el sofá de la sala.
Eran cerca de las nueve de la noche cuando el cerrojo en la puerta principal giró, Gerard estaba demasiado ensimismado en la película como para escuchar los pasos cansados hacia la sala o la mirada de completo amor que fue dirigida hacia él. Sólo notó al intruso cuando éste estuvo recostado a su lado en el sofá, buscando la manera de recargar la cabeza en su regazo.
— Mentiste… —le acusó el menor, haciendo un marcado puchero en su rostro cansado—, dijiste que llamarías pero no llamaste. Ni una sola vez.
— Sabes que no me gusta molestarte en el trabajo, bonito… —murmuró Gerard, le puso silencio a la televisión y llevó la mirada al menor, sonriéndole levemente— Este bebé se mueve cada segundo, es imposible llamarte tanto.
— Pero… pero sabes que a mí no me importa, trabajo muchas horas y los dejo solos todo ese tiempo… yo solo quiero que nuestro bebé sepa que yo también soy su papá y que lo amo muchísimo —susurró Frank, con voz adormilada, cansado. Se recostó en una posición más cómoda y luego posó el rostro en una zona del vientre, dejándose mecer por las respiraciones de su pareja.
Gerard llevó una mano a su cabello, acariciando suavemente, cerró los ojos y se recostó contra el respaldo del sofá, últimamente el dolor de espalda lo estaba matando.
— Él sabe que tú eres su papi, amor… también sabe que lo amas mucho, sabe que es el bebé más esperando del mundo entero, yo me encargo de hacérselo saber cada día.
Pero sus palabras no fueron respondidas, cuando miró nuevamente, Frank lo estaba abrazando en torno a la cintura, con el rostro presionado contra su vientre y los ojos firmemente cerrados, el cansancio tatuado en el rostro.
— Buenas noches, mi vida… —susurró Gerard, cerrando los ojos de igual modo.
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