Eso
Había subido de peso.
Era un hecho. Un doloroso hecho. Y nadie lo veía mal, no es que no fuese a bajar esos kilos dentro de un tiempo. Solía subir de peso exageradamente y luego eliminarlo hasta que quedaba con un físico envidiable con la piel tan firme como su cuerpo podía lograrlo, el único rastro eran unas pálidas estrías en brazos, muslos y caderas. Y no era algo de otro mundo tampoco, todo el mundo tenía estrías. Y por alguna extraña razón, a Frank le encantaban.
Pero esta vez era diferente.
Luego de haberse intoxicado hace unos cinco meses atrás y haber estado durante casi un mes completo vomitando absolutamente todo lo que comía, había comenzado a subir de peso exageradamente. Culpaba a esas ansias por comer dulces y cosas extrañas a deshora al hecho de haber tenido que salir de gira por todo el país mientras Frank, su eterno mejor amigo y amante, se iba de gira a Europa.
Ese era uno de los puntos malos de tener bandas separadas ahora. Antes podía estar con él todo el tiempo que quería y besarse y amarse con total libertad. Pero ahora debía esperar para verlo. Esperar.
Siempre había odiado esperar.
Y últimamente eso estaba demostrando más también.
Porque estaba estresado porque ya ninguna de sus camisas le quedaban bien por culpa de esa fea panza cervecera que le había crecido. Y todos le miraban como si fuese un bicho raro e incluso tenían cuidado al abrazarlo, ¡No estaba enfermo, sólo estaba gordo!
Pero la gente no entendía eso. Y Frank no estaba ahí para defenderlo.
Y era posiblemente por eso que los mensajes y las llamadas eran cada vez más incómodas. Él exigía verlo. Y Frank pedía tiempo. Sólo un par de días antes de poder viajar a visitarlo y estarían juntos... eso le había dicho la última vez que hablaran, y entonces su mundo se había venido abajo.
Llevaba unos dos meses sin ver a Frank. Y desde entonces vaya que había engordado. Tenía ganas de decirle que se quedara por allá, que él estaría bien. Pero había llorado dos veces al sólo recordar sus besos. Así que lo extrañaba.
Y estaba un poco loco.
— Pero más locos están ellos...
Dijo echándose otra galleta Oreo bañada en Nutella a la boca, últimamente realmente amaba comer esas cosas. Era sólo eso. Eran sus gustos, siempre había tenido gustos extraños a la hora de comer, eso era todo. Pero la gente se empeñaba a buscarle la quinta pata al gato y las mismas personas que asistían a sus conciertos y lo veían con esas amplias camisetas o el poncho que tanto amaba usar decían e insistían en un diagnóstico. Diagnóstico que ni siquiera era cierto porque era hombre. Y no estaba embarazado.
No lo estaba.
¿Cómo era posible?
No, a decir verdad ni siquiera valía la pena pensar en eso porque era totalmente imposible, improbable y... simplemente no podía ser. No podía. Porque las personas embarazadas tenían antojos... como las galletas con Nutella o la ensalada de repollo que había comido la noche anterior, siendo que siempre había odiado el repollo. También su ánimo cambiaba por culpa de las hormonas, o algo así, y él hace sólo un par de horas había llorado porque extrañaba a Frank cuando la noche anterior lo estaba odiando con todo el corazón. Además obviamente les crecía el vientre, pero él no estaba embarazado... sólo estaba gordo.
Aunque no tenía sentido porque las otras veces que engordaba todo él engordaba, sus mejillas, sus brazos, sus piernas... todo eso. Y ahora sólo era su abdomen. Pero... ¿Cómo?
La última vez que había tenido sexo había sido hace unos dos meses o algo más, antes de que Frank tuviese que irse... y eso explicaría un par de cosas. Aunque realmente se sentía gordo y si ese fuese el diagnóstico estaría menos gordo.
A menos que tuviese más de dos meses de... embarazo.
La sola palabra era cómica.
Pero por más cómico que pareciera de todos modos se había puesto ese enorme suéter y también un gorro de lana para ocultar su cabello plateado y además unos lentes de sol, en invierno, por si es que era reconocido. Y de ese modo salió a la calle y estacionó frente a una farmacia y se acercó a la vendedora para en voz baja pedir el mejor test de embarazo que hubiesen creado hasta el momento.
Y ella al mirarle sólo había preguntado "¿Eres de los que suelen ponerse el jabón después de lavarse las manos?" para reír entre dientes mientras le daba una caja del tamaño de una pasta de dientes. Y él, sólo por si acaso, había pedido cinco más. Y luego una de otra marca sólo para confirmar. Y con su compra súper secreta había regresado a casa. Bueno, todo eso junto a un paquete de Skittles porque realmente quería comer de esas cositas.
Al volver a casa se había ido a encerrar al baño, lanzando el teléfono sobre la cama en donde claramente se leía "llegaré dentro de media hora", pero no tenía tiempo para ver eso. Estaba demasiado ocupado en su empresa. Tres vasos de agua después se hallaba listo para orinar en todos los test de embarazo del mundo, si fuese necesario. Y siguiendo su necesidad fisiológica (porque últimamente retenía menos orina), procedió a orinar sobre esas extrañas cositas. Algo complicado en vista de que a duras penas podía mirar su propio pene.
Si no estaba embarazado, iría a un gimnasio.
Fue la decisión que tomó mientras se sentaba sobre el retrete y terminaba de orinar, dedicándose a esperar a que todos los test que había dejado sobre el mueble junto al lavamanos dijeran algo.
¡Lo que fuera!
Aburrido y ansioso estaba cuando decidió lavar sus manos y abandonar el baño, quizás con la luz apagada y sin prisa el resultado de las barritas fuese más certero. Así que decidió prepararse un café y mientras el agua se calentaba, fue a la habitación a ponerse ropa más cómoda, porque esos jeans realmente lo estaban matando y el suéter le hacía sentir restringido porque estaba muy ajustado en torno a su abdomen. Así que se quitó todo y reemplazó sus prendas por una camiseta con el logo de Star Wars en color gris y súper grande, aunque incluso con ella su estómago lucía distendido. Y en lugar de preocuparse demasiado, decidió quedarse en bóxers. Realmente se sentía bien así. Había sido su atuendo favorito desde que hace tres semanas atrás su gira hubiese terminado para dar paso a dos meses de descanso antes de seguir en Europa.
El sonido del hervidor al estar listo le llamó y con prisa fue a la cocina a preparar su taza. Y mientras enjuagaba una de sus tazas favoritas con el chorro de agua a una presión excesiva y cantaba en voz demasiada alta uno de los más grandes éxitos de Queen, alguien más entró al apartamento. Y dejó sus cosas junto a la puerta, y guiándose por la no tan melodiosa voz fue a la cocina y... se quedó de piedra.
Había escuchado que Gerard había engordado, había visto fotos y su mismo cuñado le había comentado que era posible que fuese a tener sobrinitos porque Gerard estaba enorme y su madre aseguraba que se trataba de un bebé, o diez (según Mikey). Pero nada le había preparado para eso. Porque sí estaba un poco gordo, y sí se veía desaliñado, y sí sus piernas pálidas lucían graciosas al estar desnudas, pero... jamás lo había visto más hermoso. Y radiante.
Así que decidió aclarar la garganta.
Gerard notó algo extraño y dejó su imitación para girar la cabeza. Su taza favorita se cayó de sus manos y ruidosamente cayó al lavaplatos, pero ni eso le sacó de la sorpresa. Frank estaba ahí, y él estaba así, y encima estaba enorme y esa expresión en su rostro bien podría estar escondiendo unas palabras horribles contra su apariencia. Y el solo pensarlo le estrujaba el corazón y le hacía desear llorar como una niña.
— Dilo, luzco horrible —graznó. Sus manos húmedas fueron a cubrir su rostro y realmente quería llorar, pero no quería llorar frente a ese maldito desconsiderado— ¡Anda, dilo!
Ahora estaba enojado.
— Hey... —Frank logró articular.
Parpadeó un par de veces para salir de la sorpresa y luego, sin pensarlo, se acercó a abrazar al amor de su vida para posteriormente besar sus labios. El abrazarlo fue una experiencia extrañísima porque no esperaba que el peso que Gerard tenía encima se sintiera de ese modo, otras veces se sentía blandito pero esta vez era como si tuviera una pelota de futbol bajo la camiseta. Y realmente quiso tocar en busca de alguna almohada o uno de esos vientres falsos que las mujeres usan en las telenovelas, pero el solo pensarlo le daba miedo. Gerard lucía particularmente explosivo. Decidió abrazarlo de todos modos, aunque el abdomen contrario lo mantuviera levemente apartado de él, y besó sus labios, y Gerard no se lo negó, es más, de inmediato se puso cariñoso.
Gerard lo abrazó por la cintura y lo abrazó contra sí con fuerza, porque realmente lo extrañaba y sentía que ese abrazo era demasiado poca cosa y no se contentaba con eso y quería un abrazo más apretado y un beso más intenso y realmente no sabía qué quería, pero era más que eso.
— Te extrañé tanto, amor mío —dijo Frank.
Gerard suspiró porque el timbre de su voz le había hecho vibrar. Y posiblemente tenía mucha hambre o algo así porque algo se movió en su interior y algo que nunca antes había sentido sucedió. Era como si su páncreas estuviese deseando salir a costa de empujones, porque eso había sentido.
Y al parecer Frank también, porque sus ojos estaban como platos.
Y Gerard volvió a atraerlo hacia sí para que Frank siguiera besándolo y cuando eso pasó de nuevo realmente lo ignoró porque no sabía qué demonios era y ni en sus más locos sueños había imaginado que eso había sido la patada del bebé de casi cinco meses de gestación que vivía en su vientre, el mismo bebé que todos los test de embarazo en el baño habían confirmado con dos líneas rojas.
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