arrepentimiento
— No voy a tenerlo.
Había dicho Frank después de enseñarle aquél examen de sangre que explicaba bastante bien que había un pequeño ser en su interior. Su voz sonaba acongojada y tenía claras señales de haber llorado, pero Gerard no había cuestionado su decisión y lo había apoyado inmediatamente. Sentía que sus emociones eran totalmente volátiles y él mismo se había encontrado imaginando una vida con un hijo luego de poner sobre la mesa los pro y los contra de tenerlo, y ante sus ojos era mucho más numerosa la pila de los contra. No quería ser padre, al menos no todavía. Pero sabía que, de serlo algún día, iba a ser con Gerard.
— Tal vez en algún otro momento.
Gerard había ofrecido luego de procesar la noticia. Era doloroso enterarse que iba a ser padre y al mismo tiempo saber que no iba a serlo. Un golpe emocional que podía afrontar porque amaba a Frank y en el fondo de su corazón sabía que era lo correcto. Él creía que sí estaban listos para ser padres, tenían varios años juntos y ambos podían mantener sin problemas a un niño, pero Frank estaba bastante emocionado con sus proyectos y él mismo se pasaba la vida entre viajes y trabajo. No tenían tiempo y un niño desestabilizaría toda la vida que conocían.
Ninguno le había contado a nadie, ¿qué contar de todos modos? Casi una semana había pasado desde la noticia y no habían vuelto a tocar el tema porque resultaba doloroso y totalmente extraño. Frank intentaba seguir con su vida normal y Gerard se descubría a sí mismo mirando a los bebés que encontraba por ahí. ¿Cómo luciría un hijo de ellos dos? ¿Qué nombre le hubiesen puesto si hubiesen decidido tenerlo? Estaba claro que hubiese sido un niño totalmente feliz, incluso desde el vientre. Pero eso no iba a pasar.
Era martes por la mañana cuando se encontraron sentados en la clínica privada donde realizarían el aborto. Había sólo dos personas más ahí y una de ellas era la secretaria. Frank había imaginado que iba a ser algo hostil, con imágenes de bebés abortados en las paredes para hacerle cambiar de opinión y personas llorando por el temor a lo que podría pasar. Era algo complicado, lo sabía. Pero todo iba a estar bien porque estaban juntos.
Gerard le apretó la mano. Estaba callado, pero aquel brazo que rodeaba sus hombros y la mano que abrazaba su mano decía mucho más que cualquier otra cosa. Los ojos de Frank estaban cerrados y su cabeza apoyada en el pecho de su pareja. Los últimos días había sentido malestares, pero estaba totalmente seguro de que se trataba de algo psicológico.
— Frank Iero —la secretaria llamó, y ambos se pusieron de pie— por aquí, por favor.
Frank asintió, y Gerard lo siguió de cerca a través de la puerta de madera. Incluso la sala al otro lado era acogedora. Una oficina totalmente igual a cualquier otra. El doctor estaba mirando unos documentos más en cuanto cerraron la puerta él alzó la mirada y los invitó a tomar asiento.
— Buenos días —saludó el doctor—, ¿Sabes de qué se trata esto?
— No sabemos —respondió Gerard.
— Voy a hacerte un ingreso —comenzó el doctor—, y después de revisarte vas a pasar a una habitación en el quinto piso. Esta misma tarde vamos a realizar la cirugía, no tomará más de cuarenta minutos y si te sientes bien mañana mismo podrás irte a casa y seguir tu vida como si nada hubiese pasado.
Frank suspiró, no quería seguir su vida como si nada hubiese pasado porque claramente algo había pasado. Era algo importante, y aunque había decidido ponerle fin marcaba un algo en su vida.
Fue Gerard quien respondió la mayor parte de las preguntas por él, después de todo sabía todos esos datos. Frank estaba totalmente perdido y sentía que en cualquier momento iba a desmayarse. Sentía que las voces se escuchaban demasiado lejanas y que las paredes estaban cada vez más cerca. Ahora incluso los lápices sobre el escritorio lucían amenazantes, y no sabía por qué.
— Síganme, muchachos —dijo el doctor, y Frank recibió las manos de Gerard para ponerse de pie. Juntos caminaron detrás del doctor hasta una pequeña habitación contigua con equipo para realizar ultrasonido. La camilla era enorme, y Frank se sintió particularmente pequeño sobre ella—. Descubre tu abdomen, por favor.
Frank lo hizo. Sentía su piel demasiado sensible y el tatuaje en su vientre bajo lucía levemente difuminado, o tal vez eran sus ojos. Los cerró cuando la pantalla se encendió y se contrajo contra la camilla cuando la mano del doctor esparció un frío gel sobre su abdomen. Dolía, ¿por qué dolía? Sus latidos llenaron todos sus sentidos y por unos segundos supo que iba a desmayarse. Pero entonces un ruido totalmente extraño llegó a él y se obligó a abrir los ojos. La mano que Gerard había estado sosteniendo estaba libre ahora.
Parpadeó perezosamente y encontró un pequeño objeto recorriendo su abdomen, y en la pantalla un montón de manchas sin forma alguna, y en medio de todas ellas vio una pequeña bolsita con algo dentro. Era difícil verlo como una persona en formación porque eran sólo un montón de cositas juntas... pero el sonido venía de ahí.
— ¿Tiene un corazón? —preguntó con voz ahogada.
— Sí, y late con fuerza —respondió el doctor.
Frank desvió la mirada y la fijó en el rostro de Gerard. La habitación estaba oscura pero aun así podía notar que sus mejillas estaban húmedas y que tanto sus ojos y nariz estaban enrojecidos. La imagen de la pantalla se reflejaba a la perfección en sus ojos verdes, y ni siquiera parecía que estuviese parpadeando o respirando. Volvió a mirar a la pantalla, y sus ojos volvieron a prendarse de aquél ser sin forma pero con un corazón fuerte.
¿En serio quería hacerlo?
Los latidos se escuchaban más fuerte que cualquier percusión que hubiese escuchado antes, era algo totalmente extraño y sentía que tenía inspiración para mil canciones sólo por un par de minutos de ver a aquella cosa. Su cosa. La pantalla se fue a negro y el doctor limpió su abdomen con una toalla de papel.
— Llamaré para que preparen una habitación para ti, todo parece estar en orden —dijo el doctor—, ¿Te encuentras bien?
— Sí —Frank asintió—, sí.
Vio al doctor regresar a la oficina y luego se incorporó para ponerse de pie. Sólo entonces Gerard reaccionó y se apresuró a limpiar sus lágrimas, después de todo era él quien tenía que hacer de asilo emocional. Frank recibió una sonrisa por parte de su pareja, y él sonrió también. Ambos estaban jodidamente tristes pero la decisión ya había sido tomada.
— Habitación 502 —dijo el doctor cuando ambos aparecieron en la oficina—, a las 12:15 te llevarán a pabellón. Una enfermera los está esperando para darles más indicaciones. Suerte, muchachos.
— Gracias doctor —respondió Gerard, y juntos regresaron a la sala de espera. El camino hasta el ascensor fue totalmente lento, realmente estaban intentando aplazar aquel momento.
Pero la puerta del ascensor se abrió de inmediato y estaba vacío. No había excusas, así que sólo subieron a él y presionaron el botón número cinco. Y en un parpadeo estuvieron arriba. El pasillo olía a pino, e incluso esto parecía hostil.
— ¿Frank Iero? —una mujer vestida de azul estaba esperándolos fuera de la habitación. Él asintió— Aquí.
Entraron detrás de ella a la habitación. Su ventana era enorme y la cama parecía cómoda, tenía un par de muebles y un baño privado. Todo en color damasco. Gerard cerró la puerta y la mujer se presentó, aunque Frank no escuchó muy bien su nombre. Ella dijo un montón de cosas prácticas y por momentos estuvo seguro que había descrito también parte del procedimiento. Era tan extraño todo, sentía como si estuviese de pie en otro planeta escuchando un lenguaje totalmente extraño. ¿Por qué estaba ahí, en primer lugar?
— Es algo totalmente fácil y seguro —la escuchó decir—, no hay por qué temer. Ahora necesito que se ponga la bata que está sobre la cama y dentro de unos minutos voy a volver para conectarle un suero. Hasta entonces.
Y se marchó.
Frank fue a tomar asiento a la cama y miró la bata. Era blanca y lucía especialmente delgada. Una de sus manos acarició la cama y la otra fue a detenerse, sin darse cuenta, sobre su abdomen. Sintió como su mirada se nublaba nuevamente y por momentos se imaginó a sí mismo en esa misma cama, aunque en lugar de ser esas las condiciones estaban ahí todos sus amigos con globos y enormes sonrisas, a su lado estaba Gerard y en sus brazos, un pequeño y hermoso bebé que tenía como principal misión poner su mundo de cabeza. Y no estaba mal, después de todo, los cambios siempre eran buenos y si podía con un montón de proyectos al mismo tiempo también iba a poder con un bebé. Era sólo un bebé, por Dios. ¿Por qué se había sentido tan intimidado? Era un adulto y tenía a Gerard y todo estaba en orden en su vida y...
— No quiero hacer esto —dijo de pronto—, quiero ir a casa.
— Gracias a Dios —suspiró Gerard y con prisa fue hasta él. Se puso de rodillas y posó ambas manos en las rodillas ajenas, alzando la mirada para mirarlo a los ojos—, este lugar es extraño.
— Y la bata es horrible —rió Frank, y de pronto comenzó a llorar pero daba igual porque Gerard estaba llorando también. Gerard se puso de pie y él imitó su gesto, se besaron en los labios por unos largos segundos y luego, tomados de la mano, salieron corriendo de regreso al ascensor.
Iban a ser padres.
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