El streeper

Frank suspiró, realmente no sabía qué demonios hacía ahí. Frotó sus manos entre sí y sintió la argolla de matrimonio, entonces cerró los ojos. Si Jamia se enteraba de eso lo iba a matar, o como mínimo, le cortaría las bolas.

Pero realmente necesitaba volver a verlo.

— ¿Cuál dijiste que era su nombre? —el camarero del afro y labios gruesos preguntó, Frank mordió su labio inferior y se acercó a él para susurrar:

— Gerard.

— ¡Ed! ¿Conoces a algún Gerard? —preguntó a gritos hacia uno de los guardias de seguridad, él sonrió y se acercó a ambos hombres. Miró a Frank de pies a cabeza, deteniéndose en su caro traje antes de mirarle a los ojos, entonces sonrió.

— ¿Qué quieres saber?

— Vine a este lugar hace algunos meses, después del trabajo. Conocí a este chico, él era uno de los bailarines —murmuró completamente nervioso—, nos fuimos juntos después de aquí, tuvimos… Tuvimos sexo. Me dijo su nombre, pero luego no volví a verlo y…

— Quieres una segunda ronda —el hombre llamado Ed sonrió. Frank asintió con pesar—. Gerard es el que está con licencia médica por aquello —dijo mirando al camarero, él asintió un par de veces y luego sonrió.

— Ah… él —enarcó una de sus cejas—. Si es realmente urgente puedo darte su dirección, él está con una licencia médica desde hace algunas semanas y estará fuera por unos meses.

Frank no quiso hacer más preguntas, en lugar de eso le entregó su celular al hombre y dejó que éste anotara ahí la dirección. Cuando salió del local volvió a cubrir su rostro y con paso apresurado se alejó de ahí, una vez en su automóvil vio la dirección. Era a unas calles de ahí, unas calles al sur, en un complejo de apartamentos.

— ¿Qué estás haciendo, Frank? —se preguntó a sí mismo cuando estacionó fuera del edificio.

No obtuvo respuesta, pero sí un empujón de sí mismo para acercarse al lugar, subió hasta el piso número tres y se encaminó por el pabellón hacia el apartamento 302.  Tragó saliva pesadamente y se plantó frente a la puerta, no sabía qué decir o qué hacer al verlo, ni siquiera creía que Gerard se acordara de él, pero no perdía nada con intentarlo.

Alzó una mano y tocó dos veces la puerta. Sólo dos veces. Si Gerard no abría la puerta entonces no pasaba nada, se iría de ahí, pasaría a comprar un pastel y se iría a casa a cenar con su esposa y sus tres hijos. No pasaba nada, no pasaba nada…

— ¡YA!

Una voz cansada gritó desde el interior, seguido a ella unos pasos y luego… luego se abrió la puerta.

Frank sintió que se le congelaba la sangre cuando la puerta se abrió y se dejó entrever una silueta, aunque claramente no era lo que esperaba ver. Ya, era Gerard… pero lucía un poquito más diferente que la última vez, aunque estaba casi igual de desnudo.

Llevaba encima sólo una camisa hawaiana unas tallas más grande de la que necesitaba y un par de boxers color negro, la camisa estaba abierta y dejaba ver fácilmente un blanco y amplio vientre de embarazo. De unos cinco o seis meses de gestación. Pero a diferencia de eso, lucía igual que antes. La piel blanca de sus piernas y brazos le daban un aspecto prácticamente perfecto a excepción… bueno, de aquel voluminoso vientre.

Los ojos de Gerard se posaron sobre los propios y sólo atinó a medio sonreír, forzándose a mantener la mirada fija en sus ojos.

— ¿Qué? —preguntó con voz gélida, sin hacer siquiera el amago de cubrirse.

Adentro olía a cigarrillos.

— Soy… Frank —murmuró, por no tener nada más que decir.

— Iero, sí. Te recuerdo —susurró Gerard, enarcando una de sus cejas— ¿Vienes a dejarme otro pan en el horno? Porque te aviso que este todavía no está terminado.

— Yo… ¿es mío? —preguntó sorprendido, aunque desde un primer momento lo había presentido.

— Mi política es acostarme sólo con los clientes que llaman mi atención, tú llamaste mi atención. Y también otro tipo, pero eso fue unos cinco meses antes de que tú fueras, así que… sí. Es tuyo. 

— Uh… ¿Puedo pasar? —preguntó Frank, Gerard se encogió de hombros y se hizo a un lado.

Frank suspiró, realmente no sabía qué demonios hacía ahí. Frotó sus manos entre sí y sintió la argolla de matrimonio, entonces cerró los ojos. Si Jamia se enteraba de eso lo iba a matar, o como mínimo, le cortaría las bolas.

Pero realmente necesitaba volver a verlo.

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