🌚 6 🌻
W Walnut, Chicago, Illinous
Oriole Restaurante
Nayra se encontró con Rebecca en la entrada del restaurante y la joven la abrazó dándole un beso en la mejilla estando muy contenta de haberla conocido en persona al fin.
―¡Eres hermosa! ―dijo con alegría la americana.
―Muchas gracias, tú también eres muy bonita. ―Sonrió cuando se lo comentó.
―Gracias ―contestó y se inclinó para saludar a Agnes―, ¿entramos? Hice reserva.
―Sí, claro.
A medida que pasaban los minutos y las chicas ordenaron sus platos y bebidas, la conversación entre ellas era divertida y agradable.
―Jamás estuve tanto tiempo con una casi desconocida hablando así como ahora ―expresó con sinceridad Rebecca.
―Me alegro, me pasa lo mismo ―sonrió Nayra diciéndole la verdad también.
―¿Tienes amigas en tu país?
―No, ¿y tú?
―Sí, tengo dos amigas más pero cada una hace lo suyo y muchas veces tenemos encontronazos. Casi lo típico de siempre, envidias, habladurías y esas cosas.
―Entiendo. Pero cuando la envidia está en el medio no es amistad entonces.
―Tienes razón ―afirmó Rebecca―. Estas amigas son más de las apariencias, querer quedar bien con todos, mostrarse ante los demás y yo no acostumbro a ser así. No me nace ser así como ellas.
―Pero entonces lo más lógico sería empezar a alejarte de a poco, no de manera brusca porque puede que lo sospechen, pero si no te sientes cómoda con ellas y sabes que sientes que no te entienden, no estés por compromiso.
―Me hubiera gustado conocerte antes, tienes una manera de pensar que me encanta.
―Gracias ―sonrió y el mozo les dejó sus platos.
La conversación continuó hasta el punto en que Nayra sintió la sensación de hormigueo por toda su espalda.
―¿Te encuentras bien?
―Sí, pero de repente sentí frío.
Los pasos firmes de un hombre se escucharon cada vez más cerca de ellas hasta que se quedó frente a la mesa.
―Buenas tardes, señoritas.
―Ander, qué bueno verte por aquí. ¿Qué haces? ―preguntó la mujer levantándose y saludándolo con un beso en la mejilla.
―Vine a hacer mi acto de presencia ―arqueó una ceja y clavó la mirada azul en la joven que estaba sentada―. El cliente insistió para almorzar aquí ―levantó la vista para Rebecca―, pero hubiera preferido otro lugar ―volvió a mirar a Nayra.
―Hasta que apareció La Pantera de Chicago ―rio por lo bajo la chica morena.
A la argentina le llamó demasiado la atención el apodo que le había dicho Rebecca pero se mantuvo callada.
―Iré a la mesa con el cliente. Buen provecho a las dos y salúdame a tus padres de mi parte.
―Te lo agradezco, serán dados.
Al tiempo que la americana se sentaba de nuevo en su silla, Ander y Nayra se miraron con fijeza y él se dio media vuelta para alejarse de allí.
―¿Por qué lo llamaste La Pantera? ―la curiosidad la mataba.
―¿Acaso no lo sabes?
―¿Qué debería saber? ―formuló intrigada y frunciendo el ceño.
―Nena... que tu hermano parece que ni te contó quién es en verdad Ander Aritzmendi ―emitió con un cantito.
―Solo me dijo que era un gran abogado.
―El mejor de todo Chicago. Por tal motivo lo comenzaron a apodar desde hace años La Pantera de Chicago, es implacable y audaz como lo es la pantera.
«Madre mía... este se levanta torcido y te come. Como esta mañana», pensó Nayra.
―No pensé que tuviera tan buena reputación.
―Nadie lo supera. Incluso superó a su padre, ya sabes... el alumno terminó superando al maestro.
―Sí, entiendo.
Todo lo que duró el almuerzo fue una incomodidad terrible porque se sintió observada en todo momento por él. Ya antes de salir del restaurante y acomodando el plástico transparente del carrito de Agnes para cubrirla del viento, se irguió y sus ojos fueron a la mesa donde estaba Ander, quien la miró de lejos también. Se giró en sus talones y caminó hacia la salida.
―¿Qué quieres hacer? ¿Caminamos un poco o tienes que volver?
―Podemos caminar si quieres. No conozco nada de la ciudad. Solo fui al supermercado y a algunas tiendas de bebés a principio de mes.
―Te encantará, si te gusta ir de compras como a mí, nos llevaremos bien también ―rio a carcajadas y la agarró del brazo para continuar caminando junto con Agnes que dormía en el carrito.
Toda la tarde se la pasaron fuera de la casa mirando vidrieras y comprándole algunas ropitas a la bebé.
🌚🌚🌚
Casa de Ander
Cuando Rebecca la dejó en la casa le dijo que la había pasado muy bien. Nayra entró con la llave que tenía y metió primero el carrito, y luego entró ella. En el ambiente se respiraba tensión. Apenas cerró la puerta de entrada y fijó la vista hacia adelante la silueta de un alto hombre caminaba por el pasillo hacia la sala. Sentía que la iba a comer cruda.
―Hola ―su voz sonó un poco nerviosa.
La situación en la que se encontraba la hacía sentir un tanto extraña, pero debía calmarse porque no era su exnovio y nada malo iba a pasar.
―¿Cómo les fue?
―Bien ―respondió un tanto cortada―. Rebecca es muy agradable.
―¿Compraste ropa para la niña? Tiene demasiada.
―Me gustaron, aparte cada semana crece y lo que le iba ayer, hoy le aprieta.
―En eso tienes razón.
―Prepararé para cenar, perdón por llegar tan tarde ―le dijo queriendo justificarse de alguna manera.
Él frunció el ceño ante la actitud de disculpas de ella.
―No tienes que pedirme perdón, no has hecho nada malo. Y tampoco estás obligada a cocinar todos los días, comeremos lo de anoche.
―¿Te parece?
―Sí, me parece —asintió con la cabeza también.
―Bueno, en ese caso dejaré las cosas y le daré un baño a la bebé para tenerla lista después cuando duerma.
―Okey. Mientras tanto pondré la comida a calentarse.
En la cena, él le ofreció de nuevo un poco de vino.
―No, gracias. No quiero volver a dormir hasta tan tarde. No estoy acostumbrada.
―¿Acaso tienes miedo? ―cuestionó con burla.
―Sí, a que me ladres de nuevo como lo hiciste esta mañana.
―Mis disculpas señorita Suárez. El bruto de mí interfirió en su sueño ―su tonito fue burlón.
―Gracioso, doctor Aritzmendi.
Pronto terminaron de comer y como la noche anterior, él acomodó todo y ella junto con la bebé se retiraron a dormir.
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