Adictos

Gerard no era bueno fingiendo gemidos de placer cuando estaba todo adolorido, pero de todos modos lo hacía. No le gustaba cuando él descargaba su ira y bruscos movimientos en su cada vez más frágil cuerpo, mucho menos ahora. A veces tenía miedo de despertar y estar solo ahí, su peor temor era volver a estar solo. Sin Frank… ¿Qué haría sin él?

 Sin Frank no había un Gerard.

Sin Frank no había nada.

 Lo necesitaba, dependía completamente de él y si bien su vida era una mierda, era todo lo que tenía.

 A Frank le gustaba tomarlo cuando estaba durmiendo, a veces intentaba perderse en sus sueños borrosos, con rostros que no recordaba y canciones que alguna vez cantó, una fama que se había esfumado y lujos que jamás habría alcanzado a disfrutar.

Siempre despertaba con un nauseabundo olor invadiendo sus dañadas fosas nasales, unas manos ásperas recorriendo su cuerpo y esos labios acompañados por una rasposa barba restregándose por su espalda desnuda. Se movía sólo al sentir la gruesa extensión del cuerpo contrario introducirse en su adolorida intimidad, y gemía en una mezcla de placer y dolor. Más dolor.

Frank lo tomaba sin cuidado, lo penetraba hasta que se aburría y terminaba en su interior. Lo dejaba ahí, acostado de lado, mirando fijo un punto de la pared contraria y las lágrimas mojando su opaco cabello, las manos temblorosas acariciaban sus muslos y espalda baja para eliminar el dolor punzante e intentaba volver a dormir.

— Te amo, Gee —decía Frank con voz pastosa y caricias torpes.

Gerard suspiraba y respondía un ensayado “Te amo, Frankie” que no sentía. Hace mucho no lo sentía. Y dudaba haber sentido amor por él alguna vez. ¿Entonces por qué seguir con él? Dependencia.

Dependencia absoluta. A sus drogas, a sus besos, a sus caricias, a su presencia.

A él.

El día comenzaba cuando el dolor volvía a despertarlo. Luego de una ducha fría se sentía un poco más vivo y con algo de base de maquillaje escondía las ojeras de su rostro y ese hematoma que poco a poco se expandía por su mejilla. A Frank no le gustaba que usara dientes cuando le practicaba sexo oral, luego de eso le había quedado claro. Sus ojos eran tristes, sombríos, el verde brillante de antes no estaba, había muchas cosas que no estaban.

Las personas conocían al adolescente gordito, al joven adulto con maquillaje extraño y bailes exóticos al momento de salir al escenario. Ese tipo adicto a la nicotina que sonreía después de cada frase pronunciada. 

No al Gerard actual.

Aquel desgraciado que sólo vestía mangas largas para cubrir las muchas marcas de inyecciones en sus brazos, heroína, heroína… A Frank le encantaba lo que la heroína producía en él. Jeans que alguna vez quedaron ajustados en sus muslos y trasero carnosos pero que ahora parecían ser unas tres tallas más grandes. Los labios siempre secos y heridos, y el constante esnifar que solo un adicto a la cocaína traía consigo.

Gerard era un desastre desde que, hace cinco años, se había ido a vivir con el amor de su vida.

 Y tenía hambre.

Luego de vestirse fue al armario a buscar entre sus cosas, tenía algunos dólares que había sacado de su cuenta bancaria cada vez más pequeña, hace unos días. Eran por lo menos doscientos, pero ahora había cincuenta ahí. Seguramente Frank los había tomado, no le gustaba que escondiera dinero. Tomó una chaqueta y luego de darle un último vistazo a su durmiente parea, salió del apartamento en ese feo edificio.

Las calles eran sucias y había gente extraña. Jamás le había gustado, pero el alquiler era bastante barato y Frank no acostumbraba a gastar mucho dinero en cosas “sin importancia”. Tampoco le gustaba que desayunara cada día ni que comprara dulces, pero desde hace unas semanas hasta el presente sentía la necesidad de comer por lo menos dos o tres veces al día.

La tienda quedaba a solo media cuadra de distancia, la mujer ya lo conocía y siempre le ofrecía sopas de pollo o una taza caliente de café, sabía dónde y con quien vivía, le parecía un joven demasiado bueno para tener esa vida.

— Felices pascuas —dijo la mujer en cuanto lo vio aproximarse, desde bajo la encimera sacó un pequeño canastillo con huevitos de chocolate, la boca de Gerard se hizo agua—. Espero que los disfruten.

— Él no come chocolates —respondió algo extrañado, recibiendo gustoso los chocolates. Si los comía antes de llegar a casa y luego fumaba algo para pasar el sabor, Frank no se enteraría de que había comido esas bolitas de calorías.

— No me refiero a él, cariño —dijo con una nota de desprecio en la voz, luego bajó la mirada hacia el regazo de Gerard—. Estás más rellenito y luces más radiante, las mujeres viejas sabemos de esas cosas, tienes un bebé ahí dentro.

Gerard parpadeó pesadamente. Llevaba días con la duda, semanas a decir verdad, pero no era posible. Tomó sus huevos de chocolate y dejó el canastillo ahí, le dio las gracias a la mujer y salió de la tienda.  Era imposible. El hombre al que acudieron la primera vez le dijo que no había posibilidad de que ocurriera nuevamente, ya no podría embarazarse nunca más. ¿Entonces qué estaba pasando?

Sin darse cuenta había acabado con la mitad de los huevitos y a cada instante miraba hacia su abdomen. Llevaba por lo menos unos dos meses sintiéndose extraño, eso quería decir que podría tener unos tres meses de embarazo. Con su anterior bebé se había enterado al segundo mes, luego de un test de embarazo y Frank, sin pensarlo siquiera lo había arrastrado a practicarse un aborto. ¿Esta vez sería igual?

No, ahora eran más grandes, más maduros. Quizá si lo mantenía en secreto unos meses más luego sería demasiado tarde como para abortar y tendrían que tenerlo sí o sí. Gerard lo imaginaba… un bebé con sus finos rasgos y los hermosos ojos de Frank. Sería un bebé hermoso. Ojala fuese niña, aunque le encantaría tener un niño también.

Quizá si convencía a Frank luego podrían tener otro bebé, así serían dos niños a los cuales darle amor. Ahora estaba completamente seguro de ello, tendría un bebé y sería muy amado. Se sintió vivo por unos instantes y sonrío, regresó rápido a casa sin siquiera comprar algo, saboreando el último huevito de chocolate. Se sentó junto a la ventana y nuevamente su mente comenzó a viajar con sus pensamientos. Era genial poder tener un hilo de pensamientos cuando estaba limpio, otras veces con suerte y podía recordar su nombre.

La canción de cuna que su abuela solía tararearle llegó a sus labios, acariciando un vientre que todavía no existía cerró sus ojos, imaginando como sería su bebé. Seguro ya tenía piecitos y los cinco dedos de cada mano, quizá sus oídos ya estaban formados. ¿Podría hablarle? Le daba miedo parecer un tonto si lo hacía.

— Hey, ¿Qué haces? —sintió la presencia de Frank tras él, quitó su mano al instante y nervioso se giró hacia él, encogiéndose levemente de hombros— ¿Eso es…? —se acercó a él, olfateando teatralmente en torno a sus labios— ¿Estuviste comiendo chocolate?

— No, no. —negó al instante, poniéndose de pie para no ser lanzado contra la ventana, la última vez había recibido un corte en su antebrazo y la ventana había usado un plástico durante casi un mes completo.

— ¿Cuál es tu problema, Gerard? Últimamente comes como un cerdo, ¿eso es lo que quieres ser? ¿Quieres volver a ser un cerdo, asqueroso de mierda? —sus palabras dolían incluso más ahora. ¿Tendría la valía de decirle que comía porque tenía un bebé en su interior? No… eso no sería una buena idea.

Se aproximó a Frank para intentar calmarlo, los gritos le hacían doler la cabeza y lo ponían nervioso. Posó sus manos en los antebrazos contrarios pero en respuesta a su atrevimiento recibió una fría bofetada en la mejilla, que pronto llenó su boca de sangre. El metálico sabor junto al chocolate trajo una asquerosa mezcla que lo hizo salir corriendo a vomitar todo el pobre contenido de su estómago. Le dolía la garganta y sus dedos ya no provocaban mucho cuando los introducía para inducir el vómito. Cuando terminó se apoyó contra la pared, escupiendo todavía contra el suelo para eliminar el sabor, cubrió su rostro con ambas manos, pensando, pensando, pensando…

— Cuando salgas de ahí ve a cambiarte ropa, tenemos que salir —dijo Frank, Gerard asintió una vez. Se puso de pie y enjuagó su boca, luego su rostro. Se observó unos instantes en el desvencijado espejo en la pared. Quizá sus mejillas si lucían un poco más redondeadas, o quizá se debía a los golpes descargados en ellas.

De todos modos tendría un bebé, eso nadie podía quitárselo.

Quizá Frank había cambiado de opinión con respecto a él, quizá no le parecía asqueroso y para hacérselo saber lo sacaría a pasear al parque. Le gustaba ir al parque con Frank, siempre se sentaban en el césped y Frank le cantaba algo. El aire fresco, la voz de Frank, sus caricias… eso era mucho mejor que el paraíso.

Cuando Gerard salió del baño se encontró con Frank junto a la puerta, ya se había cambiado ropa y sus bolsillos lucían abultados. Se acercó a él con una chaqueta en las manos y juntos salieron del apartamento. Abajo Gerard tomó su mano y Frank la quitó al instante, mirándolo con odio.

— Ya sabes lo que pienso de las demostraciones de mariconadas en público —escupió adelantando el paso, Gerard asintió una vez. A Frank no le gustaban esas cosas.

— Lo siento —suspiró cuando llegó a su lado, Frank puso los ojos en blanco.

Caminaron uno junto al otro hasta que salieron del barrio, las piernas de Gerard dolían junto a su trasero y el estómago comenzaba a gruñir del hambre. En cuanto viera algún local de comidas preparadas compraría algo, no podía dejar que su bebé pasara hambre.

Poco a poco fueron entrando a un barrio que Gerard recordaba vagamente, eran casas grandes y acomodadas, de jardines bonitos y niños que no conocían una grosería. Sonrío al ver a un par de pequeños, pero pronto doblaron a la derecha. Y ahí, una calle hacia el sur vio la casa a la que habían acudido la última vez. Era igual que las otras por fuera, pero por dentro era una cámara de tortura, un cementerio de bebés y sueños rotos. No era posible que tuviera que pasar por eso nuevamente.

Frank pareció notar su cambio de opinión, porque lo tomó de la mano y lo arrastró consigo hasta quedar a solo un par de pasos de la casa, desde ahí Gerard podía sentir el olor a muerte. Las lágrimas quemaban en sus mejillas, no quería ir… no quería…

— No Frank, no… no tenemos que hacer esto, yo lo cuidaré. Prometo que lo cuidaré, no tendrás que hacer nada… por favor, Frank.  El bebé no tiene la culpa —gimoteó alegando piedad, pero nada lograría salvar la vida de su bebé.

Una nueva bofetada junto con un insulto lo hizo callar, Frank ni siquiera tenía palabras de consuelo para él. Frank también creía que después de la primera vez no sería necesario volver a hacerlo, se suponía que le habían quitado lo que fuese que tenía él para hacer bebés. Pero ahí estaban de nuevo.

Maldita naturaleza terca de los Way.

— ¿Ustedes de nuevo por acá? Parece que la cigüeña se empeña en poner sus huevos, eh —bromeó el hombre viejo, de pecho amplio y manos demasiado gruesas como para ser consideradas amables. Trabajaba solo porque no confiaba en nadie, hacía unas tres citas por día, muchos rostros conocidos iban con él, hacía un buen trabajo y no divulgaba nada.

— Y esperamos que sea la última —dijo Frank, entregándole la gran suma de dinero al hombre. Gerard hizo una mueca, a Frank no le gustaba desperdiciar su dinero.

Pero no tenían que hacerlo… podían, podían regresar a casa y fingir que nada había pasado y unos meses después tener a un robusto bebé que alegraría sus días. No tenían que cambiar tanto su estilo de vida, quizá fumar fuera, quitar las drogas de la vista, armar una cuna junto a la cama. Podían ser una familia, no era necesario practicar un aborto. Matar a un inocente… matar a su hijo.

— ¿Podemos ir a casa? —pidió Gerard. Cuando abrió sus ojos los implementos del hombre ya estaban ante él, odiaba esos lapsus en los que parpadeaba y cuando abría los ojos había pasado bastante. Las altas dosis de heroína que Frank le metía comenzaban a hacer estragos en su frágil mente.

— Después de esto iremos a casa, primero tenemos que sacar a este bastardo de ahí dentro antes de que comience a estorbar —dijo Frank, apoyando su espalda contra la puerta de la pequeña salita para sellar la salida, Gerard estrujó sus dedos.

— No es un bastardo, es nuestro bebé… —suspiró Gerard, alzando la mirada hacia él, suplicante. El hombre seguía preparándose en la parte trasera.

— ¿Quién me asegura eso? Bien que te gusta andar moviendo el culo ante mis amigos cuando van a casa —dijo él, alzando sus cejas y cruzando los brazos ante su regazo—. Tú fuiste quien se acostó con ellos, quizá el bastardo sea de ellos.

— Me obligaste… Frank, me vendiste para pagar tus deudas —murmuró Gerard  sin alzar la voz, sabía que si lo hacía le iría peor.

— Pero lo disfrutaste, sino no habrías gemido como la puta que eres —Frank  avanzó hacia él y lo tomó de los brazos cuando el doctor dio la señal.

A costa de forcejeos lo amarraron contra la camilla, Gerard todavía se retorcía, imploraba y lloraba cuando la jeringa se enterró en su brazo y la droga comenzó a llenar su sistema. Sus quejidos pasaron a ser gimoteos y pronto todo se volvió negro.

En sus fantasías caía, caía, caía… todo era negro y cuando estaba por llegar al fondo, entonces comenzaba a ascender. La subida era mucho más veloz, alto, alto, alto… la tierra se veía pequeñísima bajo sus pies y seguía subiendo ¿a dónde iba? Daba igual, era lejos de la tierra, lejos de Frank, lejos del cementerio de bebés… Él cerraba sus ojos al sentir la calma de ese ser inundarlo.

Y entonces abrió los ojos.

 — ¿Gerard? —Frank se aproximó a él. Le costó entornar la mirada pero pronto lo hizo regresó a la realidad. Le dolía todo el cuerpo, especialmente en la zona baja de su abdomen, tenía la boca seca y la cabeza le daba vueltas, parpadeó un par de veces y notó que estaban en casa. ¿Cuánto había dormido?

Eso no importaba, su bebé ya no estaba ahí.

— Descansa… el doctor dijo que te dolería durante unos días, pero pronto estarás como nuevo —sonrío Frank, Gerard lo miró extrañado, ¿Por qué estaba actuando tan gentil con él?

Se acomodó sobre la cama, Frank lo ayudó con la almohada y se acomodó a su lado, con una mano lo abrazó contra sí, acunando la adormecida cabeza de Gerard en su regazo.

— Estuviste dormido casi dos días. Estaba comenzando a asustarme —dijo Frank luego de un rato, Gerard cerró sus párpados, quería volver a aquel mágico lugar de su sueño—. La dosis de anestesia fue demasiado fuerte. Pero al menos ya te sacó a ese bastardo de ahí dentro, tenías casi cuatro meses de embarazo, ¿Cuándo planeabas decirme?

“Nunca…” pensó Gerard. Cuatro meses era mucho tiempo, si tan solo hubiese podido guardar el secreto durante un tiempo más.

— Como sea, ya no está. El doctor me lo mostró. Parecía un alíen, pero tenía pies y dedos diminutos en las manos, incluso tenía orejas —siguió relatando Frank, sin notar que cada palabra quebraba más el frágil y desgraciado corazón del hombre a su lado—. Hubiese sido jodido tenerlo y lo sabes. Eres adicto a esto, tendríamos a un niño tonto, enfermizo y posiblemente moriría joven. Hice esto para que no sufrieras Gerard, porque te amo.

Gerard asintió, sin creerse una sola palabra. ¿Cómo algo que tenía por medio el arrebatar la vida a una personita podía ser un acto de amor? No era justo… era su bebé, él quería tener a su bebé, no era justo…

— La vida no es justa —murmuró Frank, como si pudiera escuchar sus pensamientos, Gerard se estremeció. Las lágrimas volvieron a mojar sus mejillas y se giró para esconder el rostro. Se sentía sucio, completamente roto y dudaba poder recuperarse de ese horrible dolor.

No notó cuando Frank lo abandonó en la cama pero si vio cuando se aproximó por el costado contrario, traía consigo una jeringa y un trocito de algodón, Gerard hizo una mueca de dolor. Sabía que significaba eso.

— Déjame ponerte esto para que te calmes… ambos sabemos que te gusta así que no te resistas —dijo Frank, Gerard estiró su brazo, de nada valía oponerse, terminaría siendo drogado de todas formas.

Sintió el líquido irrumpir en su sistema y un par de minutos después su mente se mudaba a ese lugar seguro al interior de su cabeza. Todo parecía estar lejos, el dolor, las lágrimas e incluso las acciones de Frank.

Parpadeó.

Frank estaba sobre él, despojándolo con una calma infinita de cada una de sus ropas, observando con ojos ávidos cada detalle del cuerpo  expuesto ante sus ojos.

Parpadeó.

Sentía el abrazo caliente de su pareja, los besos recorrían como babosas su cuello y dejaban un rastro caliente sobre su piel lastimada, bajó a su pecho y luego regresó a sus labios.

Parpadeó.

Su interior estaba siendo invadido sin piedad, penetrándolo hasta que jadeos de dolor comenzaron a brotar de sus labios, se removió sobre sí mismo, pero Frank lo tenía a su merced, como siempre. 

Cerró sus ojos.

— Te amo Gerard, y lo sabes —dijo Frank, robando otro beso de sus labios.

Gerard respondió un “Lo sé, también te amo”, cuando los labios de su pareja abandonaron los propios, enterró sus dedos en la cama y deseó que la heroína siguiera haciendo efecto en su cuerpo, si no disfrutaba  Frank se enojaría y lo golpearía. Gerard no era bueno fingiendo gemidos de placer cuando estaba todo adolorido, pero de todos modos lo hacía.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top