El nuevo bebé.
Había sido una noche de locos, partiendo porque Gerard había querido intentar hacerlo de todos modos, aún con sus casi ocho meses de embarazo a cuestas pero joder, estaba caliente. Frank había intentado contenerlo, pero cuando Gerard había comenzado a lloriquear, alegando que ya no le resultaba atractivo por culpa de ese enorme vientre de término, no había tenido otra alternativa y… lo habían hecho.
Pero a mitad, o bueno, comenzando a ponerse juguetones, los gemidos de Gerard se convirtieron en quejidos y luego en gritos de dolor: El bebé ya venía.
Como pudo Frank lo subió a la camioneta y también a Lily quien dormía, en los asientos traseros. Pasaron a dejar a la niña a casa de la madre de Frank y luego se fueron al hospital.
Eran las once de la noche cuando llegaron a urgencias, para practicar una cesárea de emergencias. Y las cinco y media de la mañana cuando el doctor salió a la salita de espera, avisándole que podría ir a ver a su esposo cuando éste despertara de la anestesia.
Cerca de las nueve Gerard comenzó a removerse torpemente sobre la cama, ahora sin suero y sin el monitor cardiaco, sólo ese dolor y la cicatriz reciente en la parte baja de su abdomen que le recordaban que acababa de ser padre por segunda vez junto a su esposo.
— Gee —una voz ronca vino desde un costado y giró la cabeza. Frank seguramente lucía mucho peor que él, con esas ojeras, el cabello revuelto y el rostro cansado. Pero estaba ahí.
— Amor… —respondió, dedicándole una sonrisa. Frank se acercó a él y besó su frente, luego sus labios. Permaneciendo abrazados hasta que el sueño volvió a vencerlos.
Eran cerca de las dos de la tarde cuando Frank volvió al hospital, ahora con la pequeña Lily en sus brazos. La niña tenía recién tres años y medio, pero sabía que venía un hermanito en camino y vaya que estaba ansiosa por conocerlo. Recorrieron con paso apresurado los dos pisos inferiores y luego el pasillo hacia la habitación dónde Gerard esperaba junto al nuevo bebé.
— Tienes que hablar bajito, porque el bebé está durmiendo ¿Okay? —susurro Frank, Lily puso un dedo sobre sus labios y sonrió enormemente, asintiendo varias veces.
Cuando entraron a la habitación la mirada de Frank se posó en Gerard sobre la cama. Estaba ahí acostado, con esa bata color blanco, cubierto por las sábanas y con sus brazos desnudos, y en ellos, a un pequeño bultito con mantas color blanco, en una mano un biberón y en el rostro ese gesto de amor y preocupación que sólo un padre puede tener para con su recién nacido. Sonrío enormemente y llevó la mirada hacia la pequeña, quien parecía igual de atontada que él con la escena.
Frank se acercó a la cama, abrazando a Lily contra su pecho, para cuando llegaron a un costado de la cama a niña se acercó para ser besada en la frente por Gerard y luego posó toda su atención en el hinchado rostro del bebé.
— ¿Sammy? —murmuró, estirando una de sus pequeñas manos para picar la mano empuñada del bebé, miró asustada a su padre cuando el bebé se movió y volvió al abrazo, mirándolo por sobre su hombro— ¿Por qué es tan pequeñito?
— Tú también eras pequeñita, nena —sonrío Gerard, alzando la mirada hacia la niña una vez el bebé regresó a su sueño— e incluso más pequeña que Samuel.
— Y…. y… ¿dónde está tu panza, papá? —preguntó ahora, examinando a Gerard con la mirada. Frank río y luego Gerard lo hizo también. Se estiró para darle el bebé a Frank y luego sentó a la niña en su regazo, acariciando suavemente el cabello de ésta.
— Mi panza se fue… y no vendrá en mucho tiempo —dijo con tono severo, con la mirada fija sobre su sonriente esposo para luego regresar a mirar a la pequeña.
— Pero… ¿por qué te la quitaron? —preguntó ella, ladeando la cabeza.
— Uh… porque Sammy vivía ahí, amor —sonrío, acariciando su abdomen todavía adolorido— las pancitas son las casitas de los bebés, pero cuando los bebés nacen nadie las ocupa, así que desaparecen.
— Oh… —el rostro de la niña pareció iluminarse y asintió varias veces, acercándose a abrazar a Gerard, una mueca de sufrimiento cruzó por el rostro de éste antes de regresar el abrazo, mirando sonriente al bebé en los brazos de su esposo. Había sido una noche de locos, no había dudas de eso.
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