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Dos semanas y media después

Casa de Ander

El abogado llegó a su casa mucho antes del horario que siempre solía llegar y Nayra se sorprendió de verlo allí. La cara que tenía no era muy buena.

―¿Todo bien? ―preguntó preocupada.

―Siento que me estalla la cabeza —respondió decaído.

―No tienes buena cara.

―¿No me digas? ―su tono sarcástico relució de nuevo y ella revoleó los ojos sin decirle algo―. Me iré a recostar un rato.

―De acuerdo.

La muchacha dejó que durmiera unas horas mientras que la niña y ella jugaban un ratito juntas. Le dio su biberón para que pudiera hacer su siesta de todos los días y ella continuaba con el bordado en cinta.

Por la noche fue al dormitorio de él y golpeó la puerta, como no lo escuchó hablar, abrió de a poco y despacio la puerta. La habitación estaba a oscuras y un enorme bulto largo estaba acostado de lado dentro de la cama, las cortinas estaban a un lado y el gran ventanal daba la iluminación perfecta al cuarto. Tragó saliva con dificultad, estaba nerviosa pero se armó de valor en terminar por entrar y ver si necesitaba algo pero sobre todo si se encontraba bien.

Se quedó a medio camino cuando vio que se movía y quedaba boca arriba. Para la joven fue un alivio eso porque iría a tener mejor acceso al cuello que si estaba de costado. Se puso al lado de la cama y acercó su mano debajo de la barbilla. Ander la sujetó de inmediato de la muñeca y abrió los ojos observándola con atención.

―¿Qué haces? ―formuló con sequedad.

―Golpeé a la puerta, no me contestaste y quería saber cómo seguías. Estás hirviendo. ¿Tienes un termómetro?

―En el baño ―entrecerró los ojos observando en la penumbra sus expresiones―. Dentro del primer cajón del vanitory.

Nayra fue enseguida a revisar el lugar que le había dicho y encontró la cajita con el termómetro, al regresar, encendió la lámpara de la mesa de noche y él cerró los ojos apretándolos.

―Lo siento, tengo que ver bien a qué temperatura está para poder usarlo.

Le dio un par de sacudidas y él le dijo que lo pusiera debajo de su axila.

―Sí, no creo que lo quisieras en el trasero, ya tienes un palo con lo estrecho que eres.

Ander no le dijo nada pero la mató con la mirada.

―A ver si te ríes un poco ―le dio unas palmaditas en la mejilla.

―¿Te das cuenta que... lo estás haciendo solo porque yo estoy en cama? Porque si me sentiría bien, tú no te atreverías a tocarme así.

―Fíjate si está bien ubicado ―le dijo para que bajara el brazo y lo sostenga un rato mientras él le asentía con la cabeza y cerraba de nuevo los ojos.

Nayra quedó de brazos cruzados y de pie esperando un poco para poder saber cuánto tenía de fiebre. Se quedó mirando la luna y él terminó por abrir los ojos, se la quedó observando con fijeza como un tontuelo. Creyó que era producto del delirio febril que tenía que se sentía de una forma extraña cuando la miraba y no quiso darle tanta importancia.

La joven se inclinó para quitarle el termómetro y miró dónde estaba la rayita negra.

―39, es demasiada temperatura.

―¿Dónde está la bebé?

―Ya la puse a dormir en su cuna. Te prepararé una sopa y veré qué te doy para que te baje la fiebre.

―Dentro del cajón de la mesita hay algunos medicamentos, fíjate.

La joven abrió el cajón encontrándose de frente con una cajita de preservativos quedándose ruborizada por completo y luego con un dedo los echó a un costado para revolver lo que necesitaba.

―¿Tienes sexo? ―preguntó con curiosidad.

Ander abrió más los ojos tratando de entender lo que le había cuestionado y luego rio casi a carcajadas.

―Esos preservativos deben ser viejos.

―Como tú, ¿no?

―No soy ningún viejo.

―Ay perdón, le toqué la hombría del ego macho alfa al señor Aritzmendi ―expresó con sarcasmo en su voz―. Los encontré. En un rato vuelvo.

Volvió a apagarle la lámpara y salió de la habitación.

Cuarenta y cinco minutos después le trajo en una bandeja un cuenco con sopa caliente, un vaso con zumo de naranjas, otro vaso con agua, el medicamento, una cuchara y la servilleta de tela. Encendió la luz de nuevo y él abrió de a poco los ojos.

Nayra debía reconocer que Ander era un hombre atractivo y que cada vez que la miraba con aquellos ojos azules sentía que la atravesaba.

―Sopa ―acotó dejando la bandeja sobre la cómoda.

Lo ayudó a sentarse y le puso la almohada de al lado y un par de cojines detrás de su espalda.

―¿Estás cómodo así?

―Sí, gracias.

Recargó su cuerpo contra las almohadas y ella le dejó la bandeja en el regazo. Abrió la servilleta y se la acomodó sobre su pecho para no mancharle la camiseta blanca. De a poco fue alimentándolo sin que ninguno de los dos se dijera algo. La tensión se fue palpando de a segundos y las miradas furtivas iban y venían también. Ander estaba febril y continuaba pensando que era producto de su posible estado gripal. No podía dejar de mirarla y debía poner todo su control para mantenerse a raya con ella.

―¿Jugo? —le ofreció.

―Por favor.

Acercó el borde del vaso entre sus labios y con su ayuda también fue bebiendo de a sorbos. Dejó el vaso sobre la bandeja y continuó alimentándolo.

―Te estás portando realmente bien, pantera. Me da gusto verte así de inofensivo ―casi se ríe.

―Esto solo me durará un par de días...

Dejó la frase en el aire para que supiera que en cuanto se repusiera podría pasar cualquier cosa.

―Tómate la pastilla, te sentirás mejor en unas horas.

Él abrió la boca y le puso la píldora sobre la lengua, por inercia la yema de su dedo rozó la aspereza y humedad de la lengua masculina, y los ojos de Nayra se clavaron en los suyos. Bebió un poco de agua y lo dejó en la bandeja otra vez. Terminó de darle lo último que le quedaba de la sopa y se bebió el zumo de naranjas. Cuando dejó la bandeja, fue él quien trató de sacarse los cojines de la espalda.

―Yo te ayudo, no te preocupes.

Sin darse cuenta le acarició la áspera mejilla y le deseó las buenas noches. Apagó la luz y salió del cuarto para que descansara.

En la madrugada Nayra se levantó para prepararle la leche a Agnes y ver si necesitaba un cambio de pañal. Hizo todo en silencio y sin ruidos por miedo a despertar a Ander, cuando dejó a la bebé en la cuna de nuevo después de hacerle el provecho, empezó a escuchar una campanita que provenía de la habitación del fondo, donde se encontraba el abogado.

Se irritó cuando escuchó un segundo campaneo y se dirigió hacia allí para preguntarle si necesitaba algo.

―¿Qué se te ofrece?

―Tengo hambre.

―¿Te sientes mejor? ―inquirió acercándose a él y tocando su frente―. Algo me dice que un poco la fiebre te deja delirar porque no paras con ese sonidito del tintintintintin.

Ander se carcajeó y ella le tapó la boca por miedo a que su hija se despertara.

―¿Puedes dejar de reírte? Acaba de dormirse Agnes ―respondió enojada y frunciendo el ceño―. Deja que te mida la temperatura.

―¿Me prepararás algo para comer después?

―Sí, tranquilo que tengo dos manos. Ya pronto te llegará la comida.

Esperó un rato mientras él se mantenía con los ojos cerrados y en silencio. Apenas lo sacó lo miró.

―Es imposible ―abrió más los ojos quedándose atónita―, no puedes tener 39.5, podrías tener una convulsión.

Dejó el termómetro dentro de la cajita y sobre la mesita de noche.

―¿Ander? ¿Ander? ―le palmeó la mejilla―, debes hacerte un baño de inmersión, ¿me escuchaste?

Como supo que no le iba a responder, preparó todo lo más rápido que pudo. Al cabo de unos minutos, intentó despertarlo de nuevo.

―¿Qué pasa?

―Hay que sacarte la camiseta para bañarte así te baja la fiebre. Tienes 39.5, ¿sabes? No puedes tener ese número.

Apretó la boca cuando ni siquiera le respondió. Fue al baño a buscar dentro del cajón del vanitory una tijera y se encaminó de nuevo hacia él para cortarle la camiseta. Se despertó de inmediato cuando sintió que lo destapaba.

―¿Qué haces? —cuestionó sorprendido.

—¿Cortándote la camiseta para que te despiertes y vayamos a la bañera? ―manifestó con sarcasmo.

―¿Acaso pretendes ultrajarme? ―su pregunta fue con humor y él solo se carcajeó―, y no vas a cortar la tela ―habló con seriedad.

―Lo haré porque no pones de tu parte para sacarte la camiseta e ir al baño. Así que no te pongas difícil y no comiences a hacer berrinches como un niño pequeño ―contestó enojada.

―¿Qué me harás si no pongo de mi parte? ―la desafió aún cuando ni siquiera podía moverse.

Solo le pegó un sopapo.

―¿Entendiste? ―cuestionó con burla―, ¿o te doy otra del otro lado?

Él apretó los labios y su mandíbula. Dejó que cortara la tela por delante y luego le sacó la camiseta por los brazos.

―Tranquilito que no pasa nada, abogadito.

A regañadientes se sentó con los pies en el piso y con la ayuda de Nayra se levantó apoyándose en los hombros de la joven y ella abrazándolo por la cintura.

Caminaron zigzagueando los pasos hasta el baño y lo ayudó a meterse en la bañera.

―Está congelada.

―Es tibia, no te quejes.

Sujetándolo de los hombros y agarrando una esponja para sumergirla en el agua, le mojó la cabeza y las mejillas también.

―¿Te duele la garganta?

Él abrió de a poco los ojos.

―No ―le susurró.

―¿Qué sientes?

―Todo me da vueltas y tengo unas náuseas terribles.

―¿No las tenías antes?

―Sí, la cabeza me dolía pero no el estómago.

―¿Qué comiste?

―Lo último que comí afuera, fue que un cliente me dio algo para que pruebe.

―No deberías comer cosas que te ofrecen los clientes, por lo menos no de los nuevos.

―Y justamente este cliente era nuevo, y para no quedar mal con él, me comí lo que me ofreció con pescado.

―¿Dónde comiste algo así? ―interrogó frunciendo el ceño con intriga―. Porque no te estoy entendiendo.

―En su casa, acordé en ir a su casa.

―Un golpe te daría —habló irritada—. Si no es la garganta bien debes tener una intoxicación por pescado mal cocido.

―Ni lo hubiera imaginado.

―Qué raro, algo que se le escapa al implacable abogado.

Lo que le hizo él a continuación, Nayra creyó que se lo había hecho a propósito porque le vomitó encima de su bata de tela de algodón.

―Ugghhh ―dijo con asquerosidad.

―Lo siento ―respondió muy apenado y casi con los ojos llorosos―. Me estaba sintiendo realmente mal.

―No te preocupes y no tienes porqué ponerte así Ander ―comentó tranquilizándolo y mojando su cara―. ¿Te sientes mejor?

―Sí, bastante mejor.

―Entonces de a poco te irás recomponiendo ―le regaló una sonrisa.

―Nayra de verdad discúlpame ―dijo incómodo.

―Ya, tranquilo. ¿Puedes quedarte unos minutos solo? Iré a sacarme la bata y vengo a buscarte para meterte de nuevo a la cama.

―De acuerdo ―asintió con la cabeza también.

Varios minutos después apareció con un camisón amplio que no se notaba ni una mínima curva de su cuerpo pero Ander no podía pensar con claridad al verla así, la imaginaba de mil maneras debajo de ese ancho camisón.

―¿Te ayudo?

―Creo que puedo, deja que lo intente y sino me ayudas.

―Está bien, esperaré en el cuarto.

Ander trató de pararse en la bañera y lo consiguió. Aprovechó en cepillarse los dientes y enjuagarse la boca con el vómito que se había echado encima de Nayra. Se dio cuenta que le debía un conjunto de camisón y bata.

―Nayra... me siento mejor, si quieres puedes irte a dormir. No te preocupes ―emitió desde el baño y ella se quedó un poco cortada ante su actitud.

—Bueno, si te sientes un poco mejor ahora, me iré a dormir. Buenas noches. Descansa.

—Gracias, buenas noches para ti también.

Cuando escuchó la puerta cerrarse, él suspiró de alivio y salió del sanitario para ponerse un bóxer seco y entró a la cama de nuevo intentando dormir un poco más. Durante lo que quedaba de la madrugada creyó que otra vez comenzaba a estar febril.

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