Antojos II
— Amor, amor… despierta.
La voz de Gerard resonó en la habitación a oscuras. Frank presionó el rostro contra la almohada y luego intentó cubrirse el rostro con la misma al ver la tenue luz de la lámpara en la mesita de noche cobrar vida.
— Frankie…
Se quejó en balbuceos a causa de la egoísta mano que no dejaba de moverlo para traerlo de regreso al mundo real. Hizo una especie de quejido que sonó como un gemido al salir, de mala gana se quitó la almohada de la cara y con el entrecejo fruncido, le miró a la cara.
— ¿Estabas durmiendo?
Gerard sonrió levemente, también estaba adormilado y luego de unos instantes bostezó. Frank se removió sobre la cama cuando vio la mano del mayor de ambos acariciando perezosamente su vientre de casi siete meses de embarazo, completamente tensado bajo la camiseta blanca.
— ¿Qué pasó, Gee? —susurró tallándose un ojo.
— Es que… estaba durmiendo pero desperté porque tenía un sabor demasiado rico en la boca —dijo intentando lucir y sonar como un niño pequeño, Frank alzó una ceja.
— Realmente necesito frutillas bañadas en chocolate, pero no salsa de chocolate sino que de ese que se pone durito, ¿Sabes cuál es? —murmuró estirando los labios en un puchero luego de hablar.
— Amor, es pasada la media noche… ¿Dónde voy a encontrar todo eso?
— En algún lugar, por favor…
— Amor, mañana tengo que ir a trabajar, ya es demasiado tarde —se quejó mordiendo sus labios, pero el puchero de Gerard junto con las caricias en su vientre hinchado le hicieron cambiar de opinión. Puso los ojos en blanco y se acercó a él para besarle sobre los labios y luego, antes de abandonar la cama, fue a besarle la cima del vientre.
— Miles dice que gracias —susurró Gerard con una sonrisa reemplazando el puchero— y yo también.
Frank sonrió embobado al escuchar a su pareja y terminó de acomodar la chaqueta sobre su pijama, una vez vestido regresó a la cama para besarle nuevamente los labios y luego se alejó a la puerta de la habitación, antes de salir, se giró una vez más para admirar su perfil.
— Intentaré no tardar tanto, Gee. Te amo.
— También te amo, Frankie —sonrió como respuesta.
Frank miró con envidia a sus perros que descansaban en los sofás de la sala, la calle estaba fría afuera pero poco importó. Entró al automóvil y aceleró en dirección a la gasolinería más cercana. A las dos y media de la mañana era bastante encontrar algo más abierto.
Cuarenta minutos después iba de regreso a casa, con una bandeja de frutillas frías pero sin salsa de chocolate. Había sido imposible encontrar la que su esposo esperaba aun cuando compartió el detalle de los antojos por el embarazo con el vendedor, simplemente no había.
— No hay —repitió para sí las palabras del muchacho—. Ojalá eso sirva con Gerard…
Pero al llegar a casa se dio cuenta de que no era necesario excusarse. Gerard estaba ahí, sí. Pero no estaba solo en la cama, sino que con la pequeña Marie, la hija de dos años de ambos. La niña dormía abrazada al regazo de su padre quien, para sorpresa de Frank, dormía plácidamente.
— Imbécil… —susurró con cariño, acercándose a cubrir con las frazadas tanto a su hija como a su esposo— Tercera vez que me haces lo mismo esta semana, Gerard Way…
Bajó a besar la frente de la pequeña y luego los labios de su esposo. Cuando regresó a la cama, abrazado a ambos, una de sus manos descansaba en el vientre del mayor, acariciando la zona en donde su hijo había estado pateando incansablemente.
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