Antojos
— Frankie, ¿puedes pasar a comprar un poco de helado de fresa después del trabajo? —el pelirrojo no pudo evitar mirar hacia el cuenco, ahora vacío, sobre la mesita de centro, que había contenido recientemente los últimos restos del helado de fresa que había en casa. Escuchó a Frank resoplar desde el otro lado de la línea.
— ¿Más? —preguntó sorprendido— pero amor, ¿Qué pasó con el que estaba en el congelador?
Gerard sintió su mejillas colorearse ligeramente, aun cuando Frank no lo estaba mirando. Quizá su prometido pensaría que era un cerdo o algo similar y decidiría no casarse con él. Sí, seguramente eso pasaría. Miró con tristeza hacia el anillo de compromiso en su mano y contestó.
— Se ha ido… —suspiró, mientras se levantaba con un poco de dificultad, ayudándose con una de sus manos a causa de su abultado vientre de siete meses y medio, con la primera hija de ambos en el interior.
— ¿Se fue? —Frank preguntó, pestañeando un par de veces— cariño, anoche estaba hasta la mitad.
— Sí, lo sé —murmuró— pero yo, uh… Digamos que esta no es la primera vez que he tenido antojos de helado de fresa por culpa de tu hija, ¿de acuerdo? —dijo en defensa propia, remarcando el “tu” en la frase
— Está bien… —Frank río suavemente— eso sí, nada de pedir pickles o tendremos problemas como la última vez —bromeó.
El pelirrojo bufó ante esto y puso los ojos en blanco, mientras se dirigía a la cocina con el cuenco vacío en sus manos. Lo dejó sobre el fregadero y luego se afirmó contra el mismo, acomodando su amplia camiseta.
— De solo pensar en eso me dan ganas de vomitar —susurró, negando un par de veces.
— Lo sé —Frank río, recordando que solo la semana pasada los pickles habían sido el reemplazo del ahora extinto helado de fresa, y antes había sido el pollo frito, y antes de eso las papas fritas, y antes las magdalenas… Pero luego de atiborrarse con esas cosas llegaba a un punto en que sólo mirarlos ya le provocaba mareos.
— Y ya que irás a la tienda… ¿por qué no compras algunas cositas para preparar comida china? Y también un pastel de verduras, y rollitos de pescado —dijo Gerard, mirando hacia su vientre, pronto sonrió y llevó una mano a frotar una zona en dónde el bebé había pateado— Lily sabe que estamos hablando de sus favoritos —río entre dientes.
— Ya lo creo —sonrío Frank desde su oficina— tengo todo anotado, amor. En cuanto termine con los informes voy al supermercado y luego a casa. Te amo, Gee y dile a Lily que la amo.
— Ella lo sabe —sonrío Gerard— y nosotros también te amamos —agregó, recibiendo una nueva patadita como afirmación a sus palabras.
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