Extras
«En marcha estamos»
La ceremonia de graduación era uno de esos eventos que los institutos organizaban en conjunto. Dado que era una ocasión especial, Hyehwa ponía a disposición su enorme gimnasio y las familias y los estudiantes de tercer año se reunían en sus instalaciones, todos bien engalanados para representar a sus colegios por última vez.
Ese día, el director dio un breve y emotivo discurso, hizo entrega de los diplomas y pidió a los invitados que dedicaran un cálido aplauso a la generación de graduados de ese año. Poco a poco, el auditorio se vació, las familias se reunieron para tomar las fotos del recuerdo y por aquí y por allá, grupitos de amigos se despidieron a sabiendas de que sus caminos se separarían ahora que empezaban la universidad.
Lu Tian había llegado casi al final, todavía acomodándose la corbata después de correr desde el aeropuerto para asistir al evento, no llegó a escuchar cuando el maestro nombraba a su hijo pero el orgullo que sintió al ver a Luhan con su diploma lo compensó.
—Lo has hecho muy bien, hijo —le dijo—, tu madre estaría feliz de ver lo lejos que has llegado, pero recuerda que esto es sólo la mitad del camino. A partir de aquí...
—¡Hannie, mi niño! —lo llamó Yoo-hee, apareciendo entre la multitud con un ramo de flores en la mano y esa expresión como al borde del llanto que había tenido desde que el día empezó. Luhan se alegró de verla y aceptó de buena gana los girasoles que le llevó—. ¡Aigoo! No puedo creer que terminaron la preparatoria. Se supone que son casi adultos, pero siguen pareciendo unos niños. ¡Omo! Pero que grosera soy.
El chico no se lo tomó a mal y con la cortesía que le caracterizaba, la presentó a su papá. Lu Tian sonrió incómodo, las personas no eran su fuerte. Al rato, Sehun y su padre también se acercaron, al primero le dio igual que el Sr. Lu estuviera viendo y le pasó un brazo por la cintura a su ciervo, inclinándose para besarle la frente.
Se tomaron algunas fotos, la mayoría por iniciativa de Yoo-hee. Luhan se habría preocupado por su papá si Se-hyeong no estuviera ahí, pues tal parecía que su suegro era bien capaz de atravesar la coraza de Lu Tian, esa que ni él mismo había sobrepasado ni una vez en todos esos años. Por fin, decidieron marcharse. Los Oh los invitaron a unirse a ellos en un bonito restaurante chino y ya que no tenían mejores planes, decidieron aceptar.
Fue ahí, mientras los tres adolescentes peleaban por el último rollo primavera que la mamá de Sehun se atrevió a mencionar el tema de la universidad.
—Supimos que Hannie aplicará para el SEOULTECH. Sehun y mi niño, Jongdae, también presentarán el examen para esa escuela. Dicen que no será fácil, pero confiamos en nuestros chicos y estamos seguros de que se quedarán, ¿no piensas lo mismo, Tian?
—Bueno, sí —convino el chino—, claro que espero que entren a donde quieran ir, aunque si soy sincero no sabía que Lù Hán ya había elegido una escuela.
—Lo decidí hace poco, tienen un programa de Escritura creativa increíble —explicó su hijo—. Y su campus es bonito.
Por una fracción de minuto, la tensión creció en el aire. Luhan le había dicho antes que creía que su padre esperaba que asistiera a una universidad SKY y que estudiara algo relacionado con aviones, lo que Lu Tian más amaba en el mundo. Sehun no había tratado con el hombre lo suficiente para saber si sus sospecharan eran ciertas, pero esperaba que aunque así fuera, su suegro tuviera la decencia de no exigirle a su hijo que sacrificara su felicidad para complacer sus deseos. ¿Qué derecho tendría a hacerlo, si tiro por viaje lo abandonaba para cumplir él sus sueños?
La respuesta del Sr. Lu alivió un poco sus preocupaciones.
—Si es lo que quieres hacer, me parece bien. Ya veremos después cómo nos organizamos. Imagino que querrán vivir en el campus.
—No, en realidad —habló Sehun—. Todavía es muy pronto, es decir, ni siquiera hemos rendido el examen, pero si sale bien... nos gustaría alquilar un departamento, algo cerca de la escuela.
—¿Ustedes dos?
Casi asintió con la cabeza, nada más por el placer de ver crisparse los nervios de Lu Tian, pero al final decidió que no conseguiría nada enemistándose con el papá de su novio y no queriendo añadir más leña al fuego de la que su insolencia ya había echado, dijo:
—Nosotros y Jongdae y Minseok. Somos algo así como un paquete.
—Eso veo —anotó el señor, luego hizo lo que el chico menos esperaba y componiendo una sonrisa, una casi tan dulce como la de su ciervo, añadió:— Me alegra que sea así. He dejado solo a Luhan por mucho tiempo y es bueno saber que ahora tiene quien le haga compañía.
«No hay como el hogar»
—Esa fue la última —dijo el tipo de la mudanza, señalando la caja a sus pies. Sehun asintió con la cabeza y firmó el documento donde ponía que todas sus cosas habían sido entregadas. Despidió al hombre y luego fue adentro, llevando consigo lo que, según el rotulador, eran más de los libros de su ciervo.
Y no que exagerara, pero apostaría que Luhan se había llevado más libros que cualquier otra cosa al nuevo departamento.
Arriba, en el que sería su hogar por los siguientes tres años, sus amigos y su novio lo esperaban, los tres tumbados sobre el piso de la sala y con pilas y pilas de cajas llenando el espacio a su alrededor. Se suponía que habían conseguido un piso amueblado, pero entre todas sus pertenencias y algunas cositas que sus padres les consiguieron para que no les faltara nada, ninguno tenía idea de cómo harían para que todo tuviera un lugar.
Fuera de eso...
—¡Lo hicimos! Oficialmente, somos adultos —declaró Sehun. Sus amigos levantaron un puño en señal de victoria, pero Minseok no habría sido Minseok si no hubiera abierto la boca para aclarar que:
—Adultos chiquitos que no tienen ni idea de la vida, pero adultos al fin y al cabo.
—Sí, bueno... ¿Tienen hambre? Propongo celebrar nuestra recién independencia con una buena comida.
—¡Pido pollo frito! —exclamó Jongdae.
—¿No creen que antes de festejar, deberíamos ordenar todo esto? —volvió Minseok. Sehun y Chen negaron con la cabeza.
—Nah. Las cajas pueden esperar, tampoco es que les vayan a salir patitas mientras comemos —opinó su novio.
—Sí, hyung. Danos un respiro, acomodaremos todo mañana.
—¿Y tú fuiste el que nos llamó adultos?
—Min tiene razón —intervino Luhan—. Ahora que estamos por nuestra cuenta, debemos ser más responsables y organizados. Ordenemos lo que va aquí para poder comer en paz y ya mañana nos dedicamos a limpiar nuestras habitaciones.
—Hablando de eso, ¿iban en serio con lo de que Sehun y yo compartamos cuarto?
Jongdae sonaba genuinamente angustiado, como si la idea de terminar con su cuate no fuera para nada lo que le prometieron al venderle la idea de compartir un departamento. Minseok no perdió la oportunidad para mofarse de su novio.
—¿Pues no que mejores amigos y hermanos hasta la muerte? Creí que les gustaría estar en la misma pieza.
—Ya vivimos en la misma casa, con eso es más que suficiente para que estemos felices, pero nosotros... hyung, de verdad creí que no volvería a pasar una noche sin ti.
Pudo ser su elección de palabras, tal vez la mirada desconsolada que le dedicó o como su labio inferior tembló igual que si estuviera a punto de soltarse a llorar. Fuera lo que fuera, Minseok se derrumbó y recordando que lo único más fuerte que su razón era lo malditamente enamorado que estaba de Jongdae, se tiró a sus brazos diciendo que bromeaba y que por supuesto que ellos tendrían su propia habitación.
Dándoles un momento para ser la pareja empalagosa que eran, Sehun y Luhan se deslizaron a la recámara de la izquierda, esa que por adelantado, el ciervo había reclamado. El pelinegro no se lo dijo, pero le daba igual de gusto que a su amigo el saber que no tendría que sufrir por vivir en la misma casa que su novio y no tenerlo para él durante las noches.
—¿Estás feliz, Hun? —le preguntó Luhan, advirtiendo la sonrisa que ya curvaba sus labios. Sehun tomó asiento sobre la cama y lo invitó a unirse, tendiéndole una mano para acercarlo a él y sorprenderlo, acomodándolo sobre sus piernas.
—Creo que nunca había sido tan feliz. ¡Mírame! Entré a la escuela que quería, en la carrera que quería, voy a vivir en la misma casa que mis mejores amigos por los próximos tres años y el chico más lindo del universo es mi novio.
—Pensaba que yo era tu novio —bromeó el ciervo. Sehun rio por lo bajo.
—Eres más que mi novio, cariño. Sin ti, hasta el día más bueno me resultaría gris.
Jamás se cansaría de escucharlo decir esas cosas tan lindas o de tomarlo por las mejilla y besarlo, lento y suave, disfrutando cada roce de sus labios y el cosquilleo en su pancita cuando las mariposas aleteaban vueltas locas.
«Al infinito y más allá»
El estacionamiento estaba vacío, lo que tenía sentido considerando que ni siquiera había amanecido. Luhan estaba acostumbrado a levantarse temprano –ese semestre todas sus clases empezaban a la primera hora– pero atenerse a un horario no quería decir que disfrutara de abandonar su cama, antes incluso de que saliera el sol.
La culpa era de Sehun, quería enseñarle a manejar la moto y pensaba que un sitio abierto y sin testigos que pudieran resultar en víctimas, ayudaría muchísimo a su confianza. Bien, tenía un punto, más podría haberlos llevado ahí una hora más tarde.
—Vale, ¿estás listo?
Luhan negó con la cabeza.
—T-Tengo miedo. Y f-frío, ¿por qué no me d-dijiste que estaba he-helando afuera?
—Sólo son tus nervios, tampoco es que esté nevando —Sehun sonrió y se inclinó para dejar un beso en su mejilla—. Tranquilo, amor. Yo estoy aquí.
—D-De acuerdo. Estoy listo.
Sólo para estar seguros, Sehun volvió a explicarle lo que debía hacer y Luhan se lo agradeció porque había olvidado para que servía cada cosa.
Una vez lo supo, siguió las instrucciones al pie de la letra, encendió la moto, la puso en marcha y avanzó apenas un par de metros antes de meter el freno. Sehun, que había prometido quedarse con él en cada momento, lo felicitó por haber empezado tan bien y lo animó a intentar de nuevo, esta vez por un tramo más amplio.
Ninguno supo realmente como fue que la cosa se complicó, sólo que Luhan aceleró sin quererlo cuando no debía y estuvo a punto de ir a estrellarse contra un poste. Por suerte para a ambos, ni él ni la moto resultaron lastimados.
—¿A quién le importa esta cosa? —lo regañó Sehun, cuando consiguió bajarlo y sin atreverse a soltarlo, pues su novio temblaba de pies a cabeza—. Adoro esta motocicleta con mi vida, pero si algo te pasara, yo sería el primero en reducirla a nada más que una estúpida tuerca. ¿Seguro que estás bien?
—S-Sí, sólo me asusté.
—Creo que es todo por hoy, ya volveremos a intentarlo... en unas semanas o quizás unos meses.
Luhan no protestó.
Era temprano, hacía frío y la mitad de los negocios estarían cerrados, aun así, se le ocurrió que volver a casa tan pronto, cuando se suponía que habían salido a esa hora para aprovechar el día al máximo, sería un total desperdicio. No lo pensó mucho y todavía entre los brazos de su chico, el ciervo propuso:
—¿Qué tal si vamos al río? Si nos damos prisa, estaremos a tiempo para ver el amanecer.
—¿No te importa subir a la moto?
—No mientras seas tú el que conduzca —sonrió.
Sehun accedió. Lo ayudó a trepar atrás y no arrancó hasta que Luhan estuvo bien abrazado a su cuerpo, sus brazos alrededor de su cintura y la cabeza apoyada contra su espalda recordándole lo mucho que le gustaba llevarlo así.
Años atrás, solía subir a cualquiera que se animara a acompañarlo, pero desde la primera vez que el chino aceptó viajar con él, Sehun supo que no volvería a dejar que nadie ocupara un sitio que sólo le pertenecía a su ciervo. En la moto, en su vida y en su corazón.
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