Saint - Sombras

Me despierto con las primeras luces del alba, no recuerdo cuando fue que dormí una noche completa, sin pesadillas ni interrupciones. Abro los ojos y recorro la habitación en busca de mi conquista de anoche, pero no está en ninguna parte. Finalmente me fijo en la mesa de la cocina y ahí encuentro una nota de su puño y letra:

"Tengo que trabajar temprano y no he querido despertarte. Sé que sonará patético, pero me importa un pimiento, he pasado una noche espectacular y me gustaría que se repitiera. Por favor llámame"

Tuyo, Zee.

Detrás su número personal y su email.

Nada me gustaría más que repetir la sensación de loca intimidad que viví anoche, pero sé que es una ilusión, una muy bonita y excitante, pero ilusión al fin y al cabo.

Abro el portátil para escribirle un email de disculpa y dejar que vuelen con el viento, todas sus ilusiones. Pero un mensaje de mi padre, marcado como urgente me distrae de mi cometido.

Un nuevo encargo, esta vez en Nueva York. El expediente del nuevo caso es espeluznante, un pederasta que ha secuestrado a diez menores, y abusado de ellos campa a sus anchas por Manhattan. La policía no ha podido conectarlo con los videos hallados en la Deep Web, pero lo tienen vigilado. Mi padre ha indagado por su cuenta y ha confirmado lo que la policía ya sabe, es culpable.

En una carpeta aparte, están sus datos personales, dirección, email y teléfono privado. También tengo un resumen de sus rutinas diarias y los puntos débiles en la seguridad de su casa.

Paso el resto de la mañana planeando cuidadosamente mi plan, y reservo para esta misma tarde un vuelo a Nueva York.

La paz y el sosiego que Zee me proporcionó anoche, se ha esfumado tan rápido, como mi intención de dejar de hacer este trabajo de mierda. Las fotos, los videos y todas las evidencias que aparecen en mi portátil, no me permiten desinhibirme, no puedo dejarlos a su suerte.

Meto en una maleta lo necesario para el viaje, tengo ropa de sobra en mi piso de Manhattan. Llamo a un taxi para ir hasta el aeropuerto, pero antes de irme repaso con la mirada cada sitio, donde anoche me hicieron el amor. Quizá suene demasiado dramático, pero jamás había sentido que el sexo fuese algo más que una manera de dejar salir mi estrés. Pero Zee, con sus caricias, con sus mejillas sonrojadas pidiéndome quedarse a dormir, y sus piernas alrededor de mí, ha abierto una rendija en mi oscuro corazón.

Cierro los ojos y la mente a cada sensación que pude haber tenido y me concentro en lo que tengo que hacer, no puedo distraerme o esto puede acabar muy mal para mí.

El vuelo se desarrolla con normalidad, y cuando piso la Gran Manzana en pleno diciembre, maldigo por lo bajo el maldito frío que se cuela por el abrigo de lana que llevo. Mi atuendo no es nada fuera de lo normal, abrigo oscuro sobre un traje negro del montón. Nada que me haga especialmente llamativo, tapo los tatuajes de mi cuello con una bufanda, igualmente insulsa y entro en el edificio de oficinas donde trabaja mi próximo objetivo.

John Talbot, socio senior de Henry & Talbot abogados. Treinta y ocho años, casado, sin hijos. Un apartamento en Park Avenue y una casa en Los Hamptons. Sus peripecias empezaron cuando apenas era un adolescente, pero es jodidamente listo y escurridizo. El FBI lo tiene fichado y la policía de Nueva York, también. Pero ellos trabajan regidos por un reglamento, por unas leyes que entorpecen la detención de este tipo de sujetos. Y ahí es cuando entro yo en escena.

Una vez corroborado el objetivo, mi padre se encarga de estudiarlo a fondo, y cuando está listo para el siguiente paso, me pasa el testigo. Soy el brazo ejecutor, el que imparte la justicia que otros no pueden o no quieren impartir.

Subo en el ascensor sin que nadie se cruce en mi camino. No es de extrañar, es la hora de la comida y la mayoría de los empleados aprovechan para salir del edificio. Sé que mi hombre sigue en su despacho, su pasante de apenas dieciocho años, pero con cara de niño de doce, es su siguiente presa. He interceptado varios emails del pasante quejándose a sus superiores por conducta inapropiada, pero todas fueron archivadas sin repercusiones para Talbot.

Bien, pues eso va a cambiar drásticamente desde hoy. He revisado la agenda de ambos y sé que están en el edificio. Piso trece, despacho número uno, el primero de la izquierda desde que sales del ascensor. No hay vigilantes en esa planta y las cámaras de seguridad solo cubren los pasillos y la sala de conferencias.

Cuando el ascensor se abre en el piso trece, recorro con paso firme los treinta metros que me separan del despacho de Talbot. Dentro se escucha una discusión y un pequeño gemido ahogado. Sin más dilación abro la puerta y la estampa que me recibe me desestabiliza por un segundo. El chico joven tiene un hematoma en la cara y Talbot lo tiene acorralado entre su escritorio y la pared del fondo. Puedo ver en sus ojos el terror propio del que se sabe perdido y después el evidente alivio por mi interrupción.

—Lárgate, ve a comer fuera y olvídate que has estado en este despacho— le digo al chico y él no tarda ni un segundo en correr a la salida sin mirar atrás.

— ¿Quién coño eres?— me pregunta el bastardo, sin saber realmente lo que le espera.

—Soy tu peor pesadilla, la parca que ha llamado a tu puerta para hacerte pagar por tus pecados— le suelto con mi voz más fría.

Por una fracción de segundo Talbot se paraliza por mis palabras, pero no tarda mucho en levantar su barbilla, como el idiota engreído que es. Se siente intocable, casi invencible. Ha hecho todo lo que ha deseado hacer durante años y siempre se ha salido con la suya. Pues bien, su suerte ha cambiado radicalmente hoy.

Recorro el espacio que queda entre nosotros y con la culata de mi arma lo dejo noqueado. Talbot se tambalea hasta que cae sobre el sofá de cuero negro de su despacho.

Las vistas desde este piso son impresionantes. La ciudad se ve hermosa desde aquí, tan lejana y a la vez tan cerca. Las ventanas de los pisos superiores no pueden abrirse por cuestiones de seguridad, pero creo que esta vez voy a hacerlo posible.

Corto con un láser parte del ventanal principal, lo justo para que pueda pasar un cuerpo y me acerco a Talbot que empieza a volver en sí.

Tapo su boca con cinta e inmovilizo sus brazos con unas bridas. Después saco una carta del puño y letra de Talbot. Es muy útil tener en el equipo a alguien con la habilidad de copiar casi cualquier letra del mundo.

Paso la carta por sus manos, cerciorándome que sus huellas quedan impresas en ella y la pongo sobre el teclado de su ordenador.

Nuestro hombre se despierta poco a poco de su estupor y empieza a forcejear para desatarse. No puedo dejar que se marque muchos las muñecas, no quiero que un forense concienzudo descubra que esto no ha sido un suicidio por remordimientos.

Saco el arma y apunto a su cabeza, inmediatamente se queda paralizado, nunca falla. Después de la fase de intentar escapar, empieza la parte en la que quieren negociar. Como si alguno de ellos tuviese algo que yo quisiera. Talbot me señala con su cabeza que quiere hablar, y yo sigo el protocolo, ya es algo tan rutinario como lavarme los dientes.

—Te daré lo que quieras, tengo mucho dinero e influencias, te haré un hombre rico— me ofrece después de quitarle la mordaza, no es nada original.

—Vamos a ver Talbot, te voy a contar lo que va a pasar aquí. Tú como hombre con conciencia vas a saltar desde la ventana de tu despacho, porque no puedes vivir por más tiempo con los crímenes que has cometido. Crímenes que detallas en la carta que has dejado sobre tu escritorio— le cuento tranquilamente.

—Estás loco, jamás saltaré— me dice altivamente.

—Bien, yo te he dado la oportunidad de comportarte como un hombre y asumir las consecuencias de tus actos, pero si no me queda más remedio...— le digo volviendo a poner la mordaza en su boca.

El maldito bastardo se resiste, no deja de removerse y así no hay manera de manejar el asunto. Así que saco la pistola y apunto a su sien sin pestañear. Después lo pongo de pie y lo guio hasta la ventana, él me mira con ojos desorbitados y sé que está suplicando cuando sus ojos se llenan de lágrimas y el frente de su pantalón se moja por completo.

—Supongo que esperas que yo tenga la compasión que tú no tuviste con tus víctimas, pero desde ya te digo que no vas a tener suerte con eso, yo no tengo compasión con los cerdos como tú— le explico.

Después y sin darle tiempo a reaccionar corto las bridas de sus manos y le quito la mordaza de la boca. Acto seguido, de un fuerte empujón lo lanzo por la ventana sin ninguna duda. Mi pulso es firme y mi mente está despejada en todo momento, esto es lo justo, cada uno de ellos debe pagar por sus pecados.

El grito agónico de Talbot llega hasta mis oídos mientras salgo al despacho contiguo al de ese desgraciado. Se aseguró de tener una puerta que conectara su despacho con el de su pasante. Después de entrar en él me quito el abrigo y le doy la vuelta, por ese lado es de color marrón, la bufanda también es reversible, así que la convierto en una blanca y sin mirar atrás atravieso las puertas laterales que dan a la zona donde el resto de administrativos trabajan.

Llego a la recepción y pregunto por el señor Henry. La chica, que está tras el mostrador, me mira sin prestarme atención y me dice que el señor Henry está con un cliente y que tardará dos horas en regresar. Y aunque tengo esa información, finjo contrariedad y le digo que volveré en otro momento.

Entonces empiezan a oírse los gritos y las sirenas de la ambulancia que recorre la ciudad hasta este edificio. Una chica rubia muy alterada, nos trae la noticia, el señor Talbot ha saltado al vacío y se ha estrellado contra el asfalto.

Un torbellino de gente comienza a llegar y los rumores estallan a mí alrededor. Sin mirar atrás camino hasta el ascensor y una vez en la calle giro la esquina y me subo al primer taxi que encuentro. Mi trabajo aquí ha terminado.

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