Saint - Amor

Han pasado dos semanas desde mi último encargo y desde mi noche con Zee. Ahora que estoy de vuelta en Tailandia, tengo la necesidad de llamarlo. Paseo la nota que me dejó por mis dedos, sin decidirme a contactar con él. ¿Tan grave sería que lo llamara? ¿Es un pecado tan grande el querer olvidarme por un momento de todo? Decido que no lo es y marco su teléfono.

— ¿Hola? — me contesta al tercer timbrazo.

—Hola, Zee. Soy Saint— le contesto antes de arrepentirme de esto.

—Saint, hola. Me alegro de que me llames— me dice algo cortado.

—Pareces sorprendido— le respondo tumbándome en el sofá.

—Han pasado dos semanas, pensé que no querías volver a verme, así que sí, estoy sorprendido. Gratamente sorprendido— me dice recalcando las últimas palabras.

Me hace gracia su entusiasmo por querer dejarme claro que está contento con mi llamada.

—Me preguntaba si te apetecería venir a casa y ver el partido de esta noche, podemos pedir pizza, te tocaría traer la cerveza, claro— le ofrezco.

—Ese plan es mucho mejor del que tenía pensado— me dice con una sonrisa atravesando su voz.

—No quiero ser indiscreto, pero ¿puedo saber qué plan era ese?— le pregunto curioso.

—Ir a la despedida de soltero de un amigo y encontrar a alguien sexy con quien pasar la noche— me responde sinceramente.

No sé por qué ese dato me daña el corazón. Zee y yo solo hemos tenido una noche, corta y excitante, pero nada más. No tengo derecho a sentirme celoso, pero lo estoy y eso me desconcierta.

—No quisiera ser yo quién se interpusiera entre tú y un culo cualquiera— le respondo un poco más tosco de lo que pretendía.

— ¿Saint?

— ¡¿Qué?!

—No quiero pasar la noche con nadie, solo contigo, pero me has dejado en la oscuridad dos semanas, ¿esperabas que te guardara fidelidad eterna? — me pregunta divirtiéndose con mis celos estúpidos.

—Claro que no, tú y yo no somos nada. Así que no te sientas obligado a venir esta noche— le digo seriamente.

—Estaré ahí a las ocho, ¿está bien?— me pregunta.

—Está bien, te veo a las ocho y Zee...

— ¿Sí?

—Será mejor que traigas suficiente alcohol, porque nos hará falta para lo que tengo planeado hacerte— le espeto e inmediatamente cuelgo el teléfono.

Zee llega puntualmente a las ocho, cargando una caja de cerveza fría. Ni siquiera lo he dejado darme las buenas noches, en cuanto lo he visto me he lanzado hacia su boca sin poder evitarlo.

Quiero que olvide la idea de buscar esto que yo puedo darle en otro sitio. Necesito que sea mío, aunque sea por un momento, aunque sea una bonita ilusión, ahora en este lugar quiero sentirme normal.

El beso se torna agresivo por momentos, pero a Zee no parece importarle, porque abre su boca y me devora con la misma intensidad que yo lo hago.

Lo siento en el sofá y me deshago de la poca ropa, que a estas alturas aún le queda puesta. Me arrodillo frente a su preciosa y larga polla, deleitándome con su grosor. Es precioso en todos los aspectos, no creo que tenga ningún problema con llenar su cama de hombres y mujeres por igual. Pero ahora está aquí, conmigo, ha elegido estar aquí por encima de otras cosas.

Saco mi lengua a pasear y me deleito con el sabor de su semen en mi boca. Ruedo mis labios hasta que su polla está alojada en lo más profundo de mi garganta. Oigo como Zee ruega bajito por un poco más. Y vaya si esta noche no estoy de ánimo para darle mucho, todo lo que tengo.

Abro un poco más sus piernas, chupo sus pelotas y acaricio con mi lengua un camino por su perineo hasta su entrada. Un grito desesperado llena el cuarto, y se clava en mis oídos, como un mantra.

—Ven— le pido dejando lo que estoy haciendo entre sus piernas.

Le tomo la mano y lo llevo hasta el dormitorio, es ahí donde quiero tenerlo, en mi cama. Quiero recordar esta noche cada vez que me acueste en ella.

Zee se acuesta de espaldas y abre sus piernas en una clara invitación. Y no soy de los que se hacen de rogar. Agarro el lubricante y un condón de la mesilla y lo ruedo por mi erección que late desesperada. Mis dedos mojados y resbaladizos aterrizan en la entrada estrecha y rosada de Zee. Acerco mi boca a la suya y enrosco mi lengua en la suya mientras lo preparo debidamente. Por cómo su culo atrapa mis dedos, hace mucho que no hace esto.

—Estás muy apretado. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste esto? — le pregunto.

—No lo he hecho nunca— me dice sin dejar de mirarme.

— ¿Qué?

—Es la primera vez que dejo que me hagan esto— me recalca.

Dejo lo que estoy haciendo y lo miro con fijación. No me puedo creer que me esté dejando hacerle algo con lo que no se siente cómodo.

— ¿Por qué paras? — me pregunta extrañado.

—Lo siento, no sabía que no te gustaba, perdóname— le digo.

—Saint, hasta hace poco me he negado a mí mismo, mi familia es muy conservadora y no ha sido fácil salir del armario. Desde que soy abiertamente gay, no he tenido relaciones duraderas, por eso nunca he hecho esto. Pero estoy perfectamente bien, si eres tú el que lo hace, de verdad, sigue— me pide.

Después coge mi mano y la dirige a su entrada, introduce dos de mis dedos en él y suspira de placer. Quiero hacer esto bueno para él, quiero que lo recuerde con cariño, no sé por qué se vuelve primordial para mí hacerle saber que me importa, que de verdad me gusta.

Mi polla está tan dura que me duele, pero aplasto la sensación y sigo preparándolo con cuidado. Sus gemidos son tan sensuales que me tiene flotando en una nube. Entonces toco su próstata y Zee arquea su espalda por la sensación.

— ¡Joder! No me puedo creer lo que me estaba perdiendo— me dice jadeando.

Me alineo contra su agujero y estiro mi cuerpo para tener su cara bajo la mía.

—No sabes lo que me gusta que hayas esperado, quiero darte tu primera vez, quiero que lo disfrutes— le susurro en el oído mientras me empujo suavemente en su interior.

Las paredes internas de su culo me atrapan con fuerza. Acaricio su erección para distraerlo del dolor y beso todo el camino hasta su boca hambrienta y me sumerjo por completo en él.

Espero un momento para que se adapte y después empiezo a mecerme con cuidado. Sus dedos me arañan la espalda, y después de un rato enreda sus piernas en mi cintura y tira de mí hacia abajo para tener más contacto.

— ¡Dios mío! No aguanto más, por favor, es demasiado— me suplica por su liberación y yo se la voy a dar.

Me arrodillo entre sus fuertes piernas, las doblo por las rodillas y lo abro para mí. Empiezo a moverme en serio, golpeando su próstata con cada estocada, mientras mi mano lo masturba con fuerza. Zee ha perdido el norte, porque cuando su orgasmo arrasa con él, palabras inconexas salen de su boca, mientras su espalda deja el colchón, arqueándose por la fuerza de su placer.

Soy testigo mudo de ese jodido espectáculo, y después de dos empujones contra su estrecho agujero, estoy gritando su nombre y corriéndome con fuerza en su interior.

Me desmayo sobre el cuerpo fuerte de mi amante. Nos quedamos mucho rato así, hasta que los dos podemos respirar con normalidad. Me deshago del condón y limpio a Zee con una toalla húmeda con sumo cuidado. Luego, y sin decir una palabra más, me arrastro a su lado y me duermo inmediatamente.

Es casi medianoche cuando me despierto de repente. Un sudor frío recorre mi cuerpo, mi corazón late desbocado, gracias a las imágenes que recreo una y otra vez en mis pesadillas.

Pero ahora no es mi hermano quién grita por ayuda, es Zee quién me llama entre gritos de terror, me ruega que lo salve y yo no puedo llegar hasta él.

¡Mierda! No puedo dejar que este hombre se meta en mi piel. No es justo para él, no es justo para mí. No quiero hacerme ilusiones vanas, ni crearle falsas esperanzas a alguien tan honesto y especial. Hace poco que está viviendo su realidad libremente y no quiero ser yo quién le rompa el corazón.

Me levanto a beber algo fresco. Camino descalzo hasta la cocina, cuando de repente piso algo que hay tirado en el suelo. Es la cartera de Zee, debió caerse de sus vaqueros, cuando literalmente, se los arranqué.

Miro dentro, más por querer saber un poco del hombre en mi cama, que por otra cosa.

Zee Pruk, treinta y cinco años, residente en Bangkok. Es socio de un gimnasio del centro, ¿por qué no me sorprende? Ese cuerpo escultural no se consigue sin algunos sacrificios. Nada destacable, ni fotos familiares ni de mascotas.

Aunque puede ser normal, ya Zee me contó que su familia no se tomó del todo bien que saliera del armario. Siento pena por él, yo que no he tenido que esconderme nunca, no puedo imaginar lo duro que es fingir algo que no eres. Y lo peor, cuando finalmente decides vivir tu vida de la forma que deseas, tu familia te abandona. Como yo voy a abandonarlo, cuando se haga demasiado difícil explicarle mis ausencias o quiera conocer a mi familia.

Las relaciones no son para mí, es más sencillo así. Pero cuando estoy con Zee una esperanza, un rayo de felicidad se instaura en mi corazón y es tan difícil decir adiós a eso.

Suspiro fuertemente y me sirvo un vaso de agua. Abro el portátil, por si hay alguna novedad en el trabajo y en la bandeja de entrada de mi correo, está el mensaje que cambia por completo mi vida.

"Deja de acostarte con el enemigo, creía que te había criado mejor"

Una frase escueta de mi padre y yo no entiendo a qué mierda se refiere, hasta que abro el archivo adjunto.

La ficha personal de Zee aparece en la pantalla. Mi corazón da un vuelco e intento negar lo que mis ojos están viendo.

Zee Pruk Panic – Teniente de la policía de Bangkok. Investigador de homicidios.

Nada de lo que ha pasado es casual, ni nuestro tropiezo inicial, ni la nota para que lo llamara, ni lo que hicimos anoche. Todo es mentira, y yo me siento tan idiota. ¡Pues claro, imbécil! ¿Cómo va a ser virgen un tipo como él? Me doy de patadas por haber sido tan ingenuo, me he dejado atrapar por el enemigo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top